«Denles ustedes mismos de comer»
La Eucaristía es el más
grande de los sacramentos. Su celebración nos permite escuchar la Palabra de
Dios, que puede inspirar nuestros pensamientos y acciones para que tomemos las
decisiones más acertadas para nuestra vida y la de nuestros hermanos y hermanas.
Podemos bendecir a Dios que nos invita a poner en práctica su Palabra con
generosidad. Y podemos alabarlo por esa Palabra inédita que ensancha nuestro
corazón, invitándonos a compartirla con los demás.
San Pablo añade lo que
también él ha recibido del Señor y que nos transmite día tras día: las palabras
de la institución de la Eucaristía. Jesús nos invita a repetirlas en cada
celebración: «Hagan esto en memoria mía». Palabras y gestos que, por la gracia
de Dios, hacen del pan y del vino consagrados una presencia real en medio de
nosotros. El camino no termina ahí. Continúa en medio de las comunidades
cristianas invitadas a revivir la Eucaristía, y sobre todo, a vivir
de ella.
En el tiempo pascual,
lo que está en juego es la vida: vida de Dios y
vida de los hombres. Y si hoy podemos tomar un momento de adoración
eucarística, también podemos buscar compartir esta «comunión» con los fieles de
nuestras asambleas. ¿Cómo podemos vivir este sacramento? Invitando al mayor
número posible de hermanos y hermanas. Sí, la Eucaristía es para las multitudes
que se reúnen en torno a la Palabra, y al Cuerpo y la Sangre de Cristo. La
Eucaristía adorada puede así convertirse también en verdadero «sacramento del
hermano».
¿Qué
puedo descubrir en la adoración eucarística?
¿Qué
lugar tienen mis hermanos y hermanas cuando participo en la Eucaristía?
Tommy Scholtes, prêtre jésuite, Prions en Église Belgique
Primera lectura
Gn
14,18-20
Ofreció
pan y vino
Lectura del libro del Génesis.
EN aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo,
sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:
«Bendito sea Abrán por el Dios altísimo,
creador de cielo y tierra;
bendito sea el Dios altísimo,
que te ha entregado tus enemigos».
Y Abrán le dio el diezmo de todo.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
110(109),1.2.3.4 (R. cf. 4b)
R. Tú eres
sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec.
V. Oráculo del
Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies». R.
V. Desde Sion extenderá
el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R.
V. «Eres príncipe desde
el día de tu nacimiento
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, desde el seno,
antes de la aurora». R.
V. El Señor lo ha
jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec». R.
Segunda lectura
1Co
11,23-26
Cada
vez que comen y beben, proclaman la muerte del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
HERMANOS:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez les he
transmitido:
que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y,
pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; hagan esto cada vez que lo beban,
en memoria mía».
Por eso, cada vez que comen de este pan y beben del cáliz, proclaman la muerte
del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios
Hoy
puede decirse la secuencia Lauda, Sion, Salvatorem.
Secuencia
(forma larga)
Alaba, alma mía, a tu Salvador;
alaba a tu guía y pastor
con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas,
porque él está sobre toda alabanza,
y jamás podrás alabarle lo bastante.
El tema especial de nuestros loores
es hoy el pan vivo
y que da vida.
El cual se dio en la mesa de la sagrada cena
al grupo de los doce apóstoles
sin género de duda.
Sea, pues, llena, sea sonora,
sea alegre, sea pura
la alabanza de nuestra alma.
Pues celebramos el solemne día
en que fue instituido
este divino banquete.
En esta mesa del nuevo rey,
la pascua nueva de la nueva ley
pone fin a la pascua antigua.
Lo viejo cede ante lo nuevo,
la sombra ante la realidad,
y la luz ahuyenta la noche.
Lo que Jesucristo hizo en la cena,
mandó que se haga
en memoria suya.
Instruidos con sus santos mandatos,
consagramos el pan y el vino,
en sacrificio de salvación.
Es dogma que se da a los cristianos,
que el pan se convierte en carne,
y el vino en sangre.
Lo que no comprendes y no ves,
una fe viva lo atestigua,
fuera de todo el orden de la naturaleza.
Bajo diversas especies,
que son accidentes y no sustancia,
están ocultos los dones más preciados.
Su Carne es alimento y su Sangre bebida;
mas Cristo está todo entero
bajo cada especie.
Quien lo recibe no lo rompe,
no lo quebranta ni lo desmembra;
recíbese todo entero.
Recíbelo uno, recíbenlo mil;
y aquel lo toma tanto como estos,
pues no se consume al ser tomado.
Recíbenlo buenos y malos;
mas con suerte desigual
de vida o de muerte.
Es muerte para los malos,
y vida para los buenos;
mira cómo un mismo alimento
produce efectos tan diversos.
Cuando se divida el Sacramento,
no vaciles, sino recuerda
que Jesucristo tan entero
está en cada parte como antes en el todo.
No se parte la sustancia,
se rompe solo la señal;
ni el ser ni el tamaño
se reducen de Cristo presente.
He aquí el pan de los ángeles,
hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos,
no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron:
Isaac fue sacrificado;
el cordero pascual, inmolado;
el maná nutrió a nuestros padres.
Buen Pastor, Pan verdadero,
¡oh, Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz que veamos los bienes
en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales,
coherederos y compañeros
de los santos ciudadanos.
SECUENCIA
(forma breve).
He aquí el pan de los ángeles,
hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos,
no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron:
Isaac fue sacrificado;
el cordero pascual, inmolado;
el maná nutrió nuestros padres.
Buen Pastor, Pan verdadero,
¡oh, Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz que veamos los bienes
en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales,
coherederos y compañeros
de los santos ciudadanos.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo-dice el Señor- el que coma de este pan vivirá para
siempre. R.
Evangelio
Lc
9,11b-17
Comieron
todos y se saciaron
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que
tenían necesidad de curación.
El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar
alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
«Denles ustedes de comer».
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de
comer para toda esta gente».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos:
«Hagan que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos.
Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al
cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los
discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron,
y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.
Palabra del Señor.

Imposible responder sin pasar por lo que el mismo Jesús ha vivido luego de la primera Eucaristía. Para Él, esta fue una experiencia humana profunda, que le permite situar claramente su experiencia vivida en relación a su fe.
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy
celebramos con gozo y reverencia la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo,
lo que tradicionalmente conocemos como la fiesta del Corpus Christi. Esta solemnidad
no es simplemente una conmemoración litúrgica más. Es la afirmación jubilosa de
que nuestro Dios no es lejano ni indiferente, sino un Dios que se queda con
nosotros, se hace alimento y se convierte en comunión.
1. “Denles ustedes mismos de comer” (Lc 9,13)
Estas
palabras de Jesús, dirigidas a sus discípulos ante una multitud hambrienta,
resuenan con fuerza en el corazón de esta fiesta. No es sólo una frase
logística o práctica; es una llamada profunda al compromiso y a la entrega. El
milagro de la multiplicación de los panes es signo anticipado de la Eucaristía,
donde Cristo toma nuestros pocos recursos —nuestras pobrezas, nuestras buenas
intenciones— y los convierte, por su gracia, en un banquete que sacia a todos.
Cristo
no obra el milagro solo,
lo hace a través de sus
discípulos. Ellos reparten. Ellos alimentan. Así también hoy,
la Iglesia —tú y yo— estamos llamados a ser servidores de ese banquete, a
compartir el Pan que da vida con todos, especialmente con los más necesitados,
con los que tienen hambre de sentido, de esperanza, de ternura, de Dios.
2. La Eucaristía: escucha, consagración y misión
La
Eucaristía no es sólo algo que se recibe,
sino una experiencia que se vive.
En cada Misa, como lo enseña san Pablo en la segunda lectura, recordamos el
gesto eterno de Jesús que se entrega: “Esto
es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
¿Y qué es lo que debemos “hacer en memoria suya”?
No
se trata solamente de repetir los ritos, sino de hacer presente el amor que
brota del sacrificio. En cada celebración escuchamos la Palabra, ofrecemos el
pan y el vino —signo de nuestra vida— y salimos enviados a compartir lo que
hemos recibido. De ahí que la Eucaristía nos convoca, nos forma y nos envía. Nos convierte en
pueblo, en comunidad, en cuerpo vivo de Cristo que se prolonga en la historia.
3. Adorar y vivir la Eucaristía
Hoy también es un día especial para renovar nuestra adoración eucarística. No como un acto aislado de devoción personal, sino como un encuentro íntimo con Cristo que transforma el corazón y ensancha nuestra mirada hacia los demás.
“La
Eucaristía adorada puede así convertirse también en verdadero ‘sacramento del
hermano’”.
¿A
quién ves cuando te acercas a comulgar? ¿Eres consciente de que ese mismo
Cuerpo de Cristo que recibes, también lo reciben los demás? ¿Y qué lugar tienen
ellos en tu corazón?
Adorar
la Eucaristía es, también, reconocer
a Cristo en el que sufre, en el pobre, en el enfermo, en el
migrante, en el solitario. El mismo Jesús que adoramos en el Sagrario está vivo
y presente en el hermano que nos necesita. Por eso, la Eucaristía que no se
transforma en compasión,
en justicia,
en servicio,
se convierte en un rito vacío.
4. Eucaristía para las multitudes
El
Evangelio nos muestra que la Eucaristía es para todos. No es un tesoro
reservado para unos pocos. No es un premio para los perfectos, sino un alimento para los caminantes,
una medicina para los heridos, una caricia para los que buscan amor. Por eso,
en el Año Jubilar que vivimos como Peregrinos
de la Esperanza, estamos llamados a abrir caminos para que
muchos se acerquen a esta Mesa.
Hoy,
al contemplar el pan consagrado, le pedimos al Señor un corazón como el suyo: abierto, generoso, incluyente, compasivo.
Que nuestra adoración no se encierre en los templos, sino que se desborde en
gestos concretos de amor.
🙏 Conclusión
Queridos
hermanos: celebremos con alegría esta solemnidad. Adoremos al Señor presente en
la Eucaristía. Alimentémonos de su Cuerpo y Sangre. Y sobre todo, vivamos la Eucaristía en
la vida diaria: en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la parroquia.
Porque
sólo así la comunión que recibimos se hace comunión compartida, pan
multiplicado, vida entregada, esperanza para el mundo.
Amén.
2
🕊️ Homilía para el Corpus
Christi – Ciclo C
Queridos
hermanos en el Señor:
La solemnidad del Corpus Christi es una de las celebraciones más bellas y teológicamente más ricas del año litúrgico. Es la fiesta del Amor que se queda. Es la fiesta de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Hoy, la Iglesia proclama solemnemente al mundo que el Señor Jesús, el Verbo encarnado, no sólo murió y resucitó por nosotros, sino que permanece vivo y real entre nosotros, bajo la forma humilde del pan y del vino.
1. La Palabra hecha pan: un Dios que se queda
El
evangelio de hoy, tomado de san Lucas, nos relata la multiplicación de los
panes. Un signo que anticipa el don de la Eucaristía. Jesús ve a la multitud
hambrienta y pronuncia esas palabras que hoy siguen resonando en el corazón de
cada creyente y de cada sacerdote: “Denles
ustedes mismos de comer.”
Y
así lo hace Jesús con nosotros: no nos da un símbolo ni un recuerdo vacío. Nos
da su Cuerpo verdadero,
su Sangre redentora. Nos da su
vida entera, para que tengamos vida en Él. Esta es la esencia
del Misterio Eucarístico: un Dios que no se conforma con salvarnos desde lejos,
sino que quiere unirse
profundamente a nosotros, alimentarnos y transformarnos desde
dentro.
2. El Misterio de la Fe
Durante
la Misa, después de la consagración, el sacerdote pronuncia una breve pero
poderosa frase: “Este es
el misterio de la fe.” No se trata de un enigma por resolver,
como si de un acertijo se tratara. No. En este contexto, el misterio es una realidad
divina que nos sobrepasa
y solo puede conocerse por la fe.
Creemos
que al pronunciar las palabras de la consagración —“Esto es mi Cuerpo”, “Esta es mi Sangre”—, Jesucristo está realmente presente,
en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. No vemos, no tocamos, no razonamos esa
verdad según los sentidos humanos. Pero con los ojos del alma, con los ojos de
la fe, proclamamos con
Tomás: “Señor mío y Dios mío.”
Y
como recordaba san Juan Pablo II, en cada Misa se hace presente el mismo Misterio Pascual,
la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús. No es un recuerdo; es una presencia viva, un
encuentro real y actual.
3. Una fe que asombra y transforma
Querido
hermano, querida hermana: ¿te asombras aún ante el milagro eucarístico? ¿O ya
lo das por hecho, como un rito más en la semana? ¿Percibes que cuando el
sacerdote eleva el Cuerpo y la Sangre del Señor, el cielo se abre, los ángeles
adoran, y Cristo se entrega nuevamente, sacramentalmente, por ti?
El
verdadero fruto de una fe eucarística es la adoración, el asombro, la entrega. Cuando
dejamos que la fe penetre en lo profundo de nuestro corazón, entonces brota la
reverencia, la gratitud, el amor.
Por
eso hoy es un día para renovar
nuestra fe en la Eucaristía. Para que cuando escuches de nuevo
“el Cuerpo de Cristo”, no respondas “Amén” de forma automática, sino con el
corazón encendido, sabiendo que estás recibiendo al Dios vivo.
4. Vivir la Eucaristía: Sacramento del Hermano
La
Eucaristía no termina al salir del templo. Cristo nos alimenta para que nosotros también alimentemos.
Nos entrega su Cuerpo para que seamos Cuerpo
de Cristo vivo en el mundo. Nos da su Sangre para que vivamos
reconciliados, perdonando y amando como Él.
La
Eucaristía adorada se convierte en el sacramento
del hermano. No podemos adorar a Cristo en el altar y negarlo en el pobre, en el
migrante, en el enfermo, en el descartado. Celebrar la Misa es también
comprometerse con el Reino: justicia, caridad, comunión.
5. Una procesión hacia el mundo
En
muchas comunidades, esta fiesta culmina con la procesión del Corpus Christi. No es una
simple tradición devocional. Es una declaración de fe. Es decirle al mundo:
“Cristo está vivo y camina con su pueblo.” Y también es un compromiso: llevar a Jesús donde más se le necesita,
donde hay hambre de Dios, donde no se le conoce o se le rechaza.
🙏 Conclusión: Señor mío
y Dios mío
En
este día santo, te invito a renovar tu fe. A dejarte sorprender otra vez por el
milagro de amor que es la Eucaristía. A postrarte, a adorar, a comulgar con el
alma despierta. A decir, como aquel astronauta que llevó una píxide a la luna:
“Jesús está aquí, y yo me uno a Él.”
Que
cada misa sea para nosotros el encuentro
más importante del día. Que cada comunión sea una comunión con Cristo y con los
hermanos. Que la Eucaristía no sea solo algo que recibimos,
sino una vida que vivimos.
Amén.
3
🕊️ Homilía
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo – Ciclo C
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: Vivir, aprovechar y
amar la Eucaristía como Pueblo Peregrino de Esperanza
A la luz del Año Jubilar y de
la realidad del Vicariato Apostólico de San Andrés, Providencia y Santa
Catalina
Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús:
Hoy
nos congregamos como Iglesia jubilar, como Pueblo Peregrino de la Esperanza, para
celebrar uno de los misterios más sublimes y más cercanos del amor de Dios: el
misterio de Cristo
presente en la Eucaristía, en su Cuerpo y en su Sangre,
donados para la vida del mundo.
Celebrar
Corpus Christi
aquí, en nuestro Vicariato
Apostólico insular, no es solo levantar la Custodia en
procesión —aunque eso ya es signo poderoso—. Es también elevar nuestras vidas,
nuestras islas, nuestras comunidades, nuestras luchas y alegrías al Corazón de
Jesús que sigue
partiéndose como Pan para alimentar la esperanza de los pobres,
de los migrantes, de los jóvenes desorientados, de las familias divididas, de
los que buscan sentido en medio del ruido del turismo y las llagas sociales de
nuestro mar.
1. “Dios Altísimo... bendito sea” (Gn 14,18-20): El altar en
la tierra caribeña
La
primera lectura nos presenta a Melquisedec, sacerdote y rey, ofreciendo pan y
vino. Él prefigura a Cristo, el verdadero y eterno sacerdote que hoy —a través
de nuestras manos consagradas, de nuestros cálices pobres pero sagrados— sigue ofreciéndose en esta tierra
caribeña, rodeada de mar pero también de muchas necesidades.
¿Quién
es el Melquisedec de hoy en nuestras islas? Es el catequista que lleva la
comunión al anciano en casa. Es el joven que descubre su vocación al sacerdocio
o al servicio misionero. Es la madre raizal que enseña a sus hijos a rezar
antes de comer. Es también el sacerdote que, aunque agotado y muchas veces
solo, sigue celebrando la Eucaristía para su pueblo.
2. “Hagan esto en memoria mía” (1 Cor 11,23-26): No solo
asistir, sino participar
San
Pablo nos recuerda que la
Eucaristía no es un espectáculo, sino memoria viva y actual del amor más
grande: el de un Dios que se parte y se derrama. Aquí está la
clave de nuestro jubileo: no basta asistir a Misa de vez en cuando. Estamos
llamados a vivirla,
a participar con fe, con
conciencia, con gratitud, no por costumbre ni por tradición
vacía, sino con hambre de Dios.
La Iglesia en su doctrina, el Papa, nuestros sacerdotes, permanentemente nos llaman a redescubrir
la centralidad de la Eucaristía, y nosotros aquí, como
Vicariato, debemos preguntarnos con valentía:
·
¿Estamos
formando a nuestro pueblo para amar
la Misa como lo más importante del domingo?
·
¿Nuestros
niños y jóvenes comprenden lo que celebramos en el altar?
·
¿Los
ministros de la comunión, los lectores, los músicos, preparan su servicio como
un verdadero encuentro con Jesús?
No hay renovación misionera sin renovación eucarística.
3. “Denles ustedes de comer” (Lc 9,11-17): Una Iglesia que
parte el pan y también la vida
El
evangelio de Lucas nos sitúa en el corazón de la lógica eucarística: compasión, generosidad, multiplicación.
Jesús no hace el milagro solo; pide la colaboración de sus discípulos. Así
también hoy, la Eucaristía
debe prolongarse en la solidaridad, en la atención al turista
vulnerable, en el diálogo intercultural con nuestros hermanos angloparlantes,
en la acogida del migrante continental que llega a nuestras costas.
En
esta tierra insular, el “milagro de los panes” sigue ocurriendo cuando:
·
Una
parroquia comparte víveres con las familias más necesitadas.
·
Un
consejo pastoral se reúne no para quejarse, sino para soñar y planear
evangelización.
·
Una
comunidad ora junta delante del Santísimo, y luego sale a servir al hermano.
El Pan Eucarístico exige una Iglesia en salida, una Iglesia
que también se hace pan para otros.
4. Exhortación jubilar: amar, aprovechar y participar la
Eucaristía
En
este Año Santo 2025,
que nos invita a peregrinar como testigos
de la esperanza, la Eucaristía es nuestro sustento de camino, nuestro maná
en el desierto, nuestra fuente de sentido.
Queridos
fieles del Vicariato:
·
Aprendamos a amar la Eucaristía: adorándola con fe,
comulgando con reverencia, preparándonos con confesión y oración.
·
Aprendamos a aprovecharla: dejando que
transforme nuestra semana, nuestro lenguaje, nuestra manera de amar y servir.
·
Aprendamos a participar en ella: no como espectadores,
sino como miembros vivos del Cuerpo de Cristo que se forma en el altar.
Si
celebramos mejor la Eucaristía, nuestro
Vicariato será más misionero, más unido, más alegre, más fuerte
ante los desafíos pastorales y sociales.
5. Conclusión: el Pan que nos transforma
En
cada misa, Jesús se hace presente. No como un recuerdo emocional. Está vivo, real, resucitado,
en el pan y en el vino que consagramos.
Hoy,
Corpus Christi nos llama a volcar
nuestra vida sobre el altar: nuestras esperanzas y heridas,
nuestras divisiones y búsquedas. Y a dejarnos transformar por Aquel que se nos
da en humildad y en gloria.
Que esta solemnidad renueve nuestro amor por la Eucaristía,
y que nuestras comunidades insulares aprendan a vivir de ella, por ella y para
ella.
Señor
Jesús, Pan vivo bajado del cielo,
danos hambre de Ti.
Enséñanos a reconocerte en el altar, en el pobre, en el hermano.
Haz de nuestras comunidades eucarísticas, comunidades misioneras.
Y que, al partir tu Cuerpo, aprendamos también a partirnos nosotros
en amor y servicio para que el mundo crea.
Amén.
🙌 ANÉCDOTAS EUCARÍSTICAS
1.
El niño
que sabía quién estaba ahí
Durante una
catequesis para la Primera Comunión, una catequista preguntó:
—¿Quién sabe por qué se guarda el pan consagrado en el sagrario?
Un niño alzó la mano y dijo con seguridad:
—¡Para que Jesús no se quede solo en la iglesia cuando todos nos vamos!
Reflexión: A veces, los niños
captan mejor que los adultos el misterio del amor escondido en el Sagrario.
¿Visitamos a Jesús Eucaristía como se visita a un amigo?
2.
El
beato Carlo Acutis y su amor por la Misa
Carlo solía
decir: “La Eucaristía es mi
autopista al cielo.” Desde niño asistía a Misa diaria, y animaba a
otros diciendo:
"La gente hace filas para
un concierto o para el estadio, pero no sabe que en la Eucaristía hay algo
mucho más grande que cualquier espectáculo.”
Reflexión: ¿Cuánto valoramos el
tesoro que tenemos en cada parroquia, cada día?
3.
Santa
Teresa de Calcuta y el silencio del amor
Una periodista
le preguntó:
—Madre, ¿qué le dice a Dios cuando lo adora en la Eucaristía?
Y ella respondió:
—No le digo nada. Él me mira, y yo lo miro. Eso basta.
Reflexión: A veces no hacen falta
palabras. La adoración es contemplación que transforma.
😄 CHISTES CATÓLICOS EUCARÍSTICOS (para
momentos distendidos o charlas)
1.
El niño
curioso
—Mamá, ¿quién
es ese señor vestido de blanco?
—Es el padre, hijo.
—¿Y por qué se viste así?
—Porque va a celebrar la Misa.
—¡Ah! Entonces debe ser el cumpleaños de Dios todos los días.
2.
Misa
exprés
Un joven le
dice al sacerdote:
—Padre, me gusta venir a Misa… pero si pudiera durar 10 minutos sería perfecto.
Y el padre le responde:
—Y a Jesús le gustas tú… pero si pudieras durar toda la eternidad, sería mejor.
3.
La voz
de Dios
Un niño en
plena adoración eucarística mira fijamente la custodia y le dice a su
catequista:
—Estoy esperando que Jesús me hable…
La catequista le pregunta:
—¿Y qué le has dicho tú?
Y el niño responde:
—Nada, estoy esperando que me diga si quiere jugar fútbol o rezar el rosario.
🪔 REFLEXIONES CORTAS PARA PROFUNDIZAR
▪
La Eucaristía no es una
recompensa para los perfectos, sino el alimento para los débiles que quieren
ser santos.
(Papa
Francisco)
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