viernes, 12 de septiembre de 2025

13 de septiembre del 2025: sábado de la vigésima tercera semana del tiempo ordinario-I- Memoria de San Juan Crisóstomo, Obispo y Doctor de la Iglesia

 

Santo del día:

San Juan Crisóstomo

Alrededor de 349-407. «Tu perro está harto, y Jesucristo se muere de hambre ante tus puertas en forma de mendigo», dijo con contundencia este patriarca de Constantinopla, un excelente orador apodado «Boca de Oro» (Crisóstomo en griego).

El vigor de sus sermones le valió una sentencia de exilio.

Doctor de la Iglesia.

 

 

El vínculo entre lo visible y lo invisible

(1 Timoteo 1,15-17; Lucas 6,43-49) Lucas concluye el sermón en la llanura con dos imágenes que insisten en el vínculo entre lo que está oculto, en el fundamento, y lo que es visible. El árbol bueno que produce buenos frutos y la casa bien cimentada que resiste a las inundaciones remiten a la misma realidad: una humanidad enraizada, integrada y «alineada», como la de Pablo que dejó que toda su existencia se reordenara a partir de la paciencia de Cristo.

Jean-Marc Liautaud, Fondacio


Primera lectura

1Tm 1,15-17

Vino al mundo para salvar a los pecadores

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna.
Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 113(112),1-2.3-4.5a y 6-7 (R. 2) 

R. Bendito sea el nombre del Señor por siempre.

O bien:

R. Aleluya.

V. Alaben, siervos del Señor,
alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. 
R.

V. De la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos. 
R.

V. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El que me ama guardará mi palabra -dice el Señor- y mi Padre lo amará, y vendremos a él. R.

 

Evangelio

Lc 6,43-49

¿Por qué me llaman Señor, Señor, y no hacen lo que digo?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
¿Por qué me llaman “Señor, Señor”, y no hacen lo que digo?
Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, les voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».

Palabra del Señor.



1

“Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (1 Tm 1,15).

Queridos hermanos y hermanas en la fe:

1. Una carta siempre actual

Hoy la liturgia nos introduce en la lectura de la Primera Carta a Timoteo. Como nos recuerda el comentario inicial, esta carta, escrita por san Pablo o quizás por un discípulo suyo en su nombre, aborda las preguntas prácticas de las primeras comunidades: ¿cuál es el papel de cada miembro en la Iglesia?, ¿cómo vivir la fe en medio de tensiones, desafíos y limitaciones humanas?

Aunque han pasado siglos y nuestras comunidades son muy distintas, esas preguntas siguen vigentes. También hoy nos preguntamos: ¿cómo vivir la comunión en la diversidad? ¿Cómo abrir espacios a cada carisma y a cada servicio? ¿Cómo ser Iglesia en un mundo fragmentado?

2. La experiencia de Pablo: de perseguidor a perseguido

El apóstol nos confiesa con humildad: “Yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente… pero fui tratado con misericordia”. Aquí está el corazón del mensaje cristiano: nadie está excluido de la gracia. La experiencia de Pablo nos muestra que Dios puede transformar lo que parecía perdido.

De perseguidor, pasó a perseguido; de destructor de la Iglesia, a constructor de comunidades; de soberbio, a humilde servidor de Cristo. Esto es un mensaje de esperanza para cada uno de nosotros, especialmente en este Año Jubilar: no importa lo que hayamos sido, siempre hay un futuro con Dios si abrimos el corazón a su gracia.

3. El Evangelio: amor que no se improvisa

El Evangelio de Lucas nos presenta la parábola del árbol y sus frutos, y la invitación a construir sobre roca. Jesús nos recuerda que la fe no es un discurso que se repite como una receta mágica. No basta con decir: “Señor, Señor”. Lo esencial es hacer la voluntad de Dios y dejar que la Palabra encarne nuestra vida.

El amor verdadero no se improvisa. No basta con tener “buenas intenciones”: se requiere perseverancia, coherencia y humildad. Así como un árbol se reconoce por sus frutos, así también la vida del discípulo se mide por la caridad concreta, por la fidelidad en las pruebas, por la capacidad de edificar sobre roca y no sobre arena.

Hoy, en un mundo donde todo parece rápido, superficial y efímero, Jesús nos llama a la profundidad: a echar raíces en su Palabra, a sostener nuestras decisiones en el Evangelio y a dejar que nuestros actos sean signo del Reino.

4. La Virgen María: modelo de escucha y perseverancia

Celebramos este sábado en honor a la Santísima Virgen María. Ella es el ejemplo más claro de quien construye sobre roca: escuchó la Palabra, la guardó en su corazón y la puso en práctica. María no improvisó su amor a Dios; lo fue cultivando en el silencio de Nazaret, en la vida cotidiana, en la prueba del Calvario y en la esperanza de la Resurrección.

En el marco jubilar, María nos enseña a ser peregrinos de la esperanza: confiar en la gracia, abrir espacio al Espíritu y caminar con paciencia en la historia.

5. San Juan Crisóstomo: elocuencia y testimonio

Hoy recordamos también a san Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia, llamado “boca de oro” por la fuerza y belleza de su predicación. Su palabra era clara, directa y siempre enraizada en la Escritura, pero no se quedaba en la teoría: defendió a los pobres, denunció las injusticias y llamó a la conversión con valentía.

Su vida nos enseña que el Evangelio debe ser proclamado con fidelidad, sin rebajas ni silencios cómodos. Por eso sufrió destierros y persecuciones, pero permaneció firme en su amor a Cristo y a la Iglesia. En él vemos al pastor que construyó sobre roca, porque no buscó agradar a los poderosos, sino a Dios.

6. Aplicación para hoy

En este Año Jubilar, la Palabra nos llama a tres actitudes concretas:

1.    Humildad: reconocer que, como Pablo, somos pecadores salvados por gracia, no por méritos propios.

2.    Coherencia: ser árboles que dan frutos buenos, edificadores sobre roca, discípulos que aman no de palabra sino con obras.

3.    Valentía: anunciar la verdad con la claridad y el coraje de san Juan Crisóstomo, aunque incomode o genere resistencia.

Hoy, frente a los desafíos de nuestra Iglesia local, del Vicariato, de nuestras familias y de la sociedad colombiana, estas actitudes son semillas de esperanza y caminos de renovación.

7. Conclusión

Hermanos, en este sábado mariano, dejemos que la Virgen nos enseñe a escuchar y vivir la Palabra. Sigamos el ejemplo de Pablo, que experimentó la misericordia y la convirtió en misión. Aprendamos de san Juan Crisóstomo la fuerza de la predicación y la valentía en la fidelidad. Y caminemos como verdaderos peregrinos de la esperanza, dando frutos de amor, justicia y reconciliación.

Que el Señor nos conceda ser árboles de vida en medio de nuestra sociedad, discípulos que construyen sobre roca, y comunidad que testimonia al mundo que Cristo vino a salvar a los pecadores, y nosotros somos testigos de esa misericordia.

Amén.

 

2

 

“Un árbol bueno da frutos buenos… El que escucha mis palabras y las pone en práctica es semejante al hombre que edificó una casa sobre roca” (Lc 6,43.48).

 

1. Lo visible y lo invisible

Las lecturas de hoy nos invitan a descubrir el vínculo entre lo visible y lo invisible. Lo que se manifiesta en nuestros actos, en nuestras palabras y en nuestras obras, tiene una raíz escondida en lo más profundo del corazón. Así como un árbol se conoce por sus frutos y una casa por sus cimientos, así también la vida del cristiano se mide por la calidad de lo que lo sostiene interiormente.

San Pablo lo expresa en primera persona: él, que fue blasfemo y perseguidor, encontró en la paciencia y misericordia de Cristo la fuerza para reordenar su existencia. Lo invisible —la gracia de Dios— se hizo visible en su vida transformada.

2. El Evangelio: cimentar en lo profundo

Jesús nos recuerda que no basta con un barniz de religiosidad o un discurso externo. La verdadera fe es la que tiene raíces y fundamento. Cuando llegan las pruebas, solo resiste quien ha cavado hondo y edificado sobre roca. La vida cristiana no se improvisa; se construye con paciencia, con fidelidad diaria, con actos de amor concretos.

Esto es un llamado fuerte para nosotros en el mundo actual, donde tantas veces se busca lo inmediato, lo superficial y lo aparente. Jesús nos invita a ir más allá: a dejar que lo invisible —la relación viva con Dios— sea lo que sostenga nuestras obras visibles.

3. El Salmo: alabanza y confianza

El salmo responsorial nos hace proclamar: “Bendito sea el nombre del Señor por siempre” (Sal 113 [112]). Es un canto que une lo invisible y lo visible. Por un lado, celebra la trascendencia de Dios, “alto sobre todas las naciones, su gloria sobre los cielos”; por otro, su cercanía compasiva: “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre”.

Este himno nos recuerda que la alabanza abre el corazón a la esperanza y que el Dios invisible se manifiesta visiblemente en la historia cuando se inclina hacia los más pequeños. Quien construye sobre roca no teme las tormentas, porque sabe que el Señor es su sustento y su defensa.

4. Pablo: una vida reordenada

El testimonio de san Pablo es ejemplar: su vida no era coherente, pero la paciencia de Cristo lo transformó. Esa paciencia es la misma que el Señor tiene con nosotros. Pablo se dejó “alinear” por la gracia: lo que estaba desordenado en su interior se reordenó en Cristo, y lo invisible se convirtió en un testimonio visible de fe y misión.

El Año Jubilar nos recuerda precisamente esta experiencia: somos pecadores alcanzados por la gracia, invitados a dejarnos transformar para ser signos de esperanza en nuestro mundo.

5. María, la mujer del corazón enraizado

En este sábado mariano, recordamos a la Virgen María como la mujer de corazón enraizado en Dios. Lo invisible de su fe profunda se hizo visible en su servicio, en su disponibilidad y en su presencia fiel junto a la cruz de su Hijo. María es la casa edificada sobre roca, la tierra buena que dio el fruto más precioso: Jesucristo. Ella nos enseña a unir lo oculto y lo visible, la oración interior y la caridad concreta.

6. San Juan Crisóstomo: la Palabra que ilumina

Celebramos también hoy la memoria de san Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia, llamado “boca de oro” por la claridad de su predicación. En él vemos un hombre cuyo corazón estaba cimentado en Cristo: lo invisible de su unión con la Palabra se volvió visible en su elocuencia, en su defensa de los pobres y en su valentía profética.

Su vida nos invita a ser cristianos de raíces profundas, que no se dejen llevar por la apariencia, sino que construyan sobre el Evangelio.

7. Aplicaciones para hoy

  • Cavar hondo: no contentarnos con una fe superficial, sino buscar fundamentos sólidos en la oración, la Palabra y los sacramentos.
  • Dar frutos buenos: que lo invisible de nuestra relación con Dios se traduzca en obras de justicia, reconciliación y servicio.
  • Vivir el Jubileo: dejar que la paciencia de Cristo nos reordene por dentro, como a Pablo, para ser signos de misericordia y esperanza en nuestras comunidades.
  • Ser Iglesia visible: como María y san Juan Crisóstomo, hacer que nuestra fe se note en gestos concretos de amor y de compromiso.

8. Conclusión

Hermanos, lo visible y lo invisible están unidos. Lo que se ve en nuestra vida —palabras, obras, gestos— nace de lo que habita en nuestro corazón. El Jubileo nos llama a revisar nuestros cimientos: ¿edificamos sobre la arena de lo pasajero o sobre la roca firme que es Cristo?

Pidamos a la Virgen María que nos ayude a escuchar y poner en práctica la Palabra. Aprendamos de san Juan Crisóstomo la valentía de predicar con claridad y vivir con coherencia. Y sigamos el ejemplo de san Pablo, que dejó que toda su vida se reordenara en la paciencia de Cristo.

Así, nuestra humanidad estará enraizada, integrada y alineada con Dios, y seremos árboles buenos que dan frutos de vida y casas firmes que resisten toda tempestad.

Amén.

 

3

 

“No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno… cada árbol se conoce por su fruto” (Lc 6,43-44).

 

1. Examinar el camino de nuestra vida

El Evangelio de hoy nos propone un criterio sencillo y a la vez exigente: mirar los frutos. Jesús nos invita a detenernos y a examinar la dirección de nuestra vida. Muchas veces podemos tener dudas sobre si estamos cumpliendo la voluntad de Dios o si simplemente seguimos nuestros propios planes. La mejor forma de discernirlo es mirar los frutos que brotan de nuestras acciones.

¿Son frutos de amor, de justicia, de servicio, de fidelidad? ¿O más bien son frutos de egoísmo, división, indiferencia? Esta es la clave de Jesús: un árbol se reconoce por su fruto, y nuestra vida se mide por las obras que dejan huella en el Reino de Dios.

2. El Salmo: alabanza que se vuelve fruto

El salmo responsorial de este día nos hace cantar: “Bendito sea el nombre del Señor por siempre” (Sal 113 [112]). La alabanza es un fruto visible de un corazón enraizado en la confianza. Alabar al Señor, incluso en medio de la prueba, es señal de que nuestras raíces están en Él. Quien se reconoce pequeño y se abre a la misericordia de Dios produce el fruto más bello: la gratitud y la esperanza que contagian a los demás.

Así, el salmo se convierte en un examen sencillo: ¿brotan de mis labios y de mis obras alabanzas al Señor? ¿O me quedo solo en quejas, resentimientos y vanidades?

3. Pablo: un árbol transformado por la gracia

En la primera lectura (1 Tm 1,15-17), Pablo se reconoce como “el primero de los pecadores”, pero transformado por la misericordia. De su vida de persecución nacieron frutos de evangelización y de testimonio, porque Cristo lo convirtió en árbol nuevo. Pablo se examina y da gracias: de sus momentos más oscuros brotó la luz de la gracia.

También nosotros, en el Año Jubilar, somos llamados a revisar nuestro camino y a reconocer que las cruces y dificultades, lejos de ser estériles, pueden ser los momentos más fecundos de nuestra vida espiritual.

4. El Evangelio: frutos visibles de raíces profundas

Jesús nos advierte que la fecundidad de la vida cristiana no se mide por momentos fáciles o agradables, sino por la fidelidad al Padre en toda circunstancia. Como en su propia vida, fue en la Cruz —el momento más doloroso— donde se produjo el fruto más grande: la salvación. Así también nuestras pruebas, si se viven con fe, pueden convertirse en frutos abundantes de amor y santidad.

Por eso es necesario, hacer un “inventario espiritual”: mirar año a año, momento a momento, cuándo fuimos más fieles, cuándo nuestra caridad fue más fuerte, cuándo nuestra oración fue más profunda. Ese examen no busca juzgarnos, sino aprender de la historia personal para cimentar el futuro en Cristo.

5. María: fruto bendito de su vientre

Este sábado miramos a la Virgen María, la mujer que dio el fruto más hermoso: Jesucristo. Su vida sencilla en Nazaret, su sí en la Anunciación, su fidelidad en el Calvario y su presencia en Pentecostés muestran que lo invisible de su fe se convirtió en frutos visibles de salvación.

Ella es la madre del “árbol bueno”, el árbol de la Cruz, cuyo fruto es la vida eterna. María nos enseña a confiar y a dejarnos guiar para que nuestra vida dé frutos de esperanza.

6. San Juan Crisóstomo: fruto de palabra y coherencia

Hoy recordamos también a san Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia. Su fruto más evidente fue la predicación clara, valiente y enraizada en la Palabra. Sus sermones todavía alimentan a la Iglesia porque brotaron de un corazón cimentado en Cristo.

No se conformó con hablar bonito: sus palabras denunciaron injusticias y defendieron a los pobres, lo que le costó persecución y exilio. Su vida fue como un árbol que, probado por el viento, dio frutos de fidelidad y verdad.

7. Aplicaciones para hoy

  • Hacer examen de frutos: revisar no solo lo que nos salió “bien” o “mal” en lo humano, sino lo que verdaderamente dio gloria a Dios.
  • Valorar las cruces: entender que los momentos más difíciles pueden ser los más fecundos, como la Cruz de Cristo.
  • Alabar siempre: como el salmo, bendecir al Señor en todo momento es signo de raíces profundas.
  • Dar frutos de misericordia: en el Jubileo, que nuestra vida se note en obras concretas de reconciliación, caridad y justicia.

8. Conclusión

Hermanos, la vida es un árbol que se reconoce por sus frutos. El Señor nos invita hoy a detenernos y examinar qué frutos hemos dado y qué cimientos nos sostienen. No se trata de mirar con miedo, sino con esperanza: incluso en las caídas y en las pruebas, Dios puede sacar frutos nuevos si nos dejamos transformar por su gracia.

Pidamos a la Virgen María que nos enseñe a dar frutos de fe y de amor. Aprendamos de san Pablo que todo puede reordenarse en Cristo. Sigamos la valentía de san Juan Crisóstomo, que predicó con la vida y la palabra. Y vivamos este Jubileo como tiempo de raíces hondas y frutos abundantes.

Amén.

 

 

13 de septiembre: San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia — Memoria

(c. 347–407)

·        Patrono: de los predicadores, oradores, conferencistas y de quienes hablan en público.

·        Invocado contra: la epilepsia.

 


Cita:

“¿Eres pecador? No te desanimes y ven a la Iglesia para presentar tu arrepentimiento. ¿Has pecado? Entonces dile a Dios: ‘He pecado’. ¿Qué clase de fatiga es esta, qué forma de vida prescrita, qué aflicción? ¿Qué dificultad hay en pronunciar una sola declaración: ‘He pecado’? ¿Acaso, si no te llamas a ti mismo pecador, no tendrás al diablo como acusador? Anticípate y arráncale el honor, porque su propósito es acusar. Entonces, ¿por qué no lo previenes? ¿Por qué no confiesas tu pecado y lo borras, sabiendo que tienes un acusador que no puede permanecer en silencio? ¿Has pecado? Ven a la Iglesia. Dile a Dios: ‘He pecado’. No te pido nada más que esto. La Sagrada Escritura afirma: ‘Sé el primero en confesar tus transgresiones, y serás justificado’. Reconoce el pecado para anularlo. Esto no requiere ni trabajo, ni circunloquios, ni gasto de dinero, ni nada semejante. Pronuncia una sola palabra, piensa bien en el pecado y di: ‘He pecado’.”


Homilía de San Juan Crisóstomo

 

Reflexión

San Juan Crisóstomo nació como Juan de Antioquía. Crisóstomo es un título que se le atribuyó y significa “Boca de Oro”, un honorífico griego que resalta la fuerza de su predicación y de sus escritos. Nació en Antioquía, en la actual Turquía, de padres cristianos. Su padre era un oficial militar de alto rango que murió poco después del nacimiento de Juan. Su madre, viuda a los veinte años, optó por no volver a casarse y se dedicó enteramente a criar a su hijo y a su hija mayor.

Antioquía era entonces una ciudad importante del Imperio Romano, una de las primeras fuera de Jerusalén donde se estableció la Iglesia cristiana. Los Hechos de los Apóstoles relatan que, poco después de que los cristianos comenzaran a predicar allí, llegaron San Pablo y San Bernabé para fortalecer a la comunidad. Según la tradición, San Pedro fue el primer obispo de Antioquía antes de viajar a Roma. Además, la Biblia afirma que “fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de cristianos” (Hch 11,26).

En tiempos de Juan, el cristianismo ya había sido legalizado en el Imperio Romano, pero Antioquía seguía siendo una ciudad diversa, con múltiples creencias: paganismo griego, religiones sirias, judaísmo, además de la presencia romana. La ciudad contaba con templos, teatros, un acueducto y una espléndida avenida central con mármol y columnatas.

En su juventud, Juan recibió una sólida educación griega bajo la dirección de Libanio, un célebre retórico pagano. Estudió a los clásicos, a filósofos como Platón y Aristóteles. Libanio llegó a decir que Juan habría sido uno de los más grandes oradores paganos de su tiempo, “si los cristianos no nos lo hubieran quitado”.

Hacia los veinte años conoció al obispo Melecio, hombre de gran carácter y predicador elocuente. En los siguientes años Juan abandonó sus estudios paganos para dedicarse a la Sagrada Escritura, la vida ascética y la oración. Fue bautizado, se convirtió en lector y vivió una profunda conversión. Se retiró como ermitaño en una cueva cerca de Antioquía, donde practicó ayunos extremos y memorizó gran parte de la Biblia. Después de unos ocho años, su salud se resintió y regresó a Antioquía.

En el año 381, con unos treinta y tres años, fue ordenado diácono, y hacia 386 sacerdote. Allí ejerció un ministerio muy fecundo durante unos once años, escribiendo la mayor parte de sus homilías y comentarios. Su estilo era claro, práctico y pastoral, sin temor a denunciar los pecados de su tiempo. Su fama creció más allá de Antioquía.

En 397, tras la muerte del arzobispo de Constantinopla, el emperador romano ordenó secretamente que Juan fuera llevado a la capital para ser ordenado arzobispo. Una vez allí, eliminó los lujos, vivió austeramente, cuidó de los pobres, reformó el clero y predicó incansablemente contra el pecado y la corrupción, especialmente en la corte imperial. Sus palabras le granjearon tanto admiradores como enemigos, en especial de la emperatriz Eudoxia.

En 403, por intrigas de la emperatriz, fue acusado falsamente, depuesto y exiliado. Un terremoto y una revuelta popular forzaron su regreso, pero poco después fue desterrado de nuevo por su predicación valiente. Desde el exilio escribió a su pueblo, manteniendo la esperanza de volver. A pesar de los intentos del papa y del emperador de Occidente, no fue restituido. Tras tres años de destierro, se ordenó llevarlo a un lugar aún más lejano; agotado por las penurias del viaje y maltratado por los soldados, murió en el camino en el 407.

San Juan Crisóstomo fue un converso convencido, diácono santo, sacerdote influyente, arzobispo valiente y escritor prolífico, lo que le valió ser proclamado Doctor de la Iglesia. Nos dejó unas 700 homilías, cientos de cartas, comentarios bíblicos, tratados teológicos —incluyendo enseñanzas sobre la Eucaristía y el sacerdocio— y otros escritos de gran valor.


Oración

San Juan Crisóstomo, desde joven buscaste la verdad. Una vez que la descubriste, te entregaste radicalmente a Cristo en la oración, la penitencia y el estudio de la Escritura. Bien formado en la fe, Dios te dio al mundo como un pastor poderoso que predicó, escribió y enseñó sin miedo, buscando siempre la salvación de las almas. Ruega por mí, para que me abra a las verdades de la fe y me deje formar, a fin de que Dios me utilice para su gloria y la salvación de los demás.

San Juan Crisóstomo, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

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