Santo del día:
Santos Carlos Lwanga y
compañeros mártires
De Uganda, jóvenes valientes
que, entre 1885 y 1887, ofrecieron su vida por fidelidad a Cristo y a la
enseñanza de la Iglesia. En medio de la persecución, defendieron con firmeza su
fe y la pureza de vida, incluso ante la amenaza de la muerte. Su sangre fue semilla
de nuevos cristianos y hoy son patronos de la juventud africana, de los
conversos y de las víctimas de la tortura.
“Elegidos para Testimoniar la
Vida que No Muere”
En la oración sacerdotal de
Jesús (Juan 17, 1-11a), contemplamos su corazón entregado en súplica al Padre
por aquellos que han creído en Él. No ruega por el mundo, sino por los que el
Padre le ha confiado, aquellos que han recibido su palabra y han creído que Él
viene del Padre. Jesús no solo les ha revelado el nombre divino, sino que, en un
gesto de profundo amor, les confía su propia misión: ser testigos de la verdad
en medio del mundo.
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (20,17-27):
En aquellos días, desde Mileto, mandó Pablo llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso.
Cuando se presentaron, les dijo: «Vosotros sabéis que todo el tiempo que he estado aquí, desde el día que por primera vez puse pie en Asia, he servido al Señor con toda humildad, en las penas y pruebas que me han procurado las maquinaciones de los judíos. Sabéis que no he ahorrado medio alguno, que os he predicado y enseñado en público y en privado, insistiendo a judíos y griegos a que se conviertan a Dios y crean en nuestro Señor Jesús. Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios. He pasado por aquí predicando el reino, y ahora sé que ninguno de vosotros me volverá a ver. Por eso declaro hoy que no soy responsable de la suerte de nadie: nunca me he reservado nada; os he anunciado enteramente el plan de Dios.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 67,10-11.20-21
R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios
Derramaste en tu heredad,
oh Dios, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada
y tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad,
oh Dios, preparó para los pobres. R/.
Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas,
es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (17,1-11a):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.»
Palabra del Señor
Homilía para el martes de la VII semana de Pascua
Memoria de San Carlos Lwanga y compañeros, mártires
Lecturas: Hch 20, 17-27 / Sal 67(68) / Jn 17, 1-11a
Introducción
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy celebramos la memoria de los santos mártires de
Uganda, encabezados por San Carlos Lwanga, quienes entregaron su vida por
fidelidad a Cristo y a la verdad del Evangelio. En este martes de la séptima
semana de Pascua, la liturgia nos ofrece una palabra que ilumina con fuerza
tanto el testimonio de estos mártires como nuestra propia vocación cristiana,
especialmente en este Año Jubilar, en el que somos invitados a caminar
como Peregrinos de la Esperanza.
Además, en esta Eucaristía elevamos una intención
especial por los benefactores de nuestra comunidad, por todos aquellos
que, con generosidad silenciosa, sostienen nuestras misiones, nuestras obras y
nuestra vida pastoral. Su caridad es también un martirio blanco, un sacrificio
de amor, un testimonio de fe viva.
I. “Yo no me he reservado nada…” – Hech 20,17-27
En la primera lectura, San Pablo se despide
conmovido de los presbíteros de Éfeso. Lo hace con palabras que son como un
testamento espiritual:
“Ustedes saben cómo me he comportado entre ustedes
todo el tiempo... no me he reservado nada que fuera útil para anunciarles.”
Estas palabras nos recuerdan que la vida cristiana
auténtica es una entrega sin reservas. Pablo ha vivido con radicalidad el
Evangelio, y ahora camina hacia Jerusalén sin saber qué le espera, más que
cadenas y tribulaciones. Pero eso no lo paraliza. Su única preocupación es
cumplir su misión.
Este texto podría describir también la vida de
Carlos Lwanga y sus compañeros: jóvenes cristianos, la mayoría catequistas o
servidores en la corte del rey Mwanga en Uganda, que prefirieron la fidelidad a
Cristo antes que someterse a las injusticias, la idolatría o la corrupción moral.
Hoy el mundo necesita cristianos que, como Pablo y
como estos mártires, vivan con generosidad la entrega: en la familia, en la
parroquia, en el servicio al prójimo, en la defensa de la fe, en la coherencia
moral.
II. “Padre, ha llegado la hora” – Jn 17,1-11a
El evangelio de hoy nos introduce en la oración
sacerdotal de Jesús: una súplica intensa y tierna al Padre, la víspera de su
Pasión. Jesús no ora por sí mismo, sino por sus discípulos. Les entrega en esta
oración su mayor herencia:
“Padre santo, cuida en tu nombre a los que me
diste, para que sean uno como nosotros.”
Esta unidad en el amor y la verdad es el deseo más
profundo del corazón de Cristo. Y no es una unidad abstracta, sino una comunión
viva, sostenida por la fidelidad al nombre de Dios y por la fuerza del
Espíritu.
San Carlos Lwanga y sus compañeros dieron
testimonio de esa unidad. Eran católicos y anglicanos; jóvenes y adultos;
algunos recién bautizados, otros catecúmenos. Pero la fe los unió. Frente a la
persecución, no renegaron de Cristo ni entre ellos se dividieron. Vivieron y
murieron como hermanos, como Iglesia unida por la sangre del Cordero.
En este pasaje también aparece una clave hermosa:
“Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo
para que tu Hijo te glorifique.”
Jesús comprende su muerte como glorificación. Así
lo entendieron también nuestros mártires. Ellos sabían que la muerte no tenía
la última palabra. Sabían que su sangre sería semilla de nuevos cristianos. Hoy
Uganda es una de las Iglesias más florecientes del continente africano. ¡El
testimonio de los mártires no es estéril!
III. El martirio oculto de los benefactores
En este contexto queremos agradecer a nuestros benefactores:
hombres y mujeres que no derraman sangre, pero sí entregan vida, tiempo,
recursos, amor, por el bien del Reino. Algunos dan desde su pobreza. Otros con
discreción, como la viuda del Evangelio que dio todo lo que tenía. Son testigos
de la esperanza que no defrauda.
Sus nombres quizás no estarán en los altares, pero
están en el corazón de Dios. Su generosidad permite que la Palabra se predique,
que la caridad se ejerza, que la Iglesia siga siendo testimonio vivo de Cristo
en el mundo.
Conclusión
Queridos hermanos:
Hoy la Palabra de Dios, el testimonio de los
mártires de Uganda y la memoria agradecida de nuestros benefactores nos
convocan a vivir una fe más valiente, más generosa, más unida a Cristo.
Que San Carlos Lwanga y sus compañeros intercedan
por nosotros. Que el Espíritu Santo nos fortalezca para no callar el Evangelio,
para no negociar nuestra fe, para no tener miedo de testimoniar la verdad.
Y que, como San Pablo, podamos decir un día: “No
me he reservado nada… sólo he buscado cumplir mi misión.” Amén.
Oración final por los benefactores y en honor a los
mártires
Señor
Jesús,
te alabamos por el testimonio de los santos mártires de Uganda,
que prefirieron perder la vida antes que traicionarte.
Te damos gracias por todos los benefactores
que con generosidad sostienen nuestra misión.
Haz que
sus obras de caridad sean fecundas en tu Reino,
y que todos nosotros sepamos vivir con valentía,
unidad y fidelidad, como verdaderos discípulos tuyos.
Amén.
"Glorificar
a Dios en la vida y en la muerte"
Evangelio:
Juan 17, 1-11a – Martes de la VII semana de Pascua
Memoria
de San Carlos Lwanga y compañeros, mártires
Queridos hermanos:
Jesús, en la víspera de
su Pasión, eleva al Padre una oración cargada de intimidad y entrega:
“Yo
te he glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste…
Ahora glorifícame tú, Padre, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo
existiera.”
En esta frase se
encierra el corazón del Evangelio: la vida tiene sentido cuando se
convierte en glorificación de Dios. No hay realización más
grande, ni meta más alta, ni felicidad más profunda que cumplir la misión que
el Padre nos ha confiado.
Esto es lo que nos
enseñó también San Ignacio de Loyola con su Principio y
Fundamento:
“El
hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y
mediante esto salvar su alma.”
Y esto es lo que
vivieron de modo radical San Carlos Lwanga y sus compañeros
mártires. Jóvenes africanos, muchos de ellos catequistas,
servidores de la fe y de la dignidad humana, que supieron discernir el bien,
denunciar el mal y morir por Cristo. Ellos glorificaron a Dios en su juventud,
en su resistencia, en su fidelidad hasta la muerte.
El mundo actual busca
el éxito, la fama o el placer. Pero Jesús nos recuerda que la verdadera gloria
no es la del mundo, sino la que brota del amor obediente y del
cumplimiento de la voluntad del Padre. Esa gloria es humilde,
silenciosa, pero eterna. Esa gloria es fecunda, como la sangre de los mártires,
que sigue regando la fe de pueblos enteros.
Queridos hermanos, si
hoy te preguntas: ¿para qué estoy aquí?, ¿qué sentido tiene mi vida?,
recuerda estas tres verdades que nos deja el Evangelio:
1.
Dios tiene un plan para
ti.
No estás aquí por casualidad. Tu existencia tiene propósito, vocación, misión.
2.
Ese plan no se cumple a
medias.
La voluntad de Dios es para ser realizada plenamente. No basta con hacer “lo
que puedo”, sino buscar lo que Dios quiere.
3.
Cumplir ese plan
glorifica a Dios y te transforma en participante de Su gloria. Ya desde ahora, en
esta vida, y plenamente en la eternidad.
Por eso, oremos con
confianza y gratitud por nuestros benefactores, que
colaboran en la misión de la Iglesia como verdaderos servidores de la gloria de
Dios. Que sus obras de caridad sean también para ellos camino de santificación.
Y pidamos al Señor,
como lo hizo Jesús:
“Padre,
glorifícame con la gloria que tenía contigo…”
Esa gloria no se mide en aplausos humanos, sino en la paz de conciencia, en la
fidelidad diaria y, sobre todo, en la certeza de estar viviendo para lo eterno.
Oración
final
Señor Jesús,
Tú glorificaste al Padre cumpliendo fielmente su voluntad.
Concédenos vivir con ese mismo deseo de servirte,
de dar testimonio con nuestras obras y de vivir para tu gloria.
Que nuestros benefactores, nuestros mártires,
y cada uno de nosotros,
seamos signos vivos de tu presencia en el mundo.
Amén.
3
de junio: San Carlos Lwanga y Compañeros, Mártires — Memoria
1860–1886
Santos
patronos de la juventud africana, los conversos y las víctimas de tortura
Canonizados
por el Papa Pablo VI el 18 de octubre de 1964
Cita:
Este
es el lugar donde la luz de Cristo brilló en vuestra tierra con un esplendor
particular. Este fue el lugar de la oscuridad, Namugongo, donde la luz de
Cristo resplandeció en el gran fuego que consumió a San Carlos Lwanga y a sus
compañeros. ¡Que la luz de ese holocausto nunca deje de brillar en África! El
sacrificio heroico de los mártires ayudó a atraer a Uganda y a toda África a
Cristo, la verdadera luz que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9). Hombres y
mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación (cf. Ap 5,9) han respondido al
llamado de Cristo, lo han seguido y se han hecho miembros de su Iglesia, como
las multitudes que acuden en peregrinación, año tras año, a Namugongo. Hoy, el
Obispo de Roma, el Sucesor de San Pedro, también ha venido en peregrinación al
Santuario de los Santos Mártires de Uganda. Siguiendo los pasos del Papa Pablo
VI, quien elevó a estos hijos de vuestra tierra a la gloria de los altares y
fue el primer Papa en visitar África, yo también deseo plantar un beso especial
de paz en esta tierra santa.
~San
Juan Pablo II
Reflexión:
Cada año, millones de
peregrinos de Kenia, Tanzania, Ruanda, Uganda, Nigeria y otras naciones
africanas se reúnen en el Santuario de los Mártires de Namugongo,
en Uganda, para una de las concentraciones católicas anuales más grandes del
mundo. La celebración se realiza en el lugar del martirio de San
Carlos Lwanga y sus veintiún jóvenes compañeros, el 3 de junio,
fecha en que la mayoría de ellos fue asesinado.
En 1879, los Padres
Blancos, una sociedad católica francesa de vida apostólica
fundada en 1868, llegaron a la corte del rey Mutesa I
de Buganda (actual Uganda) y recibieron permiso para establecer una misión y
enseñar la fe católica. En ese entonces, católicos, protestantes y musulmanes
buscaban convertir a los habitantes del reino, lo cual generaba descontento
entre los sacerdotes paganos locales. Sin embargo, el rey Mutesa, con sus 87
esposas y 98 hijos, fue tolerante con las tres religiones.
Cuando murió en 1884,
su hijo Mwanga
II, fruto de su décima esposa, asumió el trono a los 16
años. Al principio fue tolerante, pero pronto se convenció de
que los cristianos amenazaban su trono y su estilo de vida sexualmente
pervertido.
Era costumbre que los
reyes de Buganda tuvieran muchos jóvenes en su corte, conocidos como “pajes”,
para cumplir funciones domésticas. Entre sus expectativas estaba la sumisión a
los avances sexuales del rey. Algunos jóvenes, desde los 13
años, comenzaron a rechazar esas exigencias por motivos de fe.
Esto enfureció al rey, quien temió perder el control de su reino.
El 29
de octubre de 1885, el obispo anglicano James
Harrington y algunos de sus acompañantes fueron asesinados por
orden del rey. Poco después, José Mukasa Balikuddembe,
de 25 años, jefe de la casa real y catequista católico, reprendió al rey por
sus acciones. Como castigo, fue decapitado el 5 de noviembre de 1885,
y los católicos fueron arrestados. Ese mismo día, el catecúmeno Carlos
Lwanga fue nombrado jefe de la casa real. Temiendo por su vida,
recibió el bautismo junto a varios de sus alumnos catequizandos.
El 25
de mayo de 1886, el rey asesinó a otros dos cristianos. Ante el
temor de que los demás jóvenes murieran sin bautismo, Carlos bautizó a los que
aún eran catecúmenos. Ese mismo día, el rey exigió a todos renunciar a la fe
cristiana o enfrentar tortura y muerte. Carlos confesó con valentía su fe, y
muchos lo siguieron. El rey ordenó que fueran ejecutados en Namugongo,
lugar tradicional de ejecuciones públicas.
Namugongo estaba a dos
días de caminata. Durante el trayecto, muchos fueron azotados y
atados. Tres fueron asesinados antes de llegar, uno de ellos por su propio
padre por no renegar de la fe. Una vez allí, esperaron siete días
para su ejecución. En ese tiempo fueron hambrientos, golpeados y atados de pies
y manos.
Carlos
fue asesinado primero. Para prolongar su sufrimiento, encendieron el fuego
lentamente bajo sus pies. Se cuenta que dijo:
“Me están quemando,
pero es como si me echaran agua para lavarme. Por favor, arrepiéntanse y sean
cristianos como yo.”
Antes de morir, exclamó como Jesús:
“¡Dios
mío! ¡Dios mío!”
Después, los demás
jóvenes fueron torturados y asesinados de igual forma, rezando en voz alta el Padre
Nuestro. En total, 22 jóvenes católicos
fueron martirizados y posteriormente canonizados. Además, 23
anglicanos también fueron martirizados con ellos.
En aquel momento, Carlos
Lwanga (26 años) y sus compañeros nunca imaginaron que, en el
lugar donde murieron, millones de personas
acudirían cada año a honrarlos y pedir su intercesión. El rey Mwanga pensó que
podía acabar con el cristianismo matando a uno... pero eso solo encendió la
conversión de muchos.
Uganda y muchas otras
naciones africanas son hoy profundamente cristianas gracias al testimonio de fe
de estos mártires. Como dice Romanos 8,28:
“Sabemos
que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman.”
En el caso de los
Mártires de Uganda, sus muertes produjeron bien, y su
carne quemada fue como un perfume que transformó aquella nación pagana en
tierra cristiana.
Oración
San Carlos Lwanga y
Compañeros,
la llama de la fe ardía en sus corazones
mientras las llamas de sus verdugos consumían sus cuerpos.
Su testimonio encendió la fe de toda Uganda y de África.
Rueguen por mí,
para que tenga la fe que ustedes tuvieron,
y que Dios transforme cada sufrimiento y cruz que yo cargue
en bien y salvación.
San
Carlos y Compañeros, rueguen por mí.
Jesús,
en Ti confío.
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