sábado, 22 de noviembre de 2025

23 de noviembre del 2025: Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo- Ciclo C

 

El Rey sacrificado

«Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

La palabra burlona de los soldados hace eco a la de los jefes: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido». Estas provocaciones, repetidas por el malhechor, resuenan como el último intento de someter al Señor Jesús: «Sálvate a ti mismo, ¡y a nosotros también!». En dos versículos, por tres veces, Jesús es provocado a salvarse a sí mismo. La última tentación, que Jesús rechaza con el silencio, Él que depende enteramente de su Padre.

La ofrenda de su vida por amor revela a un Rey que no busca salvarse a sí mismo, sino salvar a un pueblo de pecadores. El letrero lo atestigua al designar al Crucificado como «el Rey de los Judíos». El Buen Ladrón, que se reconoce pecador indigno, solicita la misericordia del Señor: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».

La gloria de Jesús se expresa en términos de salvación, mediante un amor que llega a estar totalmente desposeído de sí mismo para acoger al Buen Ladrón, hoy mismo, con Él en el Reino.

Jesús es solidario de su pueblo. El Buen Ladrón se convierte así, por gracia, en el primero que entra por la puerta del Reino, que es Jesucristo. Él testimonia la misericordia en actos ofrecida por Cristo Rey del universo.

En este tiempo de celebración del jubileo, ¡que podamos ser renovados en la Esperanza por la contemplación de Cristo Rey!


¿Cómo acoger en la fe al Señor en su condición de Rey despreciado y humillado?


¿Tengo el deseo de testimoniar la realeza de Cristo en mi vida cotidiana, en el trabajo, en mis relaciones?

Anne Da, xavière

 


Primera lectura

2 Sam 5, 1-3

Ellos ungieron a David como rey de Israel

Lectura del segundo libro de Samuel.

EN aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebrón y le dijeron:
«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas
y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: “Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».
Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia
del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 121, 1bc-2. 4-5 (R. : cf. 1bc)

R. Vamos alegres a la casa del Señor.

V. ¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. 
R.

V. Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. 
R.

 

Segunda lectura

Col 1, 12-20

Nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.

HERMANOS:
Demos gracias a Dios Padre, que los ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado
al reino del Hijo de su amor,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque en él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones,
Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él
quiso reconciliar todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! R.

 

Evangelio

Lc 23, 35-43

Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Palabra del Señor.


1

 

Introducción: Un Rey que desconcierta

Queridos hermanos y hermanas, llegamos al último domingo del año litúrgico contemplando el misterio más paradójico de la fe cristiana: Jesús es Rey… pero su trono es una cruz, su corona está hecha de espinas, su cetro es un clavo, y su proclamación real está escrita en un letrero clavado sobre su cabeza.

El evangelio no nos presenta un rey triunfante según la lógica del mundo, sino un Rey sacrificado, humillado, entregado; un rey que vence no bajando de la cruz, sino quedándose en ella por amor.

Este Año Jubilar nos invita a redescubrir esa realeza que no se impone, que no domina, que no humilla, sino que salva, sana, perdona y abre caminos de esperanza.


1. La realeza que revela la cruz (Evangelio: Lc 23,35-43)

En menos de dos versículos, Jesús recibe el triple ataque de la tentación final:
— «Sálvate a ti mismo».
— «Baja de esa cruz».
— «Demuestra que eres rey».

Pero Jesús no responde. Su silencio es su realeza.
¿Por qué?

Porque el verdadero Rey no vive para sí, sino para su pueblo.

Jesús rehúsa salvarse a sí mismo para poder salvarnos a nosotros.
Su majestad no consiste en escapar del dolor, sino en permanecer fiel al amor hasta el extremo.

En el Calvario Jesús se presenta como Rey no por imponer su poder, sino por ofrecer su vida. No reina desde lo alto de un palacio, sino desde lo alto de una cruz. Allí —justamente allí— inaugura su Reino.

El primer ciudadano del Reino

Y es el Buen Ladrón, un hombre marcado por el fracaso, la culpa y la vergüenza, quien se convierte en el primer súbdito, el primer “canonizado” por Jesús mismo:

«Hoy estarás conmigo en el paraíso».

La realeza de Cristo consiste en esto:
abrir siempre una puerta de esperanza incluso donde parece no haber ninguna.


2. Un Rey que unifica y sana (Primera lectura: 2 Sam 5,1-3)

El Antiguo Testamento recuerda cómo las tribus de Israel reconocen en David a su rey y pastor. Es una escena de unidad, de reconciliación, de nuevo comienzo.

Pero hoy, en Cristo Rey, esa promesa se cumple plenamente.

Jesús no solo une tribus. Une a la humanidad entera.
No solo gobierna un territorio. Reina en los corazones.
No solo pacifica fronteras. Restaura las heridas más hondas del alma.

En un mundo dividido, polarizado, herido por violencias, guerras, odios políticos, fracturas sociales, Cristo Rey aparece como Aquel que puede reunir lo disperso y reconciliar lo irreconciliable.


3. El Rey de la creación y de la historia (Segunda lectura: Col 1,12-20)

San Pablo nos ofrece uno de los himnos cristológicos más bellos:
Cristo es “imagen de Dios invisible”, “primogénito de toda criatura”, “plenitud”, “reconciliador”, “Señor del tiempo y de la eternidad”.

Pero ese Cristo glorioso es el mismo que cuelga de la cruz en el Evangelio.

Aquí está el corazón del misterio cristiano:

El Rey del universo reina desde la vulnerabilidad.

La omnipotencia de Cristo es el amor que se entrega.
Su poder es el perdón.
Su victoria es la misericordia.
Su cetro es la cruz.

En el Año Jubilar esto toma una fuerza inmensa:
Solo comprenderemos quién es Cristo Rey cuando dejemos que Él reine en las zonas heridas de nuestra vida, en nuestras culpas, en nuestra historia fracturada.


4. El Año Jubilar: aprender a dejarnos gobernar por el Amor

La pregunta es profunda:

¿Cómo acoger en la fe a un Rey humillado?
No es fácil. Nuestro corazón prefiere reyes fuertes, poderosos, espectaculares… pero Jesús nos pide la fe humilde de quien se deja salvar.

Este Año Jubilar nos invita a tres movimientos:

a) Dejar que Jesús reine en lo escondido

En lo que nadie ve:
– mis luchas,
– mi cansancio,
– mis frustraciones,
– mis pecados,
– mis heridas.

Él reina precisamente allí.

b) Testimoniar la realeza de Cristo en la vida diaria

No con discursos, sino con gestos:
– perdonar cuando cuesta,
– consolar al que sufre,
– trabajar con honestidad,
– construir paz,
– defender la vida,
– sembrar armonía en la casa,
– proteger la dignidad de todos.

Cristo reina donde hay amor puesto en acción.

c) Ser portadores de esperanza

El Buen Ladrón nos muestra que nunca es tarde, que Dios puede entrar incluso en nuestras horas más oscuras y convertirlas en paraíso.

Este Año Jubilar —que el Papa ha querido bajo el lema “Peregrinos de la esperanza”— nos pide volver a creer que Dios puede hacerlo todo nuevo.


5. Cristo Rey y nuestra comunidad

En esta solemnidad podemos preguntarnos:

– ¿Reina Cristo en mis decisiones?
– ¿Reina en mis conversaciones cotidianas?
– ¿Reina en mi manera de trabajar, servir, corregir, amar?
– ¿Reina en la parroquia, en nuestras familias, en los grupos, en el Vicariato?
– ¿Reina en mis redes sociales, en mi manera de tratar a los demás?

Cristo no quiere un reinado teórico.
Quiere reinar en la vida real.


Conclusión: “Jesús, acuérdate de mí”

El Evangelio termina con la súplica más hermosa que un pecador pueda pronunciar:

“Jesús, acuérdate de mí”.

Es la oración del Año Jubilar.
Es la oración del corazón cansado.
Es la oración del que quiere volver a empezar.

Y Jesús responde siempre:
“Hoy estarás conmigo”.

No mañana.
No cuando seas perfecto.
No cuando superes tus fragilidades.
Hoy. Ahora. Como estás.

Porque su Reino es así:
un Reino donde todos tienen un lugar, incluso los últimos.
Un Reino donde nadie está perdido.
Un Reino donde el Amor vence.

Que Cristo Rey del Universo reine en nuestra comunidad, en nuestra familia, en nuestra isla, en nuestro país, y en nuestro corazón.
Y que este Año Jubilar nos encuentre peregrinos de esperanza, dejando que el Rey crucificado y glorioso transforme nuestra historia.

Amén.

 

 

2

 

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino…»

 

1. Introducción: El final que abre un comienzo


Queridos hermanos y hermanas:

Al llegar al último domingo del año litúrgico, la Iglesia nos invita a contemplar el rostro más luminoso y, al mismo tiempo, más desconcertante de nuestra fe:
Jesucristo, Rey del Universo.

Pero la liturgia no nos muestra a un Rey triunfante en un palacio, ni vestido con ropas de gloria, ni rodeado de honores humanos. Al contrario: nuestro Rey aparece en una cruz, con un letrero irónico que dice: «Éste es el Rey de los judíos», y con dos malhechores a su lado.

Y desde ese trono inesperado nace una súplica que atraviesa toda la historia:

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».

El Año Jubilar, que nos llama a ser «Peregrinos de la Esperanza», encuentra aquí su núcleo: la esperanza nace de un Rey que no reina destruyendo, sino perdonando; no domina humillando, sino levantando; no exige desde un trono dorado, sino entregando la vida en el madero.


2. Primera lectura: David, figura del Rey-Pastor (2S 5,1-3)

La liturgia comienza presentándonos una escena fundamental en la historia de Israel. Las tribus se reúnen en Hebrón y declaran a David como su rey, diciendo:

«Hueso tuyo y carne tuya somos… Tú pastorearás a mi pueblo Israel».

Los israelitas comprendieron que un verdadero rey no es primero un político ni un militar, sino un pastor: alguien que une, guía, cuida, protege, alimenta, acompaña.

En David aparece el modelo.
En Cristo aparece la plenitud.

Si David reunió a las tribus dispersas, Cristo vino a unir a todos los pueblos.
Si David gobernó desde Jerusalén, Cristo reina desde un trono muy distinto: la cruz, que es el lugar donde el poder de Dios se manifiesta como amor que lo da todo.

En el Calvario, el verdadero Rey-Pastor no abandona a la oveja perdida, sino que la salva en el último minuto. A su derecha, un hombre marcado por la culpa y la derrota escucha la promesa más grande: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”

Ese es el Rey que celebramos: el Rey que no expulsa, sino que acoge; que no sentencia, sino que levanta; que no nos exige perfección, sino que pide solo una súplica humilde: «Acuérdate de mí».


3. Salmo: la alegría de peregrinar hacia el Reino (Sal 122[121])

El salmo canta:

«Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”.»

Esta frase resume la experiencia del pueblo peregrino. Subir a Jerusalén era celebrar la fe, entrar en la ciudad compacta, unida, sólida, donde «suben las tribus del Señor» y donde están «los tronos de la casa de David».

Para nosotros, este salmo se ilumina plenamente en Cristo Rey:

  • La casa del Señor es ante todo Cristo, Dios-con-nosotros.
  • Jerusalén es signo de la Iglesia, la comunidad reunida para adorar.
  • La peregrinación es nuestra vida entera, un camino hacia el Reino.

El Buen Ladrón hace su última peregrinación al Calvario. Sus pies no suben la montaña santa, pero su corazón se abre al Rey que está a su lado. Él también dice, con otro lenguaje: “Vamos a la casa del Señor”, porque pide entrar en el Reino: «Acuérdate de mí».

Y Jesús le responde con la certeza que sustenta toda esperanza cristiana:
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

En el Año Jubilar, este salmo nos recuerda que somos peregrinos, no instalados; caminantes, no estacionados; buscadores, no resignados. Y que avanzamos con alegría porque sabemos hacia dónde vamos: hacia la casa del Rey.


4. Segunda lectura: el himno al Rey del universo (Col 1,12-20)

San Pablo, con palabras poderosísimas, nos revela la verdadera identidad del que cuelga en la cruz:

«Él es imagen de Dios invisible…, en Él fueron creadas todas las cosas…, en Él reside toda la plenitud…, y por Él quiso reconciliar consigo todas las cosas, haciendo la paz por la sangre de su cruz».

Quien muere en el Gólgota no es solo un justo perseguido: es el Rey cósmico, el Señor de la historia y de la creación, la plenitud de Dios hecha carne.
Y en su cruz sucede el acto más grande de toda la historia: la reconciliación universal.

El Buen Ladrón es el primer beneficiario visible de esta reconciliación.
Su pecado, su pasado, su condena injusta o merecida, ya no tienen la última palabra. La última palabra es Cristo Rey que lo acoge y lo salva.

Esta lectura de Colosenses es especialmente jubilar:
el Jubileo es tiempo de reconciliación, de renovación interior, de restauración, de recuperar la esperanza.
Todo eso nace del Rey que reconcilia el universo entero por su sangre.


5. Evangelio: el Rey que salva desde la cruz (Lc 23,35-43)

Llegamos al centro de la solemnidad.
La realeza de Cristo se revela de un modo que el mundo no entiende:

  • Tres veces le gritan: «Sálvate a ti mismo».
  • Tres veces lo tientan a usar el poder para escapar del sufrimiento.
  • Tres veces quieren que pruebe que es Rey bajando de la cruz.

Pero Jesús reina justamente porque no se salva a sí mismo.
Reina porque entrega la vida.
Reina porque perdona.
Reina porque ama hasta el extremo.

Este Rey no busca su supervivencia; busca la nuestra.

Y allí aparece el Buen Ladrón, figura de cada uno de nosotros.
No se justifica, no se compara, no presume.
Solo dice la oración más humilde de todo el Evangelio:

«Jesús, acuérdate de mí…»

Es la oración del pecador que cree.
Y Jesús, sin dudar un segundo, pronuncia la promesa que resume el Evangelio entero:

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Ese “hoy” es el hoy de la salvación, el hoy de la misericordia, el hoy del Jubileo.


6. El Año Jubilar: dejar que Cristo reine hoy

El Reino comienza ahora, cuando dejamos que Cristo ordene nuestra vida, reine en nuestra voluntad, y gobierne nuestro corazón con amor.

Este Reino comienza cuando:

  • perdonamos,
  • reconciliamos,
  • servimos,
  • tratamos con dignidad a todos,
  • elegimos la verdad,
  • renunciamos al odio,
  • dejamos de vivir para nosotros mismos,
  • permitimos que Cristo reine en nuestras decisiones, palabras y afectos.

El Reino crece cada vez que le decimos:
“Jesús, reina en mí. Gobierna mis pensamientos, mis palabras, mis acciones. Toma lo que no puedo ordenar solo.”

El Reino florece cuando hacemos como el Buen Ladrón:
abrir el corazón y confiar, aunque sea desde nuestra pobreza más profunda.


7. Mirar el final con esperanza

Cristo Rey volverá.
Volverá con gloria y majestad.
Volverá para instaurar la justicia perfecta, la paz definitiva y el Reino que no tendrá fin.

Los cristianos no tememos ese día.
Lo esperamos.
Porque cuando Él vuelva, nadie volverá a sufrir:
– no habrá más violencia,
– no habrá más lágrimas inútiles,
– no habrá más inocentes perseguidos,
– no habrá más soledad.

El Rey traerá la plenitud del Paraíso que prometió en la cruz.
Y nuestra tarea es preparar el corazón para ese día dejando que su Reino comience en nosotros ahora.


8. Conclusión: la oración que abre el Paraíso

Hermanos, esta es la síntesis de todo el año litúrgico:

  • Cristo es Rey,
  • reina desde la cruz,
  • su poder es la misericordia,
  • y su Reino es para quienes, como el Buen Ladrón, saben pedir:

«Jesús, acuérdate de mí».

Haz tuya esta oración.
Es la oración de los pobres, de los cansados, de los pecadores sinceros, de los que buscan esperanza.

Y escucha su promesa, que hoy te dirige también a ti:

«Hoy estarás conmigo».

Ese es el Reino.
Ese es el Jubileo.
Ese es Cristo Rey del Universo, que viene a salvarnos y a gobernarnos con amor.

Amén.

 

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