Santos
del día:
San Sixto II, papa y sus compañeros
Siglo III. Elegido papa en 257. «Hijo mío, no te
dejaré ni te abandonaré; grandes son los combates que te esperan, pero la
gracia de Dios será tu fuerza.»
Estas
palabras habrían sido dirigidas a su diácono san Lorenzo, quien sería
martirizado pocos días después. Reflejan el espíritu de entrega, fidelidad y
consuelo pastoral del papa mártir durante la persecución de Valeriano (año
258).
Fue decapitado junto con
algunos de sus diáconos.
San
Cayetano, presbítero
1480–1547. «No te inquietes por el mañana,
confía en la Providencia divina», enseñaba el “padre de la Providencia”,
fundador de los teatinos y gran apóstol de la caridad en tiempos de crisis. Fue
canonizado en 1671 y es patrono del pan y del trabajo.
Impotencia y confianza
(Números 20, 1-13) Frente
a la queja y a la prueba provocadas por la falta de agua, Moisés y Aarón se
dirigen a la Tienda del Encuentro para encomendarse a Dios. Su gesto de
postración expresa, a la vez, su impotencia y su confianza en Aquel para quien
“nada es imposible”. Dejando a Dios el campo libre, experimentan su presencia.
Lo cual no impide que la fe de Moisés, como sucede con la nuestra, vacile
después, cuando golpea la roca en lugar de “hablarle” como se le había
ordenado.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Brotó agua
abundante
Lectura del libro de los Números.
EN aquellos días, la comunidad entera de los hijos de Israel llegó al
desierto de Sin el mes primero y el pueblo se instaló en Cadés. Allí murió
María y allí la enterraron.
Faltó agua a la comunidad y se amotinaron contra Moisés y Aarón. El pueblo
protestó contra Moisés diciendo:
«¡Ojalá hubiéramos muerto como nuestros hermanos, delante del Señor! ¿Por qué
has traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él
nosotros y nuestras bestias? ¿Por qué nos has sacado de Egipto para traernos a
este sitio horrible, que no tiene grano ni higueras ni viñas ni granados ni
agua para beber?».
Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad y se dirigieron a la entrada de la
Tienda del Encuentro, y se postraron rostro en tierra delante de ella. La
gloria del Señor se les apareció, y el Señor dijo a Moisés:
«Coge la vara y reúnan la asamblea, tú y tu hermano Aarón, y háblenle a la roca
en presencia de ellos y ella dará agua. Luego saca agua de la roca y dales de
beber a ellos y a sus bestias».
Moisés retiró la vara de la presencia del Señor, como se lo mandaba. Moisés y
Aarón reunieron la asamblea delante de la roca; Moisés les dijo:
«Escuchen, rebeldes: ¿Creen que podemos sacarles agua de esta roca?».
Moisés alzó la mano y golpeó la roca con la vara dos veces, y brotó agua tan
abundante que bebió toda la comunidad y las bestias.
El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
«Por no haberme creído, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los
hijos de Israel, no harán entrar a esta comunidad en la tierra que les he dado».
(Esta es la Fuente de Meribá, donde los hijos de Israel disputaron con el Señor
y él les mostró su santidad).
Palabra de Dios.
Salmo
R. Ojalá
escuchen hoy la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón».
V. Vengan,
aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.
V. Entren,
postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.
V. Ojalá escuchen
hoy su voz:
«No endurezcan el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando sus padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». R.
Aclamación
V. Tu eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará. R.
Evangelio
Tú eres
Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó
a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los
profetas».
Él les preguntó:
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni
la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el
poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos;
lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos».
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a
Jerusalén y padecer allí mucho por
parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser
ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú
piensas como los hombres, no como Dios».
Palabra del Señor.
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Nos encontramos hoy, en este jueves del Tiempo Ordinario, en un momento providencial para confrontar nuestras propias debilidades humanas a la luz de la Palabra de Dios. Nos acompaña una escena evangélica profunda y, podríamos decir, hasta desconcertante: el apóstol Pedro pasa de ser proclamado como roca de la Iglesia a ser comparado con Satanás por el mismo Jesús. ¿Cómo entender esta aparente contradicción? ¿Qué quiere enseñarnos el Señor con esta palabra tan dura? ¿Y cómo ilumina esta enseñanza nuestra vida en la fe, nuestra respuesta vocacional y nuestro compromiso evangelizador en este tiempo jubilar?
1. La fe de Pedro y la pedagogía de Jesús
El contexto inmediato de este pasaje es clave.
Pedro, inspirado por el Padre, ha hecho una de las confesiones de fe más bellas
de todo el Evangelio: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt
16,16). Jesús reconoce esta revelación como don del cielo y le promete las
llaves del Reino. Pero inmediatamente después, cuando Jesús anuncia su pasión,
Pedro no puede aceptar ese camino de sufrimiento. Se rebela contra el plan de
Dios y, como si fuera portavoz del enemigo, intenta desviar al Señor del camino
de la cruz. Entonces Jesús le dice: “¡Apártate de mí, Satanás!”
¿No es esto también una parábola de nuestras
propias contradicciones internas? ¿Cuántas veces, como Pedro, hemos confesado
con los labios que Jesús es el Señor, pero hemos querido que se haga nuestra
voluntad y no la suya? ¿Cuántas veces hemos seguido al Señor mientras nos
conviene, pero al primer anuncio de cruz, hemos querido desandar el camino?
Pedro representa hoy al discípulo de doble rostro:
lleno de fe, pero también lleno de miedo. Entusiasmado por la gloria, pero
escandalizado por la cruz. Como bien señala el comentario que inspira nuestra
reflexión, Pedro no pudo aceptar que el amor verdadero pasa por el sufrimiento
redentor. Jesús no lo reprende por falta de cariño, sino porque su manera de
pensar no es la de Dios, sino la de los hombres.
2. El miedo que paraliza y la fe
que transforma
La reacción de Pedro es comprensible desde una
lógica humana. Nadie quiere que el ser amado sufra. Nadie quiere que su
maestro, su amigo, su esperanza, se enfrente a la violencia y a la muerte. Pero
esa es precisamente la trampa del miedo: nos hace ver como mal lo que Dios
quiere usar para el mayor bien.
Santo Tomás de Aquino, comenta o explica que el miedo nace de un mal futuro percibido. Mientras el dolor
reacciona ante el mal presente, el miedo nos paraliza ante lo que aún no ha
sucedido, pero que anticipamos como trágico. Así le pasa a Pedro, así nos pasa
muchas veces a nosotros.
Queridos hermanos, en este tiempo jubilar, el Señor
nos invita a ser peregrinos de la esperanza. Y no hay esperanza verdadera sin
cruz, sin purificación del miedo, sin conversión del corazón. La fe nos enseña
a mirar el futuro no con ansiedad, sino con abandono confiado. No con cálculo
humano, sino con apertura al plan divino.
3. Pensar como Dios y no como los
hombres
Jesús es tajante: “Tú piensas como los hombres,
no como Dios.” ¿Qué significa esto?
Pensar como los hombres es rechazar el sufrimiento
como inútil. Es buscar una salvación sin sacrificio. Es desear una Iglesia sin
Cruz, un Evangelio sin exigencia, una vida espiritual cómoda. Es pensar que la
misión de la Iglesia debe adaptarse a los criterios del mundo, a los métodos
del éxito visible, al aplauso y la popularidad.
Pensar como Dios, en cambio, es ver en la cruz el
lugar donde florece la vida. Es entender que el Reino de los Cielos se
construye con obediencia, con entrega, con generosidad, con martirio si es
necesario. Es descubrir que la debilidad humana, cuando se pone en manos de
Dios, se convierte en fuerza invencible. Que la pobreza evangélica, la
castidad, la obediencia, el servicio escondido… tienen un poder transformador
mucho mayor que el de cualquier estrategia mundana.
4. Vocaciones valientes para un
mundo herido
En este contexto, oramos hoy especialmente por las
vocaciones. Y no sólo por vocaciones sacerdotales y religiosas, sino por todas
aquellas personas que están llamadas a vivir su fe con radicalidad:
catequistas, misioneros, laicos comprometidos, matrimonios santos, jóvenes que
no se avergüenzan del Evangelio.
Necesitamos hombres y mujeres que, como Pedro
después de su conversión, se atrevan a caminar con Cristo hasta el Calvario.
Personas que, en medio de una cultura del miedo, del placer y de la evasión, se
atrevan a decir: “Aquí estoy, Señor. Envíame.” Necesitamos testigos que
piensen como Dios, no como los hombres. Que crean que de la cruz nace la
resurrección. Que no huyan del sufrimiento, sino que lo ofrezcan y lo rediman
en Cristo.
5. La Iglesia como roca edificada
en la debilidad transformada
Volvamos a Pedro. Él fue llamado Petros,
piedra movible, pero Jesús edificó su Iglesia sobre una petra, roca
sólida. La vida de Pedro fue eso: un proceso de transformación de piedra débil
a roca firme. Y eso es lo que el Señor quiere hacer con cada uno de nosotros:
no nos rechaza por nuestras caídas, pero sí nos llama a salir de nuestra lógica
humana para abrazar la lógica divina. En ese paso, de la lógica del miedo a la
lógica de la fe, está el secreto de una Iglesia fuerte, de una comunidad viva,
de una vocación fiel.
Conclusión: Una súplica en este
año jubilar
Queridos hermanos y hermanas:
Vivimos tiempos inciertos. El mundo necesita esperanza. Y nosotros, como
Iglesia, como comunidad, como discípulos, no podemos ofrecer esa esperanza si
seguimos paralizados por el miedo o encerrados en nuestros propios planes. Este
Año Jubilar es una ocasión preciosa para renovar nuestra confianza en Dios.
Para dejar de pensar como los hombres y comenzar a pensar, orar, decidir y vivir
como Dios.
Por eso, pidámosle hoy al Señor:
Señor Jesús, que venciste el miedo y abrazaste la
cruz por amor, enséñanos a mirar el sufrimiento con tus ojos.
Libéranos de pensar sólo con criterios humanos.
Fortalece nuestra fe, para que seamos piedras firmes sobre las que edifiques tu
Iglesia.
Envía nuevas vocaciones valientes, generosas, dispuestas a caminar contigo
hasta Jerusalén.
Y haz de tu Iglesia un signo vivo de esperanza en medio del mundo.
Jesús, en ti confiamos. Amén.
Invitación
final para la vida cristiana:
Te
invito, hermano, hermana, a pensar hoy:
¿Qué te está paralizando? ¿Qué te da miedo? ¿Qué cruz estás evitando?
Déjala en manos del Señor. Y recuerda: “El valor proporciona fuerza. La
aceptación cura la ansiedad. La esperanza produce alegría. Y la fe es el
remedio para todos los miedos.”
Amén.
2
Impotencia que se transforma
en Confianza
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Las
lecturas de este jueves nos sumergen en la experiencia siempre actual de la
fragilidad humana confrontada con la fidelidad de Dios. Nos invitan a un acto
de sinceridad profunda: reconocer que somos débiles, que muchas veces nuestra
fe vacila, que incluso cuando vemos la gloria de Dios, podemos actuar desde el miedo,
desde la presión o desde el cansancio. Pero también nos revelan que, si sabemos
prosternarnos, si nos abrimos con humildad a la voluntad divina, Dios
transforma nuestra impotencia en confianza, y nuestra debilidad en instrumento
de salvación.
1. La sed del pueblo, la crisis del liderazgo
La
primera lectura del libro de los Números (Nm 20,1-13) nos sitúa en un momento
de crisis: el pueblo de Israel, sediento en el desierto, murmura contra Moisés
y Aarón. El desánimo, la desesperación, la crítica fácil, resurgen como tantas
veces en nuestra historia personal y comunitaria. El liderazgo de Moisés y
Aarón es puesto a prueba, y ellos, en su impotencia, se postran ante el Señor.
¡Qué gesto tan profundamente humano y espiritual! Ante la imposibilidad
de encontrar soluciones humanas, ante la rebelión del pueblo, ellos se postran.
Su cuerpo en el suelo dice más que mil palabras: “No podemos, pero tú sí
puedes, Señor.”
Esta
postración expresa la doble experiencia que todos los verdaderos servidores de
Dios conocen: la impotencia
ante los desafíos y la confianza
radical en la acción divina. ¿No es esa también nuestra
situación actual como Iglesia? A veces sentimos que la sed del mundo —de
sentido, de justicia, de paz, de Dios— es tan grande que nuestras palabras y
recursos no bastan. Nos sentimos como Moisés: tentados a golpear la roca con
ira, en lugar de hablarle con fe.
2. El error de Moisés:
cuando la fe vacila
Dios
ordena a Moisés que hable a la roca. Pero Moisés, bajo presión, golpea la roca
dos veces. El agua fluye, pero su acción desobedece la orden divina. No se le
pidió fuerza, se le pidió fe. No se le pidió espectáculo, se le pidió
obediencia.
Aquí
se nos revela un drama profundamente humano: incluso los grandes siervos de Dios pueden fallar.
Moisés, el amigo de Dios, aquel que hablaba con Él cara a cara, no logró
sostener su confianza hasta el final. Actuó desde la impaciencia, no desde la
docilidad. Como a Pedro en el Evangelio de hoy, a Moisés le faltó pensar “como
Dios”.
Este
texto no condena, sino que ilumina. Nos recuerda que el verdadero milagro no
está en el agua que brota de la roca, sino en la fe que brota del corazón
confiado. La misión evangelizadora de la Iglesia, en este año jubilar, no
depende de nuestra fuerza, sino de nuestra disponibilidad. No necesitamos
grandes gestos, sino profunda fe.
3. Pedro: de roca a
obstáculo
En
el Evangelio (Mt 16,13-23), Pedro vive una experiencia similar. Primero, recibe
una revelación divina: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Jesús lo bendice, lo
llama “roca”, le entrega las llaves del Reino. ¡Qué momento tan glorioso!
Pero
en el siguiente instante, Pedro se escandaliza ante el anuncio de la cruz.
Intenta disuadir a Jesús, y el Señor lo reprende con palabras durísimas: “¡Apártate de mí,
Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios.”
¿No
nos ocurre lo mismo en nuestra vida cristiana? Pasamos del fervor al miedo, del
entusiasmo al rechazo del sufrimiento. Queremos ser discípulos, pero sin cruz.
Queremos la gloria de la resurrección, pero sin pasar por el Calvario. Pedro no
entendía que la redención pasaba por la entrega total. Y Jesús, que ama a
Pedro, lo corrige duramente porque quiere hacerlo crecer en madurez espiritual.
El verdadero evangelizador y el verdadero vocacionado deben
ser moldeados por la cruz. Sin pasar por el fuego del despojo, del
silencio, de la prueba, no hay auténtica fecundidad apostólica.
4. Santos que supieron
confiar en medio de la prueba
Hoy
la Iglesia celebra la memoria de San
Sixto II y sus compañeros mártires, quienes derramaron su
sangre en el siglo III bajo la persecución del emperador Valeriano. Y también
celebramos a San Cayetano,
sacerdote del siglo XVI, conocido como el “padre de la Providencia”. Ambos son
testigos de esa confianza radical que brota de la fe y no de la vista.
San
Cayetano, nacido en tiempos de profunda crisis económica y espiritual, fundó la
Orden de los Clérigos Regulares, conocidos como teatinos, para reformar la vida
eclesial desde el interior, promoviendo la pobreza evangélica y el abandono
total en Dios. Rechazó cargos honoríficos y vivió dependiendo únicamente de la
Providencia. Su confianza se transformó en instrumento de evangelización. Por
eso hoy es patrono del pan y del trabajo.
En
estos testigos vemos lo que Moisés y Pedro aún no habían comprendido del todo:
que la confianza verdadera
se manifiesta cuando no hay seguridades humanas. En la
precariedad florece la fe. En la persecución se fortalece la Iglesia. En la
impotencia se manifiesta el poder de Dios.
5. Una invitación en este
Año Jubilar
Hermanos:
el Año Jubilar que estamos viviendo nos impulsa a ser peregrinos de la esperanza,
no desde el éxito o la fuerza, sino desde la humildad y la fe. La obra
evangelizadora de la Iglesia no depende de grandes estrategias, sino de
corazones rendidos ante el Señor.
Si
queremos vocaciones santas, comunidades vivas, y una Iglesia que ilumine al
mundo, debemos aprender a postrarnos como Moisés, a escuchar como Pedro, a confiar como Cayetano, a ofrecer la vida como
los mártires.
Sólo así, nuestra impotencia se convertirá en fuente de gracia.
Conclusión: Oración final
Señor, en este día, te presentamos nuestras rocas secas,
nuestros miedos y nuestras impaciencias.
Enséñanos a confiar, incluso cuando no entendemos tu plan.
Haz brotar agua viva de nuestras arideces.
Danos la gracia de pensar como Tú, no como el mundo.
Y suscita en tu Iglesia vocaciones que vivan de la fe, del
amor y del abandono total en ti.
San Cayetano, ruega por nosotros.
Santos mártires, intercedan por la Iglesia.
Jesús, en ti confiamos. Amén.
3
Vencer el
miedo con la esperanza
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Nos encontramos hoy, en este jueves de la 18ª
semana del Tiempo Ordinario, caminando con la Iglesia peregrina en este Año
Jubilar, bajo el hermoso lema “Peregrinos de la Esperanza”. Y, en
este contexto, la Palabra de Dios nos habla con fuerza y ternura sobre un
enemigo que todos conocemos: el miedo. El miedo que paraliza, que nubla
el corazón, que impide ver la acción de Dios en medio del dolor. Pero también
la Palabra nos presenta la respuesta cristiana ante ese miedo: la fe
confiada, la esperanza que vence, el amor que sostiene.
1. Del reconocimiento al rechazo:
el corazón humano en tensión
El Evangelio nos presenta un momento sorprendente
en la vida de Pedro. Un instante antes, Jesús lo elogia por su confesión de fe:
“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,16). Por esa confesión, Jesús
lo llama “bienaventurado”, le promete las llaves del Reino y lo nombra roca,
fundamento visible de la Iglesia.
Pero enseguida, cuando Jesús les revela el plan del
Padre —su pasión, su muerte y resurrección—, Pedro no puede soportar lo que
escucha y le dice: “¡Dios no lo quiera, Señor! Eso no te puede suceder” (Mt
16,22). Y entonces, el Maestro, que lo acababa de exaltar, ahora lo reprende severamente:
“¡Apártate de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque no piensas como
Dios, sino como los hombres” (Mt 16,23).
¡Qué contraste tan humano! Pedro pasa de ser “roca
firme” a “piedra de tropiezo”. Su reacción nace del miedo, del rechazo
del dolor, de su lógica afectiva que no acepta que el amor pueda incluir el
sufrimiento. Pero Jesús, en su amor pedagógico, no lo rechaza del todo: lo
corrige, lo forma, lo purifica. Porque el Señor sabe que Pedro tiene que pasar
por el crisol de la cruz para poder ser realmente roca sobre la que se
construya la Iglesia.
2. El miedo que paraliza y la
esperanza que transforma
San Tomás de Aquino decía que el miedo es una pasión
que surge ante un mal futuro que se percibe como inevitable o doloroso. Es una
reacción normal, pero peligrosa si no es iluminada por la fe. Pedro, al
escuchar que su Maestro debía sufrir y morir, se deja dominar por ese miedo
y busca evitarlo a toda costa.
También nosotros, ante las pruebas, las
enfermedades, los fracasos o las incertidumbres vocacionales y pastorales,
podemos actuar como Pedro: queremos evitar la cruz, soñamos un Evangelio sin
dolor, una vida sin heridas, una vocación sin sacrificio.
Pero Jesús nos enseña que el camino de la
salvación pasa por la cruz, no como derrota, sino como paso hacia la vida.
Por eso, nos llama a pensar como Dios y no como los hombres. Y pensar
como Dios es confiar, incluso en medio del dolor. Es mirar más allá del
sufrimiento presente, sabiendo que el Padre puede sacar el mayor bien del mayor
mal.
3. Memoria de mártires y santos:
testigos que vencieron el miedo
Hoy celebramos la memoria de San Sixto II, papa,
y de sus compañeros mártires del siglo III, quienes dieron su vida en las
persecuciones del emperador Valeriano. Fueron fieles hasta la sangre porque no
dejaron que el miedo apagara la esperanza. Su testimonio nos recuerda que
la Iglesia ha sido edificada por hombres y mujeres que, como Pedro, superaron
sus miedos y abrazaron la cruz con fe.
También recordamos hoy a San Cayetano,
presbítero del siglo XVI, conocido como el santo de la Providencia,
patrono del pan y del trabajo. Su confianza absoluta en la Divina Providencia
lo hizo fundar obras de caridad, vivir con radicalidad el Evangelio y entregar
su vida al servicio de los pobres. En tiempos de crisis, nos enseña que la
verdadera esperanza no está en las seguridades humanas, sino en el corazón de
Dios.
En este Año Jubilar, en el que la Iglesia
nos llama a ser “Peregrinos de la Esperanza”, necesitamos mirar a estos
testigos y aprender de ellos. La evangelización, el testimonio cristiano y la
vida vocacional solo pueden sostenerse si vencemos el miedo con la esperanza.
4. Para nosotros hoy: el desafío
de confiar y perseverar
Queridos hermanos: ¿Qué nos da miedo hoy? ¿El
futuro de la Iglesia? ¿La escasez de vocaciones? ¿La indiferencia del mundo?
¿Nuestra propia fragilidad?
Jesús nos dice: “No tengan miedo” (Mt
14,27). Nos lo dice como Iglesia, como comunidad evangelizadora. En esta
Eucaristía, donde actualizamos su pasión y resurrección, el Señor nos invita a no
ser obstáculos por miedo, sino piedras vivas que se dejan modelar por el
Espíritu Santo.
Hoy oramos especialmente por la obra
evangelizadora de la Iglesia y por las vocaciones sacerdotales,
religiosas y laicales. Que no falten hombres y mujeres dispuestos a abrazar
la cruz con esperanza, a anunciar el Evangelio con valentía, a amar a Cristo y
a los pobres como lo hizo San Cayetano, como lo hizo Pedro después de su
conversión, como lo hicieron los mártires.
5. Conclusión: del miedo a la
confianza
A ti, hermano o hermana que me escuchas y que quizá
vives momentos de oscuridad, incertidumbre o miedo: no estás solo. Dios
camina contigo. Y en este Año Jubilar, Él te llama a renovar tu confianza, a
poner tus miedos en sus manos, a dejar que su luz venza tus sombras.
Pídele a Jesús:
“Señor, dame la gracia de pensar como Tú, no como
el mundo. Que no me aparte de tu plan por temor al dolor. Que crea en tu
victoria, incluso cuando no la veo. Que viva este tiempo como peregrino de esperanza.”
Amén.
7 de agosto:
San Sixto II, papa y mártir, y compañeros mártires
— Memoria opcional
Desconocido – c. 258
Patrono de Bellegra, Italia
Cita:
Fue coronado con el martirio. Era obispo en tiempos de Valeriano y Decio,
cuando se desató la gran persecución. En ese tiempo fue capturado por Valeriano
y llevado a ofrecer sacrificio a los demonios. Pero despreció las órdenes de
Valeriano. Fue decapitado, y con él, otros seis diáconos: Felicíssimo, Agapito,
Jenaro, Magno, Vicente y Esteban, aproximadamente el 6 de agosto… Y después de
la pasión del bienaventurado Sixto, al tercer día, también sufrió Lorenzo, su
arcediano, el 10 de agosto, al igual que el subdiácono Claudio, el presbítero
Severo, el lector Crescencio y el portero Romano… Él mismo fue sepultado en el
cementerio de Calixto en la Vía Apia, y los seis diáconos mencionados, en el
cementerio de Pretextato, también en la Vía Apia, el 6 de agosto.
~Liber Pontificalis
Reflexión:
En los siglos I y II, los emperadores Nerón, Domiciano y Trajano persiguieron a
los cristianos, exiliando a algunos y matando a otros. Entre los mártires más
conocidos de esa época están los santos Pedro, Pablo, Domitila e Ignacio de
Antioquía. El apóstol Juan fue exiliado. El emperador Domiciano fue
especialmente violento contra los cristianos porque se veía a sí mismo como un
dios y esperaba ser tratado como tal.
En el año 250, el emperador Decio emitió un edicto
que exigía a todos los ciudadanos ofrecer sacrificios a los dioses romanos por
el bienestar del emperador. Quienes lo hacían recibían un certificado oficial.
Quienes se negaban podían ser arrestados y ejecutados. Esta persecución, que
abarcó todo el imperio, no solo se dirigió contra los líderes de la Iglesia,
sino también contra los laicos. Entre los mártires más conocidos bajo Decio se
encuentran el papa Fabián, el obispo Alejandro de Jerusalén y dos mujeres
laicas: Apolonia y Águeda.
Las persecuciones bajo el emperador Decio
terminaron con su muerte en el año 251, y los dos siguientes emperadores fueron
más tolerantes con los cristianos. Sin embargo, la forma en que Decio manejó la
situación de los cristianos causó un impacto devastador en la Iglesia. Al
exigir sacrificios y certificados, muchos cristianos cedieron por miedo. Una
vez cesadas las persecuciones, la Iglesia tuvo que afrontar la difícil cuestión
de qué hacer con aquellos que habían apostatado para salvar sus vidas.
Muchos de estos cristianos arrepentidos, llamados lapsi
(del latín "caídos"), querían reconciliarse con Cristo y ser
readmitidos a los sacramentos. Algunos líderes de la Iglesia eran estrictos y
creían que no debían ser readmitidos. Otros proponían una severa penitencia
pública. Algunos más, en cambio, pensaban que, si el arrepentimiento era
sincero, podían ser reconciliados inmediatamente sin necesidad de penitencia
pública. El papa Cornelio y san Cipriano de Cartago apoyaron esta postura
intermedia, la cual fue adoptada oficialmente en el Concilio de Cartago del año
251.
En el año 253, Valeriano se convirtió en emperador
y, al principio, fue tolerante. Sin embargo, hacia el año 257, todo cambió.
Emitió un edicto que prohibía el culto cristiano y ordenaba el arresto de
obispos, sacerdotes y diáconos. La nobleza cristiana perdió sus títulos y
propiedades, y los senadores cristianos podían ser ejecutados si no renunciaban
públicamente a su fe. Ese mismo año fue elegido papa el santo de hoy, Sixto II.
Se sabe poco de la infancia y juventud del papa san
Sixto II, salvo que probablemente nació en Grecia y que tenía formación en
filosofía griega. En cuanto a la controversia de los lapsi, apoyó
plenamente el enfoque misericordioso adoptado por la Iglesia. Estaba bien
consciente del miedo que muchos cristianos experimentaban ante la amenaza de
muerte, pero también fue valiente y no se dejó dominar por ese temor.
Otro tema relacionado que enfrentó la Iglesia
durante el pontificado de Sixto fue la validez del bautismo administrado por
obispos y sacerdotes herejes. Una vez resuelta la cuestión de los lapsi,
los clérigos que no aceptaron el decreto del Concilio de Cartago fueron
considerados herejes. Surgió entonces la duda de si los bautismos realizados
por ellos eran válidos.
El papa Sixto se alineó con la posición que luego
fue adoptada oficialmente por la Iglesia: que, a pesar de la herejía del
ministro, si el bautismo se realizaba con agua, con la fórmula dada por Cristo
y con la intención de la Iglesia, era válido y no se requería rebautismo. Sixto
trabajó arduamente para lograr la unidad entre los obispos, especialmente en el
norte de África, y tuvo éxito en ello.
El pontificado de Sixto fue breve. Aproximadamente
un año después de su elección, fue uno de los primeros cristianos en sufrir el
martirio bajo el edicto del emperador Valeriano II. Con él murieron seis
diáconos: Jenaro, Vicente, Magno, Esteban, Felicíssimo y Agapito. Cuatro días
después, también fue martirizado el diácono san Lorenzo. El papa Sixto fue
enterrado en la Cripta de los Papas, en las Catacumbas de San Calixto, en la
Vía Apia, en Roma. Un siglo más tarde, el papa san Dámaso I honró su tumba con
una inscripción, y hacia finales del siglo VII, su nombre fue incluido en el
Canon Romano de la Misa, donde se le honra como mártir.
Aunque no sabemos mucho sobre la vida personal del
papa san Sixto II, sabemos que es santo y uno de los mártires tempranos de
nuestra Iglesia, quien además luchó por la unidad eclesial, trató con misericordia
a los pecadores y defendió con firmeza las enseñanzas recibidas de los
apóstoles. Al honrar a este valiente santo, pidamos la gracia de dar testimonio
de Cristo con fidelidad, misericordia y unidad en todo lo que Él nos llama a
hacer.
Oración:
San Sixto II, tú caminaste en los pasos de san Pedro, muriendo también como
mártir en esa misma ciudad. No temiste la muerte, sino sólo desviarte de las
verdades misericordiosas que nos hacen uno en Cristo. Ruega por mí, para que
siga tu ejemplo con valentía, entregando mi vida por los demás en todo lo que
pueda.
San Sixto II, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
7 de agosto:
San Cayetano, presbítero — Memoria
opcional
1480–1547
Patrono de los
desempleados
Invocado para los
problemas de ludopatía
Canonizado por el Papa
Clemente X en 1671
Cita:
No es con un amor sentimental,
sino con acciones amorosas que las almas se purifican.
~San Cayetano
Reflexión:
Cayetano,
perteneciente a los condes de Thiene, nació en Vicenza, en la República de
Venecia —actual noreste de Italia— en una familia noble y acaudalada de primer
rango. En el siglo anterior, su linaje había contado con gobernadores,
teólogos, clérigos y cardenales. Su padre murió cuando Cayetano tenía solo dos
años. La fe de su madre fue especialmente fuerte: lo consagró a la Santísima
Virgen María desde pequeño y lo educó con esmero.
Desde
niño, Cayetano fue piadoso, moderado, obediente y compasivo con los pobres.
Practicaba largas horas de oración, lo que le ayudó a resistir las tentaciones
propias de su estatus social y riqueza. Era inteligente y un buen estudiante.
La oración no obstaculizaba sus estudios, sino que los potenciaba, dándole una
comprensión más profunda del conocimiento. Si bien aprendió la piedad
principalmente de su madre, también recibió educación humanista y general con
tutores privados. Luego fue enviado a Padua, donde obtuvo un doble doctorado en derecho canónico y
civil a los 24 años.
Con
esta sólida formación jurídica y espiritual, Cayetano estaba listo para servir
a la Iglesia. Aunque deseaba una vida oculta de oración, atrajo la atención del
papa Julio II, quien en 1506 lo nombró protonotario
apostólico, un cargo importante en la corte pontificia. El Papa
Julio II, conocido como el “Papa Guerrero”, era ambicioso y políticamente
activo, llegando incluso a liderar tropas en combate. En este entorno, el
trabajo de Cayetano era principalmente jurídico-administrativo, aunque también
asesoraba al papa.
En
1508, cuando el Papa Julio II formó la Liga de Cambrai para enfrentar a la
República de Venecia, Cayetano jugó un papel clave en la reconciliación entre
el papa y su patria, ayudando a restablecer la paz.
Cuando
Julio II murió en 1513, Cayetano renunció a sus funciones en la corte
pontificia y se ordenó
sacerdote en 1516. Dos años después, regresó a Vicenza y se
unió al Oratorio de San
Jerónimo, dedicado al servicio de los pobres. La mayoría de sus
miembros eran de clases humildes, lo cual ofendió a muchos nobles y parientes
suyos. Pero al padre Cayetano no le importaban esas normas sociales, y puso su
corazón entero en su labor.
Fundó
un hospital para enfermos terminales, dedicándose con ternura a ayudar a morir
con dignidad y fe. Más tarde fundó otro hospital en Venecia.
En
Vicenza también sirvió en una parroquia local. Se hizo conocido como un “apóstol jugador” porque,
cuando daba consejos espirituales, hacía una especie de apuesta con la persona:
si el consejo daba frutos, el otro debía encender una vela votiva; si no, la
encendería él. Por eso, es
invocado hoy por quienes luchan contra la adicción al juego.
En
ese tiempo, la Iglesia sufría gran corrupción interna. Cayetano había sido
testigo directo de esto en la corte del Papa Guerrero: moral relajada entre el
clero, ambiciones políticas, abusos financieros... Todo lo cual alimentó la Reforma protestante. A diferencia
de Lutero y otros que se rebelaron, Cayetano
optó por reformar la Iglesia desde dentro.
En
1523, se unió en Roma al Oratorio
del Amor Divino, una comunidad dedicada a la oración y al
servicio de los pobres. Allí conoció a tres hombres afines: Giovanni Pietro Carafa
(futuro Papa Pablo IV),
Bonifacio da Colle
y Paolo Ghisleri.
El 14 de septiembre de
1524, fiesta de la Exaltación de la Cruz, fundaron la Orden de Clérigos Regulares,
conocidos como Teatinos,
profesando sus votos en Roma.
Su
objetivo era unir el espíritu monástico con el trabajo pastoral del clero
secular. Vivían en pobreza evangélica, oración común, vida austera y al mismo
tiempo se dedicaban a los sacramentos, la predicación, la formación de clérigos
y el cuidado de pobres y enfermos.
En
1527, Roma fue saqueada
durante ocho meses. Algunos Teatinos fueron asesinados y el padre Cayetano fue
torturado. Lograron escapar y se establecieron en Venecia, fundando una nueva
casa. En las dos décadas siguientes, la orden se expandió a Nápoles, Milán, Sicilia, Alemania,
entre otros.
El
padre Cayetano era conocido por su vida penitente y de oración intensa, que
sustentaba su entrega misionera. Murió en 1547. Su cofundador y amigo, el obispo Carafa, fue
elegido Papa Pablo IV en
1555, lo que fortaleció la expansión de los Teatinos.
Oración:
San Cayetano, pudiste haber llevado
una vida noble y cómoda, pero elegiste el camino difícil de la oración y la
penitencia. Así, entraste en profunda unión con Dios e inspiraste a muchos a
seguirte.
Ruega por mí, para que rechace las tentaciones del mundo, busque la conversión
personal y sea ejemplo para los demás.
San Cayetano, ruega por
nosotros.
Jesús, en Ti confío.
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