Santo del día:
San Calixto I
Murió en 222. Antiguo esclavo,
llegó a ser diácono y luego Papa. Luchó contra las herejías, pero mostró
indulgencia hacia aquellos que se arrepintieron.
“¡Pidan el programa!” (Lc 11, 37-41)
Jesús ataca el legalismo que amenaza a todos los
creyentes, incluidos los cristianos.
Nos invita a ir más allá de los ritos y de las
prácticas, y a velar sobre nuestro corazón, porque “de él brota la vida”
(Pr 4, 23).
Realizar un trabajo interior para no dejarse dominar por esas pasiones que son
la codicia y la maldad, dejar que el Espíritu purifique el corazón y haga
nuevas todas las cosas: éste es el programa que Jesús propone a cada uno.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Rom 1, 16-25
Habiendo
conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
HERMANOS:
No me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo
el que cree, primero del judío, y también del griego.
Porque en él se revela la justicia de Dios de fe en fe, como está escrito: «El
justo por la fe vivirá».
La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de
los hombres, que tienen la verdad prisionera de la injusticia.
Porque lo que de Dios puede conocerse les resulta manifiesto, pues Dios mismo
se lo manifestó.
Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles
para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras;
de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron
como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus
razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas.
Alardeando de sabios, resultaron ser necios y cambiaron la gloria del Dios
inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles.
Por lo cual Dios los entregó a las apetencias de su corazón, a una impureza tal
que degradaron sus propios cuerpos; es decir, cambiaron la verdad de Dios por
la mentira, adorando y dando culto a la criatura y no al Creador, el cual es
bendito por siempre. Amén.
Palabra de Dios.
Salmo
R. El cielo
proclama la gloria de Dios.
V. El cielo
proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R.
V. Sin que
hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R.
Aclamación
V. La palabra
de Dios es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón. R.
Evangelio
Den limosna,
y lo tendrán limpio todo
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo le rogó que fuese a
comer con él.
Él entró y se puso a la mesa.
Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer,
el Señor le dijo:
«Ustedes, los fariseos, limpian por fuera la copa y el plato, pero por dentro
rebosan de rapiña y maldad.
¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?
Con todo, den limosna de lo que hay dentro, y lo tendrán limpio todo».
Palabra del Señor.
1
El Evangelio, dinamita que
transforma el corazón
1. Introducción: el Evangelio
como fuerza viva
San Pablo escribe a los Romanos: “No me
avergüenzo del Evangelio, porque es fuerza de Dios para la salvación de todo el
que cree” (Rm 1,16).
En el texto de hoy, esa palabra “fuerza” (en griego dýnamis) significa
precisamente dinamita. La Buena Noticia no es una idea piadosa ni una
ley fría: es poder transformador, una explosión de gracia que cambia la
vida, derriba muros interiores, hace saltar las cadenas del egoísmo y del
miedo.
Pablo conocía por experiencia ese poder. Él, que
fue perseguidor, se convirtió en misionero. Su vida se volvió testimonio de esa
dinamita espiritual que es Cristo vivo en nosotros. En este Año Jubilar,
la Iglesia nos invita a redescubrir esa fuerza del Evangelio que no destruye
para dejar ruinas, sino que dinamita lo viejo para construir lo nuevo, lo que
nace del amor, de la fe y de la esperanza.
2. La fe que empuja hacia
adelante
El Evangelio —dice alguien— “acompaña a cada ser
humano y sacude sus costumbres, sus hábitos, sus certitudes”. Y es cierto:
cuando Jesús entra en una vida, nada queda igual.
A veces quisiéramos una fe que nos acomode, que nos tranquilice, pero el
Evangelio no vino a adormecer, sino a despertar. La fe no es anestesia,
es energía; no es refugio de miedo, sino impulso hacia lo desconocido,
confianza en el amor de Dios.
Los santos misioneros —pienso en San Francisco
Javier, en Santa Teresita del Niño Jesús o en tantos misioneros
anónimos de nuestras islas— fueron testigos de ese poder que empuja a ir más
allá. Ninguno se sintió suficiente: se dejaron mover por la “dinamita” del
Espíritu que los llevó a anunciar, servir y entregar la vida.
En este mes del Rosario y de las Misiones,
María es modelo de esa fe que empuja. Al escuchar el anuncio del ángel, su
corazón explotó en un “sí” generoso, y toda su existencia se volvió misión.
Cuando rezamos el Rosario con devoción, pedimos a la Virgen que nos dé esa
valentía para dejar que el Evangelio sacuda nuestra rutina y nos impulse a la
caridad.
3. Jesús y la pureza del corazón
En el Evangelio (Lc 11,37-41), Jesús es invitado a
comer por un fariseo. El anfitrión se escandaliza porque el Maestro no se lava
antes de comer. Jesús aprovecha la ocasión para denunciar una enfermedad
espiritual: la obsesión por las apariencias religiosas.
“¡Ustedes limpian el exterior de la copa y del plato, pero su interior está
lleno de robo y maldad!” —les dice con fuerza—. Jesús no rechaza las normas;
rechaza la hipocresía que se refugia en ellas. La pureza que Él propone no se
mide en ritos, sino en donación interior: “Den más bien limosna de lo
que tienen, y todo quedará limpio para ustedes”.
La verdadera limpieza del alma no viene del agua de
las manos, sino de la caridad que lava el corazón. En este sentido,
Jesús devuelve a la Ley su espíritu: vivir en justicia y amor, no en
formalismos vacíos.
4. Una fe que se expresa en obras
La palabra final de Jesús es una invitación: “Den
limosna”. Es decir, abran el corazón al otro. El Evangelio se convierte
en dinamita cuando rompe el muro de la indiferencia.
Hoy damos gracias por nuestros benefactores, por esas personas que
colaboran silenciosamente con la misión de la Iglesia, con nuestras
comunidades, con los pobres, con la evangelización en San Andrés y Providencia.
Ellos son testigos vivos de esa fe que se traduce en obras. Son manos del
Evangelio, corazones generosos que dan sin buscar aplausos, que viven el
espíritu de María en su Magníficat: “El Señor hizo en mí maravillas”.
5. Aplicación jubilar y misionera
En este Año Santo Jubilar, el Papa León XIV
nos invita a ser “peregrinos de la esperanza”. Ser peregrino es moverse,
dejarse sacudir, no quedarse donde uno está. El Evangelio —esa dinamita divina—
no nos deja quietos: nos lanza hacia los demás, hacia la misión, hacia la
reconciliación.
La Buena Noticia nos libera de la esclavitud de las normas sin amor, del miedo
al cambio, de la pereza espiritual. Nos hace constructores de puentes,
sembradores de esperanza.
Y el Rosario, rezado con fe cada día, es como un
detonador suave pero eficaz: cada Ave María es una chispa que hace estallar en
el corazón el amor a Cristo y el deseo de llevarlo a los demás.
6. Conclusión: dejar que el Evangelio
nos dinamite por dentro
Hermanos, hoy Jesús nos pregunta:
¿Estamos dejando que su Evangelio nos remueva por dentro, o vivimos tranquilos
en nuestros hábitos religiosos sin conversión?
¿Rezamos el Rosario solo con los labios, o dejamos que nos transforme en
discípulos misioneros?
Pidamos a María, Virgen del Rosario y Estrella de
la Evangelización, que nos ayude a romper las corazas del egoísmo y del
miedo, para que el amor de Cristo estalle dentro de nosotros como dinamita
de gracia.
Y en este día, oremos con gratitud por todos los benefactores que sostienen
nuestra fe y misión. Que el Señor los bendiga y los llene de su alegría.
🕊️ Oración final
Señor
Jesús,
Tú eres la fuerza del Evangelio, la dinamita del amor de Dios.
Rompe en mí toda dureza del corazón,
limpia lo que está manchado, despierta lo que duerme,
y hazme testigo de tu esperanza.
Bendice a
los benefactores de nuestra comunidad,
recompénsales con tu paz y con la alegría del servicio.
María,
Virgen del Rosario,
enséñanos a rezar con el corazón,
a vivir con generosidad,
y a anunciar con entusiasmo el Evangelio.
Amén.
2
El programa de Jesús: limpiar el
corazón, no solo las manos
1. Introducción: un programa espiritual exigente y
liberador
En la vida, todos seguimos programas: programas de
estudio, de trabajo, de televisión… Pero Jesús hoy nos ofrece otro programa,
un “programa del corazón”. No se trata de reglas exteriores ni de protocolos
religiosos; se trata de un itinerario interior, una pedagogía de
conversión que apunta a lo esencial: “Cuida tu corazón, porque de él brota
la vida” (Pr 4,23).
El Evangelio de Lucas nos presenta a Jesús invitado
a comer en casa de un fariseo. Allí, el Maestro sorprende porque no se lava las
manos antes de comer. Pero no es un descuido: es un gesto profético. Jesús
aprovecha esa escena doméstica para poner el dedo en la llaga del legalismo
religioso, esa tentación de medir la fe por las apariencias, por los ritos
externos, por el cumplimiento mecánico de normas.
El Señor nos recuerda que el verdadero culto no
está en el gesto exterior, sino en la pureza interior. Ese es su
“programa”: una reforma del corazón antes que una reforma de costumbres.
2. Exégesis: del ritual al
espíritu
El Evangelio (Lc 11,37-41) dice: “El fariseo se
extrañó al ver que Jesús no se había lavado antes de comer. El Señor le dijo:
‘Ustedes, fariseos, limpian el exterior de la copa y del plato, pero por dentro
están llenos de robo y maldad. ¡Necios! ¿Acaso el que hizo el exterior no hizo
también el interior?’”
Jesús no condena los ritos en sí. El lavarse las
manos tenía un valor simbólico de purificación. Pero Él ve cómo ese gesto se ha
convertido en una máscara. El problema no es lavarse, sino reducir la
religión a rituales vacíos.
La verdadera limpieza —dice Jesús— es dar limosna, es decir, abrirse al otro,
compartir, practicar la misericordia. Cuando uno se dona, cuando sale de sí, el
corazón se limpia.
Así, el rito alcanza su sentido: no por repetición, sino por conversión.
3. Un trabajo interior: vencer la
codicia y la maldad
Hoy se nos invita a un “trabajo interior”. Y es una
expresión muy bella: pues la fe no se improvisa, se trabaja desde dentro.
Ese trabajo consiste en no dejarnos dominar por la codicia —el deseo desmedido
de poseer— ni por la malicia —esa sombra que nos lleva a juzgar, excluir o
despreciar—.
Jesús propone un ejercicio espiritual continuo: dejar que el Espíritu Santo purifique
las intenciones, sane las heridas, cambie la mirada.
El legalismo es la trampa de quien cumple todo,
pero no ama. El programa de Jesús es exactamente lo contrario: amar
profundamente, aunque no todo esté perfecto exteriormente.
4. Aplicación pastoral: el
programa del corazón
Este Evangelio es una llamada de atención para
todos los creyentes, incluso los más comprometidos. También nosotros podemos
caer en el legalismo, cuando nos quedamos en la apariencia, en la rutina
litúrgica, en la práctica sin alma.
Jesús nos dice hoy: “No basta con cumplir, hay que vivir con corazón”.
Por eso, su programa es doble:
- Mirar
hacia dentro,
reconocer lo que nos contamina por dentro: orgullo, egoísmo, indiferencia.
- Dejar
actuar al Espíritu, que renueva todas las cosas y nos devuelve la frescura del amor
primero.
En este mes del Rosario y de las Misiones, María
nos enseña ese camino interior. Cada Ave María es como un golpe suave
que pule el corazón. Ella, mujer de pureza interior, guardaba todas las cosas y
las meditaba en su corazón (Lc 2,19).
Y como buena discípula, vivió el programa de su Hijo: dejar que Dios hiciera en
ella cosas nuevas.
5. Dimensión jubilar: purificar
para renovar
En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”,
el Papa León XIV nos invita a abrir puertas, pero sobre todo a abrir el
corazón. El Jubileo no es solo una celebración externa: es tiempo de
limpieza interior, de reconciliación, de renacimiento espiritual.
Jesús nos pide “no lavarnos las manos, sino el alma”, y eso se hace con misericordia,
con perdón, con gestos concretos de amor.
Hoy, encomendamos especialmente a nuestros benefactores,
hombres y mujeres que con su generosidad hacen posible la misión. Ellos son
ejemplos vivos de corazones purificados por la caridad. En su entrega discreta,
cumplen el programa de Jesús: “Den limosna de lo que tienen, y todo quedará
limpio para ustedes.”
6. Conclusión: el programa que
cambia la vida
El “programa” de Jesús no se estudia, se vive.
No se aprende de memoria, se encarna en gestos diarios. Es un programa exigente
pero liberador:
- Cambiar
el juicio por la comprensión.
- Cambiar
la avaricia por la generosidad.
- Cambiar
la apariencia por la autenticidad.
- Cambiar
la rutina por la pasión del Evangelio.
Dejemos que el Espíritu Santo limpie el interior de
nuestra copa, que nuestra fe no se quede en la forma, sino que sea fuego y
dinamismo interior.
🙏 Oración final
Señor
Jesús, Maestro y amigo,
Tú nos invitas a cuidar el corazón más que las apariencias.
Purifica nuestro interior, líbranos de la codicia y del juicio fácil.
Haz de nosotros testigos limpios y alegres de tu Evangelio.
Derrama
tus bendiciones sobre nuestros benefactores,
que sostienen con su amor y su generosidad la obra de la Iglesia.
Virgen
del Rosario,
guía nuestros pasos en este mes misionero,
enséñanos a trabajar por dentro,
a dejar que el Espíritu renueve en nosotros
el fuego de la esperanza.
Amén.
3
Transformación interior: del
ritual vacío al corazón renovado
1. Introducción: las palabras que despiertan
Hay frases de Jesús que nos acarician y otras que
nos sacuden. Hoy escuchamos una de esas que duelen: “¡Necios!” (Lc
11,40).
No lo dice con desprecio, sino con amor firme. Es el grito de un médico que ve
a su paciente en peligro y lo quiere salvar.
Jesús no se queda en el silencio diplomático: habla fuerte para despertar
corazones dormidos. En este martes jubilar, Él también nos mira a los ojos
y nos pregunta:
“¿Tu fe nace del corazón o de la costumbre?”
2. Primera lectura: la raíz de
toda corrupción está en el corazón (Rm 1,16-25)
San Pablo afirma: “No me avergüenzo del
Evangelio, porque es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree.”
Y luego, en un tono profético, denuncia cómo el hombre, al apartarse de Dios, oscurece
su corazón y cambia la verdad por la mentira, adorando la criatura en lugar
del Creador.
El apóstol está hablando de un mundo que ha perdido
la dirección espiritual: conserva rituales, pero no fe viva.
Cuando el corazón se vacía de Dios, las prácticas religiosas se convierten en
superstición o en rutina.
Por eso Pablo y Jesús coinciden: la verdadera conversión no es de manos
lavadas, sino de corazón limpio.
3. El Evangelio: Jesús frente al
fariseo
El relato de Lucas muestra a Jesús invitado a comer
por un fariseo. Al no observar el lavado ritual de manos, el anfitrión se
escandaliza.
Jesús responde con una claridad que desarma:
“Ustedes limpian el exterior de la copa y del
plato, pero por dentro están llenos de robo y maldad. ¡Necios!”
Aparentemente, Jesús es duro. Pero en realidad, su
dureza nace del amor.
El fariseo es un hombre correcto, cumplidor, observante… pero su religión ha
perdido alma. Cumple con lo externo, pero su interior está lleno de juicio,
orgullo y falsa seguridad.
Su amabilidad al invitar a Jesús es pura fachada: una máscara que encubre un
corazón endurecido.
Jesús denuncia esa hipocresía con valentía. No
quiere fariseos que aparenten santidad, sino discípulos que vivan desde dentro.
No busca gestos externos, sino corazones transformados.
4. Salmo 18: la pureza que nace
de la Palabra
El salmista proclama:
“Los mandatos del Señor son rectos, alegran el
corazón; los preceptos del Señor son claros, iluminan los ojos.”
La Palabra de Dios no se queda en la superficie.
Entra, ilumina, renueva.
Cuando uno la escucha con sinceridad, comienza la verdadera purificación: no la
del agua del ritual, sino la del agua viva del Espíritu.
Esa es la invitación de hoy: dejar que la Palabra
penetre como dinamita suave, que rompa los muros de la hipocresía y del
autoengaño.
5. “Transformación interior”: un
proceso continuo
Jesús hoy nos recuerda algo esencial: la verdadera
transformación se da dentro, no fuera.
Podemos asistir a misa, rezar el Rosario, cumplir preceptos… y sin embargo no
dejar que el Evangelio cambie nuestro interior.
Jesús nos llama a trabajar el corazón —como un jardinero que poda,
limpia y riega— para que florezca el amor.
Esa transformación interior tiene tres pasos:
1. Oración sincera: no para repetir fórmulas, sino
para escuchar a Dios dentro.
2. Humildad: reconocer lo que hay que cambiar,
sin miedo a la verdad.
3. Conversión constante: permitir que la gracia actúe,
que la vida exterior refleje lo que el corazón vive.
El legalismo busca parecer bueno; el Evangelio
busca ser bueno.
6. Aplicación jubilar: peregrinos
que se dejan purificar
En este Año Santo, el Papa León XIV nos
invita a ser peregrinos de la esperanza. Y todo peregrino lleva poco
equipaje: deja atrás lo que pesa.
Jesús hoy nos enseña qué dejar: el orgullo, el juicio, la hipocresía, la fe de
fachada.
El Jubileo no es solo atravesar una puerta santa: es dejar que Dios abra una
puerta dentro de nosotros.
El que se deja transformar interiormente se
convierte en misionero. Y por eso, en este mes del Rosario y de las Misiones,
María es modelo y guía:
Ella no se lavó las manos para aparentar pureza, sino que dijo “sí” con el
corazón.
Su pureza fue interior, su santidad fue disponibilidad total.
Memoria
de San Calixto I, papa y mártir (†222)
Breve semblanza. Esclavo liberado y
luego diácono en Roma, Calixto fue encargado de la administración del
cementerio de la Vía Apia —las célebres Catacumbas de San Calixto—
y elegido Papa (c. 217–222). Pastor firme y misericordioso, defendió la posibilidad
de reconciliación para pecados graves tras auténtica
penitencia, frente al rigorismo de su tiempo. Promovió la caridad organizada y
el cuidado digno de los difuntos. Según la tradición, fue martirizado
en el barrio de Trastévere (arrojado a un pozo). Su testimonio une doctrina,
disciplina y misericordia.
Vinculación con el
Evangelio (Lc 11,37-41).
Ante la tentación farisaica de “limpiar solo el exterior”, San Calixto enseña
que la verdadera pureza nace de un corazón convertido que
se traduce en obras: reconciliar, acoger, sostener a los
pobres, honrar a los difuntos. Así encarna la palabra de Jesús: “Den
limosna… y todo quedará limpio”. Su programa pastoral fue misericordia
con disciplina, no legalismo sin amor.
Clave jubilar y
misionera.
En el Año
Jubilar, San Calixto nos recuerda que la Iglesia es casa
abierta donde el pecador arrepentido encuentra perdón y futuro.
Su cuidado por las catacumbas es anuncio misionero de esperanza pascual:
la vida vence a la muerte. En el mes del Rosario, pedimos
a María —Madre de la Iglesia— un corazón pastoral como el suyo: firme en la
verdad, cercano en la misericordia.
7. Intención orante: los
benefactores, testigos de una fe sincera
Como Calixto administró con rectitud los bienes
para el bien de todos, agradecemos hoy a nuestros benefactores:
gracias a su generosidad la Iglesia puede reconciliar, cuidar
y evangelizar. Ellos son signo visible de esa “limosna” que
purifica el corazón y sostiene la misión.
Hoy oramos con gratitud por aquellos que sostienen
la vida parroquial, la evangelización y la caridad—.
Ellos no buscan reconocimiento: viven la fe desde dentro. Su generosidad es
fruto de un corazón transformado por la gracia.
Son testigos de lo que Jesús quiere: que las obras visibles nazcan de una fe
invisible, profunda y verdadera.
8. Conclusión: dejarse corregir
por amor
Las palabras de Jesús —“¡Necios!”— no son una
condena, sino una sacudida misericordiosa.
Nos invitan a examinarnos con humildad:
- ¿Mi
práctica religiosa nace del amor o del hábito?
- ¿Busco
parecer bueno o serlo de verdad?
- ¿Dejo
que Dios limpie mi interior?
Si hoy aceptamos esa corrección con docilidad, el
Señor transformará nuestro corazón y nuestras acciones reflejarán su luz.
🙏 Oración final
Señor
Jesús,
Tú que hablas con firmeza y con ternura,
no permitas que mi fe se vuelva apariencia.
Lava mi corazón con tu gracia,
para que mi vida refleje la verdad del Evangelio.
Enséñame
a rezar con humildad,
a mirar con compasión y a actuar con coherencia.
Bendice,
Señor, a todos los benefactores de tu Iglesia:
recompensa su generosidad con alegría y paz interior.
Virgen
del Rosario,
misionera del Espíritu,
enséñanos a trabajar nuestra conversión
para que el mundo vea, en nuestras obras,
el resplandor del corazón de tu Hijo.
Amén.
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