El único signo
(Lucas 11, 29-32) El
rechazo de Cristo a dar un signo distinto de su resurrección invita a cada uno
a interrogarse sobre sus motivaciones cuando implora este tipo de
manifestación. Si Jesús reprende a sus contemporáneos, es porque su demanda no
sirve sino para aplazar el momento de tomar una decisión clara respecto a Él, y
porque buscan ponerlo en una posición de fracaso para arruinar su misión.
Nos corresponde a nosotros preguntarnos si estamos dispuestos a poner nuestra
confianza en Él, basándonos en su resurrección y en sus promesas.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Rom
1, 1-7
Por
Cristo hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de
la fe entre los gentiles
Comienzo de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
PABLO, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio
de Dios, que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se
refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido
Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de
entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.
Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de
la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos se
encuentran también ustedes, llamados de Jesucristo.
A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de
Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
97, 1bcde. 2-3ab. 3c-4 (R.: 2a)
R. El Señor da
a conocer su salvación.
V. Canten al Señor un
cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
V. El Señor da a conocer
su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
V. Los confines de la
tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
griten, vitoreen, toquen. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. No endurezcan hoy su
corazón; escuchen la voz del Señor. R.
Evangelio
Lc
11, 29-32
A
esta generación no se le dará más signo que el signo de Jonás
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a
decirles:
«Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará
más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes
de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.
La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta
generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la
tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que
Salomón.
Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán
que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y
aquí hay uno que es más que Jonás».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: Una carta que
sigue viva
San Pablo escribe a los cristianos de Roma, a
quienes aún no conoce, con el corazón lleno de celo apostólico. Su carta es
como una antesala de su visita: quiere prepararles el alma, iluminar su fe,
fortalecer su esperanza y animarles a vivir la caridad.
La Carta a los Romanos es el gran compendio de su teología: la salvación
no proviene de las obras de la ley, sino de la fe en Jesucristo. Es una carta
de consuelo, porque proclama la presencia fiel de Dios en medio de nuestras
debilidades. “Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús” (Rm 8,39).
Hoy, en este Año Jubilar, también a nosotros nos llega esa carta: una carta
escrita con tinta divina, dirigida a nuestro corazón creyente. Nos recuerda que
la fe no es un sistema, sino una relación viva con Aquel que nos amó primero.
2. Obedecer desde el amor, no
desde el temor
San Pablo usa una palabra fuerte: obedecer a la
fe. Pero no se trata de una obediencia servil, sino de una adhesión libre y
amorosa. El que cree en Cristo elige seguirlo con confianza.
En la vida cotidiana obedecemos muchas reglas —las de tránsito, las leyes
laborales, los reglamentos sociales—, pero el creyente está llamado a una
obediencia distinta: la obediencia del corazón.
El Espíritu Santo, dice Pablo, ora dentro de nosotros, incluso cuando nuestras
palabras son torpes o confusas (Rm 8,26). Es el Espíritu quien nos enseña a
obedecer amando, a seguir sin miedo, a confiar aun cuando no entendemos.
Esta obediencia interior es la semilla de toda vida cristiana auténtica. En
tiempos de confusión moral y relativismo, obedecer la voz de Cristo es un acto
profético. Es creer que su Evangelio no oprime, sino que libera; no ata, sino
que humaniza.
3. Jesús, el signo suficiente
El Evangelio de hoy (Lc 11,29-32) nos presenta a
Jesús rechazando la exigencia de “una señal del cielo”. La gente de su tiempo,
como muchos hoy, quería pruebas visibles: milagros espectaculares, signos
innegables.
Pero Jesús responde con firmeza: “A esta generación no se le dará más señal que
la de Jonás”.
El signo no está en el cielo ni en las estrellas, sino en su propia persona. En
Él, Dios se ha hecho carne, palabra viva, gesto de amor. Quien mira a Cristo
crucificado y resucitado no necesita más pruebas.
Él es el signo supremo de la misericordia, el rostro visible del Padre
invisible. Quien lo acoge con fe, experimenta la salvación. Quien lo rechaza,
se queda ciego aun viendo milagros.
4. La fe como misión: del signo
recibido al testimonio ofrecido
El texto nos recuerda también tres ejemplos: los
ninivitas que escucharon a Jonás, la reina de Saba que buscó la sabiduría de
Salomón, y Naamán que creyó a Eliseo. Todos ellos eran extranjeros, “paganos”,
pero fueron capaces de abrir su corazón a la palabra de Dios.
El Evangelio quiere decirnos que muchas veces los “lejanos” son más receptivos
que los “cercanos”. Los misioneros lo saben bien: donde hay pobreza y corazón
sencillo, hay más apertura al Evangelio.
Por eso, en este mes misionero, el Señor nos invita a pasar del signo
recibido al testimonio ofrecido. Si Jesús es para nosotros el signo del
amor de Dios, debemos ser nosotros, para el mundo, el signo vivo de su
misericordia.
Una sonrisa, una visita al enfermo, una palabra de esperanza, una oración por
los difuntos, un Rosario rezado en familia… todos son signos sencillos, pero
llenos del Espíritu que mueve montañas.
5. Orar por los difuntos:
esperanza que no defrauda
En este camino jubilar, traemos al altar el
recuerdo de nuestros difuntos. Ellos ya no caminan con nosotros visiblemente,
pero siguen siendo parte del cuerpo de Cristo, unidos en la comunión de los
santos.
La Carta a los Romanos nos lo asegura: “Si morimos con Cristo,
también viviremos con Él”. Por eso nuestra oración no es de desesperanza,
sino de confianza. Pedimos al Señor que purifique sus almas y los reciba en su
casa eterna.
El Rosario, rezado con fe, es también una oración por ellos: cada misterio es
una flor ofrecida al cielo, un lazo de amor que une tierra y eternidad.
6. Conclusión: el signo somos
nosotros
Queridos hermanos: no pidamos señales del cielo. El
signo está en nosotros, cuando vivimos el Evangelio con alegría, cuando
obedecemos por amor, cuando perdonamos, cuando oramos con fe, cuando amamos sin
medida.
La Reina de Saba viajó desde lejos para escuchar la sabiduría de Salomón;
nosotros tenemos a Cristo más cerca que nuestro propio corazón. Él es el signo
suficiente, el amor visible, la señal del Reino que ya está entre nosotros.
Que el Espíritu Santo, que ora en nuestro interior, nos ayude a ser también signos
de esperanza en este Año Jubilar. Y que María, Reina del Santo Rosario y
Estrella de la Evangelización, nos enseñe a decir con confianza: “Hágase en mí
según tu palabra”.
Oración final
Señor
Jesús,
signo del amor del Padre y fuente de toda esperanza,
te alabamos y bendecimos porque no nos dejas solos.
Haznos dóciles a tu Espíritu para obedecer desde el amor.
Que, en este Año Jubilar, seamos peregrinos de esperanza,
testigos de tu Evangelio en medio del mundo.
Acoge en
tu misericordia a nuestros hermanos difuntos,
purifícalos y dales el descanso eterno.
Bendice
nuestras familias, comunidades y misioneros,
y por intercesión de la Virgen del Rosario,
enséñanos a ser signos vivos de tu Reino.
Amén.
2
1. Introducción: Un signo que atraviesa los siglos
Desde los primeros días del cristianismo, los
hombres y mujeres han buscado signos del poder y la presencia de Dios. También
nosotros, cuando sufrimos o dudamos, pedimos señales: un milagro, una
coincidencia, una palabra que confirme nuestra fe.
El Evangelio de hoy nos recuerda que el signo ya fue dado: Jesús mismo,
crucificado y resucitado. Su resurrección es la respuesta definitiva a toda
búsqueda humana.
Por eso, en este Año Jubilar, el Señor nos llama a renovar nuestra confianza en
Él, sin exigirle pruebas. La fe no se apoya en lo visible, sino en el amor que
transforma el corazón.
2. El corazón que busca signos
El pueblo que rodeaba a Jesús no era indiferente:
lo escuchaban, lo admiraban, pero querían algo más. “Danos una señal del
cielo”, le pedían. Pero detrás de esa petición se escondía una trampa: no
querían creer, sino justificar su incredulidad.
También hoy hay quienes piden pruebas para creer, milagros para aceptar la fe,
argumentos para justificar el amor. Pero la fe comienza cuando dejamos de
poner condiciones a Dios.
Jesús no rehúye nuestra necesidad de sentido; más bien, la purifica. Nos enseña
que el verdadero signo no es algo que se mira, sino Alguien a quien se ama.
3. El signo de Jonás: muerte y
renacimiento
Jesús menciona a Jonás: “Así como Jonás fue un
signo para los ninivitas, lo será el Hijo del Hombre para esta generación”.
Jonás estuvo tres días en el vientre del pez, signo de la muerte y del descenso
a las tinieblas. Luego fue liberado, signo de la vida nueva. Así también Cristo
descenderá al sepulcro y resucitará al tercer día.
El único signo necesario es la Resurrección. En ella Dios nos dice: “He
vencido la muerte. Confía.”
La fe pascual no necesita pruebas externas, porque brota del encuentro personal
con el Resucitado que vive en nosotros. Cada Eucaristía es ese signo presente:
Cristo vivo entre nosotros.
4. Entre la fe y la evasión
El texto evangélico nos invita a mirar nuestras
propias actitudes. ¿Cuántas veces pedimos signos solo para posponer nuestra
conversión?
Como aquellos contemporáneos de Jesús, podemos decir: “Si Dios me da esta
señal, entonces creeré; si me sana, si me prospera, si me concede lo que
pido...”
Pero eso no es fe, sino negociación espiritual. Jesús reprende esa
actitud porque retrasa la decisión de confiar en Él. La fe madura no busca
asegurarse; se lanza en los brazos de Dios.
El signo de Cristo resucitado nos pide una decisión: creer sin ver, amar sin
condiciones, seguir sin garantías.
5. La misión: ser signo en medio
del mundo
Los misioneros, a lo largo de los siglos, han
llevado este mismo signo a los pueblos más lejanos. No predican milagros
espectaculares, sino la fuerza de una cruz vacía y un sepulcro abierto.
Ellos confían en que el signo de la Resurrección sigue actuando en los
corazones humildes, como en Nínive o en la Reina de Saba, que buscó la
sabiduría de Salomón.
En este mes misionero y jubilar, el Señor nos recuerda que cada cristiano es
también un signo: cuando perdonamos, cuando servimos, cuando acompañamos al
que sufre, estamos proclamando con nuestra vida que Cristo vive.
Esa es la señal que el mundo necesita: testigos alegres, no creyentes que viven
con miedo o dudas.
6. Orar por los difuntos: el
signo de la esperanza
Hoy oramos por nuestros difuntos. En ellos se
realiza el misterio de la fe: la muerte no tiene la última palabra.
Ellos ya participaron del signo de Jonás: pasaron por la oscuridad, pero
esperan la luz del tercer día. Nuestra oración abre caminos de misericordia
para ellos, y fortalece nuestra esperanza.
Rezar por los difuntos no es mirar al pasado, sino mirar hacia el futuro de
Dios. Como dice San Pablo: “Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús”.
7. Conclusión: La resurrección,
nuestro único signo
Hermanos, el Señor no nos debe ninguna señal: ya
nos ha dado la más grande, su resurrección.
El cristiano que comprende esto vive con serenidad, sin exigir milagros, sin
perder la confianza.
Cada vez que rezamos el Rosario, meditamos ese signo: la Encarnación, la Cruz y
la Resurrección de Jesús. En sus misterios encontramos la fe, la esperanza y el
amor que sostienen toda misión cristiana.
No busquemos un signo nuevo; seamos nosotros mismos el signo del Cristo vivo en
medio del mundo.
Oración final
Señor
Jesús,
tú eres el único signo que basta a nuestro corazón.
Enséñanos a confiar en ti,
sin exigir pruebas ni milagros,
sino creyendo en el poder de tu Resurrección.
Que tu
Espíritu nos convierta en signos vivos
de esperanza y misericordia en este Año Jubilar.
Acoge,
Señor, a nuestros hermanos difuntos
en la paz de tu Reino,
donde ya no hay llanto ni muerte,
sino vida eterna contigo.
Por
intercesión de María, Reina del Santo Rosario,
danos la gracia de anunciarte con alegría
y servirte con amor hasta el fin de nuestros días.
Amén.
3
1. Introducción: El signo que da
sentido a la vida
En todos los tiempos, el corazón humano ha buscado
signos: señales que confirmen el camino, que den certeza en medio de las dudas,
que sirvan de respuesta a nuestras preguntas más hondas. También los
contemporáneos de Jesús los pedían, con impaciencia y desconfianza. Pero el
Señor responde con una claridad que atraviesa los siglos:
“Esta generación pide una señal, pero no se le dará
otra que la de Jonás.” (Lc 11,29)
Jesús no niega la necesidad de signos, sino que nos
revela cuál es el único signo definitivo: su propia vida, su muerte y su
resurrección. En Él se concentra todo el amor del Padre y toda la sabiduría del
cielo. No hay signo más grande, más luminoso, más transformador que el de la
Cruz y el sepulcro vacío.
2. El signo que revela el
misterio del amor
Un signo no es simplemente una prueba; es una
acción que revela un misterio escondido. El signo de Jonás apuntaba a la
Pascua de Cristo: tres días en las entrañas del pez, tres días en el corazón de
la tierra. Jonás fue liberado para predicar la conversión; Cristo resucitó para
ofrecernos la vida eterna.
La resurrección es la clave de todo discernimiento
cristiano. Cada vez que dudamos o sufrimos, cada vez que pedimos una señal de
Dios, la respuesta sigue siendo la misma: “Mira al Crucificado y al
Resucitado; ahí está todo lo que necesitas saber.”
Ese signo nos enseña el camino: el amor que se
entrega, el sacrificio que redime, la esperanza que no muere.
3. Discernir la vida a la luz del
signo de Cristo
Todos enfrentamos decisiones: grandes o pequeñas,
cotidianas o definitivas. A veces buscamos signos externos —una palabra, una
coincidencia, un sueño— para orientarnos. Pero Jesús nos invita a mirar más
profundo.
El verdadero discernimiento cristiano no consiste
en preguntar: “¿Qué me conviene?” o “¿Qué me gusta más?”, sino en preguntar:
“¿Qué decisión me hace amar más, servir mejor,
parecerme más a Cristo?”
Cada elección debería nacer del Evangelio. El signo
del Hijo del Hombre nos enseña a decidir desde la Cruz, es decir, desde
el amor que se dona. Si Cristo es el modelo, entonces la mejor decisión no es
la más fácil, sino la más fiel; no la más cómoda, sino la más generosa; no la
que evita el dolor, sino la que conduce a la vida plena.
4. El signo que transforma
nuestras relaciones
El signo de Cristo no solo ilumina nuestras
decisiones personales; también transforma nuestras relaciones. Cuando
ponemos la vida, muerte y resurrección de Jesús como criterio de amor, dejamos
de actuar desde el egoísmo o la conveniencia.
- En
la familia, significa perdonar aunque cueste.
- En
la comunidad, significa servir sin buscar reconocimiento.
- En
el trabajo, significa actuar con justicia y compasión.
- En
la misión, significa dar la vida por los demás, como hizo Él.
El signo de Cristo no se contempla desde lejos: se
encarna en nosotros. Y cuando un cristiano vive así, se convierte también
en signo de Dios para los demás.
5. El signo de la esperanza: orar
por los difuntos
El signo de la resurrección ilumina incluso el
misterio de la muerte. Por eso, en este día en que oramos por los difuntos, no
lo hacemos con tristeza desesperada, sino con la esperanza de los redimidos.
Cristo descendió a la muerte y la venció; en Él, toda tumba se convierte en
semilla de resurrección.
Cada vez que recordamos a nuestros seres queridos y los encomendamos al Señor,
proclamamos nuestra fe en el signo que no muere: “Si morimos con Cristo, viviremos
con Él.”
El Rosario, rezado con fe en este mes misionero y
jubilar, nos hace recorrer los pasos de ese signo: los misterios de Cristo que
son también los misterios de nuestra vida.
6. Misión: ser signos vivos en el
mundo
Los misioneros de todos los tiempos no han llevado
pruebas ni milagros espectaculares; han llevado el signo del amor
crucificado. Con su vida, han mostrado al mundo que la verdadera grandeza
consiste en servir.
También nosotros, desde nuestra realidad cotidiana,
podemos ser signos de Dios:
- un
gesto de compasión,
- una
palabra de consuelo,
- una
oración por los que sufren,
- una
mano extendida al que está solo.
En este Año Jubilar, el Papa nos llama a ser peregrinos
de esperanza. Serlo es precisamente eso: convertirnos en signos vivos de
la misericordia de Dios para quienes caminan a oscuras.
7. Conclusión: No busquemos más
signos
Jesús ya nos lo ha dado todo. No necesitamos otro
signo que el de su amor entregado. Quien comprende la Cruz y la Resurrección ya
tiene la brújula para cada decisión, la respuesta a cada duda, la paz en medio
de cada tormenta.
Dejemos de pedir señales externas y aprendamos a leer
la señal interior: la voz del Espíritu que susurra en el corazón y nos
invita a amar más.
Quien mira al Resucitado con fe, encuentra la dirección correcta, aun en los
caminos más oscuros.
Oración final
Señor
Jesús,
Tú eres el signo del amor del Padre,
la luz que guía nuestras decisiones,
la fuerza que vence la muerte.
Enséñanos
a mirar tu vida, tu cruz y tu resurrección
como la señal perfecta de tu voluntad.
Danos un
corazón misionero,
capaz de amar sin medida y servir sin descanso.
Acoge en
tu misericordia a nuestros hermanos difuntos,
y haznos vivir con la certeza
de que en Ti toda muerte florece en vida.
Que
María, Reina del Santo Rosario,
nos acompañe en el camino de la fe,
y que este Año Jubilar nos encuentre
como verdaderos peregrinos de esperanza.
Amén.
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