sábado, 26 de octubre de 2019

29 de diciembre: Día 5o de la Octava de Navidad


(1 Juan 2, 3-11)  Juan insiste de manera vehemente: conocer y amar a Jesús, es amar a los otros, es comprometerse en el mismo camino suyo. Cada página del Evangelio me instruye y me guia en este proyecto.




Introducción

Dios viene a su pueblo como de incógnito, como un niño llevado en los brazos de su madre. Simeón, el anciano en el templo, tomó a Jesús en sus brazos y reconoció a este niño como al Salvador esperado por los judíos en el Antiguo Testamento, pero, al mismo tiempo también, como la salvación para todos los pueblos y todos los hombres. En Jesús el viejo Israel puede desvanecerse en paz. Este niño iba a ser gloria de Israel, sí, pero también luz de todos y cada uno de los paganos. Viene a nosotros ahora no solamente a ser la luz para nosotros, los cristianos. Él no nos pertenece a nosotros en exclusiva, sino que es de y para todos los hombres sin excepción. San Juan nos dice cómo reflejar la luz de Cristo: Todos los que aman a su prójimo están viviendo en la luz.



Reflexión:

1. En el evangelio hoy aparecen José y María presentando a su hijo en el templo. Allí estaba Simeón –que significa “Dios-escucha”- . Era hombre justo y piadoso,  que oraba constantemente, esperaba y anhelaba y aguardaba el consuelo de Israel. Al recibir en sus brazos al Niño, Simeón reconoce al que estaba esperando, y la alegría le desborda en un canto agradecido a Dios: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel». A nosotros en esta Navidad también nos ha concedido Dios contemplar a nuestro Salvador hecho Niño por amor. Por eso, Dios mío, mi corazón, lleno de gozo, quiere bendecirte y darte gracias, porque el que es luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel  ha bajado y se ha hecho uno de nosotros para enseñarnos el camino de salvación que lleva al Padre.

2. Este camino pasa por el hermano. Por eso, hoy, arrodillados ante la cuna del Niño,  escuchemos atentamente lo de san Juan en su 1ª carta.: “Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.” Es fácil arrodillarnos ante la cueva de Belén y adorar al Dios encarnado. Y hasta nos emocionamos. Pero arrodillarnos ante el hermano enfermo, solo, emigrante, necesitado, hambriento, etc. y servirle, escucharle, echarle una mano…, nos cuesta más. Ilumínanos, Señor, para que tu luz nos haga descubrirte y servirte en los más débiles y necesitados. Niño de Belén, libera nuestros corazones del egoísmo, de la comodidad, del miedo a complicarnos la vida, que nos hacen sordos a los gemidos de tantos hermanos nuestros que sufren y lo pasan mal. 

3. Muchos había en el templo. Muchos eran los que servían al templo. Muchos oraban. Pero sólo Simeón, en el que “el Espíritu Santo moraba”, reconoce al Salvador en aquel niño que entra en brazos de una mujer sencilla del pueblo. Y es que  la oración constante y confiada le ha abierto los ojos para ver al que es el Mesías esperado, la Luz de las naciones. Los demás vieron a una familia más y a un niño más. Pero Simeón tenía las ventanas del alma abiertas y la Luz entró e iluminó su corazón y vio al Salvador y a la Madre del Salvador. Concédeme, Señor, la gracia de la oración callada y perseverante. Que constantemente pida y anhele tu venida liberadora a mí y a este mundo nuestro. Y dame “la buena vista” de Simeón para reconocerte siempre que te me muestres, hasta en los pequeños detalles de la vida, y en toda persona  que se me acerque.



Intenciones

Por todos los padres que llevan a sus niños a la iglesia para bautizarlos, para que Dios los bendiga a ellos y a sus hijos, roguemos al Señor.
Por todos los padres que sufren cuando sus hijos les causan pena y dolor, para que sigan confiando en el Señor y teniendo la fortaleza necesaria, roguemos al Señor.
Por todos los pueblos que comienzan a conocer a Jesucristo, para que le acepten como su alegría y vida, roguemos al Señor.



Fuentes:

prionseneglise.ca
ciudadredonda.org

totona.com

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