20 de febrero del 2022 Séptimo Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)



Hermanos, el Señor nos revela hoy las exigencias del amor fraternal en los contextos menos propicios. Amar a sus enemigos, ¿es posible y deseable? Si tomamos a Jesús como ejemplo y o modelo, podremos realizar a nuestro turno lo que nos parece difícil, ver imposible. ¿Están ustedes dispuestos a escuchar lo que Él quiere revelarnos?
El Señor es ternura y misericordia. En Jesús, nosotros podemos también amar a la manera del Padre.






Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel (26,2.7-9.12-13.22-23):

En aquellos días, Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David. David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor.
Entonces Abisay dijo a David: «Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe.»
Pero David replicó: «¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.»
David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.
David cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó: «Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor.»

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 102,1-2.3-4.8.10.12-13

R/.
 El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos;
como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles. R/.

 

 

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,45-49):

El primer hombre, Adán, fue un ser animado. El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial.

Palabra de Dios

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,27-38):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.»

Palabra del Señor



A guisa de introducción:

La lógica de Dios: locura a los ojos del mundo

En un mundo regido de manera preponderante por la Ley del Talión (“Ojo por ojo, Diente por diente”); en una sociedad o nación guiada por la frase “El que la hace la paga”; a las claras, lo que es una lógica que nadie parece discutir o al menos la mayoría, parece asentir, pareciera ser que la lógica de “poner la otra mejilla”, fuera absurda, sin sentido y banal.

¿Sin embargo, esa es la invitación que Jesús nos hace este domingo: a no seguir la levadura de los fariseos, alejar todo resentimiento, odio, rencor, deseo de venganza…porque si no, ¿en qué nos diferenciaremos sus discípulos del resto dela gente?

El texto que leemos hoy del evangelio de Lucas, está inmediatamente después del que leíamos domingo pasado sobre las bienaventuranzas y malaventuranzas. Jesús nos da una enseñanza sobre el amor-caridad, y especialmente sobre el amor a los enemigos: enemigos personales o enemigos de grupo al cual pertenecemos (político, religioso, laboral, etc). Y Él –Jesús-precisa lo que entiende por “amar a sus enemigos”. Eso va muy lejos, y por lo tanto se condensa en 3 frases:
-      Hacer el bien a quienes nos odian,
-      Desear el bien a quienes nos maldicen,
-      Orar por quienes nos maltratan, es decir, hablarle a Dios de ellos, quien les ama igualmente, y diciéndolo poéticamente, “que tiene para con ellos tesoros de paciencia y siempre un pequeño rayo de sol”.

Y Jesús, después de estas consignas sobre el amor sin fronteras, viene a hablar de la no violencia, de la mejilla que se debe poner, de la capa y la túnica que se deben entregar sin más, y los dos mil pasos que es necesario hacer, es decir del cuarto de hora que es necesario aceptar perder con un hombre en la alegría o en la pena, con sus hermanos en comunidad, bajo la mirada de Jesús.

Ahí las dificultades aumentan, se redoblan. Y espontáneamente diremos: “esto no es realista”, y somos tentados de repasar lo que dice Jesús para precisar, poner en su contexto o relativizar su mensaje paradójico.

De manera instintiva nosotros pensamos: “eso depende de las circunstancias” …”es necesario mirar cada caso”. Y es verdad en un sentido; pero Jesús no vende su evangelio al detalle, al por menor, ni rebajado: es un nuevo estilo de vida que Él quiere inculcar, una nueva mirada sobre la vida, los eventos, las personas y sobre Dios mismo.

En efecto, se trata de invertir, poner al revés nuestros reflejos o reacciones ordinarias: reflejo del Talión; que nos hace devolver el mal por mal, la violencia por un olvido, la agresividad por una falta de atención; reflejo del igualitarismo, del donante-donante, del “nada por nada”, que nos hace esperar, anhelar, desear la recompensa inmediata y medida.

Ante el precepto que nos ha dejado el Señor, tomamos conciencia del poco lugar que tiene en nuestro corazón la gratuidad, la verdadera, aquella que no será conocida por nadie, fuera de Dios.

El amor verdadero consiste en hacer vivir. Es siempre una iniciativa, un amor que comienza primero. Y, por otro lado, es bien así que procede el amor de Dios, como lo subraya Jesús: “amen a sus enemigos, hagan el bien, los favores y presten (dinero, las cosas) sin esperar nada a cambio. Su recompensa será grande, y ustedes serán hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los malos”.

Jesús se atreve a hablar de recompensa. ¿Pero dónde está, entonces, la gratuidad?

La gratuidad permanece entera, porque la recompensa de la cual habla Jesús no es una nueva entrada, un nuevo tener, sino un suplemento del ser. Nosotros no podemos no quererla con todas nuestras fuerzas, porque ella consiste en “ser hijos del Altísimo”. Entre más queremos a Dios por lo que Él es, más somos confortados nosotros en nuestra autonomía de hijos. Entre más amamos a nuestros hermanos por lo que ellos son, más crece en nosotros la semejanza con nuestro Padre. Esta semejanza no es una recompensa a la cual podríamos renunciar, pues es el sentido y el objetivo de nuestra vida en la tierra. Es igualmente el comienzo de la vida eterna en nosotros.

Aquel que, en la humildad de su corazón, elige lo que es locura a los ojos del mundo, contempla de una manera extraña la sabiduría eterna de Dios. ¿Qué puede ser más desrazonable en este mundo que entregar a los ladrones lo que nos pertenece o no responder con una ofensa a aquel que nos ha ofendido? Pero si queremos seguir la vía de Dios-si lo deseamos verdaderamente-entonces el único camino es asumir el riesgo de llegar a ser locos a los ojos del mundo. Gracias a esta locura obtendremos, y no será breve y parcial, una visión de la sabiduría divina.

No podemos estar en Dios si no practicamos el “sacramento del hermano” que es aquel de servir al otro. Quien cree tener toda la sabiduría de Dios, no la posee. Porque la ciencia infla; es la caridad que edifica (1 Cor 8,1). Solo Dios es verdaderamente sabio. Es Él también quien posee la ciencia del hombre, de nuestro interior. Tan maravillosa es tu ciencia para mí-dice el salmista-que yo no puedo alcanzarla (Salmo 139,6). Pero San Pablo nos enseña que el amor de Dios es la clave para alcanzar el verdadero conocimiento.

La vía para conocer a Dios es aquella de la conversión. Sólo el hombre de corazón puro puede ver a Dios. ¿Cómo podemos tener nosotros la seguridad que nuestro corazón ha alcanzado el estado de pureza? El gran místico y asceta Isaac el sirio da esta respuesta:
“Cuando un hombre encuentra que todos los hombres son buenos y que nadie le parece impuro o manchado, entonces él tiene un corazón verdaderamente puro”. Y otro maestro de la vida espiritual- Juan Clímaco- nos habla así: “Vela por no caer en el hecho de juzgar: Judas era un apóstol, y el ladrón, crucificado a la derecha de Cristo, era un asesino. Qué cambio en un instante!”

Cristo nos llama a convertirnos en jueces de nosotros mismos. Aquel que, a la luz de la verdad divina, porta un juicio justo sobre sí mismo, ya no será más capaz de juzgar su prójimo. Es en la humildad que Él se adherirá a Cristo que descendió a los infiernos mismo, para salvar a los que estaban más alejados de Dios. En el último día cuando El vuelva, Él nos medirá de la misma manera que nosotros midamos.




Aproximación psicológica y política al texto del Evangelio:

El gran viraje



El presente texto del evangelio está lleno de incoherencias y de contradicciones:
Jesús invita a “prestar sin nada esperar a cambio”, pero cuando no se espera verdaderamente nada a cambio, uno no presta, uno no da…

Él habla de la misericordia del Padre, pero a la vez deja entender que el Padre juzgará y condenará aquellos que no habrán seguido sus consejos.

Él nos invita a vivir y a amar “sin esperar nada a cambio”, pero varias veces nos recuerda que no seremos recompensados si se nos sorprende haciendo el mal.

Él compromete a superar los cálculos interesados de los pecadores, instalados como están en una lógica de reciprocidad (donante-donante), pero él hace mirar lo que un tal gesto de renuncia puede tener de ventajoso: “pues la medida con que den, será la medida con que reciban”.

¿Cómo explicar tantas incoherencias, sin tener en cuenta y siendo conscientes de que Jesús está en plena mitad de un gran viraje, de tal modo que, para ser comprendido, él debe continuar refiriéndose a lo que acaba de dejar? Así continuamos haciéndolo nosotros, cuando recurrimos a las viejas millas y a los viejos grados Fahrenheit, en lugar de situarnos en los kilómetros y en los grados Celsius.

Jesús tiene como punto de mira la gran conversión de la mentalidad de la retribución inmediata, del donante donante, a la mentalidad de la gratuidad pura, aquella del Dios indiferentemente “bueno para con los ingratos y malvados” como para con los puros y correctos.

Esta afirmación está llena de consecuencias, tiene un gran peso. Jesús no dice: “Dios hace semblante, aparenta ser bueno con los malos, pero de hecho, él prepara sus armas y él espera su hora: el que reirá de último reirá mejor!” Él dice “Dios, como es bueno, no le gusta limitarse a la reciprocidad como los pecadores: “yo abro el cielo a fulano porque ha sido correcto conmigo, yo se lo cierro a zutano, porque él no ha sido correcto conmigo…Si Dios nos invita “a hacer el bien a aquellos que nos odian”, podría Él hacerle mal, ¿a aquellos que han cometido errores mientras tanto?

Basta con tomar conciencia de todas las objeciones teológicas, dogmáticas y filosóficas que nos vienen al espíritu, mientras leemos estas líneas, para comprender que para nosotros tampoco, el gran viraje aún no está verdaderamente hecho (por ejemplo, no hay libertad sin infierno, si el diablo no existe, no se cree en el mal…) Nosotros corremos el riesgo entonces de quedarnos presos en nuestras incoherencias y nuestras contradicciones, mientras no dejemos atrás la mentalidad del donante-donante (virtud hoy, cielo mañana), para convertirnos a la mentalidad de la gratuidad pura (amor que camina a tientas y sufriente hoy, amor liberado y satisfactorio mañana).

Estas observaciones pueden reconciliarnos con las incoherencias de nuestro texto. Si, después de dos mil años, no hemos salido todavía del gran viraje, se le puede reprochar a Jesús, quien, iniciaba este viraje, de utilizar términos de recompensa e imágenes de reciprocidad?




Reflexión Central:

1

La regla de oro



En el Evangelio de hoy hay una pequeña frase célebre sobre la cual me gustaría detenerme un momento. Esta frase es “Traten a los demás, como quieren que ellos los traten” (“Lo que ustedes quieren que los otros hagan por ustedes, háganlo ustedes también por ellos”). Lc 6,31.

Esta frase parece tan evidente que parece banal y por lo tanto, ella contiene la clave de la existencia humana y de nuestras reglas de conducta. Jesús ha dicho de esta frase, que ella contiene la Ley y los Profetas (Mt 5,48).

La regla de oro tiene dos versiones o formulaciones. La primera formulación es negativa: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. Antes de Jesús, un gran comentarista de la Ley, el rabino Hillel, había dicho: “Todo aquello que te parezca malo, no lo hagas a nadie, ahí está contenida toda la Torá”. Pero Jesús va más lejos y hace de una prohibición de hacer del mal una exigencia de hacer el bien. Entre evitar hacer el mal y buscar positivamente hacer el bien, hay todo un abismo, una diferencia, hay todo un mundo. Y es a eso que Jesús quiere conducirnos.

La regla de oro dentro de su versión negativa (no hacer a otro lo que no queremos que nos hagan) es ya una regla formidable. Nosotros la repetimos sin cesar a nuestros niños, a nuestros hijos, cuando los vemos perturbando a los otros. “No muerdas a tu hermanito! ¿A ti te gustaría que yo te hiciera lo mismo?” El niño no piensa en los otros. Él piensa en sí mismo y busca afirmar su deseo, satisfacer sus necesidades. Al recordarle la regla de oro negativa, nosotros lo obligamos a tomar conciencia de la existencia del otro.

Hay muchas personas que se quedan infantiles toda su vida y que no piensan sino en ellos mismos, que no piensan en las consecuencias de sus actos sobre los demás. Pensemos en los hombres y mujeres de otrora que fumaban y escupían alegremente. Pensemos en los conductores de auto irresponsables que cambian de carril sin advertir, se atraviesan, estrechan…pueden causar un accidente. Pensemos en las personas que ponen su música tan fuerte que todo el vecindario es afectado. Pensemos en los que contaminan sin mirar las consecuencias. Yo recuerdo a un hombre tuberculoso que quería forzar a su esposa a besarla en la boca. Pienso todavía en aquellos que hacen fraude con los impuestos, después están aquellos que compran material o mercancía robada o cigarrillos y licor de contrabando…en fin.

No hacer a los otros lo que no queremos que nos hagan es verdaderamente una regla de oro, porque esto obliga a tomar conciencia de la existencia de los demás, de su lugar en el mundo. El otro es un ser semejante a mí y si una cosa es mala para mí, nociva para mí, lo es también para el otro. Ahora, hay en cada uno de nosotros un sexista, un racista, un despreciador de los otros, que se ignora. Hacer a los otros, lo que no se quiere para sí mismo, es hacer de los otros un medio para nuestro servicio. Yo pienso en la pornografía y en la prostitución infantiles, pienso en el tráfico de órganos y tantos otros gestos…en los jóvenes heridos o que se matan a causa del matoneo o bullying que llaman, a causa de un fanatismo o de una camiseta del fútbol, inducidos por el odio y la violencia…

Hay en la regla de oro, igualmente en su forma negativa, la clave de lo que se llama ahora los derechos de la persona. Prohibirse, contenerse de  hacer al otro lo que no se quiere para uno, es reconocer el estatuto del otro. Es admitir que él es nuestro igual. Es entrar en la intersubjetividad humana. Antiguamente, un esclavo no era un ser humano como los demás. Era una cosa. Los negros fueron esclavos por largo tiempo en USA y mismo aquí. Y no es porque la esclavitud haya sido abolida que todas las actitudes se hayan transformado. Yo pienso en la obsesión que hay actualmente, por el rendimiento y producción, y, la manera desenvuelta y descarada como se trata a los empleados.  De manera salvaje, se despide a las personas de sus empleos para aumentar el margen de producción.

Si cada vez que tenemos un gesto con el otro, fuéramos capaces de detenernos para preguntarnos si encontraríamos normal y deseable que se nos trate de la misma manera, yo pienso que nuestra vida sería transformada. No hacer a los demás lo que se quiere para uno, es verdaderamente ya un ideal.

Pero Jesús va mucho más lejos. Él no se contenta con la formulación negativa de la regla de oro. Él la cambia completamente y hace de ella una exigencia positiva: “lo que ustedes quieren que los demás hagan por ustedes, háganlo ustedes también por ellos”. Yo escucho a tantas personas decirme: “Yo no le hago mal a nadie, padrecito, yo no mato ni robo…”Y eso se dice con frecuencia para quitarse la culpa, para justificar su mediocridad. Y a veces se completa la fórmula diciendo: “Yo me ocupo de mis asuntos y no me meto en los de los demás” (como dicen en inglés: “Me, myself and I”.)

Jesús va infinitamente más lejos y sugiere que nosotros tenemos un deber de vigilancia y de bondad (buscar el bien del otro). No solamente debemos evitar hacer el mal a otro, sino que además será necesario hacerle el bien, desearle el bien y hacer todo lo que dependa de nosotros para que el bien le suceda, le advenga. Yo no digo que sea fácil. Pero se comprende cuál espacio es así abierto por Jesús. Es verdaderamente La Ley y los Profetas. En la noche de la última cena, Jesús da a los suyos un mandamiento nuevo: “Es de amarse los unos a los otros” (Juan 13,34).

En el Evangelio de hoy, Jesús trata de mostrar hasta dónde puede ir esta exigencia. Él habla del amor a los enemigos. Aquí Jesús utiliza una paradoja. Es relativamente fácil amar a nuestros amigos porque a priori (de entrada) nuestros amigos nos son cercanos. Ellos nos aman y nosotros los amamos. Querer el bien para ellos nos encierra en el círculo de nosotros mismos. No se trata totalmente de egoísmo, pero se le parece. Es una forma de “egocentrismo” ampliado. Eso queda entre nosotros. Jesús trata de romper ese círculo estrecho. En la parábola del Samaritano él hará brotar el bien de un extranjero, de alguien despreciado por su ambiente. Aquí, se habla claramente de enemigo. 

Jesús utiliza cuatro verbos para decirnos que seamos atentos con nuestros enemigos: amen, hagan el bien, deséenles el bien, oren por ellos. No se trata solamente de evitar hacer el mal. Es positivamente hacer el bien, mismo a aquellos que son malos con nosotros. Enseguida Jesús da tres casos posibles:
Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra;
Si alguien te quita la capa, déjale también la túnica,
A todo el que te pida dale, y al que te quita lo tuyo no se lo reclames.

La formulación es voluntariamente extrema. No le ofrezcas la mejilla al otro porque puede pensar que te estás riendo de él y eso podría desencadenar su rabia. Pero es claro que Jesús nos invita a romper el círculo de los amigos, de la familia, del clan, de la etnia. Él da todavía tres ejemplos como situaciones éticas plausibles:
Si aman a los que los aman…
Si hacen el bien a los que les hacen bien…
Si prestan cuando esperan que les paguen…

Entre los judíos, la tradición decía que uno estaba obligado, era un deber amar al prójimo, pero que no había necesidad de amar al no-prójimo y todavía menos al adversario. Jesús pide abrir el círculo. Él pide a sus discípulos de preocuparse por el cuidado de aquellos que no están dentro del círculo familiar o de los cercanos…Él formula la exigencia paradójica del amor al enemigo. Nosotros sabemos que Él pudo hacer eso y que oró por sus verdugos. Jesús no aborda aquí las dificultades psicológicas, de un tal comportamiento ni las etapas a recorrer para lograrlo.  Eso nos corresponde a nosotros ponerlo en obra en la sociedad que es la nuestra. Jesús se contenta con poner la exigencia de toda la regla de oro en su formulación positiva para que nosotros nos convirtamos en obradores del bien. Así seremos a la imagen Dios.

La regla de oro, negativa o positiva, toma nuestro bienestar como centro de referencia: aquello que no queremos para nosotros mismos, aquello que queremos para nosotros mismos. Hablando del amor a los enemigos Jesús nos centra en la figura de Dios:
“ustedes serán hijos del Altísimo,
Porque Él es bueno con los ingratos y los malos” (Lc 6,35).

Los motores de nuestra sociedad, son el odio y la rivalidad. La política, por ejemplo, es un estado de guerra constante, una guerra no sangrienta donde la regla es el odio al otro y su destrucción. La sociedad está atravesada por los conflictos más diversos, y los medios de comunicación construyen sus noticias y boletines sobre ellos. Es por eso que es difícil ser discípulos de Jesús, porque es necesario pasar de la regla de la competencia o competición, de la rivalidad, de la carrera por el primer puesto, de la venganza, de la certitud que es necesario vengarse y hacer mal al otro…a la regla de oro: evitar hacer el mal al otro e igualmente preocuparse por hacerle el bien.

En la puesta en práctica de una tal regla de oro, es necesario ser prevenido y prudente. Pero no se puede renunciar a este ideal. Creer en Jesús, es comprender que es necesario poner el amor en el centro de la vida, en el centro de su vida…A cada uno nos corresponde pues actuar.





2

Humanizar el mundo:



Los textos bíblicos de este domingo nos hablan de un camino de conversión. Vivimos en un mundo donde muchos piensan solamente en hacer justicia por su propia mano.

Hoy recibimos llamados a rechazar la venganza y a practicar la misericordia. Es el testimonio que encontramos en la primera lectura. Fue en el curso de una guerra entre Saúl y su adversario, rival, David. Saúl se había vuelto muy envidioso y buscaba eliminar a David. David podría haberse vengado, pero él se contiene, se niega. Él no quiso levantar la mano sobre “aquel que ha recibido la unción del Señor”.

Uno no puede menos que admirar esta nobleza de David. En ese momento que no conocía la Ley del amor de Cristo, él tuvo respeto por su enemigo sin defensa. Este relato nos cuestiona, nos muestra que, al rechazar la venganza, uno rompe con el ciclo de la violencia. Y cuando se habla de venganza es importante ver los diversos aspectos: el desprecio, la ironía, la calumnia, la indiferencia. Todo comienza con la forma como miramos a aquellos que nos rodean. Si queremos un mundo más justo y fraternal, es por nosotros que debemos comenzar.

El Evangelio que acabamos de escuchar nos muestra el camino. Nos habla de misericordia. Es fácil juzgar y criticar. Pero si miramos nuestra vida, vemos bien que nosotros también somos “pobres pecadores”. Nosotros somos bien mal situados para mirar lo que han hecho los otros. No debemos jamás olvidar que la medida que utilizamos con ellos servirá también para medirnos a nosotros.

Para comprender estas recomendaciones del Evangelio, es hacia la cruz de Cristo que debemos mirar. Es necesario siempre recordar que el Evangelio es ante todo el libro de la misericordia de Dios. Es leyéndolo y releyéndolo regularmente, como nosotros descubrimos esta revelación: todo aquello que Jesús ha dicho y realizado es una expresión de esta misericordia del Padre.

Él dio acogida a los excluidos, Él ha perdonado; Él vino a buscar y salvar los que estaban perdidos. Él vino para llenarnos de la sobreabundancia de su amor, y todo eso sin mérito de nuestra parte.

Pero todo no ha sido escrito en este libro. El Evangelio de la Misericordia permanece como un libro abierto: él debe ser lleno de todos los signos del amor de Cristo. Estos gestos concretos de amor que estamos llamados a donar son el mejor testimonio de la misericordia. Es así como llegaremos a ser testigos vivos del evangelio, portadores de la Buena Noticia. Es por nuestro amor que seremos reconocidos como discípulos de Cristo. ¿Cómo podremos hermanos, hablar de la misericordia de Dios si nosotros mismos no perdonamos?

“Su amor es por siempre” (Salmo 117/118). Es verdad, la misericordia de Dios es eterna. Ella no termina nunca; ella no se agota; ella nos aporta fe y esperanza en los momentos de prueba. Nosotros estamos seguros de que Dios no nos abandona jamás. Nosotros debemos agradecerle por este gran amor que es imposible comprender: Dios ha olvidado nuestros pecados, Él los ha perdonado; y hoy nos invita a vivir las consecuencias.

Para ellos dos actitudes son necesarias: reconocer nuestros propios errores y olvidar las ofensas de los otros. A lo largo de toda su vida y sobre todo en el momento de su pasión, Jesús no ha tenido otra actitud que la del amor y de la misericordia. Antes de morir, hizo esta oración: “Padre perdónales porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). No debemos recibir este evangelio como una simple lección de moral. Lo que Jesús nos dice, Él lo ha vivido. Él espera que nosotros tengamos su misma mirada sobre los eventos y las personas, que tengamos los mismos sentimientos y gestos que él tuvo ante los buenos y los malvados.

En relación con este Evangelio, la liturgia nos propone un pasaje de la segunda carta de Pablo a los Corintios: San Pablo nos habla del primero y del último Adán; el primero es hecho de tierra; él es carnal. El segundo viene del cielo, es espiritual. Entre los dos, la tensión es grande. Ante un enemigo, el primero reacciona con fuerza y violencia: “ojo por ojo, diente por diente…” Pero nosotros somos también hermanos del segundo Adán, hermanos de Cristo; Él hace habitar en nosotros su Espíritu. Es este Espíritu que nos empuja al amor y nos hace capaces de vivir en él. Démosle gloria y supliquémosle por nosotros y por el mundo entero…Que el Señor nos dé un corazón compasivo y misericordioso, semejante al suyo.




Oración-contemplación

Señor, la vida biológica es a menudo una competición,
una carrera difícil donde ganan algunos, o pierden los otros.
Tú nos invitas a superar este instinto,
a nacer de lo alto y del Espíritu,
para asemejarnos a nuestro Padre que es bueno con todos,
mismo con los ingratos y los malvados.
Guíanos sobre este camino difícil
para que tu Iglesia testimonie la Verdad y el amor
aquí, ahora y por los siglos de los siglos.
Amén.






Bibliografía:



Hétu, Jean Luc. Les Options de Jésus.


BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole. Novalis, Canadá 2007.




Y otras diversas fuentes.


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