Santo del día:
San Esteban de Hungría
Alrededor de 935-1038.
Coronado rey de Hungría el día de Navidad del año 1000, se dedicó a la
cristianización de su país. Organizó obispados y fundó numerosas iglesias y
abadías.
Obedientes
(Mateo 19, 13-15) Rara vez se recuerda que los discípulos
terminaron dejando que los niños se acercaran a Jesús. El camino que lleva al
Reino se descubre de igual manera poniendo en práctica su palabra, en una
obediencia que nos descentra de nosotros mismos. Además, después de su gesto,
Jesús se marcha. Somos siempre, al mismo tiempo, como niños que reciben su
bendición y como discípulos que se ponen una y otra vez en camino para seguirlo
hacia el Padre.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera
lectura
Elijan hoy a
quién quieren servir
Lectura del libro de Josué.
EN aquellos días, hablaba Josué al pueblo diciendo:
«Pues bien: teman al Señor; sírvanle con toda sinceridad; quiten de en medio
los dioses a los que sirvieron sus padres al otro lado del Río y en Egipto; y
sirvan al Señor. Pero si les resulta duro servir al Señor, elijan hoy a quién
quieren servir: si a los dioses a los que sirvieron sus padres al otro lado del
Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitan; que yo y mi casa
serviremos al Señor».
El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses! Porque
el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de
Egipto, de la casa de la esclavitud; y quien hizo ante nuestros ojos aquellos
grandes prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los
pueblos por los que atravesamos. Además, el Señor expulsó ante nosotros a los
pueblos amorreos que habitaban el país. También nosotros serviremos al Señor,
¡porque él es nuestro Dios!».
Y Josué dijo al pueblo:
«No lograrán servir al Señor, porque es un Dios santo, un Dios celoso. No
perdonará sus delitos ni sus pecados. Si abandonan al Señor y sirven a dioses
extranjeros, él también se volverá contra ustedes y, después de haberles hecho
tanto bien, los maltratará y los aniquilará».
El pueblo le respondió:
«¡No! Nosotros serviremos al Señor».
Josué insistió:
«Ustedes son testigos contra ustedes mismos de que han elegido al Señor para
servirle». Respondieron:
«¡Testigos somos!».
«Entonces, quiten de en medio los dioses extranjeros que conservan, e inclinen
su corazón hacia el Señor, Dios de Israel».
El pueblo respondió:
«¡Al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su voz!».
Aquel día Josué selló una alianza con el pueblo y les dio leyes y mandatos en
Siquén. Josué escribió estas palabras en el libro de la ley de Dios. Cogió una
gran piedra y la erigió allí, bajo la encina que hay en el santuario del Señor.
Y dijo Josué a todo el pueblo:
«Miren, esta piedra será testigo contra nosotros, porque ha oído todas las
palabras que el Señor nos ha dicho. Ella será testigo contra ustedes, para que
no puedan renegar de su Dios».
Luego Josué despidió al pueblo, cada cual a su heredad.
Y después de todo esto, murió Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, a la edad
de ciento diez años.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Tú, Señor,
eres el lote de mi heredad.
V. Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R.
V. Bendeciré
al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R.
V. Me
enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.
Aclamación
V. Bendito
seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios
del reino a los pequeños. R.
Evangelio
No impidan a
los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las
manos y orase, pero los discípulos los regañaban.
Jesús dijo:
«Déjenlos, no impidan a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es
el reino de los cielos».
Les impuso las manos y se marchó de allí.
Palabra del Señor.
1
1.
Introducción: María, la obediente por excelencia
Queridos
hermanos y hermanas,
En este sábado dedicado a la Virgen María, la liturgia nos presenta un breve
pero profundo pasaje del Evangelio según san Mateo (19,13-15): los niños son
llevados a Jesús para que ponga sus manos sobre ellos y ore, y Él los acoge con
ternura, declarando que el Reino de los cielos pertenece a quienes son como
ellos. Hoy, en el marco del Año Jubilar, este texto nos invita a descubrir la
fuerza transformadora de la obediencia evangélica y la actitud filial
que abre las puertas del Reino.
María es el modelo perfecto de esta obediencia que
nos descentra de nosotros mismos: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).
Ella nos enseña que seguir a Cristo significa acoger su palabra con corazón de
niño, confiado y disponible.
2. Primera lectura: Josué y la
fidelidad a la Alianza
La primera lectura (Jos 24,14-29) nos lleva a
Siquén, donde Josué renueva la Alianza con el pueblo. Con claridad les dice:
“Teman al Señor y sírvanle con integridad y fidelidad; eliminen los dioses a
los que sirvieron sus padres…”. Esta escena es un espejo para nosotros: la vida
cristiana no es una adhesión teórica, sino una opción concreta y diaria por el
Señor, que implica renunciar a otros “dioses” que pretenden ocupar su lugar: el
egoísmo, el poder, el consumo sin límites, la autosuficiencia.
Así como el pueblo tuvo que decidir si seguiría
sirviendo al Señor, también nosotros debemos optar. Y esa decisión no se toma
una sola vez: hay que renovarla cada día, porque la tentación de apartarse es
constante. El Año Jubilar es un tiempo providencial para decir: “Por mi
parte, mi casa y yo serviremos al Señor” (Jos 24,15).
3. Salmo: Dios es nuestra
herencia
El salmo responsorial (Sal 15) proclama: “Tú,
Señor, eres mi herencia”. Este lenguaje es profundamente mariano: María no puso
su seguridad en riquezas ni en planes propios, sino en la promesa de Dios.
Quien reconoce al Señor como su herencia vive con paz interior, incluso en
medio de pruebas, porque sabe que nada ni nadie puede arrebatarle lo más
valioso: su amistad con Dios.
4. Evangelio: Corazón de niño,
obediencia que descentra
En el Evangelio, los discípulos —quizá sin mala
intención— intentan impedir que los niños molesten al Maestro. Pero Jesús
corrige esa mirada: el Reino es de los que son como ellos. No se trata
de infantilismo, sino de una actitud radical de confianza, dependencia y
apertura.
El comentario que hemos traducido lo resume bien:
el discipulado auténtico nos descentra. La obediencia cristiana no es ciega ni
servil; es una apertura amorosa a la voluntad de Dios que nos libera de la
tiranía del “yo primero”.
Aquí hay un doble llamado:
- Ser
niños que reciben la bendición: dejar que el Señor ponga sus manos sobre
nosotros en la oración, los sacramentos, la Palabra.
- Ser
discípulos que se ponen en camino: la bendición no nos inmoviliza, sino que nos
impulsa a seguir a Cristo hacia el Padre.
5. María, signo de la Iglesia
obediente y peregrina
María encarna estas dos actitudes:
- Como
niña del Padre, recibe con humildad su bendición en la Anunciación.
- Como
discípula, sigue a Jesús hasta la cruz y más allá, en la comunidad que
espera el Espíritu.
En este Año Jubilar, ella nos recuerda que la
obediencia abre caminos de esperanza: cuando nos dejamos guiar por Dios, se
derrumban los muros del miedo y de la autosuficiencia.
6. Aplicación pastoral: el
jubileo como escuela de obediencia
Hermanos, este tiempo jubilar nos invita a:
- Volver
a la Palabra con
la docilidad de un niño que escucha.
- Renovar
la opción por Cristo como Josué, dejando ídolos y falsas seguridades.
- Vivir
la misión con
un corazón humilde, sabiendo que no somos dueños del Reino, sino testigos
y servidores.
En un mundo que valora la independencia absoluta,
Jesús nos enseña que la verdadera libertad está en la obediencia amorosa al
Padre.
7. Conclusión: Oración final
Pidamos
hoy a María, Madre obediente, que nos ayude a mantener siempre un corazón de
niño abierto a la bendición de Dios y unos pies de discípulo siempre dispuestos
a ponerse en camino. Que este Jubileo nos encuentre como peregrinos de la
esperanza, dóciles al Espíritu, constructores de una Iglesia y de un mundo
más fieles al Evangelio.
2
Libres para servir al Señor
siendo como niños
1. Introducción: la libertad que
nace del amor
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Palabra de Dios nos presenta un mensaje profundamente liberador: Dios
no impone su autoridad. Creer en Él no es cuestión de herencia cultural ni
de imposición externa; es siempre una decisión personal y libre, renovada
cada día. En este sábado dedicado a la Virgen María, modelo de obediencia y
confianza, se nos invita a vivir esa libertad como hijos que se dejan guiar por
la mano amorosa del Padre.
2. Primera lectura: Josué y la
opción por Dios
En la primera lectura (Jos 24,14-29), encontramos a
Josué ya anciano, reuniendo al pueblo para renovar la Alianza. Podría haber
vivido de recuerdos o lamentarse de lo perdido, pero en cambio proclama con
firmeza: “Yo y mi casa serviremos al Señor”.
Esta opción no es un arranque emocional de un día, sino la reafirmación de una
vida entera entregada a Dios. El pueblo también decide libremente seguir al
Señor, rechazando los dioses falsos de sus antepasados y de las naciones
vecinas.
Esta escena nos recuerda que en la fe no hay lugar
para las decisiones automáticas o por inercia. Cada generación, cada familia,
cada uno de nosotros, está llamado a decir libremente:
“Señor, quiero servirte hoy y siempre”.
3. Salmo responsorial: Dios,
nuestra herencia
El salmo (Sal 15) pone en labios del orante estas
palabras: “Tú, Señor, eres mi herencia”. María las podría haber hecho suyas: su
seguridad no estaba en riquezas ni planes propios, sino en la promesa de Dios.
Quien reconoce al Señor como su herencia vive con paz interior, porque sabe que
nada ni nadie puede arrebatarle lo más valioso: su amistad.
4. Evangelio: el Reino para los
que son como niños
En el Evangelio (Mt 19,13-15) vemos que los
discípulos, quizá sin mala intención, tratan de impedir que los niños se
acerquen a Jesús. Ellos quieren conservar al Maestro solo para sí, pero Jesús
rompe esa barrera: acoge a los pequeños con respeto, ternura y tiempo.
Cada niño es importante para Él; cada vida es digna de su bendición. El gesto
de Jesús revela algo fundamental: para entrar en el Reino hay que recibirlo
como un niño, con la confianza y apertura de quien sabe que todo es don.
En palabras del comentario que meditamos: somos a
la vez niños que reciben la bendición y discípulos que se ponen en
camino hacia el Padre. La obediencia evangélica nos descentra de nuestro
ego y nos abre a la voluntad de Dios.
5. María, modelo de libertad
obediente
En este sábado mariano, la Virgen nos enseña cómo
unir libertad y obediencia. Ella no fue obligada a ser Madre de Dios: respondió
libremente, diciendo “Hágase en mí según tu palabra”. Su sí no la
encadenó, sino que la hizo plenamente libre, porque la verdadera libertad
consiste en vivir en la verdad y en el amor de Dios.
6. Aplicación jubilar
En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”,
la Palabra nos llama a:
- Renovar
cada día la opción por Cristo con la libertad de Josué.
- Vivir
con un corazón de niño, humilde y confiado.
- Ser
una Iglesia que acoge y bendice, no que pone barreras.
- Dejar
que María nos guíe a una obediencia que no es sumisión ciega, sino
respuesta amorosa.
7. Conclusión
Hermanos, Jesús nos invita hoy a servir con
libertad y vivir con corazón de niño. Que en cada Eucaristía podamos
acercarnos a Él con esa misma apertura y humildad, para recibir su bendición y
seguir nuestro camino de fe como verdaderos peregrinos de esperanza.
16 de agosto:
San Esteban de Hungría — Memoria opcional
c. 975–1038
Patrono de albañiles, reyes, talladores de piedra, canteros y padres que han
perdido un hijo
Canonizado por el Papa Gregorio VII en 1083
Cita:
A ti, oh Reina del cielo, y a tu custodia, encomiendo la santa Iglesia, a
todos los obispos y el clero, a todo el reino, sus gobernantes y habitantes; pero,
ante todo, encomiendo mi alma a tu cuidado.
~Oración en el lecho de muerte de San Esteban
Reflexión:
Antes de que Hungría se convirtiera en una nación
cristiana, su pueblo abrazaba muchas creencias religiosas paganas. Creían en
numerosos dioses y sostenían que cada elemento de la naturaleza, incluidos los
árboles, ríos y animales, poseía poder espiritual. El pueblo adoraba a sus
antepasados, creyendo que tenían poder sobre los vivos. Se buscaba a los
chamanes como mediadores entre el mundo humano y el espiritual; ellos
realizaban rituales e interpretaban sueños y presagios, afirmando con ello
curar a los enfermos y conceder favores. El territorio de las diez tribus
estaba gobernado por diez jefes que elegían a un Gran Príncipe entre ellos. Fue
en este mundo tribal pagano donde entró San Esteban de Hungría, convirtiéndose
en rey y cristianizando su recién establecida nación.
A finales del siglo X, un hombre llamado Géza se
convirtió en Gran Príncipe de los húngaros. Se casó con una mujer cristiana
llamada Sarolta, hija de un jefe húngaro. Géza fue bautizado, pero continuó
participando en las prácticas paganas tradicionales. Siguió siendo un
gobernante feroz, gobernando con fuerza extrema y derramando mucha sangre. Sin
embargo, Géza formó una alianza con el Sacro Emperador Romano, quien envió
misioneros a sus tierras con el permiso de Géza. Él y Sarolta tuvieron un hijo
llamado Vajk, al que mandaron bautizar, posiblemente por San Adalberto. Al ser
bautizado, Vajk recibió el nombre de Esteban. Según una tradición, antes de que
Vajk naciera, su madre tuvo una visión del San Esteban bíblico, el primer
mártir, quien le dijo que daría a luz a un hijo que continuaría la labor
misionera que ella y su esposo habían comenzado y que aboliría el paganismo en
toda su tierra.
Cuando Esteban tenía solo quince años, ayudó a su
padre a difundir el cristianismo. Su fe cristiana era fuerte. Hacia 995 o 996,
Esteban se casó con Gisela de Baviera, hija de Enrique II, duque de Baviera.
Este matrimonio ayudó a fortalecer el vínculo de Hungría con el Sacro Imperio
Romano. El hermano de Gisela y tío de Esteban más tarde se convirtió en el
emperador Enrique II, el único emperador del Sacro Imperio y rey alemán en ser
canonizado como santo. Alrededor de 997, cuando murió Géza, Esteban, de unos
veintiún años, se convirtió en Gran Príncipe. Tuvo que disputar su autoridad
contra otros miembros de la familia y facciones rivales, pero finalmente
triunfó. Con una fe cristiana firme y un fuerte vínculo con el Sacro Imperio
Romano, Esteban fue coronado rey de Hungría hacia el año 1000 o 1001. Recibió
su corona del Papa Silvestre II con el consentimiento del emperador Otón III.
Esto marcó la transición de una sociedad tribal a un reino cristiano y
fortaleció el poder del rey Esteban entre su pueblo.
Con el reconocimiento internacional de que
gobernaba a su pueblo por la gracia de Dios como monarca cristiano, hizo de la
conversión de su reino su máxima prioridad. Con el consentimiento del papa,
estableció diócesis, construyó monasterios y dio la bienvenida a sacerdotes
extranjeros para evangelizar a su pueblo. Instituyó leyes que apoyaban el
establecimiento de la fe católica y erradicaban las prácticas paganas. Él y su
esposa tuvieron al menos un hijo, llamado Emerico, que llegó a la edad adulta.
Algunos biógrafos afirman que tuvieron otros hijos, todos los cuales murieron
en la infancia.
El rey Esteban tenía una gran devoción a la
Santísima Virgen María, a quien consagró su reino. Siempre tenía presente al
Señor en su mente y en sus labios. Era generoso con los pobres, luchaba solo en
guerras defensivas e hizo todo lo posible para garantizar la salvación de las
almas bajo su cuidado. Fue un gobernante justo que estableció sistemas
administrativos equitativos y trabajó por el bien común de todos, no solo de la
élite.
En 1014, cuando su santo cuñado fue coronado como
emperador del Sacro Imperio Romano, ambos trabajaron juntos para difundir la
fe. Su hijo Emerico fue educado como un católico ferviente y era muy conocido
por su pureza y piedad. Fue preparado para suceder a su padre como rey de
Hungría. Sin embargo, en 1031, a la edad de unos veinticuatro años, Emerico
murió en un accidente de caza. En 1083, tras informarse de milagros en su tumba
por parte de quienes allí oraban, San Emerico fue canonizado por el Papa
Gregorio VII.
Los últimos siete años de la vida del rey Esteban
estuvieron marcados por la enfermedad, el duelo por la pérdida de su hijo y la
preocupación por el futuro de su recién establecida nación cristiana. Pronto
estallaron disputas sobre su sucesión. El rey Esteban finalmente designó a
Pedro Orseolo como su sucesor. Tras la muerte de San Esteban, el rey Pedro I
inició su reinado, pero carecía de rectitud moral. Finalmente fue exiliado, y
Samuel Aba se convirtió en rey, intentando restaurar el paganismo. Siguieron
guerras internas y conflictos. El paganismo resurgió y la Iglesia comenzó a
experimentar opresión. Finalmente, en 1077, Ladislao se convirtió en rey y
siguió los pasos de San Esteban, consolidando la fe católica en el reino.
El historiador británico Lord Acton dijo una vez:
“El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes
hombres casi siempre son hombres malos”. Este no fue el caso de San Esteban.
Tuvo gran poder, pero lo usó para el bien del Evangelio. Se mantuvo humilde,
orante, atento a los pobres y siempre buscó la salvación de las almas. Pocos
reyes han sido canonizados como santos. Cuando lo son, deben ser imitados y
honrados por la virtud que requirió usar su poder para Cristo.
Al honrar a San Esteban, rey de Hungría, reflexiona
sobre tu propio ejercicio de autoridad. ¿Abusas de tu poder en el trabajo, en
casa o en otro lugar? ¿O te esfuerzas por usar humildemente cualquier autoridad
que tengas para la gloria de Dios y la salvación de las almas? Procura imitar a
San Esteban haciendo lo último.
Oración:
San Esteban de Hungría, aprendiste la fe católica
desde temprana edad y la valoraste enormemente. Luego llevaste esa fe a una
nación pagana y trabajaste incansablemente para compartir lo que habías
descubierto. Por favor, ruega por mí, para que siempre use mis dones y mi
autoridad únicamente para la gloria de Dios y la salvación de las almas. San
Esteban, rey de Hungría, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.
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