El Rey sacrificado
«Si tú eres el rey de los
judíos, sálvate a ti mismo».
La palabra burlona de los
soldados hace eco a la de los jefes: «A otros ha salvado; que se salve a sí
mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido». Estas provocaciones, repetidas
por el malhechor, resuenan como el último intento de someter al Señor Jesús: «Sálvate
a ti mismo, ¡y a nosotros también!». En dos versículos, por tres veces,
Jesús es provocado a salvarse a sí mismo. La última tentación, que Jesús
rechaza con el silencio, Él que depende enteramente de su Padre.
La ofrenda de su vida por amor
revela a un Rey que no busca salvarse a sí mismo, sino salvar a un pueblo de
pecadores. El letrero lo atestigua al designar al Crucificado como «el Rey
de los Judíos». El Buen Ladrón, que se reconoce pecador indigno, solicita
la misericordia del Señor: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
Reino».
La gloria de Jesús se expresa
en términos de salvación, mediante un amor que llega a estar totalmente
desposeído de sí mismo para acoger al Buen Ladrón, hoy mismo, con Él en el
Reino.
Jesús es solidario de su
pueblo. El Buen Ladrón se convierte así, por gracia, en el primero que entra
por la puerta del Reino, que es Jesucristo. Él testimonia la misericordia en
actos ofrecida por Cristo Rey del universo.
En este tiempo de celebración
del jubileo, ¡que podamos ser renovados en la Esperanza por la contemplación de
Cristo Rey!
¿Cómo acoger en la fe al Señor en su condición de Rey despreciado y
humillado?
¿Tengo el deseo de testimoniar la realeza de Cristo en mi vida cotidiana, en el
trabajo, en mis relaciones?
Anne Da, xavière
Primera lectura
2
Sam 5, 1-3
Ellos
ungieron a David como rey de Israel
Lectura del segundo libro de Samuel.
EN aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en
Hebrón y le dijeron:
«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre
nosotros, eras tú el que dirigía las salidas
y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: “Tú pastorearás a mi
pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».
Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza
con ellos en Hebrón, en presencia
del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
121, 1bc-2. 4-5 (R. : cf. 1bc)
R. Vamos alegres a la
casa del Señor.
V. ¡Qué alegría
cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R.
V. Allá suben las
tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R.
Segunda lectura
Col
1, 12-20
Nos
ha trasladado al reino del Hijo de su amor
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.
HERMANOS:
Demos gracias a Dios Padre, que los ha hecho capaces de compartir la herencia
del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado
al reino del Hijo de su amor,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen del Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque en él fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres,
visibles e invisibles.
Tronos y Dominaciones,
Principados y Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él y para él
quiso reconciliar todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. ¡Bendito el que viene
en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre
David! R.
Evangelio
Lc
23, 35-43
Señor,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre,
diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en
verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que
hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Palabra del Señor.
1
Introducción: Un Rey que desconcierta
Queridos hermanos y hermanas, llegamos al último
domingo del año litúrgico contemplando el misterio más paradójico de la fe
cristiana: Jesús es Rey… pero su trono es una cruz, su corona
está hecha de espinas, su cetro es un clavo, y su proclamación
real está escrita en un letrero clavado sobre su cabeza.
El evangelio no nos presenta un rey triunfante
según la lógica del mundo, sino un Rey sacrificado, humillado,
entregado; un rey que vence no bajando de la cruz, sino quedándose en
ella por amor.
Este Año Jubilar nos invita a redescubrir esa
realeza que no se impone, que no domina, que no humilla, sino que salva,
sana, perdona y abre caminos de esperanza.
1. La realeza que revela la cruz (Evangelio: Lc
23,35-43)
En menos de dos versículos, Jesús recibe el triple
ataque de la tentación final:
— «Sálvate a ti mismo».
— «Baja de esa cruz».
— «Demuestra que eres rey».
Pero Jesús no responde. Su silencio es su realeza.
¿Por qué?
Porque el verdadero Rey no vive para sí,
sino para su pueblo.
Jesús rehúsa salvarse a sí mismo para poder
salvarnos a nosotros.
Su majestad no consiste en escapar del dolor, sino en permanecer fiel al
amor hasta el extremo.
En el Calvario Jesús se presenta como Rey no por
imponer su poder, sino por ofrecer su vida. No reina desde lo alto de un
palacio, sino desde lo alto de una cruz. Allí —justamente allí— inaugura su Reino.
El primer ciudadano del Reino
Y es el Buen Ladrón, un hombre marcado por el
fracaso, la culpa y la vergüenza, quien se convierte en el primer súbdito,
el primer “canonizado” por Jesús mismo:
«Hoy estarás conmigo en el paraíso».
La realeza de Cristo consiste en esto:
abrir siempre una puerta de esperanza incluso donde parece no haber ninguna.
2. Un Rey que unifica y sana (Primera lectura: 2
Sam 5,1-3)
El Antiguo Testamento recuerda cómo las tribus de
Israel reconocen en David a su rey y pastor. Es una escena de unidad, de
reconciliación, de nuevo comienzo.
Pero hoy, en Cristo Rey, esa promesa se cumple
plenamente.
Jesús no solo une tribus. Une a la humanidad
entera.
No solo gobierna un territorio. Reina en los corazones.
No solo pacifica fronteras. Restaura las heridas más hondas del alma.
En un mundo dividido, polarizado, herido por
violencias, guerras, odios políticos, fracturas sociales, Cristo Rey aparece
como Aquel que puede reunir lo disperso y reconciliar lo irreconciliable.
3. El Rey de la creación y de la
historia (Segunda lectura: Col 1,12-20)
San Pablo nos ofrece uno de los himnos
cristológicos más bellos:
Cristo es “imagen de Dios invisible”, “primogénito de toda criatura”,
“plenitud”, “reconciliador”, “Señor del tiempo y de la
eternidad”.
Pero ese Cristo glorioso es el mismo que cuelga de
la cruz en el Evangelio.
Aquí está el corazón del misterio cristiano:
El Rey del universo reina desde
la vulnerabilidad.
La omnipotencia de Cristo es el amor que se
entrega.
Su poder es el perdón.
Su victoria es la misericordia.
Su cetro es la cruz.
En el Año Jubilar esto toma una fuerza inmensa:
Solo comprenderemos quién es Cristo Rey cuando dejemos que Él reine en las
zonas heridas de nuestra vida, en nuestras culpas, en nuestra historia
fracturada.
4. El Año Jubilar: aprender a
dejarnos gobernar por el Amor
La pregunta es profunda:
¿Cómo acoger en la fe a un Rey humillado?
No es fácil. Nuestro corazón prefiere reyes fuertes, poderosos, espectaculares…
pero Jesús nos pide la fe humilde de quien se deja salvar.
Este Año Jubilar nos invita a tres movimientos:
a) Dejar que Jesús reine en lo
escondido
En lo que nadie ve:
– mis luchas,
– mi cansancio,
– mis frustraciones,
– mis pecados,
– mis heridas.
Él reina precisamente allí.
b) Testimoniar la realeza de
Cristo en la vida diaria
No con discursos, sino con gestos:
– perdonar cuando cuesta,
– consolar al que sufre,
– trabajar con honestidad,
– construir paz,
– defender la vida,
– sembrar armonía en la casa,
– proteger la dignidad de todos.
Cristo reina donde hay amor puesto en acción.
c) Ser portadores de esperanza
El Buen Ladrón nos muestra que nunca es tarde,
que Dios puede entrar incluso en nuestras horas más oscuras y convertirlas en
paraíso.
Este Año Jubilar —que el Papa ha querido bajo el
lema “Peregrinos de la esperanza”— nos pide volver a creer que Dios puede
hacerlo todo nuevo.
5. Cristo Rey y nuestra comunidad
En esta solemnidad podemos preguntarnos:
– ¿Reina Cristo en mis decisiones?
– ¿Reina en mis conversaciones cotidianas?
– ¿Reina en mi manera de trabajar, servir, corregir, amar?
– ¿Reina en la parroquia, en nuestras familias, en los grupos, en el Vicariato?
– ¿Reina en mis redes sociales, en mi manera de tratar a los demás?
Cristo no quiere un reinado teórico.
Quiere reinar en la vida real.
Conclusión: “Jesús, acuérdate de
mí”
El Evangelio termina con la súplica más hermosa que
un pecador pueda pronunciar:
“Jesús, acuérdate de mí”.
Es la oración del Año Jubilar.
Es la oración del corazón cansado.
Es la oración del que quiere volver a empezar.
Y Jesús responde siempre:
“Hoy estarás conmigo”.
No mañana.
No cuando seas perfecto.
No cuando superes tus fragilidades.
Hoy. Ahora. Como estás.
Porque su Reino es así:
un Reino donde todos tienen un lugar, incluso los últimos.
Un Reino donde nadie está perdido.
Un Reino donde el Amor vence.
Que Cristo Rey del Universo reine en nuestra
comunidad, en nuestra familia, en nuestra isla, en nuestro país, y en nuestro
corazón.
Y que este Año Jubilar nos encuentre peregrinos de esperanza, dejando
que el Rey crucificado y glorioso transforme nuestra historia.
Amén.
2
«Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu Reino…»
1. Introducción: El final que abre un comienzo
Queridos
hermanos y hermanas:
Pero la
liturgia no nos muestra a un Rey triunfante en un palacio, ni vestido con ropas
de gloria, ni rodeado de honores humanos. Al contrario: nuestro Rey aparece en
una cruz, con un letrero irónico que dice: «Éste es el Rey de los judíos»,
y con dos malhechores a su lado.
Y desde
ese trono inesperado nace una súplica que atraviesa toda la historia:
«Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».
El Año
Jubilar, que nos llama a ser «Peregrinos de la Esperanza», encuentra aquí su
núcleo: la esperanza nace de un Rey que no reina destruyendo, sino perdonando;
no domina humillando, sino levantando; no exige desde un trono dorado,
sino entregando la vida en el madero.
2. Primera lectura: David, figura del Rey-Pastor
(2S 5,1-3)
La
liturgia comienza presentándonos una escena fundamental en la historia de
Israel. Las tribus se reúnen en Hebrón y declaran a David como su rey,
diciendo:
«Hueso
tuyo y carne tuya somos… Tú pastorearás a mi pueblo Israel».
Los
israelitas comprendieron que un verdadero rey no es primero un político ni un
militar, sino un pastor: alguien que une, guía, cuida, protege,
alimenta, acompaña.
En el
Calvario, el verdadero Rey-Pastor no abandona a la oveja perdida, sino que la
salva en el último minuto. A su derecha, un hombre marcado por la culpa y la
derrota escucha la promesa más grande: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”
Ese es el
Rey que celebramos: el Rey que no expulsa, sino que acoge; que no sentencia,
sino que levanta; que no nos exige perfección, sino que pide solo una súplica
humilde: «Acuérdate de mí».
3. Salmo: la alegría de peregrinar hacia el Reino
(Sal 122[121])
El salmo
canta:
«Qué
alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”.»
Esta
frase resume la experiencia del pueblo peregrino. Subir a Jerusalén era
celebrar la fe, entrar en la ciudad compacta, unida, sólida, donde «suben las
tribus del Señor» y donde están «los tronos de la casa de David».
Para
nosotros, este salmo se ilumina plenamente en Cristo Rey:
- La casa del Señor es ante todo Cristo,
Dios-con-nosotros.
- Jerusalén es signo de la Iglesia, la
comunidad reunida para adorar.
- La peregrinación es nuestra vida entera, un
camino hacia el Reino.
El Buen
Ladrón hace su última peregrinación al Calvario. Sus pies no suben la montaña
santa, pero su corazón se abre al Rey que está a su lado. Él también dice, con
otro lenguaje: “Vamos a la casa del Señor”, porque pide entrar en el
Reino: «Acuérdate de mí».
En el Año
Jubilar, este salmo nos recuerda que somos peregrinos, no instalados;
caminantes, no estacionados; buscadores, no resignados. Y que avanzamos con
alegría porque sabemos hacia dónde vamos: hacia la casa del Rey.
4. Segunda lectura: el himno al Rey del universo
(Col 1,12-20)
San
Pablo, con palabras poderosísimas, nos revela la verdadera identidad del que
cuelga en la cruz:
«Él es
imagen de Dios invisible…, en Él fueron creadas todas las cosas…, en Él reside
toda la plenitud…, y por Él quiso reconciliar consigo todas las cosas, haciendo
la paz por la sangre de su cruz».
5. Evangelio: el Rey que salva desde la cruz (Lc
23,35-43)
- Tres veces le gritan: «Sálvate a ti
mismo».
- Tres veces lo tientan a usar
el poder para escapar del sufrimiento.
- Tres veces quieren que
pruebe que es Rey bajando de la cruz.
Este Rey
no busca su supervivencia; busca la nuestra.
«Jesús,
acuérdate de mí…»
«Hoy
estarás conmigo en el Paraíso».
Ese “hoy”
es el hoy de la salvación, el hoy de la misericordia, el hoy del Jubileo.
6. El Año Jubilar: dejar que Cristo reine hoy
El Reino comienza ahora, cuando dejamos que
Cristo ordene nuestra vida, reine en nuestra voluntad, y gobierne
nuestro corazón con amor.
Este
Reino comienza cuando:
- perdonamos,
- reconciliamos,
- servimos,
- tratamos con dignidad a
todos,
- elegimos la verdad,
- renunciamos al odio,
- dejamos de vivir para
nosotros mismos,
- permitimos que Cristo reine
en nuestras decisiones, palabras y afectos.
7. Mirar el final con esperanza
8. Conclusión: la oración que abre el Paraíso
Hermanos,
esta es la síntesis de todo el año litúrgico:
- Cristo es Rey,
- reina desde la cruz,
- su poder es la misericordia,
- y su Reino es para quienes,
como el Buen Ladrón, saben pedir:
«Jesús,
acuérdate de mí».
Y escucha
su promesa, que hoy te dirige también a ti:
«Hoy
estarás conmigo».
Amén.

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