viernes, 1 de agosto de 2025

2 de agosto del 2025: sábado de la decimoséptima semana del tiempo ordinario- I- Memoria de San Eusebio Vercelli y San Pedro Julian Eymard

 

Santos del día:


San Eusebio de Vercelli

c. 283–371. Obispo y gran defensor del Credo de Nicea frente al arrianismo; promovió una vida casi monástica para el clero de su diócesis y sufrió el exilio por la fe. «Me rodean consolaciones: vuestra fe firme, vuestro amor, vuestras buenas obras», escribió desde la prisión.

 

San Pedro-Julián Eymard

1811-1868. «La Eucaristía cultiva la fe en nosotros. Eleva, ennoblece y purifica el amor en nosotros: nos enseña a amar», afirmó este sacerdote de Isère, fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento para la difusión de la devoción eucarística. Canonizado en 1962.


La ignorancia y el miedo

(Mateo 14, 1-12) La escena es espantosa, de una violencia inaudita. ¿Cómo llegó Herodes a ordenar la ejecución de Juan el Bautista? ¿Cuál es el móvil del crimen? ¿El odio? ¿La venganza?
En realidad, los motivos son mucho más comunes: Herodes está guiado por la ignorancia (no sabe realmente quién es Juan el Bautista) y por el miedo (no quiere desagradar).
Detrás de esta escena de otro tiempo se perfila un llamado siempre actual a vencer la cobardía y los prejuicios de toda clase.

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 

 

Primera lectura

Lv 25,1.8-17

El año jubilar cada uno recobrará su propiedad

Lectura del libro del Levítico.

EL Señor habló a Moisés en el monte Sinaí:
«Haz el cómputo de siete semanas de años, siete veces siete, de modo que las siete semanas de años sumarán cuarenta y nueve años.
El día diez del séptimo mes harás oír el son de la trompeta: el día de la expiación harán resonar la trompeta por toda su tierra.
Declararán santo el año cincuenta y promulgarán por el país liberación para todos sus habitantes.
Será para ustedes un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia.
El año cincuenta será para ustedes año jubilar: no sembrarán, ni segarán los rebrotes, ni vendimiarán las cepas no cultivadas.
Porque es el año jubilar, que será sagrado para ustedes. Comerán lo que den sus campos por sí mismos.
En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad.
Si vendes o compras algo a tu prójimo, que nadie perjudique a su hermano.
Lo que compres a tu prójimo se tasará según el número de años transcurridos después del jubileo.
Él te lo cobrará según el número de cosechas restantes: cuantos más años falten, más alto será el precio; cuantos menos, tanto menor será el precio. Porque lo que él te vende es el número de cosechas.
Que nadie perjudique a su prójimo. Y teme a tu Dios, porque yo soy el Señor, su Dios».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 67(66),2-3.5.7-8 (R. 4)

R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.


V. Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. 
R.

V. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra.
 R.

V. La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra.
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. R.

 

Evangelio

Mt 14,1-12.

Herodes mandó decapitar a Juan, y sus discípulos fueron a contárselo a Jesús

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.


EN aquel tiempo, oyó el tetrarca Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus cortesanos:
«Ese es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le era lícito vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.
El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, le dijo:
«Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey lo sintió, pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran, y mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven y ella se la llevó a su madre.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.

Palabra del Señor.

 


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HOMILÍA

Memoria de María en Sábado – Año Jubilar
Sábado de la 17ª Semana del Tiempo Ordinario, Año I

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy la liturgia nos regala un triple horizonte espiritual:

1.    La enseñanza de las lecturas propias del sábado de la 17ª semana del Tiempo Ordinario.

2.    La memoria de Santa María en sábado, que nos invita a contemplar a la Madre como modelo de fidelidad y esperanza.

3.    La vivencia de este Año Jubilar que, como un eco del Jubileo bíblico, nos llama a la libertad, la restitución y la alegría de la reconciliación.

1. El Jubileo: un tiempo de gracia y liberación

En la primera lectura, tomada del Libro del Levítico (Lv 25,1.8-17), se nos presenta la institución del Jubileo, palabra que proviene del hebreo yobel o jobel, que alude al cuerno de carnero que anunciaba este tiempo especial. El Jubileo bíblico no era simplemente una tradición, sino un mandato divino: cada cincuenta años, el pueblo debía descansar la tierra, liberar a los esclavos y devolver las propiedades a sus dueños originales. Era un año de restauración y de justicia social, un tiempo para sanar las heridas de las desigualdades acumuladas y para recordar que la tierra, la vida y la historia pertenecen en último término a Dios.

En este Año Jubilar que vive la Iglesia, el Papa nos invita a ser "Peregrinos de la Esperanza". No se trata solo de atravesar una Puerta Santa en Roma o en nuestras catedrales, sino de permitir que Cristo abra la puerta de nuestro corazón para que entre la gracia de la libertad interior, de la reconciliación y del perdón. El Jubileo es tiempo de dejar descansar las tierras de nuestra vida, esas parcelas donde hemos sembrado egoísmo o rencor, y permitir que el Espíritu Santo las regenere.

2. El Evangelio y la memoria de Juan el Bautista

El Evangelio de hoy (Mt 14,1-12) nos presenta a Herodes, un hombre atrapado en su propia corrupción moral, perturbado por la voz de su conciencia. Cree que Jesús es Juan Bautista resucitado, porque él mismo lo había mandado matar. Herodes es la imagen de quien vive prisionero de sus decisiones injustas y de su ambición, incapaz de liberarse de las cadenas de la mentira y del pecado.
En contraste, el Jubileo es una invitación a todo lo contrario: romper las cadenas, restituir la dignidad y acoger la verdad que salva. Donde Herodes opta por el miedo y la represión, el discípulo de Cristo opta por la misericordia y la conversión.

3. María, memoria viva de las maravillas de Dios

Celebrar la memoria de María en sábado, en este contexto, nos recuerda que ella es la mujer del Magníficat, la que proclama: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1,46-55). María es, por así decirlo, el corazón jubiloso del Jubileo: en ella encontramos el descanso en Dios, la libertad para decir “sí” a su voluntad, y la restitución de la esperanza para toda la humanidad.

Mientras Herodes alimenta una memoria oscura —hecha de culpas y venganzas—, María guarda una memoria santa —hecha de gratitud y contemplación—. Su corazón es un cofre donde se atesoran las maravillas de Dios. Por eso, cada sábado, la Iglesia nos invita a mirarla, para aprender a vivir con una memoria agradecida.

4. Vivir el Jubileo hoy

Hermanos, si en el antiguo Israel el Jubileo era cada 50 años, en Cristo este tiempo es permanente. Él es nuestro verdadero Jubileo: en Él hay descanso para los cansados, liberación para los oprimidos y restitución para los que han perdido la esperanza.
El Papa Francisco nos recuerda que en este año estamos llamados a ser signos vivos de esperanza para un mundo herido por la guerra, la violencia, la pobreza y la indiferencia. Esto implica:

·        Perdonar con generosidad.

·        Restituir con justicia lo que no nos pertenece.

·        Liberar a quienes están bajo nuestro poder o influencia injusta.

·        Descansar en Dios, para no caer en el activismo estéril.

5. Conclusión

Que este Año Jubilar, bajo la mirada maternal de María, sea para nosotros un tiempo para dejar resonar el cuerno del yobel en nuestro interior, anunciando que la verdadera libertad se encuentra en Cristo.
Pidamos hoy, en esta Eucaristía, que no alimentemos recuerdos de rencor como Herodes, sino memorias de amor como María. Que podamos decir cada día: “El Señor ha hecho maravillas en mí”.

Y así, cuando suene la trompeta del Jubileo eterno, podamos volver con alegría a nuestra verdadera casa: el corazón del Padre.

Amén.

 

2

 

HOMILÍA

Memoria de María en Sábado – Año Jubilar
Sábado de la 17ª Semana del Tiempo Ordinario, Año I

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Palabra de Dios nos sitúa frente a un contraste muy marcado: el Jubileo bíblico, tiempo de liberación y de descanso, frente a la historia oscura de Herodes, un hombre esclavizado por la ignorancia y el miedo.

1. El Jubileo: romper cadenas, restaurar la vida

En la primera lectura del Levítico (Lv 25,1.8-17) descubrimos que el Jubileo era un año santo en el que todo debía volver a su orden original: las tierras a sus dueños, los esclavos a la libertad, la tierra al descanso. Era el recordatorio solemne de que Dios es el verdadero dueño de todo y que el ser humano es solo administrador de los dones recibidos.

En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, la Iglesia nos invita a vivir ese mismo espíritu: liberar a quienes están cautivos (física o espiritualmente), sanar heridas antiguas, restituir lo que hemos arrebatado, y descansar en Dios para dejar que su gracia regenere nuestra vida. El Jubileo es un antídoto contra el miedo, porque nos recuerda que no estamos solos: caminamos hacia la libertad que solo Cristo puede dar.

2. Herodes: esclavo de la ignorancia y del miedo

El Evangelio de Mateo (14,1-12) nos muestra una escena que parece de otro tiempo, pero que refleja muy bien las cadenas que siguen aprisionando al corazón humano. Herodes manda matar a Juan Bautista no por odio ni venganza planificada, sino por motivos más miserables y corrientes: la ignorancia —no sabe realmente quién es Juan— y el miedo —teme perder prestigio y quedar mal ante los demás—.

La ignorancia espiritual es peligrosa porque nos hace confundir lo bueno con lo malo. El miedo nos vuelve esclavos de las opiniones ajenas. En Herodes, estos dos males se combinan y desembocan en un crimen. En nosotros, si no vigilamos, pueden llevarnos a decisiones injustas, a omitir el bien que podríamos hacer o a traicionar la verdad por conveniencia.

3. María: sabiduría y valentía en la fe

Frente a la figura de Herodes, la liturgia nos invita hoy a mirar a María. Ella no es ignorante de las maravillas de Dios: guarda y medita en su corazón cada palabra y cada acontecimiento. Tampoco es cobarde: se pone en camino a la montaña para servir a su prima Isabel, permanece junto a la cruz cuando muchos huyen, y se mantiene en oración con los apóstoles esperando al Espíritu Santo.

María es el modelo del discípulo que vence la ignorancia con la fe y el miedo con la confianza en Dios. En este Año Jubilar, ella nos enseña que el camino de la libertad comienza por abrir la mente a la Palabra y el corazón al amor.

4. Aplicación para nosotros hoy

En nuestras comunidades y en nuestra vida personal hay todavía esclavitudes que se alimentan de ignorancia y miedo:

·        Ignorancia de la dignidad del otro, que lleva a la indiferencia o al desprecio.

·        Miedo a perdonar, a pedir perdón, a hacer justicia.

·        Ignorancia de la Palabra de Dios, que debilita nuestra esperanza.

·        Miedo a perder comodidad o poder si seguimos el Evangelio.

El Jubileo nos llama a un paso valiente: informarnos en la verdad de Cristo y actuar sin temor para restituir la paz y la justicia.

5. Conclusión

Hermanos, pidamos hoy a María, Madre de la Esperanza, que nos ayude a derribar en nosotros dos murallas: la ignorancia que oscurece y el miedo que paraliza. Que este Año Jubilar sea un tiempo para aprender más de la Palabra, para amar con más decisión, y para caminar sin miedo hacia la libertad que Dios quiere para sus hijos.

Que, a diferencia de Herodes, nuestras decisiones queden grabadas en la memoria de Dios como actos de luz, de verdad y de misericordia.
Amén.

 

3

 

HOMILÍA

Memoria de María en Sábado – Año Jubilar

Sábado de la 17ª Semana del Tiempo Ordinario, Año I

 

Hermanos y hermanas en el Señor:

Hoy la Palabra nos coloca frente a un espejo incómodo: el rostro de Herodes el tetrarca, un hombre que, a pesar de haber escuchado la voz de la verdad en labios de Juan el Bautista, terminó sofocando esa voz para conservar su orgullo y su poder. El Evangelio de Mateo (14,1-12) nos muestra que, tras la muerte de Juan, Herodes escucha hablar de Jesús y, perturbado, concluye que es Juan que ha resucitado.

Esta extraña reacción nos dice mucho de su interior: Herodes vive marcado por el remordimiento, el miedo y la culpa. Es la típica experiencia de una conciencia en conflicto: sabe que hizo mal, pero no quiere reconocerlo ni cambiar.

1. Herodes: un corazón dividido

Históricamente, Herodes gobernaba gran parte del territorio donde Jesús desarrolló su ministerio. Había encarcelado a Juan por denunciar su unión ilícita con Herodías, esposa de su hermano. Curiosamente, el Evangelio de Marcos nos revela que Herodes “temía a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía; y al escucharlo quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto” (Mc 6,20).

Herodes tenía un destello de admiración por el profeta, quizás incluso una chispa de fe. Pero ese destello no bastó para vencer sus pasiones ni su temor a perder prestigio. Su vida nos recuerda que no basta con sentir simpatía por la verdad: hay que adherirse a ella con decisión.

Cuando finalmente, por presión de Herodías y para no quedar mal ante sus invitados, ordenó la decapitación de Juan, Herodes no solo silenció al profeta, sino que cerró la puerta a su propia conversión. Desde entonces, su conciencia quedó marcada por la sombra del crimen, incapaz de encontrar paz.

 

2. El Jubileo: oportunidad para resolver la conciencia

La primera lectura de hoy, del Levítico (25,1.8-17), nos habla del Año Jubilar, un tiempo de gracia en que todo debía volver a su orden original: la tierra descansaba, las deudas se perdonaban, los esclavos eran liberados y las propiedades devueltas. En el fondo, era un tiempo para resolver lo que estaba roto y sanar lo que estaba herido.

El Jubileo era la manera en que Dios enseñaba a su pueblo que ninguna cadena debía ser perpetua y que siempre existe un momento para recomenzar. Lo que Herodes no hizo—abrir la puerta de su conciencia y dejar entrar la verdad— es justamente lo que el Jubileo nos invita a hacer: permitir que la misericordia de Dios toque esas zonas de nuestra vida que están marcadas por errores pasados, culpas ocultas o heridas no sanadas.

3. María: memoria agradecida, no memoria culpable

En esta memoria de Santa María en sábado, encontramos el antídoto perfecto para la experiencia de Herodes. Mientras él vive preso de una memoria que lo acusa, María vive de una memoria que alaba. Ella guarda en su corazón los acontecimientos, los medita y reconoce en ellos la acción salvadora de Dios.

La diferencia es abismal:

 Herodes recuerda para atormentarse y justificar su obstinación.

 María recuerda para agradecer y crecer en fidelidad.

El Año Jubilar nos pide pasar de una memoria culpable a una memoria redentora. María nos enseña que el pasado, puesto en manos de Dios, se convierte en historia de salvación.

4. Superar el remordimiento: tres pasos jubilares

La historia de Herodes nos advierte del peligro de vivir con un corazón dividido. Para evitarlo, el Jubileo nos ofrece tres pasos concretos:

1. Reconocer la verdad: no huir de la voz de Dios que nos llama a revisar nuestra vida.

2. Confesar y sanar: buscar el sacramento de la reconciliación, donde la culpa se transforma en gracia.

3. Restituir y reparar: hacer todo lo posible para enmendar el daño causado, liberando a otros y a nosotros mismos.

Si Herodes hubiera buscado a Jesús, se hubiera confesado y pedido perdón, hoy lo recordaríamos como un convertido, no como un obstinado.

5. Aplicación personal

Hermanos, quizás nosotros no hemos mandado matar a un profeta, pero sí podemos tener culpas o heridas del pasado que siguen robándonos la paz. ¿Hay en tu vida un “Juan el Bautista” cuya voz has querido callar? ¿Hay un “Jesús” que llama a tu puerta y tú temes recibir?

El Jubileo es la oportunidad de romper ese círculo. Dios no quiere que vivamos como Herodes, atados a remordimientos y excusas. Quiere que vivamos como María, con un corazón abierto, agradecido y disponible para acoger la gracia.

6. Conclusión

Hoy, al acercarnos a la Eucaristía, pidamos a Cristo la valentía de resolver las cuentas pendientes de nuestra conciencia. Que no haya en nosotros rincones oscuros donde se esconda la culpa, sino espacios abiertos donde la misericordia pueda entrar.

Que María, Madre de la Esperanza, nos enseñe a recordar no con miedo, sino con gratitud. Y que este Año Jubilar sea verdaderamente para nosotros un tiempo de liberación, de reconciliación y de paz interior.

Amén.

 

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2 de agosto: 

San Eusebio de Vercelli, obispo — Memoria libre
c. 283 (o inicios del siglo IV) – 371
Patrono del Piamonte, Italia


Cita:


Cuando recibo una carta de uno de ustedes y veo en sus escritos su bondad y amor, la alegría se mezcla con lágrimas, y mi deseo de seguir leyendo se ve interrumpido por mi llanto. Ambas emociones son inevitables, pues compiten entre sí por cumplir con su deber de afecto, cuando una carta así satisface mi anhelo por ustedes. Los días transcurren de esta manera, imaginándome en conversación con ustedes, y así olvido mis sufrimientos pasados. Me rodean consolaciones por todos lados: su fe firme, su amor, sus buenas obras. En medio de tantas bendiciones pronto me imagino en su compañía, ya no en el exilio.
~Carta desde la prisión, San Eusebio


Reflexión:


San Eusebio de Vercelli nació en la isla de Cerdeña, situada en el mar Mediterráneo, al oeste de la actual Italia. Su fecha de nacimiento no es segura: algunas fuentes la sitúan hacia el año 283, pero las más fiables sugieren una fecha posterior al año 300. En la época de su nacimiento, Cerdeña era una provincia del Imperio romano. Aunque el cristianismo había sufrido diversas persecuciones hasta entonces, había una relativa paz hasta el año 303, cuando el emperador Diocleciano promulgó una serie de edictos ordenando el arresto y la ejecución de los cristianos. Algunos relatos de la vida temprana de Eusebio indican que su padre cristiano fue martirizado cuando él era niño, lo que llevó a él y a su madre a trasladarse a Roma. Allí, Eusebio practicó su fe con gran celo, llegando a ser lector y una figura respetada en la comunidad católica.

En tiempos de Eusebio en Roma, un sacerdote llamado Arrio, originario de Alejandría (en la actual Egipto), comenzó a difundir una posición teológica que más tarde sería conocida como la herejía arriana. Enseñaba que el Hijo de Dios no era coeterno con el Padre y que era inferior a Él. Para propagar su doctrina, repetía con frecuencia la frase: «hubo un tiempo en que el Hijo no existía». Esta frase llegó a popularizarse incluso en cantos entre los fieles. Sus ideas erróneas se extendieron rápidamente por diversas regiones del Imperio romano, causando gran división.

Como respuesta, el emperador Constantino el Grande convocó en el año 325 el Concilio de Nicea, para abordar la cuestión. El Credo Niceno, fruto de aquel concilio y aún profesado hoy, respondió a la herejía arriana con la proclamación: «Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre…». Aunque se aclaró la doctrina, la herejía no desapareció de inmediato y las divisiones continuaron. Uno de los más firmes defensores de la fe contra esta herejía fue san Atanasio, obispo de Alejandría. En el año 335, debido a las tensiones, Arrio y dos obispos arrianos lograron que el emperador Constantino exiliara a san Atanasio de su diócesis.

Hacia el año 340, la santidad ejemplar de Eusebio y su defensa de la verdadera fe llevaron al papa a ordenarlo obispo y nombrarlo primer obispo de Vercelli, en el norte de la actual Italia. En Vercelli, el obispo Eusebio se entregó con ardor a su ministerio: atendía a su grey, evangelizaba a los paganos y trabajaba por su conversión. Fue el primer obispo en establecer una forma de vida monástica para el clero diocesano: vivían en comunidad, pero al servicio pastoral de la diócesis, bajo la guía del obispo, que convivía con ellos. Este método fomentó la fraternidad, el crecimiento espiritual, la responsabilidad mutua y la misión común.

Tras la muerte de Constantino, sus tres hijos compartieron el gobierno del imperio. Uno de ellos, Constancio II, simpatizaba con el arrianismo. En 355, convocó un concilio en Milán para intentar nuevamente exiliar a san Atanasio y al papa por su oposición a la herejía. En ese concilio, Eusebio y otros obispos defendieron firmemente tanto al papa como a Atanasio. Por ello, el emperador los envió al destierro. Eusebio fue primero confinado en Escitópolis (en el valle del Jordán, al sur del mar de Galilea), después en Capadocia (actual Turquía) y finalmente en la Tebaida (Egipto), al sur de El Cairo. Esta última era una región remota y desértica, donde sufrió no solo las inclemencias del lugar sino también malos tratos de sus guardianes.

El objetivo del destierro era separar al pastor de su rebaño. Sin embargo, el plan fracasó: como san Atanasio, Eusebio se convirtió en prolífico escritor de cartas durante su exilio, guiando a su grey y animando a otros obispos en todo el imperio. Algunas de sus cartas, tratados teológicos y homilías se conservan, total o parcialmente, hasta hoy. Permaneció en el exilio hasta el año 361, cuando murió Constancio II y el nuevo emperador Juliano permitió el regreso de los obispos desterrados.

De vuelta en Vercelli, Eusebio pastoreó a su pueblo durante diez años más hasta su muerte. Defendió siempre el Credo Niceno y combatió el arrianismo. En 362 participó en el Segundo Concilio de Alejandría, que reafirmó las enseñanzas del Concilio de Nicea y trató cuestiones doctrinales sobre el arrianismo. También se determinó que los arrianos arrepentidos que profesaran el Credo Niceno podían ser readmitidos en plena comunión con la Iglesia, lo que convirtió a este concilio en un evento a la vez teológico y pastoral.

San Eusebio es recordado no solo como un firme defensor de la verdadera naturaleza de Cristo, sino como un pastor santo que soportó con valentía el exilio y grandes sufrimientos por su fe. Por ello se le considera uno de los grandes confesores de la Iglesia primitiva —“confesor” es aquel que sufre por la fe sin llegar al martirio—, junto a figuras como san Atanasio de Alejandría, san Basilio Magno, san Gregorio Nacianceno, san Gregorio de Nisa, san Hilario de Poitiers y san Ambrosio de Milán.

Al honrar a este gran santo y obispo, reflexionemos sobre su valentía, unida a un profundo amor por su pueblo. Soportó el exilio y el sufrimiento sin apartarse de su fe. Pidamos al Señor que también nosotros podamos aceptar con alegría las pruebas que nuestra fe nos depare, y que, como san Eusebio, hagamos la diferencia en la vida de los demás.

Oración:


San Eusebio, fuiste un pastor fiel que amó a su grey, cuidó de su clero y defendió la divinidad de Cristo. Por tu fidelidad, sufriste mucho. Ruega por mí, para que nunca permita que el sufrimiento me aparte de mi misión de compartir el amor de Cristo y defender la verdad por el bien de los demás.
San Eusebio de Vercelli, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

 

 

2 de agosto: 

San Pedro Julián Eymard, presbítero — Memoria libre
1811–1868
Invocado para el aumento de la devoción a la Sagrada Eucaristía
Canonizado por el Papa Juan XXIII en 1962


Cita:


Padre Santo… ¿Por qué el mayor de todos los misterios no tendría su propio grupo religioso como los otros misterios? ¿Por qué no tendría hombres con una misión perpetua de oración a los pies de Jesús en su divino Sacramento?… La Sociedad del Santísimo Sacramento no se limitaría a esta misión de oración y contemplación. Se dedicaría apostólicamente a la salvación de las almas empleando todos los medios [necesarios] inspirados por un celo sabio, iluminado por la caridad de Jesucristo. Trabajaría para llevar a los pies de Jesús Eucarístico al mayor número posible de adoradores, formando asociaciones de adoradores en el mundo, dando retiros privados y públicos para hombres en su Cenáculo, especialmente para sacerdotes diocesanos… La Sociedad acogería con gusto todas las obras de celo que conciernen a la adorable Eucaristía, como las devociones de las Cuarenta Horas, retiros para el clero, preparaciones para primeras comuniones…
~Carta al Papa Pío IX, de San Pedro Julián Eymard


Reflexión:


Pedro Julián Eymard nació en el seno de padres profundamente piadosos y fue el menor de diez hijos, de los cuales ocho murieron en la infancia. Su madre, especialmente devota, le enseñó la fe con esmero. Desde temprana edad, Pedro desarrolló una profunda devoción a la Santísima Virgen y a la Eucaristía. Su amor por María se intensificó cuando, siendo niño, peregrinó al santuario mariano de Nuestra Señora de Laus, donde la Virgen había aparecido a una joven pastora un siglo antes.

Su amor por la Eucaristía también comenzó muy temprano. Una historia cuenta que, a los cinco años, Pedro desapareció de casa y lo encontraron en la iglesia local, de pie junto al sagrario. Cuando su hermana le preguntó qué hacía, respondió: «Estoy cerca de Jesús y le estoy escuchando». Otra historia relata que, antes de recibir su Primera Comunión, Pedro esperaba con ansias el regreso de su hermana que sí comulgaba, ponía su cabeza sobre el corazón de ella y decía: «¡Puedo sentir su presencia!». Finalmente, al recibir su Primera Comunión a los doce años, prometió a Jesús que sería sacerdote. Su amor por el Señor Eucarístico era tan grande que no podía pensar en otra vocación.

En su adolescencia, pidió a su padre permiso para entrar al seminario, pero este se negó al principio. Su padre, artesano fabricante de cuchillería, deseaba que Pedro trabajara en el negocio familiar, sobre todo por ser su único hijo sobreviviente. Por ello, Pedro estudió latín de forma privada para prepararse. En 1827, a los diecisiete años, su padre consintió finalmente, y Pedro comenzó a estudiar con un capellán de hospicio cerca de Grenoble, a unos 30 km de su casa. Un año después, murió su madre, y Pedro regresó al hogar, tanto por la pérdida como para ayudar a su padre y porque el capellán no le enseñaba latín como había prometido.

En 1829, con diecinueve años, se trasladó a Marsella, donde ingresó a los Oblatos de María Inmaculada. Cinco meses después enfermó gravemente y debió volver a casa. En 1831 murió su padre. Pedro dejó el negocio familiar, volvió a Grenoble y fue admitido, aunque con reservas, en el seminario diocesano. Aunque algo atrasado en sus estudios, su celo lo sostuvo y fue ordenado sacerdote diocesano el 20 de julio de 1834, a los veintitrés años.

Como joven sacerdote, padeció problemas de salud pero pudo servir como párroco rural. En 1839, sintiendo llamado a la vida religiosa, ingresó en la Sociedad de María (Padres Maristas). Un año después fue destinado al Colegio Marista de Belley, donde predicaba, impartía catequesis, administraba sacramentos y servía de enlace con alumnos y padres. Tras cuatro años fue nombrado Provincial y luego Visitador General de la Sociedad de María, visitando sus casas para velar por su fidelidad al carisma.

A los treinta y ocho años, en 1849, durante una visita a París, conoció a la Asociación de Adoradores Nocturnos, dedicada a la adoración perpetua del Santísimo Sacramento. Esta experiencia marcó un giro definitivo en su vida. Tras algunos pasos en falso, quizás por exceso de celo, fue relevado de su cargo y enviado al Colegio Marista de La Seyne-sur-Mer (1851–1855), donde vivió un tiempo de discernimiento que afianzó su deseo de fundar una congregación dedicada al Santísimo Sacramento.

En 1856, pese a la fuerte oposición inicial de su superior, obtuvo permiso para dejar a los Maristas y fundar la Congregación del Santísimo Sacramento, dedicada a la adoración eucarística y a la promoción de esta devoción. Junto al padre Raymond de Cuers viajó a París y presentó el proyecto al arzobispo. Tras doce días de audiencia, el arzobispo y dos obispos más dieron su aprobación unánime, alentando la catequesis de adultos y la preparación para la Comunión. Ese mismo año, sin recursos, alquilaron una casa en ruinas de la arquidiócesis, comenzaron a recaudar fondos para una capilla-cenáculo y acogieron a otros dos sacerdotes y un novicio como primeros miembros.

En 1857, abrieron la capilla para adoración tres días por semana, con escasa asistencia al inicio. Poco después, la enfermedad de Pedro, la marcha de los miembros, la pérdida del local y la partida de su colaborador (aunque volvió al día siguiente) parecieron poner en riesgo la obra. Sin embargo, reubicados, perseveraron: añadieron catequesis, expusieron el Santísimo, invitaron a pobres y pecadores a la conversión y promovieron la comunión frecuente.

Durante los siguientes nueve años, hasta su muerte, el padre Eymard trabajó incansablemente. Abrió nuevas casas, fundó la rama contemplativa femenina Siervas del Santísimo Sacramento, inició la Liga Eucarística Sacerdotal para el clero diocesano y creó la Archicofradía del Santísimo Sacramento para laicos.

Al inicio, su objetivo era la reparación por los pecados contra el Señor; luego amplió su visión a la adoración por puro amor a Dios y como entrega total de sí mismo.

Al honrar a este gran santo, reflexiona sobre tu propia devoción a Cristo en la Eucaristía. San Pedro Eymard descubrió la santidad de Dios oculta bajo las apariencias de pan y vino. Su adoración lo llevó a catequizar sobre la Eucaristía. Que su ejemplo te inspire a renovar tu compromiso de conocer más este misterio, para ofrecerte enteramente a Dios por amor, en reparación y por la salvación de las almas.

Oración:


San Pedro Julián Eymard, Dios inspiró en ti, desde niño, un amor profundo e inquebrantable por su presencia en la Sagrada Eucaristía. Respondiste a ese llamado y cumpliste la voluntad divina difundiendo esta devoción por todas partes. Ruega por mí, para que emprenda con mayor empeño la misión de comprender la presencia real de Dios en la Eucaristía y de ofrecerme cada vez más plenamente a Él.
San Pedro Julián Eymard, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.



Referencias:


https://padregusqui.blogspot.com/2017/08/viviendo-extraordinariamente-el-tiempo_5.html


https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-08-02


https://catholic-daily-reflections.com/2025/08/01/overcoming-regret-4/


https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/august-2---saint-eusebius-of-vercelli-bishop/


https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/august-2---saint-peter-julian-eymard-priest/

2 de agosto del 2025: sábado de la decimoséptima semana del tiempo ordinario- I- Memoria de San Eusebio Vercelli y San Pedro Julian Eymard

  Santos del día: San Eusebio de Vercelli c. 283–371. Obispo y gran defensor del Credo de Nicea frente al arrianismo; promovió una vida ca...