jueves, 7 de diciembre de 2023

8 de diciembre del 2022: Solemnidad de la Inmaculada Concepción


En medio del Adviento se nos presenta esta gran fiesta de la Inmaculada Concepción que el pueblo cristiano celebra desde hace muchos siglos. Fue antes fiesta popular que conmemoración del propio Magisterio de la Iglesia. Eso hace más grande dicha fiesta y agasaja profundamente a María, la Madre de Jesús y Madre Nuestra. 


(Efesios 1, 3-6.11-12) En Jesucristo, Dios nos da a todos y a cada uno de nosotros la gracia de ser santos e irreprensibles en el amor. Como María, digamos simplemente sí al don divino.



Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (3,9-15.20):

Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre: «¿Dónde estás?»
Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.»
El Señor le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?»
Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.»
El Señor dijo a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?»
Ella respondió: «La serpiente me engañó, y comí.»
El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.»
El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 97,1.2-3ab.3c-4

R/. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas


Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.

 

 

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,3-6.11-12):

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.

Palabra de Dios




A guisa de introducción

Ella nos lleva a Jesús

Hoy celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción, la fiesta de la Madre de Dios, nuestra Madre y Madre de la Iglesia. ¡Qué honor, qué alegría y qué suerte tenerla como madre!

El amor de madre es profundo. Y es que, por un hijo, una madre es capaz de todo. Los hijos, pequeños y no tan pequeños, buscan comprensión y consuelo en la madre. Una sola mirada suya reconforta. No hay historia de amor más grande que la que se da entre una madre y un hijo. Entonces, imaginemos cómo debió ser el amor que sintió la Virgen, que fue elegida para ser la madre del mismísimo Dios. Y precisamente por eso, la Iglesia ha reconocido que en María no hay pecado original, que su concepción ha sido inmaculada.

Y así su vida ha sido del todo apta para acoger el designio de Dios por medio del ángel Gabriel: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc, 1,30s). Y María, llena de gracia, da su sí incondicional: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». (Lc 1,38). Un sí humano, el de María, que hace posible el misterio inefable de la Encarnación de Dios.

¡Qué afortunados somos de tener de nuevo en este Adviento la mirada amorosa de María! El papa Francisco nos pide que sintamos la mirada de la Virgen, porque también es la mirada de Jesús (cf. Mensaje del Santo Padre en su visita pastoral a Cagliari, 22 de septiembre de 2013). Ella nos mira a todos y a cada uno de nosotros. Su corazón late con el nuestro. Nuestra alegría es la suya. Cuando sufrimos, ella sufre. Le hablamos y ella nos habla. Su mirada busca perderse en la profundidad de nuestros ojos para decirnos cuánto nos ama, nos escucha, nos acoge, nos abraza, nos protege, nos consuela, nos perdona, nos ayuda y nos acompaña en los momentos difíciles. Y lo hace con ternura, con delicadeza. Como lo haría cualquier madre. Pero ella, además, intercede por nosotros ante Dios.

A través de su mirada maternal, María nos lleva a Jesús, pero también nos lleva a la misericordia, nos lleva a la Eucaristía, nos lleva a los campos de refugiados, a los hospitales, a las casas de acogida, a los países en guerra. Y nos pide que miremos a los ojos a los pobres, a los ancianos o a los enfermos. Que les ayudemos y acojamos como hermanos nuestros que son.

Ella quiere que nos comprometamos con los más necesitados. Ella, que es símbolo de grandeza, quiere que construyamos el Reino de Dios desde los pequeños detalles de amor. Ella, que es conciliadora, nos pide que luchemos por un mundo de justicia y de fraternidad. Y ella, que nació en la tierra para mostrarnos su humanidad, un día nos llevará al Cielo y nos dejará caer en los brazos de Dios Padre.

† Card. Juan José Omella

Arzobispo de Barcelona

2019


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LA INMACULADA CONCEPCIÓN


El Adviento es el tiempo mariano por excelencia, porque nadie, como la Virgen, ha estado en la cima de la expectación del Redentor.

La Virgen del Adviento no es la dolorosa del Calvario ni la asumpta a los cielos; es la santa Virgen, plena de juventud y limpia hermosura.

No se puede celebrar el Adviento sin hablar de María, sin hacer un esfuerzo por imitar sus sentimientos en la concepción y en el parto de Cristo, sin presentarla como la persona que corona el misterio de la Iglesia.

La fiesta de la Virgen durante el Adviento es la Inmaculada Concepción, fiesta de la pureza de María. La encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de la Virgen Santísima fue el advenimiento del día del Señor, que llega hasta nosotros, pero precedido de una mujer: su Madre. Ella es la aurora rutilante que anuncia un nuevo amanecer. Lo afirma la Santa Escritura”. ¿Quién es esta que se levanta rutilante como la aurora, bella como la luna, elegida como el sol, majestuosa como un ejército en orden de batalla?”

La Virgen es bella como la luz, limpia como la nieve recién caída. Es el amanecer de un nuevo día, el de Cristo.

En la Bula de la declaración dogmática de la Inmaculada Concepción dice Pío IX que la Virgen “sobre todos los ángeles y santos poseyó una plenitud de inocencia y santidad tal que, después de Dios, no puede concebirse mayor”. Para hablar de la “Purísima” es contundente la afirmación de San Jerónimo: “Se la llama Inmaculada porque no sufrió corrupción alguna; y considerada atentamente, se ve que no existe virtud, ni candor, ni gloria, que en ella no resplandezca”.

La virginidad absoluta e inviolada de María brilla sin temblores de concupiscencia y transparente como aguas de puro cristal. Aunque es verdad que la fiesta de la Inmaculada tiene poco más de un siglo, sin embargo, siempre el culto a María ha estado particularmente unido al Adviento.

Cuando aguardamos la venida del Redentor que va a sacarnos de nuestra miseria, levantamos los ojos hacia su Madre, y nos llenamos de gozo cuando recordamos los privilegios de la Madre de Dios, las grandezas de la teología mariana.

María es la predestinada, la escogida, la inmaculada, la eternamente presente en los decretos divinos y creada en la santidad y la justicia, la llena de gracia y bendita entre todas las mujeres. Lo que en los hombres es un sueño vago, en María es una maravillosa realidad: pureza infinita.



Aproximación histórica-psicológica al texto del Evangelio




En María descubrimos la verdadera vocación de todo ser humano. Ser como María no es la meta de todo ser humano, sino que partimos de la misma realidad de la que ella partió. Lo que estamos celebrando en esta fiesta de María nos indica el punto de partida de nuestra trayectoria humana, no el punto de llegada.

Lo que hay en nosotros de divino, no es consecuencia de un esfuerzo personal, sino la causa de todo lo que puedo llegar a ser. Aquí está la buena noticia que quiso trasmitirnos Jesús, tan desconcertante que le costó la vida.

(Marcos Rodríguez).

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Personalmente mi camino con María a lo largo de la vida no ha sido evidente, claro, recto…es decir, mi fe en ella, mi visión de su persona, mi relación con ella en la oración y a través de las devociones (del rosario sobre todo), sus misterios, han tenido más bien claros-oscuros, sendas empinadas, recovecos unas veces, travesías placidas otras…Al igual que con Dios, Jesús y todos los demás Santos que se me presentaron gracias a mi familia y en las relaciones sociales en la escuela, colegio y después el seminario, María como toda vida imbuida de misterio y sagrada la he venido descubriendo y redescubriendo una y otra vez. Mi visión primero que todo de una mujer inalcanzable, celestial, etérea, ha evolucionado con el tiempo gracias a la profundización en la mariología (estudio teológico sobre María), a los aportes de Ignacio Larrañaga, la teología latinoamericana, y últimamente las enseñanzas de los papas, hacia una María más real, humana, simple y llana como nosotros, con rostro de mujer morena, mujer fiel, esposa dedicada, madre entrañable, dispuesta siempre al servicio y a la escucha de la Palabra de Dios.



Del padre Calixto (Gustavo Vélez Vásquez.mxy), Q.E.P.D

Se llamaba María


«El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Nazaret, a una Virgen desposada con un hombre llamado José. La Virgen se llamaba María». 
San Lucas, cap.1

Como dice un autor: «María fue una mujer del pueblo, pobre, sencilla y humilde. Ayudó a todo el mundo, pero no hizo milagros. Trabajó de criada en casa de su parienta Isabel y allí le cantaba a Dios que se había fijado en ella. Se casó con el carpintero de Nazaret porque estaba enamorada de él y así es como le gusta a Dios que se case la gente. Dio a luz al Mesías en un pesebre de animales y a pesar de eso, no dejó de sentirse persona, amparada por Dios. Crio a su niño dándole el pecho y partiéndosele el corazón porque le dijeron que no todos lo iban a querer.
Fue emigrante en Egipto donde tuvo que exiliarse, porque Herodes buscaba al Niño para matarlo. Cuando volvió del extranjero no se dio importancia. En Nazaret procuró ser buena esposa, buena madre, buena vecina con todos. Ayudó a Jesús a crecer en la experiencia de la vida y en la experiencia de Dios. Dejó libre a su hijo para que se fuera de casa a anunciar la buena nueva.
Por todo esto podemos llamar a María compañera de camino, amiga, hermana, madre nuestra».

Algunos piensan que la devoción a nuestra Señora ha desaparecido de la Iglesia. Creemos más bien que ha cambiado de signos como el arte, como la arquitectura de nuestros tiempos, como la liturgia.

Antes mirábamos a María como a una reina soberana y distante. Ahora la sentimos como una madre atenta y bondadosa.

Antes ensalzábamos sobre todo su virginidad y su maternidad divina, hoy nos atraen su humanidad y su autenticidad. Ayer nuestra súplica era prolongada alabanza de sus privilegios. Ahora le pedimos simplemente que nos ayude y nos acompañe.

Corríamos en otra época a sus altares, resplandecientes de luces y de flores. Hoy sabemos que está a todas horas con nosotros. Nos basta una sencilla imagen, una medalla… Antes escogíamos entre sus diversos nombres y advocaciones. Ahora la llamamos María, Ella, La Virgen y le hablamos con palabras comunes y corrientes.

La devoción a nuestra Señora brota espontáneamente cuando aprendimos en el hogar qué es amor, qué es ser madre, qué es ser mujer.

Esta experiencia es como el hueco en la piedra de una ermita, donde es posible fabricar un nido.

Ningún valor religioso se cosecha de paso, en los libros o en los acontecimientos de la vida, si sus raíces no se nutren en una vivencia de familia: su nombre para un hijo, un recuerdo de infancia defendido cuidadosamente.

Sabiamente la Iglesia nos presenta la historia de la Anunciación en estos días antes de Navidad. Ojalá anunciemos que Cristo llega hasta nosotros. Viene por el Ministerio de una Madre Virgen que se llama María.




Reflexión Central

I

Le pondrás por nombre Jesús


La fiesta de la Inmaculada Concepción en Adviento, que celebramos con el visto bueno de la Santa Sede, nos recuerda que con María comienza el Misterio de la Encarnación de Jesús, el Hijo de Dios.

No se entiende la significación verdadera de la Virgen María sin evocar expresamente a su Hijo.

Primera lectura: Gn 3,9-15.20 nos presenta el origen del mundo, del cosmos y de la humanidad, afirmando que todo fue hecho por iniciativa de Dios. La relación de equilibrio, de armonía entre Dios y su creación queda rota por la actitud soberbia de Adán y Eva. Ambos entablan un diálogo muy expresivo con su Creador, desligándose de toda culpa. Adán echa la culpa a Eva; Eva, a la ‘serpiente’; y la ‘serpiente’ recibe de Dios el “castigo” de tener que arrastrarse por la tierra. A pesar del pecado de Adán y Eva, Dios no los abandona. Al contrario, les anuncia la salvación: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya”.

Segunda lectura: Rom 15,4-9 En esta lectura, el Apóstol señala dos cosas. Primeramente, la necesidad de la esperanza cristiana, y no sólo para este tiempo de Adviento, sino para toda la vida. Segundo, la universalidad de esta esperanza cristiana: Cristo vino en la carne, para el bien de toda la humanidad, así como vendrá en la próxima Navidad para el bien de todos los pueblos, naciones y culturas.

El Evangelio: Lc 1,26-38 inicia con la aparición del Ángel Gabriel en la ciudad de Galilea en un pueblito llamado Nazaret, donde se revela a una joven virgen de nombre María, que estaba desposada con José, un hombre considerado justo, de la estirpe del rey David. El saludo del Ángel la invita a llenarse de alegría, y la llama “llena de gracia” (kejaritoméne) que se traduce como: privilegiada, favorecida, llena de gracia. Destaca, sin duda, que María goza del amor privilegiado de Dios. Ante el saludo, Ella queda desconcertada, porque el Ángel le anuncia que, al encontrar gracia ante los ojos de Dios, su Hijo se encarnará en su seno, y le pondrá por nombre Jesús que significa Dios salva. La iniciativa de Dios de enviar a su Hijo como Salvador del mundo, encuentra respuesta positiva de esta humilde joven, la Elegida que acepta llevar adelante la misión que Dios le encomienda. La fe de María es tan grande que el Evangelio recoge sus palabras; ellas resumen la auténtica actitud del discípulo – discípula: “Yo soy la esclava del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.


*****

"Heme aquí"

He aquí la esclava del Señor... La Palabra de Dios nos presenta hoy una alternativa. En la primera lectura está el hombre que en los orígenes dice no a Dios y en el Evangelio está María que en la Anunciación dice sí a Dios. En ambas lecturas es Dios quien busca al hombre. Pero en el primer caso se dirige a Adán, después del pecado, y le pregunta: «¿Dónde estás?» y él responde: «Me he escondido». En el segundo caso se dirige a María, inmaculada, sin pecado, y le responde: «He aquí la esclava del Señor». El heme aquí abre a Dios, mientras el pecado cierra, aísla, hace permanecer solos con uno mismo. Heme aquí, es la palabra clave de la vida. Heme aquí, es estar disponible para el Señor, es la cura para el egoísmo, el antídoto de una vida insatisfecha, a la que siempre le falta algo.

Heme aquí, es creer que Dios cuenta más que mi yo. Es elegir apostar por el Señor, dócil a sus sorpresas. Por eso, decirle heme aquí es la mayor alabanza que podemos ofrecerle.

Todos los días al despertar deberíamos decirle:
Heme aquí, Señor, hoy quiero hacer fielmente tu voluntad.

María pone toda su confianza en Dios ante los problemas. El ángel la deja, pero ella cree que con ella y en ella, ha permanecido Dios. Y se fía. Se fía de Dios. Está segura de que, con el Señor, aunque de modo inesperado, todo irá bien. Es una actitud sabia: no vivir dependiendo de los problemas, sino fiándose de Dios y confiándose cada día a Él: ¡Heme aquí! es oración. Pidamos a María, la Virgen Inmaculada, la gracia de vivir siempre disponibles a lo que Padre Dios nos pida.

Lo dice el Papa:

Dios posa su mirada de amor sobre cada hombre y cada mujer, con nombre y apellido. Su mirada de amor está sobre cada uno de nosotros. El apóstol Pablo afirma que Dios «nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos e intachables» (Ef 1, 4). También nosotros, desde siempre, hemos sido elegidos por Dios para vivir una vida santa, libre del pecado. Es un proyecto de amor que Dios renueva cada vez que nosotros nos acercamos a Él, especialmente en los Sacramentos.
En esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella, reconozcamos también nuestro destino verdadero, nuestra vocación más profunda: ser amados, ser transformados por el amor, ser transformados por la belleza de Dios. Mirémosla a ella, nuestra Madre, y dejémonos mirar por ella, porque es nuestra Madre y nos quiere mucho; dejémonos mirar por ella para aprender a ser más humildes, y también más valientes en el seguimiento de la Palabra de Dios; para acoger el tierno abrazo de su Hijo Jesús, un abrazo que nos da vida, esperanza y paz.
Del Ángelus del 8 de diciembre de 2013


II

De Eva a María



 La primera lectura y el Evangelio de esta fiesta ponen en relación a María con Adán y Eva, nuestros primeros padres, el símbolo primero de la humanidad. En ellos se ve cómo somos capaces de eludir la responsabilidad. 

Queremos ser libres, pero no queremos rendir cuentas de lo que hacemos. Es como si prefiriésemos vivir toda la vida como niños o adolescentes 
inmaduros. 

Cuando en el relato del Génesis Dios pregunta a Adán y Eva qué ha sucedido, la respuesta de los dos es muy parecida. Los dos echan a la culpa a otro. “No sabían lo que hacían”, “fue la mujer que me diste por compañera” (y así, muy finamente, Adán le echa la culpa a Dios mismo de lo sucedido), “fue la serpiente”. 

Se trata de liberarse de la culpa. Y con la culpa se va la responsabilidad también. Y, de paso, la libertad. Porque la libertad es nada sin responsabilidad. 
     
 La actitud de María en el Evangelio de Lucas es muy diferente. Ante el saludo del ángel, María se siente perturbada. Pero eso no la lleva a decir que posiblemente el ángel estaba buscando a otra persona y que ella no era la elegida. María escucha, asume el desafío que la presencia del ángel presenta y responde (responder tiene mucho que ver con “responsabilidad” y, por tanto, con “libertad”) afirmativamente a su propuesta. En el momento del “sí” no es plenamente consciente de las consecuencias que comportará en el futuro su respuesta, pero el resto del Evangelio nos muestra a una mujer que sabe estar en los momentos más fundamentales de la vida de su hijo, que escucha su palabra y la guarda en el corazón, que le acompaña hasta en el momento de la cruz y que, más tarde, aparece, como una más, en medio de la comunidad cristiana. Todo un ejemplo de madurez, de responsabilidad, y, por tanto, de libertad. 

      María, al responder positivamente al anuncio del ángel, rompe una tendencia que todavía está presente en el corazón de muchos de nosotros: la de echar la culpa a otro, la de no querer asumir la responsabilidad que está inseparablemente unida al inmenso don que es la libertad. Al renunciar a la responsabilidad, renunciamos también a la libertad. Y nos quedamos reducidos a ser unos perpetuos niños.

      María representa a la nueva humanidad, hecha de hombres y mujeres libres y responsables, conscientes de que Dios ha puesto este mundo en nuestras manos y de que tenemos que cuidarlo y mejorarlo, que compartirlo con nuestros hermanos y hermanas. María es, así, fuente de esperanza. Es posible una humanidad nueva, es posible un mundo diferente, si acogemos, como ella lo hizo, el anuncio del Reino en nuestros corazones, si asumimos nuestra libertad con responsabilidad y madurez. 


Para la reflexión

      ¿Cómo vivo mi libertad? ¿Significa que puedo hacer lo que me dé la gana sin que me importen las consecuencias? ¿O asumo de forma responsable las consecuencias de mis decisiones? 



III

La llena de la Gracia de Dios

 

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»

Lucas 1:26–28

 

¿Qué significa ser “lleno-a de gracia”? Esta es una pregunta que está en el centro de nuestra solemne celebración de hoy.

Hoy honramos a la Santísima Virgen María, la Madre del Salvador del Mundo, bajo el título único de “La Inmaculada Concepción”. Este título reconoce que la gracia llenó su alma desde el momento de su concepción, preservándola así de la mancha del pecado. Aunque esta verdad ha sido mantenida durante siglos entre los fieles católicos, fue declarada solemnemente como dogma de nuestra fe el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX. En su declaración dogmática afirmó:

"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles.

Al elevar esta doctrina de nuestra fe al nivel de dogma, el santo padre declaró que esta verdad debe ser tenida por cierta por todos los fieles. Es una verdad que se encuentra en las palabras del ángel Gabriel: “¡Salve, llena eres de gracia!” 

Estar “lleno” de gracia significa justamente eso. ¡Completo! 100%. Curiosamente, el Santo Padre no dijo que María nació en un estado de Inocencia Original como Adán y Eva antes de caer en el Pecado Original. En cambio, se declara que la Santísima Virgen María fue preservada del pecado por “una gracia singular y privilegio”. Aunque todavía no había concebido a su Hijo, la gracia que Él ganaría para la humanidad por Su Cruz y Resurrección se declaró trascendida en el tiempo para sanar a nuestra Santísima Madre en el momento de su concepción, preservándola incluso de la mancha del pecado Original. El pecado, por el don de la gracia.

¿Por qué Dios haría esto? Porque ninguna mancha de pecado podría mezclarse con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y si la Santísima Virgen María iba a convertirse en un instrumento apropiado por el cual Dios se une a nuestra naturaleza humana, entonces necesitaba ser preservada de todo pecado. Además, permaneció en gracia durante toda su vida, negándose a alejarse de Dios por su propia voluntad.

Mientras celebramos este dogma de nuestra fe hoy, vuelve tus ojos y tu corazón a nuestra Santísima Madre simplemente meditando en esas palabras pronunciadas por el ángel: "¡Salve, llena de gracia!" Reflexiona sobre ellas, este día una y otra vez en tu corazón.

 Imagina la belleza del alma de María. Imagina la perfecta virtud llena de gracia que ella disfrutaba en su humanidad. Imagina su fe perfecta, su esperanza y su caridad perfectas. Reflexiona sobre cada palabra que pronunció, siendo inspirada y dirigida por Dios. Ella es verdaderamente La Inmaculada Concepción. Hónrala como tal este día y siempre.

 

¡Madre y reina mía, os amo y os honro en este día como La Inmaculada Concepción! Contemplo tu belleza y perfecta virtud. Te agradezco por decir siempre “Sí” a la voluntad de Dios en tu vida y por permitir que Dios te use con tanto poder y gracia. Ruega por mí, para que, al llegar a conocerte más profundamente como mi propia madre espiritual, también pueda imitar tu vida de gracia y virtud en todas las cosas. Madre María, ruega por nosotros. ¡Jesús, en ti confío!


Oración:

Padre Dios, bueno y fuente de bondad:
Te damos gracias por haber escogido a María como Madre de tu Hijo Jesús,
y por preservarla de todo pecado desde el primer momento de su vida. 
Que sepamos responder a tu cariñosa bondad con la misma ilusión de María.
Cuando Ella dijo “Sí” a tus planes diciendo: Hágase en mi según tu voluntad, tú nos diste a tu Hijo, el Mesías, el Salvador.
Acepta nuestro “Sí” de cada día para llevar la vida y esperanza de tu Hijo a todos nuestros hermanos y hermanas.
 Haznos mensajeros e instrumentos de reconciliación, justicia y amor, para evitar siempre conflictos e injusticias, mientras esperamos con gozo la gloriosa y definitiva venida de tu Hijo, nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Amén.





Referencias:


Diferentes hojas dominicales virtuales.

feadulta.org

tejasarriba.org

ciudadredonda.org



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