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19 de junio del 2025: jueves de la decimoprimera semana del tiempo ordinario-año I- San Romualdo, Abad

¿Repetición mecánica?

(Mateo 6, 7-15) El Evangelio nos enseña a regular nuestras palabras en la relación con Dios. ¿No revela acaso el repetir mecánicamente en la oración una falta de confianza en ese Padre que sabe lo que necesitamos? Pero es difícil adoptar este punto de vista cuando las circunstancias son adversas. Así le ocurrió a Jesús en Getsemaní: «si es posible que pase de mí esta copa...», pero «que se haga tu voluntad» (Mt 26), quien no puede sino estar a nuestro lado en esos momentos en los que el misterio pascual se hace presente en nuestras vidas.

 Emmanuelle Billoteau, ermite


Primera lectura

2Co 11,1-11

Anunciando de balde el Evangelio de Dios para ustedes

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

HERMANOS:
¡Ojalá me toleraran algo de locura!; aunque ya sé que me la toleran.
Tengo celos de ustedes, los celos de Dios, pues los he desposado con un solo marido, para presentarlos a Cristo como una virgen casta.
Pero me temo que, lo mismo que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se perviertan las mentes de ustedes, apartándose de la sinceridad y de la pureza debida a Cristo.
Pues, si se presenta cualquiera predicando un Jesús diferente del que les he predicado, o les propone recibir un espíritu diferente del que recibieron, o aceptaron un Evangelio diferente del que aceptaron, lo toleran tan tranquilos.
No me creo en nada inferior a esos superapóstoles.
En efecto, aunque en el hablar soy inculto, no lo soy en el saber; que en todo y en presencia de todos se lo hemos demostrado.
¿O hice mal en abajarme para elevarlos a ustedes, anunciando
de balde el Evangelio de Dios?
Para estar al servicio de ustedes tuve que despojar a otras comunidades, recibiendo de ellas un subsidio. Mientras estuve con ustedes, no me aproveché de nadie, aunque estuviera necesitado; los hermanos que llegaron de Macedonia atendieron a mi necesidad.
Mi norma fue y seguirá siendo no serles gravoso en nada.
Por la verdad de Cristo que hay en mí: nadie en toda Grecia me quitará esta satisfacción.
¿Por qué? ¿Porque no los quiero? Bien sabe Dios que no es así.


Palabra de Dios


Salmo

Sal 111(110),1-2.3-4.7-8 (R. 7a)

R. Justicia y verdad son las obras de tus manos, Señor.

O bien:

R. Aleluya.

V. Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman. R.

V. Esplendor y belleza son su obra,
su justicia dura por siempre.
Ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente. R.

V. Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud. R.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Han recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡“Abba”, Padre!». R.


Evangelio

Mt 6,7-15

Ustedes oren así

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recen, no usen muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No sean como ellos, pues su Padre sabe lo que les hace falta antes de que lo pidan. Ustedes oren así:
“Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal”.
Porque si perdonan a los hombres sus ofensas, también a ustedes los perdonará su Padre celestial, pero si no perdonan a los hombres, tampoco su Padre perdonará sus ofensas».


Palabra del Señor.

1

“Orar como hijos: no por repetir, sino por confiar”

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El Evangelio de hoy (Mt 6, 7-15) es una de las joyas más preciosas del Sermón del Monte. Jesús no solo nos enseña cómo orar, sino también desde dónde orar: desde un corazón confiado, filial, abierto al Padre que ve en lo secreto.

1. La advertencia contra la palabrería

Jesús dice: “Cuando ustedes oren, no hablen mucho, como hacen los paganos; ellos piensan que por mucho hablar serán escuchados.”
Aquí el Señor no se refiere al número de oraciones que uno eleva, sino a la actitud interior. No se trata de bombardear a Dios con palabras como si lo convenciéramos con insistencia sin amor. Orar no es negociar ni chantajear a Dios; es abrirse con confianza a su voluntad, sabiendo que Él ya sabe lo que necesitamos, incluso antes de pedirlo.

Esta enseñanza no condena la oración repetida (como el Rosario), sino la repetición vacía, sin sentido, sin alma. La oración cristiana nace del corazón, no solo de los labios.

2. “Padre nuestro”: la oración de los hijos

Es en este contexto que Jesús nos entrega el Padre Nuestro: la oración que resume toda la vida cristiana. Cada una de sus frases nos enseña cómo debe latir el corazón del discípulo:

  • “Padre nuestro”: no decimos “Padre mío”. Toda oración cristiana es comunión, es comunidad, es fraternidad.
  • “Santificado sea tu Nombre”: no se trata de pedir primero nuestras cosas, sino que el centro sea Dios.
  • “Hágase tu voluntad”: este es el punto más delicado. Lo oró también Jesús en Getsemaní. Y orarlo de verdad implica madurez espiritual, porque muchas veces la voluntad del Padre duele, pero también salva.

3. San Pablo: celo por el verdadero Evangelio

La primera lectura, de la Segunda Carta a los Corintios, nos presenta a un Pablo apasionado, herido por los falsos predicadores que engañaban a la comunidad. Pablo no se engrandece a sí mismo, sino que defiende con celo el mensaje auténtico de Cristo. Él actúa como ese “amigo del esposo” que quiere entregar la Iglesia pura a Cristo.

Esto es también oración: vivir con fidelidad el Evangelio, predicarlo sin adornos ni engaños, entregarse al pueblo sin pedir nada a cambio, como lo hace Pablo cuando dice: “¿Acaso cometí un pecado por anunciarles el Evangelio gratuitamente?”

4. El salmo: obras grandes son las del Señor

El Salmo 110 exalta la fidelidad de Dios y sus obras grandiosas: “Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman.” Este es el espíritu de la verdadera oración: reconocer las obras de Dios en nuestra vida y alabarlo por ellas.

Incluso cuando no entendemos sus caminos, el corazón que reza confía. En especial en momentos de dificultad —cuando el “misterio pascual” se hace presente— como decía el texto que hemos traducido: en los Getsemaní personales, cuando no sabemos qué decir y solo nos queda repetir: “Hágase tu voluntad”.


🙌 Apliquemos esta Palabra a nuestra vida

En este Año Jubilar, donde peregrinamos como hijos de la esperanza, estas lecturas nos invitan a purificar nuestra oración.

Rezar no es repetir como loros, sino entrar en comunión viva con el Padre.
No es exigir, sino abrirse al querer divino.
No es buscar lo mío, sino decir como Jesús: “Padre, glorifica tu Nombre”.

Recordemos también que orar es perdonar: el “Padre nuestro” lo deja claro. ¿Cómo podemos orar bien si no perdonamos a nuestros hermanos?

 

Conclusión

Queridos hermanos, al terminar esta reflexión, invito a cada uno a mirar cómo ora.
¿Lo hago como un hijo? ¿Confío o exijo? ¿Perdono como quiero ser perdonado?

Hoy, tal vez como nunca, debemos volver al “Padre nuestro” con el alma desnuda, como Jesús en Getsemaní: confiando, aunque cueste, amando, aunque duela, y dejando que el Espíritu ore en nosotros, con gemidos inefables.

Amén.


2


“El perdón, pasaporte del Reino”

 

Queridos hermanos:

Jesús, en este jueves de la XI semana del Tiempo Ordinario, no solo nos enseña a rezar. Hoy nos da una lección que es, a la vez, medicina para el alma, reto de fe y camino de libertad: el perdón.

1. No rezamos bien si no perdonamos

El Evangelio de Mateo (6, 7-15) nos entrega una enseñanza clave: el “Padre Nuestro” no es solo una fórmula hermosa para repetir, sino un modelo de vida. Y de todas las frases de esta oración, Jesús subraya una sola al final: “Si ustedes perdonan, serán perdonados; si no, tampoco ustedes serán perdonados.”

Es fuerte. Nos cuesta. Porque a veces hay heridas profundas, traiciones, injusticias. Pero Jesús no negocia con esto: el perdón es condición para recibir el perdón del Padre. No es un accesorio. Es el corazón del Evangelio.

2. San Pablo y el amor desinteresado

En la primera lectura (2 Cor 11, 1-11), San Pablo se defiende de quienes lo acusan injustamente. No busca venganza, ni revancha, ni reconocimiento. Defiende la autenticidad de su misión: ha amado, ha servido y no ha cobrado por predicar.
¿Acaso no es esa una forma de perdón también? Dejar de exigir lo que uno “merece”, y entregarse sin resentimientos.

Así, Pablo es un ejemplo de cómo vivir el Evangelio desde el amor libre y generoso, incluso cuando no es comprendido.

3. El perdón no es olvidar: es liberar

Perdonar no es fingir que nada ocurrió. Perdonar es reconocer que hubo una ofensa, pero optar por no devolver mal por mal.
Y eso —aunque duela— nos hace libres.

No perdonar es cargar cadenas pesadas en el alma. Es permitir que el pasado nos domine. Es darle poder a quien nos hizo daño.
Perdonar es, en cambio, tomar la iniciativa del Reino. Es decirle a Dios: “Haz tu voluntad también en esta herida.”

4. Perdonar... también por vocación

En este Año Jubilar, donde somos Peregrinos de la Esperanza, esta Palabra toca especialmente a quienes anuncian el Evangelio. Porque la evangelización nace del amor, y el amor auténtico perdona siempre.

Un sacerdote, una religiosa, un catequista, un padre o madre de familia… no puede hablar de Dios si no cultiva el arte del perdón.
Por eso hoy pedimos también por las vocaciones, para que Dios suscite servidores de su Reino con corazón misericordioso, que perdonen y enseñen a perdonar.


🙏 Intenciones para la oración universal:

1.    Por la Iglesia, para que sea en todo el mundo testimonio del perdón y de la reconciliación, roguemos al Señor.

2.    Por el Papa León XIV, por nuestros obispos y ministros, para que sean pastores con entrañas de misericordia, roguemos al Señor.

3.    Por los que han sido heridos o traicionados, para que encuentren en Cristo fuerza para perdonar y sanar, roguemos al Señor.

4.    Por los que evangelizan en tierras difíciles, para que nunca se cansen de sembrar con paciencia y perdón, roguemos al Señor.

5.    Por los jóvenes, para que escuchen el llamado de Dios y lo sigan con alegría, en especial en la vida consagrada, roguemos al Señor.


🕯️ Conclusión

Queridos hermanos: no hay verdadera fe sin perdón.
Que al rezar hoy el “Padre Nuestro”, lo hagamos no solo con los labios, sino con el corazón.
Y si hay alguien que nos ha herido, hoy es el día de empezar a soltar, a liberar, a perdonar.

Porque solo el que perdona... es verdaderamente libre.

Amén.

 

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19 de junio: San Romualdo, Abad — Memoria opcional

c. 951–1027
Invocado para la reforma de la Iglesia y la vida monástica
Canonizado por el Papa Gregorio XIII en 1582




📜 Cita de San Romualdo:

“Siéntate en tu celda como en el paraíso. Deja el mundo entero atrás y olvídalo. Vigila tus pensamientos como un buen pescador vigila los peces. El camino que debes seguir está en los Salmos: no te apartes de él.

Si acabas de llegar al monasterio y, a pesar de tu buena voluntad, no logras lo que deseas, aprovecha toda oportunidad para cantar los Salmos en tu corazón y comprenderlos con tu mente.

Y si tu mente se dispersa mientras los lees, no te rindas; vuelve rápidamente y concentra de nuevo tu mente en las palabras.

Sobre todo, date cuenta de que estás en la presencia de Dios, y mantente ahí con la actitud de quien está ante el emperador.

Vacíate completamente y siéntate en espera, contento con la gracia de Dios, como el polluelo que no prueba ni come nada excepto lo que su madre le trae.”

~ Regla breve de San Romualdo


Reflexión:

San Romualdo nació en una familia noble de Rávena, ubicada en la actual Italia septentrional. Durante su juventud, fue descrito como travieso e incluso, según algunos relatos, cruel. Probablemente adoptó ese comportamiento imitando a su padre. En aquella época, la nobleza solía estar envuelta en conflictos por el control de tierras, poder político o en defensa del honor familiar.

Cuando Romualdo tenía veinte años, su padre, Sergio degli Onesti, se vio envuelto en una disputa por tierras con un pariente. Resolvieron el conflicto mediante un duelo, en el cual Sergio mató a su rival. Aunque Romualdo no era ajeno a estos conflictos, quedó horrorizado por las acciones de su padre. Huyó al monasterio benedictino de San Apolinar en Classe, al sur de Rávena. Inicialmente fue por un retiro de oración y penitencia de cuarenta días para expiar el pecado de su padre. Sin embargo, al finalizar ese tiempo, decidió quedarse y convertirse en monje.

En tiempos de Romualdo, muchos monasterios europeos estaban en proceso de reforma. Algunos se habían vuelto demasiado políticos y habían relajado su énfasis en la oración. Cuando Romualdo ingresó en San Apolinar, apenas comenzaban las reformas, pero el verdadero cambio toma tiempo. Su nuevo celo por la oración y la penitencia, unido a su temperamento y falta de paciencia, lo llevaron a confrontar duramente a sus compañeros monjes por su vida relajada. Como consecuencia, Romualdo no era muy apreciado por los monjes más mundanos.

Solicitó y recibió rápidamente permiso del abad para mudarse a Venecia y vivir como ermitaño bajo la guía espiritual de otro ermitaño llamado Marino. Durante los siguientes años, llevó una vida estricta de soledad, silencio, oración y penitencia. Bajo la dirección de Marino, desarrolló su propio estilo de vida monástica, aprendiendo no solo de él, sino también directamente del Espíritu Santo a través de la oración.

Hacia el año 978, ya cerca de los treinta años, Romualdo y Marino se trasladaron a la frontera entre Francia y España, donde construyeron una ermita cerca del monasterio de Saint-Michel-de-Cuxa. En los años siguientes, Romualdo continuó con su vida de oración, estudio y soledad, aprovechando la biblioteca del monasterio cercano. Estas investigaciones, guiadas por el Espíritu Santo, lo llevaron a profundizar en una nueva forma de vida eremítica y en la comprensión de los ideales del monacato.

Aproximadamente a los treinta y siete años, después de haber vivido como ermitaño entre quince y veinte años, Romualdo comenzó a viajar por Europa. Fundó nuevas ermitas y monasterios y ofreció dirección espiritual a comunidades que necesitaban reforma. Una de sus primeras visitas fue a su padre, quien se había arrepentido y también se había hecho monje. Romualdo lo ayudó a abrazar plenamente su nueva vocación antes de morir.

Después del año 996, ascendió al trono del Sacro Imperio Romano Germánico el emperador Otón III, fervoroso reformador de la Iglesia. Una historia cuenta que, al enterarse del fervor de Romualdo, Otón le pidió que se convirtiera en abad del monasterio de San Apolinar, donde había empezado su vida monástica. Sin embargo, los monjes se resistieron con tal fuerza a las reformas que Romualdo abandonó el cargo al cabo de un año.

En el año 1012, según la leyenda, un hombre llamado Maldolus tuvo una visión de monjes vestidos de blanco subiendo por una escalera al cielo. Impulsado por esta visión, Maldolus donó a Romualdo un terreno en Camaldoli, cerca de Arezzo (Toscana). Allí, Romualdo construyó cinco ermitas, fundando lo que sería la congregación de los Ermitaños Camaldulenses del Monte Corona. Esta nueva forma de vida monástica armonizaba, por primera vez, la vida eremítica y la comunitaria.

Los monjes vivían en comunidad para las comidas, el trabajo y la oración común. Los ermitaños, en cambio, cultivaban una vida principalmente en soledad. Romualdo ideó una síntesis: cada monje vivía en su propia celda en silencio y recogimiento, pero se reunían diariamente para orar en una capilla común. También compartían algunas comidas y una misma misión y regla de vida.

Durante los quince años siguientes, Romualdo fundó más monasterios-eremitorios, consolidando su nuevo estilo de vida monástica dentro de la Iglesia.

La “Regla breve” que dejó a sus hermanos es, como su nombre lo indica, breve. Está citada íntegramente arriba. En su sencillez, resume todo lo que San Romualdo creía necesario para que un monje-ermitaño viviera su vocación. La Regla propone siete ejercicios para crecer en la contemplación:

1.    Amar la celda,

2.    Vivir en desapego,

3.    Vigilar los propios pensamientos,

4.    Orar con los Salmos,

5.    Ser reverente ante Dios,

6.    Practicar la ascesis con intensidad, y

7.    Ser como un niño abierto a la gracia.

San Romualdo murió en la soledad de su celda, un lugar que él llamaba “paraíso”. Se reportaron numerosos milagros tras su muerte, especialmente entre quienes rezaban en su tumba. Según una leyenda, unos 400 años después su cuerpo fue exhumado y hallado incorrupto, pero al ser profanado, se desintegró. Otros relatos sostienen que su cuerpo sigue incorrupto y fue trasladado a Fabriano, Italia, donde su orden construyó otro monasterio. Hoy, esa iglesia lleva su nombre: San Romualdo.

La vida eremítica no es para todos, pero desempeña un papel esencial en la Iglesia. Dios llama a algunos hombres y mujeres a ser intercesores por todos y faros que iluminan nuestro camino hacia el Cielo. Su vocación nos recuerda el valor de la oración, la soledad, el silencio y la penitencia.

Al honrar a este gran fundador de los Camaldulenses, reflexionemos también sobre nuestra necesidad de silencio interior, alcanzable mediante la oración, el retiro y la penitencia. Aunque no estemos llamados a vivir como ermitaños, sí estamos llamados a momentos de contemplación. La oración diaria, la adoración eucarística, los retiros… son vitales en este mundo ruidoso. Comprometámonos a imitar a San Romualdo y dejemos que su ejemplo nos guíe a una unión más profunda con Dios.


🙏 Oración:

San Romualdo,
Dios te llamó a una vocación nueva y gloriosa, que quiso regalar a la Iglesia por medio de ti.
Tú respondiste con generosidad y dejaste un legado de hombres santos que te siguieron.
Ruega por mí, para que me comprometa más plenamente con una vida de silencio, soledad y oración.
Que así pueda descubrir la hermosa vida que tú descubriste y preparar mejor mi alma para el Cielo.

San Romualdo, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

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