miércoles, 13 de agosto de 2025

14 de agosto del 2025: jueves de la decimonovena semana del tiempo ordinario-I- Memoria de San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir

 

Santo del día:

San Maximiliano Kolbe

1894-1941. En Auschwitz, este franciscano polaco dio su vida para salvar la de otro deportado, un padre condenado a morir de hambre. Mártir del amor y apóstol del culto a la Virgen María. Canonizado en 1982.

 

 

Inconmensurable

Pedro sin duda pensaba que había puesto el listón bastante alto al sugerir que era necesario perdonar siete veces.
Pero el perdón no es una cuestión de contabilidad, y Jesús lo remite a una sobreabundancia fundamental.

La cantidad de diez mil talentos que el rey concede a su siervo es del mismo orden: inconmensurable.

Solo el arraigo en la infinita misericordia de Dios permite perdonar de corazón a un hermano.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

Jos 3,7-10a.11.13-17

El Arca de la Alianza del Dueño va a pasar el Jordán delante de ustedes

Lectura del libro de Josué.

EN aquellos días, el Señor dijo a Josué:
«Hoy mismo voy a empezar a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú dales esta orden a los sacerdotes portadores del Arca de la Alianza: “En cuanto lleguen a tocar el agua de la orilla del Jordán, deténganse en el Jordán”».
Josué dijo a los hijos de Israel:
«Acérquense aquí a escuchar las palabras del Señor, su Dios».
Y añadió:
«Así conocerán que el Dios vivo está en medio de ustedes y que va a expulsar ante ustedes a cananeos. Miren, el Arca de la Alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de ustedes.
Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el Arca del Señor, Dueño de toda la tierra, pisen el agua del Jordán, la corriente de agua del Jordán que viene de arriba quedará cortada y se detendrá formando como un embalse».
Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza caminaron delante de la gente.
En cuanto los portadores del Arca de la Alianza llegaron al Jordán y los sacerdotes que la portaban mojaron los pies en el agua de la orilla (el Jordán baja crecido hasta los bordes todo el tiempo de la siega), el agua que venía de arriba se detuvo y formó como un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adán, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba hacia el mar de la Arabá, el mar de la Sal, quedó cortada del todo.
La gente pasó el río frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras todo Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos.


Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 114(113A),1-2.3-4.5-6

R. Aleluya.

V. Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio. 
R.

V. El mar, al verlos, huyó;
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos. 
R.

V. ¿Qué te pasa, mar, que huyes,
y a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a ustedes, montes, que saltan como carneros;
colinas, que saltan como corderos?
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus decretos. R.

 

Evangelio

Mt 18,21 - 19,1

No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Palabra del Señor

 

 

Monición inicial


Hermanos, en este jueves de la XIX semana del Tiempo Ordinario, en el marco del Año Jubilar Peregrinos de la Esperanza, nos reunimos para celebrar la Eucaristía en la memoria de San Maximiliano María Kolbe, sacerdote franciscano, misionero y mártir de la caridad.

La Palabra de Dios nos invita hoy a cruzar, como Israel en el Jordán, de la orilla del miedo y el rencor a la orilla de la confianza y el perdón sin medida. Jesús nos recuerda que debemos perdonar “setenta veces siete”, es decir, siempre, como Dios nos perdona a nosotros.

En esta celebración, oraremos especialmente por la obra evangelizadora de la Iglesia y por el don de las vocaciones sacerdotales y consagradas, para que nunca falten quienes, como San Maximiliano, entreguen su vida al anuncio del Evangelio y al servicio de los hermanos.

Con un corazón dispuesto a acoger la misericordia de Dios, comencemos nuestra celebración cantando…

 

 

Homilía Jubilar

“Perdonar siempre, evangelizar sin descanso”
(Josué 3,7-10a.11.13-17 / Sal 113 / Mateo 18,21–19,1)

 

1. Introducción: De orilla a orilla… con Dios en medio

Queridos hermanos:
La Palabra de Dios hoy nos sitúa, en la primera lectura, ante una escena cargada de simbolismo y esperanza. El pueblo de Israel, guiado por Josué, debe cruzar el Jordán para entrar en la Tierra Prometida. El río está crecido, imposible de pasar humanamente. Pero Dios va delante, presente en el arca de la alianza. Como en el Mar Rojo, las aguas se detienen y el pueblo atraviesa “de orilla a orilla” sin mojarse los pies. Es una imagen poderosa para nosotros, peregrinos de la esperanza en este Año Jubilar: no hay obstáculo que pueda impedir que el Señor cumpla sus promesas si caminamos con Él.

Pasar a la otra orilla no es solo un desplazamiento geográfico; es un cambio de corazón. Es el paso del miedo a la confianza, de la esclavitud a la libertad, del rencor al perdón. Y ese paso hoy nos lo pide Jesús en el Evangelio.


2. El perdón sin medida: más que contabilidad, un estilo de vida

Pedro, con la franqueza que lo caracteriza, se acerca a Jesús y le pregunta:
«Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» (Mt 18,21).
En el ambiente judío, perdonar tres veces ya era signo de magnanimidad. Pedro, al proponer siete, cree estar exagerando para bien. Pero Jesús le responde: «No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,22).

San Juan Crisóstomo comenta que esta expresión significa “siempre”: perdonar sin límite, sin llevar la cuenta. El perdón cristiano no es una calculadora que registra las ofensas y los favores, sino un torrente inagotable que fluye desde la inconmensurable misericordia de Dios.

La parábola del siervo sin entrañas ilustra esta desproporción: diez mil talentos era una cifra imposible de pagar, equivalente a millones de días de trabajo. Es el peso de nuestra deuda ante Dios. Él la cancela por pura misericordia, pero espera que nosotros, perdonados de tanto, perdonemos las pequeñas deudas de los demás. Como decía el comentario francés que leímos: “Seul l’enracinement dans l’infinie miséricorde de Dieu permet de pardonner à son frère du fond du cœur” —solo arraigados en la infinita misericordia de Dios podremos perdonar de corazón.


3. La dureza de corazón y su precio

Jesús nos advierte que quien, habiendo sido perdonado, no es capaz de perdonar, se encierra en una prisión peor que la del siervo ingrato: la cárcel de su propio rencor. Como recordaba el texto en inglés: negar el perdón daña más nuestra propia alma que la del otro. Guardar ira y resentimiento no castiga al ofensor, sino que envenena lentamente nuestro corazón y bloquea la acción de la gracia.

Por eso, en este Año Jubilar, el perdón no es solo una recomendación: es un camino de conversión. El jubileo nos llama a “cruzar el Jordán” del orgullo y del egoísmo, para llegar a la orilla del amor misericordioso.


4. San Maximiliano Kolbe: perdón y entrega hasta el final

Hoy, además, recordamos a San Maximiliano María Kolbe, sacerdote franciscano conventual, apóstol incansable de la evangelización y de la Virgen Inmaculada, fundador de revistas y misiones, y mártir en Auschwitz. Su vida fue un Jordán cruzado una y otra vez: desde Polonia a Japón para misionar; desde la imprenta hasta los campos de concentración; desde el amor al prójimo hasta la entrega de su propia vida, sustituyendo a un padre de familia condenado a muerte.

Maximiliano no solo anunció el Evangelio con palabras, sino que lo encarnó en el acto supremo de amor: dar la vida por los amigos (Jn 15,13). Su perdón y su ofrecimiento en medio del horror son un eco vivo del “setenta veces siete” de Jesús.


5. Orar por la obra evangelizadora y las vocaciones

En comunión con la memoria de este gran santo y misionero, nuestra intención de hoy se abre a la obra evangelizadora de la Iglesia y al don de nuevas vocaciones. La misión necesita hombres y mujeres que, como Maximiliano, crucen el Jordán de la indiferencia y se adentren en la tierra prometida del anuncio valiente y gozoso de Cristo. Necesitamos sacerdotes, consagrados y laicos que no cuenten las veces que han sido heridos, sino las veces que han amado.

En el Vicariato, en nuestras parroquias, en las redes sociales y en cada rincón donde el Evangelio pueda llegar, somos llamados a ser embajadores del perdón y testigos de la esperanza. La evangelización solo florece en un corazón libre de rencores y dispuesto a darlo todo.


6. Conclusión: de orilla a orilla… de corazón a corazón

Hoy, el Señor nos invita a dejar atrás la orilla del resentimiento y dar el paso decisivo hacia la orilla de la misericordia. Que San Maximiliano Kolbe interceda por nosotros para que podamos perdonar siempre, evangelizar sin descanso y responder con generosidad a la vocación que Dios nos confía.

Pasemos el Jordán de nuestras resistencias y caminemos juntos, peregrinos de la esperanza, hacia la tierra donde reinan la paz, el perdón y el amor eterno de Dios.


Oración final:
Señor Jesús,
Tú que cruzas con nosotros todos los ríos de la vida,
arranca de nuestro corazón el rencor y la dureza,
y enséñanos a perdonar siempre, sin límite.
Que, como San Maximiliano Kolbe,
vivamos para evangelizar y servir,
y si llega la hora, para dar la vida por amor.
Danos, Señor, muchas y santas vocaciones
que sean signo de tu misericordia en el mundo.
Amén.

 

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14 de agosto

San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir — Memoria
1894–1941
Patrono de los toxicómanos, las familias, los periodistas, los prisioneros y el movimiento provida
Canonizado por el Papa San Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982

 


Cita:


Acuérdate de que perteneces exclusiva, incondicional, absoluta e irrevocablemente a la Inmaculada: quienquiera que seas, lo que tengas o puedas, todo lo que hagas (pensamientos, palabras, acciones) y padezcas (cosas agradables, desagradables o indiferentes) pertenece a la Inmaculada. En consecuencia, que Ella disponga de todo según su voluntad (y no la tuya). Del mismo modo, a Ella pertenecen todas tus intenciones; por tanto, que Ella las transforme, añada otras o las quite, como quiera (de hecho, Ella no ofende la justicia).


~San Maximiliano Kolbe

 

Reflexión:


San Maximiliano María Kolbe, nacido como Raimundo, era oriundo de Zduńska Wola, en la actual Polonia. En el momento de su nacimiento, su ciudad natal estaba bajo control del Imperio ruso desde 1795. A pesar de su pobreza material, su familia era espiritualmente rica, en gran parte gracias a su madre, María, que inculcó en sus hijos una profunda devoción a la Madre de Dios. Rezaban diariamente el Ángelus, las Letanías de Loreto y el Rosario. Raimundo tenía dos hermanos sobrevivientes: un mayor, Francisco, y un menor, José. Otros dos hermanos, Walenty y Antoni, murieron a temprana edad.

De niño, Raimundo era conocido tanto por su piedad como por sus travesuras. Siempre que cometía alguna falta, se ofrecía inmediatamente a recibir castigo corporal, algo común en aquella época. Después de una de esas travesuras, su madre exclamó: “¡Qué será de ti!”. Esta pregunta marcó profundamente al joven Raimundo, que luego oró a la Santísima Virgen sobre su futuro. Tenía solo doce años. Su madre notó un cambio notable en su comportamiento tras ese episodio. Raimundo creó un altar para la Virgen en su habitación y pasaba largos ratos en oración, a menudo hasta las lágrimas. Cuando le preguntaron por su cambio, contó que, después de la reprimenda de su madre, había buscado orientación de la Virgen María, quien se le apareció en la iglesia ofreciéndole dos coronas: una blanca, símbolo de pureza, y otra roja, símbolo de martirio. Al preguntarle cuál elegía, respondió: “¡Las dos!”. Este encuentro profundizó aún más su devoción a la Virgen y a San José.

Debido a las limitaciones económicas de la familia, Raimundo recibió la mayor parte de su educación inicial de su madre y del párroco. Reconociendo su inteligencia, un farmacéutico local se ofreció a darle clases. A los trece años, Raimundo y su hermano Francisco asistieron a un retiro organizado por los franciscanos conventuales. Fueron invitados a unirse al recién establecido seminario en Leópolis (Lwów), hoy Ucrania, entonces parte del Imperio austrohúngaro. Para ello, tuvieron que cruzar la frontera sin pasaporte, con ayuda de su padre. En 1907, Raimundo y Francisco ingresaron al seminario menor.

En 1910, Raimundo y Francisco consideraron dejar a los franciscanos para unirse al ejército. Antes de decidirse, su madre llegó para informarles que su hermano menor también ingresaba a los franciscanos, y así decidieron quedarse. Además, les contó que su padre se trasladaba a Cracovia para vivir con los franciscanos y que ella misma se instalaría en Leópolis con las Hermanas Felicianas para estar cerca de sus hijos. Raimundo recibió el nombre de Maximiliano al entrar en el noviciado e hizo su primera profesión en 1911. Emitió los votos perpetuos en 1914, añadiendo el nombre de María, y pasó a llamarse hermano Maximiliano María Kolbe. Fue enviado a Roma para completar sus estudios, obteniendo doctorados en filosofía y teología.

Durante la Primera Guerra Mundial, en 1914, su padre se unió a las Legiones Polacas que luchaban por la independencia. Fue arrestado y ejecutado por los rusos. Su madre se trasladó a Cracovia, ingresó en las Hermanas Felicianas y tomó el nombre de sor María Felicita. Su hermano Francisco dejó el seminario para servir en el ejército, se casó y tuvo un hijo. Murió en un campo de concentración en 1943.

En 1917, rezando en la capilla del seminario, el hermano Maximiliano sintió la inspiración de fundar la Militia Immaculatae (Milicia de la Inmaculada), como respuesta a las manifestaciones anticatólicas presenciadas durante la guerra. Su objetivo era la conversión de pecadores, herejes y cismáticos —en especial masones— y la santificación de todos bajo la guía de la Virgen María. Tras su ordenación sacerdotal, el padre Kolbe fue destinado a Cracovia, donde enseñó historia de la Iglesia y expandió la Milicia de la Inmaculada.

En 1922 comenzó a publicar una revista mensual titulada El Caballero de la Inmaculada. En 1927 fundó un nuevo convento franciscano cerca de Varsovia, llamado Niepokalanów, “Ciudad de la Inmaculada Madre de Dios”. En 1930 estableció una casa religiosa cerca de Nagasaki, Japón, donde los frailes publicaban la revista en japonés, alcanzando 50.000 ejemplares mensuales. Regresó a Niepokalanów en 1936. Para 1939, el convento se había convertido en una de las casas religiosas más grandes del mundo y centro de la Milicia de la Inmaculada, imprimiendo publicaciones que llegaban a más de un millón de hogares al mes. Su hermano menor, ahora padre Alfonso, le ayudaba en la misión.

En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial con la invasión alemana a Polonia, el padre Kolbe y sus frailes ayudaron cuanto pudieron a los perseguidos. Inicialmente fueron expulsados del convento, pero luego se les permitió regresar. Desde allí continuaron su labor, publicando materiales que inspiraban esperanza. Aunque eran prudentes con lo que escribían, las autoridades alemanas los catalogaron como enemigos. Además, los frailes dieron refugio a miles de polacos, incluidos 2.000 judíos, salvándolos de la deportación.

El 17 de febrero de 1941, la Gestapo llegó a Niepokalanów. El padre Kolbe los recibió cordialmente, pero al final de la visita fue arrestado junto con cuatro frailes y enviado a la prisión de Pawiak. Allí, en condiciones duras, siguió infundiendo fe y esperanza a los demás prisioneros, escuchando confesiones y rezando con ellos.

El 28 de mayo fue trasladado a Auschwitz como prisionero #16670, donde continuó su ministerio a pesar del trato inhumano. Un médico del campo testificaría después: “En mis cuatro años en Auschwitz, nunca vi un ejemplo tan sublime del amor de Dios al prójimo”.

En julio, tras la fuga de un prisionero, las autoridades seleccionaron a diez hombres para morir de hambre como castigo ejemplar. Uno de ellos, Franciszek Gajowniczek, clamó: “¡Mi pobre esposa, mis pobres hijos!”. Conmovido, el padre Kolbe pidió ocupar su lugar, explicando que él no tenía esposa ni hijos. Su petición fue aceptada. Sobrevivió dos semanas sin comida ni agua, hasta que, por la necesidad de liberar el búnker, recibió una inyección letal. Ofreció su brazo sin miedo, muriendo en paz. Su acto de caridad heroica se difundió por todo Auschwitz, fortaleciendo la fe de muchos.

San Maximiliano María Kolbe recibió así las dos coronas que la Virgen le había mostrado: la de la pureza y la del martirio. Su labor evangelizadora, especialmente a través de la Milicia de la Inmaculada, tuvo un profundo impacto en su tiempo. Su amor —dar la vida por un desconocido— vivirá hasta el fin de los tiempos. Reflexionemos sobre la profundidad de amor necesaria para un acto así y pidamos que este mismo amor impregne nuestra vida, imitando a este santo de Dios.

Oración:


San Maximiliano María Kolbe, viviste una vida santa, anunciando el Evangelio con los medios modernos de tu tiempo. Coronaste tu servicio a Dios entregando tu vida por un desconocido. Ruega por mí, para que yo tenga la misma profundidad de amor que tú tuviste, y para que Dios tome el don de mi vida y lo use para su gloria.
San Maximiliano María Kolbe, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

 

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