Santo del día:
San Andrés Kim y los mártires
de Corea
Siglo XIX. El
primer sacerdote coreano, André Kim Taegon, fue uno de los 103 mártires de
Corea canonizados en 1984 por Juan Pablo II en Seúl.
El fundamento eterno
Salmo 99 (100) Nuestra semana
litúrgica encuentra su punto culminante en los pocos versículos del salmo
responsorial, desbordante de alegría. En este canto de alabanza, la bendición
del hombre hace eco a la bendición inicial del Altísimo. «Reconozcan que el
Señor es Dios: Él nos hizo y somos suyos». En un mundo donde todo
cambia constantemente, es bueno para nosotros repetir: «¡Eterno es su amor,
su fidelidad permanece de edad en edad!»
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
1Tm 6,13-16
Guarda el
mandamiento sin mancha hasta la manifestación del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que proclamó
tan noble profesión de fe ante Poncio Pilato, te ordeno que guardes el
mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor
Jesucristo, que, en el tiempo apropiado, mostrará el bienaventurado y único
Soberano, Rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la
inmortalidad, que habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni
puede ver.
A él honor y poder eterno. Amén.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Entren en la presencia del Señor con vítores.
V. Aclama
al Señor, tierra entera,
sirvan al Señor con alegría,
entren en su presencia con vítores. R.
V. Sepan que
el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
V. Entren
por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre. R.
V. El
Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R.
Aclamación
V. Bienaventurados
los que escuchan la palabra de Dios con un corazón noble y generoso,
la guardan y dan fruto con perseverancia. R.
Evangelio
Lo de la
tierra buena son los que guardan la palabra y dan fruto con perseverancia
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de
toda la ciudad, dijo Jesús en parábola:
«Salió el sembrador a sembrar su semilla.
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del
cielo se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, y, después de brotar, se secó por falta
de humedad.
Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la
ahogaron.
Y otra parte cayó en tierra buena, y, después de brotar, dio fruto al ciento
por uno».
Dicho esto, exclamó:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola.
Él dijo:
«A ustedes se les ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a
los demás, en parábolas, “para que viendo no vean y oyendo no entiendan”.
El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se
lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría,
pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de
la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los
afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar
fruto maduro.
Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y
generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: la Palabra que
se siembra con imágenes simples
El comentario nos recordaba: Jesús hablaba con
parábolas, con un lenguaje sencillo y lleno de imágenes. Hoy nos ofrece la
parábola del sembrador (Lc 8,4-15), donde la semilla es la Palabra de Dios y
nuestro corazón el terreno. Jesús sabe que la vida diaria, con sus
preocupaciones, puede ahogar la Palabra. Pero también confía en que ella
encontrará siempre un camino para dar fruto.
La pregunta jubilar es clara: ¿qué tipo de
terreno soy yo?
2. Primera lectura: custodiar el
mandamiento hasta la manifestación del Señor
En 1 Timoteo 6,13-16, Pablo exhorta a su discípulo
a guardar el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de
nuestro Señor Jesucristo. Es un llamado a la perseverancia: la fe no es
algo de un día, sino un compromiso que dura toda la vida, vivido con esperanza
hasta que Cristo vuelva.
Aquí se conecta la parábola: recibir la semilla es
el inicio, pero hay que custodiarla y perseverar para que dé fruto
abundante. El Jubileo nos llama a esa fidelidad constante, sin dobleces,
mirando hacia la luz inmortal de Cristo, “Rey de reyes y Señor de señores”.
3. El Evangelio: la semilla no
falla
Jesús nos presenta los distintos terrenos:
- El
camino duro, donde la Palabra no entra.
- El
pedregal superficial, donde falta raíz.
- Las
espinas de las preocupaciones y riquezas que ahogan la Palabra.
- La
tierra buena, donde la semilla germina y da fruto con perseverancia.
La clave está en perseverar. No basta
escuchar con alegría inicial: hay que guardar la Palabra en un corazón noble y
generoso, como dice el mismo Evangelio.
4. María: tierra buena donde la
Palabra germina
En este sábado mariano, recordamos a la Virgen como
la tierra buena por excelencia. Ella recibió la Palabra, la meditó en su
corazón y la dejó crecer hasta dar el fruto bendito: Jesucristo.
María nos enseña a abrirnos al misterio de Dios, a
acoger la Palabra en el silencio de la oración, a perseverar incluso en medio
del dolor. Ella es modelo de corazón limpio y fecundo, y en este Año Jubilar
camina con nosotros como madre de la esperanza.
5. Mártires de Corea: semilla
regada con sangre
Hoy recordamos a San Andrés Kim Taegon, primer
sacerdote coreano, y a San Pablo Chong Hasang, laico catequista, junto con 101
compañeros mártires. Su historia es impresionante: en apenas dos siglos,
más de 10.000 cristianos coreanos fueron martirizados por confesar la
fe. Y sin embargo, esa sangre derramada se convirtió en semilla de una Iglesia
viva y floreciente.
Ellos encarnan la parábola: no fueron camino
endurecido ni tierra de espinas, sino terreno bueno que dio fruto abundante. Su
testimonio recuerda que la Palabra, custodiada con perseverancia hasta la
muerte, produce vida eterna.
Hoy, en un mundo que a veces nos presiona a
renunciar a la fe o a vivirla de forma superficial, ellos nos inspiran a
mantenernos firmes, con esperanza y coherencia.
6. Aplicación actual: cultivar el
terreno interior
Podemos preguntarnos:
- ¿Qué
piedras y espinas debo quitar para que la Palabra eche raíces en mí?
- ¿Cómo
puedo vivir como Timoteo, custodiando irreprochablemente el mandamiento
hasta la venida del Señor?
- ¿Qué
testimonio doy yo, aquí en mi comunidad, que sea semilla de fe y esperanza
para otros?
El Jubileo nos pide ser peregrinos de esperanza:
no espectadores, sino sembradores de Palabra y testigos valientes, como los
mártires coreanos.
7. Conclusión: tierra buena para
la esperanza
La oración que acompaña este comentario nos lo
resume: la semilla de la Palabra crece en nosotros “con mezcla de dolor,
esfuerzo y alegría” hasta dar frutos de justicia y amor.
Que María, la Virgen, nos enseñe a ser tierra
buena; que los mártires coreanos nos den valentía para ser fieles en medio de
las pruebas; y que nosotros, como Timoteo, guardemos el mandamiento hasta la
venida gloriosa del Señor.
Así seremos verdaderamente peregrinos de la
esperanza, sembradores de Evangelio en nuestra tierra y en nuestro tiempo.
2
1. Introducción: un canto de
alabanza que sostiene la vida
El salmo de este día, el 99 (100), es un himno
de alegría y gratitud. En pocas líneas nos invita a entrar en la presencia
del Señor con júbilo, recordando que Él nos hizo y le pertenecemos. En un mundo
en continua transformación, donde nada parece estable, el salmo proclama una
certeza que es como roca firme: el amor de Dios es eterno, su fidelidad no
pasa jamás.
Este mensaje se entrelaza con las otras lecturas:
la exhortación de Pablo a Timoteo (1 Tm 6,13-16), que lo llama a guardar el
mandamiento sin mancha hasta la manifestación de Cristo, y la parábola del
sembrador (Lc 8,4-15), donde Jesús nos enseña que la Palabra, sembrada en el
corazón, puede dar fruto abundante si se acoge con perseverancia.
El fundamento eterno es el amor fiel de Dios; la
respuesta humana es la fidelidad en la custodia de la Palabra.
2. Primera lectura: guardar el
mandamiento, vivir en la esperanza
San Pablo exhorta a Timoteo con solemnidad: “Te
ordeno en presencia de Dios, que da vida a todas las cosas… que guardes el
mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor
Jesucristo” (1 Tm 6,13-14).
El apóstol nos recuerda que nuestra fe no descansa
en las modas del momento, sino en el Dios eterno, que habita en luz
inaccesible. Así, la fidelidad de Dios —que permanece de edad en edad—
sostiene nuestra fidelidad. En medio de cambios, crisis y pruebas, la
estabilidad de la vida cristiana está en guardar la Palabra de manera
irreprochable, perseverando hasta la venida gloriosa de Cristo.
3. El Evangelio: la semilla que
da fruto en un mundo cambiante
Jesús, en la parábola del sembrador, nos muestra
que la Palabra es una semilla viva. No depende de nuestras circunstancias
externas —que cambian como el clima—, sino de la disposición interior del
corazón.
Podemos tener corazones endurecidos, superficiales
o llenos de espinas, donde la semilla no prospera. Pero si nuestro corazón es tierra
buena, la Palabra se enraíza y da fruto abundante.
En un mundo donde todo cambia —las modas, las
ideologías, los sistemas—, lo que permanece es la Palabra de Dios sembrada en
lo profundo del corazón. Ella es socle éternel, fundamento eterno de la
esperanza.
4. María: tierra buena y roca
firme de fe
Celebramos hoy también a María en sábado. Ella es
la mujer que acogió la Palabra con un corazón noble y generoso, perseverando
hasta la Cruz y la Resurrección. María supo enraizar su vida en el amor eterno
de Dios, y por eso nada la desestabilizó.
En ella se cumple lo que el salmo proclama: “Él nos
hizo y somos suyos”. María se sabe criatura, hija, esclava del Señor, y al
mismo tiempo madre del Verbo encarnado. Ella nos enseña a cimentar la vida en
lo único que no pasa: la fidelidad de Dios.
5. Mártires de Corea: testigos de
un amor eterno
Hoy recordamos a San Andrés Kim Taegon, San
Pablo Chong Hasang y los mártires de Corea, que en medio de persecuciones
feroces guardaron el mandamiento de Cristo hasta la muerte. En un contexto
hostil, donde parecía más sensato adaptarse o callar, ellos permanecieron
firmes, apoyados en el “fundamento eterno”: el amor de Dios que no cambia.
Su sangre derramada fue semilla de una Iglesia
vibrante, que hoy es una de las comunidades católicas más numerosas y vivas del
mundo. Ellos nos recuerdan que el amor de Dios no se agota con la persecución
ni con el paso de los siglos, sino que siempre abre caminos de vida.
6. Aplicación jubilar: ser
peregrinos de la esperanza
El Jubileo nos invita a ser peregrinos de la
esperanza. En un mundo cambiante, donde muchas seguridades se tambalean,
nuestra roca es el amor eterno de Dios. Eso nos pide dos actitudes:
- Confianza: volver una y otra vez al
salmo y repetir: “Eterno es su amor, su fidelidad permanece de edad en
edad”.
- Perseverancia: como Timoteo, guardar el
mandamiento irreprochable; como los mártires coreanos, mantener la fe
hasta el fin; como María, abrir el corazón para que la Palabra eche raíces
profundas.
Desde lo pastoral y lo psicológico, esta esperanza
se traduce en una estabilidad interior que nos permite afrontar pruebas,
ansiedades y cambios sin perder el rumbo. La fidelidad de Dios es la terapia
más eficaz contra el miedo y la inseguridad.
7. Conclusión: fundamento eterno,
fruto abundante
El salmo responsorial nos deja una certeza que es
canto y oración: Dios nos hizo, somos suyos, su amor es eterno. Ese es nuestro fundamento
eterno.
Que María nos enseñe a vivir confiados en la
fidelidad de Dios.
Que los mártires coreanos nos inspiren a ser testigos firmes y valientes.
Y que nosotros, como comunidad jubilar, seamos tierra buena donde la Palabra dé
frutos de justicia, amor y esperanza, para las generaciones presentes y
futuras.
3
1. Introducción: “El que tenga
oídos para oír, que oiga”
El Evangelio de hoy concluye con una frase
contundente: “El que tenga oídos para oír, que oiga” (Lc 8,8). Es una
invitación clara: la Palabra de Dios se siembra en todos, pero no todos la
escuchan con atención y perseverancia. Jesús, con la parábola del sembrador,
nos presenta cuatro terrenos, cuatro maneras de recibir la Palabra. No es una
historia lejana: es un espejo de nuestro propio corazón.
El evangelio nos insiste en la calidad del fruto: hay
quienes reciben la Palabra y producen frutos inmaduros, y quienes, con
perseverancia, llegan a dar frutos maduros, abundantes, frutos que transforman
la vida y a los demás. El Año Jubilar nos pregunta: ¿qué fruto estoy dando
como peregrino de la esperanza?
2. La primera lectura: guardar el
mandamiento hasta la venida de Cristo
San Pablo exhorta a Timoteo (1 Tm 6,13-16) a guardar
el mandamiento sin mancha, hasta la manifestación gloriosa de Jesucristo.
Aquí se nos pide constancia, fidelidad, madurez en la fe. No basta recibir con
entusiasmo inicial; es necesario perseverar hasta el final, sabiendo que el
Señor es el único Soberano, “Rey de reyes y Señor de señores”.
Así se entiende mejor la parábola: solo la semilla
que cae en tierra buena y se cuida con perseverancia llega a dar fruto
abundante y maduro. La fidelidad de Dios, como cantamos en el salmo 99, es el
fundamento que sostiene nuestra propia fidelidad.
3. El Evangelio: de fruto inmaduro
a fruto maduro
Jesús describe cuatro categorías de oyentes de la
Palabra:
- Los
del camino, donde la semilla se pierde.
- Los
del pedregal, que reciben con entusiasmo, pero se desaniman en la
prueba.
- Los
de entre espinas, que acogen la Palabra, pero se dejan ahogar por
las preocupaciones, riquezas y placeres.
- Los
de la tierra buena, que escuchan con corazón generoso y perseveran
hasta dar fruto abundante.
El comentario nos invita a ir más allá: incluso
entre los que sí dan fruto, hay diferencia entre frutos inmaduros y frutos
maduros. El fruto maduro se reconoce en los frutos del Espíritu:
caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, mansedumbre, fidelidad, templanza,
castidad. Son cualidades que se reflejan en la vida cotidiana y que tocan a los
demás.
Aquí aparece un examen de conciencia valioso: ¿qué
tan maduros son estos frutos en mi vida? ¿Ayudan mis actitudes a que otros se
acerquen más a Cristo?
4. María: la tierra buena y
fecunda
En este sábado mariano, contemplamos a la Virgen
como modelo de tierra buena. Ella escuchó la Palabra con corazón noble y
perseverante, la meditó en silencio y la custodió hasta la Cruz. En ella, la
semilla divina produjo el fruto más perfecto: Jesús, nuestro Salvador.
María es ejemplo de fruto maduro: su fe no
fue superficial ni inmadura, sino constante, confiada, perseverante. Ella nos
enseña a cultivar la Palabra en lo profundo del corazón, sin dejarnos ahogar
por las espinas de la vida.
5. Mártires de Corea: semilla
regada con sangre, fruto abundante
Hoy recordamos a San Andrés Kim Taegon, San
Pablo Chong Hasang y los mártires coreanos, que dieron su vida en el siglo
XIX. Más de 10.000 cristianos fueron asesinados en Corea por confesar su fe. Y
sin embargo, la sangre derramada fue semilla fecunda: hoy la Iglesia en Corea
es fuerte, misionera, viva.
Ellos nos muestran lo que es dar fruto maduro:
perseverar en la fe hasta la muerte, no dejarse ahogar por el miedo ni por las
tentaciones del mundo. Su testimonio es un llamado a nuestra fidelidad
cotidiana: aunque no se nos pida derramar la sangre, se nos pide dar frutos de
paciencia, caridad y testimonio coherente.
6. Aplicación jubilar: peregrinos
que dan fruto maduro
En este Año Jubilar, somos llamados a ser peregrinos
de esperanza que llevan fruto abundante. Esto implica:
- Revisar
nuestro terreno interior: quitar piedras, espinas, endurecimientos.
- Discernir
la calidad de nuestros frutos: no basta hacer cosas buenas; se trata de dar
frutos maduros, que permanezcan y hagan crecer a otros.
- Vivir
desde los frutos del Espíritu: paz, paciencia, bondad, dominio propio,
alegría verdadera.
- Confiar
en la fidelidad de Dios: solo así podemos perseverar como Timoteo,
como María y como los mártires.
En lo psicológico y pastoral, es un llamado a
crecer en madurez interior: no vivir una fe superficial, sino una fe que toca
la vida, que transforma las relaciones, que sostiene en las pruebas.
7. Conclusión: fruto abundante
que permanece
La oración final del comentario nos sirve de
conclusión: Jesús es el sembrador que pone en nosotros la semilla perfecta de
su Palabra. Nos pide abrir el corazón, liberarnos de ansiedades y engaños, y
dejar que su Palabra dé fruto abundante.
Que María, tierra buena, nos ayude a custodiar la
Palabra.
Que los mártires coreanos nos den valentía para perseverar.
Que el Espíritu Santo haga crecer en nosotros los frutos de la caridad, la paz
y la alegría, para que como peregrinos del Jubileo llevemos fruto maduro y
abundante que permanezca para la vida eterna.
*******************
20 de septiembre: San Andrés Kim
Tae-gŏn, presbítero, San Pablo Chŏng Ha-sang y compañeros, mártires — Memoria
Fallecidos entre 1839–1867
Patronos de Corea
Canonizados por el Papa Juan Pablo II el 6 de mayo de 1984
Cita:
“Escúchenme atentamente, pues mi tiempo aquí abajo es limitado. La única
razón por la que me acerqué a los pueblos de otras civilizaciones fue por el
único propósito de mi fe y de mi Dios. Estoy dispuesto a entregar mi vida por
el Señor. La vida eterna está a punto de comenzar para mí, y si ustedes desean
estar eternamente satisfechos y gozosos después de su tiempo aquí, crean en
esta enseñanza de Dios. Él no olvidará a quienes lo rechacen, y un castigo sin
fin será inevitable para ellos.”
~ De una carta del Vicario Apostólico de Corea relatando las palabras de
despedida de San Andrés Kim.
Reflexión
De 1392 a 1897, la Gran Dinastía Joseon gobernó
todo lo que hoy es Corea del Norte y Corea del Sur. Aunque el chamanismo y el
budismo estaban presentes entre las creencias religiosas de los coreanos de ese
período, el confucianismo era el sistema filosófico, ético y político
principal. Dentro de ese sistema se estableció una clara jerarquía en la
familia y en las estructuras sociales, con el rey en la cima. Esta organización
de clases era el corazón de su cultura. Los ancestros eran también altamente
honrados e incluso adorados ritualmente, y se ponía gran énfasis en el estudio
y la práctica de las virtudes humanas.
El catolicismo fue introducido en Corea a través de
China. El jesuita Matteo Ricci fue uno de los primeros misioneros en llegar a
China e introducir la fe católica en 1583. El padre Ricci y sus compañeros
intentaron integrarse en la cultura, aprender la lengua y enseñar matemáticas,
ciencias, astronomía y cartografía. Fueron los primeros en traducir el
catecismo al chino. En 1603, un diplomático coreano llamado Yi Su-gwang conoció
en Pekín el catecismo de Ricci y lo llevó a Corea, introduciendo ese material
en su país. Durante el siglo siguiente, la fe católica fue estudiada, debatida
por eruditos confucianos y, finalmente, prohibida por el rey a mediados del
siglo XVIII, tras considerar que el catolicismo contradecía enseñanzas
confucianas, como las jerarquías sociales y el culto a los ancestros.
En 1784, un noble de 28 años llamado Yi Seung-Hun,
que había conocido el catolicismo en Corea, acompañó a su padre en una misión
diplomática a Pekín. Allí buscó a sacerdotes católicos y fue bautizado con el
nombre de Pedro, convirtiéndose en el primer coreano del que se tiene registro
como convertido al catolicismo. Al regresar, trajo consigo crucifijos,
rosarios, estatuas e imágenes sagradas, compartiendo su fe recién adquirida
durante la década siguiente. El catolicismo creció de forma clandestina,
dirigido por los laicos. Una de las razones de su atractivo era que ponía a
todas las personas en el mismo nivel, eliminando la injusta jerarquía promovida
por el confucianismo. El catolicismo permitía a todos verse como iguales,
amados y redimidos individualmente por Cristo, haciéndolos verdaderamente
hermanos y hermanas.
A medida que la fe fue creciendo lentamente, los
conversos pidieron sacerdotes a la Iglesia en China. En 1795, un misionero
chino, el padre Santiago Zhou Wen-mo, se convirtió en el primer sacerdote en
llegar a suelo coreano y celebrar una Misa clandestina. Durante los seis años
siguientes, la población católica creció hasta unas 10.000 personas. En 1801,
el padre Santiago fue arrestado y martirizado. Aunque no está entre los
canonizados hoy, él y otros 123 mártires coreanos fueron proclamados Venerables
por el Papa Francisco en 2014.
Los 103 mártires coreanos que hoy honramos fueron
canonizados juntos por el Papa Juan Pablo II durante su visita apostólica a
Seúl, Corea del Sur, el 6 de mayo de 1984, con ocasión del 200º aniversario del
primer convertido coreano. Estos santos sufrieron martirio en Corea entre 1839
y 1867, la mayoría en tres grandes persecuciones: 1839, 1846 y 1866.
Entre los mártires de 1839 estuvo el obispo
Laurent-Marie-Joseph Imbert, de 43 años. En 1836, tras unirse a la Sociedad de
Misiones Extranjeras de París, fue nombrado Vicario Apostólico de Corea,
ordenado obispo e ingresó al país con diez compañeros en 1837. Durante unos dos
años, él y los misioneros se escondieron de día y servían en secreto de noche a
la comunidad clandestina. En agosto de 1839, fue traicionado a las autoridades,
cada vez más preocupadas por la amenaza que el catolicismo representaba para
las prácticas tradicionales. Consciente del peligro de una persecución más
amplia, el obispo Imbert se entregó y persuadió a dos sacerdotes franceses,
Pedro Filiberto Maubant y Santiago Honoré Chastan, a hacer lo mismo, con la
esperanza de que su sacrificio salvara a los fieles. Tras terribles torturas,
fueron ejecutados el 21 de septiembre, y sus cuerpos exhibidos públicamente durante
varios días.
El catolicismo, sin embargo, no pudo ser detenido.
La semilla estaba sembrada y daba fruto. Los dos mártires centrales de esta
memoria son San Andrés Kim Tae-gŏn y San Pablo Chŏng Ha-sang. Pablo
nació en 1795 en una familia noble, fue catequista laico y hombre casado.
Además de enseñar la fe, viajó varias veces a Pekín para pedir a la Sociedad de
Misiones Extranjeras de París que enviara sacerdotes a Corea, e incluso
escribió al Papa con esa petición. Gracias en parte a sus esfuerzos, el obispo
Imbert y otros misioneros fueron enviados. En 1839, Pablo fue martirizado
durante la misma persecución que costó la vida al obispo Imbert.
Andrés Kim también nació en la nobleza de la
dinastía Joseon. Sus padres estaban entre los nuevos conversos al catolicismo.
En 1836, a los 14 o 15 años, Andrés fue bautizado. Tres años después, su padre
fue martirizado en la persecución de 1839, y hoy también está entre los santos.
Andrés viajó 2.000 kilómetros hasta Macao, colonia portuguesa, para ingresar al
seminario. Luego continuó su formación en Filipinas, y en 1845 fue ordenado
sacerdote en Shanghái, convirtiéndose en el primer presbítero coreano. Poco
después, regresó clandestinamente a Corea, atravesando peligrosos mares para
iniciar su ministerio sacerdotal.
Su ministerio fue breve pero fecundo. Además de
celebrar los sacramentos en secreto y enseñar la fe, coordinó la llegada de
otros misioneros franceses. Sin embargo, fue descubierto, arrestado en 1846 y
sometido a brutales torturas. Permaneció firme en su fe y escribió varias
cartas, incluida una célebre dirigida a sus feligreses, en la que reconocía las
dificultades, pero les ofrecía esperanza y fortaleza en Cristo. Fue decapitado
el 16 de septiembre de 1846, en las orillas del río Han, a los 25 años.
La persecución continuó durante veinte años más,
siendo la peor en 1866, cuando miles fueron asesinados. Se estima que entre
10.000 y 20.000 cristianos fueron martirizados en Corea en el siglo XIX. Los
encarcelamientos y muertes no bastaron: la tortura fue usada como arma para
frenar la fe. Pero fracasaron. Los 103 mártires canonizados en 1984 y los 123
declarados venerables en 2014 son prueba de que la fe dio abundante fruto.
Al honrar hoy a los mártires coreanos, recordamos
que un auténtico encuentro con Cristo transforma la vida hasta ponerlo en el
centro. La fe verdadera no puede ser detenida. Estos mártires eligieron la fe
sobre la vida terrena, la eternidad sobre los consuelos temporales. Su
testimonio nos desafía a examinar nuestra fe: ¿es lo bastante fuerte para
resistir como la suya? Si no, pidamos su intercesión y renovemos nuestro
compromiso de poner a Cristo en el centro de la vida.
Oración
San
Andrés Kim Tae-gŏn, San Pablo Chŏng Ha-sang y compañeros mártires, después de
encontrar a Cristo lo eligieron a Él sobre la vida terrena. Su esperanza fue la
vida eterna, y la muerte se convirtió en ganancia para ustedes. Rueguen por mí,
para que llegue a estar tan profundamente unido a Cristo que nada me aparte de
seguirlo. Que la esperanza que su testimonio me ofrece me inspire a ser santo
como ustedes. Mártires de Corea, rueguen por mí.
Jesús, en Ti confío.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones