14 de abril del 2024: tercer domingo de Pascua (ciclo B)

 

Conmoción

Los discípulos de Jesús quedaron conmocionados por la muerte de su Maestro. Al hacerlo, perdieron el equilibrio. Este trastorno fue tan profundo que les costó reconocerlo después de su resurrección. Sin embargo, él les había anunciado su camino de muerte y resurrección. Además, algunos de ellos, al regresar de Emaús, incluso habían contado a sus compañeros cómo “reconocieron al Señor cuando partió el pan”. De hecho, entre los discípulos se entremezclan el miedo, el asombro y la alegría.

El Resucitado multiplicará entonces gestos e iniciativas para ayudarlos a pasar del pánico a la paz: los invita a tocarlo, a mirarlo, les muestra las manos, come con ellos y los llama a recordar lo que les había dicho. No se contenta con decirles que no es espíritu: les hace experimentarlo, permitiéndoles observar la consistencia carnal del cuerpo resucitado. Así les hace “entrar en el entendimiento de las Escrituras”, a través de la percepción de los sentidos.

Una de las lecciones que se deben aprender es que la relación entre el hombre y Dios no debe basarse en el miedo y el temor, sino en el amor. Jesús es la figura de un Dios de amor que echa fuera el miedo, que trae paz y alegría. El cristiano no tiene por qué dejarse vencer por el miedo y enfadarse. O, si así fuera, se trataría entonces de dejarse “trastornar” por la resurrección de Jesús. ¡Esto es lo que le hará testigo de Cristo resucitado, en libertad!

¿Qué miedos y temores tengo hoy?
¿Estoy preparado para dar la bienvenida a la irrupción de lo desconocido en mi vida? ¿cómo superar mis miedos para anunciar el Evangelio?
 

Jean-Paul Sagadou, sacerdote asuncionista, redactor jefe de Prions en Église Africa

 


Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,14.22-33):

EL día de Pentecostés Pedro, poniéndose en pie junto a los Once, levantó su voz y con toda solemnidad declaró:
«Judíos y vecinos todos de Jerusalén, enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras.
A Jesús el Nazareno, varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismos sabéis, a este, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte, por cuanto no era posible que esta lo retuviera bajo su dominio, pues David dice, refiriéndose a él:
“Veía siempre al Señor delante de mí,
pues está a mi derecha para que no vacile.
Por eso se me alegró el corazón,
exultó mi lengua,
y hasta mi carne descansará esperanzada.
Porque no me abandonarás en el lugar de los muertos,
ni dejarás que tu Santo experimente corrupción.
Me has enseñado senderos de vida,
me saciarás de gozo con tu rostro”.
Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como era profeta y sabía que Dios “le había jurado con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo”, previéndolo, habló de la resurrección del Mesías cuando dijo que “no lo abandonará en el lugar de los muertos” y que “su carne no experimentará corrupción”. A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 15,1-2.5.7-8.9-10.11

R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos,
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. R/.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R/.

 

Segunda Lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,17-21):

QUERIDOS hermanos:
Puesto que podéis llamar Padre al que juzga imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él, creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios.

Palabra de Dios

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

AQUEL mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios;
iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor


Conocimiento espiritual desde dentro

 

Él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.» 

Lucas 24:38–39

 

Imagínate si Jesús se te apareciera. ¿Qué pasaría si Él te mostrara las heridas de Sus manos y pies y te invitara a tocarlo para creer? ¿Podrías creer? Lo más probable es que lo harías, hasta cierto punto. Sería el comienzo de una experiencia que podría cambiar la vida, tal como lo fue para estos discípulos.

La aparición de nuestro Señor a los discípulos llevó a su transformación de hombres confundidos y dudosos a hombres llenos de gozo y celo. Con el tiempo, saldrían a predicar acerca de Jesús como testigos de Su muerte y Resurrección con valentía y con el deseo de que todos los que los escucharan se volvieran a Jesús como su Salvador.

En la primera lectura de la Misa de hoy, se registra que San Pedro hizo precisamente esto. Después de sanar a un hombre tullido a la puerta del templo, una multitud se reunió asombrada y Pedro les predicó acerca de Jesús. Concluyó su sermón diciendo: “pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados”.

Hoy se nos ha confiado la misma misión dada a los discípulos de nuestro Señor, y debemos predicar con el mismo celo, valentía y convicción con que ellos predicaron.

Primero, debemos estar tan seguros como ellos del triunfo de Jesús sobre el pecado y la muerte. Debemos apartarnos de todo pecado y creer que la plenitud de la vida se encuentra sólo en Cristo Jesús. Pero luego debemos comprometernos a proclamar esta fe con cada fibra de nuestro ser.

Comienza considerando cuán profundamente crees en Jesús como el Salvador del mundo. Aunque podría ser tentador pensar que hacer que Jesús se le apareciera en persona le ayudaría a profundizar su fe en Él, la verdad es que los primeros discípulos no estaban convencidos principalmente por las apariciones físicas de Jesús. Más bien, este don llegó principalmente a través del contacto espiritual con sus mentes. Después de aparecer físicamente a los discípulos, leemos que Jesús “les abrió la mente para entender las Escrituras”. Esto fue lo que los convenció más que nada: el don espiritual de la comprensión. Y ese regalo se te ofrece hoy, tal como se lo ofreció a los primeros seguidores de Jesús.

Santo Tomás de Aquino explica que el don espiritual de comprensión es un don que nos revela la esencia misma de Dios. Explica que es una forma de conocimiento mucho más profunda que la que se obtiene a través de nuestros cinco sentidos. Por lo tanto, simplemente ver algo con nuestros ojos, tocarlo u oírlo no es tan convincente como el conocimiento obtenido a través del don espiritual de la comprensión. El don de la comprensión nos permite “leer interiormente” y penetrar la esencia misma de algo. Por esa razón, la aparición física de Jesús pudo haber sido el primer paso para creer, pero no fue hasta que estos mismos discípulos encontraron a nuestro Señor dentro de sus almas, percibiendo interiormente la esencia misma de Su Resurrección, que fueron transformados para siempre. Sólo esta forma de conocimiento podría convencerlos de salir y proclamar el mensaje de salvación.

Reflexiona hoy sobre tu propio conocimiento de Jesús y el poder transformador de Su Resurrección en tu vida. ¿Dios te ha hablado en lo más profundo de tu alma? ¿Has percibido este conocimiento interno y has abierto tu mente? Escucha atentamente a nuestro Señor, no sólo con tus oídos sino principalmente con tu espíritu. Es allí, dentro de ti, donde tú, como los primeros discípulos, llegarás a conocer y creer en la vida, muerte y resurrección de Cristo para que luego puedas salir con el poder de proclamar estas verdades a los demás.

 

Señor revelador mío, Tú te mostraste a Tus discípulos no sólo física sino espiritualmente, revelándoles interiormente Tu misma esencia. Por favor, concédeme este regalo, querido Señor. Que pueda llegar a conocerte y creer en Ti con todo mi corazón. Mientras lo hago, úsame como un instrumento de Tu misericordia para con los demás. Jesús, en Ti confío.


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