Santo del día:
Natividad de la Virgen María
Incluso antes del nacimiento
de Juan el Precursor, el de María, en casa de Ana y Joaquín, es un anuncio de
la Natividad de Jesús, preludio de la Buena Nueva. Por eso la Iglesia nos
invita a celebrarlo con alegría.
Nacimiento de una promesa
(Miqueas 5,1-4a; Mateo
1,1-16.18-23) El Nuevo Testamento no dice nada sobre el
nacimiento de la madre de Jesús ni sobre sus padres. En realidad, ¡sabemos tan
poco de ella! Lo que sí está claro es que la esperanza mesiánica de Israel,
expresada por Miqueas, ya otorgaba un lugar privilegiado a “aquella que debe
dar a luz”, portadora de una inmensa promesa.
Mateo insiste: es por obra del
Espíritu Santo que esta promesa toma carne.
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
Primera lectura
Miq
5, 1-4a
Dé
a luz la que debe dar a luz
Lectura de la profecía de Miqueas.
ESTO dice el Señor:
«Y tú, Belén Efratá,
pequeña entre los clanes de Judá,
de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel;
sus orígenes son de antaño,
de tiempos inmemoriales.
Por eso, los entregará
hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá
junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme, pastoreará
con la fuerza del Señor,
con el dominio del nombre del Señor, su Dios;
se instalarán, ya que el Señor
se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».
Palabra de Dios.
o
bien:
Rom
8, 28-30
Dios
predestinó a los que había conocido de antemano
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
HERMANOS:
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado
conforme a su designio.
Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la
imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos.
Y a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que
justificó, los glorificó.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
12, 6ab. 6c (R.: Is 61, 10a)
R. Desbordo de
gozo con el Señor.
V. Porque yo confío en
tu misericordia:
mi alma gozará con tu salvación. R.
V. Y cantaré al Señor
por el bien que me ha hecho. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Dichosa eres,
santa Virgen María, y muy digna de toda alabanza: porque de ti salió el sol de
justicia, Cristo, nuestro Dios. R.
Evangelio
Mt
1, 1-16. 18-23 (forma larga)
La
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
LIBRO del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus
hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Fares y a Zará, Fares engendró a Esrón,
Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón,
Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de
Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.
David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán,
Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat,
Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán,
Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés,
Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a
sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel
engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín,
Eliaquín engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín
engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán
engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació
Jesús, llamado Cristo.
La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó
que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en
privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un
ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que
hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio
del profeta:
«Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Enmanuel,
que significa “Dios-con-nosotros”».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: celebrar la vida de María
Queridos hermanos y hermanas, hoy la Iglesia entera
se reviste de gozo porque celebramos la Natividad de la Virgen María. No es
simplemente recordar el cumpleaños de una mujer piadosa, sino reconocer en el
nacimiento de María el comienzo visible del cumplimiento de las promesas de
Dios. Ella es la aurora que anuncia el sol, la puerta por la cual el Hijo
eterno entra en la historia humana.
En este Año Jubilar, donde somos llamados peregrinos
de la esperanza, su nacimiento nos recuerda que la esperanza se encarna en
rostros concretos y que, incluso en tiempos de tiniebla y dolor, Dios hace
brotar vida nueva. Por eso, hoy encomendamos de manera especial a nuestros
difuntos, para que participen de la plenitud de esa vida que comenzó a florecer
con María.
2. El destino de una ciudad y el
plan de Dios
La primera lectura (Miqueas 5,1-4a) nos conduce a
Belén de Efrata, “casa del pan”, pequeña entre las aldeas de Judá, pero
destinada a ser cuna del Pastor de Israel. Dios escoge lo pequeño, lo humilde,
lo que no cuenta, para realizar su plan de salvación.
Lo mismo acontece con María: una muchacha de
Nazaret, aldea sin relevancia política ni religiosa, pero destinada a ser la
Madre del Salvador. La lógica de Dios no es la del poder ni la grandeza, sino
la de la pequeñez fecunda. El pueblo que caminaba en tinieblas verá una gran
luz (cf. Is 9,1). Y esa luz empieza a brillar con el nacimiento de María.
3. La genealogía de Jesús: una
historia real, con heridas y esperanza
El Evangelio según san Mateo nos presenta la
genealogía de Jesús. Al escucharla, nos sorprende la mezcla de nombres
gloriosos y de historias rotas. Aparecen Abraham, el padre de la fe; David, el
rey según el corazón de Dios. Pero también mujeres extranjeras y situaciones de
pecado: Tamar, Rahab, Rut, la esposa de Urías. Incluso María, madre de Jesús,
aparece en un embarazo misterioso antes de convivir con José.
Este árbol genealógico nos enseña que Dios no se
asusta de las fragilidades humanas. La historia de la salvación no es una línea
perfecta de santos intachables, sino un camino donde la gracia se abre paso en
medio del barro de nuestra historia. María, nacida sin mancha, es el brote puro
que corona esa genealogía herida y la abre hacia la plenitud en Cristo.
4. María, discípula y madre
La Biblia, mira siempre a María en función de su
Hijo. Ella no busca protagonismo; su misión es transparentar a Cristo. Su
humildad consiste en ponerse al servicio, abrirse a la voluntad de Dios, ser
tierra buena donde germina la Palabra.
En este Año Jubilar, María nos enseña lo que
significa ser peregrinos de la esperanza: no vivir para nosotros mismos,
sino dejarnos habitar por Cristo para ser signos de su amor. Ella es madre de
vida, madre de la Iglesia, madre de todos los que lloran a sus difuntos y
esperan la resurrección.
5. Orar por los difuntos a la luz
de María
Hoy nuestra oración se extiende a todos los fieles
difuntos. María, al nacer, abrió un horizonte nuevo para la humanidad: el
horizonte de la vida eterna. Su Hijo, nacido de ella, venció a la muerte. Al
contemplar su nacimiento, nosotros afirmamos con fe que también nuestros
difuntos nacieron a una vida nueva.
Como reza el salmo: “Cantaré al Señor por el
bien que me ha hecho”. Encomendamos a los que han partido, convencidos de
que Dios los mira con misericordia, y pedimos que María los acoja como madre,
intercediendo para que lleguen a la plenitud de la alegría eterna.
6. Aplicación pastoral: vivir
como María
- Discípulos
humildes:
dejemos que Cristo sea el centro de nuestra vida, como lo fue en María.
- Testigos
silenciosos: no
se trata de grandes discursos, sino de vidas que transparenten a Jesús.
- Orantes
confiados:
como María, sepamos guardar y meditar en el corazón los signos de Dios.
- Peregrinos
jubilares:
caminar con esperanza, convencidos de que la historia —aun con sus
heridas— está en manos de Dios.
7. Conclusión: María, aurora de
esperanza
Queridos hermanos, celebrar el nacimiento de María
es celebrar que la esperanza nunca muere. Así como ella fue la aurora que
anunció al Sol naciente, también nuestra fe proclama que la vida de nuestros
difuntos no termina, sino que se transforma en Cristo resucitado.
Pidamos que María, Madre de la Vida, nos acompañe
en este camino jubilar y nos ayude a ser, como ella, testigos humildes y
servidores de la esperanza que no defrauda. Amén.
2
1. Introducción: el nacimiento de una promesa
Queridos
hermanos y hermanas, la fiesta que hoy celebramos es como abrir una ventana al
amanecer. La Natividad de María es ese primer resplandor que anuncia el sol
pleno que es Cristo. De María no sabemos mucho, ni de su infancia ni de sus
padres, pero su nacimiento es proclamado como signo de esperanza: ella es la
mujer destinada a engendrar al Mesías, la portadora de la promesa.
En
este Año Jubilar, donde caminamos como peregrinos
de la esperanza, contemplar el nacimiento de María nos ayuda a
creer que las promesas de Dios no fallan, aunque tarden, aunque pasen
generaciones enteras. Hoy también recordamos a nuestros difuntos: en medio del
dolor, su pascua es semilla de esperanza, porque si María fue aurora de Cristo,
también nuestros seres queridos participan de esa luz eterna.
2. El destino de una ciudad y la esperanza mesiánica
Miqueas
anuncia que de Belén de Efrata, la más pequeña de las aldeas de Judá, nacerá el
Pastor que apacentará a su pueblo. Es un texto lleno de paradojas: lo grande
viene de lo pequeño, la salvación de lo humilde, la esperanza del rincón
olvidado.
Al
unir este anuncio con el nacimiento de María, comprendemos que en los planes de
Dios nada es casualidad. El designio divino va tejiendo su obra a través de
lugares insignificantes y personas sencillas. Belén significa casa del pan: allí nacerá
Cristo, el Pan de Vida. Y de María, nacida en el silencio y en lo oculto,
vendrá Aquel que es la Palabra que da sentido a la historia.
3. La genealogía: una promesa que se hace carne
El
Evangelio de Mateo nos ofrece la genealogía de Jesús: un entramado de
generaciones, nombres célebres y también historias dolorosas. Allí están
Abraham, padre de la fe; David, el rey elegido; y al mismo tiempo mujeres
extranjeras y situaciones de pecado.
La
promesa mesiánica no se cumplió en un mundo perfecto, sino en una historia
marcada por fragilidades. Es en medio de esas luces y sombras donde Dios hace
germinar la esperanza. Mateo subraya algo esencial: esa promesa toma carne por
obra del Espíritu Santo. María es la tierra fecunda, virgen y madre, donde el
Espíritu hace posible lo imposible.
4. María, discípula y madre de la promesa
El
nacimiento de María no se entiende sin su vocación: ser madre del Hijo de Dios.
Su vida entera apunta a Cristo. El Evangelio no se detiene en sus cualidades
personales, porque su misión es transparentar la grandeza de su Hijo.
Ella
nos enseña que nuestra vida también tiene sentido en la medida en que somos
portadores de Cristo. Como María, estamos llamados a dejarnos habitar por el
Espíritu, a ser discípulos disponibles, a vivir para los demás. María es
promesa cumplida, pero también madre que nos abre a la esperanza de lo que está
por venir.
5. Oración por los difuntos a la luz de María
Hoy
dirigimos nuestra oración por los hermanos difuntos. La fiesta de la Natividad
de María nos recuerda que cada nacimiento es una promesa de vida y de
eternidad. En su nacimiento celebramos que Dios no abandona a su pueblo, sino
que cumple su palabra.
Así
también creemos que quienes han partido no quedan en el olvido, sino que entran
en la plenitud de esa promesa hecha carne en Cristo. María, madre de la vida,
acoge a nuestros difuntos y nos anima a mantener viva la esperanza de la
resurrección.
6. Aplicación pastoral: vivir como hijos de la
promesa
·
Discípulos de esperanza: en un mundo que muchas
veces se encierra en el pesimismo, seamos testigos de que Dios sigue cumpliendo
su palabra.
·
Abiertos al Espíritu: como María, aprendamos
a dejarnos guiar, porque es el Espíritu quien convierte nuestras debilidades en
ocasión de gracia.
·
Orantes confiados: presentemos a Dios
nuestra historia, con luces y sombras, seguros de que en ella su promesa se
hace carne.
·
Peregrinos jubilares: que el nacimiento de
María sea para nosotros un llamado a caminar con fe, mirando hacia adelante,
confiados en que lo mejor está por venir.
7. Conclusión: la aurora de un mundo nuevo
El
nacimiento de María es el amanecer de un mundo nuevo. En ella se cumple la
promesa de los profetas; en ella toma carne la esperanza de Israel; en ella se
abre para nosotros el camino de la salvación.
Hoy
damos gracias porque Dios sigue actuando en lo pequeño, en lo escondido, en lo
humilde. Celebrar la Natividad de María es afirmar que la promesa de Dios es
más fuerte que la muerte. Y por eso, mientras oramos por nuestros difuntos,
repetimos con alegría: “Alégrate, María, porque en ti la esperanza de la humanidad
se hizo carne en Cristo nuestro Señor”.
Amén.
3
1.
Introducción: un cumpleaños distinto
Hermanos
y hermanas, hoy celebramos uno de los nacimientos más importantes de la
historia de la humanidad: el de la Madre de Dios, la Virgen María. Si cada
cumpleaños trae alegría a las familias, ¡cuánto más este nacimiento que abrió
la puerta a la llegada del Salvador! Solo el nacimiento de Jesús es mayor, pero
la aurora siempre anuncia al sol.
María
fue concebida sin pecado original: es la criatura nueva, la primera en la
historia después de la caída que nació en gracia, preservada del mal por
anticipación a los méritos de Cristo. Su vida fue un “sí” constante, una
respuesta libre y plena al amor de Dios.
Celebrar
hoy su natividad es, en el fondo, celebrar la fidelidad de Dios a sus promesas
y la certeza de que su amor llega en el momento justo. En este Año Jubilar,
donde somos llamados peregrinos
de la esperanza, su nacimiento nos recuerda que Dios sigue creando
caminos de vida aun en medio de la muerte, por eso oramos también por nuestros
difuntos.
2. El destino de una ciudad y el plan divino
La
profecía de Miqueas nos habla de Belén de Efrata, la más pequeña entre las
aldeas de Judá, destinada a ser cuna del Pastor de Israel. Dios escoge lo que
parece pequeño e insignificante para manifestar su grandeza.
Lo
mismo podemos decir de María: su nacimiento no fue rodeado de pompas ni
proclamado en plazas públicas. Y, sin embargo, en ella se concretó la esperanza
mesiánica de Israel. Ella es “la que debía dar a luz”, la mujer que con su vida
y su maternidad encarnaría la promesa de Dios. El Espíritu Santo la cubrió con
su sombra, y en ella lo imposible se volvió posible.
Así
como Belén significa casa del
pan y fue cuna del Pan de Vida, María es la casa viva de Dios, la
morada donde la Palabra se hizo carne.
3. La genealogía: la promesa se hace carne en
una historia real
El
evangelio de Mateo nos presenta la genealogía de Jesús: un largo camino de
generaciones, con luces y sombras, con héroes de la fe y también con pecadores.
Allí se entrelazan Abraham y David, junto con Tamar, Rahab, Rut y Betsabé.
Historias gloriosas y heridas profundas conviven en el mismo árbol familiar.
Y
al final de esta genealogía está María, la madre de Jesús. Su nacimiento es
distinto: ella llega al mundo como criatura sin mancha, preparada por Dios para
ser Madre de su Hijo. Mateo subraya que es “por obra del Espíritu Santo” que la
promesa se cumple. La historia humana, con todas sus fragilidades, es
atravesada y transformada por la gracia.
4. María, discípula y madre
El
evangelio nos muestra también la obediencia confiada de José: “No temas recibir
a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu
Santo”. María es madre, pero también discípula; mujer dócil al Espíritu, que
supo responder con humildad a cada gracia recibida.
Su
cumpleaños en la tierra —y ahora en el cielo— no fue motivo de vanidad, sino de
gratitud profunda. Ella vivía de cara a Dios, consciente de que todo lo que era
provenía de Él. Así nos enseña que también nosotros, aun en nuestra fragilidad,
somos portadores de un don inmenso: la gracia bautismal que nos hace hijos de
Dios.
5. Oración por los difuntos a la luz de María
Hoy,
al celebrar la Natividad de María, ponemos a nuestros difuntos en su regazo
materno. Su nacimiento fue anuncio de vida eterna. La Madre del Viviente nos
recuerda que el destino de todo cristiano es participar de la vida plena en
Cristo resucitado.
El
salmo de hoy dice: “Cantaré al
Señor por el bien que me ha hecho”. Pedimos a María que acompañe a
nuestros seres queridos en su tránsito, y que su luz de aurora ilumine también
nuestra esperanza. En medio del dolor de la separación, esta fiesta es una
proclamación de confianza: Dios cumple sus promesas y la vida vence a la
muerte.
6. Aplicación pastoral: vivir como hijos de la
gracia
·
Gratitud constante: como María, vivir
agradecidos por las gracias recibidas, por pequeñas que sean.
·
Docilidad al Espíritu: abrirnos a lo
inesperado, dejarnos guiar aunque no comprendamos todo, como José y María.
·
Conciencia de nuestra dignidad: aunque no seamos
inmaculados como ella, recordemos que el bautismo nos transformó para siempre.
·
Peregrinos de esperanza: en este Año Jubilar,
vivir como signos de un mundo nuevo, sembrando paz, justicia y reconciliación.
7. Conclusión: la aurora que anuncia al sol
Queridos
hermanos, la fiesta de hoy es la celebración de la aurora. María es esa primera
luz que anuncia el día pleno de Cristo. Su nacimiento es el recordatorio de que
Dios nunca olvida a su pueblo, que su gracia actúa en lo escondido, y que su
promesa no falla.
Al
desearle “feliz cumpleaños” a nuestra Madre, hagámoslo con un corazón
agradecido y esperanzado: agradecidos por el don de su vida y de su maternidad,
y esperanzados porque en ella vemos ya cumplido lo que Dios quiere realizar
también en nosotros y en nuestros difuntos: vida nueva, vida plena, vida
eterna.
Amén.
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