En
medio del Adviento se nos presenta esta gran fiesta de la Inmaculada Concepción
que el pueblo cristiano celebra desde hace muchos siglos. Fue antes fiesta
popular que conmemoración del propio Magisterio de la Iglesia. Eso hace más
grande dicha fiesta y agasaja profundamente a María, la Madre de Jesús y Madre
Nuestra.
(Efesios
1, 3-6.11-12) En Jesucristo, Dios nos da a todos y a cada uno de nosotros la
gracia de ser santos e irreprensibles en el amor. Como María, digamos
simplemente sí al don divino.
Primera lectura
Lectura del libro
del Génesis (3,9-15.20):
Después que Adán comió del árbol, el Señor llamó al hombre: «¿Dónde estás?»
Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y
me escondí.»
El Señor le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has
comido del árbol del que te prohibí comer?»
Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y
comí.»
El Señor dijo a la mujer: «¿Qué es lo que has hecho?»
Ella respondió: «La serpiente me engañó, y comí.»
El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, serás maldita entre
todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y
comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre
tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el
talón.»
El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 97,1.2-3ab.3c-4
R/. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.
El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta
del apóstol san Pablo a los Efesios (1,3-6.11-12):
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en
la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él
nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos
santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona
de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su
gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en
alabanza suya. Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos
destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros,
los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria.
Palabra de Dios
A
guisa de introducción
Ella
nos lleva a Jesús
Hoy celebramos la solemnidad
de la Inmaculada Concepción, la fiesta de la Madre de Dios, nuestra Madre y
Madre de la Iglesia. ¡Qué honor, qué alegría y qué suerte tenerla como madre!
El amor de madre es profundo.
Y es que, por un hijo, una madre es capaz de todo. Los hijos, pequeños y no tan
pequeños, buscan comprensión y consuelo en la madre. Una sola mirada suya
reconforta. No hay historia de amor más grande que la que se da entre una madre
y un hijo. Entonces, imaginemos cómo debió ser el amor que sintió la Virgen,
que fue elegida para ser la madre del mismísimo Dios. Y precisamente por eso, la
Iglesia ha reconocido que en María no hay pecado original, que su concepción ha
sido inmaculada.
Y así su vida ha sido del todo
apta para acoger el designio de Dios por medio del ángel Gabriel: «No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás
por nombre Jesús» (Lc, 1,30s). Y María, llena de gracia, da su sí
incondicional: «He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra». (Lc 1,38). Un sí humano, el de
María, que hace posible el misterio inefable de la Encarnación de Dios.
¡Qué afortunados somos de
tener de nuevo en este Adviento la mirada amorosa de María! El papa Francisco
nos pide que sintamos la mirada de la Virgen, porque también es la mirada de
Jesús (cf. Mensaje del Santo Padre en su visita pastoral a Cagliari, 22 de
septiembre de 2013). Ella nos mira a todos y a cada uno de nosotros. Su corazón
late con el nuestro. Nuestra alegría es la suya. Cuando sufrimos, ella sufre.
Le hablamos y ella nos habla. Su mirada busca perderse en la profundidad de
nuestros ojos para decirnos cuánto nos ama, nos escucha, nos acoge, nos abraza,
nos protege, nos consuela, nos perdona, nos ayuda y nos acompaña en los
momentos difíciles. Y lo hace con ternura, con delicadeza. Como lo haría
cualquier madre. Pero ella, además, intercede por nosotros ante Dios.
A través de su mirada
maternal, María nos lleva a Jesús, pero también nos lleva a la misericordia,
nos lleva a la Eucaristía, nos lleva a los campos de refugiados, a los
hospitales, a las casas de acogida, a los países en guerra. Y nos pide que
miremos a los ojos a los pobres, a los ancianos o a los enfermos. Que les
ayudemos y acojamos como hermanos nuestros que son.
Ella quiere que nos
comprometamos con los más necesitados. Ella, que es símbolo de grandeza, quiere
que construyamos el Reino de Dios desde los pequeños detalles de amor.
Ella, que es conciliadora, nos pide que luchemos por un mundo de justicia y de
fraternidad. Y ella, que nació en la tierra para mostrarnos su humanidad, un
día nos llevará al Cielo y nos dejará caer en los brazos de Dios Padre.
† Card. Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
2019
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LA
INMACULADA CONCEPCIÓN
El Adviento es el tiempo
mariano por excelencia, porque nadie, como la Virgen, ha estado en la cima de
la expectación del Redentor.
La Virgen del Adviento no es
la dolorosa del Calvario ni la asumpta a los cielos; es la santa Virgen, plena
de juventud y limpia hermosura.
No se puede celebrar el
Adviento sin hablar de María, sin hacer un esfuerzo por imitar sus sentimientos
en la concepción y en el parto de Cristo, sin presentarla como la persona que
corona el misterio de la Iglesia.
La fiesta de la Virgen durante
el Adviento es la Inmaculada Concepción, fiesta de la pureza de María. La
encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de la Virgen Santísima fue el
advenimiento del día del Señor, que llega hasta nosotros, pero precedido de una
mujer: su Madre. Ella es la aurora rutilante que anuncia un nuevo amanecer. Lo
afirma la Santa Escritura”. ¿Quién es
esta que se levanta rutilante como la aurora, bella como la luna, elegida como
el sol, majestuosa como un ejército en orden de batalla?”
La Virgen es bella como la
luz, limpia como la nieve recién caída. Es el amanecer de un nuevo día, el de
Cristo.
En la Bula de la declaración
dogmática de la Inmaculada Concepción dice Pío IX que la Virgen “sobre todos los ángeles y santos poseyó una
plenitud de inocencia y santidad tal que, después de Dios, no puede concebirse
mayor”. Para hablar de la “Purísima” es contundente la afirmación de San
Jerónimo: “Se la llama Inmaculada porque
no sufrió corrupción alguna; y considerada atentamente, se ve que no existe
virtud, ni candor, ni gloria, que en ella no resplandezca”.
La virginidad absoluta e
inviolada de María brilla sin temblores de concupiscencia y transparente como
aguas de puro cristal. Aunque es verdad que la fiesta de la Inmaculada tiene poco
más de un siglo, sin embargo, siempre el culto a María ha estado
particularmente unido al Adviento.
Cuando aguardamos la venida
del Redentor que va a sacarnos de nuestra miseria, levantamos los ojos hacia su
Madre, y nos llenamos de gozo cuando recordamos los privilegios de la Madre de
Dios, las grandezas de la teología mariana.
María es la predestinada, la
escogida, la inmaculada, la eternamente presente en los decretos divinos y
creada en la santidad y la justicia, la llena de gracia y bendita entre todas
las mujeres. Lo que en los hombres es un sueño vago, en María es una
maravillosa realidad: pureza infinita.
Aproximación
histórica-psicológica al texto del Evangelio
En María
descubrimos la verdadera vocación de todo ser humano. Ser como María no es la
meta de todo ser humano, sino que partimos de la misma realidad de la que ella
partió. Lo que estamos celebrando en esta fiesta de María nos indica el punto
de partida de nuestra trayectoria humana, no el punto de llegada.
Lo que hay
en nosotros de divino, no es consecuencia de un esfuerzo personal, sino la
causa de todo lo que puedo llegar a ser. Aquí está la buena noticia que quiso
trasmitirnos Jesús, tan desconcertante que le costó la vida.
(Marcos
Rodríguez).
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Personalmente
mi camino con María a lo largo de la vida no ha sido evidente, claro, recto…es
decir, mi fe en ella, mi visión de su persona, mi relación con ella en la
oración y a través de las devociones (del rosario sobre todo), sus misterios,
han tenido más bien claros-oscuros, sendas empinadas, recovecos unas veces,
travesías placidas otras…Al igual que con Dios, Jesús y todos los demás Santos
que se me presentaron gracias a mi familia y en las relaciones sociales en la
escuela, colegio y después el seminario, María como toda vida imbuida de
misterio y sagrada la he venido descubriendo y redescubriendo una y otra vez.
Mi visión primero que todo de una mujer inalcanzable, celestial, etérea, ha
evolucionado con el tiempo gracias a la profundización en la mariología (estudio
teológico sobre María), a los aportes de Ignacio Larrañaga, la teología
latinoamericana, y últimamente las enseñanzas de los papas, hacia una María más
real, humana, simple y llana como nosotros, con rostro de mujer morena, mujer
fiel, esposa dedicada, madre entrañable, dispuesta siempre al servicio y a la
escucha de la Palabra de Dios.
Del
padre Calixto (Gustavo Vélez Vásquez.mxy), Q.E.P.D
Se llamaba María
«El Ángel Gabriel fue
enviado por Dios a una ciudad de Nazaret, a una Virgen desposada con un hombre
llamado José. La Virgen se llamaba María».
San Lucas, cap.1
Como dice un autor: «María fue una
mujer del pueblo, pobre, sencilla y humilde. Ayudó a todo el mundo, pero no
hizo milagros. Trabajó de criada en casa de su parienta Isabel y allí le
cantaba a Dios que se había fijado en ella. Se casó con el carpintero de
Nazaret porque estaba enamorada de él y así es como le gusta a Dios que se case
la gente. Dio a luz al Mesías en un pesebre de animales y a pesar de eso, no
dejó de sentirse persona, amparada por Dios. Crio a su niño dándole el pecho y
partiéndosele el corazón porque le dijeron que no todos lo iban a querer.
Fue emigrante en Egipto donde tuvo que
exiliarse, porque Herodes buscaba al Niño para matarlo. Cuando volvió del
extranjero no se dio importancia. En Nazaret procuró ser buena esposa, buena
madre, buena vecina con todos. Ayudó a Jesús a crecer en la experiencia de la
vida y en la experiencia de Dios. Dejó libre a su hijo para que se fuera de
casa a anunciar la buena nueva.
Por todo esto podemos llamar a María
compañera de camino, amiga, hermana, madre nuestra».
Algunos piensan que la devoción a
nuestra Señora ha desaparecido de la Iglesia. Creemos más bien que ha cambiado
de signos como el arte, como la arquitectura de nuestros tiempos, como la
liturgia.
Antes mirábamos a María como a una
reina soberana y distante. Ahora la sentimos como una madre atenta y bondadosa.
Antes ensalzábamos sobre todo su
virginidad y su maternidad divina, hoy nos atraen su humanidad y su
autenticidad. Ayer nuestra súplica era prolongada alabanza de sus privilegios.
Ahora le pedimos simplemente que nos ayude y nos acompañe.
Corríamos en otra época a sus altares,
resplandecientes de luces y de flores. Hoy sabemos que está a todas horas con
nosotros. Nos basta una sencilla imagen, una medalla… Antes escogíamos entre
sus diversos nombres y advocaciones. Ahora la llamamos María, Ella, La Virgen y
le hablamos con palabras comunes y corrientes.
La devoción a nuestra Señora brota
espontáneamente cuando aprendimos en el hogar qué es amor, qué es ser madre,
qué es ser mujer.
Esta experiencia es como el hueco en la
piedra de una ermita, donde es posible fabricar un nido.
Ningún valor religioso se cosecha de
paso, en los libros o en los acontecimientos de la vida, si sus raíces no se
nutren en una vivencia de familia: su nombre para un hijo, un recuerdo de
infancia defendido cuidadosamente.
Sabiamente la Iglesia nos presenta la
historia de la Anunciación en estos días antes de Navidad. Ojalá anunciemos que
Cristo llega hasta nosotros. Viene por el Ministerio de una Madre Virgen que se
llama María.
Reflexión
Central
I
Le pondrás por nombre Jesús
La fiesta de la Inmaculada
Concepción en Adviento, que celebramos con el visto bueno de la Santa Sede, nos
recuerda que con María comienza el Misterio de la Encarnación de Jesús, el Hijo
de Dios.
No se entiende la
significación verdadera de la Virgen María sin evocar expresamente a su Hijo.
Primera
lectura: Gn 3,9-15.20 nos presenta el origen del mundo, del cosmos y
de la humanidad, afirmando que todo fue hecho por iniciativa de Dios. La
relación de equilibrio, de armonía entre Dios y su creación queda rota por la
actitud soberbia de Adán y Eva. Ambos entablan un diálogo muy expresivo con su
Creador, desligándose de toda culpa. Adán echa la culpa a Eva; Eva, a la
‘serpiente’; y la ‘serpiente’ recibe de Dios el “castigo” de tener que
arrastrarse por la tierra. A pesar del pecado de Adán y Eva, Dios no los
abandona. Al contrario, les anuncia la salvación: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la
suya”.
Segunda
lectura: Rom 15,4-9 En esta lectura, el Apóstol señala dos cosas.
Primeramente, la necesidad de la esperanza cristiana, y no sólo para este
tiempo de Adviento, sino para toda la vida. Segundo, la universalidad de esta
esperanza cristiana: Cristo vino en la carne, para el bien de toda la
humanidad, así como vendrá en la próxima Navidad para el bien de todos los
pueblos, naciones y culturas.
El
Evangelio: Lc 1,26-38 inicia con la aparición del Ángel Gabriel en
la ciudad de Galilea en un pueblito llamado Nazaret, donde se revela a una
joven virgen de nombre María, que estaba desposada con José, un hombre
considerado justo, de la estirpe del rey David. El saludo del Ángel la invita a
llenarse de alegría, y la llama “llena de gracia” (kejaritoméne) que se traduce
como: privilegiada, favorecida, llena de gracia. Destaca, sin duda, que María
goza del amor privilegiado de Dios. Ante el saludo, Ella queda desconcertada,
porque el Ángel le anuncia que, al encontrar gracia ante los ojos de Dios, su
Hijo se encarnará en su seno, y le pondrá por nombre Jesús que significa Dios
salva. La iniciativa de Dios de enviar a su Hijo como Salvador del mundo,
encuentra respuesta positiva de esta humilde joven, la Elegida que acepta
llevar adelante la misión que Dios le encomienda. La fe de María es tan grande
que el Evangelio recoge sus palabras; ellas resumen la auténtica actitud del
discípulo – discípula: “Yo soy la esclava
del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”.
*****
"Heme aquí"
He aquí la esclava del
Señor... La Palabra de Dios nos presenta hoy una alternativa. En la primera
lectura está el hombre que en los orígenes dice no a Dios y en el Evangelio
está María que en la Anunciación dice sí a Dios. En ambas lecturas es Dios
quien busca al hombre. Pero en el primer caso se dirige a Adán, después del
pecado, y le pregunta: «¿Dónde estás?»
y él responde: «Me he escondido». En
el segundo caso se dirige a María, inmaculada, sin pecado, y le responde: «He aquí la esclava del Señor». El heme
aquí abre a Dios, mientras el pecado cierra, aísla, hace permanecer solos con
uno mismo. Heme aquí, es la palabra clave de la vida. Heme aquí, es estar disponible
para el Señor, es la cura para el egoísmo, el antídoto de una vida
insatisfecha, a la que siempre le falta algo.
Heme aquí, es creer que Dios
cuenta más que mi yo. Es elegir apostar por el Señor, dócil a sus sorpresas.
Por eso, decirle heme aquí es la
mayor alabanza que podemos ofrecerle.
Todos los días al despertar
deberíamos decirle:
Heme
aquí, Señor, hoy quiero hacer fielmente tu voluntad.
María pone toda su confianza
en Dios ante los problemas. El ángel la deja, pero ella cree que con ella y en
ella, ha permanecido Dios. Y se fía. Se fía de Dios. Está segura de que, con el
Señor, aunque de modo inesperado, todo irá bien. Es una actitud sabia: no vivir
dependiendo de los problemas, sino fiándose de Dios y confiándose cada día a
Él: ¡Heme aquí! es oración. Pidamos a
María, la Virgen Inmaculada, la gracia de vivir siempre disponibles a lo que
Padre Dios nos pida.
Lo
dice el Papa:
Dios
posa su mirada de amor sobre cada hombre y cada mujer, con nombre y apellido.
Su mirada de amor está sobre cada uno de nosotros. El apóstol Pablo afirma que
Dios «nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos
santos e intachables» (Ef 1, 4). También nosotros, desde siempre, hemos sido
elegidos por Dios para vivir una vida santa, libre del pecado. Es un proyecto
de amor que Dios renueva cada vez que nosotros nos acercamos a Él,
especialmente en los Sacramentos.
En
esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella,
reconozcamos también nuestro destino verdadero, nuestra vocación más profunda: ser
amados, ser transformados por el amor, ser transformados por la belleza de
Dios. Mirémosla a ella, nuestra Madre, y dejémonos mirar por ella, porque es
nuestra Madre y nos quiere mucho; dejémonos mirar por ella para aprender a ser
más humildes, y también más valientes en el seguimiento de la Palabra de Dios;
para acoger el tierno abrazo de su Hijo Jesús, un abrazo que nos da vida,
esperanza y paz.
Del Ángelus del 8 de diciembre
de 2013
II
De Eva a María
La primera lectura y el
Evangelio de esta fiesta ponen en relación a María con Adán y Eva, nuestros
primeros padres, el símbolo primero de la humanidad. En ellos se ve cómo somos
capaces de eludir la responsabilidad.
Queremos ser libres, pero no queremos
rendir cuentas de lo que hacemos. Es como si prefiriésemos vivir toda la vida
como niños o adolescentes
inmaduros.
Cuando en el relato del Génesis Dios
pregunta a Adán y Eva qué ha sucedido, la respuesta de los dos es muy parecida.
Los dos echan a la culpa a otro. “No sabían lo que hacían”, “fue la mujer que
me diste por compañera” (y así, muy finamente, Adán le echa la culpa a Dios
mismo de lo sucedido), “fue la serpiente”.
Se trata de liberarse de la culpa. Y
con la culpa se va la responsabilidad también. Y, de paso, la libertad. Porque
la libertad es nada sin responsabilidad.
La
actitud de María en el Evangelio de Lucas es muy diferente. Ante el saludo del
ángel, María se siente perturbada. Pero eso no la lleva a decir que
posiblemente el ángel estaba buscando a otra persona y que ella no era la
elegida. María escucha, asume el desafío que la presencia del ángel presenta y
responde (responder tiene mucho que ver con “responsabilidad” y, por tanto, con
“libertad”) afirmativamente a su propuesta. En el momento del “sí” no es
plenamente consciente de las consecuencias que comportará en el futuro su
respuesta, pero el resto del Evangelio nos muestra a una mujer que sabe estar
en los momentos más fundamentales de la vida de su hijo, que escucha su palabra
y la guarda en el corazón, que le acompaña hasta en el momento de la cruz y
que, más tarde, aparece, como una más, en medio de la comunidad cristiana. Todo
un ejemplo de madurez, de responsabilidad, y, por tanto, de libertad.
María, al
responder positivamente al anuncio del ángel, rompe una tendencia que todavía
está presente en el corazón de muchos de nosotros: la de echar la culpa a otro,
la de no querer asumir la responsabilidad que está inseparablemente unida al
inmenso don que es la libertad. Al renunciar a la responsabilidad, renunciamos
también a la libertad. Y nos quedamos reducidos a ser unos perpetuos niños.
María
representa a la nueva humanidad, hecha de hombres y mujeres libres y
responsables, conscientes de que Dios ha puesto este mundo en nuestras manos y
de que tenemos que cuidarlo y mejorarlo, que compartirlo con nuestros hermanos
y hermanas. María es, así, fuente de esperanza. Es posible una humanidad nueva,
es posible un mundo diferente, si acogemos, como ella lo hizo, el anuncio del
Reino en nuestros corazones, si asumimos nuestra libertad con responsabilidad y
madurez.
Para
la reflexión
¿Cómo vivo mi libertad? ¿Significa que puedo hacer lo que me dé
la gana sin que me importen las consecuencias? ¿O asumo de forma responsable
las consecuencias de mis decisiones?
III
La
llena de la Gracia de Dios
El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo»
Lucas 1:26–28
¿Qué significa ser “lleno-a de
gracia”? Esta es una pregunta que está en el centro de nuestra solemne
celebración de hoy.
Hoy honramos a la Santísima
Virgen María, la Madre del Salvador del Mundo, bajo el título único de “La
Inmaculada Concepción”. Este título reconoce que la gracia llenó su alma
desde el momento de su concepción, preservándola así de la mancha del
pecado. Aunque esta verdad ha sido mantenida durante siglos entre los
fieles católicos, fue declarada solemnemente como dogma de nuestra fe el 8 de
diciembre de 1854 por el Papa Pío IX. En su declaración dogmática afirmó:
"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina
que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción,
fue por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los
méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda
mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme
y constantemente creída por todos los fieles.
Al elevar esta doctrina de
nuestra fe al nivel de dogma, el santo padre declaró que esta verdad debe ser
tenida por cierta por todos los fieles. Es una verdad que se encuentra en
las palabras del ángel Gabriel: “¡Salve, llena eres de gracia!”
Estar
“lleno” de gracia significa justamente
eso. ¡Completo! 100%. Curiosamente, el Santo Padre no dijo que
María nació en un estado de Inocencia Original como Adán y Eva antes de caer en
el Pecado Original. En cambio, se declara que la Santísima Virgen María
fue preservada del pecado por “una gracia singular y privilegio”. Aunque todavía no
había concebido a su Hijo, la gracia que Él ganaría para la humanidad por Su
Cruz y Resurrección se declaró trascendida en el tiempo para sanar a nuestra
Santísima Madre en el momento de su concepción, preservándola incluso de la
mancha del pecado Original. El pecado, por el don de la gracia.
¿Por qué Dios haría
esto? Porque ninguna mancha de pecado podría mezclarse con la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad. Y si la Santísima Virgen María iba a
convertirse en un instrumento apropiado por el cual Dios se une a nuestra
naturaleza humana, entonces necesitaba ser preservada de todo
pecado. Además, permaneció en gracia durante toda su vida, negándose a
alejarse de Dios por su propia voluntad.
Mientras celebramos este dogma
de nuestra fe hoy, vuelve tus ojos y tu corazón a nuestra Santísima Madre
simplemente meditando en esas palabras pronunciadas por el ángel: "¡Salve,
llena de gracia!" Reflexiona sobre ellas, este día una y otra vez en
tu corazón.
Imagina la belleza del
alma de María. Imagina la perfecta virtud llena de gracia que ella
disfrutaba en su humanidad. Imagina su fe perfecta, su esperanza y su
caridad perfectas. Reflexiona sobre cada palabra que pronunció, siendo
inspirada y dirigida por Dios. Ella es verdaderamente La Inmaculada
Concepción. Hónrala como tal este día y siempre.
¡Madre y reina mía, os amo y
os honro en este día como La Inmaculada Concepción! Contemplo tu belleza y
perfecta virtud. Te agradezco por decir siempre “Sí” a la voluntad de Dios
en tu vida y por permitir que Dios te use con tanto poder y gracia. Ruega
por mí, para que, al llegar a conocerte más profundamente como mi propia madre
espiritual, también pueda imitar tu vida de gracia y virtud en todas las
cosas. Madre María, ruega por nosotros. ¡Jesús, en ti confío!
Oración:
Padre
Dios, bueno y fuente de bondad:
Te
damos gracias por haber escogido a María como Madre de tu Hijo Jesús,
y
por preservarla de todo pecado desde el primer momento de su vida.
Que sepamos
responder a tu cariñosa bondad con la misma ilusión de María.
Cuando
Ella dijo “Sí” a tus planes diciendo: Hágase en mi según tu voluntad, tú nos
diste a tu Hijo, el Mesías, el Salvador.
Acepta
nuestro “Sí” de cada día para llevar la vida y esperanza de tu Hijo a todos
nuestros hermanos y hermanas.
Haznos mensajeros e instrumentos de
reconciliación, justicia y amor, para evitar siempre conflictos e injusticias,
mientras esperamos con gozo la gloriosa y definitiva venida de tu Hijo, nuestro
Señor y Salvador, Jesucristo. Amén.
Referencias:
Diferentes
hojas dominicales virtuales.
feadulta.org
tejasarriba.org
ciudadredonda.org
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