Santo del día:
San Juan María Vianney
1786-1859. «Venid a
comulgar, venid a Jesús, venid a vivir de él, para vivir para él»,
recomendaba el famoso sacerdote de Ars (Ain). Canonizado en 1925, fue
proclamado santo patrón de todos los sacerdotes del mundo en 1929.
El “hoy” de Dios
(Números 11, 4b-15) El
libro de los Números nos invita a interrogarnos sobre nuestra relación con el
“hoy” de Dios. El pueblo, como nosotros lo hacemos a menudo, idealiza el pasado
y llega a preferir un “confort” relativo —aunque acompañado de una servidumbre
muy real— a la novedad de un presente del que solo percibe el aspecto
repetitivo y cansino. ¿No es esto la manifestación del olvido… olvido de la
opresión, de las grandes obras de Dios, de su presencia activa y de su promesa,
que se cumplirá a su debido tiempo?
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Solo no puedo
cargar con este pueblo
Lectura del libro de los Números.
EN aquellos días, dijeron los hijos de Israel:
«¡Quién nos diera carne para comer! ¡Cómo nos acordamos del pescado que
comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y
ajos! En cambio ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná».
(El maná se parecía a la semilla de cilantro, y tenía color amarillento como la
resina; el pueblo se dispersaba para recogerlo, lo molían en la muela o lo
machacaban en el mortero, lo cocinaban en la olla y hacían con él hogazas que
sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y encima de
él el maná).
Moisés oyó cómo el pueblo lloraba, una familia tras otra, cada uno a la entrada
de su tienda, provocando la ira del Señor. Y disgustado, dijo al Señor:
«¿Por qué tratas mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia a tus ojos,
sino que me haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este
pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: “Coge en brazos a este pueblo,
como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí con juramento
a sus padres”? ¿De dónde voy a sacar carne para repartirla a todo el pueblo,
que me viene llorando: “Danos de comer carne”? Yo solo no puedo cargar con
todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, hazme morir,
por favor, si he hallado gracia a tus ojos; así no veré más mi desventura».
Palabra de Dios.
Salmo
R. Aclamen
a Dios, nuestra fuerza.
V. Mi pueblo
no escuchó mi voz,
Israel no quiso obedecer:
los entregué a su corazón obstinado,
para que anduviesen según sus antojos. R.
V. ¡Ojalá me
escuchase mi pueblo
y caminase Israel por mi camino!:
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios. R.
V. Los que
aborrecen al Señor lo adularían,
y su suerte quedaría fijada;
los alimentaría con flor de harina,
los saciaría con miel silvestre. R.
Aclamación
V. No
solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. R.
Evangelio
Alzando la
mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los
discípulos se los dieron a la gente
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se
marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo,
lo siguió por tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los
enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a
las aldeas y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, denles ustedes de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».
Les dijo:
«Tráiganmelos».
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes
y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los
panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron
todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos
cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Palabra del Señor.
1
Homilía
Lecturas:
- Números 11, 4b-15
- Salmo 80 (81): “Aclamemos al Señor,
nuestra fuerza.”
- Mateo 14, 13-21
1. Introducción: Entre la nostalgia y la esperanza
Queridos hermanos y hermanas:
La Palabra de Dios hoy nos presenta un espejo de
nuestra propia historia personal y comunitaria. El libro de los Números nos
relata la queja del pueblo de Israel en el desierto. ¡Qué memoria tan corta!
Apenas habían salido de la esclavitud y ya añoraban “los pepinos, melones,
puerros, cebollas y ajos” de Egipto, olvidando que allí habían vivido bajo el
látigo del opresor. Es el drama humano de preferir, a veces, una comodidad
aparente y sin libertad antes que enfrentar el reto y la incomodidad de caminar
hacia la verdadera Tierra Prometida.
Esto nos interpela en el Año Jubilar, cuando
el Papa nos invita a vivir como “Peregrinos de la Esperanza”. El
peregrino, como Israel en el desierto, no vive en la nostalgia del pasado ni en
la desesperanza del presente, sino que camina con los ojos fijos en la meta.
Sin embargo, como Israel, podemos caer en la tentación de idealizar aquello de
lo que el Señor ya nos liberó, ya sea un pecado, un vicio, una relación tóxica
o un estilo de vida contrario al Evangelio.
2. Nostalgia de Egipto: el
peligro de idealizar el pasado
La queja de Israel en el desierto no es muy
distinta a las nuestras. A veces decimos: “Antes estaba mejor, antes la vida
era más fácil, antes la fe era más fuerte…” y olvidamos que Dios nos ha
estado conduciendo. La nostalgia de Egipto simboliza esa mirada
distorsionada que hace olvidar las cadenas y recordar solo los sabores.
Esta actitud puede también aparecer en la vida
espiritual: cuando el camino de la fe se vuelve exigente, podemos añorar el
“Egipto” del pecado, porque en ese momento nos parecía más cómodo, aunque nos
robaba la dignidad y la paz. San Juan María Vianney lo decía con claridad: “El
pecado es la desgracia más grande que nos puede pasar, porque nos quita a
Dios.”
3. El Evangelio: Jesús, Pan para
el camino
En el Evangelio, Jesús se retira a un lugar
solitario, pero la multitud lo sigue. Él no se cansa de enseñar ni de
alimentar. Bendice, parte el pan y lo reparte, en un gesto que anticipa la Eucaristía.
Los discípulos son mediadores: llevan a Jesús las pocas provisiones y reparten
lo que Él multiplica. Es un signo pascual, que evoca la última Cena y
anticipa la misión de la Iglesia después de la Resurrección.
Aquí hay dos enseñanzas fundamentales:
- El
Señor provee en el desierto. No nos deja morir de hambre, sino que nos
alimenta con su Palabra y con su Cuerpo.
- La
misión de la Iglesia es ser puente. Como los discípulos, estamos llamados a
llevar a Jesús lo que tenemos, aunque parezca poco, para que Él lo bendiga
y lo multiplique en favor de todos.
4. Año Jubilar: Pan que da
esperanza
Este gesto de Jesús cobra un brillo especial en el
Año Jubilar. Somos peregrinos que no caminan con las manos vacías:
llevamos el Pan vivo que es Cristo. El Jubileo nos recuerda que nuestra misión
no es acumular provisiones para nosotros, sino compartir el pan material y espiritual
con quienes caminan a nuestro lado.
La multiplicación de los panes es también una invitación a la solidaridad:
cuando ponemos en común lo que tenemos, aunque sea poco, Dios lo multiplica.
5. San Juan María Vianney: Pastor
según el corazón de Cristo
Hoy, la Iglesia recuerda a San Juan María
Vianney, el santo Cura de Ars, patrono de los párrocos. Él fue, para su
comunidad, como un discípulo que lleva a Cristo a todos, multiplicando el pan
de la Palabra y del perdón. Pasaba horas en el confesionario, alimentando a su
pueblo con la misericordia de Dios.
Su vida nos recuerda que el pastor, como Jesús, debe conocer el hambre de su
pueblo y no cansarse de dar de comer con amor, incluso cuando el cansancio
o las críticas aparecen.
6. Oración por los difuntos: Pan
de vida eterna
En este día, también elevamos nuestra oración por
los fieles difuntos. Ellos caminaron su propio desierto y, por la fe,
confiamos en que ya se sientan en el banquete eterno. Cada Eucaristía es un
anticipo de ese banquete, donde Cristo es el Pan que no se agota. Orar por los
difuntos es un acto de amor y esperanza: pedimos para ellos el descanso y la
plenitud de la promesa que nosotros aún buscamos.
7. Aplicación a la vida
Hermanos, el Evangelio nos deja hoy tres caminos
concretos:
1. No idealizar el pasado cuando Dios nos llama a avanzar
hacia algo nuevo.
2. Entregar a Jesús lo que tenemos, aunque parezca poco, para que
Él lo multiplique.
3. Caminar con esperanza, como verdaderos peregrinos,
compartiendo el pan del amor y la fe.
8. Conclusión
Que San Juan María Vianney interceda por nosotros,
para que no caigamos en la trampa de la nostalgia que nos paraliza, sino que
vivamos con hambre de Dios y sed de justicia. Que en este Año Jubilar no nos
falte el Pan que da vida eterna y la esperanza que no defrauda. Y que nuestros
difuntos, alimentados en vida con ese Pan, gocen ya de la plenitud en la casa
del Padre.
Amén.
https://padregusqui.blogspot.com/2017/08/viviendo-extraordinariamente-el-tiempo_7.html
2
Homilía
1. Introducción: Entre la nostalgia y el presente de Dios
Queridos
hermanos y hermanas:
La
Palabra de Dios hoy nos pone frente a un dilema que atraviesa el corazón
humano: ¿vivir en la
nostalgia de lo que fue o abrirse con confianza al “hoy” de Dios?
El libro de los Números nos presenta un pueblo que ha visto maravillas, que ha
sido liberado de la esclavitud, que ha cruzado el mar gracias al poder de Dios…
pero que, a pesar de todo, se queja. La memoria corta los hace idealizar Egipto
como si hubiese sido una “tierra prometida”, olvidando que allí fueron
esclavos.
Esta situación la podríamos llamar “el
hoy de Dios”: la dificultad para reconocer y acoger lo que el
Señor nos da ahora, porque nos parece monótono o insuficiente, y preferimos
soñar con un pasado que nunca fue tan bueno como lo recordamos.
2. El peligro de idealizar el pasado
Esta
actitud del pueblo de Israel no es ajena a nosotros. ¡Cuántas veces miramos
hacia atrás con una visión selectiva! Recordamos lo que nos daba placer o
seguridad, pero olvidamos el precio que pagábamos por ello. Es el espejismo de
la esclavitud:
·
En lo personal, puede ser un pecado,
una relación dañina, un estilo de vida sin Dios, que ahora, por momentos de
prueba, parece más “fácil” que la fidelidad actual.
·
En lo comunitario, puede ser la añoranza
de un tiempo pasado en la Iglesia o en la sociedad, olvidando que también
entonces había luchas, injusticias y desafíos.
El
Año Jubilar
que estamos viviendo nos recuerda que no
se peregrina hacia atrás, sino hacia adelante. El jubileo es
tiempo de gracia para caminar, no para estancarse en nostalgias estériles.
3. El “hoy” de Dios en el desierto
Dios
actúa en el presente. El maná en el desierto no era una reserva acumulada para
semanas, sino un pan que caía cada día, obligando al pueblo a confiar. El
problema es que el corazón humano prefiere el almacén lleno antes que la fe
diaria.
La queja de Israel es, en el fondo, un rechazo al presente de Dios y una
impaciencia frente a su promesa. Pero el
hoy de Dios siempre es providente, incluso cuando no se ajusta
a nuestras expectativas.
4. El Evangelio: Pan para el camino
En
el Evangelio, Jesús se conmueve ante la multitud y los alimenta multiplicando
cinco panes y dos peces. Antes de hacerlo, bendice, parte y reparte, anticipando el
misterio eucarístico.
Aquí encontramos tres detalles claves:
1.
Jesús provee incluso en el lugar
desierto, como Dios proveyó el maná.
2.
Los discípulos son mediadores, llevando a Jesús lo
que hay y distribuyendo lo que Él multiplica.
3.
Los doce canastos llenos simbolizan a todo el
pueblo de Dios: la salvación y la providencia son para todos.
La
diferencia con Israel en el desierto es que aquí la multitud acoge con gratitud
el pan que recibe. En la Eucaristía dominical, nosotros estamos llamados a esa
misma gratitud y apertura al hoy de Dios.
5. San Juan María Vianney: Pastor que vivió el hoy de Dios
Hoy
recordamos a San Juan
María Vianney, el santo Cura de Ars, patrono de los párrocos.
Él no vivió aferrado a lo que “hubiese podido ser” ni añorando un pasado más
cómodo. Aceptó con humildad su presente —pobreza, limitaciones intelectuales,
críticas— y lo convirtió en un espacio de gracia.
Pasaba largas horas en el confesionario, multiplicando el pan del perdón y de
la misericordia. Su vida fue una Eucaristía vivida: bendecía con su palabra,
partía su tiempo y sus fuerzas, y repartía el amor de Dios a todos.
6. Oración por los difuntos: la plenitud del hoy eterno
En
este día, oramos por los fieles
difuntos. Ellos ya han terminado su peregrinación y confiamos
en que gozan del “hoy eterno” de Dios, donde no hay nostalgia ni cansancio,
sino plenitud y gozo.
Nuestra oración por ellos es también un recordatorio: el camino que recorremos
tiene una meta segura, y la Eucaristía es un anticipo de ese banquete
celestial.
7. Aplicaciones prácticas para nuestra vida
La Palabra nos
invita hoy a:
·
Reconocer y agradecer el hoy de Dios, incluso si es humilde
o monótono.
·
Evitar idealizar el pasado como refugio, cuando
Dios nos llama a avanzar.
·
Ofrecer lo poco que tenemos para que Cristo lo
bendiga y lo multiplique.
·
Ser mediadores de la gracia, como los discípulos
que reparten el pan.
·
Caminar como peregrinos de la esperanza, sin retroceder al
Egipto de nuestras esclavitudes.
8. Conclusión
Hermanos,
la memoria corta puede hacernos olvidar la opresión del ayer y la presencia
activa de Dios hoy.
Que
San Juan María Vianney nos enseñe a vivir el presente con fidelidad y
esperanza, sirviendo y alimentando a los demás con lo que el Señor nos confía.
En este Año Jubilar, recibamos cada Eucaristía como el pan multiplicado para
nuestra vida y como anticipo del banquete eterno donde esperamos reencontrarnos
con nuestros difuntos.
Amén.
3
Homilía
Lecturas:
·
Números 11, 4b-15
·
Salmo 80 (81): “Aclamemos al Señor,
nuestra fuerza.”
·
Mateo 14, 13-21
1. Introducción: El pan recibido para ser compartido
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy,
la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre un gesto que a veces pasa
inadvertido en el Evangelio de la multiplicación de los panes: Jesús no entrega el pan directamente a
la multitud, sino que lo pone primero en manos de sus
discípulos para que ellos lo distribuyan.
Es un detalle cargado de significado: el Señor quiere asociarnos a su obra.
Podría alimentar directamente a todos, pero elige hacerlo a través de
mediadores. Esto nos recuerda que cada don que recibimos de Dios no es para retenerlo, sino para
entregarlo.
2. El contraste con Israel en el desierto
La
primera lectura, tomada del libro de los Números, nos presenta un pueblo que,
habiendo recibido el maná del cielo, se queja y añora los alimentos de Egipto,
olvidando que allí eran esclavos. Es la “memoria corta” que idealiza el pasado
y desprecia el presente de Dios.
En cambio, los discípulos en el Evangelio reciben el pan bendecido por Jesús y,
en vez de guardarlo para sí, lo reparten de inmediato. El contraste es claro: la queja bloquea la bendición, la
entrega la multiplica.
3. La lógica del Reino: dar antes de recibir
El
comentario que meditamos nos ayuda a entenderlo: si los discípulos hubieran
pensado en comer primero para saciarse antes de dar a los demás, la
multiplicación no habría ocurrido. El milagro se produce porque se da lo recibido sin retenerlo.
Esta es la lógica del Reino:
·
Dios nos alimenta para que alimentemos.
·
Nos consuela para que consolemos.
·
Nos ilumina para que iluminemos.
El
Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza” nos llama precisamente a vivir en esta
dinámica de gracia
compartida: todo lo que el Señor pone en nuestras manos está
destinado a llegar a otros.
4. Aplicación a nuestra vida espiritual
En
nuestra vida cotidiana, esta enseñanza se traduce así:
·
Si
recibimos paz,
es para sembrarla en quien vive angustiado.
·
Si
recibimos alegría,
es para transmitirla a quien está triste.
·
Si
recibimos luz en la
Palabra, es para anunciarla a quien aún camina en tinieblas.
Retener
la gracia es como encerrar un manantial: el agua se estanca y pierde su
frescura. Compartirla la hace fluir y multiplicarse.
5. San Juan María Vianney: Un pan partido para todos
Hoy
celebramos a San Juan
María Vianney, el santo Cura de Ars, que entendió profundamente
esta lógica. Su vida fue una continua entrega: partía su tiempo, su descanso,
sus fuerzas para darlas a su comunidad. El confesionario fue su mesa de
multiplicación, donde el perdón de Dios se derramaba en abundancia.
Él
no se guardaba la gracia para sí; la ofrecía incansablemente, y por eso Dios le
confió aún más.
6. Oración por los difuntos: herencia de gracia
En
este día, oramos también por nuestros fieles
difuntos. Ellos recibieron y, de muchas maneras, compartieron
la gracia de Dios en su vida. Nosotros heredamos de ellos gestos de fe,
valores, oraciones.
Pedir por ellos es también reconocer que estamos unidos en esta corriente de
gracia que circula de Dios a nosotros y de nosotros a los demás, hasta alcanzar
la plenitud en la eternidad.
7. Año Jubilar: Peregrinos que comparten
En
este tiempo jubilar, el Papa nos invita a ser peregrinos de la esperanza. Un peregrino no
carga su mochila solo para sí, sino que comparte agua y pan en el camino. La
esperanza no se guarda: se ofrece, se multiplica cuando se transmite.
8. Conclusión
Hermanos,
hoy el Señor nos recuerda que cada
gracia recibida es una misión. El pan que llega a nuestras
manos viene con la orden de entregarlo. Y cuanto más damos, más recibimos.
Que la intercesión de San Juan María Vianney nos ayude a ser generosos
administradores de los dones de Dios. Que en este Año Jubilar caminemos sin
retener, dando de lo que hemos recibido, para que el milagro de la
multiplicación de la gracia continúe hasta que todos coman y queden saciados,
en la mesa del Reino eterno, junto con nuestros difuntos.
Amén.
https://catholic-daily-reflections.com/2025/08/03/giving-what-you-receive-3/
*********
4 de agosto:
San Juan María Vianney (el Cura de Ars), Presbítero
— Memoria
1786–1859
Patrono de los párrocos, de todos los sacerdotes y de los confesores
Canonizado por el Papa Pío XI en 1925
Cita:
…Creo, hermanos, que ustedes querrían saber cuál es el estado del alma
tibia. Pues bien, este es. Un alma tibia no está del todo muerta a los ojos de
Dios porque la fe, la esperanza y la caridad que son su vida espiritual no
están completamente extinguidas. Pero es una fe sin celo, una esperanza sin
resolución, una caridad sin ardor. Nada conmueve a esta alma: escucha la
Palabra de Dios, sí, es verdad; pero a menudo le aburre… ¿Quién puede atreverse
a asegurarse a sí mismo que no es ni un gran pecador ni un alma tibia, sino que
es uno de los elegidos? ¡Ay, hermanos míos!, cuántos parecen ser buenos
cristianos a los ojos del mundo, pero en realidad son almas tibias a los ojos
de Dios, que conoce lo más íntimo de nuestros corazones. Pidamos a Dios con
todo nuestro corazón, si estamos en este estado, que nos dé la gracia de salir
de él, para que podamos tomar el camino que todos los santos han recorrido y
llegar a la felicidad que ellos están disfrutando. Eso es lo que deseo para
ustedes.
~Homilía, San Juan María Vianney
Reflexión:
Juan María Bautista Vianney fue el cuarto de seis
hijos nacidos de padres católicos devotos en Dardilly, un pueblo rural situado
cerca de Lyon, en el este de Francia. Juan nació apenas tres años antes del
inicio de la Revolución Francesa, durante la cual la Iglesia Católica fue
ferozmente atacada. El culto público fue suprimido, las iglesias fueron
cerradas o reconvertidas, y muchos sacerdotes, bajo coacción, juraron lealtad
al nuevo Estado, se ocultaron o fueron asesinados. Durante el Reinado del
Terror, de 1793 a 1794, miles de clérigos en Francia fueron ejecutados en la
guillotina. Fue un tiempo caótico en Francia y aún más caótico para ser
sacerdote.
Durante este tiempo, la familia Vianney a menudo
escondía sacerdotes y asistía a sus misas clandestinas en granjas cercanas. El
testimonio de aquellos sacerdotes que arriesgaban su vida para ofrecer los
sacramentos fue una fuente poderosa de inspiración para el joven Juan,
motivándolo más tarde a convertirse en sacerdote. Dadas las circunstancias,
Juan pasó la mayor parte de su infancia ayudando en la granja familiar y
cuidando los rebaños, más que asistiendo a la escuela. Recibió una educación
sencilla de su madre, pero era prácticamente analfabeto durante su
adolescencia. Recibió instrucción catequética en secreto de dos religiosas para
prepararse para su Primera Comunión, que recibió a los trece años en la casa de
un vecino.
En 1799, Napoleón tomó el poder en Francia y, en
1801, él y el Papa Pío VII firmaron un acuerdo llamado el Concordato. Este
acuerdo no restauró por completo los derechos anteriores de la Iglesia
Católica, pero sí reconoció el catolicismo como la fe de la mayoría de los
ciudadanos franceses y permitió el culto público, aunque regulado por el
Estado. En 1806, el párroco de la aldea vecina de Écully, el Padre Balley,
abrió una escuela para aspirantes al seminario. A los veinte años, Juan comenzó
allí su formación formal. Aunque tuvo grandes dificultades, especialmente con
el latín, su fe era evidente y su humildad profunda.
En 1809, su formación fue interrumpida cuando fue
reclutado para el ejército de Napoleón para combatir a los españoles durante la
Guerra de la Quinta Coalición. Antes, los seminaristas estaban exentos del
servicio militar, pero Napoleón, ante las fuertes bajas, abolió la exención.
Tras unirse a su regimiento, Juan cayó enfermo, fue hospitalizado y quedó
rezagado. Luego fue asignado a otro regimiento, pero, absorto en la oración en
una iglesia cercana, perdió la partida de sus compañeros. Fue enviado a
alcanzarlos, pero no logró encontrarlos y, en cambio, fue mal dirigido a la
aldea de Noes, donde se escondían varios desertores. Lo convencieron de
quedarse, cambiar de nombre, ocultarse y enseñar en la escuela. Permaneció allí
más de un año. Finalmente, obtuvo amnistía y pudo regresar a Écully para
continuar su formación con el Padre Balley.
Aunque siguió teniendo dificultades en los
estudios, el Padre Balley lo apoyó, viendo en él una verdadera vocación, un
profundo amor a la Virgen María y una intensa vida de oración. Tras completar
sus estudios en Écully, el Padre Balley convenció al Vicario General de la
diócesis de admitirlo en el seminario diocesano. Juan perseveró. Cuando llegó
el momento de su ordenación, algunos dudaban de su idoneidad. El obispo
preguntó por su piedad y le respondieron que rezaba el rosario como un ángel.
Eso bastó al obispo. Juan fue ordenado sacerdote el 12 de agosto de 1815 y
enviado como vicario a Écully, donde sirvió dos años hasta la muerte del Padre
Balley.
En 1817, el Padre Vianney fue enviado como capellán
a la iglesia de San Sixto, en Ars, una comunidad agrícola de poco más de 200
habitantes. Permanecería allí los siguientes cuarenta y un años. Se cuenta que,
en el camino, se encontró con un niño que cuidaba ovejas. Le preguntó cuánto
faltaba para llegar a Ars y el niño lo guió. Al ver el campanario, el Padre
Vianney se arrodilló, oró largamente y luego continuó. Al llegar, le dijo al
niño: “Tú me has mostrado el camino a Ars, yo te mostraré el camino al Cielo.”
Ars era conocida por sus bailes, borracheras y blasfemias.
La iglesia estaba deteriorada, la moral baja y la asistencia a misa escasa. El
Padre Vianney se puso a trabajar de inmediato. Los vecinos ni siquiera sabían
que recibirían un capellán, así que nadie asistió a sus primeras misas. Pero,
al verlo orar ante el Santísimo, la curiosidad creció y la gente empezó a
asistir. Sus homilías eran sencillas y directas: evitar el pecado, vivir en
gracia, orar, recibir los sacramentos —especialmente la confesión y la
Eucaristía— y vivir la caridad y la virtud.
En tres años, Ars comenzó a transformarse. El Padre
Vianney oraba largas horas, hacía severas penitencias y ayunos (alimentándose
casi solo de patatas hervidas), restauró la iglesia, visitó casas y aldeas
cercanas. En 1823, el obispo elevó la iglesia a parroquia, nombrándolo párroco.
En 1827, podía decir: “Ars ya no es Ars.” La gente acudía en masa a misa y a
confesarse. Pronto, su fama atrajo a miles cada año; algunos días pasaba hasta
dieciséis horas en el confesionario. En la década de 1850, decenas o cientos de
miles de peregrinos llegaban a Ars. Se construyó una iglesia más grande y hasta
un ferrocarril para facilitar el acceso.
Su método sacerdotal era sencillo: dejar que Dios
actuara a través de él. El diablo, dicen, lo atormentó muchas veces, admitiendo
en una ocasión: “Si hubiera tres como tú en Francia, no podría poner un pie
aquí.”
Al honrar a este santo sacerdote, pensemos en la
importancia del sacerdocio. San Juan Vianney decía: “Si me encontrara con un
sacerdote y un ángel, saludaría primero al sacerdote… Si no hubiera sacerdote,
la Pasión y muerte de Jesús no servirían de nada. ¿De qué sirve un cofre lleno
de oro si no hay quien lo abra? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del
Cielo.” Aunque pocos sacerdotes alcanzan plenamente la dignidad y
responsabilidad de su ministerio, todos llevan en sí el poder sagrado de
dispensar la misericordia de Dios, absolver los pecados y hacer presente la
Pasión de Cristo en la Eucaristía.
Oración:
San Juan María Vianney, amaste a Dios con todo tu
corazón y lo diste a conocer a tu pueblo. Por ti, Ars y gran parte de Francia
se convirtieron. Ruega por mí, para que esté abierto al ministerio de los
sacerdotes, recibiendo por ellos la Palabra y la gracia de Dios, y
ofreciéndoles el amor, apoyo y respeto que merecen. Rezo especialmente por los
sacerdotes que forman parte de mi vida, para que sean pastores santos a
imitación de Cristo. San Juan Vianney, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.
https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/august-4---saint-jean-vianney-the-cur-of-ars-priest/
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