Santo del día:
Santa Teresa de Calcuta
1910-1997. «El fruto del
silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es
el amor; el fruto del amor es el servicio; el fruto del servicio es la paz», afirmaba
la famosa fundadora de las Misioneras de la Caridad, quien se dedicó durante
medio siglo a los más pobres entre los pobres. Canonizada en 2016.
Palabras para ahondar en la
oración
(Colosenses 1, 15-20) Pablo
nos invita a contemplar a Cristo, que nos permite vislumbrar al Dios invisible.
Cada palabra es para profundizar e integrar en nuestra oración: Cristo en
quien, por quien y para quien todo ha sido creado; Cristo en quien todo ha sido
reconciliado; Cristo en quien toda cosa tendrá su cumplimiento total. Y si
estamos llamados a hacer la experiencia de su presencia en nuestras vidas,
esta, lejos de encerrarnos en nosotros mismos, nos abre no solo a la Iglesia,
sino también al cosmos entero.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Col
1,15-20
Todo
fue creado por él y para él
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.
CRISTO Jesús es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque en él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones,
Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él
quiso reconciliar todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
100(99), 2.3.4.5 (R. 2c)
R. Entren en la
presencia del Señor con vítores.
V. Aclama al Señor,
tierra entera,
sirvan al Señor con alegría,
entren en su presencia con vítores. R.
V. Sepan que el Señor es
Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R.
V. Entren por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre. R.
V. El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Yo soy la luz del
mundo -dice el Señor- el que me sigue tendrá la luz de la vida. R.
Evangelio
Lc
5,33-39
Les
arrebatarán al esposo, entonces ayunarán
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, los fariseos y los escribas dijeron a Jesús:
«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también;
en cambio, los tuyos, a comer y a beber».
Jesús les dijo:
«¿Acaso pueden hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el esposo está
con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, entonces ayunarán en
aquellos días».
Les dijo también una parábola:
«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo;
porque, si lo hace, el nuevo se rompe y al viejo no le cuadra la pieza del
nuevo.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos: porque, si lo hace, el vino nuevo
reventará los odres y se derramará, y los odres se estropearán.
A vino nuevo, odres nuevos.
Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: “El añejo es mejor”».
Palabra del Señor.
1
Introducción
Queridos hermanos, en este día en que recordamos a
Santa Teresa de Calcuta, la madre de los pobres, la mujer del silencio y de la
oración, la Iglesia nos ofrece una página luminosa de la carta a los
Colosenses: un himno a Cristo, imagen del Dios invisible, primogénito de toda
criatura, reconciliador y plenitud de todo lo creado.
Hoy, en clave jubilar, nos unimos en un espíritu
penitencial, intercediendo especialmente por quienes sufren en el alma y en el
cuerpo. La Palabra nos invita a mirar a Cristo como centro y fundamento de
todo, y a aprender de la pequeña mujer de Calcuta, que supo ver el rostro de
Jesús en los más pobres entre los pobres.
1. Cristo, imagen del Dios
invisible (Col 1,15)
San Pablo nos recuerda que en Cristo vemos lo que
nuestros ojos humanos no podrían ver: al Dios invisible. Cristo es rostro,
carne y palabra de Dios en medio de nosotros.
Cuando nuestros ojos se nublan por el dolor, cuando
la enfermedad o la soledad parecen ocultar el sentido de la vida, la fe nos
regala un rostro: el de Cristo. Él no es una idea abstracta ni una filosofía,
es la presencia concreta de Dios que se inclina hacia nuestra miseria para
levantarla.
Santa Teresa lo comprendió profundamente: en cada
enfermo, en cada moribundo de las calles de Calcuta, en cada niño abandonado,
veía al Dios invisible hecho visible en un cuerpo llagado. Y así repetía: «En
cada rostro humano reconozco el rostro de Cristo».
2. Cristo, principio y fin de
todo lo creado (Col 1,16-17)
San Pablo dice: “Todo fue creado por Él y para
Él”. Nada escapa a su mirada, ni el universo inmenso ni la herida más
oculta del corazón humano. En Él todo subsiste.
Este Año Jubilar nos recuerda que no somos
peregrinos perdidos en el cosmos, sino caminantes que encuentran en Cristo su
origen y su meta. La creación no es un caos: tiene un sentido, y ese sentido es
Cristo.
Para quienes hoy se sienten pequeños, inútiles o
despreciados, esta palabra es consuelo: en Cristo todo tiene valor, todo tiene
dignidad, todo encuentra lugar. Santa Teresa decía: «Una gota en el océano
no parece nada, pero sin esa gota el océano sería menos».
3. Cristo, reconciliador de todo
(Col 1,20)
San Pablo proclama que en Cristo todo ha sido
reconciliado. No solo el hombre con Dios, sino también los hombres entre sí, y
hasta el cosmos entero. La cruz es el puente de la reconciliación universal.
En un mundo dividido, marcado por guerras,
resentimientos y heridas personales, el Jubileo nos invita a pedir y a ofrecer
perdón. La reconciliación comienza en lo profundo del corazón herido y se
expande como un río hacia la familia, la sociedad y el mundo.
Santa Teresa fue embajadora de esa reconciliación.
No hacía política, pero desarmaba las guerras del odio con la ternura de un
gesto, con la radicalidad de un abrazo. Ella curaba cuerpos, pero sobre todo
curaba almas, porque sabía que detrás de cada llaga había un corazón que
necesitaba ser amado.
4. El canto del salmo: somos
pueblo suyo (Sal 99)
El salmo responsorial de hoy nos invita a aclamar
con alegría: «Entrad en la presencia del Señor con vítores… sabed que el
Señor es Dios, él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño».
Este salmo es un eco directo del himno paulino: si
Cristo es la imagen del Dios invisible y el centro de todo lo creado, entonces
nuestra respuesta no puede ser otra que la alabanza jubilosa.
No somos un pueblo sin rumbo: somos rebaño
conducido por el Buen Pastor. En medio de dolores y pruebas, este salmo nos
recuerda que pertenecemos a Dios, que somos suyos. ¡Qué consuelo para quienes
sufren en el alma y en el cuerpo! Saber que no están abandonados a la soledad
ni al absurdo, sino que son ovejas de un Pastor que conoce sus nombres, sus
heridas y sus lágrimas.
Santa Teresa lo vivió en carne propia: ella podía
cantar este salmo con los leprosos, con los moribundos recogidos de la calle,
con los niños rescatados del abandono. Allí donde la vida parecía rota, ella
proclamaba con su servicio que todos somos de Dios, todos somos su pueblo,
todos somos dignos de entrar en su presencia.
5. El Evangelio: vino nuevo en
odres nuevos (Lc 5,33-39)
Jesús responde a los fariseos que lo critican porque
sus discípulos no ayunan: “¿Pueden acaso ayunar los amigos del esposo
mientras el esposo está con ellos?”. Con estas palabras nos recuerda que la
verdadera penitencia cristiana no es tristeza, sino apertura al gozo del Esposo
que viene.
El ayuno, la austeridad y la penitencia tienen
sentido si nos preparan para acoger al Señor, para dejar que su novedad
transforme nuestras vidas. «Vino nuevo en odres nuevos» significa que el
Evangelio no puede encerrarse en esquemas rígidos, sino que pide corazones
renovados, flexibles, abiertos a la gracia.
Santa Teresa fue un odre nuevo: pequeña, frágil,
sin títulos humanos, pero abierta totalmente a la novedad del amor de Dios. Por
eso su vida se convirtió en un vino nuevo que alegró a millones de corazones.
6. Aplicación jubilar y
penitencial
Hoy, hermanos, al celebrar esta memoria y vivir
este día jubilar, pidamos la gracia de dejarnos renovar. Que Cristo nos dé un
corazón reconciliado, capaz de mirar con compasión a quienes sufren en el alma
y en el cuerpo.
- Que
nuestras comunidades sean odres nuevos, abiertas a los pobres y
sufrientes.
- Que
nuestros sacerdotes y consagrados vivan con alegría su entrega, siendo
presencia de Cristo Esposo.
- Que
las familias acojan la vida como don y la transmitan con amor.
- Que
cada uno de nosotros, peregrinos de la esperanza, seamos signos de
reconciliación en un mundo herido.
Conclusión
Hermanos, el himno de Colosenses nos recuerda que
todo tiene sentido en Cristo, y que en Él el dolor, la enfermedad, la pobreza y
la cruz encuentran luz y esperanza. El salmo nos enseña a proclamar con gozo
que somos de Dios, ovejas de su rebaño, y que Él no abandona a ninguno de sus
hijos. Y Santa Teresa nos muestra con su vida que ese Cristo se hace presente en
el más pobre, en el que sufre en cuerpo y en alma.
Que esta memoria nos renueve en un espíritu
penitencial y nos impulse a vivir este Año Jubilar como oportunidad de
reconciliación, servicio y entrega. Y que, como ella, podamos decir cada día: «Soy
un pequeño lápiz en la mano de un Dios que escribe una carta de amor al mundo».
Amén.
2
1. Introducción: Cristo, centro
de la vida cristiana
San Pablo nos regala en la carta a los Colosenses
uno de los himnos más grandiosos del Nuevo Testamento: «Cristo es imagen del
Dios invisible, primogénito de toda criatura… todo fue creado por Él y para Él…
en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud». (Col 1,15-20).
Esta es la certeza que hoy la Iglesia proclama: Cristo es suficiente. En
Él encontramos la revelación del Padre, la reconciliación de todo lo creado y
el sentido último de nuestra vida.
Pero reconocer que Cristo es el todo no es fácil.
La comunidad de Colosas, como la Iglesia de hoy, enfrentaba tentaciones:
dejarse seducir por doctrinas extrañas, por promesas de salvación a través de
secretos esotéricos, o por un cristianismo mezclado con filosofías de moda.
También nosotros, en un mundo marcado por el sincretismo y el relativismo,
corremos el riesgo de diluir nuestra fe, de pensar que Cristo no basta.
2. El reto de lo nuevo y lo
viejo: el Evangelio de hoy
El Evangelio (Lc 5,33-39) nos presenta la polémica del
ayuno: los discípulos de Juan y los fariseos ayunan, los de Jesús no. Cristo no
rechaza el valor del ayuno, pero cambia la perspectiva: el ayuno no es un rito
vacío ni un esfuerzo para conquistar el favor de Dios. El ayuno es expresión de
ausencia y de espera. Mientras el Esposo está con nosotros, el tiempo es de
fiesta; cuando sea arrebatado, entonces será tiempo de ayuno.
Jesús revela que su presencia inaugura un tiempo
nuevo. Por eso habla del vino nuevo y los odres nuevos. El cristianismo no
puede encerrarse en esquemas rígidos ni en mezclas superficiales. El vino
nuevo del Evangelio exige corazones renovados, abiertos al Espíritu,
dispuestos a dejarse transformar.
Aquí está una enseñanza clave para la Iglesia en
este Jubileo: no se trata de desechar el pasado ni de diluir el Evangelio en un
pluralismo que confunde. Se trata de acoger lo nuevo que brota de Cristo mismo,
en continuidad con las promesas antiguas, pero con la frescura del Espíritu.
3. El canto del salmo:
pertenencia y confianza
El salmo 99 nos invita a la alegría: «Aclama al
Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría… sabed que Él nos hizo y
somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño».
Hermanos, ¡qué consuelo para los que sufren en el
alma y en el cuerpo! Somos de Dios, no estamos solos ni abandonados. En las
noches oscuras de la enfermedad, de la soledad o del pecado, este salmo se
convierte en una oración de esperanza: somos de Cristo, y en Él nuestra vida
tiene sentido y destino.
4. Santa Teresa de Calcuta:
testigo del Cristo suficiente
Hoy la Iglesia recuerda a Santa Teresa de Calcuta,
aquella mujer pequeña en estatura, pero inmensa en amor. Ella nunca buscó
fórmulas complicadas ni doctrinas nuevas. Para ella, Cristo bastaba. Veía en la
Eucaristía la fuente de su fuerza, y en los pobres el rostro de su Esposo.
Ella nos enseña a vivir este Jubileo con espíritu
penitencial y misericordioso: penitencia no es autoflagelarnos, sino reconocer
que muchas veces no hemos creído que Cristo basta. Que hemos buscado
seguridades humanas, prestigio, éxito, incluso en la vida de la Iglesia. Y
misericordia, porque como Santa Teresa, estamos llamados a ver a Cristo en
quienes sufren en el alma y en el cuerpo. Ella repetía: «Lo que hacemos es
una gota en el océano, pero si faltara esa gota, al océano le faltaría algo».
5. Penitencia y esperanza en el
Año Jubilar
Este Jubileo de la Esperanza es un tiempo para
reconocer nuestra fragilidad, pedir perdón y volver a lo esencial: Cristo, y
solo Cristo, es nuestro Salvador.
- Si creemos
que Cristo es suficiente, no necesitamos buscar salvaciones baratas en las
ideologías, en las modas espirituales o en el sincretismo.
- Si
creemos que Cristo es suficiente, nuestra vida cristiana no puede ser solo
costumbre o rito externo, sino encuentro vivo con el Esposo.
- Si
creemos que Cristo es suficiente, estamos llamados a llevarlo a los
pobres, a los enfermos, a los tristes, a todos los que esperan una palabra
de esperanza.
6. Conclusión
Hermanos,
hoy la Palabra nos invita a confesar con alegría: Cristo es todo
suficiente. Él es el Esposo, el Pastor, el Primogénito de toda
criatura, la plenitud del amor de Dios.
Que la memoria de Santa
Teresa de Calcuta nos inspire a vivir un cristianismo sin mezclas, sencillo y
radical, centrado en Cristo y entregado a los pobres. Que este Jubileo nos
conceda un corazón penitente, capaz de reconocer sus límites, y un corazón esperanzado,
capaz de ver en Cristo el todo de nuestra vida.
Y al final de nuestra
jornada, podamos decir con los labios y con las obras:
«Señor
Jesús, Tú eres suficiente. Tú me bastas. Tú eres mi todo».
Y porque sabemos que no
caminamos solos, levantamos nuestra mirada a María, Madre de la Iglesia y
Estrella de la Evangelización. Ella, que acogió en su seno al Cristo total, nos
enseñe a vivir centrados en Él. Que María de la Esperanza, Madre de los pobres
y consuelo de los que sufren en el alma y en el cuerpo, interceda por nosotros
en este Año Jubilar para que, renovados en el amor, podamos ser signos vivos de
esperanza en medio del mundo.
Amén.
3
1. Introducción: El vino nuevo de la gracia
Queridos
hermanos, el Evangelio de hoy nos habla de una parábola breve, pero de una
profundidad inmensa: «Nadie
echa vino nuevo en odres viejos… el vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos»
(Lc 5,37). Jesús utiliza esta imagen al inicio de su ministerio, después de
llamar a Leví, un publicano, a seguirlo. Los fariseos y escribas no entendían
cómo podía sentarse a la mesa con pecadores. Jesús responde con esta parábola:
ha venido a inaugurar algo nuevo, un tiempo de gracia, un orden nuevo de
salvación.
Ese
vino nuevo es la gracia que brota de su Cruz: sangre y agua que se derraman
como fuentes de perdón y vida eterna. Ese vino nuevo llega a nosotros hoy a
través de los sacramentos: el Bautismo que nos hace criaturas nuevas, y la
Eucaristía que renueva nuestra vida cada día.
2. El riesgo de preferir el “vino viejo”
Jesús
dice con realismo: «Nadie que
haya bebido vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: el añejo es mejor».
El vino viejo simboliza la tentación de aferrarse a lo de siempre, a lo que ya
conocemos: las costumbres vacías, las seguridades humanas, los hábitos de
pecado o mediocridad espiritual.
¡Cuánto
nos cuesta cambiar! A veces preferimos la rutina, incluso cuando nos oprime,
antes que arriesgarnos a lo nuevo de Dios. Nos pasa como a los fariseos:
preferimos un sistema religioso rígido, pero que no compromete, antes que
dejarnos sorprender por la novedad del Espíritu.
Hoy
la Iglesia y cada uno de nosotros debemos preguntarnos: ¿qué viejos odres estoy
guardando? ¿Qué costumbres, pecados o apegos me impiden recibir el vino nuevo
de la gracia?
3. El coraje para cambiar
Aceptar
el vino nuevo de Cristo exige valentía. El Jubileo que vivimos es una
oportunidad para reconocer que somos llamados a ser criaturas nuevas cada día.
Pero el cambio cuesta: supone soltar el egoísmo, la indiferencia, los
resentimientos, las comodidades que nos atan.
Pablo
en la carta a los Colosenses nos recuerda que Cristo es plenitud: «Todo fue creado por Él y para Él… en Él
quiso Dios que residiera toda la plenitud, y por Él quiso reconciliar todo»
(Col 1,16.19). Si Cristo es suficiente, entonces nada ni nadie puede llenar
nuestro corazón fuera de Él. Pero para experimentar esa plenitud hay que
vaciarse de lo viejo, dejar que su gracia nos renueve.
El
cambio no es un lujo para unos pocos, es una necesidad para todo creyente. El
cristianismo no es conservar lo mismo de siempre, sino dejarnos transformar en
Cristo día a día.
4. El salmo: un pueblo que pertenece al Señor
El
salmo responsorial (Sal 99) nos invita: «Aclama
al Señor, tierra entera… sabed que el Señor es Dios: él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño».
Aquí
está la clave del Jubileo: somos de Dios, le pertenecemos, somos su pueblo. Él
no nos abandona, incluso cuando el dolor nos pesa o cuando el cambio nos
asusta. Para quienes sufren en el alma y en el cuerpo, este salmo es palabra de
consuelo: somos ovejas de su rebaño, y el Buen Pastor no nos dejará solos.
5. Santa Teresa de Calcuta: odre nuevo del
Evangelio
Hoy
recordamos a Santa Teresa de Calcuta. Ella fue un odre nuevo que supo acoger el
vino nuevo de la gracia. En un mundo que descartaba a los pobres, ella se dejó
renovar por Cristo hasta el punto de ver su rostro en cada enfermo, en cada
moribundo, en cada niño abandonado.
Su
vida fue un testimonio de coraje para cambiar: dejó la comodidad de su
congregación para fundar a las Misioneras de la Caridad, porque descubrió que
Cristo la llamaba a algo nuevo. Ella nos enseña que el vino nuevo no se guarda
en templos cerrados, sino que se derrama en las calles, en los hospitales, en
los basurales, allí donde la humanidad sufre.
6. Aplicación jubilar y penitencial
Hermanos,
este Jubileo de la Esperanza es un llamado a soltar el odre viejo de la
indiferencia, de la mediocridad, de las seguridades falsas, y dejarnos llenar
por la gracia nueva de Cristo.
·
Penitencia
significa reconocer que no siempre hemos sido odres nuevos. Hemos preferido
quedarnos en lo viejo, resistiéndonos al cambio.
·
Esperanza
significa creer que Dios puede renovarnos siempre, que no importa la edad ni la
historia: siempre podemos ser transformados por la gracia.
·
Caridad
significa salir de nosotros mismos y llevar ese vino nuevo a los demás, sobre
todo a los que sufren en el alma y en el cuerpo.
7. Conclusión: en manos de María
Queridos
hermanos, el Evangelio nos invita hoy a tener el coraje de cambiar, a dejarnos
transformar en odres nuevos para recibir la gracia abundante de Cristo.
Que
Santa Teresa de Calcuta interceda por nosotros para no tener miedo a la novedad
del Espíritu y para servir con alegría a los más pobres. Y que en este camino
no falte la compañía de María, Madre de la Iglesia y Estrella de la
Evangelización. Ella fue el odre purísimo que recibió en su seno al vino nuevo
de la salvación.
Pidámosle
a la Virgen María que nos ayude a soltar lo viejo y a dejarnos llenar por
Cristo, para que en este Jubileo de la Esperanza podamos decir con la vida: «Señor Jesús, hazme una criatura nueva
en tu amor».
Amén.
5 de septiembre
Santa Madre Teresa de Calcuta, Virgen —
Memoria opcional
1910–1997
Patrona de Calcuta y de las Misioneras de la Caridad
Canonizada por el Papa Francisco el 4 de septiembre de 2016
Cita:
Fue una llamada dentro de mi
vocación. Fue una segunda llamada. Fue una vocación a dejar incluso Loreto,
donde yo era muy feliz, y salir a las calles para servir a los más pobres de
entre los pobres. Fue en aquel tren donde escuché la llamada a dejarlo todo y
seguirlo a Él en los suburbios — para servirle en los más pobres de entre los
pobres… Supe que era su voluntad y que debía seguirlo. No había duda de que iba
a ser su obra.
~Santa Madre Teresa
Reflexión
Santa
Madre Teresa de Calcuta nació como Anjezë Gonxhe Bojaxhiu en Skopie, actual
Macedonia del Norte. En el momento de su nacimiento, la ciudad natal de Anjezë
formaba parte del vasto y predominantemente musulmán Imperio otomano, que se
extendía por tres continentes. Hoy, Skopie es considerada el centro político,
cultural, económico y académico de Macedonia del Norte, con una rica y antigua
historia que se remonta a la época romana.
Anjezë
fue la menor de cinco hijos, dos de los cuales murieron en la infancia. Sus
padres eran católicos devotos que la educaron en la fe. Su nombre de bautismo
fue Gonxhe, que significa “capullo de rosa” o “florecita” en albanés, y con ese
nombre cariñoso fue llamada a menudo en su niñez.
Cuando
Gonxhe tenía ocho años, su padre murió repentinamente, sumiendo a la familia en
dificultades económicas. A los doce años, sintió una llamada divina a servir a
los pobres. Al cumplir dieciocho, dejó su hogar para siempre — sin volver a ver
a su madre ni a su hermana — e ingresó en el Instituto de la Santísima Virgen
María en Irlanda, conocidas como las Hermanas de Loreto, con el deseo de servir
en la India. Después de aprender inglés en Irlanda, se trasladó a la India en
1929 y se convirtió en novicia en la casa de Loreto en Darjeeling.
En
1931 hizo su primera profesión de votos, tomando el nombre de Teresa, en honor
a Santa Teresa de Lisieux. Fue destinada a la comunidad de Loreto Entally en
Calcuta, donde enseñó en la Escuela Saint Mary’s Bengali Medium para niñas.
Emitió sus votos perpetuos en 1937, momento en el cual asumió el nombre de
“Madre Teresa”, como era costumbre entre las Hermanas de Loreto. Pasó los
siguientes once años en Calcuta con las Hermanas de Loreto, sumando en total
veinte años.
El
10 de septiembre de 1946, cuando Madre Teresa tenía treinta y seis años,
viajaba en tren unas 400 millas desde Calcuta hasta la casa madre en Darjeeling
para un retiro anual y tiempo de descanso. Fue durante ese viaje que ocurrió
algo místico. Aunque guardó los detalles en privado, después relató: «Escuché la llamada a dejarlo todo y
seguirlo a Él en los suburbios — para servirle en los más pobres de entre los
pobres… Supe que era su voluntad y que debía seguirlo. No había duda de que iba
a ser su obra».
Cómo
escuchó esa llamada sigue siendo un misterio, pero fue tan apremiante y
convincente que pasó los dos años siguientes discerniéndola, consultando con su
director espiritual y finalmente obteniendo permiso de sus superiores
religiosos. Madre Teresa había recibido una “llamada dentro de la llamada” para
saciar la sed de Jesús sirviendo a los más pobres de los pobres. Desde
entonces, el 10 de septiembre se celebraría como el “Día de la Inspiración”, la
fecha en que ella creía que Dios había fundado lo que serían las Misioneras de
la Caridad. Durante el año y medio siguiente, Madre Teresa escuchó
repetidamente aquella “Voz” que le hablaba, guiándola y llamándola a confiar,
rendirse y amar: «Ven, ven,
llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé mi luz».
El
tema de la sed de Jesús en
la Cruz impregnó todo lo que Madre Teresa hizo a partir de
entonces. Fue la misión central que recibió, el propósito de su vida y la razón
por la cual Dios quiso que fundara las Misioneras de la Caridad. Jesús, como
Dios infinito, tenía una sed infinita. Y al no tener fin la profundidad de esa
sed, tampoco lo tendría el amor al que ella estaba llamada a ofrecer, amando a
los más pobres de entre los pobres y a todos los hijos de Dios. Madre Teresa no
solo fue llamada a saciar la sed de Cristo en aquellos a quienes servía, sino
también a encontrarse con
Jesús en ellos. Ellos eran Jesús, oculto bajo el penoso disfraz
de la pobreza.
Después
de su retiro, Madre Teresa habló con su director espiritual, el Padre Van Exem,
sobre esta llamada. Aunque él sabía que provenía de Dios, decidió probarla y le
prohibió hablar de ello o incluso pensarlo. Pasados cuatro meses, el Padre Exem
juzgó que había llegado el momento y le dio permiso para escribir al arzobispo.
Ella le escribió compartiendo lo que Jesús le había dicho: «Quiero religiosas indias, Víctimas de
mi amor… Quiero religiosas libres, cubiertas con mi pobreza de la Cruz… Quiero
religiosas obedientes, cubiertas con mi obediencia de la Cruz… Quiero
religiosas llenas de amor, cubiertas con la caridad de la Cruz. ¿Te negarás a
hacer esto por mí?»
Durante
esos meses, las demás hermanas notaron que Madre Teresa pasaba un tiempo
inusualmente largo en el confesionario con el Padre Exem. Sospechando un apego
indebido, sus superiores la trasladaron a otro convento. El arzobispo también
tuvo reservas y le indicó que esperara y rezara. Le informó que viajaría a Roma
y que no volvería en varios meses, momento en el cual reconsideraría su
petición.
Tras
intercambiar más cartas y conversaciones con el Padre Exem, este le presentó
una última prueba: debía “abandonarlo
todo para siempre”, y nunca volver a mencionarlo, a menos que él o
el arzobispo lo iniciaran. Madre Teresa obedeció, y meses después el Padre Exem
volvió a tocar el tema. Tanto él como el arzobispo siguieron probándola y cuestionándola.
Ella respondió desde el corazón, compartiendo todo lo que la “Voz” le había
dicho. Finalmente, el 6 de enero de 1948, el arzobispo le dio permiso para
continuar. Escribió a la superiora de Loreto: «Estoy profundamente convencido de que, si negara mi
consentimiento, estaría obstaculizando la realización, a través de ella, de la
voluntad de Dios».
Tras
obtener permiso de la superiora de Loreto y de la Santa Sede, Madre Teresa
comenzó su nueva misión el 17 de agosto de 1948, casi dos años después de su
“Día de la Inspiración”.
El
21 de diciembre de 1948, tras completar una formación médica, inició su vida
como Misionera de la Caridad en los barrios marginales de Calcuta. La ciudad
estaba duramente golpeada por la Segunda Guerra Mundial, la hambruna y
disturbios constantes. Multitudes vivían sin hogar, en pobreza, sin educación y
con sufrimiento extremo. Una vez asegurado un lugar donde vivir, comenzó a
cuidar de los pobres: curaba heridas, consolaba a los que sufrían, escuchaba
sus historias, les ofrecía alimento y los trataba como si fueran Jesús. Esta
era una novedad en la India, donde la pobreza a veces se veía como resultado de
un mal karma.
En
marzo de 1949, una de sus antiguas alumnas se unió a su labor. Al año siguiente
ya eran doce compañeras. El 7 de octubre de 1950, con la aprobación de la Santa
Sede, las Misioneras de la Caridad fueron formalmente establecidas en la
Arquidiócesis de Calcuta. Además de los tres votos usuales, las Misioneras de
la Caridad emitieron un cuarto voto: «dedicarse
con abnegación al cuidado de los pobres y necesitados que, aplastados por la
indigencia, viven en condiciones indignas de la dignidad humana».
A
principios de los años 60, el número de hermanas crecía constantemente y se
abrían casas en diversas partes de la India. Poco después, la misión se
expandió a Venezuela, Roma y Tanzania. En 1963 se fundaron los Hermanos
Misioneros de la Caridad. Una rama contemplativa de las hermanas nació en 1976,
seguida por los Hermanos Contemplativos en 1979, y los Padres Misioneros de la
Caridad en 1984.
En
1962, Madre Teresa recibió el Premio Padma Shri de la República de la India, y
en 1979 fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, que aceptó «en nombre de los hambrientos, de los
desnudos, de los sin hogar, de los lisiados, de los ciegos, de los leprosos, de
todas esas personas que se sienten no queridas, no amadas, no atendidas,
desechadas por la sociedad, personas que se han convertido en una carga y que
son avergonzadas por todos».
Después
de eso, fue buscada y recibida por reyes, dictadores, presidentes, primeros
ministros y líderes religiosos, y gozaba de la puerta abierta del Papa cada vez
que visitaba Roma. Su influencia a nivel internacional fue profunda, pero ella
permaneció profundamente humilde y fiel a su misión central del amor.
Para
la década de 1990, las casas estaban presentes en todos los continentes,
incluyendo casi todos los países comunistas. A su muerte, en 1997, las
Misioneras de la Caridad sumaban unas 4.000 religiosas, en 610 fundaciones de
123 países.
Dos
años después de su muerte, el Papa Juan Pablo II abrió su causa de
canonización. Fue beatificada en 2003 y canonizada por el Papa Francisco en
2016.
Santa Madre Teresa de Calcuta
Fue
una de las más grandes santas de la historia. Tras su muerte, los más cercanos
compartieron muchas de sus cartas privadas, que narran una experiencia
extraordinaria: desde el inicio de su labor con los pobres, comenzó a
experimentar una profunda oscuridad interior, una pérdida total del sentido de
la presencia de Dios. Esa oscuridad interior refleja los escritos de los
grandes místicos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila. Dios la
despojó de toda consolación interior, de modo que su caridad fuera
absolutamente pura y libre de todo interés personal, resultando en una entrega
desinteresada, sostenida por una fe inquebrantable e impulsada por la esperanza
divina. Fue, en el sentido más profundo, una mística, un icono de la saciedad
de la Sed de Cristo.
Oración
Santa
Madre Teresa de Calcuta, la Sed de Cristo impregnó tu alma hasta lo
más hondo, haciéndote experimentar su anhelo en lo profundo de tu ser. Esa Sed
te impulsó a la caridad, buscando incansablemente toda forma posible de saciar
a nuestro Señor en el penoso disfraz de los pobres y sufrientes.
Ruega por
mí, para que me libere de toda motivación egoísta en la vida y pueda entregarme
a los demás, libre y plenamente, como instrumento del Sacratísimo Corazón
Misericordioso de Jesús.
Santa Madre
Teresa de Calcuta, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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