martes, 14 de octubre de 2025

15 de octubre del 2025: miércoles de la vigesimoctava semana del tiempo ordinario-I-Santa Teresa de Jesús de Ávila, Virgen y doctora de la Iglesia

 

Santo del día:

Santa Teresa de Ávila

1515-1582. Mujer de acción y oración, reformó la Orden Carmelita, que se había desviado de la regla original. En 1970, fue la primera mujer designada Doctora de la Iglesia.

 

 

El asunto de toda una vida

(Lc 11,42-46) Trabajar sobre uno mismo para no exigir a los demás lo que nosotros no cumplimos;
no buscar deslumbrar a los demás,
ni apegarnos a prácticas secundarias olvidando lo esencial —la justicia y el amor de Dios—, es el trabajo de toda una vida.

Esto supone una atención constante a uno mismo a la luz de la Palabra de Dios,
una disponibilidad interior al Espíritu,
sin olvidar la oración,
que nos hace gustar cuán bueno es el Señor —
una experiencia capaz de sostener nuestra determinación en el camino espiritual.

Emmanuelle Billoteau, ermite

 


Primera lectura

Rom 2, 1-11

Pagará a cada uno según sus obras, primero al judío, pero también al griego

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

TÚ que te eriges en juez, sea quien seas, no tienes excusa, pues, al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque haces las mismas cosas, tú que juzgas.
Sabemos que el juicio de Dios contra los que hacen estas cosas es según verdad.
¿Piensas acaso, tú que juzgas a los que hacen estas cosas pero actúas del mismo modo, que vas a escapardel juicio divino? ¿O es que desprecias el tesoro de su bondad, tolerancia y paciencia, al no reconocer que la bondad de Dios te lleva a la conversión?
Con tu corazón duro e impenitente te estás acumulando cólera para el día de la ira, en que se revelará el justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno según sus obras: vida eterna a quienes, perseverando en el bien, buscan gloria, honor e incorrupción; ira y cólera a los porfiados que se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia.
Tribulación y angustia sobre todo ser humano que haga el mal, primero sobre el judío, pero también sobre el griego; gloria, honor y paz para todo el que haga el bien, primero para el judío, pero también para el griego; porque en Dios no hay acepción de personas.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 61, 2-3. 6-7. 9 (R.: cf. 13bc)

R. El Señor paga a cada uno según sus obras.

V. Solo en Dios descansa mi alma,
porque de él viene mi salvación;
solo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. 
R.

V. Descansa solo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza;
solo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré. 
R.

V. Pueblo suyo, confíen en él,
desahoguen ante él su corazón:
Dios es nuestro refugio. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mis ovejas escuchan mi voz —dice el Señor—, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.

 

Evangelio

Lc 11, 42-46

¡Ay de ustedes, fariseos! ¡Ay de ustedes también, maestros de la ley!

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasan por alto el derecho y el amor de Dios!
Esto es lo que había que practicar, sin descuidar aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos, que les encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las plazas!
¡Ay de ustedes, que son como tumbas no señaladas, que la gente pisa sin saberlo!».
Le replicó un maestro de la ley:
«Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros».
Y él dijo:
«¡Ay de ustedes también, maestros de la ley, que cargan a los hombres cargas insoportables, mientras ustedes no tocan las cargas ni con uno de sus dedos!».

Palabra del Señor.

 

 

1

 

Dar desde dentro: el Evangelio del corazón limpio

 

1. El Evangelio de la coherencia interior

El Evangelio de hoy (Lc 11,42-46) es una de esas páginas donde Jesús habla con fuerza, sin rodeos, denunciando la hipocresía religiosa.
Critica a los fariseos y doctores de la Ley que se preocupaban de diezmar la menta y la ruda, pero descuidaban la justicia y el amor de Dios.
Alguien decía respecto a este pasaje:

“Ritos, tazas, obligaciones, todo eso es demasiado. La obsesión por estas reglas hace perder el objetivo de la Ley dada por Dios: vivir en la justicia y el amor.”

Jesús no está despreciando la ley ni la tradición; las purifica desde su raíz. La Ley no fue dada para oprimir, sino para liberar el corazón y conducirlo al amor.

Pero los fariseos habían convertido la religión en un sistema de control, donde lo importante era cumplir externamente, aunque el alma estuviera vacía.

Por eso Jesús propone una conversión profunda:

“Den limosna de lo que hay dentro, y todo quedará limpio” (Lc 11,41).
La pureza —dice el Maestro— no se lava con agua, sino con misericordia.


2. Primera lectura: Dios mira el corazón, no las apariencias (Rm 2,1-11)

San Pablo, escribiendo a los Romanos, se dirige a los que juzgan a los demás, pero hacen lo mismo. Les recuerda una verdad que atraviesa toda la Escritura:

“Dios no hace acepción de personas.”

El apóstol advierte que el juicio divino no se basa en las apariencias ni en la observancia externa, sino en la coherencia interior del corazón.
Podríamos decirlo así:

“No basta parecer bueno, hay que serlo.”

El fariseo del Evangelio y el “religioso hipócrita” del que habla Pablo se parecen: ambos se escudan en sus méritos, pero olvidan que el criterio de Dios es la verdad del amor.

Pablo invita a vivir una fe que transforme, no que adorne. El verdadero culto no se celebra en los labios, sino en la vida: es un culto “en espíritu y en verdad”.

En este Año Jubilar, el Señor nos pide precisamente eso: volver al corazón, dejar atrás las máscaras, las justificaciones, y permitir que su misericordia renueve nuestro interior.


3. Salmo 62: Sed de Dios, sed de autenticidad

El salmista canta:

“En Dios descansa mi alma, porque de Él me viene la salvación… Confía siempre en Él, pueblo mío, desahoga tu corazón ante Él.”

Este salmo es una oración profundamente teresiana: expresa el deseo de un alma que solo encuentra reposo en Dios.
Cuando uno vive pendiente de la aprobación humana o del cumplimiento exterior, termina cansado, vacío.

Pero quien aprende a desahogar el corazón ante el Señor —como Teresa— halla en Él su descanso.
Es el paso del ritualismo al amor, de la apariencia a la intimidad.


4. Santa Teresa de Jesús: Doctora del amor interior

Hoy recordamos a una de las grandes mujeres de la Iglesia: Santa Teresa de Jesús (de Ávila), reformadora del Carmelo y doctora de la vida espiritual.

Ella comprendió mejor que nadie que la santidad comienza en el corazón, no en los reglamentos.
En tiempos en que la vida religiosa podía reducirse a costumbres exteriores, Teresa volvió al fuego del Evangelio: la oración como amistad con Dios, la interioridad como espacio de encuentro, y la caridad como fruto de esa unión.

Decía:

“No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho.”
Y también:
“Nada te turbe, nada te espante; solo Dios basta.”

En otras palabras, Teresa vivió lo que Jesús predicó: una fe sencilla, apasionada, libre de máscaras, profundamente humana y profundamente divina.

Por eso la Iglesia la llama Doctora de la Iglesia, porque enseñó a orar, a discernir, a amar sin condiciones.

En este mes del Rosario y de las misiones, su ejemplo nos invita a ser misioneros del corazón, testigos del Evangelio que brota de dentro, no de normas, sino de una relación viva con Cristo.


5. Aplicación pastoral: Limosna interior

Jesús dice: “Den limosna de lo que hay dentro.”

Es una frase que puede cambiar nuestra vida espiritual. No se trata solo de dar dinero o bienes materiales, sino de ofrecer el corazón: el perdón, la paciencia, el tiempo, la escucha, la ternura.
Esa es la limosna interior que purifica más que cualquier rito.
Un abrazo sincero, una palabra de consuelo, una visita al enfermo, una oración por el que sufre… todo eso es “dar desde dentro”.

Hoy, mientras oramos por los enfermos, podemos ver en ellos el rostro de Cristo sufriente. Su dolor, vivido con fe, tiene un valor redentor.
Y en este mes misionero, recordamos a tantos que entregan su vida —en silencio y pobreza— por amor al Evangelio. Ellos son el rostro limpio de la Iglesia, la limosna viva del Reino.


6. Conclusión: El alma que se limpia amando

El Evangelio de hoy nos libera del moralismo y nos devuelve a lo esencial: Dios mira el corazón.
Como dice San Pablo, “Él pagará a cada uno según sus obras”, pero no por las apariencias, sino por la verdad de lo que somos.
Y Santa Teresa nos susurra desde el cielo:

“No busques fuera lo que ya tienes dentro.”

El camino jubilar que recorremos es un retorno al corazón: una peregrinación hacia dentro, donde el Espíritu Santo habita y transforma.
Que el Señor, por intercesión de la Santa de Ávila, nos conceda esa limpieza interior que solo nace del amor.


🙏 Oración final

Señor Jesús,
Tú que conoces lo oculto del corazón,
líbranos de la hipocresía y del juicio fácil.
Enséñanos a vivir la fe con alegría y sencillez,
a dar desde dentro lo mejor de nosotros mismos.

Por intercesión de Santa Teresa de Jesús,
haznos buscadores de tu rostro en la oración,
y misioneros del amor en el mundo.

Mira con compasión a los enfermos:
sé su fuerza, su consuelo y su paz.
Que el Espíritu Santo nos purifique por dentro,
y nos conceda un corazón limpio y misericordioso.

Amén.

 

2

 

El trabajo de toda una vida: del ego religioso al corazón de Dios

 

1. Una vida para aprender a amar con autenticidad

El Evangelio de hoy (Lc 11,42-46) nos introduce en una de las páginas más exigentes de Jesús.
Reprende a los fariseos y doctores de la Ley, no por su fe, sino por su incoherencia:

“¡Ay de ustedes, fariseos! Pagan el diezmo de la menta, la ruda y toda clase de legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios.”

Esto es “el asunto de toda una vida”.
Porque, efectivamente, vivir con coherencia entre lo que creemos, decimos y hacemos no se logra en un día: es el trabajo de toda la existencia.
Requiere un trabajo constante sobre uno mismo: revisar motivaciones, sanar intenciones, purificar el corazón, volver una y otra vez al Evangelio como espejo de verdad.

Jesús no condena las prácticas religiosas —diezmar, orar, ayunar—, sino el peligro de hacer de ellas un teatro.
Lo esencial, dice, es la justicia y el amor de Dios: la capacidad de mirar al otro con compasión, de actuar con rectitud, de vivir desde dentro.


2. “Trabajar sobre uno mismo”: el examen interior de Pablo (Rm 2,1-11)

San Pablo, en la carta a los Romanos, nos coloca frente a un espejo similar:

“Eres inexcusable, tú que juzgas a los demás, pues al juzgarlos te condenas a ti mismo, ya que haces lo mismo que ellos.”

Pablo desenmascara la falsa seguridad del creyente que se escuda en la apariencia. Dios —dice— no hace acepción de personas, y su juicio no se basa en el cumplimiento exterior, sino en la verdad del corazón.

Así como los fariseos medían la santidad por los ritos, nosotros también podemos caer en la trampa de medir la fe por las formas: las oraciones dichas, los ritos cumplidos, la imagen que damos.
Pero Pablo nos recuerda que el cristiano no puede vivir de fachada: la conversión es una tarea interior, una obra del Espíritu Santo que transforma desde adentro.

Y ese trabajo interior “supone una atención a uno mismo a la luz de la Palabra”.
Escuchar la Palabra no para juzgar a otros, sino para dejar que ella nos juzgue a nosotros con ternura y verdad.


3. El Salmo 62: la oración que purifica y sostiene

El Salmo responsorial nos ofrece la actitud justa del creyente:

“En Dios descansa mi alma, porque de Él me viene la salvación.
Confía siempre en Él, pueblo mío, desahoga tu corazón ante Él.”

La oración es lo que nos permite “gustar cuán bueno es el Señor” y sostener nuestra determinación.
Teresa de Jesús lo experimentó profundamente: la oración no es una obligación ni un adorno; es el espacio donde el alma se reordena y se limpia, donde se endereza lo torcido y se renueva el amor.

El orante que confía no juzga, no presume, no se justifica: simplemente se abandona.
Allí se curan las heridas del ego religioso y nace la humildad, esa virtud que libera y da alegría.


4. Santa Teresa de Jesús: el trabajo interior del alma

Celebramos hoy a una de las más grandes maestras del espíritu: Santa Teresa de Jesús, la mujer que reformó el Carmelo y que enseñó a generaciones enteras a vivir “desde dentro”.
Ella sabía bien que trabajar sobre uno mismo es la obra más difícil y más hermosa de la vida cristiana.
Decía en el Camino de perfección:

“No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho.”

Y en otra de sus frases luminosas:

“Procuremos siempre mirar lo que hay en nosotros, más que lo que falta en los demás.”

Eso es exactamente lo que Jesús pide hoy: dejar de exigir a los demás lo que nosotros no cumplimos.
Teresa lo hizo desde la oración, desde una vida reformada, alegre y profundamente humana.
Por eso es Doctora de la Iglesia: porque enseñó a unir la mística y la vida, la oración y la acción, el amor de Dios y el amor al prójimo.


5. Mes del Rosario y de las misiones: la escuela del corazón

El mes de octubre, dedicado al Rosario y a las misiones, nos recuerda que el trabajo espiritual del que habla el Evangelio no es un camino solitario.
María, la Madre del Rosario, es la primera discípula que trabajó sobre sí misma al ritmo del Espíritu: meditaba, escuchaba, guardaba, discernía.
Ella vivió esa purificación interior que lleva a decir: “Hágase en mí según tu palabra.”

Y los misioneros —en todos los rincones del mundo— son testimonio vivo de esa disponibilidad al Espíritu.
No viven de la apariencia ni del prestigio, sino del amor que se entrega.
La misión auténtica nace del silencio, de la oración y del corazón limpio.


6. Intención orante: los enfermos, testigos de la paciencia y del amor

Hoy pedimos especialmente por los enfermos, los que viven el sufrimiento físico o espiritual.
Ellos también “trabajan sobre sí mismos” cada día, porque el dolor es una escuela de paciencia, humildad y esperanza.
Jesús, médico del alma, se acerca a ellos no para juzgar, sino para sanar desde dentro.
Que nuestra comunidad —como Santa Teresa— sepa acompañar, consolar y cuidar con ternura a los que sufren, convirtiendo la compasión en el rostro más bello del Evangelio.


7. Conclusión: una vida de transformación interior

Hermanos, vivir el Evangelio no es cumplir normas, sino transformar el corazón.
Jesús nos llama a una espiritualidad madura: coherente, misericordiosa y atenta al Espíritu.
Como decía alguien, es “el trabajo de toda una vida”, una tarea que se hace cada día con la luz de la Palabra, la fuerza de la oración y la paciencia del amor.

En este Año Jubilar, pidamos la gracia de convertir nuestra religiosidad exterior en una vida interior de comunión con Dios y con los hermanos.
Y que Santa Teresa de Jesús, mujer de fuego y oración, nos enseñe a decir con el alma limpia:

“Solo Dios basta.”


🙏 Oración final

Señor Jesús,
que reprendes la hipocresía y bendices la sinceridad,
enséñanos a vivir con un corazón unificado.
Que nuestra fe no sea teatro, sino verdad;
que nuestras obras no sean exhibición, sino servicio.

Haznos disponibles a tu Espíritu,
atentos a tu Palabra y fieles en la oración.

Por intercesión de Santa Teresa de Jesús,
haznos orantes alegres y trabajadores del alma,
que sepamos dar desde dentro la limosna del amor.

Te pedimos por los enfermos,
por los misioneros y por quienes buscan tu rostro en el dolor.

María, Reina del Rosario,
enséñanos a meditar tus misterios
para vivir el Evangelio con sencillez y esperanza.

Amén.

 

3

 

Cuando la conciencia despierta

 

1. Una conciencia herida: la voz de Dios que no calla

El Evangelio (Lc 11,45-46) presenta una escena profundamente humana.
Jesús acaba de reprochar duramente a los fariseos su hipocresía cuando uno de los doctores de la Ley, sintiéndose aludido, replica:

“Maestro, al decir eso, también nos insultas a nosotros.”
Jesús, lejos de retroceder, responde con una segunda advertencia más directa:
“¡Ay también de ustedes, que imponen a los demás, cargas insoportables y no mueven un solo dedo para aliviarlas!”


Este hombre sintió en su interior una herida espiritual: la verdad lo alcanzó. Sintió como un pinchazo, un chuzón.  Pero en lugar de dejar que esa luz lo transformara, se defendió.
Y Jesús, con firme ternura, no se detuvo: siguió hablándole, porque esa herida —si se acoge— puede convertirse en el inicio de la conversión.


2. El espejo de Pablo: nadie está exento del juicio de Dios (Rm 2,1-11)

San Pablo, en la primera lectura, ofrece un eco directo de esta escena evangélica:

“Eres inexcusable, tú que juzgas, porque al juzgar a los demás te condenas a ti mismo.”
El Apóstol no habla con tono de condena, sino de llamado a la conciencia.
A todos nos sucede: es más fácil ver el error ajeno que reconocer el propio.
Pero el juicio de Dios no se basa en las apariencias ni en el rol religioso que desempeñamos, sino en la verdad del corazón.

Dios no busca culpables, sino sinceros. No exige perfección, sino humildad.
Pablo insiste en que Dios no hace acepción de personas: ni el fariseo por saberse la Ley, ni el pecador por desconocerla, están exentos del juicio.
El criterio de Dios es el amor que transforma.
Por eso, una conciencia “pinchada”, inquieta, es un don: es la voz del Espíritu que quiere restaurar lo roto.


3. El Salmo 62: el refugio del alma que confía

“En Dios descansa mi alma, porque de Él me viene la salvación.”

El salmo nos enseña el remedio cuando la conciencia duele: buscar refugio en Dios, no justificarse ante los hombres.
Quien se defiende con orgullo se endurece; quien se entrega al Señor se purifica.
El orante del Salmo es consciente de su fragilidad, pero no se desespera: su descanso está en Dios.

Esta es la actitud que el doctor de la Ley no tuvo: en vez de descansar en la verdad que Jesús le ofrecía, se aferró a su herida.
Cuántas veces nos ocurre igual: cuando alguien nos corrige, en lugar de agradecer la luz, cerramos la puerta por temor a vernos reflejados.


4. Santa Teresa de Jesús: la sabiduría de examinar el alma

La memoria de Santa Teresa de Jesús ilumina maravillosamente este Evangelio.
Ella fue maestra de conciencia: sabía que el camino hacia Dios pasa por el conocimiento de uno mismo.
Decía:

“Quien se conoce a sí mismo, conoce a Dios.”
Y también:
“No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho.”

Teresa no temía la corrección interior; al contrario, la buscaba. En sus escritos habla del “trabajo del alma” como una tarea de toda la vida, semejante al Evangelio de hoy: reconocer con humildad lo que hay dentro y dejar que la gracia lo sane.
En sus conventos, enseñó a sus hermanas a no justificar sus faltas, sino a ofrecerlas a Dios con sencillez:

“Humildad es andar en verdad.”

Si el doctor de la Ley hubiera tenido el corazón teresiano, se habría arrodillado ante Jesús diciendo:
“Señor, tienes razón; enséñame a ser coherente, a no imponer a otros lo que yo no vivo.”
Y su herida habría sido la puerta a la santidad.


5. La conciencia como espacio jubilar

En el marco del Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, el Evangelio nos recuerda que el Jubileo no es solo un evento externo, sino un proceso interior.
El Jubileo empieza cuando la conciencia se despierta.
Cuando reconocemos que a veces cargamos a otros con exigencias que nosotros mismos no cumplimos; cuando dejamos de ser jueces y nos volvemos servidores.

El Jubileo interior consiste en reconciliarse con la verdad, dejar que Dios cure lo que la conciencia revela.
Esa reconciliación no humilla; libera.


6. El mes del Rosario y las misiones: María y el corazón dócil

En el mes del Rosario y de las misiones, María aparece como la mujer del sí humilde: no discutió con el ángel, no se defendió, no puso condiciones.
Cuando la Palabra “hirió” su vida, ella respondió con fe: “Hágase en mí.”
Esa disponibilidad es el modelo de toda conciencia iluminada: dejar que Dios nos hable incluso cuando nos duele.

Y los misioneros, como Jesús, son portadores de esa voz de Dios que despierta conciencias, no para humillar, sino para sanar.
La misión auténtica no impone cargas, acompaña procesos; no hiere para destruir, sino para curar con amor.


7. Los enfermos: conciencia del cuerpo y del alma

Hoy oramos también por los enfermos, quienes viven en su carne una continua llamada a la verdad.
Su cuerpo les recuerda la fragilidad, y en esa experiencia Dios trabaja silenciosamente.
Ellos nos enseñan que la debilidad puede ser el lugar más fecundo para la conversión interior.
Acompañar a los enfermos, visitarlos, escucharlos, es una forma concreta de aliviar las cargas que Jesús denuncia en el Evangelio.


8. Conclusión: la herida que salva

Una conciencia herida es un don: es el lugar donde Dios trabaja con su amor.
Jesús no busca herir para humillar, sino para sanar desde dentro.
Cada vez que la Palabra o alguien cercano nos “pincha”, no debemos responder con orgullo ni evasión, sino con humildad.
Ese pinchazo es la gracia en acción.

Como decía Santa Teresa:

“Nada te turbe, nada te espante; quien a Dios tiene, nada le falta.”

El doctor de la Ley se ofendió; nosotros, en cambio, pidamos la gracia de dejarnos corregir.
El Jubileo interior comienza cuando transformamos la herida en oración.


🙏 Oración final

Señor Jesús,
que hablas a nuestra conciencia con voz firme y amorosa,
gracias por herirnos con tu verdad,
porque solo quien se deja tocar por Ti puede sanar.

Líbranos del orgullo que se defiende,
y danos la humildad que se convierte.
Que sepamos acoger tus correcciones como gracia,
tus reprensiones como medicina del alma.

Por intercesión de Santa Teresa de Jesús,
enséñanos a andar en verdad,
a examinar nuestro interior a la luz de tu Palabra,
y a amar más que juzgar.

En este mes del Rosario y de las misiones,
haznos disponibles al Espíritu,
dóciles como María,
y compasivos con los enfermos y los que sufren.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

15 de octubre:

Santa Teresa de Jesús, Virgen y Doctora de la Iglesia — Memoria

1515–1582
Patrona de España, de los encajeros y de quienes necesitan gracia, en las órdenes religiosas o son ridiculizados por su piedad.
Invocada contra males corporales, dolores de cabeza y enfermedades.
Canonizada por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622.
Declarada Doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.




🕊️ Cita

Imaginemos, entonces, que este castillo tiene varias mansiones o habitaciones: unas arriba, otras abajo y otras a los lados, y que en el centro de todas ellas está la habitación principal, donde se tratan los asuntos de mayor secreto entre Dios y el alma.
Debéis reflexionar a menudo sobre esta comparación, porque quizá nuestro Señor quiera servirse de ella para ayudaros a comprender algo acerca de los favores que Él se digna conceder a las almas, y qué diferencia hay entre ellos. Esto puedo intentar explicarlo hasta donde alcance mi entendimiento; pero es imposible comprenderlos todos, porque son muchos, y con mayor razón para una persona tan ignorante como yo.

~ Santa Teresa, Castillo interior


🌸 Reflexión

Santa Teresa de Ávila, también conocida como Santa Teresa de Jesús, nació como Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada en Ávila, España, en el seno de una familia profundamente católica. Su padre, don Alonso Sánchez, había estado casado antes con Catalina, con quien tuvo tres hijos. Tras la muerte de Catalina, se casó con Beatriz de Ahumada, con quien tuvo nueve hijos más: siete varones y dos mujeres. Teresa fue la tercera hija del segundo matrimonio.

Desde los seis o siete años comenzó a pensar seriamente en la fe, deseando ser santa e incluso mártir. Cuando tenía doce años, murió su madre, dejándola con un gran dolor en el corazón.

Durante los tres años siguientes, su hermana mayor cuidó de ella. Teresa se aficionó a la lectura y comenzó a relacionarse con un primo de espíritu mundano, que contaba historias poco edificantes. Durante algunos meses, Teresa se dejó influir por esa compañía, conversando sobre temas vanos y superficiales. Aunque intentaba conservar su virtud, reconoció luego que aquello le hizo daño espiritual. En 1531 confesó su situación a su padre y a su hermano mayor, quienes decidieron enviarla al internado del convento de Nuestra Señora de Gracia, en Ávila, para que estuviera bajo la influencia de las religiosas.

Teresa ingresó allí a los dieciséis años. Los primeros ocho días le resultaron muy duros: luchaba por volver su mente a Dios y alejar los pensamientos mundanos. Temía que las monjas descubrieran lo superficial en que había caído. Pero tras esa primera semana, recuperó la paz interior y el deseo de santidad. Las hermanas fueron para ella una bendición, y Teresa comenzó a pensar en la vida religiosa, aunque con temor.

En 1532 tuvo que dejar el convento a causa de una grave enfermedad y fue cuidada por su hermana. Durante ese tiempo comprendió el valor de las buenas amistades y el peligro de las malas.

De regreso a casa, pasó tres meses en lucha interior: quería ser monja, pero el miedo y las tentaciones la atormentaban. El demonio la convencía de que nunca podría ser buena religiosa. Finalmente, decidió firmemente entrar al convento. Su padre, sin embargo, se opuso rotundamente: no quería perder a su hija más querida.

A los veinte años, Teresa y su hermano Rodrigo tomaron una decisión valiente. En la madrugada del 2 de noviembre de 1535, partieron secretamente hacia el Monasterio de la Encarnación del Carmen, en Ávila. Teresa recuerda ese momento como uno de los más dolorosos de su vida, pero también como el más decisivo: obedecía a Dios antes que al afecto humano.

Al año siguiente profesó sus votos y, poco después, cayó gravemente enferma. Permaneció en ese estado durante varios años. Llegó incluso a estar en coma por cuatro días, creyéndose muerta. Durante su convalecencia, su tío le dio un libro sobre “la oración de recogimiento”, que se convirtió en uno de sus mayores tesoros. De regreso al convento, Teresa comenzó a practicar esta forma de oración, que consistía en buscar a Dios dentro del alma.

Su oración se profundizó hasta alcanzar lo que los místicos llaman “oración de quietud” y, a veces, “oración de unión”. Su sufrimiento físico se convirtió en cimiento de su vida interior. En 1542 sanó milagrosamente, atribuyendo la curación a la intercesión de San José.

Durante los siguientes diez años vivió con normalidad, sin grandes avances en la oración, hasta que, en su madurez, Dios la llevó a una segunda conversión. En 1554, al pasar junto a una imagen de Cristo crucificado, fue profundamente conmovida: lloró con lágrimas de amor y compunción. Poco después leyó Las Confesiones de San Agustín, que la ayudaron a comprender que Dios habitaba en su interior.

A partir de entonces su vida cambió radicalmente. Su oración se volvió más profunda, y comenzó a experimentar éxtasis y visiones. Las hermanas del convento fueron testigos de estos momentos en los que Teresa quedaba absorta en la contemplación, e incluso —según relatan— a veces se elevaba del suelo mientras oraba.

Movida por esta renovación interior, percibió la tibieza de muchos conventos carmelitas. Dios le inspiró reformar la Orden, devolviéndola a su espíritu original de oración, pobreza y austeridad.

En 1562, fundó el convento de San José en Ávila, con aprobación episcopal y, más tarde, pontificia. Tomó el nombre de Madre Teresa de Jesús y escribió nuevas constituciones y su célebre obra Camino de perfección, guía espiritual para sus hermanas. Promovió la vida de oración profunda, la pobreza absoluta y la clausura estricta. De ahí nació la rama de las Carmelitas Descalzas, llamadas así por la penitencia de ir sin zapatos.

En 1567 obtuvo permiso para fundar nuevos conventos reformados. Durante los siguientes años viajó incansablemente por España, fundando diecisiete conventos y, con ayuda de San Juan de la Cruz, también dos monasterios masculinos.

Su reforma no fue bien recibida por todos. En 1576 los carmelitas no reformados intentaron detenerla, obligándola a retirarse. Pero finalmente, el Papa resolvió la disputa separando las dos ramas de la orden.

Santa Teresa escribió cuatro grandes libros, numerosas obras menores, más de treinta poemas y 458 cartas que aún se conservan. Su legado espiritual es uno de los más profundos de la historia de la Iglesia, por lo que fue proclamada Doctora de la Iglesia.


🌿 Meditación

Honramos hoy a una santa que necesitó una segunda conversión. Aunque ya era monja y llevaba una vida de oración, reconoció que no estaba entrando en la profundidad a la que Dios la llamaba. Cuando lo comprendió, se dejó conducir al interior de su alma, y allí encontró al Dios vivo.

A través de ella, el Señor dejó una huella inmortal: enseñó a orar, a mirar dentro del alma y a descubrir en la interioridad la presencia amorosa del Creador. Su vida es una invitación permanente a pasar del activismo a la contemplación, de la superficie a la profundidad, del temor al amor.


🙏 Oración

Santa Teresa de Ávila,
Dios te llamó a la vida religiosa,
y dentro de ella te llevó a una unión mística y profunda con Él.
Intercede por mí,
para que aprenda a conocer a Dios con la misma profundidad de amor y sabiduría que tú tuviste,
y que, al igual que tú,
pueda dejarme transformar por su presencia en lo más íntimo de mi alma.

Santa Teresa de Jesús, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

Amén.

 

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