domingo, 21 de septiembre de 2025

22 de septiembre del 2025: lunes de la vigésima quinta semana del tiempo ordinario-I

 

¡Luz!


(Lc 8, 16-1)
«Para que los que entren vean la luz. »

¿Qué ven estos recién llegados a la fe, principiantes o quienes retoman el camino, cuando llaman a la puerta de nuestras comunidades cristianas?
¿Una luz pálida y desvaída? ¿Una luz demasiado ostentosa para ser verdadera? ¿O, más bien, la luz vacilante y cálida de la fe?
Esta luz es un tesoro, depende de nosotros protegerla y alimentarla; ¡que acoja a todos los que se acerquen a ella!

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 


Primera lectura

Esd 1,1-6

El que pertenezca al pueblo del Señor que suba a Jerusalén, a reconstruir el templo del Señor

Comienzo del libro de Esdras.

EL año primero de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor por boca de Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, rey de Persia, para que proclamara de palabra y por escrito en todo su reino:
«Esto dice Ciro, rey de Persia:
El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado que le edifique un templo en Jerusalén de Judá. El que de ustedes pertenezca a su pueblo, que su Dios sea con él, que suba a Jerusalén de Judá, a reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. Y a todos los que hayan quedado, en el lugar donde vivan, que las personas del lugar en donde estén les ayuden con plata, oro, bienes y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo de Dios que está en Jerusalén».
Entonces, los cabezas de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, y todos aquellos a quienes Dios había despertado el espíritu, se pusieron en marcha hacia Jerusalén para reconstruir el templo del Señor.
Todos sus vecinos les ayudaron con toda clase de plata, oro, bienes, ganado y objetos preciosos, además de las ofrendas voluntarias.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6 (R. 3a)

R. El Señor ha estado grande con nosotros.

V. Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. 
R.

V. Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. 
R.

V. Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. 
R.

V. Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. 
R. 

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre. R.

 

Evangelio

Lc 8,16-18

La lámpara se pone en el candelero para que los que entren vean la luz

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Miren, pues, cómo oyen, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».

Palabra del Señor.

 

1

 

“La lámpara de nuestra vida: luz de Cristo en medio de las sombras”

Queridos hermanos:

Hoy comenzamos la lectura del libro de Esdras, un texto que, aunque antiguo, resuena con gran actualidad para nosotros. Narra el regreso del pueblo de Israel del exilio en Babilonia y la restauración de Jerusalén, del templo y del culto. Este libro nos muestra la fidelidad de Dios a su pueblo y, al mismo tiempo, las dificultades y desafíos que enfrenta la comunidad creyente cuando se trata de reconstruir no solo paredes y altares, sino la fe y la identidad.

1. El Dios que se sirve de instrumentos inesperados

Llama profundamente la atención que Dios escogiera a Ciro, rey de Persia —un extranjero, un no judío— para ser instrumento de liberación. El edicto que permite a los judíos regresar a su tierra es leído por los autores bíblicos como una acción providencial del Señor. Aquí comprendemos algo esencial: Dios no se encierra en nuestras categorías ni se deja limitar por nuestras fronteras religiosas o culturales. Él puede valerse de cualquier persona o situación, incluso de lo que parece contrario, para realizar su plan de salvación.

Esto nos recuerda que, en nuestra vida personal y en la historia de la Iglesia, Dios sigue actuando muchas veces de modos inesperados. En este Año Jubilar, somos llamados a abrir los ojos y reconocer que el Espíritu Santo sopla donde quiere, y que su obra no se restringe a nuestros esquemas estrechos.

2. La lámpara de nuestra vida

El Evangelio nos ofrece una imagen preciosa: la lámpara. Jesús dice que nadie enciende una lámpara para esconderla bajo una vasija, sino para colocarla en el candelero, y que alumbre. Esa lámpara somos nosotros. La vida de cada ser humano es una chispa encendida por Dios mismo en el momento de la concepción.

San Juan nos recordará que Jesús es la “luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Al acoger su Palabra y dejar que transforme nuestra existencia, esa luz no se apaga, sino que se convierte en testimonio para los demás. No podemos esconder la fe, no podemos ocultar la esperanza, no podemos vivir como si la luz que Cristo nos regaló fuese un secreto personal.

3. La Palabra de Dios: lámpara para nuestros pasos

El salmo 118 (119) nos ofrece la clave: “Tu palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi sendero”. La luz no es solo una idea bonita, es una fuerza que orienta, que guía, que da seguridad al caminante. Quien se deja guiar por la Palabra de Dios no se extravía, aunque atraviese noches oscuras.

Y esto nos lleva a una gran responsabilidad: ¿qué tanto dejamos que la Palabra nos ilumine cada día? ¿La escuchamos solo en la Misa, o también la meditamos en casa, en familia, en comunidad? Hoy, más que nunca, necesitamos discípulos que brillen con la luz de Cristo, no por palabras vacías, sino porque han dejado que la Escritura transforme su manera de pensar, sentir y actuar.

4. Luz en medio de la oscuridad del dolor y de la muerte

Hoy nuestra intención orante se dirige a los difuntos. Recordamos a aquellos que nos han precedido con la señal de la fe y descansan en la esperanza de la resurrección. En la experiencia humana, la muerte es una de las sombras más densas; pero precisamente ahí la fe se convierte en lámpara. La certeza de que Cristo ha vencido la muerte nos consuela y nos impulsa a vivir con esperanza.

Cuando encendemos una vela en un velorio, en un aniversario, en el Día de los Fieles Difuntos, no es solo un gesto piadoso: es el signo de que creemos que la luz de Cristo brilla más fuerte que la oscuridad de la tumba. En este Año Jubilar, rezar por los difuntos es también un acto de misericordia espiritual, un modo de prolongar esa luz que nunca se apaga.

5. Un compromiso jubilar: ser lámparas vivas

Hermanos, si Dios ha puesto en nuestras manos la luz de su Palabra, no podemos esconderla. El Jubileo que vivimos nos recuerda que somos “peregrinos de la esperanza”. Y un peregrino necesita luz para no extraviarse en el camino. Al mismo tiempo, nuestra lámpara puede iluminar a otros caminantes que se sienten perdidos, tristes o desesperados.

Ser lámpara hoy significa:

  • Testimoniar la fe con coherencia en la familia y en la sociedad.
  • Llevar consuelo a los que lloran la pérdida de un ser querido.
  • Sembrar esperanza donde reinan la corrupción, la mentira y la desesperanza.
  • Dejar que la Palabra de Dios modele nuestras decisiones y nuestros gestos de cada día.

Oración final

Señor, haznos lámparas vivas, encendidas con tu Palabra y tu Espíritu.
Que nuestra fe no se esconda ni se apague,
sino que ilumine a quienes nos rodean.
Te encomendamos a todos nuestros difuntos,
para que descansen en la luz eterna de tu presencia.
Y en este Año Jubilar, haznos testigos de esperanza,
para que el mundo vea en nosotros
un reflejo humilde y cercano de tu Hijo Jesucristo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

 

2

 


“Que los que entren vean la luz”

 

Queridos hermanos y hermanas:

El evangelio de hoy nos vuelve a presentar la imagen de la lámpara que ilumina, la misma que escuchábamos en estos días en labios de Jesús (Lc 8,16-18). Es una parábola sencilla, pero profundamente exigente: nadie enciende una lámpara para ocultarla, sino para que los que entren en la casa puedan ver la luz. La pregunta que podemos hacernos, a la luz de este evangelio es, cuando alguien se acerca a nuestras comunidades, ¿qué encuentra?

1. La experiencia del pueblo de Israel: luz que vuelve a brillar

Siguiendo la lectura del libro de Esdras que inauguramos en la liturgia, contemplamos cómo el pueblo de Israel, tras el exilio, regresa a Jerusalén y reconstruye el templo. No fue fácil. Había cansancio, desánimo, conflictos con los pueblos vecinos, y hasta divisiones internas. Sin embargo, lo esencial era no dejar apagar la fe, volver a poner en el centro a Dios como lámpara de su vida.

Esa reconstrucción histórica es también un espejo de la reconstrucción espiritual que tantas veces necesitamos como Iglesia y como creyentes. Cuando hemos pasado por pruebas, por crisis personales, comunitarias o sociales, la tentación es dejar que la fe se apague poco a poco. Pero Dios nos invita a encender de nuevo la lámpara y ponerla en alto.

2. ¿Qué luz ofrecemos al mundo?

Jesús es claro: la lámpara debe ponerse en el candelero, para que los que entren vean. Es decir, la fe no es para esconderla, sino para compartirla.

  • Si mostramos una luz pálida y apagada, los que se acercan no sentirán atracción.
  • Si mostramos una luz falsa y ostentosa, basada en apariencias, ritualismos vacíos o espectáculo, esa luz no convence ni alimenta.
  • Pero si mostramos una luz sencilla, cálida y verdadera, como la del hogar donde arde una vela que reconforta, entonces quienes se acercan encuentran un signo de Dios vivo.

La luz de Cristo no deslumbra para cegar, sino que ilumina para guiar. Es fuego que calienta el corazón y orienta el camino.

3. La luz de la Palabra

El salmista lo decía con tanta belleza: “Tu palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi sendero” (Sal 118,105). La Palabra de Dios es la que nos hace capaces de mantener viva la llama. Sin ella, la lámpara se apaga; con ella, incluso en medio de la noche más oscura, hay claridad suficiente para caminar.

Por eso, en este Año Jubilar, se nos invita a redescubrir la centralidad de la Palabra: leerla, meditarla, orarla en familia, en grupos parroquiales, en la liturgia. Cuando la comunidad vive en torno a la Palabra, se convierte en casa luminosa que acoge a los que llegan.

4. Orar por los difuntos: lámpara de esperanza

Hoy la intención orante nos invita a recordar a los difuntos. Ellos han caminado antes que nosotros con la lámpara de la fe en sus manos. Ahora confiamos que esa luz se transforme en la claridad plena del cielo.

Rezar por ellos es, al mismo tiempo, un gesto de esperanza para nosotros: nos recuerda que nuestra lámpara debe permanecer encendida hasta el final. Y que, en la comunión de los santos, la luz de Cristo une a vivos y difuntos en una misma fe y una misma esperanza.

5. El compromiso jubilar: ser lámparas para los que llaman a la puerta

El Papa Francisco, cuando convocó este Jubileo con el lema “Peregrinos de la esperanza”, nos llamó a ser comunidades abiertas, luminosas, acogedoras. Muchos hombres y mujeres hoy vuelven a tocar la puerta de la Iglesia: algunos buscando reconciliación, otros, curiosidad, otros, necesidad espiritual profunda.

La pregunta es: ¿qué encuentran cuando entran? ¿Una Iglesia cerrada, fría, en tinieblas? ¿O una comunidad que, aunque imperfecta, brilla con la luz cálida de la fe, de la caridad, de la misericordia? Nuestro compromiso es que toda persona que se acerque pueda experimentar que aquí hay una llama viva, que aquí hay calor humano y divino, que aquí está la luz de Cristo.


Oración final

Señor Jesús,
Tú eres la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
Haz que nuestra fe no sea pálida ni vacía,
sino cálida y sincera, capaz de atraer a quienes buscan esperanza.
Que nuestras comunidades sean hogares donde arde tu Palabra,
donde cada hermano encuentre acogida y consuelo.
Te confiamos a nuestros difuntos:
concédeles gozar de tu luz eterna.
Y a nosotros, peregrinos en este Año Jubilar,
danos tu Espíritu para ser lámparas vivas
que guíen a los demás hacia Ti.

Amén.

 

3

 

“Escuchar la Palabra, comprenderla y dejar que dé fruto”

 

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy (Lc 8,16-18) nos advierte: “Tengan cuidado de cómo escuchan. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que cree tener se le quitará”. Estas palabras se complementan con la primera lectura del libro de Esdras (1,1-6) y con el Salmo 125, formando un conjunto que nos ilumina sobre la importancia de la escucha atenta y fecunda de la Palabra de Dios, especialmente en este Año Jubilar en el que somos llamados a ser peregrinos de la esperanza.


1. La primera lectura: Dios suscita instrumentos de liberación

El libro de Esdras nos sitúa en un momento histórico clave: el edicto del rey Ciro de Persia que permite al pueblo de Israel volver del exilio y reconstruir el templo de Jerusalén. Lo sorprendente es que Dios utiliza a un pagano, un rey extranjero, para realizar su plan. El Espíritu Santo mueve el corazón de Ciro para que ordene la repatriación y financie la obra de reconstrucción.

La enseñanza es clara: Dios no está limitado por nuestras categorías humanas. Él puede obrar por caminos insospechados y valerse de quienes menos esperamos. Así lo experimentamos también nosotros: cuántas veces una palabra, un encuentro, incluso una dificultad, se convierte en instrumento de Dios para nuestra conversión.


2. El salmo responsorial: “Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros”

El Salmo 125 nos pone en sintonía con la alegría del regreso: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar… nuestra boca se llenaba de risas y nuestros labios de canciones”.

Este canto es la expresión de un pueblo que experimenta el paso de la esclavitud a la libertad, de la tristeza al gozo, de las lágrimas a la cosecha abundante. La liturgia nos recuerda que la Palabra escuchada y acogida transforma la historia en fuente de alegría y esperanza.

Y aquí aparece un vínculo directo con el Evangelio: quien “tiene” la Palabra —es decir, quien la atesora en el corazón— descubre en la vida cotidiana signos de liberación, incluso en medio de pruebas. Por eso el salmo añade: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares”. Es una invitación a la perseverancia: aunque la siembra de la fe sea ardua, la cosecha será abundante.


3. El Evangelio: cuidar cómo escuchamos

Jesús nos recuerda que la verdadera riqueza no consiste en acumular bienes, sino en escuchar y comprender la Palabra. El que se abre de verdad a ella recibe cada vez más luz, más sabiduría, más esperanza. El que no la cultiva pierde hasta lo poco que cree tener: la fe se enfría, la memoria de Dios se diluye, la vida queda a merced de engaños y confusiones.

Escuchar no es un acto pasivo: implica acoger, amar, dejarse transformar. Como enseñaba san Beda, escuchar con la mente lleva a amar, y amar conduce a comprender. Es un dinamismo que solo el Espíritu Santo puede realizar en nosotros.


4. Una luz que debe crecer y multiplicarse

El Señor no quiere discípulos que escondan la lámpara, sino testigos que iluminen. La luz de Cristo no es nuestra propiedad privada; es un don para compartir. Y la mejor manera de compartirla es cultivar una vida enraizada en la Palabra y en la oración:

  • Escuchar con perseverancia la Escritura cada día.
  • Orar con ella en silencio y en comunidad.
  • Testimoniarla en obras concretas de misericordia.
  • Ofrecer esperanza a los que llegan buscando consuelo, como un hogar con la lámpara encendida.

5. Una palabra de esperanza para los difuntos

Hoy nuestra intención orante se dirige a los difuntos. Ellos caminaron con su lámpara encendida, quizás débil y vacilante, pero sostenida por la fe. Rezamos para que la luz de Cristo, que nunca se apaga, los reciba en la plenitud del Reino.

El salmo nos recuerda que las lágrimas se convierten en cantos de victoria. Por eso orar por los difuntos no es solo pedir su descanso, sino también afirmar nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra. La esperanza cristiana es la cosecha de la siembra de la fe.


6. Compromiso jubilar: escuchar para crecer

En este Año Jubilar, el Señor nos invita a crecer en la comprensión de su Palabra. No basta oír superficialmente; necesitamos escuchar con el corazón abierto, para que lo recibido se multiplique. Así nos convertimos en peregrinos de la esperanza, capaces de iluminar a quienes llegan a la comunidad buscando consuelo y sentido.


Oración final

Señor, abre nuestro oído y nuestro corazón
para escuchar con atención tu Palabra viva.
Que tu Espíritu Santo nos conceda comprenderla, amarla y vivirla,
para que crezca en nosotros y se multiplique en frutos de esperanza.
Recibe en tu luz a nuestros difuntos,
y haz que en nuestra comunidad tu lámpara permanezca encendida,
para que todo el que entre vea en nosotros la claridad de tu amor.

Amén.

 


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