domingo, 7 de septiembre de 2025

8 de septiembre del 2025: Natividad de la Bienaventurada Virgen María


Santo del día:

Natividad de la Virgen María

Incluso antes del nacimiento de Juan el Precursor, el de María, en casa de Ana y Joaquín, es un anuncio de la Natividad de Jesús, preludio de la Buena Nueva. Por eso la Iglesia nos invita a celebrarlo con alegría.

 

 

Nacimiento de una promesa

(Miqueas 5,1-4a; Mateo 1,1-16.18-23) El Nuevo Testamento no dice nada sobre el nacimiento de la madre de Jesús ni sobre sus padres. En realidad, ¡sabemos tan poco de ella! Lo que sí está claro es que la esperanza mesiánica de Israel, expresada por Miqueas, ya otorgaba un lugar privilegiado a “aquella que debe dar a luz”, portadora de una inmensa promesa.

Mateo insiste: es por obra del Espíritu Santo que esta promesa toma carne.

Jean-Marc Liautaud, Fondacio

 


Primera lectura

Miq 5, 1-4a

Dé a luz la que debe dar a luz

Lectura de la profecía de Miqueas.

ESTO dice el Señor:
«Y tú, Belén Efratá,
pequeña entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño,
de tiempos inmemoriales.
Por eso, los entregará
hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá
junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme, pastoreará
con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor
se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».

Palabra de Dios.



o bien: 



Rom 8, 28-30

Dios predestinó a los que había conocido de antemano

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio.
Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos.
Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 12, 6ab. 6c (R.: Is 61, 10a)

R. Desbordo de gozo con el Señor.

V. Porque yo confío en tu misericordia:
mi alma gozará con tu salvación. 
R.

V. Y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho. R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Dichosa eres, santa Virgen María, y muy digna de toda alabanza: porque de ti salió el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios. R.

 

Evangelio

Mt 1, 1-16. 18-23 (forma larga) 

La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

LIBRO del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zará, Fares engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.
David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta:
«Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Enmanuel,
que significa “Dios-con-nosotros”».

Palabra del Señor.

 

 

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1. Introducción: celebrar la vida de María

Queridos hermanos y hermanas, hoy la Iglesia entera se reviste de gozo porque celebramos la Natividad de la Virgen María. No es simplemente recordar el cumpleaños de una mujer piadosa, sino reconocer en el nacimiento de María el comienzo visible del cumplimiento de las promesas de Dios. Ella es la aurora que anuncia el sol, la puerta por la cual el Hijo eterno entra en la historia humana.

En este Año Jubilar, donde somos llamados peregrinos de la esperanza, su nacimiento nos recuerda que la esperanza se encarna en rostros concretos y que, incluso en tiempos de tiniebla y dolor, Dios hace brotar vida nueva. Por eso, hoy encomendamos de manera especial a nuestros difuntos, para que participen de la plenitud de esa vida que comenzó a florecer con María.


2. El destino de una ciudad y el plan de Dios

La primera lectura (Miqueas 5,1-4a) nos conduce a Belén de Efrata, “casa del pan”, pequeña entre las aldeas de Judá, pero destinada a ser cuna del Pastor de Israel. Dios escoge lo pequeño, lo humilde, lo que no cuenta, para realizar su plan de salvación.

Lo mismo acontece con María: una muchacha de Nazaret, aldea sin relevancia política ni religiosa, pero destinada a ser la Madre del Salvador. La lógica de Dios no es la del poder ni la grandeza, sino la de la pequeñez fecunda. El pueblo que caminaba en tinieblas verá una gran luz (cf. Is 9,1). Y esa luz empieza a brillar con el nacimiento de María.


3. La genealogía de Jesús: una historia real, con heridas y esperanza

El Evangelio según san Mateo nos presenta la genealogía de Jesús. Al escucharla, nos sorprende la mezcla de nombres gloriosos y de historias rotas. Aparecen Abraham, el padre de la fe; David, el rey según el corazón de Dios. Pero también mujeres extranjeras y situaciones de pecado: Tamar, Rahab, Rut, la esposa de Urías. Incluso María, madre de Jesús, aparece en un embarazo misterioso antes de convivir con José.

Este árbol genealógico nos enseña que Dios no se asusta de las fragilidades humanas. La historia de la salvación no es una línea perfecta de santos intachables, sino un camino donde la gracia se abre paso en medio del barro de nuestra historia. María, nacida sin mancha, es el brote puro que corona esa genealogía herida y la abre hacia la plenitud en Cristo.


4. María, discípula y madre

La Biblia, mira siempre a María en función de su Hijo. Ella no busca protagonismo; su misión es transparentar a Cristo. Su humildad consiste en ponerse al servicio, abrirse a la voluntad de Dios, ser tierra buena donde germina la Palabra.

En este Año Jubilar, María nos enseña lo que significa ser peregrinos de la esperanza: no vivir para nosotros mismos, sino dejarnos habitar por Cristo para ser signos de su amor. Ella es madre de vida, madre de la Iglesia, madre de todos los que lloran a sus difuntos y esperan la resurrección.


5. Orar por los difuntos a la luz de María

Hoy nuestra oración se extiende a todos los fieles difuntos. María, al nacer, abrió un horizonte nuevo para la humanidad: el horizonte de la vida eterna. Su Hijo, nacido de ella, venció a la muerte. Al contemplar su nacimiento, nosotros afirmamos con fe que también nuestros difuntos nacieron a una vida nueva.

Como reza el salmo: “Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho”. Encomendamos a los que han partido, convencidos de que Dios los mira con misericordia, y pedimos que María los acoja como madre, intercediendo para que lleguen a la plenitud de la alegría eterna.


6. Aplicación pastoral: vivir como María

  • Discípulos humildes: dejemos que Cristo sea el centro de nuestra vida, como lo fue en María.
  • Testigos silenciosos: no se trata de grandes discursos, sino de vidas que transparenten a Jesús.
  • Orantes confiados: como María, sepamos guardar y meditar en el corazón los signos de Dios.
  • Peregrinos jubilares: caminar con esperanza, convencidos de que la historia —aun con sus heridas— está en manos de Dios.

7. Conclusión: María, aurora de esperanza

Queridos hermanos, celebrar el nacimiento de María es celebrar que la esperanza nunca muere. Así como ella fue la aurora que anunció al Sol naciente, también nuestra fe proclama que la vida de nuestros difuntos no termina, sino que se transforma en Cristo resucitado.

Pidamos que María, Madre de la Vida, nos acompañe en este camino jubilar y nos ayude a ser, como ella, testigos humildes y servidores de la esperanza que no defrauda. Amén.

 

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1. Introducción: el nacimiento de una promesa

Queridos hermanos y hermanas, la fiesta que hoy celebramos es como abrir una ventana al amanecer. La Natividad de María es ese primer resplandor que anuncia el sol pleno que es Cristo. De María no sabemos mucho, ni de su infancia ni de sus padres, pero su nacimiento es proclamado como signo de esperanza: ella es la mujer destinada a engendrar al Mesías, la portadora de la promesa.

En este Año Jubilar, donde caminamos como peregrinos de la esperanza, contemplar el nacimiento de María nos ayuda a creer que las promesas de Dios no fallan, aunque tarden, aunque pasen generaciones enteras. Hoy también recordamos a nuestros difuntos: en medio del dolor, su pascua es semilla de esperanza, porque si María fue aurora de Cristo, también nuestros seres queridos participan de esa luz eterna.


2. El destino de una ciudad y la esperanza mesiánica

Miqueas anuncia que de Belén de Efrata, la más pequeña de las aldeas de Judá, nacerá el Pastor que apacentará a su pueblo. Es un texto lleno de paradojas: lo grande viene de lo pequeño, la salvación de lo humilde, la esperanza del rincón olvidado.

Al unir este anuncio con el nacimiento de María, comprendemos que en los planes de Dios nada es casualidad. El designio divino va tejiendo su obra a través de lugares insignificantes y personas sencillas. Belén significa casa del pan: allí nacerá Cristo, el Pan de Vida. Y de María, nacida en el silencio y en lo oculto, vendrá Aquel que es la Palabra que da sentido a la historia.


3. La genealogía: una promesa que se hace carne

El Evangelio de Mateo nos ofrece la genealogía de Jesús: un entramado de generaciones, nombres célebres y también historias dolorosas. Allí están Abraham, padre de la fe; David, el rey elegido; y al mismo tiempo mujeres extranjeras y situaciones de pecado.

La promesa mesiánica no se cumplió en un mundo perfecto, sino en una historia marcada por fragilidades. Es en medio de esas luces y sombras donde Dios hace germinar la esperanza. Mateo subraya algo esencial: esa promesa toma carne por obra del Espíritu Santo. María es la tierra fecunda, virgen y madre, donde el Espíritu hace posible lo imposible.


4. María, discípula y madre de la promesa

El nacimiento de María no se entiende sin su vocación: ser madre del Hijo de Dios. Su vida entera apunta a Cristo. El Evangelio no se detiene en sus cualidades personales, porque su misión es transparentar la grandeza de su Hijo.

Ella nos enseña que nuestra vida también tiene sentido en la medida en que somos portadores de Cristo. Como María, estamos llamados a dejarnos habitar por el Espíritu, a ser discípulos disponibles, a vivir para los demás. María es promesa cumplida, pero también madre que nos abre a la esperanza de lo que está por venir.


5. Oración por los difuntos a la luz de María

Hoy dirigimos nuestra oración por los hermanos difuntos. La fiesta de la Natividad de María nos recuerda que cada nacimiento es una promesa de vida y de eternidad. En su nacimiento celebramos que Dios no abandona a su pueblo, sino que cumple su palabra.

Así también creemos que quienes han partido no quedan en el olvido, sino que entran en la plenitud de esa promesa hecha carne en Cristo. María, madre de la vida, acoge a nuestros difuntos y nos anima a mantener viva la esperanza de la resurrección.


6. Aplicación pastoral: vivir como hijos de la promesa

·        Discípulos de esperanza: en un mundo que muchas veces se encierra en el pesimismo, seamos testigos de que Dios sigue cumpliendo su palabra.

·        Abiertos al Espíritu: como María, aprendamos a dejarnos guiar, porque es el Espíritu quien convierte nuestras debilidades en ocasión de gracia.

·        Orantes confiados: presentemos a Dios nuestra historia, con luces y sombras, seguros de que en ella su promesa se hace carne.

·        Peregrinos jubilares: que el nacimiento de María sea para nosotros un llamado a caminar con fe, mirando hacia adelante, confiados en que lo mejor está por venir.


7. Conclusión: la aurora de un mundo nuevo

El nacimiento de María es el amanecer de un mundo nuevo. En ella se cumple la promesa de los profetas; en ella toma carne la esperanza de Israel; en ella se abre para nosotros el camino de la salvación.

Hoy damos gracias porque Dios sigue actuando en lo pequeño, en lo escondido, en lo humilde. Celebrar la Natividad de María es afirmar que la promesa de Dios es más fuerte que la muerte. Y por eso, mientras oramos por nuestros difuntos, repetimos con alegría: “Alégrate, María, porque en ti la esperanza de la humanidad se hizo carne en Cristo nuestro Señor”.

Amén.

 

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1. Introducción: un cumpleaños distinto

Hermanos y hermanas, hoy celebramos uno de los nacimientos más importantes de la historia de la humanidad: el de la Madre de Dios, la Virgen María. Si cada cumpleaños trae alegría a las familias, ¡cuánto más este nacimiento que abrió la puerta a la llegada del Salvador! Solo el nacimiento de Jesús es mayor, pero la aurora siempre anuncia al sol.

María fue concebida sin pecado original: es la criatura nueva, la primera en la historia después de la caída que nació en gracia, preservada del mal por anticipación a los méritos de Cristo. Su vida fue un “sí” constante, una respuesta libre y plena al amor de Dios.

Celebrar hoy su natividad es, en el fondo, celebrar la fidelidad de Dios a sus promesas y la certeza de que su amor llega en el momento justo. En este Año Jubilar, donde somos llamados peregrinos de la esperanza, su nacimiento nos recuerda que Dios sigue creando caminos de vida aun en medio de la muerte, por eso oramos también por nuestros difuntos.


2. El destino de una ciudad y el plan divino

La profecía de Miqueas nos habla de Belén de Efrata, la más pequeña entre las aldeas de Judá, destinada a ser cuna del Pastor de Israel. Dios escoge lo que parece pequeño e insignificante para manifestar su grandeza.

Lo mismo podemos decir de María: su nacimiento no fue rodeado de pompas ni proclamado en plazas públicas. Y, sin embargo, en ella se concretó la esperanza mesiánica de Israel. Ella es “la que debía dar a luz”, la mujer que con su vida y su maternidad encarnaría la promesa de Dios. El Espíritu Santo la cubrió con su sombra, y en ella lo imposible se volvió posible.

Así como Belén significa casa del pan y fue cuna del Pan de Vida, María es la casa viva de Dios, la morada donde la Palabra se hizo carne.


3. La genealogía: la promesa se hace carne en una historia real

El evangelio de Mateo nos presenta la genealogía de Jesús: un largo camino de generaciones, con luces y sombras, con héroes de la fe y también con pecadores. Allí se entrelazan Abraham y David, junto con Tamar, Rahab, Rut y Betsabé. Historias gloriosas y heridas profundas conviven en el mismo árbol familiar.

Y al final de esta genealogía está María, la madre de Jesús. Su nacimiento es distinto: ella llega al mundo como criatura sin mancha, preparada por Dios para ser Madre de su Hijo. Mateo subraya que es “por obra del Espíritu Santo” que la promesa se cumple. La historia humana, con todas sus fragilidades, es atravesada y transformada por la gracia.


4. María, discípula y madre

El evangelio nos muestra también la obediencia confiada de José: “No temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu Santo”. María es madre, pero también discípula; mujer dócil al Espíritu, que supo responder con humildad a cada gracia recibida.

Su cumpleaños en la tierra —y ahora en el cielo— no fue motivo de vanidad, sino de gratitud profunda. Ella vivía de cara a Dios, consciente de que todo lo que era provenía de Él. Así nos enseña que también nosotros, aun en nuestra fragilidad, somos portadores de un don inmenso: la gracia bautismal que nos hace hijos de Dios.


5. Oración por los difuntos a la luz de María

Hoy, al celebrar la Natividad de María, ponemos a nuestros difuntos en su regazo materno. Su nacimiento fue anuncio de vida eterna. La Madre del Viviente nos recuerda que el destino de todo cristiano es participar de la vida plena en Cristo resucitado.

El salmo de hoy dice: “Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho”. Pedimos a María que acompañe a nuestros seres queridos en su tránsito, y que su luz de aurora ilumine también nuestra esperanza. En medio del dolor de la separación, esta fiesta es una proclamación de confianza: Dios cumple sus promesas y la vida vence a la muerte.


6. Aplicación pastoral: vivir como hijos de la gracia

·        Gratitud constante: como María, vivir agradecidos por las gracias recibidas, por pequeñas que sean.

·        Docilidad al Espíritu: abrirnos a lo inesperado, dejarnos guiar aunque no comprendamos todo, como José y María.

·        Conciencia de nuestra dignidad: aunque no seamos inmaculados como ella, recordemos que el bautismo nos transformó para siempre.

·        Peregrinos de esperanza: en este Año Jubilar, vivir como signos de un mundo nuevo, sembrando paz, justicia y reconciliación.


7. Conclusión: la aurora que anuncia al sol

Queridos hermanos, la fiesta de hoy es la celebración de la aurora. María es esa primera luz que anuncia el día pleno de Cristo. Su nacimiento es el recordatorio de que Dios nunca olvida a su pueblo, que su gracia actúa en lo escondido, y que su promesa no falla.

Al desearle “feliz cumpleaños” a nuestra Madre, hagámoslo con un corazón agradecido y esperanzado: agradecidos por el don de su vida y de su maternidad, y esperanzados porque en ella vemos ya cumplido lo que Dios quiere realizar también en nosotros y en nuestros difuntos: vida nueva, vida plena, vida eterna.

Amén.

 


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