Santo del día:
San Juan Crisóstomo
Alrededor de 349-407. «Tu
perro está harto, y Jesucristo se muere de hambre ante tus puertas en forma de
mendigo», dijo con contundencia este patriarca de Constantinopla, un
excelente orador apodado «Boca de Oro» (Crisóstomo en griego).
El vigor de sus sermones le valió una sentencia de exilio.
Doctor de la Iglesia.
El vínculo entre lo visible y lo invisible
(1 Timoteo 1,15-17; Lucas
6,43-49) Lucas concluye el sermón en la llanura con dos imágenes que
insisten en el vínculo entre lo que está oculto, en el fundamento, y lo que es
visible. El árbol bueno que produce buenos frutos y la casa bien cimentada que
resiste a las inundaciones remiten a la misma realidad: una humanidad
enraizada, integrada y «alineada», como la de Pablo que dejó que toda su
existencia se reordenara a partir de la paciencia de Cristo.
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
1Tm
1,15-17
Vino
al mundo para salvar a los pecadores
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús
vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto
precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo
Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo de los
que han de creer en él y tener vida eterna.
Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
113(112),1-2.3-4.5a y 6-7 (R. 2)
R. Bendito sea el nombre
del Señor por siempre.
O
bien:
R. Aleluya.
V. Alaben, siervos del
Señor,
alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R.
V. De la salida del sol
hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos. R.
V. ¿Quién como el Señor,
Dios nuestro,
que se abaja para mirar
al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. El que me ama
guardará mi palabra -dice el Señor- y mi Padre lo amará, y vendremos a
él. R.
Evangelio
Lc
6,43-49
¿Por
qué me llaman Señor, Señor, y no hacen lo que digo?
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por
ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las
zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que
es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la
boca.
¿Por qué me llaman “Señor, Señor”, y no hacen lo que digo?
Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, les voy a
decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y
puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra
aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre
tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó
desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».
Palabra del Señor.
1
“Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los
pecadores, y yo soy el primero” (1 Tm 1,15).
Queridos
hermanos y hermanas en la fe:
1. Una carta siempre actual
Hoy la liturgia nos introduce en la lectura de la
Primera Carta a Timoteo. Como nos recuerda el comentario inicial, esta carta,
escrita por san Pablo o quizás por un discípulo suyo en su nombre, aborda las
preguntas prácticas de las primeras comunidades: ¿cuál es el papel de cada
miembro en la Iglesia?, ¿cómo vivir la fe en medio de tensiones, desafíos y
limitaciones humanas?
Aunque han pasado siglos y nuestras comunidades son
muy distintas, esas preguntas siguen vigentes. También hoy nos preguntamos:
¿cómo vivir la comunión en la diversidad? ¿Cómo abrir espacios a cada carisma y
a cada servicio? ¿Cómo ser Iglesia en un mundo fragmentado?
2. La experiencia de Pablo: de
perseguidor a perseguido
El apóstol nos confiesa con humildad: “Yo era un
blasfemo, un perseguidor y un insolente… pero fui tratado con misericordia”.
Aquí está el corazón del mensaje cristiano: nadie está excluido de la gracia.
La experiencia de Pablo nos muestra que Dios puede transformar lo que parecía
perdido.
De perseguidor, pasó a perseguido; de destructor de
la Iglesia, a constructor de comunidades; de soberbio, a humilde servidor de
Cristo. Esto es un mensaje de esperanza para cada uno de nosotros,
especialmente en este Año Jubilar: no importa lo que hayamos sido, siempre hay
un futuro con Dios si abrimos el corazón a su gracia.
3. El Evangelio: amor que no se
improvisa
El Evangelio de Lucas nos presenta la parábola del
árbol y sus frutos, y la invitación a construir sobre roca. Jesús nos recuerda
que la fe no es un discurso que se repite como una receta mágica. No basta con
decir: “Señor, Señor”. Lo esencial es hacer la voluntad de Dios y dejar que la
Palabra encarne nuestra vida.
El amor verdadero no se improvisa. No basta con
tener “buenas intenciones”: se requiere perseverancia, coherencia y humildad.
Así como un árbol se reconoce por sus frutos, así también la vida del discípulo
se mide por la caridad concreta, por la fidelidad en las pruebas, por la
capacidad de edificar sobre roca y no sobre arena.
Hoy, en un mundo donde todo parece rápido,
superficial y efímero, Jesús nos llama a la profundidad: a echar raíces en su
Palabra, a sostener nuestras decisiones en el Evangelio y a dejar que nuestros
actos sean signo del Reino.
4. La Virgen María: modelo de
escucha y perseverancia
Celebramos este sábado en honor a la Santísima
Virgen María. Ella es el ejemplo más claro de quien construye sobre roca:
escuchó la Palabra, la guardó en su corazón y la puso en práctica. María no
improvisó su amor a Dios; lo fue cultivando en el silencio de Nazaret, en la
vida cotidiana, en la prueba del Calvario y en la esperanza de la Resurrección.
En el marco jubilar, María nos enseña a ser
peregrinos de la esperanza: confiar en la gracia, abrir espacio al Espíritu y
caminar con paciencia en la historia.
5. San Juan Crisóstomo:
elocuencia y testimonio
Hoy recordamos también a san Juan Crisóstomo,
obispo y doctor de la Iglesia, llamado “boca de oro” por la fuerza y
belleza de su predicación. Su palabra era clara, directa y siempre enraizada en
la Escritura, pero no se quedaba en la teoría: defendió a los pobres, denunció
las injusticias y llamó a la conversión con valentía.
Su vida nos enseña que el Evangelio debe ser
proclamado con fidelidad, sin rebajas ni silencios cómodos. Por eso sufrió
destierros y persecuciones, pero permaneció firme en su amor a Cristo y a la
Iglesia. En él vemos al pastor que construyó sobre roca, porque no buscó
agradar a los poderosos, sino a Dios.
6. Aplicación para hoy
En este Año Jubilar, la Palabra nos llama a tres
actitudes concretas:
1. Humildad: reconocer que, como Pablo,
somos pecadores salvados por gracia, no por méritos propios.
2. Coherencia: ser árboles que dan frutos
buenos, edificadores sobre roca, discípulos que aman no de palabra sino con
obras.
3. Valentía: anunciar la verdad con la
claridad y el coraje de san Juan Crisóstomo, aunque incomode o genere
resistencia.
Hoy, frente a los desafíos de nuestra Iglesia
local, del Vicariato, de nuestras familias y de la sociedad colombiana, estas
actitudes son semillas de esperanza y caminos de renovación.
7. Conclusión
Hermanos, en este sábado mariano, dejemos que la
Virgen nos enseñe a escuchar y vivir la Palabra. Sigamos el ejemplo de Pablo,
que experimentó la misericordia y la convirtió en misión. Aprendamos de san
Juan Crisóstomo la fuerza de la predicación y la valentía en la fidelidad. Y
caminemos como verdaderos peregrinos de la esperanza, dando frutos de amor,
justicia y reconciliación.
Que el Señor nos conceda ser árboles de vida en
medio de nuestra sociedad, discípulos que construyen sobre roca, y comunidad
que testimonia al mundo que Cristo vino a salvar a los pecadores, y nosotros
somos testigos de esa misericordia.
Amén.
2
“Un árbol bueno da frutos buenos… El que escucha
mis palabras y las pone en práctica es semejante al hombre que edificó una casa
sobre roca” (Lc 6,43.48).
1. Lo visible y lo invisible
Las lecturas de hoy nos invitan a descubrir el
vínculo entre lo visible y lo invisible. Lo que se manifiesta en nuestros
actos, en nuestras palabras y en nuestras obras, tiene una raíz escondida en lo
más profundo del corazón. Así como un árbol se conoce por sus frutos y una casa
por sus cimientos, así también la vida del cristiano se mide por la calidad de
lo que lo sostiene interiormente.
San Pablo lo expresa en primera persona: él, que
fue blasfemo y perseguidor, encontró en la paciencia y misericordia de Cristo
la fuerza para reordenar su existencia. Lo invisible —la gracia de Dios— se
hizo visible en su vida transformada.
2. El Evangelio: cimentar en lo
profundo
Jesús nos recuerda que no basta con un barniz de
religiosidad o un discurso externo. La verdadera fe es la que tiene raíces y
fundamento. Cuando llegan las pruebas, solo resiste quien ha cavado hondo y edificado
sobre roca. La vida cristiana no se improvisa; se construye con paciencia, con
fidelidad diaria, con actos de amor concretos.
Esto es un llamado fuerte para nosotros en el mundo
actual, donde tantas veces se busca lo inmediato, lo superficial y lo aparente.
Jesús nos invita a ir más allá: a dejar que lo invisible —la relación viva con
Dios— sea lo que sostenga nuestras obras visibles.
3. El Salmo: alabanza y confianza
El salmo responsorial nos hace proclamar: “Bendito
sea el nombre del Señor por siempre” (Sal 113 [112]). Es un canto que une
lo invisible y lo visible. Por un lado, celebra la trascendencia de Dios, “alto
sobre todas las naciones, su gloria sobre los cielos”; por otro, su
cercanía compasiva: “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al
pobre”.
Este himno nos recuerda que la alabanza abre el
corazón a la esperanza y que el Dios invisible se manifiesta visiblemente en la
historia cuando se inclina hacia los más pequeños. Quien construye sobre roca
no teme las tormentas, porque sabe que el Señor es su sustento y su defensa.
4. Pablo: una vida reordenada
El testimonio de san Pablo es ejemplar: su vida no
era coherente, pero la paciencia de Cristo lo transformó. Esa paciencia es la
misma que el Señor tiene con nosotros. Pablo se dejó “alinear” por la gracia:
lo que estaba desordenado en su interior se reordenó en Cristo, y lo invisible
se convirtió en un testimonio visible de fe y misión.
El Año Jubilar nos recuerda precisamente esta
experiencia: somos pecadores alcanzados por la gracia, invitados a dejarnos
transformar para ser signos de esperanza en nuestro mundo.
5. María, la mujer del corazón
enraizado
En este sábado mariano, recordamos a la Virgen
María como la mujer de corazón enraizado en Dios. Lo invisible de su fe
profunda se hizo visible en su servicio, en su disponibilidad y en su presencia
fiel junto a la cruz de su Hijo. María es la casa edificada sobre roca, la
tierra buena que dio el fruto más precioso: Jesucristo. Ella nos enseña a unir
lo oculto y lo visible, la oración interior y la caridad concreta.
6. San Juan Crisóstomo: la
Palabra que ilumina
Celebramos también hoy la memoria de san Juan
Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia, llamado “boca de oro” por la
claridad de su predicación. En él vemos un hombre cuyo corazón estaba cimentado
en Cristo: lo invisible de su unión con la Palabra se volvió visible en su
elocuencia, en su defensa de los pobres y en su valentía profética.
Su vida nos invita a ser cristianos de raíces
profundas, que no se dejen llevar por la apariencia, sino que construyan sobre
el Evangelio.
7. Aplicaciones para hoy
- Cavar
hondo: no
contentarnos con una fe superficial, sino buscar fundamentos sólidos en la
oración, la Palabra y los sacramentos.
- Dar
frutos buenos:
que lo invisible de nuestra relación con Dios se traduzca en obras de
justicia, reconciliación y servicio.
- Vivir
el Jubileo:
dejar que la paciencia de Cristo nos reordene por dentro, como a Pablo,
para ser signos de misericordia y esperanza en nuestras comunidades.
- Ser
Iglesia visible:
como María y san Juan Crisóstomo, hacer que nuestra fe se note en gestos
concretos de amor y de compromiso.
8. Conclusión
Hermanos, lo visible y lo invisible están unidos.
Lo que se ve en nuestra vida —palabras, obras, gestos— nace de lo que habita en
nuestro corazón. El Jubileo nos llama a revisar nuestros cimientos: ¿edificamos
sobre la arena de lo pasajero o sobre la roca firme que es Cristo?
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a escuchar
y poner en práctica la Palabra. Aprendamos de san Juan Crisóstomo la valentía
de predicar con claridad y vivir con coherencia. Y sigamos el ejemplo de san
Pablo, que dejó que toda su vida se reordenara en la paciencia de Cristo.
Así, nuestra humanidad estará enraizada, integrada
y alineada con Dios, y seremos árboles buenos que dan frutos de vida y casas
firmes que resisten toda tempestad.
Amén.
3
“No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol
malo que dé fruto bueno… cada árbol se conoce por su fruto” (Lc 6,43-44).
1. Examinar el camino de nuestra
vida
El Evangelio de hoy nos propone un criterio
sencillo y a la vez exigente: mirar los frutos. Jesús nos invita a detenernos y
a examinar la dirección de nuestra vida. Muchas veces podemos tener dudas sobre
si estamos cumpliendo la voluntad de Dios o si simplemente seguimos nuestros
propios planes. La mejor forma de discernirlo es mirar los frutos que brotan de
nuestras acciones.
¿Son frutos de amor, de justicia, de servicio, de
fidelidad? ¿O más bien son frutos de egoísmo, división, indiferencia? Esta es
la clave de Jesús: un árbol se reconoce por su fruto, y nuestra vida se mide
por las obras que dejan huella en el Reino de Dios.
2. El Salmo: alabanza que se
vuelve fruto
El salmo responsorial de este día nos hace cantar: “Bendito
sea el nombre del Señor por siempre” (Sal 113 [112]). La alabanza es un
fruto visible de un corazón enraizado en la confianza. Alabar al Señor, incluso
en medio de la prueba, es señal de que nuestras raíces están en Él. Quien se
reconoce pequeño y se abre a la misericordia de Dios produce el fruto más
bello: la gratitud y la esperanza que contagian a los demás.
Así, el salmo se convierte en un examen sencillo:
¿brotan de mis labios y de mis obras alabanzas al Señor? ¿O me quedo solo en
quejas, resentimientos y vanidades?
3. Pablo: un árbol transformado
por la gracia
En la primera lectura (1 Tm 1,15-17), Pablo se reconoce
como “el primero de los pecadores”, pero transformado por la misericordia. De
su vida de persecución nacieron frutos de evangelización y de testimonio,
porque Cristo lo convirtió en árbol nuevo. Pablo se examina y da gracias: de
sus momentos más oscuros brotó la luz de la gracia.
También nosotros, en el Año Jubilar, somos llamados
a revisar nuestro camino y a reconocer que las cruces y dificultades, lejos de
ser estériles, pueden ser los momentos más fecundos de nuestra vida espiritual.
4. El Evangelio: frutos visibles
de raíces profundas
Jesús nos advierte que la fecundidad de la vida
cristiana no se mide por momentos fáciles o agradables, sino por la fidelidad
al Padre en toda circunstancia. Como en su propia vida, fue en la Cruz —el
momento más doloroso— donde se produjo el fruto más grande: la salvación. Así
también nuestras pruebas, si se viven con fe, pueden convertirse en frutos
abundantes de amor y santidad.
Por eso es necesario, hacer un “inventario espiritual”: mirar año a año, momento a momento, cuándo
fuimos más fieles, cuándo nuestra caridad fue más fuerte, cuándo nuestra
oración fue más profunda. Ese examen no busca juzgarnos, sino aprender de la
historia personal para cimentar el futuro en Cristo.
5. María: fruto bendito de su
vientre
Este sábado miramos a la Virgen María, la mujer que
dio el fruto más hermoso: Jesucristo. Su vida sencilla en Nazaret, su sí en la
Anunciación, su fidelidad en el Calvario y su presencia en Pentecostés muestran
que lo invisible de su fe se convirtió en frutos visibles de salvación.
Ella es la madre del “árbol bueno”, el árbol de la
Cruz, cuyo fruto es la vida eterna. María nos enseña a confiar y a dejarnos
guiar para que nuestra vida dé frutos de esperanza.
6. San Juan Crisóstomo: fruto de
palabra y coherencia
Hoy recordamos también a san Juan Crisóstomo,
obispo y doctor de la Iglesia. Su fruto más evidente fue la predicación clara,
valiente y enraizada en la Palabra. Sus sermones todavía alimentan a la Iglesia
porque brotaron de un corazón cimentado en Cristo.
No se conformó con hablar bonito: sus palabras
denunciaron injusticias y defendieron a los pobres, lo que le costó persecución
y exilio. Su vida fue como un árbol que, probado por el viento, dio frutos de
fidelidad y verdad.
7. Aplicaciones para hoy
- Hacer
examen de frutos:
revisar no solo lo que nos salió “bien” o “mal” en lo humano, sino lo que
verdaderamente dio gloria a Dios.
- Valorar
las cruces:
entender que los momentos más difíciles pueden ser los más fecundos, como
la Cruz de Cristo.
- Alabar
siempre:
como el salmo, bendecir al Señor en todo momento es signo de raíces
profundas.
- Dar
frutos de misericordia: en el Jubileo, que nuestra vida se note en obras concretas de
reconciliación, caridad y justicia.
8. Conclusión
Hermanos, la vida es un árbol que se reconoce por
sus frutos. El Señor nos invita hoy a detenernos y examinar qué frutos hemos
dado y qué cimientos nos sostienen. No se trata de mirar con miedo, sino con
esperanza: incluso en las caídas y en las pruebas, Dios puede sacar frutos
nuevos si nos dejamos transformar por su gracia.
Pidamos a la Virgen María que nos enseñe a dar
frutos de fe y de amor. Aprendamos de san Pablo que todo puede reordenarse en
Cristo. Sigamos la valentía de san Juan Crisóstomo, que predicó con la vida y
la palabra. Y vivamos este Jubileo como tiempo de raíces hondas y frutos
abundantes.
Amén.
13 de septiembre: San Juan Crisóstomo,
obispo y doctor de la Iglesia — Memoria
(c. 347–407)
·
Patrono: de los predicadores,
oradores, conferencistas y de quienes hablan en público.
·
Invocado contra: la epilepsia.
Cita:
“¿Eres pecador? No te desanimes y ven a la Iglesia para
presentar tu arrepentimiento. ¿Has pecado? Entonces dile a Dios: ‘He pecado’.
¿Qué clase de fatiga es esta, qué forma de vida prescrita, qué aflicción? ¿Qué
dificultad hay en pronunciar una sola declaración: ‘He pecado’? ¿Acaso, si no
te llamas a ti mismo pecador, no tendrás al diablo como acusador? Anticípate y
arráncale el honor, porque su propósito es acusar. Entonces, ¿por qué no lo
previenes? ¿Por qué no confiesas tu pecado y lo borras, sabiendo que tienes un
acusador que no puede permanecer en silencio? ¿Has pecado? Ven a la Iglesia.
Dile a Dios: ‘He pecado’. No te pido nada más que esto. La Sagrada Escritura
afirma: ‘Sé el primero en confesar tus transgresiones, y serás justificado’.
Reconoce el pecado para anularlo. Esto no requiere ni trabajo, ni
circunloquios, ni gasto de dinero, ni nada semejante. Pronuncia una sola
palabra, piensa bien en el pecado y di: ‘He pecado’.”
Homilía de San Juan Crisóstomo
Reflexión
San Juan Crisóstomo nació como Juan de Antioquía. Crisóstomo
es un título que se le atribuyó y significa “Boca de Oro”, un honorífico
griego que resalta la fuerza de su predicación y de sus escritos. Nació en
Antioquía, en la actual Turquía, de padres cristianos. Su padre era un oficial
militar de alto rango que murió poco después del nacimiento de Juan. Su madre,
viuda a los veinte años, optó por no volver a casarse y se dedicó enteramente a
criar a su hijo y a su hija mayor.
Antioquía era entonces una ciudad importante del
Imperio Romano, una de las primeras fuera de Jerusalén donde se estableció la
Iglesia cristiana. Los Hechos de los Apóstoles relatan que, poco después de que
los cristianos comenzaran a predicar allí, llegaron San Pablo y San Bernabé
para fortalecer a la comunidad. Según la tradición, San Pedro fue el primer
obispo de Antioquía antes de viajar a Roma. Además, la Biblia afirma que “fue
en Antioquía donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de
cristianos” (Hch 11,26).
En tiempos de Juan, el cristianismo ya había sido
legalizado en el Imperio Romano, pero Antioquía seguía siendo una ciudad
diversa, con múltiples creencias: paganismo griego, religiones sirias,
judaísmo, además de la presencia romana. La ciudad contaba con templos,
teatros, un acueducto y una espléndida avenida central con mármol y columnatas.
En su juventud, Juan recibió una sólida educación
griega bajo la dirección de Libanio, un célebre retórico pagano. Estudió a los
clásicos, a filósofos como Platón y Aristóteles. Libanio llegó a decir que Juan
habría sido uno de los más grandes oradores paganos de su tiempo, “si los
cristianos no nos lo hubieran quitado”.
Hacia los veinte años conoció al obispo Melecio,
hombre de gran carácter y predicador elocuente. En los siguientes años Juan
abandonó sus estudios paganos para dedicarse a la Sagrada Escritura, la vida
ascética y la oración. Fue bautizado, se convirtió en lector y vivió una
profunda conversión. Se retiró como ermitaño en una cueva cerca de Antioquía,
donde practicó ayunos extremos y memorizó gran parte de la Biblia. Después de
unos ocho años, su salud se resintió y regresó a Antioquía.
En el año 381, con unos treinta y tres años, fue
ordenado diácono, y hacia 386 sacerdote. Allí ejerció un ministerio muy fecundo
durante unos once años, escribiendo la mayor parte de sus homilías y
comentarios. Su estilo era claro, práctico y pastoral, sin temor a denunciar
los pecados de su tiempo. Su fama creció más allá de Antioquía.
En 397, tras la muerte del arzobispo de
Constantinopla, el emperador romano ordenó secretamente que Juan fuera llevado
a la capital para ser ordenado arzobispo. Una vez allí, eliminó los lujos,
vivió austeramente, cuidó de los pobres, reformó el clero y predicó
incansablemente contra el pecado y la corrupción, especialmente en la corte
imperial. Sus palabras le granjearon tanto admiradores como enemigos, en
especial de la emperatriz Eudoxia.
En 403, por intrigas de la emperatriz, fue acusado
falsamente, depuesto y exiliado. Un terremoto y una revuelta popular forzaron
su regreso, pero poco después fue desterrado de nuevo por su predicación
valiente. Desde el exilio escribió a su pueblo, manteniendo la esperanza de
volver. A pesar de los intentos del papa y del emperador de Occidente, no fue
restituido. Tras tres años de destierro, se ordenó llevarlo a un lugar aún más
lejano; agotado por las penurias del viaje y maltratado por los soldados, murió
en el camino en el 407.
San Juan Crisóstomo fue un converso convencido,
diácono santo, sacerdote influyente, arzobispo valiente y escritor prolífico,
lo que le valió ser proclamado Doctor de la Iglesia. Nos dejó unas 700
homilías, cientos de cartas, comentarios bíblicos, tratados teológicos
—incluyendo enseñanzas sobre la Eucaristía y el sacerdocio— y otros escritos de
gran valor.
Oración
San Juan Crisóstomo, desde joven buscaste la
verdad. Una vez que la descubriste, te entregaste radicalmente a Cristo en la
oración, la penitencia y el estudio de la Escritura. Bien formado en la fe,
Dios te dio al mundo como un pastor poderoso que predicó, escribió y enseñó sin
miedo, buscando siempre la salvación de las almas. Ruega por mí, para que me
abra a las verdades de la fe y me deje formar, a fin de que Dios me utilice para
su gloria y la salvación de los demás.
San Juan
Crisóstomo, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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