Una, santa, católica y apostólica
La
fiesta de los santos Pedro y Pablo es una proclamación de la Iglesia una,
santa, católica y apostólica.
«Apostólica» quiere decir que la Iglesia está fundada, sin interrupción, sobre
la fe transmitida por los apóstoles. Pedro y Pablo son testigos eminentes de
esta fe. Desde la profesión espontánea de Pedro (Mt 16,16) hasta la esperanza
inquebrantable de Pablo (2 Tim 4,17), sus mensajes sostienen la adhesión y la
unidad de los cristianos de toda cultura y de todo tiempo.
Porque la misión de la
Iglesia es llevar a Cristo al mundo. Eso es la catolicidad: anunciar el
Evangelio a todos, sean quienes sean. La Iglesia se dirige a todos los pueblos.
Pedro y Pablo nos enseñan que no se trata de una multinacional ni de una ONG,
porque el reunirnos en una misma fe es un impulso hacia Dios, una apertura a Él.
Cristo y su Espíritu reúnen a la Iglesia, como lo revelan Pedro y Pablo y las
comunidades que ellos formaron, y no el carisma de un dirigente. En este
sentido, la Iglesia es santa. No porque sus miembros estén libres de pecado,
sino porque es santificada por el Espíritu Santo.
Pedro y Pablo se
dejaron transformar por la gracia de Dios. Su martirio es el testimonio supremo
de ello.
¿Y la unidad? Quizá sea el rasgo más sobrenatural de la Iglesia, porque creemos
que es a través de ella que Dios hace de todos los pueblos una sola y misma
familia.
¿Qué
me inspira la fiesta de los santos Pedro y Pablo? ¿A cuál me siento más
cercano? ¿Por qué? En este día en que la Iglesia celebra a Pedro y Pablo, ¿cuál
es mi profesión de fe?
Karem Bustica, rédactrice en chef de Prions en Église
Primera
lectura
Ahora sé
realmente que el Señor me ha librado de las manos de Herodes
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
EN aquellos días, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la
Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.
Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también a Pedro. Eran
los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la cárcel,
entregándolo a la custodia de cuatro patrullas de cuatro soldados cada uno;
tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua.
Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba
insistentemente a Dios por él.
Cuando Herodes iba a conducirlo al tribunal, aquella misma noche, estaba Pedro
durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían
guardia a la puerta de la cárcel.
De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a
Pedro en el costado, lo despertó y le dijo:
«Date prisa, levántate».
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió:
«Ponte el cinturón y las sandalias».
Así lo hizo, y el ángel le dijo:
«Envuélvete en el manto y sígueme».
Salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el
ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la
primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la
ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle y de
pronto se marchó el ángel.
Pedro volvió en sí y dijo:
«Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las
manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos».
Palabra de Dios.
Salmo
R. El Señor me
libró de todas mis ansias.
V. Bendigo
al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
V. Proclamen
conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.
V. Contémplenlo,
y quedarán radiantes,
su rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
V. El
ángel del Señor acampa en torno a quienes le temen
y los protege.
Gusten y vean qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R.
Segunda
lectura
Me está
reservada la corona de la justicia
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es
inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez
justo, me dará en aquel día; y no solo
a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se
proclamara plenamente el mensaje y
lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino
celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
Aclamación
V. Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la
derrotará. R.
Evangelio
Tú eres
Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó
a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los
profetas».
Él les preguntó:
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni
la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el
poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará
atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los
cielos».
Palabra del Señor
1
“Una Iglesia que nace del testimonio, se edifica en
la fe y vive de la esperanza”
Solemnidad de San Pedro y San Pablo – Ciclo C
Lecturas:
- Hch
12, 1-11
- Sal
33 (34), 2-9
- 2
Tim 4, 6-8.17-18
- Mt
16, 13-19
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy con toda la Iglesia universal a dos
columnas fundamentales de nuestra fe: los santos apóstoles Pedro y Pablo.
Dos hombres diferentes, con caminos singulares, temperamentos distintos,
historias personales complejas… pero unidos por una misma gracia: el
encuentro transformador con Jesucristo. Esta solemnidad no es sólo un
homenaje a sus figuras históricas; es ante todo una proclamación de la
identidad más profunda de la Iglesia, una Iglesia una, santa, católica y
apostólica.
1. Pedro y Pablo: el encuentro
que transforma
Pedro es el impulsivo, el pescador del lago, el que
niega, pero también ama con sinceridad. Pablo, el intelectual, fariseo celoso,
perseguidor de la Iglesia que se convierte en su apóstol más incansable. Ambos
experimentan una conversión interior. Pedro, desde la fragilidad de su
negación, es restaurado por Cristo resucitado en el lago de Tiberíades: “¿Me
amas?” (cf. Jn 21,15). Pablo cae al suelo camino a Damasco y escucha: “Yo soy
Jesús, a quien tú persigues” (cf. Hch 9,5).
Ambos, de manera distinta, reconocen que no hay
misión sin gracia, ni santidad sin quebranto. Se dejan transformar. Y eso
los convierte en testigos. La Iglesia no está hecha de superhombres, sino de
corazones rendidos a la misericordia de Dios.
2. Una Iglesia edificada en la fe
apostólica
En el evangelio de hoy (Mt 16,13-19), Pedro
confiesa: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Y Jesús le responde
con palabras que han resonado a lo largo de los siglos: “Tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. No se trata de la piedra por sus
méritos, sino por su fe. La Iglesia se edifica sobre la fe de los apóstoles,
y es por eso que la llamamos “apostólica”.
Por eso la primera lectura (Hch 12) nos muestra a
Pedro siendo liberado milagrosamente de la cárcel. No es Pedro el poderoso,
sino Pedro el frágil a quien el Señor sostiene. Porque es Cristo quien
edifica la Iglesia, y nosotros solo colaboramos.
La segunda lectura (2 Tim 4) nos muestra a Pablo al
final de su carrera, escribiendo: “He combatido el buen combate, he
terminado la carrera, he guardado la fe”. Pablo ha vivido por la fe y por
la esperanza, y sabe que le espera la “corona de justicia”. Su testimonio es
luz para nosotros: una fe que lucha, una esperanza que no se rinde.
3. Una Iglesia para todos los
pueblos
Pedro es el apóstol de los judíos; Pablo, el
apóstol de los gentiles. Sus caminos muestran que la Iglesia es católica,
es decir, universal. No hay frontera, cultura o idioma que le sea ajeno.
La Iglesia no es una ONG ni una multinacional, sino el cuerpo vivo de Cristo
que camina en la historia con una misión: anunciar el Evangelio a todos.
Y lo hace no por su organización o estrategias
humanas, sino porque el Espíritu Santo la santifica. Es santa, no porque
sus miembros no pequen, sino porque es obra del Espíritu. Pedro y Pablo
fueron pecadores perdonados, transformados en apóstoles, testigos y mártires.
Su muerte en Roma es semilla de unidad y fe para la Iglesia universal.
4. Nuestra profesión de fe en
tiempos de prueba
Hoy, en este Año Jubilar de la Esperanza, se
nos invita a renovar nuestra propia profesión de fe. ¿Qué decimos nosotros de
Jesús? ¿A cuál de los dos santos nos sentimos más cercanos? ¿Al Pedro que duda,
cae y se levanta? ¿O al Pablo que razona, combate, proclama con ardor?
Tal vez —y esto es lo más bello— nos sentimos un
poco como ambos. Somos peregrinos de esperanza, como ellos. Quebrados por
la vida, fortalecidos por la gracia. No somos perfectos, pero Dios hace
maravillas con quienes se dejan amar y enviar.
🙏
Conclusión: “¿Cuál es hoy mi profesión de fe?”
Hoy la Iglesia nos invita a confesar con Pedro: “Tú
eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”, y a proclamar con Pablo: “El
Señor me dio fuerzas y su Palabra fue anunciada por mí”.
Que Pedro nos enseñe a ser roca firme en la fe,
y que Pablo nos inspire a ser testigos apasionados del Evangelio.
Que, en este día, cada uno de nosotros pueda
repetir con el corazón:
“Señor, hazme apóstol de tu amor, mártir de tu esperanza y constructor de tu
Iglesia”. Amén.
2
“La carrera de la fe y la
esperanza que no defrauda”
Lecturas sugeridas: Hch 12,1-11 / Sal 33(34) / 2 Tm
4,6-8.17-18 / Mt 16,13-19
Marco: Año Jubilar 2025 – Peregrinos de la Esperanza
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En este Año Jubilar que nos invita a ser Peregrinos
de la Esperanza, la Palabra proclamada hoy nos coloca en una encrucijada
vital: la de la fidelidad, la de la oración perseverante, y la del
discernimiento de lo que realmente significa ser Iglesia en tiempos de prueba.
La figura del apóstol Pedro ocupa el centro del
relato de los Hechos: un hombre encarcelado, humillado, vigilado... y sin
embargo, liberado milagrosamente por Dios. No por capricho ni para su
comodidad, sino para que siguiera anunciando “todas las palabras de vida”. Esa
es la clave de todo: Dios libera, pero no por espectáculo, sino por misión.
I. Una Iglesia que nace entre
cadenas y persecuciones
La Iglesia no comenzó en tiempos de gloria, sino
bajo amenaza constante. Los primeros cristianos no se veían a sí mismos como
héroes o mártires en potencia, sino como testigos de una verdad más grande que
sus temores. En medio de los muros de una celda, mientras dormía, Pedro fue
liberado por un ángel que le dijo: “Levántate rápido, ciñe tu cinturón,
calza tus sandalias…”. Es un eco deliberado del Éxodo. Lucas quiere
recordarnos que Dios sigue actuando como el Liberador de su pueblo.
Y esa misma promesa se mantiene hoy. Muchos de
nosotros cargamos cadenas invisibles: miedos, enfermedades, dudas, culpas
pasadas. En este año jubilar, Dios nos recuerda: “Levántate, ciñe tus
sandalias, sal al camino”. La Iglesia está llamada a salir de sí misma, a
caminar, a evangelizar, a levantar a los que han caído.
II. La oración que sostiene al
cuerpo de Cristo
Mientras Pedro estaba en prisión, la comunidad oraba
insistentemente. No para controlar a Dios, sino para estar en sintonía con
su voluntad. Muchas veces nos preguntamos: “¿Sirve de algo orar si no cambia lo
que pasa?”. Pero la oración no es una fórmula mágica, sino un acto de comunión.
La respuesta de Dios no siempre es la liberación
física inmediata, como nos recuerda el mismo Pedro, quien más tarde sería
ejecutado en Roma. Pero Dios responde siempre con su Espíritu, con su
fuerza, con la presencia de hermanos y hermanas que son ángeles visibles
en nuestras vidas.
III. San Pablo: correr hasta el
final con fe y fidelidad
En su carta a Timoteo, Pablo se despide como un
atleta que ha corrido hasta la meta. No con resignación, sino con certeza de
victoria: “He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he
conservado la fe”. En su prisión, ya sin aliados visibles, experimenta el
abandono humano... pero también la fidelidad divina. “El Señor me asistió y
me dio fuerzas”, escribe.
¿Cuántos cristianos hoy viven esta misma
experiencia? Tal vez tú mismo, hermano o hermana, te sientas solo en tu camino
de fe, incomprendido o cansado. Pero esta homilía quiere recordarte: no
estás solo. La Iglesia ora contigo, y el Señor te dará fuerzas para cruzar
la meta. No es cuestión de velocidad, sino de perseverancia.
IV. Sobre esta piedra construiré
mi Iglesia…
Jesús pregunta: “¿Quién dicen ustedes que soy
yo?” y Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Y
Jesús le responde: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
No sobre una perfección humana, sino sobre la fe revelada por el Padre.
En este Año Jubilar, volvamos a poner a Cristo
como fundamento de nuestra vida personal y eclesial. No nos salvamos por
estructuras, sino por la fe viva, por la confesión sincera, por la obediencia
humilde.
🔹
Conclusión: Una Iglesia en camino, testigo de esperanza
La verdadera libertad no es sólo salir de la
cárcel, sino salir del miedo, del pecado, de la resignación. Pedro fue liberado
para anunciar. Pablo fue fortalecido para entregar su vida. La Iglesia vive
cuando reza, cuando camina, cuando proclama.
En este Año Santo, seamos una Iglesia de la
Pascua, en salida, que confía en la fuerza de Dios, que no teme la noche,
porque sabe que el Señor está con nosotros.
“A Él la gloria por los siglos de los siglos.
Amén.”
3
“Fundamento de fe, testigos de esperanza”
Solemnidad de San Pedro y San Pablo – Ciclo C – Año Jubilar
2025
Lecturas: Hechos 12,1-11 /
Salmo 33 / 2 Timoteo 4,6-8.17-18 / Mateo 16,13-19
1.
Introducción:
Dos columnas vivas de
la Iglesia
Hoy celebramos una de las fiestas más significativas del calendario litúrgico:
la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles y mártires, columnas de la
Iglesia, testigos de la fe y modelos de misión. No celebramos hoy solo a dos
grandes hombres, sino al Dios que los llamó, transformó y envió. Sus vidas tan
distintas convergen en una misma
entrega, en un mismo martirio, en un mismo amor a Jesucristo y a su Iglesia.
Ambos
nos enseñan que ser discípulos no significa no equivocarse, sino perseverar con
fe, acoger la gracia, y dejarse moldear por el Maestro.
2. Pedro: La fragilidad transformada en roca
Pedro, el pescador de Galilea, fue llamado a dejar sus redes para convertirse en
pescador de hombres. Era impulsivo, generoso, pero también frágil. Negó al
Señor tres veces, pero lloró amargamente. No fue elegido por su perfección,
sino por su disponibilidad a amar y servir.
El
Evangelio de hoy (Mt 16,13-19) nos sitúa en Cesarea de Filipo. Jesús pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?”
y luego: “¿Y ustedes, ¿quién
dicen que soy yo?” Pedro, inspirado por el Padre, responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios
vivo.” Esta confesión es el cimiento sobre el cual Jesús construye
su Iglesia. A Pedro le entrega las llaves del Reino. A él le confía la misión
de confirmar a los hermanos.
Pero
este mismo Pedro que confiesa la fe, más adelante será reprendido por Jesús: “¡Apártate de mí, Satanás!”
¿Por qué? Porque no comprendía aún el misterio de la cruz. Sin embargo, Pedro
aprenderá. Y cuando llegue la persecución en Roma, recordará a su Maestro y,
como en la escena del Quo
Vadis, sabrá volver para dar su vida como testimonio.
3. Pablo: De perseguidor a apóstol incansable
Pablo, ciudadano romano, formado en la Ley de Moisés, fariseo ardiente y
perseguidor de los cristianos, fue derribado del caballo en su camino a
Damasco. Su encuentro con Cristo resucitado lo transformó radicalmente. A
partir de entonces, dedicó su vida a anunciar el Evangelio, convirtiéndose en
el "apóstol de los gentiles".
En
la segunda lectura, Pablo escribe desde la cárcel, al final de su vida: “He peleado el buen combate, he
terminado la carrera, he guardado la fe.” (2 Tim 4,7). Sabe que su
vida ha sido derramada como libación. Pero también sabe que no ha sido en vano:
“El Señor estuvo a mi lado y
me dio fuerzas.” La certeza de que Dios ha sido fiel lo llena de
esperanza.
Pablo
no tuvo miedo de sufrir. No se avergonzó del Evangelio. Lo predicó con pasión,
con inteligencia, con audacia. Sus cartas siguen siendo hoy fuente de doctrina
y fuego para nuestra misión.
4. Una Iglesia con rostro misionero y martirial
La Iglesia no es un edificio ni una organización: es una comunidad de testigos.
Pedro y Pablo nos muestran los dos pulmones con los que la Iglesia respira: la
fidelidad a la confesión de fe y la apertura al mundo. Pedro representa la
estabilidad, la unidad, la tradición; Pablo, el dinamismo, el anuncio, el diálogo
con las culturas.
En
este Año Jubilar,
bajo el lema “Peregrinos de la
Esperanza”, estamos llamados a reavivar esa doble dimensión:
fidelidad y misión. San Pedro nos recuerda la necesidad de construir sobre la
roca firme de Cristo. San Pablo nos empuja a salir de nuestras seguridades para
anunciar con pasión a Cristo vivo.
5. Aplicación a nuestra realidad
·
¿Quién
es Jesús para mí hoy? ¿Lo confieso solo con los labios o también con mi vida?
·
¿Estoy
dispuesto a servir a la Iglesia, aunque no sea perfecto, como Pedro?
·
¿Me
dejo transformar por la gracia, como Pablo, o sigo persiguiendo a Cristo en los
hermanos que no comprendo o rechazo?
Desde
nuestro Vicariato Apostólico, desde nuestra parroquia, desde nuestras familias
y medios de comunicación como Gusqui Stereo, estamos llamados a ser Iglesia en salida, como
decía el Papa Francisco. Una Iglesia que no teme ensuciarse las sandalias, que
se deja llevar por el Espíritu, como Pedro el día de Pentecostés, como Pablo en
cada viaje misionero.
6. Conclusión: Un llamado a todos
Queridos hermanos, hoy celebramos no solo a dos hombres que murieron mártires
en Roma, sino a dos faros que aún iluminan el camino de la Iglesia. Que el
testimonio de San Pedro y San Pablo nos anime a confesar con valentía que Jesús
es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Que no temamos ser piedras vivas de su
Iglesia, apóstoles en nuestros barrios, testigos en nuestras redes sociales,
discípulos con fuego en el corazón.
Que su intercesión nos alcance el celo apostólico que ellos
vivieron, y nos prepare para dar la vida –si es necesario– por el Evangelio.
Amén.
4
HOMILÍA PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
Lecturas:
Hch 12,1-11; Sal 33(34); 2Tm 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19
Año Jubilar 2025 – Peregrinos de la Esperanza
Queridos
hermanos y hermanas:
Celebramos hoy la solemnidad de los santos Pedro y
Pablo, columnas de la Iglesia, testigos del Evangelio y mártires por Cristo. En
ellos, Dios edificó la Iglesia y nos enseñó que la misión evangelizadora no
nace del poder humano, sino de una fe profundamente arraigada en Jesucristo.
Hoy, en el marco del Año Jubilar, contemplamos a estos santos no como
monumentos de piedra, sino como peregrinos, como nosotros, hombres de carne y
hueso que aprendieron a esperar contra toda esperanza.
1. Pedro: de la fragilidad a la
roca firme
El libro de los Hechos nos narra la liberación
milagrosa de Pedro de la cárcel, y el salmista canta: «El ángel del Señor
acampa en torno a sus fieles y los libra». Es una imagen poderosa: la
comunidad ora con insistencia mientras Pedro duerme encadenado entre soldados.
Dios actúa. Pero este episodio no debe llevarnos a pensar que la oración
siempre tiene un efecto inmediato o visible. Sabemos que Pedro moriría años más
tarde, ejecutado en Roma. ¿Dios no lo escuchó entonces?
La verdadera liberación que Dios nos ofrece no es
la de evitar el sufrimiento, sino la de liberarnos del miedo, de la
angustia, del pecado, del abandono. La Iglesia de los orígenes no rezaba
solo para que Pedro saliera de la cárcel, sino para que no faltara el coraje
del Evangelio, para que la fe no decayera. Pedro duerme, pero el Ángel lo
despierta, lo ceñe, lo calza, lo pone en pie... como en una nueva Pascua. Es
Dios quien actúa y libera, como en Egipto. Pedro sale fortalecido, no solo de
los muros de piedra, sino de su antigua fragilidad.
2. Pablo: la carrera de la fe
En la segunda carta a Timoteo, Pablo escribe desde
la cárcel de Roma. No suplica por su vida, no se lamenta. Ha llegado su hora.
Dice con serenidad: «He combatido el buen combate, he terminado la carrera,
he conservado la fe». Es su testamento espiritual.
Pablo no se jacta. Reconoce que toda fuerza viene
de Dios: «El Señor me dio fuerza para que, por medio de mí, se cumpliera
plenamente la proclamación del Evangelio». La carrera no era una competencia
para él, sino una fidelidad a su vocación, paso a paso. La corona de justicia
no se da al que llega primero, sino al que no abandona el camino, al que espera
con amor la manifestación del Señor.
En un mundo que muchas veces abandona a los que
luchan por el bien, Pablo experimenta la soledad humana, pero también la
presencia fiel del Señor: «Todos me abandonaron... pero el Señor estuvo a mi
lado». Es el eco del mismo Jesús que, en Getsemaní, quedó solo... pero en
comunión plena con el Padre.
3. La confesión de Pedro: una
Iglesia edificada sobre la fe
En el Evangelio de Mateo, Jesús pregunta: «¿Quién
dice la gente que es el Hijo del hombre?» Y Pedro responde: «Tú eres el
Mesías, el Hijo del Dios vivo». Esta confesión no se basa en un milagro, ni
en una emoción pasajera, sino en una revelación del Padre al corazón de
Pedro. Jesús le responde: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás».
Lo nuevo no es el título de “Hijo de Dios” —ya lo
habían dicho otros— sino la convicción que nace sin pruebas visibles. Pedro no ve
el poder, sino la verdad profunda del corazón de Jesús. Y Jesús une ese
reconocimiento a la misión: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia». La Iglesia no se construye sobre títulos ni cargos, sino sobre la
fe de quienes escuchan la voz del Padre.
Jesús dice también: «Yo edificaré mi Iglesia».
No nosotros. No es el fruto de estrategias pastorales, de popularidad o de
estructuras. Es obra del Cristo resucitado, que construye con piedras vivas:
tú, yo, cada creyente que confiesa su nombre con amor.
4. Para el Año Jubilar:
peregrinos con Pedro y Pablo
Queridos hermanos: en este Año Jubilar, donde el
Papa León XIV nos ha convocado como Peregrinos de la Esperanza, Pedro y
Pablo nos enseñan qué significa verdaderamente caminar con fe:
- Pedro,
el impulsivo, el que negó y fue perdonado, nos enseña que Dios confía
en nosotros incluso con nuestras fragilidades.
- Pablo,
el perseguidor convertido, nos muestra que el pasado no es obstáculo
cuando el amor de Cristo nos alcanza.
- Ambos
son testigos de que la fe no es refugio de poder, sino camino de
servicio, de entrega, de anuncio del Evangelio hasta el martirio.
Hoy también nosotros, como Iglesia en Colombia,
como Iglesia del Vicariato de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, estamos
llamados a proclamar con valentía a Cristo, a orar con esperanza, a esperar
la corona no como premio, sino como gracia para quien ha vivido en fidelidad.
Conclusión
Pedro y Pablo ya corrieron su carrera. Ahora nos
toca a nosotros.
“Dichoso tú, Simón…” nos dice también Jesús a nosotros, cuando, a pesar
de las tormentas, seguimos confesando su nombre, sirviendo a su Iglesia,
confiando en su promesa:
“El poder de la muerte no prevalecerá”.
Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles,
interceda por nosotros.
Y que Pedro y Pablo, testigos valientes, nos ayuden a caminar como verdaderos peregrinos
de la esperanza. Amén.
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