domingo, 3 de agosto de 2025

4 de agosto del 2025: lunes de la decimoctava semana del tiempo ordinario-I- Memoria de San Juan María Vianney, presbítero

 

Santo del día:

San Juan María Vianney

1786-1859. «Venid a comulgar, venid a Jesús, venid a vivir de él, para vivir para él», recomendaba el famoso sacerdote de Ars (Ain). Canonizado en 1925, fue proclamado santo patrón de todos los sacerdotes del mundo en 1929.

 

 

El “hoy” de Dios

(Números 11, 4b-15) El libro de los Números nos invita a interrogarnos sobre nuestra relación con el “hoy” de Dios. El pueblo, como nosotros lo hacemos a menudo, idealiza el pasado y llega a preferir un “confort” relativo —aunque acompañado de una servidumbre muy real— a la novedad de un presente del que solo percibe el aspecto repetitivo y cansino. ¿No es esto la manifestación del olvido… olvido de la opresión, de las grandes obras de Dios, de su presencia activa y de su promesa, que se cumplirá a su debido tiempo?

Emmanuelle Billoteau, ermite

 


Primera lectura

Núm 11, 4b-15
Solo no puedo cargar con este pueblo

Lectura del libro de los Números.

EN aquellos días, dijeron los hijos de Israel:
«¡Quién nos diera carne para comer! ¡Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos! En cambio ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná».
(El maná se parecía a la semilla de cilantro, y tenía color amarillento como la resina; el pueblo se dispersaba para recogerlo, lo molían en la muela o lo machacaban en el mortero, lo cocinaban en la olla y hacían con él hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de él el maná).
Moisés oyó cómo el pueblo lloraba, una familia tras otra, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor. Y disgustado, dijo al Señor:
«¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus ojos, sino que me haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: “Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí con juramento a sus padres”? ¿De dónde voy a sacar carne para repartirla a todo el pueblo, que me viene llorando: “Danos de comer carne”? Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, hazme morir, por favor, si he hallado gracia a tus ojos; así no veré más mi desventura».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 81(80),12-13.14-15.16-17 (R. 2a)

R. Aclamen a Dios, nuestra fuerza.

VMi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos. 
R.

V. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios. 
R.

V. Los que aborrecen al Señor lo adularían,
y su suerte quedaría fijada;
los alimentaría con flor de harina,
los saciaría con miel silvestre
R.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. R.

 

Evangelio

Mt 14,13-21

Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, denles ustedes de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».
Les dijo:
«Tráiganmelos».
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco
panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra del Señor.

 

1

 

Homilía

Lecturas:

  • Números 11, 4b-15
  • Salmo 80 (81): “Aclamemos al Señor, nuestra fuerza.”
  • Mateo 14, 13-21

1. Introducción: Entre la nostalgia y la esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

La Palabra de Dios hoy nos presenta un espejo de nuestra propia historia personal y comunitaria. El libro de los Números nos relata la queja del pueblo de Israel en el desierto. ¡Qué memoria tan corta! Apenas habían salido de la esclavitud y ya añoraban “los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos” de Egipto, olvidando que allí habían vivido bajo el látigo del opresor. Es el drama humano de preferir, a veces, una comodidad aparente y sin libertad antes que enfrentar el reto y la incomodidad de caminar hacia la verdadera Tierra Prometida.

Esto nos interpela en el Año Jubilar, cuando el Papa nos invita a vivir como “Peregrinos de la Esperanza”. El peregrino, como Israel en el desierto, no vive en la nostalgia del pasado ni en la desesperanza del presente, sino que camina con los ojos fijos en la meta. Sin embargo, como Israel, podemos caer en la tentación de idealizar aquello de lo que el Señor ya nos liberó, ya sea un pecado, un vicio, una relación tóxica o un estilo de vida contrario al Evangelio.


2. Nostalgia de Egipto: el peligro de idealizar el pasado

La queja de Israel en el desierto no es muy distinta a las nuestras. A veces decimos: “Antes estaba mejor, antes la vida era más fácil, antes la fe era más fuerte…” y olvidamos que Dios nos ha estado conduciendo. La nostalgia de Egipto simboliza esa mirada distorsionada que hace olvidar las cadenas y recordar solo los sabores.

Esta actitud puede también aparecer en la vida espiritual: cuando el camino de la fe se vuelve exigente, podemos añorar el “Egipto” del pecado, porque en ese momento nos parecía más cómodo, aunque nos robaba la dignidad y la paz. San Juan María Vianney lo decía con claridad: “El pecado es la desgracia más grande que nos puede pasar, porque nos quita a Dios.”


3. El Evangelio: Jesús, Pan para el camino

En el Evangelio, Jesús se retira a un lugar solitario, pero la multitud lo sigue. Él no se cansa de enseñar ni de alimentar. Bendice, parte el pan y lo reparte, en un gesto que anticipa la Eucaristía. Los discípulos son mediadores: llevan a Jesús las pocas provisiones y reparten lo que Él multiplica. Es un signo pascual, que evoca la última Cena y anticipa la misión de la Iglesia después de la Resurrección.

Aquí hay dos enseñanzas fundamentales:

  • El Señor provee en el desierto. No nos deja morir de hambre, sino que nos alimenta con su Palabra y con su Cuerpo.
  • La misión de la Iglesia es ser puente. Como los discípulos, estamos llamados a llevar a Jesús lo que tenemos, aunque parezca poco, para que Él lo bendiga y lo multiplique en favor de todos.

4. Año Jubilar: Pan que da esperanza

Este gesto de Jesús cobra un brillo especial en el Año Jubilar. Somos peregrinos que no caminan con las manos vacías: llevamos el Pan vivo que es Cristo. El Jubileo nos recuerda que nuestra misión no es acumular provisiones para nosotros, sino compartir el pan material y espiritual con quienes caminan a nuestro lado.
La multiplicación de los panes es también una invitación a la solidaridad: cuando ponemos en común lo que tenemos, aunque sea poco, Dios lo multiplica.


5. San Juan María Vianney: Pastor según el corazón de Cristo

Hoy, la Iglesia recuerda a San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, patrono de los párrocos. Él fue, para su comunidad, como un discípulo que lleva a Cristo a todos, multiplicando el pan de la Palabra y del perdón. Pasaba horas en el confesionario, alimentando a su pueblo con la misericordia de Dios.
Su vida nos recuerda que el pastor, como Jesús, debe conocer el hambre de su pueblo y no cansarse de dar de comer con amor, incluso cuando el cansancio o las críticas aparecen.


6. Oración por los difuntos: Pan de vida eterna

En este día, también elevamos nuestra oración por los fieles difuntos. Ellos caminaron su propio desierto y, por la fe, confiamos en que ya se sientan en el banquete eterno. Cada Eucaristía es un anticipo de ese banquete, donde Cristo es el Pan que no se agota. Orar por los difuntos es un acto de amor y esperanza: pedimos para ellos el descanso y la plenitud de la promesa que nosotros aún buscamos.


7. Aplicación a la vida

Hermanos, el Evangelio nos deja hoy tres caminos concretos:

1.    No idealizar el pasado cuando Dios nos llama a avanzar hacia algo nuevo.

2.    Entregar a Jesús lo que tenemos, aunque parezca poco, para que Él lo multiplique.

3.    Caminar con esperanza, como verdaderos peregrinos, compartiendo el pan del amor y la fe.


8. Conclusión

Que San Juan María Vianney interceda por nosotros, para que no caigamos en la trampa de la nostalgia que nos paraliza, sino que vivamos con hambre de Dios y sed de justicia. Que en este Año Jubilar no nos falte el Pan que da vida eterna y la esperanza que no defrauda. Y que nuestros difuntos, alimentados en vida con ese Pan, gocen ya de la plenitud en la casa del Padre.

Amén.

https://padregusqui.blogspot.com/2017/08/viviendo-extraordinariamente-el-tiempo_7.html

 

 

2


Homilía

 

1. Introducción: Entre la nostalgia y el presente de Dios

Queridos hermanos y hermanas:

La Palabra de Dios hoy nos pone frente a un dilema que atraviesa el corazón humano: ¿vivir en la nostalgia de lo que fue o abrirse con confianza al “hoy” de Dios?
El libro de los Números nos presenta un pueblo que ha visto maravillas, que ha sido liberado de la esclavitud, que ha cruzado el mar gracias al poder de Dios… pero que, a pesar de todo, se queja. La memoria corta los hace idealizar Egipto como si hubiese sido una “tierra prometida”, olvidando que allí fueron esclavos.
Esta situación la podríamos llamar “el hoy de Dios”: la dificultad para reconocer y acoger lo que el Señor nos da ahora, porque nos parece monótono o insuficiente, y preferimos soñar con un pasado que nunca fue tan bueno como lo recordamos.


2. El peligro de idealizar el pasado

Esta actitud del pueblo de Israel no es ajena a nosotros. ¡Cuántas veces miramos hacia atrás con una visión selectiva! Recordamos lo que nos daba placer o seguridad, pero olvidamos el precio que pagábamos por ello. Es el espejismo de la esclavitud:

·        En lo personal, puede ser un pecado, una relación dañina, un estilo de vida sin Dios, que ahora, por momentos de prueba, parece más “fácil” que la fidelidad actual.

·        En lo comunitario, puede ser la añoranza de un tiempo pasado en la Iglesia o en la sociedad, olvidando que también entonces había luchas, injusticias y desafíos.

El Año Jubilar que estamos viviendo nos recuerda que no se peregrina hacia atrás, sino hacia adelante. El jubileo es tiempo de gracia para caminar, no para estancarse en nostalgias estériles.


3. El “hoy” de Dios en el desierto

Dios actúa en el presente. El maná en el desierto no era una reserva acumulada para semanas, sino un pan que caía cada día, obligando al pueblo a confiar. El problema es que el corazón humano prefiere el almacén lleno antes que la fe diaria.
La queja de Israel es, en el fondo, un rechazo al presente de Dios y una impaciencia frente a su promesa. Pero el hoy de Dios siempre es providente, incluso cuando no se ajusta a nuestras expectativas.


4. El Evangelio: Pan para el camino

En el Evangelio, Jesús se conmueve ante la multitud y los alimenta multiplicando cinco panes y dos peces. Antes de hacerlo, bendice, parte y reparte, anticipando el misterio eucarístico.
Aquí encontramos tres detalles claves:

1.    Jesús provee incluso en el lugar desierto, como Dios proveyó el maná.

2.    Los discípulos son mediadores, llevando a Jesús lo que hay y distribuyendo lo que Él multiplica.

3.    Los doce canastos llenos simbolizan a todo el pueblo de Dios: la salvación y la providencia son para todos.

La diferencia con Israel en el desierto es que aquí la multitud acoge con gratitud el pan que recibe. En la Eucaristía dominical, nosotros estamos llamados a esa misma gratitud y apertura al hoy de Dios.


5. San Juan María Vianney: Pastor que vivió el hoy de Dios

Hoy recordamos a San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, patrono de los párrocos. Él no vivió aferrado a lo que “hubiese podido ser” ni añorando un pasado más cómodo. Aceptó con humildad su presente —pobreza, limitaciones intelectuales, críticas— y lo convirtió en un espacio de gracia.
Pasaba largas horas en el confesionario, multiplicando el pan del perdón y de la misericordia. Su vida fue una Eucaristía vivida: bendecía con su palabra, partía su tiempo y sus fuerzas, y repartía el amor de Dios a todos.


6. Oración por los difuntos: la plenitud del hoy eterno

En este día, oramos por los fieles difuntos. Ellos ya han terminado su peregrinación y confiamos en que gozan del “hoy eterno” de Dios, donde no hay nostalgia ni cansancio, sino plenitud y gozo.
Nuestra oración por ellos es también un recordatorio: el camino que recorremos tiene una meta segura, y la Eucaristía es un anticipo de ese banquete celestial.


7. Aplicaciones prácticas para nuestra vida

La Palabra nos invita hoy a:

·        Reconocer y agradecer el hoy de Dios, incluso si es humilde o monótono.

·        Evitar idealizar el pasado como refugio, cuando Dios nos llama a avanzar.

·        Ofrecer lo poco que tenemos para que Cristo lo bendiga y lo multiplique.

·        Ser mediadores de la gracia, como los discípulos que reparten el pan.

·        Caminar como peregrinos de la esperanza, sin retroceder al Egipto de nuestras esclavitudes.


8. Conclusión

Hermanos, la memoria corta puede hacernos olvidar la opresión del ayer y la presencia activa de Dios hoy.

Que San Juan María Vianney nos enseñe a vivir el presente con fidelidad y esperanza, sirviendo y alimentando a los demás con lo que el Señor nos confía.
En este Año Jubilar, recibamos cada Eucaristía como el pan multiplicado para nuestra vida y como anticipo del banquete eterno donde esperamos reencontrarnos con nuestros difuntos.

Amén.

 https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-08-04



3

 

Homilía

Lecturas:

·        Números 11, 4b-15

·        Salmo 80 (81): “Aclamemos al Señor, nuestra fuerza.”

·        Mateo 14, 13-21


1. Introducción: El pan recibido para ser compartido

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre un gesto que a veces pasa inadvertido en el Evangelio de la multiplicación de los panes: Jesús no entrega el pan directamente a la multitud, sino que lo pone primero en manos de sus discípulos para que ellos lo distribuyan.
Es un detalle cargado de significado: el Señor quiere asociarnos a su obra. Podría alimentar directamente a todos, pero elige hacerlo a través de mediadores. Esto nos recuerda que cada don que recibimos de Dios no es para retenerlo, sino para entregarlo.


2. El contraste con Israel en el desierto

La primera lectura, tomada del libro de los Números, nos presenta un pueblo que, habiendo recibido el maná del cielo, se queja y añora los alimentos de Egipto, olvidando que allí eran esclavos. Es la “memoria corta” que idealiza el pasado y desprecia el presente de Dios.
En cambio, los discípulos en el Evangelio reciben el pan bendecido por Jesús y, en vez de guardarlo para sí, lo reparten de inmediato. El contraste es claro: la queja bloquea la bendición, la entrega la multiplica.


3. La lógica del Reino: dar antes de recibir

El comentario que meditamos nos ayuda a entenderlo: si los discípulos hubieran pensado en comer primero para saciarse antes de dar a los demás, la multiplicación no habría ocurrido. El milagro se produce porque se da lo recibido sin retenerlo.
Esta es la lógica del Reino:

·        Dios nos alimenta para que alimentemos.

·        Nos consuela para que consolemos.

·        Nos ilumina para que iluminemos.

El Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza” nos llama precisamente a vivir en esta dinámica de gracia compartida: todo lo que el Señor pone en nuestras manos está destinado a llegar a otros.


4. Aplicación a nuestra vida espiritual

En nuestra vida cotidiana, esta enseñanza se traduce así:

·        Si recibimos paz, es para sembrarla en quien vive angustiado.

·        Si recibimos alegría, es para transmitirla a quien está triste.

·        Si recibimos luz en la Palabra, es para anunciarla a quien aún camina en tinieblas.

Retener la gracia es como encerrar un manantial: el agua se estanca y pierde su frescura. Compartirla la hace fluir y multiplicarse.


5. San Juan María Vianney: Un pan partido para todos

Hoy celebramos a San Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, que entendió profundamente esta lógica. Su vida fue una continua entrega: partía su tiempo, su descanso, sus fuerzas para darlas a su comunidad. El confesionario fue su mesa de multiplicación, donde el perdón de Dios se derramaba en abundancia.

Él no se guardaba la gracia para sí; la ofrecía incansablemente, y por eso Dios le confió aún más.


6. Oración por los difuntos: herencia de gracia

En este día, oramos también por nuestros fieles difuntos. Ellos recibieron y, de muchas maneras, compartieron la gracia de Dios en su vida. Nosotros heredamos de ellos gestos de fe, valores, oraciones.
Pedir por ellos es también reconocer que estamos unidos en esta corriente de gracia que circula de Dios a nosotros y de nosotros a los demás, hasta alcanzar la plenitud en la eternidad.


7. Año Jubilar: Peregrinos que comparten

En este tiempo jubilar, el Papa nos invita a ser peregrinos de la esperanza. Un peregrino no carga su mochila solo para sí, sino que comparte agua y pan en el camino. La esperanza no se guarda: se ofrece, se multiplica cuando se transmite.


8. Conclusión

Hermanos, hoy el Señor nos recuerda que cada gracia recibida es una misión. El pan que llega a nuestras manos viene con la orden de entregarlo. Y cuanto más damos, más recibimos.
Que la intercesión de San Juan María Vianney nos ayude a ser generosos administradores de los dones de Dios. Que en este Año Jubilar caminemos sin retener, dando de lo que hemos recibido, para que el milagro de la multiplicación de la gracia continúe hasta que todos coman y queden saciados, en la mesa del Reino eterno, junto con nuestros difuntos.

Amén.

https://catholic-daily-reflections.com/2025/08/03/giving-what-you-receive-3/


*********

 

4 de agosto:

San Juan María Vianney (el Cura de Ars), Presbítero — Memoria
1786–1859
Patrono de los párrocos, de todos los sacerdotes y de los confesores
Canonizado por el Papa Pío XI en 1925

 


Cita:


…Creo, hermanos, que ustedes querrían saber cuál es el estado del alma tibia. Pues bien, este es. Un alma tibia no está del todo muerta a los ojos de Dios porque la fe, la esperanza y la caridad que son su vida espiritual no están completamente extinguidas. Pero es una fe sin celo, una esperanza sin resolución, una caridad sin ardor. Nada conmueve a esta alma: escucha la Palabra de Dios, sí, es verdad; pero a menudo le aburre… ¿Quién puede atreverse a asegurarse a sí mismo que no es ni un gran pecador ni un alma tibia, sino que es uno de los elegidos? ¡Ay, hermanos míos!, cuántos parecen ser buenos cristianos a los ojos del mundo, pero en realidad son almas tibias a los ojos de Dios, que conoce lo más íntimo de nuestros corazones. Pidamos a Dios con todo nuestro corazón, si estamos en este estado, que nos dé la gracia de salir de él, para que podamos tomar el camino que todos los santos han recorrido y llegar a la felicidad que ellos están disfrutando. Eso es lo que deseo para ustedes.


~Homilía, San Juan María Vianney

 

Reflexión:

Juan María Bautista Vianney fue el cuarto de seis hijos nacidos de padres católicos devotos en Dardilly, un pueblo rural situado cerca de Lyon, en el este de Francia. Juan nació apenas tres años antes del inicio de la Revolución Francesa, durante la cual la Iglesia Católica fue ferozmente atacada. El culto público fue suprimido, las iglesias fueron cerradas o reconvertidas, y muchos sacerdotes, bajo coacción, juraron lealtad al nuevo Estado, se ocultaron o fueron asesinados. Durante el Reinado del Terror, de 1793 a 1794, miles de clérigos en Francia fueron ejecutados en la guillotina. Fue un tiempo caótico en Francia y aún más caótico para ser sacerdote.

Durante este tiempo, la familia Vianney a menudo escondía sacerdotes y asistía a sus misas clandestinas en granjas cercanas. El testimonio de aquellos sacerdotes que arriesgaban su vida para ofrecer los sacramentos fue una fuente poderosa de inspiración para el joven Juan, motivándolo más tarde a convertirse en sacerdote. Dadas las circunstancias, Juan pasó la mayor parte de su infancia ayudando en la granja familiar y cuidando los rebaños, más que asistiendo a la escuela. Recibió una educación sencilla de su madre, pero era prácticamente analfabeto durante su adolescencia. Recibió instrucción catequética en secreto de dos religiosas para prepararse para su Primera Comunión, que recibió a los trece años en la casa de un vecino.

En 1799, Napoleón tomó el poder en Francia y, en 1801, él y el Papa Pío VII firmaron un acuerdo llamado el Concordato. Este acuerdo no restauró por completo los derechos anteriores de la Iglesia Católica, pero sí reconoció el catolicismo como la fe de la mayoría de los ciudadanos franceses y permitió el culto público, aunque regulado por el Estado. En 1806, el párroco de la aldea vecina de Écully, el Padre Balley, abrió una escuela para aspirantes al seminario. A los veinte años, Juan comenzó allí su formación formal. Aunque tuvo grandes dificultades, especialmente con el latín, su fe era evidente y su humildad profunda.

En 1809, su formación fue interrumpida cuando fue reclutado para el ejército de Napoleón para combatir a los españoles durante la Guerra de la Quinta Coalición. Antes, los seminaristas estaban exentos del servicio militar, pero Napoleón, ante las fuertes bajas, abolió la exención. Tras unirse a su regimiento, Juan cayó enfermo, fue hospitalizado y quedó rezagado. Luego fue asignado a otro regimiento, pero, absorto en la oración en una iglesia cercana, perdió la partida de sus compañeros. Fue enviado a alcanzarlos, pero no logró encontrarlos y, en cambio, fue mal dirigido a la aldea de Noes, donde se escondían varios desertores. Lo convencieron de quedarse, cambiar de nombre, ocultarse y enseñar en la escuela. Permaneció allí más de un año. Finalmente, obtuvo amnistía y pudo regresar a Écully para continuar su formación con el Padre Balley.

Aunque siguió teniendo dificultades en los estudios, el Padre Balley lo apoyó, viendo en él una verdadera vocación, un profundo amor a la Virgen María y una intensa vida de oración. Tras completar sus estudios en Écully, el Padre Balley convenció al Vicario General de la diócesis de admitirlo en el seminario diocesano. Juan perseveró. Cuando llegó el momento de su ordenación, algunos dudaban de su idoneidad. El obispo preguntó por su piedad y le respondieron que rezaba el rosario como un ángel. Eso bastó al obispo. Juan fue ordenado sacerdote el 12 de agosto de 1815 y enviado como vicario a Écully, donde sirvió dos años hasta la muerte del Padre Balley.

En 1817, el Padre Vianney fue enviado como capellán a la iglesia de San Sixto, en Ars, una comunidad agrícola de poco más de 200 habitantes. Permanecería allí los siguientes cuarenta y un años. Se cuenta que, en el camino, se encontró con un niño que cuidaba ovejas. Le preguntó cuánto faltaba para llegar a Ars y el niño lo guió. Al ver el campanario, el Padre Vianney se arrodilló, oró largamente y luego continuó. Al llegar, le dijo al niño: “Tú me has mostrado el camino a Ars, yo te mostraré el camino al Cielo.”

Ars era conocida por sus bailes, borracheras y blasfemias. La iglesia estaba deteriorada, la moral baja y la asistencia a misa escasa. El Padre Vianney se puso a trabajar de inmediato. Los vecinos ni siquiera sabían que recibirían un capellán, así que nadie asistió a sus primeras misas. Pero, al verlo orar ante el Santísimo, la curiosidad creció y la gente empezó a asistir. Sus homilías eran sencillas y directas: evitar el pecado, vivir en gracia, orar, recibir los sacramentos —especialmente la confesión y la Eucaristía— y vivir la caridad y la virtud.

En tres años, Ars comenzó a transformarse. El Padre Vianney oraba largas horas, hacía severas penitencias y ayunos (alimentándose casi solo de patatas hervidas), restauró la iglesia, visitó casas y aldeas cercanas. En 1823, el obispo elevó la iglesia a parroquia, nombrándolo párroco. En 1827, podía decir: “Ars ya no es Ars.” La gente acudía en masa a misa y a confesarse. Pronto, su fama atrajo a miles cada año; algunos días pasaba hasta dieciséis horas en el confesionario. En la década de 1850, decenas o cientos de miles de peregrinos llegaban a Ars. Se construyó una iglesia más grande y hasta un ferrocarril para facilitar el acceso.

Su método sacerdotal era sencillo: dejar que Dios actuara a través de él. El diablo, dicen, lo atormentó muchas veces, admitiendo en una ocasión: “Si hubiera tres como tú en Francia, no podría poner un pie aquí.”

Al honrar a este santo sacerdote, pensemos en la importancia del sacerdocio. San Juan Vianney decía: “Si me encontrara con un sacerdote y un ángel, saludaría primero al sacerdote… Si no hubiera sacerdote, la Pasión y muerte de Jesús no servirían de nada. ¿De qué sirve un cofre lleno de oro si no hay quien lo abra? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del Cielo.” Aunque pocos sacerdotes alcanzan plenamente la dignidad y responsabilidad de su ministerio, todos llevan en sí el poder sagrado de dispensar la misericordia de Dios, absolver los pecados y hacer presente la Pasión de Cristo en la Eucaristía.

Oración:

San Juan María Vianney, amaste a Dios con todo tu corazón y lo diste a conocer a tu pueblo. Por ti, Ars y gran parte de Francia se convirtieron. Ruega por mí, para que esté abierto al ministerio de los sacerdotes, recibiendo por ellos la Palabra y la gracia de Dios, y ofreciéndoles el amor, apoyo y respeto que merecen. Rezo especialmente por los sacerdotes que forman parte de mi vida, para que sean pastores santos a imitación de Cristo. San Juan Vianney, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.


https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/august-4---saint-jean-vianney-the-cur-of-ars-priest/ 


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