Santísimo Nombre de María ✨
Hoy celebramos con gozo
la memoria del Santísimo Nombre de María, nombre lleno de
dulzura, refugio para los pecadores y esperanza para los afligidos. Invocar a
María es acoger en nuestro corazón a la Madre que siempre conduce hacia Cristo.
San Bernardino de Siena
decía: “El
Nombre de María es alegría para el corazón, miel para la boca y melodía para el
oído”.
Que al pronunciarlo en este día jubilar, se aviven en nosotros la confianza
filial, el deseo de conversión y la intercesión por los enfermos en cuerpo y
alma.
El buen guía
(1 Timoteo 1,1-2.12-14; Lucas 6,39-42) Los textos de este día
cuestionan nuestras relaciones de aprendizaje. Para no extraviarnos, elijamos
bien a nuestros guías. Para no quedar desacreditados, preguntémonos si nuestro
deseo de guiar a otros no es, en realidad, una manera de huir de lo que en
nosotros está desajustado. El maestro ejemplar, aquí, es Pablo, que admite
humildemente a Timoteo su pasado turbio para poner de relieve la fuerza de
Cristo en su vida.
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
Primera lectura
1Tm
1,1-2.12-14
Antes
era un blasfemo, pero Dios tuvo compasión de mí
Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
PABLO, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios, Salvador nuestro, y de
Cristo Jesús, esperanza nuestra, a Timoteo, verdadero hijo en la fe: gracia,
misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fio de mí y me
confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un
insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues
estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en
mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
16(15),1-2a y 5. 7-8.11 (R. cf. 5a)
R. Tú eres, Señor, el
lote de mi heredad.
V. Protégeme, Dios mío,
que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R.
V. Bendeciré al Señor
que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R.
V. Me enseñarás el
sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Tu palabra, Señor, es
verdad; santifícanos en la verdad. V.
Evangelio
Lc
6,39-42
¿Acaso
puede un ciego guiar a otro ciego?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje,
será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la
viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame
que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo?
¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar
la mota del ojo de tu hermano».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: la fuerza del Nombre y el Jubileo
como camino de misericordia
Queridos
hermanos, hoy la liturgia nos regala un tejido precioso de Palabra y memoria:
- El testimonio de san Pablo
que proclama: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,
y el primero de ellos soy yo” (1 Tim 1,15).
- El salmo que se levanta como
un grito confiado: “Señor, escucha mi apelación, atiende a mi clamor…
Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”
(Sal 16).
- Y el Evangelio que nos
recuerda: “¿Cómo puedes mirar la mota en el ojo de tu hermano si no
adviertes la viga en el tuyo?” (Lc 6,41).
Todo esto
lo vivimos en el marco del Año Jubilar, donde se nos llama a ser peregrinos
de la esperanza. Y lo celebramos además en la memoria del Santísimo
Nombre de María, ese Nombre bendito que es consuelo en la fragilidad y
refugio en el dolor.
2. San Pablo: humildad que abre al perdón
La
primera lectura nos pone frente al corazón del Evangelio: Cristo vino al
mundo para salvar a los pecadores. San Pablo no habla de manera teórica:
reconoce con humildad que él mismo es el primero de los pecadores.
Esto nos
enseña dos cosas:
1.
La fe
comienza no en la perfección, sino en el reconocimiento humilde de nuestra
fragilidad.
2.
La
misericordia de Dios es más grande que todo pecado, más fuerte que cualquier
caída.
El
Jubileo que vivimos nos invita precisamente a esto: a experimentar la
misericordia de Dios que se desborda, que no se cansa de perdonar, que
transforma nuestra historia cuando nos abrimos a su gracia.
3. El salmo: un clamor de confianza en medio de la
fragilidad
El salmo
responsorial de hoy es una joya de la oración creyente. El salmista,
sintiéndose pequeño y vulnerable, ora así: “Guárdame como a la niña de tus
ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”.
¡Qué
ternura encierra esta imagen! Dios nos mira como quien protege lo más delicado
de sus ojos. Dios nos acoge bajo sus alas, como la gallina que cubre a sus
polluelos.
Este
salmo ilumina nuestra súplica por los enfermos en cuerpo y alma. Ellos
son esa “niña de los ojos” de Dios, aquellos que Él cuida con amor especial. Y
nosotros, al orar por ellos, los colocamos bajo la sombra de sus alas, en el
lugar donde hay descanso, fortaleza y esperanza.
Aquí se
une lo penitencial y lo sanador: reconocer nuestra pequeñez y, desde ella,
confiar en que el Señor nos guarda y nos libra de todo mal.
4. El Evangelio: la viga y la mota
El
Evangelio nos sitúa frente a la necesidad de la autocrítica y de la conversión:
“¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿Cómo puedes mirar la mota en el ojo de
tu hermano si no adviertes la viga en el tuyo?”.
Jesús no
condena nuestra preocupación por el hermano, pero nos pide empezar por nosotros
mismos. Antes de señalar los defectos de los demás, estamos llamados a dejar
que la luz de Cristo ilumine nuestras propias cegueras.
En clave
jubilar, esto significa reconocer que todos somos peregrinos heridos,
necesitados de guía. No podemos caminar solos, ni pretender salvar por nuestras
fuerzas. Necesitamos dejarnos conducir por Cristo, luz que abre los ojos,
médico que cura las cegueras del alma.
5. El Nombre de María: refugio y esperanza
Hoy,
además, celebramos la memoria del Santísimo Nombre de María. ¡Qué bello
recordar que su Nombre es refugio seguro para los pecadores, esperanza para los
enfermos, ternura para los cansados!
San
Bernardo decía que pronunciar el Nombre de María es como encender una luz en la
oscuridad, como sentir dulzura en los labios y melodía en los oídos. María nos
enseña la humildad de Pablo, la confianza del salmista y la claridad del
Evangelio. Ella nos invita a mirarnos primero por dentro, a dejarnos sanar por
Dios y, desde ahí, a tender la mano a los hermanos.
Hoy
ponemos en su Nombre bendito a todos los enfermos de nuestra comunidad, a
quienes sufren soledad, dolor, angustia. Que María los cubra con su manto y los
acerque a Jesús, médico del cuerpo y del alma.
6. Aplicación pastoral: vivir penitencia y
misericordia en clave jubilar
Queridos
hermanos, la Palabra de hoy nos propone tres caminos muy concretos:
1.
Humildad penitencial: reconocer nuestra fragilidad y abrirnos al perdón de Cristo, como lo
hizo san Pablo.
2.
Oración confiada por los enfermos: como el salmista, pedir que Dios nos guarde como
a la niña de sus ojos y que cubra con su misericordia a los que sufren en cuerpo
y espíritu.
3.
Invocar el Nombre de María: acudir a ella como refugio en la debilidad, como
Madre que siempre intercede, como estrella que nos guía en el camino de la
esperanza.
En este
Año Jubilar, seamos discípulos que no juzgan sino que sanan, que no condenan
sino que acompañan, que no se quedan en la ceguera sino que se dejan iluminar
por la luz de Cristo.
7. Conclusión orante
Señor
Jesús, hoy confesamos contigo y como san Pablo que somos pecadores necesitados
de tu gracia.
Con el salmista repetimos: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a
la sombra de tus alas”.
Mira a los enfermos de cuerpo y alma, acógelos en tu misericordia y dales
consuelo.
Y tú,
María, cuyo Nombre invocamos hoy con amor y confianza, acompáñanos en nuestro
camino jubilar.
Haz que sepamos mirar primero nuestras propias cegueras, aprender de tu Hijo la
misericordia y ser testigos de esperanza en medio del mundo.
Amén.
2
Tema central: “Cristo, único Maestro: llamados a dejarnos
guiar, reconocer nuestras fragilidades y acoger la misericordia de Dios bajo el
Nombre bendito de María”
1. Introducción: el arte de guiar
y dejarnos guiar
Queridos hermanos, en este Año Jubilar
Peregrinos de la Esperanza, la Palabra de Dios hoy nos invita a reflexionar
sobre un aspecto esencial en la vida cristiana: el arte de guiar y dejarnos
guiar. Todos, de alguna manera, buscamos orientaciones y también, en algún
momento, orientamos a otros. El problema surge cuando el guía está ciego o
cuando quien orienta no se ha dejado primero sanar por Cristo.
El comentario que hemos escuchado nos recuerda algo
vital: no basta con querer enseñar; necesitamos primero aprender. No basta con
querer corregir; necesitamos antes reconocer lo que en nosotros está desajustado.
2. San Pablo: un guía herido,
transformado por Cristo
La primera lectura de la carta a Timoteo es un
testimonio sincero de san Pablo: él no oculta su pasado, sino que lo confiesa.
Reconoce que fue perseguidor, blasfemo, violento. Pero inmediatamente añade: “Cristo
Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo”
(1 Tim 1,15).
Pablo no se presenta como maestro perfecto, sino
como pecador alcanzado por la misericordia. Y justamente allí radica su
autoridad: no en sus méritos, sino en la experiencia de la gracia.
En clave penitencial, esto nos recuerda que solo
puede guiar bien quien primero se deja guiar por Cristo; solo puede sanar
al hermano quien primero se reconoce enfermo y ha recibido la medicina del
perdón.
3. El salmo: confiar bajo las
alas de Dios
El salmo de hoy es un clamor que nace de la
debilidad: “Señor, escucha mi apelación, atiende a mi clamor… Guárdame como
a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas” (Sal 16).
El salmista no se apoya en sus propias fuerzas,
sino en la ternura de Dios que protege como a un hijo frágil. Y aquí
encontramos luz para nuestra intención orante: quienes sufren en el cuerpo o en
el alma necesitan descubrir que Dios los mira como a la niña de sus ojos
y los cobija bajo la sombra de sus alas.
En este Jubileo, la Iglesia está llamada a ser esa
sombra de las alas de Dios para los enfermos y los heridos: lugar de acogida,
de consuelo, de esperanza.
4. El Evangelio: la viga y la
mota
Jesús nos dice en el Evangelio: “¿Puede un ciego
guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” (Lc 6,39). Y añade: “¿Cómo
miras la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que llevas en el
tuyo?” (Lc 6,41).
El Señor denuncia esa actitud tan frecuente en
nosotros: ver las faltas del otro y olvidar las nuestras. Ser rápidos para
señalar, pero lentos para corregirnos. Esa actitud es, en el fondo, una
enfermedad del alma que genera juicios, divisiones y heridas.
Cristo nos propone otra lógica: mirarnos primero
por dentro, dejarnos iluminar y sanar por su gracia, para luego poder ayudar
verdaderamente al hermano. El discípulo no es más que su Maestro: si
queremos ser guías, primero debemos sentarnos a los pies de Jesús, el único
Maestro verdadero.
5. El Nombre de María: luz y
consuelo en el camino
En esta memoria celebramos el Santísimo Nombre
de María. Este Nombre bendito es escuela de humildad y refugio de
misericordia. Decir “María” es invocar a la Madre que se hizo servidora, la
discípula que se dejó guiar enteramente por Dios, la mujer que guardaba todo en
su corazón.
San Bernardino de Siena decía: “El Nombre de
María es alegría para el corazón, miel para los labios, melodía para el oído”.
Cuando pronunciamos su Nombre, nos sentimos amparados. Cuando estamos en
tinieblas, ella nos guía hacia Cristo, la Luz verdadera.
En este día, al invocar su Nombre, pongamos bajo su
intercesión a todos los enfermos, a los que sufren en el cuerpo y en el
espíritu, a quienes cargan con culpas o heridas profundas. Que María, Madre de
Misericordia, los acerque al Corazón de su Hijo.
6. Aplicación pastoral en clave
jubilar
Queridos hermanos, la Palabra de hoy nos señala
tres caminos concretos para vivir como peregrinos de la esperanza:
1. Dejar que Cristo nos guíe. Reconocer que solos estamos
ciegos, y que solo en Él encontramos luz y dirección.
2. Vivir la humildad penitencial. Antes de juzgar al otro,
mirarnos a nosotros mismos, reconocer nuestras cegueras y ponerlas en manos de
Dios.
3. Invocar el Nombre de María. Confiar en su intercesión
materna, dejarnos conducir por ella hacia Cristo y aprender de su humildad y
obediencia.
7. Conclusión orante
Señor Jesús, único Maestro, hoy confesamos que
somos pecadores y que muchas veces somos ciegos que quieren guiar a otros.
Ilumina nuestras tinieblas, sana nuestras heridas, enséñanos a mirar con
compasión y a vivir en la verdad de tu Evangelio.
Con el salmista te decimos: “Guárdame como a la
niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”.
Mira con ternura a los enfermos en cuerpo y alma, a quienes hoy te presentamos
con fe.
Y tú, Santísima Virgen María, cuyo Nombre invocamos
con amor, guía nuestros pasos, acompáñanos en nuestras luchas y condúcenos
siempre hacia tu Hijo, fuente de misericordia y esperanza.
Amén.
3
Tema central: “Ver con los ojos de Dios: humildad,
misericordia y el Nombre bendito de María”
1. Introducción: mirar con los
ojos del corazón
Queridos hermanos, la Palabra de Dios de este día
nos coloca frente a una pregunta decisiva: ¿con qué ojos estamos mirando
nuestra vida, la de los demás y la historia? El Evangelio nos habla del peligro
de fijarnos en la astilla del ojo del hermano mientras ignoramos la viga
en el nuestro (Lc 6,41). San Pablo confiesa con humildad que él fue pecador
y perseguido, pero alcanzado por la misericordia de Cristo (1 Tim 1,15-17). Y
el salmista clama: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la
sombra de tus alas” (Sal 16).
En el Año Jubilar de la Esperanza, esta
Palabra resuena como un llamado a la humildad, al autoconocimiento y a la
misericordia. Y en la memoria del Santísimo Nombre de María, aprendemos
de ella a mirar con ojos limpios y confiados, como discípulos que se dejan
conducir por Dios.
2. El testimonio de San Pablo: de
perseguidor a testigo de la misericordia
San Pablo no oculta su pasado: fue blasfemo,
perseguidor y violento. Sin embargo, reconoce que la gracia de Cristo se
derramó en él abundantemente. Por eso proclama: “Cristo Jesús vino al mundo
para salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo”.
Aquí encontramos el secreto de un buen guía
espiritual: no es aquel que nunca se equivoca, sino aquel que reconoce sus
caídas y se deja levantar por Cristo. La autoridad de Pablo no nace de su
perfección, sino de su experiencia de la misericordia.
Esto es un llamado a la penitencia: no
podemos guiar a otros si no hemos dejado que el Señor ilumine nuestras sombras.
En este Jubileo, todos estamos invitados a abrirnos a la misericordia que
transforma la culpa en misión.
3. El Evangelio: la viga y la
mota
Jesús nos advierte: “¿Puede un ciego guiar a
otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. Esta parábola es más actual
que nunca: vivimos en un tiempo donde abundan las críticas y juicios, pero
escasea la autocrítica y el examen personal.
Santa Teresa de Ávila, en su obra Las Moradas,
enseñaba que el primer paso en el camino de santidad es el autoconocimiento.
Sin autoconocimiento no hay humildad, y sin humildad no hay verdadera santidad.
El Evangelio nos invita hoy a un ejercicio de
sinceridad: ¿qué vigas llevo en mis ojos? ¿Qué cegueras espirituales me impiden
ver con claridad? Solo cuando dejo que la luz de Cristo me muestre la verdad de
mí mismo, puedo mirar a los demás con misericordia y no con condena.
4. El salmo: confianza del que se
sabe frágil
El salmista pone en labios de todos nosotros una
súplica llena de ternura: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a
la sombra de tus alas”.
Aquí descubrimos que, aunque somos frágiles y cargamos con nuestras vigas, Dios
nos mira con amor infinito. Somos preciosos a sus ojos, como la niña de sus
ojos.
Este salmo se convierte en oración especial por los
enfermos en cuerpo y alma, por los que sufren soledad, depresión, dolor
físico o heridas espirituales. Ellos son “la niña de los ojos” de Dios y deben
ser también la niña de los ojos de la Iglesia. En el Año Jubilar, estamos
llamados a ser sombra de las alas de Dios para ellos, llevándoles cuidado,
ternura y esperanza.
5. Ver con los ojos de Dios:
misericordia
El evangelio de hoy nos recuerda: el mejor modo
de conocernos es mirar a Jesús. Cuando lo contemplamos en su belleza y
santidad, comprendemos también quiénes somos nosotros y cómo debemos ver a los
demás.
Cristo no mira con dureza, sino con misericordia
perpetua. Sí, al final de nuestra vida nos encontraremos con su juicio,
pero mientras peregrinamos en este mundo, Él nos mira siempre con amor,
paciencia y compasión.
Por eso, nuestra misión diaria como discípulos es
aprender a mirar a todos con esos mismos ojos de misericordia. El Jubileo nos
invita a entrenar la mirada: pasar de la crítica al perdón, del juicio a la
compasión, del resentimiento a la esperanza.
6. El Nombre de María: pureza de
mirada y ternura de Madre
Hoy, en la memoria del Santísimo Nombre de María,
encontramos la clave de esta enseñanza. María es la mujer de la mirada limpia,
la discípula que nunca se puso por encima de nadie, sino que guardaba todo en
su corazón.
Invocar su Nombre es pedirle que nos enseñe a mirar
como ella: con humildad, con confianza, con ternura. Ella es Madre de los
enfermos, Madre de los que sufren, Madre de los pecadores que buscan
conversión. Bajo su Nombre bendito, todos encontramos refugio.
Como decía san Bernardo: “Al pronunciar el
Nombre de María, se disipan las tinieblas y renace la esperanza”. En este
día, confiemos a su intercesión a quienes sufren en el cuerpo y en el alma, y
pidamos la gracia de aprender a mirarnos y mirar a los demás con misericordia.
7. Aplicación pastoral en clave
jubilar
La Palabra de hoy nos marca tres caminos para vivir
en el Jubileo:
1. Autoconocimiento y humildad. Antes de corregir al hermano,
reconocer nuestras cegueras y ponerlas ante Cristo.
2. Misericordia hacia los que
sufren. Ver a
los enfermos y a los pobres como la niña de los ojos de Dios, y llevarles
consuelo.
3. Invocar el Nombre de María. Que ella nos conduzca a Jesús y
nos enseñe a mirar con sus ojos de madre.
8. Conclusión orante
Señor Jesús, enséñanos a mirarnos con tus ojos de
misericordia, a reconocer nuestras fragilidades y a dejarnos sanar por tu
gracia.
Con el salmista repetimos: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la
sombra de tus alas”.
Mira con ternura a quienes sufren en el cuerpo y en el espíritu, y haznos
portadores de tu compasión.
Y tú, Santísima Virgen María, cuyo Nombre
celebramos con amor, límpianos la mirada, acompáñanos en nuestras luchas y
guíanos siempre hacia tu Hijo, nuestro Salvador.
Amén.
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