27 de febrero del 2022: octavo domingo del Tiempo Ordinario (C)
PRIMERA LECTURA
Salmo
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, ¿sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
En el Evangelio de hoy
escuchamos las parábolas finales del discurso lucano de la llanura. Jesús
recurre a la tradición de los sabios de Israel —por eso se lee el libro
sapiencial del Eclesiástico como primera lectura— para presentarnos la vieja
enseñanza de los dos caminos, a través del símil de los dos árboles: el árbol
bueno da buenos frutos; el dañado, malos. ¿Qué clase de árbol eres tú?
Antes, Jesús habla de dos
ciegos: un ciego no puede guiar a otro ciego. Con ello, el maestro quiere
enseñar que un creyente, mientras permanezca en la ceguera del pecado, no puede
guiar con sus consejos a otros. Jesús, por tanto, exhorta a la formación y
maduración cristiana de los fieles, especialmente de los guías de la comunidad.
La siguiente exhortación —también del ámbito visual— consiste en sacar la viga
del ojo propio y no fijarse en la mota del ajeno. Jesús precave así contra la
tentación de deformar la imagen de los otros, mientras se defiende a toda costa
la imagen propia. En conclusión, los dichos propuestos hoy son una seria
invitación a una vida más auténtica, que nazca de la verdad del corazón, y sea
más respetuosa con el bien del hermano.
Si la primera lectura y el
evangelio pertenecen a la tradición sapiencial, en la que se confía en el
hombre y su capacidad de cambiar las cosas; en la segunda lectura, san Pablo
nos propone un texto de tradición apocalíptica, en la que se subraya la
absoluta prioridad de Dios: solo Dios puede vencer al pecado que nos atrapa y
liberarnos de la muerte que nos aflige. El texto es muy alegre, una acción de
gracias a Dios por haber vencido a la muerte con la resurrección de su Hijo y
habernos concedido una nueva esperanza. ¡Confiemos y esforcémonos!.
El
deber de juzgar
Al decirle a sus discípulos
que ellos son “la sal de la tierra” y “la luz del mundo” (Mateo 5,13-14), Jesús
los pone ante el desafío de un cierto liderazgo entre los hombres. Y nos advierte
aquí que ese liderazgo implica exigencias en términos de lucidez. Es necesario
localizar dentro de su ambiente y o lugar de vida las fuerzas “que pueden poner
en peligro la vida” (Mateo 10,28) e identificar claramente las personas o
grupos de personas que lideran esas fuerzas de muerte.
En ese sentido, Jesús ha
debido, por su propia cuenta, identificar de una manera bien precisa las personas
que eran sus aliadas y aquellas que eran sus enemigas, A pesar de que Él haya
pedido “no juzgar” (lucas 6,37), se está obligado a decir que Jesús ha evaluado
despiadadamente las actitudes de sus cercanos y de los principales actores
sociales de su ambiente. Para Él, los fariseos no saben a dónde van, “ellos son
ciegos que guían a otros ciegos” y por esta razón es necesario evitarlos (Mateo
15,14). Él mostrará por otra parte a sus discípulos como esas personas son
opresoras (Mateo 23,4), hipócritas (v.5), aficionados a la vanagloria (vv.6-7),
deshonestos (vv. 16-22) y demasiado laxos para mirar sus problemas cara a cara
(vv. 25-28).
Y lejos de cerrar los ojos,
los discípulos deben mostrarse tan lúcidos como Jesús, de cara a lo que pasa en
su propio ambiente de vida: “todo discípulo bien formado será como su
maestro cuando esté perfectamente instruido”.
Estas observaciones asestan un
duro golpe al tabú cristiano contra la evaluación del comportamiento de los
demás. Por miedo al conflicto, por miedo de ser confrontados cuando nos toque y
ser así llevados a ser luz en nuestra propia existencia, en efecto, nosotros
evitamos como a la peste de implicarnos en la evaluación abierta (en el doble
sentido de público y de relajado) de lo que pasa alrededor de nosotros.
Y por lo tanto Jesús nos
presiona a evaluar los demás: guárdense de los hipócritas, reconózcanles los
frutos (ver Mateo 7,15-16) y cuando Él mismo se compromete en este proceso, Él
va al final de sus conclusiones yendo hasta tratar a aquellos que lo merecen de
“banda de serpientes” (Mateo 12,34).
No obstante, esta vigilancia
en el plano social no debe llegar a ser intolerancia en el plano interpersonal.
Está aquí la punta de la parábola de la paja y de la viga: arregla ante todo
tus propios problemas, y enseguida podrás situarte más evangélicamente de cara
a los problemas de tu prójimo. Reconcíliate con tu propia fragilidad y tus
propios límites, y estarás más relajado de cara a las fragilidades y límites de
los otros.
Jesús combinó una mordida
despiadada frente a las fuerzas mortíferas que actuaban en medio de él con una
bienvenida sorprendentemente cálida frente a quienes estaban ante él:
"Todo discípulo bien formado será como su maestro"...
Reflexión Central:
La boca y el corazón
¿A ustedes les gusta los paparazzi? Son fotógrafos periodistas
que espían las celebridades para sorprenderlas en situaciones comprometedoras.
Enseguida ellos venden a un precio muy alto esas imágenes jugosas que los
periódicos sensacionalistas publican. Y que la gente compra con frenesí. Se
fotografía una actriz que se baña desnuda, un actor que cena tiernamente con
una joven estrella que no es su esposa, Hay otro que se embriaga o hace una
sobredosis. Se sabrá de la homosexualidad de la señora o del señor fulano de
tal. En Inglaterra se rastrea a la familia real. Se puede pensar por otro lado
que la princesa Diana murió por haber querido huir de los paparazzi. Vivimos en
un mundo de voyeristas y todas las “Star Academies” no terminan de entrar
en la intimidad de cada uno. Uno diría que la gente ya no tiene vida propia. Su
vida, es la cámara. Extraño mundo donde uno se elabora una gloria yendo a espiar
los mínimos secretos de cada uno y de cada una. ¿Pero qué necesidad de saber
cómo el presidente Clinton hacía el amor con Mónica Lewinsky, o como Dave
Hilton violaba a su propia hija? A mí me cuesta comprender cómo es que hay
cristianos que se rebajen a esto.
Vean el evangelio de hoy. Jesús invita a los suyos a ser misericordiosos como el Padre celeste es misericordioso. La misericordia es la ternura, la propensión a perdonar, el negarse a juzgar y a rechazar a otro. “No juzguéis y no seréis juzgados”, nos decía el evangelio del domingo anterior (Lucas 6,37). Yo pienso que nosotros nos deleitamos descubriendo las debilidades de los otros porque finalmente esto nos disculpa de nuestras propias fallas, “En todo caso yo no he actuado como aquel o como aquella” Y de hilo en aguja, nos encontramos disculpados de nuestras propias faltas y satisfechos de nuestra mediocridad.
Jesús decía esta parábola: «¿Podrá un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Esto tiene buen sentido. Todo el mundo da consejos, que nadie por otro lado, no sigue. Lo importante no es dar consejos sino acoger la palabra de otro sin juzgarla. El otro es lo bastante maduro, digamos grande para encontrar su vía, con la condición de que él tenga la suficiente simpatía por lo que nos escucha para permitirle entrar al fondo de él mismo y ver claro en los pliegues de su corazón.
He aquí que Jesús continúa con una imagen que se ha convertido en un proverbio: ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? (Lucas 6,41). ¡Qué bella imagen y qué justa observación! Nosotros somos tan lúcidos con los demás, tan severos ante su actitud, y tan ciegos con nosotros mismos. Hay el ciego que guía a otro ciego. Pero también está el ciego que no quiere ver, que detecta la paja en el otro, pero no percibe nada en él mismo. El fabulista Jean de La Fontaine decía que la gente tiene dos bolsas: la una muy grande que se lleva en el pecho para los defectos del otro; y la otra que se lleva en la espalda para sus propios defectos. Uno no ve jamás la segunda.
Jesús desea de nosotros una conversión en la mirada. Por otra parte,
la fe está en la mirada. La fe, es ver la vida desde la mirada de Dios, ver la
vida con la mirada de Dios, es entrar en la existencia a partir de un nuevo
prisma. Cuando se hace pasar la luz por un prisma, esta se descompone y nos da
todos los matices del arco iris. Así es en la vida, cuando se le mira con los
ojos de la fe. Renunciar a juzgar otro, es dejar de buscar sin cesar las fallas
y debilidades de los otros, es pasar de la mezquindad a la generosidad.
Hay una canción infantil tradicional de Costa Rica que se llama “Se
murió Lola” y que el grupo tropical oro sólido a mediados de los 90 parte
de la canción la adaptó y popularizó en un merengue:
Y cuando estoy caliente Me bebo un vaso de agua
Que agua Agua e ra
Que ra Rabo de mono
Que mono Monopolio
Que polio Policía
Que cía Se acabó
Que bo
Bocachica
Que chica…
La de la tanguita roja…
Hay otra canción más inocente y propia para nuestro mensaje y no quedar como el padre Adam (fenómeno en internet):
Sal De Ahí chiva Chivita
Sal De Ahí De Ese Lugar
Vamos A Buscar Al Lobo
Para Que Saque A La Chiva
El Lobo No Quiere Sacar A La Chiva
La Chiva No Quiere Salir De Ahí
Sal De Ahí chiva Chivita
Sal De Ahí De Ese Lugar
Vamos A Buscar Al Palo
Para Que Le Pegue Al Lobo
El Palo No Quiere Pegarle Al Lobo
El Lobo No Quiere Sacar A La Chiva
La Chiva No Quiere Salir De Ahí
Sal De Ahí chiva Chivita
Sal De Ahí De Ese Lugar
Vamos A Buscar Al Fuego Para Que Queme Al Palo
El Fuego No Quiere Quemar El Palo
El Palo No Quiere Pegarle Al Lobo
El Lobo No Quiere Sacar A La Chiva
La Chiva No Quiere Salir De Ahí
Sal De Ahí chiva Chivita
Sal De Ahí De Ese Lugar
Vamos A Buscar Al Agua
Para Que Apague El Fuego
El Agua No Quiere Apagar El Fuego
El Fuego No Quiere Quemar El Palo
El Palo No Quiere Pegarle Al Lobo
El Lobo No Quiere Sacar A La Chiva
La Chiva No Quiere Salir De Ahí…
Es lo que se llama palabras enganchadas. Hay algo de esta técnica en el texto del evangelio. El ciego hace pensar en los ojos, los ojos en la paja, la paja en el árbol, el árbol en los frutos. Las imágenes se reenvían las unas a las otras. Jesús habla entonces de árboles y de frutos. Un buen árbol produce buenos frutos, un árbol malo frutos malos. Si un hombre da buenos frutos (el texto no dice buenos frutos, sino el bien) , es que su corazón es bueno. Si su fruto es malo es que su corazón es malo. Esto parece evidente y todo simple:
Ahora Jesús concluye: “de lo que rebosa el corazón habla la boca».
Nosotros conocemos la fórmula bajo una forma proverbial: “De la abundancia del corazón hablan los labios”.
La palabra de cada uno
de nosotros puede dar la muerte o la vida, el amor o el odio, el bien o el mal.
El corazón malo dice, habla mal de otro. El corazón malo es el chismoso, hombre
o mujer. Es el voyerista, el espía que busca hurgar, escarbar en los secretos
de otro, aquellos y aquellas que en otro tiempo escuchaban las conversaciones
en la línea telefónica común. Es aquel que se deleita en los periódicos “registro
de chismes”, que quiere todo saber de todos. El chismoso o chismosa, es la
persona que juzga y que rumora con mala intención. El antiguo catecismo hablaba de “levantar falsos testimonios” y la calumnia. El chisme,
es hablar del mal de los demás, pero del mal verdadero. Los paparazzi tienen
por profesión chismosear de los otros. Muchos periodistas también lo hacen. Y
es así como la lengua siembra la muerte.
Bajo el pretexto de la libertad de prensa, y de libertad de expresión, hemos llegado hasta hacer de la opinión pública un tribunal sobre cada uno. Ante la ley, alguien es inocente hasta que sea declarado culpable después del proceso. Antes se presume inocente. Ante la opinión pública, la gente, siempre se presume culpable. Basta con que en cualquier parte alguien lance un rumor. Y lo que se hace en la vía pública se hace también en los círculos más restringidos de la vida, en el trabajo, en la familia, en la escuela.
Está la palabra que sana y la palabra que mata. La palabra de Jesús cura, consuela, calma, devuelve la esperanza. Pero la palabra que viene de un corazón malo, la palabra de aquel que ve la paja en el ojo ajeno, simulando ignorar la viga en sus propios ojos, esta palabra hace morir. Ella siembra la desesperanza y el desprecio. Ella siembra el odio.
La semana pasada, Jesús nos invitaba a amar a los enemigos, a amar a los adversarios. Lo que nos dice hoy concierne al hermano y a la hermana, la persona cercana a nosotros. Necesitamos aprender a hablar bien de otros. Quien aprende a hablar bien de otro es sembrador de vida y de alegría, un relevo de esperanza.
En verdad de la abundancia
del corazón hablan los labios.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones