Santo del día:
Nuestra Señora de los Dolores
María compartió íntimamente la
pasión de su Hijo. Por ello, estuvo singularmente asociada a la gloria de su
resurrección. Por eso celebramos la Compasión de María el día después de la
Santa Cruz (que se celebró especialmente en España, Francia, Estados Unidos y
otros lugares del mundo)
Líneas de fractura
(Juan 19, 25-27) En las bodas de Caná, al comienzo de la vida
pública del Hijo de Dios, “la madre de Jesús estaba allí”, observa el
evangelista Juan. “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre”, señala
aquí. Stabat
Mater.
¿Y si la vocación de esta mujer fuera la de estar presente allí donde las
necesidades de sus semejantes se hacen más urgentes, donde el sufrimiento se
vuelve intolerable? María está presente en todas las líneas de fractura del
mundo, llevando en su corazón la esperanza del género humano.
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
Heb
5, 7-9
Aprendió
a obedecer, y se convirtió en autor de salvación eterna
Lectura de la carta a los Hebreos.
CRISTO, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó
oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por
su piedad filial.
Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la
consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de
salvación eterna.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
30, 2-3a. 3bc-4. 5-6. 15-16. 20 (R.: 17b)
R. Sálvame, Señor, por
tu misericordia.
V. A ti, Señor, me
acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí. R.
V. Sé la roca de mi
refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R.
V. Sácame de la red que
me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.
V. Pero yo confío en ti,
Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tus manos están mis azares:
líbrame de mis enemigos que me persiguen. R.
V. Qué bondad tan
grande, Señor,
reservas para los que te temen,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos. R.
Secuencia
La Madre piadosa
estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía;
cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
¡Oh cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?
Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.
¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.
¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;
porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;
porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Dichosa es la
bienaventurada Virgen María, que, sin morir, mereció la palma del martirio
junto a la cruz del Señor. R.
Evangelio
Jn
19, 25-27 (opción 1)
Triste
contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena (Stabat Mater)
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
JUNTO a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de
Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al
discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Palabra del Señor.
Lc
2, 33-35 (opción 2)
A
ti misma una espada te traspasará el alma
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, el padre y la madre de Jesús estaban admirados por lo que se
decía del niño.
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será
como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—,
para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: Dolor que
engendra esperanza
Queridos hermanos, hoy celebramos a Nuestra
Señora de los Dolores, la Madre que acompaña a su Hijo hasta el extremo de
la cruz. La liturgia nos invita a contemplar no solo su sufrimiento, sino la fe
que lo sostiene y la esperanza que lo atraviesa.
En este Año Jubilar de la Esperanza, mirar a
María Dolorosa es aprender que el sufrimiento, cuando se vive unido a Cristo,
no conduce a la desesperación, sino a la redención.
2. Cristo y María: obediencia en
el sufrimiento
La carta a los Hebreos nos presenta a Cristo orando
“con fuerte clamor y lágrimas” (Hb 5,7). Su humanidad no fue ajena al dolor,
pero en medio de él manifestó una confianza radical en el Padre.
María, como madre, vivió esa misma pedagogía de la
obediencia en el sufrimiento. Desde que Simeón le anunció que una espada
atravesaría su alma (Lc 2,35), ella comprendió que su maternidad estaría
marcada por el dolor. Y al pie de la cruz, permaneciendo de pie, unida a la
pasión de su Hijo, se convirtió en modelo de fidelidad hasta el extremo.
3. El corazón traspasado de la
Madre
El evangelio nos muestra a María junto a la cruz
(Jn 19,25-27). No huye, no se esconde, no protesta. Está allí, firme, con el
corazón traspasado. Y en ese momento, Jesús le confía una nueva maternidad:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo” … “Ahí tienes a tu madre”.
Ese traspaso del corazón de María no la encierra en
el lamento, sino que la abre a una misión más amplia: ser Madre de todos los
discípulos. De su dolor brota vida para la Iglesia. Así su maternidad alcanza
un horizonte universal.
4. El salmo: refugio en medio del
dolor
El Salmo 31 proclama: “Sé tú, Señor, la roca de mi
refugio”. Estas palabras bien podrían haber brotado de los labios de María en
el Calvario. Su dolor fue real, pero no desesperado, porque se apoyaba en Dios.
Esto es una enseñanza para nosotros: cuando el
sufrimiento toca nuestra vida —la enfermedad, la muerte de un ser querido, la
angustia de un futuro incierto—, podemos encontrar refugio en el Señor. Él no
elimina la cruz, pero nos da la fortaleza para permanecer de pie junto a ella.
5. Dimensión jubilar: orar por
los difuntos, sembrar esperanza
Hoy, encomendamos a nuestros difuntos bajo el manto
de la Virgen Dolorosa. Ella sabe lo que es perder a un Hijo amado. Conoce el
vacío de la ausencia. Por eso, su intercesión es consuelo para quienes lloramos
la partida de nuestros seres queridos.
En este Jubileo, María nos enseña a mirar la muerte
no como final, sino como tránsito hacia la vida eterna. Así como del costado
traspasado de Cristo nació la Iglesia, del corazón traspasado de María brota
esperanza para todos los hijos de Dios.
Orar por los difuntos es un acto de amor y de fe.
Confiamos en que, como dice la carta a los Hebreos, Cristo “se convirtió en
causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Hb 5,9).
6. Aplicación pastoral
- A
los que lloran:
María Dolorosa les dice: no están solos. Dios recoge cada lágrima.
- A
los que acompañan enfermos o moribundos: la Virgen les muestra cómo estar de pie,
firmes en la fe, sin huir del dolor.
- A
los jóvenes:
María les enseña a no tener miedo de comprometerse, aunque cueste, porque
el amor verdadero siempre implica sacrificio.
- A la
comunidad entera: somos llamados a ser Iglesia que acompaña, que no abandona, que
ora sin cesar por vivos y difuntos.
7. Conclusión: María, madre de la
esperanza
Queridos hermanos, hoy contemplemos a María
Dolorosa como Madre de la esperanza. Su corazón atravesado se convierte
en escuela de fe para nosotros.
En este Año Jubilar, pidámosle que fortalezca
nuestra confianza en la vida eterna, que interceda por nuestros difuntos y que
nos enseñe a permanecer de pie en nuestras propias cruces.
Que con ella aprendamos a repetir: “En tus manos,
Señor, encomiendo mi espíritu” (Sal 31,6). Amén.
2
1. Introducción: María, en los
comienzos y en el final
Hermanos, el evangelio de san Juan nos muestra a la
Virgen María en dos momentos decisivos: al inicio de la misión de Jesús,
en Caná, y al final, al pie de la cruz. En ambos lugares “estaba allí”,
presente, atenta, intercediendo y compartiendo.
Hoy, en la memoria de Nuestra Señora de los
Dolores, contemplamos a María en esta vocación particular: estar donde la
humanidad sufre, donde la vida se rompe, donde el dolor parece insoportable.
Ella está en las líneas de fractura del mundo, sosteniendo la esperanza.
2. María en las fracturas de la
vida
El texto de Hebreos nos recuerda que Cristo, en los
días de su vida mortal, oró con lágrimas y clamores al Padre (Hb 5,7-9). María
conoció también esa oración desde el dolor. No se rebeló ni huyó, sino que se
mantuvo firme (stabat), compartiendo el sufrimiento de su Hijo y de toda
la humanidad.
Simeón le había anunciado que una espada le
traspasaría el alma (Lc 2,35). Esa espada es la línea de fractura en la que
María permanece, no para desesperarse, sino para ofrecer compañía, fidelidad y
esperanza. Por eso la Iglesia la llama Mater Dolorosa y también Madre
de la Esperanza.
3. El Salmo: Refugio en la
angustia
El Salmo 31 pone en labios del justo estas
palabras: “Sé tú, Señor, la roca de mi refugio, en tus manos encomiendo mi
espíritu”. Esta oración pudo resonar en María en el Calvario. Su refugio no
fue huir del dolor, sino confiar en el Señor que salva.
Ese mismo salmo nos enseña a rezar hoy por nuestros
difuntos: encomendar sus vidas en las manos misericordiosas del Padre, como
María confió a su Hijo y a toda la humanidad.
4. Dimensión jubilar: Peregrinos
en las líneas de fractura
En este Año Jubilar de la Esperanza, la
figura de María Dolorosa es profundamente actual. Ella se mantiene en pie en todas
las “líneas de fractura” de nuestro mundo:
- en
las guerras que desgarran pueblos;
- en
la pobreza que roba la dignidad;
- en
las familias fracturadas por el rencor;
- en
la soledad de tantos ancianos y migrantes;
- en
el dolor de quienes lloran a sus difuntos.
María no trae soluciones mágicas, pero su presencia
firme abre espacio para que la esperanza florezca. Como en Caná, señala a
Jesús: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Como en el Calvario, recibe a la
humanidad como hijos, para acompañarnos en la fe.
5. Orar por los difuntos desde el
corazón de María
Al recordar hoy a nuestros difuntos, lo hacemos
bajo la mirada de María Dolorosa. Ella sabe lo que significa entregar un hijo
amado. Por eso puede ser consuelo para quienes lloramos.
Al orar por ellos, no lo hacemos desde la
resignación, sino desde la esperanza pascual: Cristo aprendió la
obediencia en el sufrimiento y se convirtió en causa de salvación eterna.
Nuestros seres queridos, unidos a Cristo por el bautismo y por la fe,
participan ahora de esa salvación.
El Jubileo nos invita a mirar más allá de la tumba:
la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida nueva en Dios.
6. Aplicación pastoral
- A
las familias en duelo: no teman llorar con María; ella transforma el llanto en esperanza.
- A
los que viven dolor personal: la Virgen les enseña a permanecer de pie, a
no dejarse derribar.
- A
los jóvenes:
María les muestra que la verdadera fuerza no está en la violencia, sino en
la fidelidad y el amor.
- A la
comunidad:
estamos llamados a estar presentes en las “líneas de fractura” de nuestra
sociedad, como presencia de esperanza, oración y solidaridad.
7. Conclusión: Madre en las
fracturas del mundo
Queridos hermanos, María Dolorosa no se quedó en
Caná ni en el Calvario. Hoy sigue estando en cada lugar donde la humanidad
sufre. Allí donde hay lágrimas, está su manto. Allí donde hay muerte, está su
intercesión. Allí donde hay fracturas, ella sostiene la esperanza.
Encomendemos a nuestros difuntos en sus manos
maternales. Y que ella, peregrina de esperanza, nos enseñe a caminar en medio
de las rupturas de la vida con la certeza de que la cruz no es el final, sino
el comienzo de la resurrección.
Amén.
3
1. Introducción: Una madre junto
a la cruz
Queridos hermanos, el evangelio de san Juan nos
presenta una de las imágenes más conmovedoras de toda la Escritura: “Junto a
la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de
Cleofás, y María Magdalena” (Jn 19,25).
María no está lejos, no huye ni se esconde. Permanece allí, al pie de la cruz,
con el corazón traspasado por el dolor. El amor perfecto que vivió con Jesús a
lo largo de toda su vida culmina en ese instante supremo: un amor fiel hasta la
muerte.
Hoy celebramos a Nuestra Señora de los Dolores,
la Madre que sabe acompañar en la hora del sufrimiento, la que se convierte en
icono de esperanza para los que lloran y sufren.
2. El corazón de una madre
Nadie puede medir la hondura del amor de María por
Jesús. Ella lo concibió por obra del Espíritu Santo, lo llevó en su seno, lo
cuidó, lo educó, lo acompañó en cada paso. Su amor materno fue perfecto, sin
sombra de egoísmo.
Si un amor humano de madre ya es inmenso, el de la
Virgen fue sublime, porque estaba sostenido por la gracia de Dios y por su
Inmaculado Corazón. Y si su amor fue tan grande, también su dolor lo fue. Al
contemplar a su Hijo despreciado, torturado y crucificado, María conoció la
cima del sufrimiento humano.
Y, sin embargo, permaneció de pie. Stabat Mater.
No gritó de desesperación, no se desmoronó, no se cerró a la voluntad de Dios.
Su dolor se transformó en oración y en entrega.
3. La lectura de Hebreos:
obediencia en medio del sufrimiento
La primera lectura nos habla de Cristo, que “en los
días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas
a Dios, que podía salvarlo de la muerte” (Hb 5,7).
Él aprendió la obediencia en el sufrimiento y se convirtió en causa de
salvación eterna.
María, asociada a este misterio, vivió la misma
escuela de la obediencia. Con su “sí” en Nazaret abrió la puerta a la
encarnación, y con su “sí” en el Calvario abrió su corazón a una nueva
maternidad: ser madre de todos los discípulos.
Su dolor no fue estéril. Unido al de Cristo, se
convirtió en fuente de vida para la Iglesia.
4. El Salmo 31: en tus manos
encomiendo mi espíritu
El salmista reza: “Sé tú, Señor, la roca de mi
refugio… en tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31).
Esta oración fue la de Jesús en la cruz, y pudo ser también la de María junto a
su Hijo agonizante.
Cuando el dolor nos desborda y ya no hay palabras,
solo queda la confianza: “Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos”.
Así rezamos hoy por nuestros difuntos: encomendamos sus vidas a Dios, como
María entregó la vida de su Hijo al Padre.
5. Dimensión jubilar: estar en
las fracturas del mundo
El Año Jubilar nos recuerda que somos peregrinos
de esperanza. María nos enseña a estar presentes en las “líneas de
fractura” de la humanidad: allí donde hay sufrimiento, abandono, violencia,
soledad. Ella no se aparta, sino que permanece al lado de los que sufren, como
permaneció junto a su Hijo.
El Jubileo es una invitación a ser como María:
- a no
huir del dolor ajeno,
- a
estar presentes en las cruces de los demás,
- a
acompañar a los que lloran,
- a
llevar esperanza en medio de la muerte.
6. Orar por los difuntos con el
corazón de María
Hoy recordamos especialmente a nuestros difuntos.
Lo hacemos con fe y esperanza, bajo el amparo de la Virgen Dolorosa. Ella sabe
lo que significa perder un hijo. Ella comprende nuestras lágrimas. Y ella
intercede para que los que amamos sean recibidos en el abrazo del Padre.
En este Jubileo, orar por los difuntos no es un
gesto rutinario, sino un acto de confianza en la victoria de Cristo sobre la
muerte. Con María decimos: “Jesús, en Ti confiamos”.
7. Aplicación pastoral
- A
las familias que han perdido seres queridos: María Dolorosa es su
consuelo. Ella les enseña que la fe sostiene incluso cuando el corazón
está traspasado.
- A
los jóvenes:
aprendan de María la fidelidad que no se rinde, aunque cueste.
- A la
comunidad:
estamos llamados a ser “presencia de esperanza” en medio de las fracturas
sociales y espirituales de nuestro tiempo.
8. Conclusión: Madre Dolorosa,
Madre de esperanza
Hermanos, contemplemos hoy el Corazón Doloroso de
María. Allí se unen amor y sufrimiento, compasión y fidelidad, maternidad y
esperanza.
Al pie de la cruz, su dolor se transforma en
misión: ser Madre de todos nosotros. Al pie de la cruz, su oración nos recuerda
que la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida eterna.
Confiemos a nuestros difuntos en sus manos
maternas. Y pidamos a la Virgen Dolorosa que nos enseñe a estar de pie, firmes
en la fe, acompañando a quienes sufren y siendo peregrinos de esperanza
en nuestro mundo.
Amén.
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