Santo del día:
San Maximiliano Kolbe
1894-1941. En
Auschwitz, este franciscano polaco dio su vida para salvar la de otro
deportado, un padre condenado a morir de hambre. Mártir del amor y apóstol del
culto a la Virgen María. Canonizado en 1982.
Inconmensurable
Pedro sin duda pensaba que
había puesto el listón bastante alto al sugerir que era necesario perdonar
siete veces.
Pero el perdón no es una cuestión de contabilidad, y Jesús lo remite a una
sobreabundancia fundamental.
La cantidad de diez mil
talentos que el rey concede a su siervo es del mismo orden: inconmensurable.
Solo el arraigo en la infinita
misericordia de Dios permite perdonar de corazón a un hermano.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Jos
3,7-10a.11.13-17
El
Arca de la Alianza del Dueño va a pasar el Jordán delante de ustedes
Lectura del libro de Josué.
EN aquellos días, el Señor dijo a Josué:
«Hoy mismo voy a empezar a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que
estoy contigo como estuve con Moisés. Tú dales esta orden a los sacerdotes
portadores del Arca de la Alianza: “En cuanto lleguen a tocar el agua de la
orilla del Jordán, deténganse en el Jordán”».
Josué dijo a los hijos de Israel:
«Acérquense aquí a escuchar las palabras del Señor, su Dios».
Y añadió:
«Así conocerán que el Dios vivo está en medio de ustedes y que va a expulsar
ante ustedes a cananeos. Miren, el Arca de la Alianza del Dueño de toda la
tierra va a pasar el Jordán delante de ustedes.
Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el Arca del
Señor, Dueño de toda la tierra, pisen el agua del Jordán, la corriente de agua
del Jordán que viene de arriba quedará cortada y se detendrá formando como un
embalse».
Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que
llevaban el Arca de la Alianza caminaron delante de la gente.
En cuanto los portadores del Arca de la Alianza llegaron al Jordán y los
sacerdotes que la portaban mojaron los pies en el agua de la orilla (el Jordán
baja crecido hasta los bordes todo el tiempo de la siega), el agua que venía de
arriba se detuvo y formó como un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adán, un
pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba hacia el mar de la Arabá, el mar
de la Sal, quedó cortada del todo.
La gente pasó el río frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el Arca de la
Alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán,
mientras todo Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar
todos.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
114(113A),1-2.3-4.5-6
R. Aleluya.
V. Cuando Israel salió
de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio. R.
V. El mar, al verlos,
huyó;
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos. R.
V. ¿Qué te pasa, mar,
que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a ustedes, montes, que saltan como carneros;
colinas, que saltan como corderos? R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Haz brillar tu rostro
sobre tu siervo, enséñame tus decretos. R.
Evangelio
Mt
18,21 - 19,1
No
te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta
siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las
cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía
diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran
a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la
deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le
debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a
su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No
debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de
ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la
deuda.
Lo mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si cada cual no perdona de
corazón a su hermano».
Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y vino a la región de
Judea, al otro lado del Jordán.
Palabra del Señor
Monición inicial
Hermanos, en este jueves de la XIX semana del
Tiempo Ordinario, en el marco del Año Jubilar Peregrinos de la Esperanza,
nos reunimos para celebrar la Eucaristía en la memoria de San Maximiliano
María Kolbe, sacerdote franciscano, misionero y mártir de la caridad.
La Palabra de Dios nos invita hoy a cruzar, como
Israel en el Jordán, de la orilla del miedo y el rencor a la orilla de la
confianza y el perdón sin medida. Jesús nos recuerda que debemos perdonar
“setenta veces siete”, es decir, siempre, como Dios nos perdona a nosotros.
En esta celebración, oraremos especialmente por la obra
evangelizadora de la Iglesia y por el don de las vocaciones sacerdotales
y consagradas, para que nunca falten quienes, como San Maximiliano,
entreguen su vida al anuncio del Evangelio y al servicio de los hermanos.
Con un corazón dispuesto a acoger la misericordia
de Dios, comencemos nuestra celebración cantando…
Homilía
Jubilar
“Perdonar siempre, evangelizar sin descanso”
(Josué 3,7-10a.11.13-17 / Sal 113 / Mateo 18,21–19,1)
1.
Introducción: De orilla a orilla… con Dios en medio
Pasar a la
otra orilla no es solo un desplazamiento geográfico; es un cambio de corazón.
Es el paso del miedo a la confianza, de la esclavitud a la libertad, del rencor
al perdón. Y ese paso hoy nos lo pide Jesús en el Evangelio.
2. El perdón
sin medida: más que contabilidad, un estilo de vida
San Juan
Crisóstomo comenta que esta expresión significa “siempre”: perdonar sin límite, sin llevar
la cuenta. El perdón cristiano no es una calculadora que registra las ofensas y
los favores, sino un torrente inagotable que fluye desde la inconmensurable
misericordia de Dios.
La parábola
del siervo sin entrañas ilustra esta desproporción: diez mil talentos era una
cifra imposible de pagar, equivalente a millones de días de trabajo. Es el peso
de nuestra deuda ante Dios. Él la cancela por pura misericordia, pero espera
que nosotros, perdonados de tanto, perdonemos las pequeñas deudas de los demás.
Como decía el comentario francés que leímos: “Seul
l’enracinement dans l’infinie miséricorde de Dieu permet de pardonner à son
frère du fond du cœur” —solo arraigados en la infinita misericordia
de Dios podremos perdonar de corazón.
3. La dureza
de corazón y su precio
Jesús nos
advierte que quien, habiendo sido perdonado, no es capaz de perdonar, se
encierra en una prisión peor que la del siervo ingrato: la cárcel de su propio
rencor. Como recordaba el texto en inglés: negar el perdón daña más nuestra propia alma que la del
otro. Guardar ira y resentimiento no castiga al ofensor, sino
que envenena lentamente nuestro corazón y bloquea la acción de la gracia.
Por eso, en
este Año Jubilar, el perdón no es solo una recomendación: es un camino de conversión. El
jubileo nos llama a “cruzar el Jordán” del orgullo y del egoísmo, para llegar a
la orilla del amor misericordioso.
4. San
Maximiliano Kolbe: perdón y entrega hasta el final
Hoy, además,
recordamos a San
Maximiliano María Kolbe, sacerdote franciscano conventual,
apóstol incansable de la evangelización y de la Virgen Inmaculada, fundador de
revistas y misiones, y mártir en Auschwitz. Su vida fue un Jordán cruzado una y
otra vez: desde Polonia a Japón para misionar; desde la imprenta hasta los
campos de concentración; desde el amor al prójimo hasta la entrega de su propia
vida, sustituyendo a un padre de familia condenado a muerte.
Maximiliano no
solo anunció el Evangelio con palabras, sino que lo encarnó en el acto supremo
de amor: dar la vida por
los amigos (Jn 15,13). Su perdón y su ofrecimiento en medio del
horror son un eco vivo del “setenta veces siete” de Jesús.
5. Orar por
la obra evangelizadora y las vocaciones
En comunión
con la memoria de este gran santo y misionero, nuestra intención de hoy se abre
a la obra evangelizadora
de la Iglesia y al don
de nuevas vocaciones. La misión necesita hombres y mujeres que,
como Maximiliano, crucen el Jordán de la indiferencia y se adentren en la
tierra prometida del anuncio valiente y gozoso de Cristo. Necesitamos
sacerdotes, consagrados y laicos que no cuenten las veces que han sido heridos,
sino las veces que han amado.
En el
Vicariato, en nuestras parroquias, en las redes sociales y en cada rincón donde
el Evangelio pueda llegar, somos llamados a ser embajadores del perdón y testigos de la esperanza.
La evangelización solo florece en un corazón libre de rencores y dispuesto a
darlo todo.
6.
Conclusión: de orilla a orilla… de corazón a corazón
Hoy, el Señor
nos invita a dejar atrás la orilla del resentimiento y dar el paso decisivo
hacia la orilla de la misericordia. Que San Maximiliano Kolbe interceda por
nosotros para que podamos perdonar siempre, evangelizar sin descanso y
responder con generosidad a la vocación que Dios nos confía.
Pasemos el
Jordán de nuestras resistencias y caminemos juntos, peregrinos de la esperanza,
hacia la tierra donde reinan la paz, el perdón y el amor eterno de Dios.
Oración
final:
Señor Jesús,
Tú que cruzas con nosotros todos los ríos de la vida,
arranca de nuestro corazón el rencor y la dureza,
y enséñanos a perdonar siempre, sin límite.
Que, como San Maximiliano Kolbe,
vivamos para evangelizar y servir,
y si llega la hora, para dar la vida por amor.
Danos, Señor, muchas y santas vocaciones
que sean signo de tu misericordia en el mundo.
Amén.
14 de agosto
San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir —
Memoria
1894–1941
Patrono de los toxicómanos, las familias, los periodistas, los prisioneros y el
movimiento provida
Canonizado por el Papa San Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982
Cita:
Acuérdate de que perteneces exclusiva, incondicional, absoluta e
irrevocablemente a la Inmaculada: quienquiera que seas, lo que tengas o puedas,
todo lo que hagas (pensamientos, palabras, acciones) y padezcas (cosas agradables,
desagradables o indiferentes) pertenece a la Inmaculada. En consecuencia, que
Ella disponga de todo según su voluntad (y no la tuya). Del mismo modo, a Ella
pertenecen todas tus intenciones; por tanto, que Ella las transforme, añada
otras o las quite, como quiera (de hecho, Ella no ofende la justicia).
~San Maximiliano Kolbe
Reflexión:
San Maximiliano María Kolbe, nacido como Raimundo, era oriundo de Zduńska Wola,
en la actual Polonia. En el momento de su nacimiento, su ciudad natal estaba
bajo control del Imperio ruso desde 1795. A pesar de su pobreza material, su
familia era espiritualmente rica, en gran parte gracias a su madre, María, que
inculcó en sus hijos una profunda devoción a la Madre de Dios. Rezaban
diariamente el Ángelus, las Letanías de Loreto y el Rosario. Raimundo tenía dos
hermanos sobrevivientes: un mayor, Francisco, y un menor, José. Otros dos
hermanos, Walenty y Antoni, murieron a temprana edad.
De niño, Raimundo era conocido tanto por su piedad
como por sus travesuras. Siempre que cometía alguna falta, se ofrecía
inmediatamente a recibir castigo corporal, algo común en aquella época. Después
de una de esas travesuras, su madre exclamó: “¡Qué será de ti!”. Esta pregunta
marcó profundamente al joven Raimundo, que luego oró a la Santísima Virgen
sobre su futuro. Tenía solo doce años. Su madre notó un cambio notable en su
comportamiento tras ese episodio. Raimundo creó un altar para la Virgen en su
habitación y pasaba largos ratos en oración, a menudo hasta las lágrimas.
Cuando le preguntaron por su cambio, contó que, después de la reprimenda de su
madre, había buscado orientación de la Virgen María, quien se le apareció en la
iglesia ofreciéndole dos coronas: una blanca, símbolo de pureza, y otra roja,
símbolo de martirio. Al preguntarle cuál elegía, respondió: “¡Las dos!”. Este
encuentro profundizó aún más su devoción a la Virgen y a San José.
Debido a las limitaciones económicas de la familia,
Raimundo recibió la mayor parte de su educación inicial de su madre y del
párroco. Reconociendo su inteligencia, un farmacéutico local se ofreció a darle
clases. A los trece años, Raimundo y su hermano Francisco asistieron a un
retiro organizado por los franciscanos conventuales. Fueron invitados a unirse
al recién establecido seminario en Leópolis (Lwów), hoy Ucrania, entonces parte
del Imperio austrohúngaro. Para ello, tuvieron que cruzar la frontera sin
pasaporte, con ayuda de su padre. En 1907, Raimundo y Francisco ingresaron al
seminario menor.
En 1910, Raimundo y Francisco consideraron dejar a los
franciscanos para unirse al ejército. Antes de decidirse, su madre llegó para
informarles que su hermano menor también ingresaba a los franciscanos, y así
decidieron quedarse. Además, les contó que su padre se trasladaba a Cracovia
para vivir con los franciscanos y que ella misma se instalaría en Leópolis con
las Hermanas Felicianas para estar cerca de sus hijos. Raimundo recibió el
nombre de Maximiliano al entrar en el noviciado e hizo su primera profesión en
1911. Emitió los votos perpetuos en 1914, añadiendo el nombre de María, y pasó
a llamarse hermano Maximiliano María Kolbe. Fue enviado a Roma para completar
sus estudios, obteniendo doctorados en filosofía y teología.
Durante la Primera Guerra Mundial, en 1914, su
padre se unió a las Legiones Polacas que luchaban por la independencia. Fue
arrestado y ejecutado por los rusos. Su madre se trasladó a Cracovia, ingresó
en las Hermanas Felicianas y tomó el nombre de sor María Felicita. Su hermano
Francisco dejó el seminario para servir en el ejército, se casó y tuvo un hijo.
Murió en un campo de concentración en 1943.
En 1917, rezando en la capilla del seminario, el
hermano Maximiliano sintió la inspiración de fundar la Militia Immaculatae
(Milicia de la Inmaculada), como respuesta a las manifestaciones anticatólicas
presenciadas durante la guerra. Su objetivo era la conversión de pecadores,
herejes y cismáticos —en especial masones— y la santificación de todos bajo la
guía de la Virgen María. Tras su ordenación sacerdotal, el padre Kolbe fue
destinado a Cracovia, donde enseñó historia de la Iglesia y expandió la Milicia
de la Inmaculada.
En 1922 comenzó a publicar una revista mensual
titulada El Caballero de la Inmaculada. En 1927 fundó un nuevo convento
franciscano cerca de Varsovia, llamado Niepokalanów, “Ciudad de la Inmaculada
Madre de Dios”. En 1930 estableció una casa religiosa cerca de Nagasaki, Japón,
donde los frailes publicaban la revista en japonés, alcanzando 50.000
ejemplares mensuales. Regresó a Niepokalanów en 1936. Para 1939, el convento se
había convertido en una de las casas religiosas más grandes del mundo y centro
de la Milicia de la Inmaculada, imprimiendo publicaciones que llegaban a más de
un millón de hogares al mes. Su hermano menor, ahora padre Alfonso, le ayudaba
en la misión.
En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial con
la invasión alemana a Polonia, el padre Kolbe y sus frailes ayudaron cuanto
pudieron a los perseguidos. Inicialmente fueron expulsados del convento, pero
luego se les permitió regresar. Desde allí continuaron su labor, publicando
materiales que inspiraban esperanza. Aunque eran prudentes con lo que
escribían, las autoridades alemanas los catalogaron como enemigos. Además, los
frailes dieron refugio a miles de polacos, incluidos 2.000 judíos, salvándolos
de la deportación.
El 17 de febrero de 1941, la Gestapo llegó a
Niepokalanów. El padre Kolbe los recibió cordialmente, pero al final de la
visita fue arrestado junto con cuatro frailes y enviado a la prisión de Pawiak.
Allí, en condiciones duras, siguió infundiendo fe y esperanza a los demás
prisioneros, escuchando confesiones y rezando con ellos.
El 28 de mayo fue trasladado a Auschwitz como
prisionero #16670, donde continuó su ministerio a pesar del trato inhumano. Un
médico del campo testificaría después: “En mis cuatro años en Auschwitz, nunca
vi un ejemplo tan sublime del amor de Dios al prójimo”.
En julio, tras la fuga de un prisionero, las
autoridades seleccionaron a diez hombres para morir de hambre como castigo
ejemplar. Uno de ellos, Franciszek Gajowniczek, clamó: “¡Mi pobre esposa, mis
pobres hijos!”. Conmovido, el padre Kolbe pidió ocupar su lugar, explicando que
él no tenía esposa ni hijos. Su petición fue aceptada. Sobrevivió dos semanas
sin comida ni agua, hasta que, por la necesidad de liberar el búnker, recibió
una inyección letal. Ofreció su brazo sin miedo, muriendo en paz. Su acto de
caridad heroica se difundió por todo Auschwitz, fortaleciendo la fe de muchos.
San Maximiliano María Kolbe recibió así las dos
coronas que la Virgen le había mostrado: la de la pureza y la del martirio. Su
labor evangelizadora, especialmente a través de la Milicia de la Inmaculada,
tuvo un profundo impacto en su tiempo. Su amor —dar la vida por un desconocido—
vivirá hasta el fin de los tiempos. Reflexionemos sobre la profundidad de amor
necesaria para un acto así y pidamos que este mismo amor impregne nuestra vida,
imitando a este santo de Dios.
Oración:
San Maximiliano María Kolbe, viviste una vida santa, anunciando el Evangelio
con los medios modernos de tu tiempo. Coronaste tu servicio a Dios entregando
tu vida por un desconocido. Ruega por mí, para que yo tenga la misma
profundidad de amor que tú tuviste, y para que Dios tome el don de mi vida y lo
use para su gloria.
San Maximiliano María Kolbe, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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