5 de abril del 2024: viernes de la Octava de Pascua
Encuentro
en el lago
(Juan
21, 1-14) No hay lugar, no hay ninguna
situación donde Cristo no pueda unirse a nosotros. Los discípulos no leen la
Escritura, no celebran liturgia, trabajan en el lago. Y es allí donde Jesús los
espera, les da la prenda de su presencia en la nueva fecundidad de la pesca.
Datos que pueden ayudarnos a acceder a la auténtica paz del corazón. Sin
olvidar este precioso criterio de discernimiento que marca la presencia del
Resucitado: el de los frutos inesperados. ■
Emmanuelle
Billoteau, ermitaña
(Juan 21: 1-14) Los discípulos no pierden tiempo y aprovechan al máximo esta comida con Jesús. Hagamos como ellos: dejemos a un lado nuestras preocupaciones actuales y alegrémonos: ¡Cristo está con nosotros!
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (4,1-12):
EN aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote Más, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes, Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos:
«¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?».
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es “la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Palabra de Dios
Salmo
Sal 117,1-2.4.22-24.25-27a
R/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor;
el Señor es Dios, él nos ilumina. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,1-14):
EN aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque rio distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor
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Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces.
A todo pescador le encantaría tener la experiencia que Jesús les ofreció a los Apóstoles en el pasaje anterior. Los Apóstoles estuvieron pescando toda la noche y no pescaron nada. Luego, en la mañana, Jesús apareció en la orilla, pero no se dieron cuenta de que era Él. Luego les dio una orden simple para que arrojaran la red por el lado derecho de la barca. Y pescaron tantos peces que no pudieron sacarlos. ¡Qué captura tan emocionante!
Esta captura de peces fue mucho más que un favor de Jesús para ayudarlos con su trabajo. Fue muy simbólico. El simbolismo central es que Jesús les estaba haciendo a los Apóstoles un nuevo llamado. Ya no estarían pescando solo peces, sino que de ahora en adelante iban a pescar almas. Y lo importante es que, comprendieran que, si intentaban hacer esto por sus propios esfuerzos, terminarían con las manos vacías. Sin embargo, si lo hacían por mandato del Señor, a Su manera, dentro de Su tiempo, entonces sus esfuerzos producirían abundancia de buenos frutos. ¡Más de lo que jamás podrían imaginar!
Este milagro de Jesús comienza a revelar a los Apóstoles (y a nosotros) el mandato que viene de evangelizar al mundo. Esta revelación viene después de Su Resurrección cuando Jesús da Sus instrucciones finales a los Apóstoles para llevar a cabo Su misión de salvación. Debemos ver en este milagro nuestro propio llamado a difundir la Buena Nueva. Y debemos ver en este milagro el mandato de difundir la Buena Nueva solo por mandato de Jesús, a Su manera y dentro de Su tiempo.
A veces, los cristianos tienden a tener muchas ideas “buenas” para difundir el Evangelio. Pero la clave es humillarnos ante Dios y darnos cuenta de que somos incapaces de difundir las Buenas Nuevas del Evangelio a menos que el Señor nos muestre el camino y nos dé la dirección. Esto nos dice que debemos esperar en Él y dejar que Él hable. Debemos escuchar Su voz y responder solo cuando Él nos guíe. La evangelización es una respuesta a Jesús más que algo que hacemos por nuestro propio esfuerzo. Este es el mensaje central de este evento milagroso.
A medida que continuamos nuestra celebración del Día de Pascua, es un buen momento para que cada uno de nosotros reflexione sobre nuestra propia responsabilidad de evangelizar. Todos tenemos un llamado a compartir esta obra de Jesús. Tomará formas diferentes para cada uno de nosotros según nuestra vocación y misión. Pero la verdadera pregunta es esta: "¿Estoy respondiendo al llamado de Jesús para evangelizar en la forma en que Él me está dirigiendo?" Esta es una pregunta importante. Debemos saber que la misión particular que nos da Jesús no se la encomendamos a nadie más. Y Él quiere servirse de nosotros.
Reflexione, hoy, sobre este mandato que nuestro Señor dio a los Apóstoles y escuche cómo Él le da este mismo mandato, llamándolo a “pescar almas” según su santa voluntad. Deje que el Señor le hable esta semana y déjese abrir a Su dirección. Dios quiere valerse de usted, ¡así que asegúrese de dejar hacerlo!
Mi Señor, quiero ser usado por Ti. Yo sí quiero evangelizar de acuerdo con Tu voluntad. Ayúdame a responder con confianza a la llamada y ayúdame a escuchar con sinceridad las instrucciones que me das. Úsame, amado Señor, para salvar muchas almas para Tu Reino. Jesús, en Ti confío.
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