viernes, 31 de octubre de 2025

Primero de noviembre del 2025: Solemnidad de Todos los Santos

 

Santo del día:

Todos los santos

«Nos conviene a nosotros, y no a los santos, honrar su memoria. Pensar en ellos es, en cierto modo, verlos. De esta manera, nuestra aguda sensibilidad espiritual nos transporta a la Tierra de los Vivos.»

(San Bernardo, Sermones)

 

¡Seamos santos alegres!

Cuando mi hermana menor entró a la escuela primaria, tres años después que yo, varios profesores le dieron una acogida cálida, felices de reencontrar algo del niño curioso que yo había sido. También le había dado algunos “truquitos” para ganarse a cada uno de ellos. En fin, le había “preparado bien el camino”.

Es un poco en ese sentido que imagino lo que Cristo quería decir cuando anunció que, una vez ido, nos prepararía un lugar en la casa de su Padre. Con toda su vida en la tierra, vivida al ritmo de las Bienaventuranzas, abrió el paso en ese camino estrecho que va de la vida a la muerte, y de la muerte a la vida eterna.

La solemnidad de Todos los Santos celebra a todos aquellos y aquellas que recorrieron ese camino con fe y amor: hombres y mujeres, conocidos o desconocidos, que vivieron como amigos de Dios, como mansos, como “pobres de corazón”, y cuya vida, aun discreta, sigue iluminando la nuestra.
Es una fiesta de luz, que nos recuerda que la santidad no está reservada a unos pocos héroes, sino que es un llamado para cada uno de nosotros.

No caminamos solos. Una multitud invisible nos rodea, nos sostiene y nos anima. Y creemos que, al final del camino, brazos abiertos y sonrisas sinceras nos esperan, porque un hermano mayor excepcional – Cristo – nos ha precedido allí. Somos esperados con alegría.

¿Quién, en mi vida, me ha “preparado el camino”?
¿Y para quién puedo hacerlo yo, a mi vez?

Jonathan Guilbault, directeur éditorial de Prions en Église Canada



Primera lectura

Ap 7, 2-4. 9-14
Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas

Lectura del libro del Apocalipsis.

YO, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles:
«No dañen a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios».
Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente:
«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».
Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo:
«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».
Y uno de los ancianos me dijo:
«Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?».
Yo le respondí:
«Señor mío, tú lo sabrás».
Él me respondió:
«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6 (R.: cf. 6)

R. Esta es la generación que busca tu rostro, Señor.

V. Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. 
R.

V. ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. 
R.

V. Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. 
R.

 

Segunda lectura

1 Jn 3, 1-3

Veremos a Dios tal cual es

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.

QUERIDOS hermanos:
Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados —dice el Señor—, y yo los aliviaré. R.

 

Evangelio

Mt 5, 1-12a

Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor.

 

***************

 

1. Una fiesta de luz y de esperanza

Hoy la Iglesia se reviste de blanco, color de fiesta, de cielo y de eternidad. Celebramos a todos los santos, no solo los canonizados por la Iglesia, sino también esa multitud inmensa de hombres y mujeres que vivieron en fidelidad a Dios en lo oculto de la vida cotidiana. El Apocalipsis nos habla de una muchedumbre “que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua”. Es la gran familia de Dios, donde caben las abuelas que rezaron en silencio, los jóvenes que creyeron contra toda esperanza, los mártires sin nombre, los que perdonaron sin rencor y los que sirvieron sin buscar recompensa.

La fiesta de Todos los Santos no es un desfile de perfección, sino una celebración de la gracia, de lo que Dios puede hacer en el corazón humano cuando encuentra fe, humildad y amor. Es la respuesta luminosa de la humanidad al amor de Dios.


2. “Seremos semejantes a Él”

San Juan, en la segunda lectura, nos recuerda una verdad que da sentido a toda vida cristiana: “Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos; pero cuando se manifieste, seremos semejantes a Él.”
La santidad no es un disfraz moral, ni una máscara piadosa —como las que hoy el mundo se pone con tanto gusto en el Halloween—. Es una transformación interior, un proceso de configuración con Cristo. Dios nos creó para parecernos a Él, para reflejar su luz en medio del mundo.

Ser santo no significa vivir fuera del mundo, sino vivir en el mundo con un corazón en Dios. Los santos fueron hombres y mujeres normales que aprendieron a amar de manera extraordinaria. No nacieron santos, pero se dejaron moldear por la gracia, día tras día, caída tras caída, lágrima tras lágrima.


3. Las Bienaventuranzas: el retrato de los santos

El Evangelio de hoy (Mt 5,1-12a) es el corazón del mensaje: las Bienaventuranzas. No son una lista de mandatos, sino un retrato del mismo Jesús. En Él se cumple cada una:

·        Fue pobre de espíritu, porque confió siempre en el Padre.

·        Fue manso, porque venció el mal con el bien.

·        Lloró, porque amó hasta las lágrimas.

·        Tuvo hambre y sed de justicia, porque se dio por los demás.

·        Fue limpio de corazón, porque solo buscó la voluntad del Padre.

·        Fue perseguido, y aun así proclamó la paz.

Las Bienaventuranzas son el camino estrecho que conduce a la vida. Cada “bienaventurado” es una puerta abierta hacia la alegría del Reino. Son el mapa de los santos, el ADN del discípulo.


4. Santos alegres, no tristes perfectos

Hoy se nos invita a ser santos alegres. Y es que la santidad no es una carga, sino una alegría que se desborda. No se trata de andar con el ceño fruncido ni de vivir temiendo el pecado, sino de caminar con la certeza de que Dios nos ama y nos espera.

Jesús nos ha “preparado el camino” —como el hermano mayor que allana la senda a los pequeños—. Él nos ha mostrado que se puede morir amando y vivir sirviendo. Su vida fue el cumplimiento de las Bienaventuranzas, y su Pascua, la victoria de la vida sobre la muerte.

El Año Jubilar nos recuerda justamente eso: somos peregrinos de la esperanza, llamados a irradiar la alegría de los redimidos, a contagiar la santidad de lo cotidiano, a mostrar que seguir a Cristo vale la pena.


5. Una comunión que no se rompe

El Apocalipsis y el salmo nos hablan de una comunión sin fronteras. En la liturgia de hoy, el cielo y la tierra se abrazan: los santos nos acompañan, interceden, caminan con nosotros. No estamos solos. Cada Eucaristía es una “fiesta de familia” donde los que aún peregrinamos nos unimos a quienes ya han llegado.

Esta comunión de los santos es fuente de esperanza:

·        Porque si ellos pudieron, nosotros también podemos.

·        Porque si ellos lucharon, nosotros no luchamos en vano.

·        Porque si ellos perseveraron, también nosotros alcanzaremos la meta.


6. Llamados a preparar el camino

dos preguntas esenciales:
¿Quién me ha preparado el camino?
Quizás fue una abuela que me enseñó a rezar, un sacerdote que me reconcilió con Dios, un amigo que me devolvió la fe, un pobre que me reveló el rostro de Cristo. Todos tenemos “santos de carne y hueso” que nos abrieron el sendero del amor.

¿Y para quién puedo hacerlo yo?
La santidad es contagiosa. Hoy más que nunca el mundo necesita cristianos que preparen el camino, que sean puentes y no muros, que en medio del ruido sepan encender una luz. En la escuela, en la familia, en el trabajo, en la parroquia… cada gesto de bondad es una semilla de cielo.


7. Conclusión: una meta de esperanza

Queridos hermanos, ser santos no es un privilegio, es una vocación. Es vivir la vida ordinaria con un amor extraordinario.
Que esta solemnidad, en el marco del Año Jubilar de la Esperanza, nos despierte el deseo de ser parte de esa multitud vestida de blanco, no por haberlo merecido, sino por habernos dejado lavar en la sangre del Cordero.

Y que cuando llegue nuestro momento, podamos escuchar al Señor decirnos con ternura:

“Ven, bendito de mi Padre, entra en el gozo de tu Señor.”


Oración final:
Señor Jesús, Camino y Luz de los santos,
enséñanos a preparar el camino a los demás,
a vivir las Bienaventuranzas con alegría,
a mirar el cielo sin dejar de servir en la tierra.
Haznos peregrinos de esperanza,
para que un día, junto a esa multitud innumerable,
podamos cantar por los siglos tu alabanza.

Amén.

 

 

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