jueves, 11 de septiembre de 2025

12 de septiembre del 2025: viernes de la vigésima tercera semana del tiempo ordinario- El Santísimo Nombre de María

Santísimo Nombre de María

Hoy celebramos con gozo la memoria del Santísimo Nombre de María, nombre lleno de dulzura, refugio para los pecadores y esperanza para los afligidos. Invocar a María es acoger en nuestro corazón a la Madre que siempre conduce hacia Cristo.

San Bernardino de Siena decía: “El Nombre de María es alegría para el corazón, miel para la boca y melodía para el oído”.
Que al pronunciarlo en este día jubilar, se aviven en nosotros la confianza filial, el deseo de conversión y la intercesión por los enfermos en cuerpo y alma.

 

 

El buen guía

(1 Timoteo 1,1-2.12-14; Lucas 6,39-42) Los textos de este día cuestionan nuestras relaciones de aprendizaje. Para no extraviarnos, elijamos bien a nuestros guías. Para no quedar desacreditados, preguntémonos si nuestro deseo de guiar a otros no es, en realidad, una manera de huir de lo que en nosotros está desajustado. El maestro ejemplar, aquí, es Pablo, que admite humildemente a Timoteo su pasado turbio para poner de relieve la fuerza de Cristo en su vida.

Jean-Marc Liautaud, Fondacio

 


Primera lectura

1Tm 1,1-2.12-14

Antes era un blasfemo, pero Dios tuvo compasión de mí

Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

PABLO, apóstol de Cristo Jesús por mandato de Dios, Salvador nuestro, y de Cristo Jesús, esperanza nuestra, a Timoteo, verdadero hijo en la fe: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 16(15),1-2a y 5. 7-8.11 (R. cf. 5a) 

R. Tú eres, Señor, el lote de mi heredad.

V. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. 
R.

V. Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
 R.

V. Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Tu palabra, Señor, es verdad; santifícanos en la verdad. V.

 

Evangelio

Lc 6,39-42

¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».

Palabra del Señor.

 

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1. Introducción: la fuerza del Nombre y el Jubileo como camino de misericordia

Queridos hermanos, hoy la liturgia nos regala un tejido precioso de Palabra y memoria:

  • El testimonio de san Pablo que proclama: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo” (1 Tim 1,15).
  • El salmo que se levanta como un grito confiado: “Señor, escucha mi apelación, atiende a mi clamor… Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas” (Sal 16).
  • Y el Evangelio que nos recuerda: “¿Cómo puedes mirar la mota en el ojo de tu hermano si no adviertes la viga en el tuyo?” (Lc 6,41).

Todo esto lo vivimos en el marco del Año Jubilar, donde se nos llama a ser peregrinos de la esperanza. Y lo celebramos además en la memoria del Santísimo Nombre de María, ese Nombre bendito que es consuelo en la fragilidad y refugio en el dolor.


2. San Pablo: humildad que abre al perdón

La primera lectura nos pone frente al corazón del Evangelio: Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores. San Pablo no habla de manera teórica: reconoce con humildad que él mismo es el primero de los pecadores.

Esto nos enseña dos cosas:

1.    La fe comienza no en la perfección, sino en el reconocimiento humilde de nuestra fragilidad.

2.    La misericordia de Dios es más grande que todo pecado, más fuerte que cualquier caída.

El Jubileo que vivimos nos invita precisamente a esto: a experimentar la misericordia de Dios que se desborda, que no se cansa de perdonar, que transforma nuestra historia cuando nos abrimos a su gracia.


3. El salmo: un clamor de confianza en medio de la fragilidad

El salmo responsorial de hoy es una joya de la oración creyente. El salmista, sintiéndose pequeño y vulnerable, ora así: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”.

¡Qué ternura encierra esta imagen! Dios nos mira como quien protege lo más delicado de sus ojos. Dios nos acoge bajo sus alas, como la gallina que cubre a sus polluelos.

Este salmo ilumina nuestra súplica por los enfermos en cuerpo y alma. Ellos son esa “niña de los ojos” de Dios, aquellos que Él cuida con amor especial. Y nosotros, al orar por ellos, los colocamos bajo la sombra de sus alas, en el lugar donde hay descanso, fortaleza y esperanza.

Aquí se une lo penitencial y lo sanador: reconocer nuestra pequeñez y, desde ella, confiar en que el Señor nos guarda y nos libra de todo mal.


4. El Evangelio: la viga y la mota

El Evangelio nos sitúa frente a la necesidad de la autocrítica y de la conversión: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿Cómo puedes mirar la mota en el ojo de tu hermano si no adviertes la viga en el tuyo?”.

Jesús no condena nuestra preocupación por el hermano, pero nos pide empezar por nosotros mismos. Antes de señalar los defectos de los demás, estamos llamados a dejar que la luz de Cristo ilumine nuestras propias cegueras.

En clave jubilar, esto significa reconocer que todos somos peregrinos heridos, necesitados de guía. No podemos caminar solos, ni pretender salvar por nuestras fuerzas. Necesitamos dejarnos conducir por Cristo, luz que abre los ojos, médico que cura las cegueras del alma.


5. El Nombre de María: refugio y esperanza

Hoy, además, celebramos la memoria del Santísimo Nombre de María. ¡Qué bello recordar que su Nombre es refugio seguro para los pecadores, esperanza para los enfermos, ternura para los cansados!

San Bernardo decía que pronunciar el Nombre de María es como encender una luz en la oscuridad, como sentir dulzura en los labios y melodía en los oídos. María nos enseña la humildad de Pablo, la confianza del salmista y la claridad del Evangelio. Ella nos invita a mirarnos primero por dentro, a dejarnos sanar por Dios y, desde ahí, a tender la mano a los hermanos.

Hoy ponemos en su Nombre bendito a todos los enfermos de nuestra comunidad, a quienes sufren soledad, dolor, angustia. Que María los cubra con su manto y los acerque a Jesús, médico del cuerpo y del alma.


6. Aplicación pastoral: vivir penitencia y misericordia en clave jubilar

Queridos hermanos, la Palabra de hoy nos propone tres caminos muy concretos:

1.    Humildad penitencial: reconocer nuestra fragilidad y abrirnos al perdón de Cristo, como lo hizo san Pablo.

2.    Oración confiada por los enfermos: como el salmista, pedir que Dios nos guarde como a la niña de sus ojos y que cubra con su misericordia a los que sufren en cuerpo y espíritu.

3.    Invocar el Nombre de María: acudir a ella como refugio en la debilidad, como Madre que siempre intercede, como estrella que nos guía en el camino de la esperanza.

En este Año Jubilar, seamos discípulos que no juzgan sino que sanan, que no condenan sino que acompañan, que no se quedan en la ceguera sino que se dejan iluminar por la luz de Cristo.


7. Conclusión orante

Señor Jesús, hoy confesamos contigo y como san Pablo que somos pecadores necesitados de tu gracia.
Con el salmista repetimos: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”.
Mira a los enfermos de cuerpo y alma, acógelos en tu misericordia y dales consuelo.

Y tú, María, cuyo Nombre invocamos hoy con amor y confianza, acompáñanos en nuestro camino jubilar.
Haz que sepamos mirar primero nuestras propias cegueras, aprender de tu Hijo la misericordia y ser testigos de esperanza en medio del mundo.

Amén.

 

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Tema central: “Cristo, único Maestro: llamados a dejarnos guiar, reconocer nuestras fragilidades y acoger la misericordia de Dios bajo el Nombre bendito de María”


1. Introducción: el arte de guiar y dejarnos guiar

Queridos hermanos, en este Año Jubilar Peregrinos de la Esperanza, la Palabra de Dios hoy nos invita a reflexionar sobre un aspecto esencial en la vida cristiana: el arte de guiar y dejarnos guiar. Todos, de alguna manera, buscamos orientaciones y también, en algún momento, orientamos a otros. El problema surge cuando el guía está ciego o cuando quien orienta no se ha dejado primero sanar por Cristo.

El comentario que hemos escuchado nos recuerda algo vital: no basta con querer enseñar; necesitamos primero aprender. No basta con querer corregir; necesitamos antes reconocer lo que en nosotros está desajustado.


2. San Pablo: un guía herido, transformado por Cristo

La primera lectura de la carta a Timoteo es un testimonio sincero de san Pablo: él no oculta su pasado, sino que lo confiesa. Reconoce que fue perseguidor, blasfemo, violento. Pero inmediatamente añade: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo” (1 Tim 1,15).

Pablo no se presenta como maestro perfecto, sino como pecador alcanzado por la misericordia. Y justamente allí radica su autoridad: no en sus méritos, sino en la experiencia de la gracia.

En clave penitencial, esto nos recuerda que solo puede guiar bien quien primero se deja guiar por Cristo; solo puede sanar al hermano quien primero se reconoce enfermo y ha recibido la medicina del perdón.


3. El salmo: confiar bajo las alas de Dios

El salmo de hoy es un clamor que nace de la debilidad: “Señor, escucha mi apelación, atiende a mi clamor… Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas” (Sal 16).

El salmista no se apoya en sus propias fuerzas, sino en la ternura de Dios que protege como a un hijo frágil. Y aquí encontramos luz para nuestra intención orante: quienes sufren en el cuerpo o en el alma necesitan descubrir que Dios los mira como a la niña de sus ojos y los cobija bajo la sombra de sus alas.

En este Jubileo, la Iglesia está llamada a ser esa sombra de las alas de Dios para los enfermos y los heridos: lugar de acogida, de consuelo, de esperanza.


4. El Evangelio: la viga y la mota

Jesús nos dice en el Evangelio: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?” (Lc 6,39). Y añade: “¿Cómo miras la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que llevas en el tuyo?” (Lc 6,41).

El Señor denuncia esa actitud tan frecuente en nosotros: ver las faltas del otro y olvidar las nuestras. Ser rápidos para señalar, pero lentos para corregirnos. Esa actitud es, en el fondo, una enfermedad del alma que genera juicios, divisiones y heridas.

Cristo nos propone otra lógica: mirarnos primero por dentro, dejarnos iluminar y sanar por su gracia, para luego poder ayudar verdaderamente al hermano. El discípulo no es más que su Maestro: si queremos ser guías, primero debemos sentarnos a los pies de Jesús, el único Maestro verdadero.


5. El Nombre de María: luz y consuelo en el camino

En esta memoria celebramos el Santísimo Nombre de María. Este Nombre bendito es escuela de humildad y refugio de misericordia. Decir “María” es invocar a la Madre que se hizo servidora, la discípula que se dejó guiar enteramente por Dios, la mujer que guardaba todo en su corazón.

San Bernardino de Siena decía: “El Nombre de María es alegría para el corazón, miel para los labios, melodía para el oído”. Cuando pronunciamos su Nombre, nos sentimos amparados. Cuando estamos en tinieblas, ella nos guía hacia Cristo, la Luz verdadera.

En este día, al invocar su Nombre, pongamos bajo su intercesión a todos los enfermos, a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, a quienes cargan con culpas o heridas profundas. Que María, Madre de Misericordia, los acerque al Corazón de su Hijo.


6. Aplicación pastoral en clave jubilar

Queridos hermanos, la Palabra de hoy nos señala tres caminos concretos para vivir como peregrinos de la esperanza:

1.    Dejar que Cristo nos guíe. Reconocer que solos estamos ciegos, y que solo en Él encontramos luz y dirección.

2.    Vivir la humildad penitencial. Antes de juzgar al otro, mirarnos a nosotros mismos, reconocer nuestras cegueras y ponerlas en manos de Dios.

3.    Invocar el Nombre de María. Confiar en su intercesión materna, dejarnos conducir por ella hacia Cristo y aprender de su humildad y obediencia.


7. Conclusión orante

Señor Jesús, único Maestro, hoy confesamos que somos pecadores y que muchas veces somos ciegos que quieren guiar a otros. Ilumina nuestras tinieblas, sana nuestras heridas, enséñanos a mirar con compasión y a vivir en la verdad de tu Evangelio.

Con el salmista te decimos: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”.
Mira con ternura a los enfermos en cuerpo y alma, a quienes hoy te presentamos con fe.

Y tú, Santísima Virgen María, cuyo Nombre invocamos con amor, guía nuestros pasos, acompáñanos en nuestras luchas y condúcenos siempre hacia tu Hijo, fuente de misericordia y esperanza.

Amén.

 

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Tema central: “Ver con los ojos de Dios: humildad, misericordia y el Nombre bendito de María”


1. Introducción: mirar con los ojos del corazón

Queridos hermanos, la Palabra de Dios de este día nos coloca frente a una pregunta decisiva: ¿con qué ojos estamos mirando nuestra vida, la de los demás y la historia? El Evangelio nos habla del peligro de fijarnos en la astilla del ojo del hermano mientras ignoramos la viga en el nuestro (Lc 6,41). San Pablo confiesa con humildad que él fue pecador y perseguido, pero alcanzado por la misericordia de Cristo (1 Tim 1,15-17). Y el salmista clama: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas” (Sal 16).

En el Año Jubilar de la Esperanza, esta Palabra resuena como un llamado a la humildad, al autoconocimiento y a la misericordia. Y en la memoria del Santísimo Nombre de María, aprendemos de ella a mirar con ojos limpios y confiados, como discípulos que se dejan conducir por Dios.


2. El testimonio de San Pablo: de perseguidor a testigo de la misericordia

San Pablo no oculta su pasado: fue blasfemo, perseguidor y violento. Sin embargo, reconoce que la gracia de Cristo se derramó en él abundantemente. Por eso proclama: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo”.

Aquí encontramos el secreto de un buen guía espiritual: no es aquel que nunca se equivoca, sino aquel que reconoce sus caídas y se deja levantar por Cristo. La autoridad de Pablo no nace de su perfección, sino de su experiencia de la misericordia.

Esto es un llamado a la penitencia: no podemos guiar a otros si no hemos dejado que el Señor ilumine nuestras sombras. En este Jubileo, todos estamos invitados a abrirnos a la misericordia que transforma la culpa en misión.


3. El Evangelio: la viga y la mota

Jesús nos advierte: “¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?”. Esta parábola es más actual que nunca: vivimos en un tiempo donde abundan las críticas y juicios, pero escasea la autocrítica y el examen personal.

Santa Teresa de Ávila, en su obra Las Moradas, enseñaba que el primer paso en el camino de santidad es el autoconocimiento. Sin autoconocimiento no hay humildad, y sin humildad no hay verdadera santidad.

El Evangelio nos invita hoy a un ejercicio de sinceridad: ¿qué vigas llevo en mis ojos? ¿Qué cegueras espirituales me impiden ver con claridad? Solo cuando dejo que la luz de Cristo me muestre la verdad de mí mismo, puedo mirar a los demás con misericordia y no con condena.


4. El salmo: confianza del que se sabe frágil

El salmista pone en labios de todos nosotros una súplica llena de ternura: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”.
Aquí descubrimos que, aunque somos frágiles y cargamos con nuestras vigas, Dios nos mira con amor infinito. Somos preciosos a sus ojos, como la niña de sus ojos.

Este salmo se convierte en oración especial por los enfermos en cuerpo y alma, por los que sufren soledad, depresión, dolor físico o heridas espirituales. Ellos son “la niña de los ojos” de Dios y deben ser también la niña de los ojos de la Iglesia. En el Año Jubilar, estamos llamados a ser sombra de las alas de Dios para ellos, llevándoles cuidado, ternura y esperanza.


5. Ver con los ojos de Dios: misericordia

El evangelio de hoy nos recuerda: el mejor modo de conocernos es mirar a Jesús. Cuando lo contemplamos en su belleza y santidad, comprendemos también quiénes somos nosotros y cómo debemos ver a los demás.

Cristo no mira con dureza, sino con misericordia perpetua. Sí, al final de nuestra vida nos encontraremos con su juicio, pero mientras peregrinamos en este mundo, Él nos mira siempre con amor, paciencia y compasión.

Por eso, nuestra misión diaria como discípulos es aprender a mirar a todos con esos mismos ojos de misericordia. El Jubileo nos invita a entrenar la mirada: pasar de la crítica al perdón, del juicio a la compasión, del resentimiento a la esperanza.


6. El Nombre de María: pureza de mirada y ternura de Madre

Hoy, en la memoria del Santísimo Nombre de María, encontramos la clave de esta enseñanza. María es la mujer de la mirada limpia, la discípula que nunca se puso por encima de nadie, sino que guardaba todo en su corazón.

Invocar su Nombre es pedirle que nos enseñe a mirar como ella: con humildad, con confianza, con ternura. Ella es Madre de los enfermos, Madre de los que sufren, Madre de los pecadores que buscan conversión. Bajo su Nombre bendito, todos encontramos refugio.

Como decía san Bernardo: “Al pronunciar el Nombre de María, se disipan las tinieblas y renace la esperanza”. En este día, confiemos a su intercesión a quienes sufren en el cuerpo y en el alma, y pidamos la gracia de aprender a mirarnos y mirar a los demás con misericordia.


7. Aplicación pastoral en clave jubilar

La Palabra de hoy nos marca tres caminos para vivir en el Jubileo:

1.    Autoconocimiento y humildad. Antes de corregir al hermano, reconocer nuestras cegueras y ponerlas ante Cristo.

2.    Misericordia hacia los que sufren. Ver a los enfermos y a los pobres como la niña de los ojos de Dios, y llevarles consuelo.

3.    Invocar el Nombre de María. Que ella nos conduzca a Jesús y nos enseñe a mirar con sus ojos de madre.


8. Conclusión orante

Señor Jesús, enséñanos a mirarnos con tus ojos de misericordia, a reconocer nuestras fragilidades y a dejarnos sanar por tu gracia.
Con el salmista repetimos: “Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme a la sombra de tus alas”.
Mira con ternura a quienes sufren en el cuerpo y en el espíritu, y haznos portadores de tu compasión.

Y tú, Santísima Virgen María, cuyo Nombre celebramos con amor, límpianos la mirada, acompáñanos en nuestras luchas y guíanos siempre hacia tu Hijo, nuestro Salvador.

Amén.

 

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