La verdadera autoridad
Un hombre viene a pedir a
Jesús que arbitre un conflicto en torno a una herencia. Jesús parece molesto
por esta petición:
«¿Quién me ha establecido para
ser vuestro juez?»
responde de entrada, un poco secamente.
Jesús no quiere ser tratado
como si su autoridad espiritual le diera derecho a intervenir en cualquier
asunto. Ni como si esa autoridad legitimara que se dejara servir o, más grave
aún, que tomara el lugar de Dios. Otros pasajes dejan entrever su desconfianza
a este respecto. Recordemos su respuesta:
«Sólo Dios es bueno»
(cf. Lc 18,18-19) al hombre que le da el título de «Maestro bueno»; su
insistencia en hacerse bautizar por Juan el Bautista cuando éste se declara
indigno de realizar tal gesto; o su observación a Pedro, que se negaba a que
Jesús le lavara los pies.
Ciertamente, a lo largo de los
Evangelios Jesús acepta ser llamado «Maestro», pero se mantiene prudente ante
la fascinación que su ascendiente espiritual suscita. Él posee la verdadera
autoridad, la que rehúsa imponerse. Así, no responde a la solicitud del hombre,
sino que lo remite a su libertad en la gestión de sus relaciones y de sus
asuntos.
Pero, por su reacción —que
acabamos de señalar— y por la parábola que cuenta a continuación, Jesús da una
lección muy útil sobre la idolatría: debemos guardarnos tanto de la que se
dirige a los hombres como de la que se dirige a las cosas.
Y yo, por mi parte, ¿qué
pienso de este Jesús que me remite a mi libertad, que me sugiere asumir
plenamente mi vida?
¿De qué riquezas “de cara a Dios” puedo dar cuenta hoy?
Marie-Caroline Bustarret, théologienne, enseignante aux
facultés Loyola Paris
Primera
lectura
¿Qué saca el
hombre de todos los trabajos?
Lectura del libro del Eclesiastés
¡VANIDAD de vanidades!, —dice Qohélet—. ¡Vanidad
de vanidades; todo es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene
que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También
esto es vanidad y grave dolencia.
Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones
que lo fatigan bajo el sol?
De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su
mente. También esto es vanidad.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Señor,
tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
V. Tú reduces
el hombre a polvo,
diciendo: «Retornen, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna. R.
V. Si tú
los retiras
son como un sueño,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R.
V. Enséñanos
a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R.
V. Por la
mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R.
Segunda
lectura
Busquen los
bienes de allá arriba, donde está Cristo
Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Colosenses
HERMANOS:
Si han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde Cristo
está sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de
la tierra.
Porque han muerto; y su vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca
Cristo, vida de ustedes, entonces también ustedes aparecerán gloriosos,
juntamente con él.
En consecuencia, den muerte a todo lo terreno que hay en ustedes: la
fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una
idolatría.
¡No se mientan unos a otros!: se han despojado del hombre viejo, con sus obras,
y se han revestido de la nueva condición que, mediante el conocimiento, se va
renovando a imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circunciso e
incircunciso, bárbaro, escita, esclavo y libre, sino Cristo, que lo es todo, y
en todos.
Palabra de Dios.
Aclamación
V. Bienaventurados
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. R.
Evangelio
¿De quién
será lo que has preparado?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?».
Y les dijo:
«Miren: guárdense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su
vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha.
Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”.
Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y
almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma
mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe,
banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has
preparado?”.
Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».
Palabra del Señor.
Verdadera autoridad, verdadero tesoro: vivir para
Dios, celebrar el Domingo
1. Introducción: Un problema muy humano
El evangelio de hoy (Lc 12,13-21) comienza con una
escena que nos resulta muy familiar: un hombre que se acerca a Jesús para
pedirle que intervenga en un pleito de herencia. Jesús, lejos de entrar en ese
conflicto, responde con cierta dureza:
“¡Hombre! ¿Quién me ha nombrado juez o árbitro
entre ustedes?”
Podríamos pensar que Jesús está siendo indiferente,
pero en realidad está enseñando algo muy profundo: no ha venido a ser un
administrador de bienes terrenos, sino a ofrecernos la vida eterna. No ha
venido para repartir herencias temporales, sino para invitarnos a recibir la herencia
del Reino.
Aquí se nos revela un aspecto esencial de su
autoridad: la verdadera autoridad no se impone, no manipula, no busca
dominar las conciencias. Jesús tiene toda la autoridad divina, pero la
ejerce sirviendo, liberando y llamando a la responsabilidad personal.
2. Primera lectura: Todo es
vanidad sin Dios
La primera lectura (Eclesiastés 1,2; 2,21-23) pone
en palabras muy duras una realidad que todos, tarde o temprano, reconocemos: todo
es vanidad si se vive sin Dios.
El sabio constata que uno se fatiga, trabaja, acumula… y al final, todo queda
en manos de otro. Se pasa la vida inquieto y preocupado, y el descanso no
llega.
En un mundo como el nuestro, obsesionado con
producir, ganar y consumir, estas palabras suenan como un despertar: sin la
dimensión de Dios, el trabajo y la riqueza no dan sentido ni paz al corazón.
3. Segunda lectura: Buscar las
cosas de arriba
San Pablo, en la carta a los Colosenses
(3,1-5.9-11), nos recuerda que nuestra vida está escondida con Cristo en
Dios. Esto significa que lo esencial no está en la tierra, sino en el
cielo. Por eso nos exhorta a “buscar las cosas de arriba” y a “hacer morir
en nosotros lo terreno”: egoísmo, avaricia, idolatría, envidia, mentira.
Si la vida cristiana es caminar hacia Dios, el Año
Jubilar es un tiempo providencial para revisar si de verdad nuestros pasos
están orientados al cielo o si nos hemos dejado atrapar por lo que perece.
4. El corazón del Evangelio: la
parábola del rico insensato
Jesús cuenta la historia de un hombre que tuvo una
gran cosecha y pensó: “derribaré mis graneros y construiré otros más grandes”.
En su lógica, asegurando sus bienes, aseguraba su vida. Pero Dios le dice:
“¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la
vida; lo que has acumulado, ¿de quién será?”
El problema de este hombre no es que haya sido
agricultor ni que haya tenido éxito, sino que vivió como si Dios no
existiera. Su tesoro estaba en sus graneros, no en su corazón; en su
seguridad material, no en la confianza en el Señor.
Jesús concluye:
“Así será el que amontona riquezas para sí y no es
rico a los ojos de Dios”.
5. El tercer mandamiento y el
Domingo: un tesoro olvidado
Aquí entra de lleno el tercer mandamiento:
“Santificarás las fiestas” (Ex 20,8-11; Dt 5,12-15). Este mandamiento no es una
imposición arbitraria de Dios, sino un regalo:
- Es
el día en que recordamos que no somos esclavos ni de un faraón ni del
dinero ni del trabajo.
- Es
el día en que Dios nos convoca a su mesa para alimentarnos con su Palabra
y su Cuerpo.
- Es
el día en que renovamos nuestra esperanza, porque celebramos que Cristo ha
resucitado.
En el Año Jubilar, el Papa nos invita a ser Peregrinos
de la Esperanza. Pero, ¿cómo caminar con esperanza si no nos alimentamos
semanalmente de la Eucaristía? ¿Cómo ser peregrinos si no nos dejamos reunir
por el Señor en el día del Señor?
Olvidar el Domingo es como cortar la raíz de un
árbol: por fuera puede verse verde un tiempo, pero poco a poco se marchita. El
Domingo es la raíz que alimenta nuestra vida cristiana. No basta “rezar en
casa” o “pensar en Dios en la naturaleza”: Cristo nos espera en comunidad, en
su Iglesia, para darnos su Pan de Vida.
6. Aplicación pastoral: del
consumismo a la comunión
En este tiempo, la idolatría no se viste de
estatuas paganas, sino de consumismo, individualismo y prisa. Muchos
sacrifican el Domingo en el altar del trabajo, del ocio desordenado o de las
compras. Y sin darnos cuenta, estamos diciendo que Dios ya no es nuestro
Señor, sino que lo es el dinero, la comodidad o el placer.
La propuesta de Jesús hoy es clara: libérate de
las falsas seguridades y dedica tiempo a lo que no pasa. Esto significa:
- Venir
fielmente a la Misa dominical.
- Participar
no como espectador, sino como discípulo activo.
- Compartir
tiempo con la familia y la comunidad.
- Vivir
la caridad concreta con los necesitados.
7. Conclusión: Peregrinos de la
Esperanza en el Domingo
En este Año Jubilar, redescubramos el Domingo
como fuente de esperanza. No es un peso, es un don; no es una carga, es un
descanso verdadero.
El Señor no quiere que nuestras manos estén siempre llenas de cosas, sino que
nuestro corazón esté lleno de Él.
Al final de la vida, la única herencia que vale será la de quienes han vivido “ricos
en Dios”.
2
Vanidad de vanidades…
Las lecturas de este domingo nos colocan frente a
una verdad incómoda pero necesaria: los bienes materiales son útiles, pero
no son lo más importante. Es verdad que necesitamos un techo, comida,
vestido, recursos para vivir dignamente. Sin embargo, el corazón humano no se
sacia sólo con eso.
Hay personas que dedican la mayor parte de su vida
a acumular riquezas, sacrificando su salud, su paz familiar, la
educación de los hijos y hasta la propia conciencia. Son ingeniosos para
generar ingresos, creativos para multiplicar ganancias… pero se olvidan de que la
vida es mucho más que un balance bancario.
El confort material no es malo; al contrario, es un
bien cuando nos permite vivir con dignidad. Pero si nuestra vida no está llena
de amor, le falta lo esencial. Lo que da verdadero valor a la existencia
no es lo que guardamos en una caja fuerte, sino el amor que compartimos cada
día con quienes nos rodean. En el lenguaje del Evangelio, seremos “ricos”
cuando nuestras manos y nuestro corazón estén abiertos, cuando nos hayamos
enriquecido a los ojos de Dios.
1. La mirada desde lo alto
En la segunda lectura, San Pablo nos invita a dejar
morir lo que pertenece sólo a la tierra, en particular esa sed de poseer
que se convierte en idolatría. Nos recuerda que, si queremos encontrar a
Cristo, debemos buscar “las realidades de lo alto”: justicia, amor,
misericordia, caridad.
En nuestro bautismo fuimos sumergidos en el océano
de amor que es la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. A partir de ahí, nada
debería ser igual. Nuestra vida se abre como un camino nuevo, completamente
renovado. Para Pablo, el hombre plenamente realizado es Jesucristo. Él es la
meta, la medida y el modelo de nuestra existencia.
2. El hombre que no entendió nada
En el Evangelio, encontramos a un hombre en
conflicto con su hermano por una herencia. Para entender el contexto, conviene
recordar una costumbre de la época: para evitar la división de los campos y
rebaños, el hijo mayor heredaba todo de inmediato, pero debía administrar el
patrimonio para beneficio de toda la familia. El menor recibía su parte justa,
proporcional. El hombre que se acerca a Jesús quiere que intervenga a su favor…
pero Jesús rechaza la petición de forma tajante:
“¿Quién me ha puesto a mí como juez o árbitro entre
ustedes?”
No ha venido a repartir riquezas materiales, sino a
enseñarnos dónde está el verdadero tesoro. Hay otras personas
competentes para resolver asuntos legales, pero sólo Él puede curar el
corazón humano del apego desordenado a los bienes.
3. Ir a la raíz del problema
Como tantas veces, Jesús aprovecha la ocasión para
ir al fondo de la cuestión. La verdadera tragedia, nos dice, no es la pobreza
material, sino la pobreza de corazón: vivir pensando sólo en uno mismo,
olvidando a Dios y a los demás.
Cuando San Lucas escribe su Evangelio, conoce bien
las profundas desigualdades del mundo grecorromano. También hoy, esas
desigualdades persisten. El Papa Francisco, de feliz memoria, no se cansó de recordarnos que la
Iglesia debe ser “pobre y para los pobres”.
La tierra y sus bienes son creación de Dios,
confiados a nosotros para administrarlos con justicia. Tenemos derecho a usar,
pero no a abusar. Cuando los bienes materiales se convierten en un
ídolo, el corazón se enferma. El becerro de oro sigue vigente, pero ahora se
llama consumismo, acumulación, indiferencia.
4. El verdadero tesoro
Nuestro verdadero tesoro está en el corazón. En
tiempos de crisis económica y escasez, cuando algunos derrochan sin medida,
debemos recordar que las riquezas, grandes o pequeñas, pueden convertirse en
obstáculo para vivir el Evangelio en serio.
Estamos llamados a construir la humanidad no sobre
el lujo de unos pocos, sino sobre la justicia inspirada por el amor. No
tiene sentido, como se dice popularmente, ser “la persona más rica del
cementerio”.
Jesús es claro con el rico de la parábola:
“¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la
vida”.
En griego, la palabra usada para “necio” puede
traducirse como “el que está solo”, aislado. Y es que quien vive para sí mismo
termina solo, incluso antes de morir.
5. Una oportunidad para revisar
prioridades
Este Evangelio nos da la oportunidad de
preguntarnos:
- ¿Qué
uso hago de mi dinero, de mis talentos, de mi tiempo libre?
- ¿Dónde
coloco mi confianza?
- ¿Qué
lugar ocupa Dios en mis decisiones diarias?
Cristo no condena el dinero ni los talentos, pero
recuerda que existen para ser compartidos. El verdadero valor de nuestra vida
se mide por el bien que generamos en otros.
Vivimos en una sociedad que, con su publicidad
continua, puede convertirse en una fábrica de sueños para “ricos insensatos”.
Pero Jesús nos devuelve a la realidad: lo único seguro en la vida es que un
día moriremos.
Por eso, el Salmo 94, que la Iglesia reza cada día,
es hoy más actual que nunca:
“Ojalá escuchen hoy su voz: no endurezcan el corazón”.
Epílogo
En este Año Jubilar, el Señor nos recuerda que
la verdadera riqueza no está en acumular, sino en vivir en comunión con Él. Por
eso, el tercer
mandamiento, “Santificarás las fiestas”, no es una carga, sino
una invitación amorosa a reconocer que el tiempo también es un don de Dios.
Cada domingo, la Eucaristía nos reúne para descansar de la fatiga de la semana,
renovar el corazón y recibir el alimento que no perece: el Cuerpo y la Sangre
de Cristo.
Si
las riquezas materiales pueden perderse de un día para otro, la participación
fiel en la Misa dominical nos abre a un tesoro eterno: la gracia que nos
fortalece, la fraternidad que nos sostiene y la esperanza que nos impulsa a
seguir siendo peregrinos de la esperanza. Vivamos, pues,
el domingo como el día del Señor, para que nuestras manos abiertas y nuestro
corazón agradecido sean signos vivos del Reino de Dios en medio del mundo.
3
No es lo que tienes, sino lo que compartes lo que
cuenta para Dios
1. Introducción
Las lecturas de este domingo nos confrontan con una
verdad que a veces preferimos evitar: todo lo material es pasajero. Hoy
podemos tener salud, fuerza y bienes, pero mañana… “aquí se acaba todo”. Lo
dice el Eclesiastés con crudeza:
“Vanidad de vanidades… todo es vanidad” (Ecl
1,2).
El problema no está en tener, sino en creer que
el sentido de la vida depende de lo que acumulamos. Jesús, en el Evangelio,
llama “necio” al rico de la parábola porque vivía como si nunca fuera a morir y
como si lo suyo fuera realmente suyo, olvidando que todo es préstamo de Dios.
2. Primera lectura: El espejismo
de la acumulación
El Eclesiastés nos recuerda que, aunque uno trabaje
duro, se fatigue y logre amasar riquezas, al morir se va con las manos vacías y
otro heredará lo acumulado… quizá para gastarlo sin sentido. Lo material no nos
acompaña al otro lado.
Esto lo entendió bien Alejandro Magno cuando
pidió que, en su entierro, sus manos quedaran fuera del ataúd, vacías, para que
todos supieran que no se llevaba nada.
3. Segunda lectura: Buscar lo de
arriba
San Pablo, en Colosenses, nos invita a poner el
corazón en las cosas de arriba y a “hacer morir en nosotros” lo que nos ata
a lo terrenal: la avaricia, la impureza, las pasiones egoístas. Porque la
avaricia, dice Pablo, es una forma de idolatría.
El discípulo de Cristo no se define por lo que
posee, sino por lo que da y por el amor con que vive.
4. Evangelio: El necio que se
creyó seguro
En la parábola, Jesús nos muestra a un hombre que
tuvo una gran cosecha y sólo pensó: “derribaré mis graneros y construiré otros
más grandes para guardar todo”. No pensó en Dios, ni en los necesitados, ni en
el destino de su alma.
Tres olvidos marcan su desgracia:
1. Olvidó a Dios, creyéndose dueño absoluto.
2. Olvidó a los demás, sin compartir nada.
3. Olvidó que iba a morir, haciendo planes como si fuera
eterno.
5. Anécdotas y chistes que
iluminan
Jesús enseñaba con parábolas; nosotros podemos
aprender también con historias que nos hacen sonreír, pero que dejan un mensaje
profundo:
- El
médico y el abogado: Un médico estaba en una fiesta cuando un hombre le pidió consejo
para una úlcera. El médico se lo dio y luego le preguntó a un abogado si
podía cobrar por ese consejo. El abogado le dijo que sí… y al día
siguiente el médico mandó la factura al paciente. También el abogado envió
una factura al médico… por el consejo legal.
Moraleja: A veces la codicia nos hace perder el sentido común y hasta las relaciones. - El
hombre y el genio: Un hombre encontró una lámpara y pidió tres deseos: mil millones
de dólares, un Ferrari rojo y ser irresistible para las mujeres. El genio
se lo concedió… y lo convirtió en una caja de chocolates.
Moraleja: El deseo egoísta, aunque se cumpla, puede dejarte peor que antes. - La
anciana en el avión: Una señora leía la Biblia en un vuelo. Un joven rico y arrogante
le dijo: “¿De verdad cree en eso? ¿Incluso en Jonás tragado por un pez?”.
Ella respondió: “Claro, se lo preguntaré cuando lo vea en el cielo”. Él replicó:
“¿Y si está en el infierno?”. Ella contestó: “Entonces se lo pregunta
usted”.
Moraleja: La fe y la esperanza no dependen de lo que se posee, sino de a quién se pertenece.
6. Aplicación para hoy
En pleno Año Jubilar, este Evangelio nos
llama a revisar qué tesoros estamos acumulando:
- ¿Son
bienes que se acaban o frutos que permanecen para la eternidad?
- ¿Son
cuentas bancarias o cuentas de amor y servicio que podemos presentar ante
Dios?
El Jubileo nos invita a ser peregrinos de la
esperanza, y el Domingo —día del Señor— es el momento semanal para recordar
que no vivimos para nosotros, sino para Él y para los hermanos. Participar
en la Eucaristía dominical es la mejor manera de “enriquecernos a los ojos
de Dios”, porque ahí recibimos el Pan de Vida que no caduca y que nos hace más
generosos.
7. Conclusión
Podemos resumir todo en una frase popular:
“Nunca se ha visto un camión de mudanzas detrás de
un coche fúnebre.”
Nada material nos sigue al más allá. Lo único que
llevaremos será lo que hayamos compartido y amado. El Señor nos dice hoy:
“No sean necios: háganse ricos a los ojos de Dios.”
Conclusión con la Virgen María
Podemos resumir este
mensaje en pocas palabras:
“Lo único que
llevaremos al cielo será el amor que hemos dado y el bien que hemos
compartido.”
Pidamos hoy la
intercesión de la Virgen María, Madre de la Esperanza y
Estrella de la Evangelización, para que nos ayude a vivir con el corazón
desprendido, con la mirada fija en lo eterno y con las manos abiertas para dar.
Que Ella, que guardaba
todo en su corazón y supo reconocer que todo venía de Dios, nos enseñe a ser
“ricos a los ojos del Señor” y a vivir cada Eucaristía dominical como un
anticipo del banquete eterno.
Santa
María, Estrella del Mar, ruega por nosotros, peregrinos de la esperanza. Amén.
4
Ricos a los ojos de Dios: cuando la injusticia se
convierte en oportunidad de amor
1. Introducción: lo que nos inquieta
En el Evangelio de hoy (Lc 12,13-21) vemos a un
hombre que se siente injustamente tratado: su hermano no quiere compartir la
herencia. Su petición a Jesús es directa:
“Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia
conmigo.”
Podemos imaginar el enojo, la frustración y la
sensación de haber sido engañado. Humanamente, su reclamo parece legítimo. Pero
la respuesta de Jesús sorprende:
“Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro
entre ustedes?”
Jesús no niega que pueda haber una injusticia, pero
no entra a resolver el pleito. Se dirige directamente al corazón del
problema y advierte:
“Guárdense de toda clase de avaricia.”
Es como si dijera: “No te pierdas en lo que te
deben; pregúntate qué hay en tu corazón”.
2. La injusticia: ¿trampa o
camino de gracia?
Cuando somos víctimas de una injusticia, tenemos
dos caminos.
1. El más común: exigir justicia
inmediata, “ganar el caso”, ajustar cuentas.
2. El camino de Cristo: convertir
esa injusticia en oportunidad para amar en lo más profundo.
Jesús sufrió la mayor injusticia de la historia: la
condena y muerte del Hijo de Dios. No llamó legiones de ángeles para destruir a
sus enemigos; respondió con perdón y salvación. Ahí está el modelo para
nosotros: transformar la herida en un acto de amor que tiene valor eterno.
3. Las lecturas: tres miradas
sobre lo esencial
- Primera
lectura (Eclesiastés 1,2; 2,21-23): “Vanidad de vanidades… todo es vanidad.” El
autor sagrado ve la acumulación egoísta como una carrera inútil: al final,
mueres y otro disfrutará —o desperdiciará— lo que guardaste.
- Salmo
89: Nos
recuerda que la vida es breve y que debemos aprender a “contar nuestros
días” para adquirir un corazón sabio.
- Segunda
lectura (Colosenses 3,1-5.9-11): San Pablo nos invita a buscar “las cosas de
arriba” y a hacer morir la avaricia, que es idolatría. El cristiano vive
para Cristo, no para los ídolos del poder o la riqueza.
4. La parábola del rico insensato
El rico de la parábola tuvo una gran cosecha y sólo
pensó:
“Derribaré mis graneros y construiré otros más
grandes…”
Olvidó tres cosas:
1. Olvidó a Dios, pensando que todo era fruto
exclusivo de su esfuerzo.
2. Olvidó a los demás, sin pensar en los pobres que
podían beneficiarse de su abundancia.
3. Olvidó la muerte, haciendo planes como si fuera
eterno.
Por eso Dios lo llama “necio”: “Esta misma noche
te van a reclamar la vida”.
5. El tercer mandamiento y la
Eucaristía dominical
En el contexto del Año Jubilar “Peregrinos de la
Esperanza”, este Evangelio nos recuerda que la verdadera riqueza no se mide
en cuentas bancarias, sino en nuestra comunión con Dios.
El tercer mandamiento —“Santificarás las fiestas”— nos asegura un
espacio semanal para recordar esto. El Domingo no es sólo “día libre”, es día
de encuentro con el Señor, de renovación de la esperanza, de Eucaristía que
nos alimenta con el Pan de Vida.
Si dejamos de celebrar el Domingo, poco a poco nuestra vida cristiana se seca,
porque cortamos la raíz que nos sostiene.
6. Anécdotas que iluminan
Jesús enseñaba con parábolas; hoy podemos sonreír y
aprender con estas historias:
- El
médico y el abogado: un médico pidió a un abogado consejo sobre si podía cobrar por un
consejo dado en una fiesta. El abogado le dijo que sí… y al día siguiente
ambos enviaron facturas: el médico al paciente, y el abogado al médico. Moraleja:
la codicia es contagiosa.
- El
hombre y el genio: un hombre pidió a un genio mil millones, un Ferrari y ser
irresistible para las mujeres. El genio lo convirtió en una caja de
chocolates. Moraleja: la ambición egoísta puede volverse contra
uno.
- La
anciana en el avión: una señora leía la Biblia; un joven le preguntó si creía en
Jonás. Ella respondió que sí y que se lo preguntaría en el cielo. El joven
replicó: “¿Y si está en el infierno?”. Ella contestó: “Entonces se lo
pregunta usted.” Moraleja: la fe y la confianza en Dios no dependen
de lo que poseemos.
7. Aplicación para hoy
- Si
sufres una injusticia, recuerda que es oportunidad para amar y confiar más en Dios.
- Si
tienes abundancia, compártela: tus bienes son un préstamo de Dios.
- Si
buscas seguridad,
ponla en Cristo, no en las cosas que perecen.
- Si
quieres ser rico,
que sea “a los ojos de Dios”.
8. Conclusión mariana
En palabras populares: “Nunca se ha visto un
camión de mudanzas detrás de un coche fúnebre”. Nada material nos acompaña;
sólo el amor permanece.
Pidamos a la Virgen María, Madre de la Esperanza y Estrella del Mar, que
nos enseñe a vivir con un corazón desprendido, a transformar cada injusticia en
ofrenda y cada Domingo en un anticipo del banquete eterno.
Santa María, Estrella del Mar, ruega por nosotros,
peregrinos de la esperanza. Amén.
Referencias:
https://padregusqui.blogspot.com/2016/07/31-de-julio-del-2016-18o-domingo-del.html
https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-08-03
https://frtonyshomilies.com/2025/07/26/fr-tony-ot-18-c-aug-33d-2025-sunday-homily/
https://catholic-daily-reflections.com/2025/08/02/being-cheated/