lunes, 23 de junio de 2025

24 de junio del 2025: Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista

Santo del día

San Juan bautista

Siglo I. «Hijo mío, serás llamado profeta del Altísimo; irás delante del Señor y prepararás sus caminos» (Lucas 1:76). Estas fueron las palabras de Zacarías con motivo del nacimiento de su hijo Juan, que se celebra hoy.


Dos caminos singulares, un único designio de salvación

Qué contraste nos ofrece el Evangelio de Lucas entre la infancia de Juan, cuya nacimiento milagroso se celebra públicamente, y la de Jesús, ignorada de todos. El hijo del prodigio, hijo de un sacerdote, escoge muy joven retirarse al desierto para madurar su misión singular. Jesús, por su parte, crece en lo escondido, en una región marginal. Destinos singulares, unidos sin embargo en el único designio de Dios.

Jean-Marc Liautaud, Fondacio



 

Primera lectura

Is 49, 1-6

Te hago luz de las naciones

Lectura del libro de Isaías.

ESCÚCHENME, islas; atiendan, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno,
de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada,
me escondió en la sombra de su mano;
me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba
y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel,
por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado,
en viento y en nada he gastado mis fuerzas».
En realidad el Señor defendía mi causa,
mi recompensa la custodiaba Dios.
Y ahora dice el Señor,
el que me formó desde el vientre como siervo suyo,
para que le devolviese a Jacob,
para que le reuniera a Israel;
he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo
para restablecer las tribus de Jacob
y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

Palabra de Dios.


Salmo

Sal 138, 1b-3. 13-14ab. 14c-15 (R.: cf. 14a)

R. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente.

V. Señor, tú me sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
 R.

V. Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente,
porque son admirables tus obras. 
R.

V. Mi alma lo reconoce agradecida,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. 
R.


Segunda lectura

Hch 13, 22-26

Juan predicó antes de que llegara Cristo

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.


EN aquellos días, dijo Pablo:
«Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: “Encontré a David”, hijo de Jesé, “hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”.
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía: “Yo no soy quien ustedes piensan, pero, miren, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies”.
Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación».

Palabra de Dios.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos. R.


Evangelio

Lc 1, 57-66. 80

Juan es su nombre

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».
Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.

Palabra del Señor.

1


“Él debe crecer, y yo disminuir” (Jn 3,30)

Queridos hermanos en Cristo:

Hoy la liturgia nos convoca a celebrar una de las fiestas más singulares del calendario cristiano: la Natividad de San Juan Bautista. Es notable que, fuera del nacimiento de Jesucristo y de la Virgen María, ningún otro santo tiene el privilegio de que celebremos su nacimiento. Esto ya nos habla del papel único que Juan el Bautista ocupa en la historia de la salvación.

La primera lectura, del profeta Isaías, nos presenta la voz de un siervo escogido desde antes de nacer para ser luz de las naciones. ¿No es acaso este el retrato espiritual de Juan? Desde el vientre de su madre, fue colmado del Espíritu Santo. Así nos lo recuerda también el salmo: “Tú has creado mis entrañas… me tejiste en el seno materno”. Juan, al igual que el profeta Isaías, no fue un improvisado. Su vocación fue esculpida por Dios desde el origen, y su existencia tuvo una única misión: preparar el camino del Señor.

La liturgia de hoy nos invita a redescubrir a San Juan Bautista, y más aún, a dejarnos evangelizar por su vida. Porque Juan no es solo una figura decorativa del Adviento; es un maestro de espiritualidad y un testigo valiente del Reino. Su mensaje no caduca, porque nos enseña a vivir en permanente espera, en vigilancia, en humildad, y en alegría por la presencia de Dios que viene a nosotros cada día.


1. Juan, el profeta del Adviento permanente

Juan es el hombre del desierto, el que clama en la soledad, el que invita a preparar el camino al Señor. Pero el Adviento no se reduce a las cuatro semanas antes de Navidad. La vida cristiana entera es un gran adviento, una espera activa del regreso del Señor.

Y Juan nos enseña cómo se vive ese adviento:

  • Con esperanza viva, una esperanza que abraza las pequeñas y grandes necesidades de nuestra vida: reconciliaciones pendientes, salud esperada, vocaciones aún no descubiertas, conversiones necesarias…
  • Con oración sincera, que se nutre del silencio del desierto, del retiro interior, de la escucha de Dios.
  • Con sobriedad y vigilancia, recordándonos que el exceso, el ruido y el confort desmedido adormecen el alma.

Hermanos, ¿cuánto desierto necesitamos hoy para encontrar el centro de nuestra existencia? ¿Cuánto silencio hace falta para oír la voz del que viene? Juan nos invita a vivir menos conectados al ruido del mundo y más atentos al susurro de Dios en el corazón.


2. Juan, testigo de la alegría

Uno podría pensar que un profeta austero como Juan no habla de alegría. Y sin embargo, su vida está atravesada por la alegría de la presencia de Jesús. Ya desde el vientre de su madre, Isabel proclama: “la criatura ha saltado de gozo en mi seno” (Lc 1,44). Es la primera danza de alabanza al Salvador.

Más tarde, cuando sus discípulos lo ven “perdiendo protagonismo” frente a Jesús, él responde con una libertad impresionante:
“Él debe crecer, y yo disminuir” (Jn 3,30).
Y agrega: “Mi alegría es completa”. Qué hermoso testimonio para nuestro mundo competitivo, donde parece que hay que sobresalir, tener visibilidad, acumular méritos. Juan nos enseña que la verdadera alegría no es brillar, sino ver a Cristo brillar en los demás.


3. Juan, el humilde servidor

En Juan descubrimos una humildad sólida, madura, profundamente enraizada en su identidad. Sabe quién es: “no soy el Mesías, no soy Elías, no soy el Profeta”. Su única definición es esta: “Soy la voz que clama en el desierto”.
Juan no se adueña de la misión, no busca hacer carrera espiritual. Él señala, él desaparece, él se hace pequeño para que Cristo sea grande.

Y esa humildad lo hace libre. Libre para decir la verdad, incluso cuando esa verdad le cuesta la cabeza. Libre para anunciar el Reino sin miedo, sin diplomacia ni cálculo político. Libre para vivir en coherencia, sin doblez.

¿Dónde estamos nosotros en ese camino de humildad? ¿Sabemos ceder protagonismo, reconocer que no somos el centro, alegrarnos del bien que hacen otros? La humildad es la cuna donde Dios puede nacer.


4. Juan, el mártir del amor fuerte

El estilo de vida de Juan es testimonio. Su dieta, su vestimenta, su palabra directa, todo él es un grito viviente: “¡Vuelvan su corazón a Dios!”.
Pero ese testimonio no fue sin consecuencia. Su denuncia del pecado le valió la prisión y la muerte. Fue mártir por la verdad.

Hoy, en una cultura donde la verdad se relativiza, donde se teme ofender, donde se calla por conveniencia, la figura de Juan nos interpela. ¿Estamos dispuestos a pagar el precio de la coherencia? ¿A amar con ese amor fuerte que no es sentimentalismo sino entrega concreta?


5. Un llamado a donarnos

Finalmente, San Juan Bautista nos invita a dar la vida, no en abstracto, sino en gestos concretos:

  • En el tiempo compartido con quienes nos necesitan,
  • en la escucha atenta al que sufre,
  • en la presencia solidaria con los pobres,
  • en la fraternidad cotidiana con quienes conviven a nuestro lado.

Porque dar la vida, como lo hizo Juan, es también dar nuestro tiempo, nuestro interés, nuestro amor. El tiempo no es oro; el tiempo es amor, como decía un autor. Y el amor solo se manifiesta en obras.


Conclusión: una vida que señala a Cristo

Queridos hermanos, que al celebrar la Natividad de San Juan Bautista, abramos el corazón para aprender de él a:

  • esperar con esperanza y vigilancia,
  • vivir en humildad y alegría,
  • orar en silencio y coherencia,
  • amar con un amor fuerte y generoso,
  • y sobre todo, a señalar siempre a Cristo y no a nosotros mismos.

Pidamos hoy al Señor por intercesión del Bautista:

Señor, haznos como Juan:
voces que claman,
corazones que esperan,
vidas que se donan,
discípulos que disminuyen,
para que tú crezcas en medio del mundo.

Amén.

 

2

"Dos caminos singulares, un único designio de salvación"

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos una de las fiestas más notables y significativas del calendario litúrgico: la Natividad de San Juan Bautista. La Iglesia, en su sabiduría, nos invita a detenernos en este nacimiento prodigioso que marca un momento clave en la historia de la salvación. Porque la figura del Bautista —el “precursor”, el “amigo del Esposo”— no se puede reducir a un personaje de transición entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: él es parte esencial del misterio de Cristo.

Un hermoso comentario francés dice:

“Qué contraste nos ofrece el Evangelio de Lucas entre la infancia de Juan, cuya nacimiento milagroso se celebra públicamente, y la de Jesús, ignorada de todos. El hijo del prodigio, hijo de un sacerdote, escoge muy joven retirarse al desierto para madurar su misión singular. Jesús, por su parte, crece en lo escondido, en una región marginal. Destinos singulares, unidos sin embargo en el único designio de Dios.” 

Este contraste es intencionado. Lucas no quiere que confundamos el protagonismo humano con la centralidad de la salvación. Nos recuerda que Dios, en su pedagogía, trae la luz a través de caminos sorprendentes, diferentes y complementarios.


1. Juan: el elegido que señala al Otro

La primera lectura del profeta Isaías describe al Siervo de Dios como alguien llamado desde el vientre materno, formado por Dios para ser luz y testigo. Estas palabras encuentran eco literal en la vida de Juan el Bautista:

“Desde el seno materno me llamó... hizo de mi boca una espada afilada...” (Is 49,1-2)

Juan no es un improvisado. Como dirá el salmista:

“Tú me has tejido en el seno de mi madre… tus ojos veían mi ser aún informe.”
Su vocación es anterior a su nacimiento. No la elige: la acoge con humildad y radicalidad, consagrándose por entero al anuncio de Aquel que ha de venir.

Pero su misión no es centrarse en sí mismo. Su grandeza radica en esto: él señala a Otro. Su identidad está en función de Cristo:

“Yo no soy el Mesías, sino el que viene delante de él” (cf. Jn 1,20).


2. Jesús: el que crece en lo escondido

A diferencia de Juan, Jesús nace en lo oculto, en una gruta, y crece lejos de la mirada pública. No hay ángeles cantando a las multitudes ni multitudes congregadas en su nombre desde la cuna. Su vida transcurre en el silencio de Nazaret.

Y sin embargo, como nos recuerda la segunda lectura del libro de los Hechos, todo estaba ya previsto en el plan de Dios:

“Dios suscitó a David… y de su descendencia, conforme a la promesa, trajo a Jesús como Salvador para Israel.” (Hch 13,23)

Dos caminos diferentes, pero un único plan salvífico. Juan prepara, Jesús cumple. Juan grita, Jesús se entrega. Juan señala, Jesús actúa. Y en ambos, el Espíritu de Dios los guía, como a Isaías, como a nosotros.


3. La vocación de Juan, la nuestra

El Evangelio de hoy (Lc 1,57-66.80) nos narra cómo la mano del Señor estaba con el niño. Su nacimiento es celebrado, su nombre causa asombro, su destino queda envuelto en misterio: “¿Qué llegará a ser este niño?”

Pero el versículo final es el que más resuena para nuestra vida:

“El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.”

Ese desierto no fue castigo, fue escuela del Espíritu. En el silencio, Juan se dejó modelar por Dios para poder hablar con verdad y libertad cuando llegara su hora.

Y aquí, queridos hermanos, el Evangelio nos habla también a nosotros. Cada uno de nosotros tiene un destino singular dentro del único designio de Dios. No todos tendremos una vocación profética como la de Juan, ni una vida escondida como la de Jesús en Nazaret, pero sí una misión personal, intransferible e irrepetible.

Dios nos llama por nuestro nombre. No somos piezas anónimas de un sistema. Somos hijos pensados, conocidos y amados desde antes de nacer. La fiesta de Juan Bautista nos lo recuerda con fuerza: “Antes que nacieras, te consagré.”


4. La humildad del Precursor: una lección para hoy

En una sociedad marcada por la necesidad de reconocimiento, visibilidad y protagonismo, Juan el Bautista es una bofetada profética. Su frase:

“Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30)
es un programa de vida.

¿Estamos dispuestos a vivir así? ¿A desaparecer para que Cristo aparezca? ¿A ceder el centro a Dios y servir desde la discreción? La verdadera madurez espiritual se mide por cuánto dejamos a Dios obrar en nosotros y a través de nosotros, sin querer controlar, figurar o dominar.


Conclusión: Una fiesta para reencontrar nuestra misión

Hoy, la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista no es solo la conmemoración de un gran profeta. Es una invitación personal a descubrir nuestro lugar en el designio de Dios.

Pidamos a San Juan Bautista:

  • Que nos enseñe a escuchar la voz de Dios desde lo profundo, como él lo hizo en el desierto.
  • Que nos enseñe a vivir con alegría la vocación propia, sin comparaciones estériles.
  • Que nos enseñe a desaparecer con humildad, para que Cristo brille.

Y pidamos al Espíritu Santo, que llenó a Juan desde el vientre materno, que nos renueve con su fuerza, para vivir nuestra misión con fidelidad, sencillez y pasión.

Amén.

 

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24 de junio: Nacimiento de San Juan Bautista — Solemnidad

Siglo I
Patrono de: los bautismos, los comerciantes de aves, los conversos, la vida monástica, las autopistas, los impresores, los sastres, los corderos y los prisioneros.
Invocado contra: la epilepsia, las convulsiones, las tormentas de granizo y los espasmos.



Cita bíblica:

Cuando le llegó a Isabel el tiempo del parto, dio a luz un hijo. Sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había mostrado gran misericordia, y se alegraron con ella. Al octavo día fueron a circuncidar al niño y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su madre dijo: “No. Se llamará Juan.” Le respondieron: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre.” Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara. Él pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre.” Y todos quedaron admirados. En ese instante se le soltó la lengua y comenzó a hablar bendiciendo a Dios.
~Lucas 1,57–64


Reflexión:

En la época del nacimiento de San Juan Bautista, era común pensar que la infertilidad de una mujer era señal del desagrado de Dios o castigo por el pecado. Aunque hoy sabemos que esto no es cierto, es importante comprender que, a menudo, Dios ha suscitado grandes líderes precisamente de aquellos que habían suplicado durante años el don de un hijo. Sara fue estéril antes de concebir a Isaac. Rebeca no tuvo hijos antes de dar a luz a Esaú y Jacob. Raquel fue estéril antes de tener a José. La esposa de Manoa fue estéril hasta dar a luz a Sansón. Ana fue estéril hasta que nació Samuel.

La solemnidad de hoy celebra uno de los nacimientos más grandes de la historia. Recordemos que el mismo Jesús dijo:

“En verdad os digo: entre los nacidos de mujer no se ha levantado uno mayor que Juan el Bautista.”
~Mateo 11,11

Cuando Isabel concibió a Juan el Bautista, ella y su esposo Zacarías “eran de edad avanzada” (Lucas 1,7). El anuncio del nacimiento de su hijo se dio mientras Zacarías ejercía uno de los más altos honores del sacerdocio del Antiguo Testamento: ofrecer incienso al Señor dentro del santuario del Templo, habiendo sido elegido por sorteo entre su grupo sacerdotal.

Allí, en el santuario, se le apareció el Arcángel Gabriel, el que está ante Dios, para anunciarle la buena noticia: su esposa concebiría y daría a luz un hijo que:

  • sería grande ante el Señor,
  • estaría lleno del Espíritu Santo desde el seno materno,
  • haría volver muchos corazones de Israel al Señor,
  • vendría con el espíritu y el poder de Elías,
  • dispondría al pueblo para el Señor
    (cf. Lucas 1,15–17).

Este anuncio no fue sólo una buena noticia: fue casi increíble. Zacarías, sin duda, habría sufrido mucho por no tener hijos, y ahora un arcángel le dice que su futuro hijo será inmensamente grande. Y, como sabemos, al principio no creyó… y por ello quedó mudo hasta que Juan nació.

El siguiente capítulo glorioso de esta historia llegó cuando ese mismo arcángel, Gabriel, se apareció a María, la Inmaculada Concepción, para anunciarle que concebiría al Salvador del mundo por obra del Espíritu Santo. Y le dijo:

“Mira, tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo; y este es el sexto mes para ella, la que era llamada estéril, porque nada hay imposible para Dios.”
~Lucas 1,36–37

Este detalle revela que, en el plan del Padre, la misión de Juan está íntimamente ligada a la de Jesús. Esto se confirma cuando María, llena de gozo, va apresuradamente a ayudar a Isabel en los últimos meses de embarazo. Al oír el saludo de María, el niño Juan saltó de gozo en el vientre de su madre.

San Tomás de Aquino enseña que, en ese momento, Juan fue santificado en el seno materno, es decir, fue liberado del pecado y preparado para su misión sagrada. Tomás incluso especula sobre este momento diciendo:

“Quizá también en este niño el uso de la razón y de la voluntad fue tan acelerado que, mientras estaba aún en el vientre, pudo reconocer, creer y asentir, mientras que en otros niños debemos esperar a que crezcan. Esto, nuevamente, lo considero un resultado milagroso del poder divino.”
~Suma Teológica III, 27, 6

El nacimiento de Juan, que celebramos hoy, estuvo rodeado de misterio, asombro, admiración e intriga. San Lucas lo resume así:

“El temor se apoderó de todos los vecinos, y en toda la región montañosa de Judea se comentaban estas cosas. Todos los que las oían las guardaban en su corazón diciendo: ‘¿Qué llegará a ser este niño?’ Porque la mano del Señor estaba con él.”
~Lucas 1,65–66

Aparte de la Solemnidad del Nacimiento de Cristo (Navidad), Juan Bautista es la única persona cuyo nacimiento se celebra con el rango de solemnidad. La Natividad de la Virgen María se celebra como fiesta, aunque su Inmaculada Concepción sí recibe la dignidad de solemnidad. Esto nos indica el gran honor que representa para la Iglesia conmemorar el nacimiento de este hombre singular con el más alto rango litúrgico.

Al celebrar el nacimiento de San Juan Bautista, consideremos esta fecha desde dos perspectivas:

1.    Desde una mirada celestial y eterna: los ángeles y santos glorifican a Dios eternamente por este gran acontecimiento y por el rol decisivo de Juan en la historia de la salvación.

2.    Desde una mirada humana: pensemos en el asombro y la alegría de Isabel y Zacarías. Eran personas reales, que se convirtieron en padres reales, y recibieron promesas divinas sobre su hijo. A pesar de eso, Juan seguía siendo su hijo, así como Jesús fue el Hijo de María.

Cada acontecimiento de la historia de la salvación debe vivirse uniendo lo humano y lo divino, lo trascendente y lo cotidiano, lo personal y lo sobrenatural, para así comprender mejor, participar más plenamente y creer con mayor profundidad en estos hechos gloriosos que han abierto para todos nosotros las puertas del cielo.


Oración:

San Juan Bautista,
tú fuiste concebido por gracia especial de Dios
y dado como hijo a unos padres ancianos y estériles.
A través de tu concepción y nacimiento,
Dios habló al mundo diciendo que Él puede hacer cualquier cosa que quiera,
y puede derramar su gracia salvadora simplemente porque así lo desea.

Te ruego que intercedas por mí,
para que comprenda más profundamente el papel que desempeñaste en la historia de la salvación
y esté más abierto a todo lo que Dios quiere revelar al mundo a través de tu santa vida.

San Juan Bautista, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.


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24 de junio del 2025: Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista

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