Santo del día:
Todos los santos
«Nos conviene a nosotros, y no
a los santos, honrar su memoria. Pensar en ellos es, en cierto modo, verlos. De
esta manera, nuestra aguda sensibilidad espiritual nos transporta a la Tierra
de los Vivos.»
(San Bernardo, Sermones)
¡Seamos
santos alegres!
Cuando mi
hermana menor entró a la escuela primaria, tres años después que yo, varios
profesores le dieron una acogida cálida, felices de reencontrar algo del niño
curioso que yo había sido. También le había dado algunos “truquitos” para
ganarse a cada uno de ellos. En fin, le había “preparado bien el camino”.
Es un
poco en ese sentido que imagino lo que Cristo quería decir cuando anunció que,
una vez ido, nos prepararía un lugar en la casa de su Padre. Con toda su vida
en la tierra, vivida al ritmo de las Bienaventuranzas, abrió el paso en ese
camino estrecho que va de la vida a la muerte, y de la muerte a la vida eterna.
La
solemnidad de Todos los Santos celebra a todos aquellos y aquellas que
recorrieron ese camino con fe y amor: hombres y mujeres, conocidos o
desconocidos, que vivieron como amigos de Dios, como mansos, como “pobres de
corazón”, y cuya vida, aun discreta, sigue iluminando la nuestra.
Es una fiesta de luz, que nos recuerda que la santidad no está
reservada a unos pocos héroes, sino que es un llamado para cada uno de
nosotros.
No
caminamos solos. Una multitud invisible nos rodea, nos sostiene y nos anima. Y
creemos que, al final del camino, brazos abiertos y sonrisas sinceras nos
esperan, porque un hermano mayor excepcional – Cristo – nos ha precedido
allí. Somos esperados con alegría.
¿Quién,
en mi vida, me ha “preparado el camino”?
¿Y para quién puedo hacerlo yo, a mi vez?
Jonathan Guilbault, directeur éditorial de Prions en Église
Canada
Primera lectura
Vi una
muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas,
pueblos y lenguas
Lectura del libro del Apocalipsis.
YO, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios
vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la
tierra y al mar, diciéndoles:
«No dañen a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente
a los siervos de nuestro Dios».
Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas
las tribus de Israel.
Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas
las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del
Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan
con voz potente:
«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».
Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y
de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a
Dios, diciendo:
«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor
y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».
Y uno de los ancianos me dijo:
«Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han
venido?».
Yo le respondí:
«Señor mío, tú lo sabrás».
Él me respondió:
«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus
vestiduras en la sangre del Cordero».
Palabra de Dios.
Salmo
R. Esta
es la generación que busca tu rostro, Señor.
V. Del
Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.
V. ¿Quién
puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.
V. Ese
recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R.
Segunda
lectura
Veremos a
Dios tal cual es
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.
QUERIDOS hermanos:
Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo
somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo
veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
Palabra de Dios.
Aclamación
V. Vengan
a mí todos los que están cansados y agobiados —dice el Señor—, y yo los
aliviaré. R.
Evangelio
Alégrense y
regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se
acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de
cualquier modo por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será
grande en el cielo».
Palabra del Señor.
***************
1.
Una fiesta de luz y de esperanza
Hoy la Iglesia
se reviste de blanco, color de fiesta, de cielo y de eternidad. Celebramos a todos los santos, no
solo los canonizados por la Iglesia, sino también esa multitud inmensa de
hombres y mujeres que vivieron en fidelidad a Dios en lo oculto de la vida
cotidiana. El Apocalipsis
nos habla de una muchedumbre “que nadie podía contar, de toda nación, raza,
pueblo y lengua”. Es la gran familia de Dios, donde caben las abuelas que
rezaron en silencio, los jóvenes que creyeron contra toda esperanza, los mártires
sin nombre, los que perdonaron sin rencor y los que sirvieron sin buscar
recompensa.
La fiesta de Todos los Santos
no es un desfile de perfección, sino una celebración
de la gracia, de lo que Dios puede hacer en el corazón humano
cuando encuentra fe, humildad y amor. Es la respuesta luminosa de la humanidad
al amor de Dios.
2.
“Seremos semejantes a Él”
San Juan, en
la segunda lectura, nos recuerda una verdad que da sentido a toda vida
cristiana: “Ahora somos hijos
de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos; pero cuando se manifieste,
seremos semejantes a Él.”
La santidad no es un disfraz moral, ni una máscara piadosa —como las que hoy el
mundo se pone con tanto gusto en el Halloween—. Es una transformación interior,
un proceso de configuración con Cristo. Dios nos creó para parecernos a Él,
para reflejar su luz en medio del mundo.
Ser santo no
significa vivir fuera del mundo, sino vivir
en el mundo con un corazón en Dios. Los santos fueron hombres y
mujeres normales que aprendieron a amar de manera extraordinaria. No nacieron
santos, pero se dejaron moldear por la gracia, día tras día, caída tras caída,
lágrima tras lágrima.
3.
Las Bienaventuranzas: el retrato de los santos
El Evangelio
de hoy (Mt 5,1-12a) es el corazón del mensaje: las Bienaventuranzas. No son
una lista de mandatos, sino un retrato del mismo Jesús. En Él se cumple cada
una:
·
Fue
pobre de espíritu, porque confió siempre en el Padre.
·
Fue
manso, porque venció el mal con el bien.
·
Lloró,
porque amó hasta las lágrimas.
·
Tuvo
hambre y sed de justicia, porque se dio por los demás.
·
Fue
limpio de corazón, porque solo buscó la voluntad del Padre.
·
Fue
perseguido, y aun así proclamó la paz.
Las
Bienaventuranzas son el camino
estrecho que conduce a la vida. Cada “bienaventurado” es una
puerta abierta hacia la alegría del Reino. Son el mapa de los santos, el ADN
del discípulo.
4.
Santos alegres, no tristes perfectos
Hoy se nos
invita a ser santos
alegres. Y es que la santidad no es una carga, sino una alegría que se desborda.
No se trata de andar con el ceño fruncido ni de vivir temiendo el pecado, sino
de caminar con la certeza de que Dios
nos ama y nos espera.
Jesús nos ha
“preparado el camino” —como el hermano mayor que allana la senda a los
pequeños—. Él nos ha mostrado que se puede morir amando y vivir sirviendo. Su
vida fue el cumplimiento de las Bienaventuranzas, y su Pascua, la victoria de
la vida sobre la muerte.
El Año Jubilar
nos recuerda justamente eso: somos peregrinos
de la esperanza, llamados a irradiar la alegría de los
redimidos, a contagiar la santidad de lo cotidiano, a mostrar que seguir a
Cristo vale la pena.
5.
Una comunión que no se rompe
El Apocalipsis
y el salmo nos hablan de una comunión
sin fronteras. En la liturgia de hoy, el cielo y la tierra se
abrazan: los santos nos acompañan, interceden, caminan con nosotros. No estamos
solos. Cada Eucaristía es una “fiesta de familia” donde los que aún
peregrinamos nos unimos a quienes ya han llegado.
Esta comunión
de los santos es fuente de esperanza:
·
Porque
si ellos pudieron, nosotros también podemos.
·
Porque
si ellos lucharon, nosotros no luchamos en vano.
·
Porque
si ellos perseveraron, también nosotros alcanzaremos la meta.
6.
Llamados a preparar el camino
dos preguntas
esenciales:
¿Quién me ha preparado el
camino?
Quizás fue una abuela que me enseñó a rezar, un sacerdote que me reconcilió con
Dios, un amigo que me devolvió la fe, un pobre que me reveló el rostro de
Cristo. Todos tenemos “santos de carne y hueso” que nos abrieron el sendero del
amor.
¿Y
para quién puedo hacerlo yo?
La santidad es contagiosa. Hoy más que nunca el mundo necesita cristianos que
preparen el camino, que sean puentes y no muros, que en medio del ruido sepan
encender una luz. En la escuela, en la familia, en el trabajo, en la parroquia…
cada gesto de bondad es una semilla de cielo.
7.
Conclusión: una meta de esperanza
Queridos
hermanos, ser santos no es
un privilegio, es una vocación. Es vivir la vida ordinaria con
un amor extraordinario.
Que esta solemnidad, en el marco del Año
Jubilar de la Esperanza, nos despierte el deseo de ser parte de
esa multitud vestida de blanco, no por haberlo merecido, sino por habernos
dejado lavar en la sangre del Cordero.
Y que cuando
llegue nuestro momento, podamos escuchar al Señor decirnos con ternura:
“Ven, bendito
de mi Padre, entra en el gozo de tu Señor.”
Oración
final:
Señor Jesús, Camino y Luz de los santos,
enséñanos a preparar el camino a los demás,
a vivir las Bienaventuranzas con alegría,
a mirar el cielo sin dejar de servir en la tierra.
Haznos peregrinos de esperanza,
para que un día, junto a esa multitud innumerable,
podamos cantar por los siglos tu alabanza.
Amén.

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