Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. Si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud. Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación. En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos. Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y así como reinó el pecado, causando la muerte, as! también, por Jesucristo, nuestro Señor, reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna.
Palabra de Dios
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tú voluntad
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.
«–Como está escrito en mi libro–
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.
Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. R/.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.»
Palabra del Señor
Adán pierde, Jesús gana
¡Vigilantes, pacientes y fieles!
En el Evangelio de hoy, Jesús narra una parábola que enseña a sus discípulos la necesidad de ser vigilantes, pacientes y fieles.
El tiempo de Lucas es el tiempo de la Iglesia: el tiempo del ya y del todavía no. El Reino de Dios ya está presente, pero aún no se ha manifestado plenamente. El Señor advierte a los suyos que no deben dejarse engañar por quienes aseguran saber dónde o cuándo vendrá el Reino, porque lo esencial no está en el futuro sino en el presente, en el aquí y ahora, donde “el Reino de Dios está en medio de ustedes” (Lc 17,21).
Los primeros capítulos del Evangelio de Lucas muestran que con la Encarnación de Cristo el Espíritu Santo está ya presente y actuante: el Reino ha comenzado. Por eso abundan la alegría, la acción de gracias y la alabanza. Lucas invita así a las primeras comunidades cristianas a cambiar su mirada: en lugar de esperar un futuro lejano, deben responder a la presencia de Dios en el presente. Ese es el verdadero tiempo de la Iglesia.
Sin embargo, el Reino todavía no se ha revelado en toda su gloria. El mal continúa actuando, persisten las persecuciones y la debilidad de los discípulos. Cristo no es visible; la noche puede parecer larga y el cansancio amenaza la esperanza. Por eso la parábola se convierte en un mensaje de consuelo: habla de una comida que el amo ofrece a sus servidores, imagen que evoca el banquete celestial.
En otra ocasión, después de una comida en la que Jesús aludió a la resurrección de los muertos, uno de los comensales exclamó: “¡Dichoso el que coma en el Reino de Dios!” (Lc 14,15).
Una comida simboliza no solo la presencia visible, sino también la intimidad y comunión. Esa es la promesa del Señor en el Apocalipsis, que ilumina esta parábola con una ternura infinita:
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguien escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3,20).
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