martes, 2 de abril de 2024

3 de abril del 2024: miércoles de la Octava de Pascua

 

Abrirse al encuentro

(Lucas 24, 13-35) Como los discípulos, dejémonos encontrar por Cristo y entremos en un verdadero diálogo con él, expresando los motivos de nuestra tristeza. Pero tampoco nos aferremos a nuestras amarguras y a nuestras decepciones para abrirnos a sus dones: el de su presencia, de su palabra, de la Eucaristía, de una comunidad en búsqueda y espera. ¿No es así como viviremos la alegría pascual y el futuro que el Resucitado quiere abrirnos? ■

Emmanuelle Billoteau, ermitaña


(Lucas 24, 13-35) Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús al partir el pan. Sin embargo, esto comenzó mucho antes de que se sentaran a comer, cuando estaban todavía en el camino, cuando Jesús les preguntó acerca de lo que había sucedido y les explicó las Escrituras.  Esta experiencia se concreta desde entonces en cada Eucaristía.



Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3,1-10):

EN aquellos días, Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que le había sucedido.

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 104,1-2.3-4.6-7.8-9


R/.
 Que se alegren los que buscan al Señor

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas todos los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.


Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

AQUEL mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué»?
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria»?
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

 

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AQUEL mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Lucas 24:13–16

 

 

Esta aparición de Jesús a dos de sus discípulos es intrigante y fascinante. Estaban bastante angustiados y no parecían saber qué pensar acerca de la muerte de Jesús. Tenían la esperanza de que Él fuera el Mesías, pero luego lo mataron. Y luego hubo algunos que afirmaron que Su tumba estaba vacía. ¿Qué deberían pensar de todo esto?

 

A medida que avanza la historia, Jesús “les interpretó lo que se refería a él en todas las Escrituras”. Con eso, estos discípulos se dieron cuenta de que este hombre con quien estaban hablando tenía una sabiduría y un entendimiento increíbles, por lo que lo invitaron a quedarse con ellos. Jesús se quedó y se sentó con ellos en su casa. Mientras estaba allí, la Escritura dice que “Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.”

Una vez más, esto es intrigante y fascinante. ¿Por qué Jesús se les apareció, luego ocultó su identidad, se sentó y partió el pan con ellos, permitió que lo reconocieran de repente y luego se desvaneciera en el aire? Bueno, lo hizo por una razón y debemos estar muy atentos a esto.

Jesús quería que esos discípulos, así como todos nosotros, supiéramos que Aquel que resucitó de entre los muertos estaba muy vivo y que lo reconoceríamos al partir el pan. ¡Lo reconoceríamos en la Santísima Eucaristía!

 

Esta aparición de Jesús a estos discípulos fue, de hecho, una aparición para enseñarnos a todos la simple verdad de Su presencia en la Eucaristía. Fue en ese momento, cuando "tomaron el pan, dijeron la bendición, lo partieron", que Jesús se manifestó repentinamente en sus mentes y almas. ¡Jesús está vivo en la Eucaristía! Pero también nos dice que Él está velado en la Eucaristía. Esta combinación de estar velado y verdaderamente presente nos brinda una guía maravillosa en nuestra fe.

 

Jesús está aquí, ahora mismo, en nuestra presencia, pero lo más probable es que no lo veamos. ¡Pero Él está verdaderamente aquí! Estos discípulos estaban en la presencia de Jesús y no se dieron cuenta. Lo mismo es cierto para nosotros. Estamos constantemente en Su presencia y no nos damos cuenta. Esto es especialmente cierto cuando estamos en Misa, pero también es cierto en innumerables otras formas a lo largo de nuestro día. Debemos comprometernos a verlo, a reconocerlo y a adorarlo. Debemos descubrir la presencia resucitada de Jesús a nuestro alrededor.

 

Con demasiada frecuencia pensamos que nuestro Señor está presente solo de maneras extraordinarias. ¡Pero eso no es verdad! Él está constantemente presente para nosotros en formas muy ordinarias. Él está aquí con nosotros ahora mismo, amándonos, hablándonos y llamándonos a amarlo. ¿Lo ves a Él? ¿Reconoces Su presencia?

 

Reflexiona hoy sobre la experiencia de estos discípulos. Si fueras ellos, serías bendecido de estar en la presencia del Salvador del mundo. ¡Que honor! La verdad es que Dios está contigo ahora y siempre. Él está constantemente contigo y está constantemente hablando contigo. Búscalo y escucha su voz. Puede que te sorprendas de lo cerca que está realmente.

 

 

Mi Señor siempre presente, gracias por amarme tanto que siempre estás conmigo. Ayúdame a verte y a reconocer tu voz suave y apacible. Dame los ojos de la fe para verte presente en la Santísima Eucaristía y ayúdame a discernir tu presencia en cada acontecimiento ordinario de mi día. Te amo, amado Señor. Jesús, en Ti confío.

 

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