4 de febrero del 2022: viernes de la cuarta semana del tiempo ordinario
(Marcos 6, 14-29) A veces debemos elegir entre denunciar la injusticia y respetar las convenciones sociales. Hoy, le pido a Dios que me ayude a seguir su ley de amor cuando me encuentro en tales situaciones. Ella será entonces mi guía más segura.
Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico (47,2-13):
Como la grasa es lo mejor del sacrificio, así David es el mejor de Israel. Jugaba con leones como con cabritos, y con osos como con corderillos; siendo un muchacho, mató a un gigante, removiendo la afrenta del pueblo, cuando su mano hizo girar la honda, y derribó el orgullo de Goliat. Invocó al Dios Altísimo, quien hizo fuerte su diestra para eliminar al hombre aguerrido y restaurar el honor de su pueblo. Por eso le cantaban las mozas, alabándolo por sus diez mil. Ya coronado, peleó y derrotó a sus enemigos vecinos, derrotó a los filisteos hostiles, quebrantando su poder hasta hoy. De todas sus empresas daba gracias, alabando la gloria del Dios Altísimo; de todo corazón amó a su Creador, entonando salmos cada día; trajo instrumentos para servicio del altar y compuso música de acompañamiento; celebró solemnemente fiestas y ordenó el ciclo de las solemnidades; cuando alababa el nombre santo, de madrugada, resonaba el rito. El Señor perdonó su delito y exaltó su poder para siempre; le confirió el poder real y le dio un trono en Jerusalén.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 17,31.47.50.51
R/. Bendito sea mi Dios y Salvador
Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor;
él es escudo para los que a él se acogen. R/.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,
y tañeré en honor de tu nombre. R/.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido,
de David y su linaje por siempre. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,14-29):
En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan Bautista ha resucitado, y por eso los ángeles actúan en él.» Otros decían: «Es Elías.» Otros: «Es un profeta corno los antiguos.» Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.»
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.
El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy.» Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?»
La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Palabra del Señor
Los efectos de una conciencia culpable
Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.»
La fama de Jesús se había extendido entre la gente y muchos hablaban de Él. Algunos pensaron que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos, otros pensaron que era Elías el profeta, otros simplemente pensaron que era un nuevo profeta. Todos estaban tratando de averiguar quién era este hombre increíble que hablaba con tanta sabiduría y autoridad.
Es interesante notar que Herodes, quien había decapitado a Juan el Bautista, inmediatamente concluyó que Jesús debe ser Juan resucitado de entre los muertos. Habla de esta convicción no tanto como una corazonada, sino como si supiera que es un hecho. Esta es su conclusión definitiva sobre Jesús. ¿Por qué Herodes llega a esta convicción equivocada?
Por supuesto que no sabemos con certeza por qué Herodes llegó a esta convicción, pero podemos especular y llegar a una conclusión probable. Parece que Herodes se sintió muy culpable por decapitar a Juan el Bautista y esta culpa lo llevó a esta conclusión.
A menudo, cuando alguien peca, como lo hizo Herodes, y siente una profunda culpa sin arrepentirse de ese pecado, surgen varios efectos nocivos, como un cierto proceso de pensamiento paranoico. Es muy probable que Herodes sea paranoico, y lo más probable es que lo sea como resultado de su pecado y de su negativa a arrepentirse de su pecado.
Podemos ver esta misma tendencia dentro de todos nosotros. La negativa a arrepentirnos de nuestros pecados a menudo causa muchos otros problemas en nuestras vidas. El pecado sin arrepentimiento puede causar pensamientos paranoicos, ira, autojustificación y muchos otros problemas emocionales y psicológicos. El pecado, aunque de naturaleza espiritual, tiene un efecto sobre toda nuestra persona, que es lo que vislumbramos en la persona de Herodes. Esta es una buena lección para todos nosotros.
Reflexiona hoy sobre cualquier tendencia similar que tengas en tu vida. ¿Te das cuenta de que te vuelves paranoico acerca de lo que otros dicen o hacen? ¿Entras en una autojustificación de tus actos? ¿Te enojas y proyectas esa ira en otros que no la merecen? Reflexiona sobre cualquiera de estas tendencias que veas y luego mira más profundamente la fuente de ellas. Si ves que la raíz de estas tendencias nocivas es algún pecado del que no te arrepientes en tu propia vida, entonces arrepiéntete honesta y completamente para que nuestro Señor pueda liberarte de los efectos del pecado.
Dulcísimo Señor, me arrepiento de todo pecado. Oro para poder ver mi pecado honesta y sinceramente. Y cuando vea mi pecado, ayúdame a confesártelo para que pueda ser libre no solo de la carga de mi pecado, sino también de los efectos de esa carga. Jesús, en Ti confío.
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