viernes, 15 de agosto de 2025

16 de agosto del 2025: sábado de la decimonovena semana del tiempo ordinario-I- San Esteban de Hungría, Rey fervientemente católico

 

Santo del día:

San Esteban de Hungría

Alrededor de 935-1038. Coronado rey de Hungría el día de Navidad del año 1000, se dedicó a la cristianización de su país. Organizó obispados y fundó numerosas iglesias y abadías.

 

 

Obedientes

(Mateo 19, 13-15) Rara vez se recuerda que los discípulos terminaron dejando que los niños se acercaran a Jesús. El camino que lleva al Reino se descubre de igual manera poniendo en práctica su palabra, en una obediencia que nos descentra de nosotros mismos. Además, después de su gesto, Jesús se marcha. Somos siempre, al mismo tiempo, como niños que reciben su bendición y como discípulos que se ponen una y otra vez en camino para seguirlo hacia el Padre.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

Jos 24,14-29
Elijan hoy a quién quieren servir

Lectura del libro de Josué.

EN aquellos días, hablaba Josué al pueblo diciendo:
«Pues bien: teman al Señor; sírvanle con toda sinceridad; quiten de en medio los dioses a los que sirvieron sus padres al otro lado del Río y en Egipto; y sirvan al Señor. Pero si les resulta duro servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a los que sirvieron sus padres al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitan; que yo y mi casa serviremos al Señor».
El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses! Porque el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de Egipto, de la casa de la esclavitud; y quien hizo ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos por los que atravesamos. Además, el Señor expulsó ante nosotros a los pueblos amorreos que habitaban el país. También nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!».
Y Josué dijo al pueblo:
«No lograrán servir al Señor, porque es un Dios santo, un Dios celoso. No perdonará sus delitos ni sus pecados. Si abandonan al Señor y sirven a dioses extranjeros, él también se volverá contra ustedes y, después de haberles hecho tanto bien, los maltratará y los aniquilará».
El pueblo le respondió:
«¡No! Nosotros serviremos al Señor».
Josué insistió:
«Ustedes son testigos contra ustedes mismos de que han elegido al Señor para servirle». Respondieron:
«¡Testigos somos!».
«Entonces, quiten de en medio los dioses extranjeros que conservan, e inclinen su corazón hacia el Señor, Dios de Israel».
El pueblo respondió:
«¡Al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su voz!».
Aquel día Josué selló una alianza con el pueblo y les dio leyes y mandatos en Siquén. Josué escribió estas palabras en el libro de la ley de Dios. Cogió una gran piedra y la erigió allí, bajo la encina que hay en el santuario del Señor.
Y dijo Josué a todo el pueblo:
«Miren, esta piedra será testigo contra nosotros, porque ha oído todas las palabras que el Señor nos ha dicho. Ella será testigo contra ustedes, para que no puedan renegar de su Dios».
Luego Josué despidió al pueblo, cada cual a su heredad.
Y después de todo esto, murió Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, a la edad de ciento diez años.


Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 16(15),1-2a y 5.7-8.11 (R. cf. 5a)

R. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.

VProtégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. 
R.

V.  Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. 
R.

V. Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del reino a los pequeños. R.

 

Evangelio

Mt 19,13-15

No impidan a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban.
Jesús dijo:
«Déjenlos, no impidan a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos».
Les impuso las manos y se marchó de allí.


Palabra del Señor.

 

 

1


1.    Introducción: María, la obediente por excelencia

 

Queridos hermanos y hermanas,


En este sábado dedicado a la Virgen María, la liturgia nos presenta un breve pero profundo pasaje del Evangelio según san Mateo (19,13-15): los niños son llevados a Jesús para que ponga sus manos sobre ellos y ore, y Él los acoge con ternura, declarando que el Reino de los cielos pertenece a quienes son como ellos. Hoy, en el marco del Año Jubilar, este texto nos invita a descubrir la fuerza transformadora de la obediencia evangélica y la actitud filial que abre las puertas del Reino.

María es el modelo perfecto de esta obediencia que nos descentra de nosotros mismos: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Ella nos enseña que seguir a Cristo significa acoger su palabra con corazón de niño, confiado y disponible.


2. Primera lectura: Josué y la fidelidad a la Alianza

La primera lectura (Jos 24,14-29) nos lleva a Siquén, donde Josué renueva la Alianza con el pueblo. Con claridad les dice: “Teman al Señor y sírvanle con integridad y fidelidad; eliminen los dioses a los que sirvieron sus padres…”. Esta escena es un espejo para nosotros: la vida cristiana no es una adhesión teórica, sino una opción concreta y diaria por el Señor, que implica renunciar a otros “dioses” que pretenden ocupar su lugar: el egoísmo, el poder, el consumo sin límites, la autosuficiencia.

Así como el pueblo tuvo que decidir si seguiría sirviendo al Señor, también nosotros debemos optar. Y esa decisión no se toma una sola vez: hay que renovarla cada día, porque la tentación de apartarse es constante. El Año Jubilar es un tiempo providencial para decir: “Por mi parte, mi casa y yo serviremos al Señor” (Jos 24,15).


3. Salmo: Dios es nuestra herencia

El salmo responsorial (Sal 15) proclama: “Tú, Señor, eres mi herencia”. Este lenguaje es profundamente mariano: María no puso su seguridad en riquezas ni en planes propios, sino en la promesa de Dios. Quien reconoce al Señor como su herencia vive con paz interior, incluso en medio de pruebas, porque sabe que nada ni nadie puede arrebatarle lo más valioso: su amistad con Dios.


4. Evangelio: Corazón de niño, obediencia que descentra

En el Evangelio, los discípulos —quizá sin mala intención— intentan impedir que los niños molesten al Maestro. Pero Jesús corrige esa mirada: el Reino es de los que son como ellos. No se trata de infantilismo, sino de una actitud radical de confianza, dependencia y apertura.

El comentario que hemos traducido lo resume bien: el discipulado auténtico nos descentra. La obediencia cristiana no es ciega ni servil; es una apertura amorosa a la voluntad de Dios que nos libera de la tiranía del “yo primero”.

Aquí hay un doble llamado:

  • Ser niños que reciben la bendición: dejar que el Señor ponga sus manos sobre nosotros en la oración, los sacramentos, la Palabra.
  • Ser discípulos que se ponen en camino: la bendición no nos inmoviliza, sino que nos impulsa a seguir a Cristo hacia el Padre.

5. María, signo de la Iglesia obediente y peregrina

María encarna estas dos actitudes:

  • Como niña del Padre, recibe con humildad su bendición en la Anunciación.
  • Como discípula, sigue a Jesús hasta la cruz y más allá, en la comunidad que espera el Espíritu.

En este Año Jubilar, ella nos recuerda que la obediencia abre caminos de esperanza: cuando nos dejamos guiar por Dios, se derrumban los muros del miedo y de la autosuficiencia.


6. Aplicación pastoral: el jubileo como escuela de obediencia

Hermanos, este tiempo jubilar nos invita a:

  • Volver a la Palabra con la docilidad de un niño que escucha.
  • Renovar la opción por Cristo como Josué, dejando ídolos y falsas seguridades.
  • Vivir la misión con un corazón humilde, sabiendo que no somos dueños del Reino, sino testigos y servidores.

En un mundo que valora la independencia absoluta, Jesús nos enseña que la verdadera libertad está en la obediencia amorosa al Padre.


7. Conclusión: Oración final

Pidamos hoy a María, Madre obediente, que nos ayude a mantener siempre un corazón de niño abierto a la bendición de Dios y unos pies de discípulo siempre dispuestos a ponerse en camino. Que este Jubileo nos encuentre como peregrinos de la esperanza, dóciles al Espíritu, constructores de una Iglesia y de un mundo más fieles al Evangelio.

 

 

2

Libres para servir al Señor siendo como niños

 

1. Introducción: la libertad que nace del amor

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Palabra de Dios nos presenta un mensaje profundamente liberador: Dios no impone su autoridad. Creer en Él no es cuestión de herencia cultural ni de imposición externa; es siempre una decisión personal y libre, renovada cada día. En este sábado dedicado a la Virgen María, modelo de obediencia y confianza, se nos invita a vivir esa libertad como hijos que se dejan guiar por la mano amorosa del Padre.


2. Primera lectura: Josué y la opción por Dios

En la primera lectura (Jos 24,14-29), encontramos a Josué ya anciano, reuniendo al pueblo para renovar la Alianza. Podría haber vivido de recuerdos o lamentarse de lo perdido, pero en cambio proclama con firmeza: “Yo y mi casa serviremos al Señor”.
Esta opción no es un arranque emocional de un día, sino la reafirmación de una vida entera entregada a Dios. El pueblo también decide libremente seguir al Señor, rechazando los dioses falsos de sus antepasados y de las naciones vecinas.

Esta escena nos recuerda que en la fe no hay lugar para las decisiones automáticas o por inercia. Cada generación, cada familia, cada uno de nosotros, está llamado a decir libremente:
“Señor, quiero servirte hoy y siempre”.


3. Salmo responsorial: Dios, nuestra herencia

El salmo (Sal 15) pone en labios del orante estas palabras: “Tú, Señor, eres mi herencia”. María las podría haber hecho suyas: su seguridad no estaba en riquezas ni planes propios, sino en la promesa de Dios. Quien reconoce al Señor como su herencia vive con paz interior, porque sabe que nada ni nadie puede arrebatarle lo más valioso: su amistad.


4. Evangelio: el Reino para los que son como niños

En el Evangelio (Mt 19,13-15) vemos que los discípulos, quizá sin mala intención, tratan de impedir que los niños se acerquen a Jesús. Ellos quieren conservar al Maestro solo para sí, pero Jesús rompe esa barrera: acoge a los pequeños con respeto, ternura y tiempo.
Cada niño es importante para Él; cada vida es digna de su bendición. El gesto de Jesús revela algo fundamental: para entrar en el Reino hay que recibirlo como un niño, con la confianza y apertura de quien sabe que todo es don.

En palabras del comentario que meditamos: somos a la vez niños que reciben la bendición y discípulos que se ponen en camino hacia el Padre. La obediencia evangélica nos descentra de nuestro ego y nos abre a la voluntad de Dios.


5. María, modelo de libertad obediente

En este sábado mariano, la Virgen nos enseña cómo unir libertad y obediencia. Ella no fue obligada a ser Madre de Dios: respondió libremente, diciendo “Hágase en mí según tu palabra”. Su sí no la encadenó, sino que la hizo plenamente libre, porque la verdadera libertad consiste en vivir en la verdad y en el amor de Dios.


6. Aplicación jubilar

En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, la Palabra nos llama a:

  • Renovar cada día la opción por Cristo con la libertad de Josué.
  • Vivir con un corazón de niño, humilde y confiado.
  • Ser una Iglesia que acoge y bendice, no que pone barreras.
  • Dejar que María nos guíe a una obediencia que no es sumisión ciega, sino respuesta amorosa.

7. Conclusión

Hermanos, Jesús nos invita hoy a servir con libertad y vivir con corazón de niño. Que en cada Eucaristía podamos acercarnos a Él con esa misma apertura y humildad, para recibir su bendición y seguir nuestro camino de fe como verdaderos peregrinos de esperanza.

 

**************

 

16 de agosto:
San Esteban de Hungría — Memoria opcional
c. 975–1038
Patrono de albañiles, reyes, talladores de piedra, canteros y padres que han perdido un hijo
Canonizado por el Papa Gregorio VII en 1083

 


Cita:

A ti, oh Reina del cielo, y a tu custodia, encomiendo la santa Iglesia, a todos los obispos y el clero, a todo el reino, sus gobernantes y habitantes; pero, ante todo, encomiendo mi alma a tu cuidado.

~Oración en el lecho de muerte de San Esteban

 

Reflexión:

Antes de que Hungría se convirtiera en una nación cristiana, su pueblo abrazaba muchas creencias religiosas paganas. Creían en numerosos dioses y sostenían que cada elemento de la naturaleza, incluidos los árboles, ríos y animales, poseía poder espiritual. El pueblo adoraba a sus antepasados, creyendo que tenían poder sobre los vivos. Se buscaba a los chamanes como mediadores entre el mundo humano y el espiritual; ellos realizaban rituales e interpretaban sueños y presagios, afirmando con ello curar a los enfermos y conceder favores. El territorio de las diez tribus estaba gobernado por diez jefes que elegían a un Gran Príncipe entre ellos. Fue en este mundo tribal pagano donde entró San Esteban de Hungría, convirtiéndose en rey y cristianizando su recién establecida nación.

A finales del siglo X, un hombre llamado Géza se convirtió en Gran Príncipe de los húngaros. Se casó con una mujer cristiana llamada Sarolta, hija de un jefe húngaro. Géza fue bautizado, pero continuó participando en las prácticas paganas tradicionales. Siguió siendo un gobernante feroz, gobernando con fuerza extrema y derramando mucha sangre. Sin embargo, Géza formó una alianza con el Sacro Emperador Romano, quien envió misioneros a sus tierras con el permiso de Géza. Él y Sarolta tuvieron un hijo llamado Vajk, al que mandaron bautizar, posiblemente por San Adalberto. Al ser bautizado, Vajk recibió el nombre de Esteban. Según una tradición, antes de que Vajk naciera, su madre tuvo una visión del San Esteban bíblico, el primer mártir, quien le dijo que daría a luz a un hijo que continuaría la labor misionera que ella y su esposo habían comenzado y que aboliría el paganismo en toda su tierra.

Cuando Esteban tenía solo quince años, ayudó a su padre a difundir el cristianismo. Su fe cristiana era fuerte. Hacia 995 o 996, Esteban se casó con Gisela de Baviera, hija de Enrique II, duque de Baviera. Este matrimonio ayudó a fortalecer el vínculo de Hungría con el Sacro Imperio Romano. El hermano de Gisela y tío de Esteban más tarde se convirtió en el emperador Enrique II, el único emperador del Sacro Imperio y rey alemán en ser canonizado como santo. Alrededor de 997, cuando murió Géza, Esteban, de unos veintiún años, se convirtió en Gran Príncipe. Tuvo que disputar su autoridad contra otros miembros de la familia y facciones rivales, pero finalmente triunfó. Con una fe cristiana firme y un fuerte vínculo con el Sacro Imperio Romano, Esteban fue coronado rey de Hungría hacia el año 1000 o 1001. Recibió su corona del Papa Silvestre II con el consentimiento del emperador Otón III. Esto marcó la transición de una sociedad tribal a un reino cristiano y fortaleció el poder del rey Esteban entre su pueblo.

Con el reconocimiento internacional de que gobernaba a su pueblo por la gracia de Dios como monarca cristiano, hizo de la conversión de su reino su máxima prioridad. Con el consentimiento del papa, estableció diócesis, construyó monasterios y dio la bienvenida a sacerdotes extranjeros para evangelizar a su pueblo. Instituyó leyes que apoyaban el establecimiento de la fe católica y erradicaban las prácticas paganas. Él y su esposa tuvieron al menos un hijo, llamado Emerico, que llegó a la edad adulta. Algunos biógrafos afirman que tuvieron otros hijos, todos los cuales murieron en la infancia.

El rey Esteban tenía una gran devoción a la Santísima Virgen María, a quien consagró su reino. Siempre tenía presente al Señor en su mente y en sus labios. Era generoso con los pobres, luchaba solo en guerras defensivas e hizo todo lo posible para garantizar la salvación de las almas bajo su cuidado. Fue un gobernante justo que estableció sistemas administrativos equitativos y trabajó por el bien común de todos, no solo de la élite.

En 1014, cuando su santo cuñado fue coronado como emperador del Sacro Imperio Romano, ambos trabajaron juntos para difundir la fe. Su hijo Emerico fue educado como un católico ferviente y era muy conocido por su pureza y piedad. Fue preparado para suceder a su padre como rey de Hungría. Sin embargo, en 1031, a la edad de unos veinticuatro años, Emerico murió en un accidente de caza. En 1083, tras informarse de milagros en su tumba por parte de quienes allí oraban, San Emerico fue canonizado por el Papa Gregorio VII.

Los últimos siete años de la vida del rey Esteban estuvieron marcados por la enfermedad, el duelo por la pérdida de su hijo y la preocupación por el futuro de su recién establecida nación cristiana. Pronto estallaron disputas sobre su sucesión. El rey Esteban finalmente designó a Pedro Orseolo como su sucesor. Tras la muerte de San Esteban, el rey Pedro I inició su reinado, pero carecía de rectitud moral. Finalmente fue exiliado, y Samuel Aba se convirtió en rey, intentando restaurar el paganismo. Siguieron guerras internas y conflictos. El paganismo resurgió y la Iglesia comenzó a experimentar opresión. Finalmente, en 1077, Ladislao se convirtió en rey y siguió los pasos de San Esteban, consolidando la fe católica en el reino.

El historiador británico Lord Acton dijo una vez: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres casi siempre son hombres malos”. Este no fue el caso de San Esteban. Tuvo gran poder, pero lo usó para el bien del Evangelio. Se mantuvo humilde, orante, atento a los pobres y siempre buscó la salvación de las almas. Pocos reyes han sido canonizados como santos. Cuando lo son, deben ser imitados y honrados por la virtud que requirió usar su poder para Cristo.

Al honrar a San Esteban, rey de Hungría, reflexiona sobre tu propio ejercicio de autoridad. ¿Abusas de tu poder en el trabajo, en casa o en otro lugar? ¿O te esfuerzas por usar humildemente cualquier autoridad que tengas para la gloria de Dios y la salvación de las almas? Procura imitar a San Esteban haciendo lo último.

Oración:

San Esteban de Hungría, aprendiste la fe católica desde temprana edad y la valoraste enormemente. Luego llevaste esa fe a una nación pagana y trabajaste incansablemente para compartir lo que habías descubierto. Por favor, ruega por mí, para que siempre use mis dones y mi autoridad únicamente para la gloria de Dios y la salvación de las almas. San Esteban, rey de Hungría, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

 

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