sábado, 11 de octubre de 2025

12 de octubre del 2025: vigésimo octavo domingo del tiempo ordinario- Ciclo C

 

La misericordia divina no obedece a ninguna regla

El Evangelio de hoy nos recuerda que no debemos buscar un “modo operativo” fijo en Jesús cuando realiza una curación. Una vez más, la historia que se cuenta aquí tiene sus particularidades. Es cierto que encontramos algunos “ingredientes” familiares: un encuentro personal con el enfermo y la afirmación de Jesús sobre la fe que salva. Pero en este caso, esos elementos se presentan de una manera distinta. No se trata de un solo hombre o mujer, sino de un grupo. No hay contacto físico con los leprosos, que permanecen a distancia.

Jesús no entra en diálogo con ellos, no comenta su fe ni anuncia su curación; simplemente les ordena ir a presentarse ante los sacerdotes (los únicos autorizados para constatar la sanación). Luego, uno solo —un hombre— se distingue y regresa sobre sus pasos para dar gracias.

Jesús manifiesta su asombro: los otros no se unieron al samaritano. Él constata el hecho sin juzgar su aparente falta de gratitud, y señala de paso que el único que volvió a agradecer era un extranjero. Después pronuncia las palabras: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.”

Todo esto nos dice que la misericordia de Dios no sigue reglas fijas. Se derrama sin condiciones, no exige ni siquiera nuestra gratitud. No hay procedimientos que respetar para merecer la gracia: Dios ama y da sin límites. ¡Y eso basta!

¿Hasta qué punto confío lo suficiente en Jesús como para atreverme a dirigirme a Él y pedirle lo que necesito? ¿Cuándo me atrevo a glorificar a Dios en voz alta?

Marie-Caroline Bustarret, théologienne, enseignante aux facultés Loyola Paris

 

 


Primera lectura

2 Re 5, 14-17

Volvió Naamán al hombre de Dios y alabó al Señor

Lectura del segundo libro de los Reyes.


EN aquellos días, el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Eliseo, el hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio de su lepra. Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo».
Pero Eliseo respondió:
«Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada».
Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó.
Naamán dijo entonces:
«Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 97, 1bcde. 2-3ab. 3cd-4 (R.: cf. 2)

R. El Señor revela a las naciones su salvación.

V. Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. 
R.

V. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. 
R.

V. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
griten, vitoreen, toquen. 
R.

 

Segunda lectura

2 Tim 2, 8-13

Si perseveramos, también reinaremos con Cristo

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito:
Pues si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Den gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de ustedes. R.

 

Evangelio

Lc 17, 11-19

¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

UNA vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Vayan a presentarse a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Palabra del Señor.

 

 


 

La gratitud que sana el corazón

8.    Introducción: La misericordia que rompe fronteras

En este 28.º domingo del Tiempo Ordinario, en el corazón del Año Jubilar de la Esperanza, la Palabra nos presenta a un Dios que no se deja encerrar en fórmulas, dogmas humanos ni nacionalismos. Jesús, en camino hacia Jerusalén, atraviesa “la frontera entre Samaría y Galilea” (Lc 17,11). Es decir, pisa tierra de mezcla, lugar de tensiones, espacio donde la pureza legal y la exclusión religiosa se enfrentan. Allí, precisamente allí, se revela la misericordia que no obedece a reglas.

Este 12 de octubre, Día del Encuentro de Dos Mundos, también recordamos una frontera cruzada: la del Evangelio que, con luces y sombras humanas, llegó a nuestro continente. No fue una historia pura ni perfecta; pero la fe que arraigó en América Latina, bajo el manto de María del Rosario, sigue siendo un signo de esperanza. Hoy la Iglesia nos invita a redescubrir ese encuentro redentor, a purificarlo con verdad y a celebrarlo con gratitud.


2. Primera lectura (2 Reyes 5,14-17): Un extranjero agradecido

Naamán, general sirio y leproso, obedece al profeta Eliseo y se sumerge siete veces en el Jordán. Su piel se vuelve limpia y su corazón, humilde. Pero lo más importante: reconoce al Dios verdadero y exclama: “Ya sé que no hay otro Dios en toda la tierra más que el de Israel.”
No pide recompensa, ni reclama derechos. Solo agradece. Y como el samaritano del Evangelio, es un extranjero el que enseña a los hijos de Israel la actitud correcta frente al don de Dios: la gratitud.

El milagro físico —la piel restaurada— es apenas el reflejo del milagro interior: un corazón renovado, que se abre al amor gratuito de Dios. Naamán ya no es el poderoso ni el impuro; ahora es un creyente que adora.


3. Evangelio (Lc 17,11-19): Diez sanados, uno salvado

Diez hombres leprosos claman desde lejos: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.” Jesús no los toca, no los bendice, no los interroga. Les da una orden seca: “Vayan a presentarse a los sacerdotes.”
Y mientras iban, quedaron limpios. La fe, aquí, consiste en caminar en obediencia, en ponerse en marcha incluso sin ver todavía el resultado. Pero solo uno, el samaritano, comprende el sentido profundo del don: vuelve, glorifica a Dios a voz en cuello, y se postra ante Jesús.

Este gesto cambia todo. Los otros recibieron la curación del cuerpo; este hombre recibe además la salvación del alma. Por eso Jesús no le dice simplemente: “Estás limpio”, sino: “Tu fe te ha salvado.”

El Evangelio no censura a los nueve ausentes, pero sí subraya que el reconocimiento del don es el camino hacia la plenitud. La fe madura se expresa en gratitud.


4. La gratitud: forma suprema de fe

Agradecer no es un gesto de educación; es una confesión de fe. Quien agradece, reconoce que no se basta a sí mismo. Por eso el corazón agradecido es el más libre: no reclama, no calcula, no se encierra en su mérito.
El samaritano del Evangelio, considerado impuro y ajeno, se convierte en modelo de creyente, porque entiende que todo —la vida, la salud, el perdón— es gracia.

En este Año Jubilar, cuando proclamamos a Cristo como Rostro de la Misericordia, estamos invitados a volvernos también nosotros, como el samaritano, hacia Él con gratitud. No basta con “recibir bendiciones”; hay que regresar a los pies del Señor para adorarlo.


5. Segunda lectura (2 Timoteo 2,8-13): Perseverar en la fe

San Pablo recuerda a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos.” La fe cristiana no se apoya en favores recibidos, sino en una memoria viva del Resucitado.
Incluso si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo. Esa es la misericordia que no obedece a ninguna regla: gratuita, constante, perseverante.
El creyente agradecido no se rinde ante el dolor ni la ingratitud de los demás; persevera como Pablo, que, aunque encadenado, sigue cantando.


6. En el mes del Rosario y las Misiones

El rosario es, en el fondo, una escuela de gratitud. Cada “Ave María” es un eco del Magníficat: “Mi alma glorifica al Señor.” María, mujer agradecida, es la primera en reconocer que “el Todopoderoso ha hecho obras grandes” en ella.
Y la misión —la evangelización— no es otra cosa que anunciar lo que Dios ha hecho. El samaritano que regresa a dar gracias se convierte en misionero: su voz glorifica a Dios “en voz alta”. El cristiano que evangeliza no es quien impone, sino quien agradece y comparte lo que ha recibido.


7. Actualización pastoral: América, tierra de mestizaje y misericordia

Este 12 de octubre nos recuerda que la fe cristiana llegó a nuestras tierras entre luces y sombras. Pero hoy podemos, con madurez, dar gracias por la semilla del Evangelio, que germinó en tantos pueblos, lenguas y culturas.
La misericordia de Dios sigue cruzando fronteras: sana heridas históricas, reconcilia culturas, invita a la conversión de todos. No fue la espada la que evangelizó, sino la cruz que perdona y la madre que acompaña.

América sigue siendo una tierra de encuentro, y la Iglesia latinoamericana está llamada a ser rostro de gratitud y esperanza en un mundo herido por el egoísmo.


8. Conclusión y oración final

Queridos hermanos y hermanas, la liturgia de hoy nos enseña tres caminos de fe:

1.    Reconocer el don (Naamán y el samaritano).

2.    Agradecer al Dador (Jesús).

3.    Anunciar el amor recibido (la misión).

Pidamos al Señor que nos libre de la lepra de la indiferencia, que nos devuelva la voz de la alabanza y el corazón agradecido.

Oración final:

Señor Jesús, Maestro y Salvador,
como aquellos leprosos te gritamos desde lejos:
“Ten compasión de nosotros.”
Y tú, sin condiciones, nos sanas y nos envías.
Haznos volver siempre a tus pies para darte gracias.
Que nuestra voz proclame tu misericordia
y nuestras obras sean testimonio de tu amor.
En este Año Jubilar,
haz de América una tierra reconciliada,
una Iglesia agradecida y misionera,
un pueblo que canta:
“El Señor ha hecho maravillas.”

Amén.

 

2

 

Orar más allá de nuestras necesidades

 

1. Introducción: La fe que va más allá del pedido

El Evangelio de hoy nos presenta una de las escenas más humanas y, a la vez, más teológicas del ministerio de Jesús: diez leprosos gritan desde lejos, suplicando:
“Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.”
El Señor escucha, no se acerca físicamente, no toca, no dialoga… solo ordena: “Vayan a presentarse a los sacerdotes.”
Y mientras van, quedan limpios. Pero el relato no termina allí. Solo uno vuelve, el samaritano. Solo él comprende que el milagro recibido no es un fin, sino el comienzo de una relación nueva con Dios.

Este Evangelio nos invita a revisar el sentido de nuestra oración. No basta pedir lo que necesitamos; hay que agradecer, adorar y convertir la vida. El milagro físico puede curar el cuerpo, pero solo la fe agradecida salva el alma.


2. La lepra: imagen del pecado y del aislamiento

La lepra en tiempos de Jesús era una enfermedad devastadora: deformaba el cuerpo, y lo peor, aislaba al enfermo. Nadie podía tocarlo, nadie podía convivir con él.
Así también actúa el pecado: desfigura el alma y nos aparta de Dios y de los demás. Las relaciones se enfrían, el corazón se encierra, la comunidad se rompe.

Los leprosos del Evangelio son símbolo de la humanidad entera: hombres y mujeres heridos por el egoísmo, la indiferencia, el orgullo o la envidia. Todos, de alguna manera, hemos conocido esa distancia: el “estar lejos” de Jesús.
Pero, incluso desde esa lejanía, la súplica llega al cielo:
“Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros.”
Y el Señor escucha.


3. La misericordia que no tiene procedimientos

Jesús no exige pruebas, no pide rituales previos. Su palabra basta. Los envía a presentarse a los sacerdotes, como mandaba la Ley. Pero el milagro ocurre en el camino. Es decir, la fe se verifica caminando, obedeciendo, confiando sin haber visto.

La misericordia de Dios no obedece a reglamentos. No se ajusta a nuestros esquemas morales o institucionales. Se da gratuitamente.
Jesús no pide nada más que confianza: “Camina y verás”.

Sin embargo, la respuesta humana marca la diferencia entre una curación parcial y una salvación completa. Nueve fueron sanados, pero uno solo fue salvado.
El que volvió comprendió que el don no era solo la piel nueva, sino la posibilidad de una vida nueva.


4. Naamán y el samaritano: dos extranjeros agradecidos

La primera lectura (2Re 5,14-17) narra la historia de Naamán, general extranjero que obedece al profeta Eliseo y se sumerge siete veces en el Jordán. Cuando se ve limpio, exclama:
“Ya sé que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel.”
Naamán y el samaritano son dos forasteros agradecidos. Ambos reconocen que el poder de Dios se manifiesta fuera de los límites religiosos y étnicos. Ambos regresan al origen del don para dar gloria al Dador.
Su fe, humilde y agradecida, derriba fronteras. Nos recuerda que el agradecimiento es el lenguaje universal del Reino.


5. Del pedido al encuentro: el corazón de la oración

Muchos se acercan a Dios por necesidad. Y está bien. Jesús mismo dijo: “Pidan y recibirán.” Pero la oración auténtica no se detiene en el pedido; avanza hacia el encuentro.
Cuando oramos solo para resolver problemas, reducimos a Dios a un “proveedor de soluciones”.
El leproso agradecido, en cambio, entiende que la verdadera sanación no está en recuperar lo perdido, sino en descubrir al Salvador.

El agradecimiento transforma la petición en adoración. La fe madura no usa a Dios; se entrega a Él.
Por eso Jesús le dice: “Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” La fe agradecida se convierte en vida nueva.


6. San Pablo: la fidelidad de Cristo que no falla

En la segunda lectura (2Tm 2,8-13), san Pablo escribe desde la prisión, encadenado, pero lleno de esperanza:
“Si morimos con Él, viviremos con Él; si somos infieles, Él permanece fiel.”
Pablo no ora solo para ser liberado; ora para mantener la fe viva. Su oración ya no es de necesidad, sino de comunión.
Esa fidelidad de Cristo —la misericordia que no se cansa— es la que sostiene a todo creyente. Nos invita a pasar del miedo a la confianza, de la súplica a la alabanza.


7. En el mes del Rosario y de las Misiones: María, mujer agradecida

El Rosario es, por excelencia, una oración de agradecimiento. Cada “Ave María” es un eco del Magníficat:

“Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador.”

María no pide, agradece. Y su gratitud se convierte en misión: lleva la alegría de Dios a Isabel, a los pobres, al mundo entero.
Del mismo modo, en este Mes de las Misiones, el cristiano agradecido se vuelve misionero.
Evangelizar no es imponer una doctrina; es compartir la alegría del encuentro con Cristo.
Como el samaritano, la Iglesia está llamada a volver a Jesús, postrarse ante Él y luego salir a anunciar: “El Señor me ha salvado.”


8. América Latina: agradecimiento y reconciliación

En este 12 de octubre, recordamos el Encuentro de Dos Mundos, no solo como un hecho histórico, sino como una vocación espiritual.
Somos fruto de un encuentro —a veces doloroso, pero también fecundo— entre culturas, lenguas y tradiciones.
Hoy, más que nunca, debemos agradecer a Dios por la fe que arraigó en nuestras tierras, y pedir perdón por las heridas del pasado.
La mejor manera de sanar la historia es convertir el dolor en misión y el recuerdo en gratitud.
Que este Año Jubilar sea ocasión para reconocer que el Evangelio no vino a dominar, sino a reconciliar.


9. Conclusión: La fe que se levanta y camina

La frase final de Jesús resume toda la espiritualidad cristiana:

“Levántate y vete; tu fe te ha salvado.”
Levántate del pecado, de la desesperanza, del egoísmo, de la indiferencia.
Vete, es decir, sigue caminando, pero ahora con un corazón nuevo.
El cristiano agradecido no se queda en el milagro; vive en misión.

Orar más allá de nuestras necesidades significa entrar en el corazón de Dios: reconocerlo como fuente de todo bien y responder con amor, servicio y gratitud.


10. Oración final

Señor Jesús, Maestro y Salvador,
muchas veces te busco solo cuando tengo necesidad.
Pero hoy quiero quedarme contigo, no por miedo, sino por amor.

Gracias por sanarme tantas veces,
por tenderme la mano cuando estaba lejos,
por escuchar mis súplicas aun cuando no lo merecía.

Enséñame a volver siempre a Ti,
a postrarme a tus pies con gratitud sincera.

Que mi oración no se limite al pedido,
sino que sea alabanza, acción de gracias y ofrenda de vida.

Que, como María, glorifique tu nombre;
como Pablo, persevere en la fe;
y como el samaritano, proclame en voz alta:
“El Señor ha hecho maravillas.”

En este Año Jubilar,
haz de tu Iglesia un pueblo agradecido y misionero,
un continente reconciliado,
una humanidad que camina curada y esperanzada.

Amén.

 

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