domingo, 9 de abril de 2023

9 de abril del 2023: Domingo de la Resurrección del Señor

  
Vivir de otra manera con el Resucitado

Cristo ha resucitado! Podemos ver los signos de tan sublime misterio en nuestra vida y en el mundo. Su presencia nos transforma y nos permite vivir de otra manera nuestra vida ordinaria.

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En esta mañana de Pascua, afirmamos nuestra fe de manera alegre y solemne. Cristo ha resucitado de verdad, aleluya! Esta Buena Noticia reaviva nuestra esperanza.





EVANGELIO DE  NUESTRO SENOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN 
20, 1-9:

1.El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida.
2.Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
3.Pedro y el otro discípulo salieron para el sepulcro.
4.Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro.
5.Como se inclinara, vio los lienzos tumbados, pero no entró.
6.Pedro llegó detrás, entró en el sepulcro y vio también los lienzos tumbados.
7.El sudario con que le habían cubierto la cabeza no se había caído como los lienzos, sino que se mantenía enrollado en su lugar.
8.Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero, vio y creyó.
9.Pues no habían entendido todavía la Escritura: ¡él "debía" resucitar de entre los muertos!





A guisa de introducción: 

El deseo de vivir



Sin lugar a dudas, lo que todos deseamos es una VIDA PLENA, humana, en salud, en bienestar. Esta es una de las aspiraciones más profundas, uno de los deseos más reales y o verdaderos, anclados en nuestra existencia. Nosotros deseamos vivir…FELICES.

Jesús  había comprendido este deseo de vivir. Más allá del fracaso, de las apariencias, Él ha vuelto a encontrar la vida. Él les ha devuelto el gusto de vivir a todos aquellos que han creído en Él.

La ceremonia del Sábado Santo habla de la vida, por las lecturas bíblicas de la Creación, del Éxodo (deseo de vivir libre), por la Carta de San Pablo a los Romanos (vida del bautismo), por el Evangelio de la Resurrección.

El deseo de vivir puede ser colmado en parte por nuestra energía o esfuerzo personal, por nuestros medios modernos. Debemos dejar de VIVIR en un estilo que no tiene futuro (el de AMO y sirvientes o esclavos). Volvamos a encontrar un estilo de vida acorde con nuestros días, que tenga cuenta de lo humano, del buen sentido; no escamoteemos la realidad con principios de antaño. Vivamos la realidad de hoy, con principios que den cuenta de la VIDA, de una vida arraigada en este mundo, puesto que nosotros vivimos en esta época y no en otro tiempo, ni en otro lado, con el objetivo de ir más lejos.

Volvamos a sentir el gusto de implicarnos en nuestros asuntos, como Iglesia de Bautizados; sintiéndonos  las “partes” o miembros de una empresa, dando ánimo a los empleados para que realicen bien su trabajo y diciéndoles esto les pertenece, es nuestra propiedad… Los Bautizados tienen el deber de informarse sobre lo que ellos son, de formarse, de ser y de llegar a ser lo que ellos son.

La vida supera los sacramentos. Es muy importante mirar cómo se evangeliza en el corazón o centro de la vida y de la existencia (en lo cotidiano).

El deseo de vivir puede ser satisfecho, sobre todo por la FE en la Resurrección de Cristo.

Los cristianos, convencidos de la Resurrección de Cristo, poseen un optimismo, un entusiasmo comunicativos, esta es la esperanza en su esencia, genuina.

Cristo es vencedor. Él ha merecido y ganado bien la medalla de Oro en la carrera contra la muerte.

  La vida de Pascua es la esperanza de vivir por (para) siempre. 

Vivir inmediatamente, enseguida con Cristo viviente.



Una aproximación psicológica al texto del evangelio:

El discípulo que Jesús AMA


Inmediatamente después de la muerte de un ser querido, es natural que uno vuelva a recordar los acontecimientos, reviva los momentos que esa persona ha vivido con nosotros. Y uno constata, que es después de darle sepultura o la incineración que viene el tiempo de la interiorización.

¿No encuentran ustedes que hay algo parecido en el relato del sepulcro vacío de este domingo de Pascua? Sin lugar a dudas, el tiempo de exposición ha sido abreviado, ese tiempo de descender el cuerpo de la cruz y envolverlo en las sabanas.
Demasiado rápido, somos proyectados y obligados a ir después de los funerales, cuando ya no hay cuerpo, a esta etapa de interiorización.

Me permito aquí abrir un paréntesis para preguntar, ¿qué habría pasado, si el cuerpo de Jesús hubiera permanecido siempre ahí, dentro del sepulcro o tumba y que se hubiera podido pasar un tiempo cerca de este cuerpo envuelto en sábanas? No me respondan, no me digan: “este escenario sería imposible, ya que Jesús resucito!”

Como nos decía entre humor y seriedad un viejo sacerdote profesor en el Seminario: "muchachos no se asusten, no pierdan la fe, si un día  encontraran los huesitos de Jesús"…

Se podría afirmar la resurrección de Jesús, aun mismo si su cuerpo apareciera acostado en la tumba: el estado de resurrección no necesita un cuerpo mortal. Por otro lado, hay un consenso en el medio bíblico para afirmar que la tradición de la resurrección y aquella del sepulcro vacío son totalmente independientes. Lean las cartas de Pablo y no encontrarán ninguna mención o referencia de la tumba vacía. Yo vuelvo entonces a mi pregunta, en efecto, si el cuerpo hubiera estado siempre ahí y admitiendo que no se habría descompuesto, yo pienso que se hubiera desarrollado una forma de fijación castrante sobre el pasado: se arriesgaba con ser una religión del recuerdo.

Henos aquí entonces confrontados con la ausencia del cuerpo. Con ese cuerpo ausente se pueden incorporar cosas de nuestra propia vida: la ausencia de tantas cosas que podrían hacer mi vida excitante y palpitante, la ausencia de seres queridos que yo retendría cerca de mí; la ausencia de esta sagrada seguridad que todos buscamos, la ausencia de un cuerpo joven y ágil que ya he tenido. Uno podría agregar esos deseos no satisfechos de comprender una historia personal, de dar sentido a todos esos azares y esos accidentes de una vida, de explicarse una historia de vida que puede aparecer insignificante y sin frutos sobre los demás. María Magdalena llora: “Yo tengo necesidad de ese cuerpo, dígame donde lo han puesto”.

Miremos la actitud de Pedro y del otro discípulo.

Pedro entra en el sepulcro vacío. Él aparece como el primero en abrirse a esta experiencia de ausencia, y la acepta. Uno encuentra con él a todos aquellos que ante esta experiencia se hacen muchas, dolorosas e incesantes preguntas.

El discípulo que Jesús ama, a su turno entra al sepulcro y contrariamente a Pedro, en el centro de esta experiencia de ausencia, él ve y él cree. He aquí el primero en hacer experiencia de la FE. ¿Qué ha visto y qué ha creído Juan?

Juan comprende por un esfuerzo de memoria y de profundización. Él recuerda las palabras de Jesús. Él se acuerda de la Escritura, la larga tradición espiritual de su pueblo. Dios no deja a su servidor sumido en la muerte. Jesús está vivo…Como dice mi ex-colega eudista el Padre Linero: “el man está vivo”. Él es el Señor. Dios ha hecho por Él lo que no había hecho por ningún otro hombre.

A causa de esto, en adelante la vida ha cambiado. Los discípulos buscaban un cadáver. No hay cadáver. No hay más que una tumba o sepulcro vacío. Y enseguida, de repente, ellos comprenden. No buscan ya más el cadáver de Jesús, sus despojos mortales. Ellos buscan al Señor Jesús, al Resucitado. Ellos entran en la FE. Otros relatos nos permitirán comprender que el Resucitado es verdaderamente el mismo crucificado, pero que está en un estado radicalmente diferente. Él aparece y desaparece entre las puertas cerradas, Él es visto sin ser reconocido, etc. Eso importa poco.

Toda la fe pascual, toda la fe cristiana, está aquí presente. Jesús se ha levantado de entre los muertos. El sepulcro está vacío. No busquen más un cadáver, no permanezcan más encerrados en sus tumbas. No continúen más encerrados en el miedo y la zozobra. Pues ni siquiera  la muerte no ha podido retenerlo. El Padre ha tomado la mano de su Hijo y lo ha hecho levantarse de entre los muertos… Esto es más que una fiesta, es la ruptura radical, el horizonte que nos abre a la esperanza. Jesús Resucitado no muere más. Él ha entrado en una humanidad nueva.
Sin lugar a dudas, existe aún el viejo orden de las cosas: nosotros envejecemos, nos morimos, cedemos ante el cansancio, el miedo, el odio. El pecado hace parte todavía de nuestra experiencia humana. Pero en alguna parte de nosotros, algo ha nacido y que no sabrá morir: es la esperanza que se arraiga en la resurrección de Jesús.

La Fiesta de Pascua, es la fiesta de la gente que quiere vivir de pie, que no acepta podrirse en la tumba y que ha decidido, a causa de la fuerza de Jesús que les habita, estar convencidos  que en adelante, nada sabrá impedirles de vivir y desafiar la muerte.

¡Felices son ustedes de estar aquí en esta fiesta de Pascua!
¡Que la Resurrección de Jesús haga de ustedes personas vivas, innovadoras y transformadoras…Que han pasado del pecado a la gracia, de la luz a las tinieblas, de la muerte a la vida!



1
Reflexión central:

El otro discípulo vió y creyó!


El primer día de la semana, María Magdalena va al sepulcro de Jesús. Para ella, es un día triste. Y a nosotros nos pasa lo mismo, nos acongojamos cuando visitamos el cementerio y contemplamos la tumba de un ser querido. Pero hoy hay una tristeza más: no es solamente el cuerpo de un amigo que termina en la tumba; es la esperanza de un reino nuevo que ha sido acabada.

El Evangelio de San Juan nos dice que "todavía estaba oscuro"; comprendamos bien: no habla solamente de la oscuridad de la noche, Él quiere mostrarnos que la luz está venciendo las tinieblas. La luz acaba con la noche en la cual los hombres se han sumergido a causa de su pecado. Jesús Resucitado es la luz que brilla en las tinieblas. Esta luz no puede ser detenida; nada ni nadie puede impedirle brillar.

Una vez llega al sepulcro, María Magdalena descubre que la piedra ha sido desplazada, ha sido removida y deduce que alguien se ha llevado el cuerpo de Jesús y entonces corre para prevenir a Pedro y a Juan. Todos dos llegan ante el sepulcro vacío. Ellos ven los lienzos tumbados en el lugar y bien organizados. Pedro está perplejo; pero en Juan ocurre algo diferente, y con unas palabras expresa su fe: "El vío y creyó". Nosotros recordamos que él siguió a Jesús hasta el pie de la cruz; él había participado en el embalsamiento y sepultura del cadáver. Él ve que no hay desorden provocado por una violación de sepultura. Más tarde, Jesús dirá: "Dichosos o felices aquellos que creen sin haber visto".

Esto es importante para nosotros hoy, cristianos del siglo XXI: nunca tendremos otra prueba de la resurrección de Jesús más que el sepulcro vacío. Ciertamente, tenemos además las apariciones de Cristo resucitado y de las cuales testimonian los evangelios. Pero en ninguna de estas pruebas se nos hace difícil creer. Si creemos en Cristo Resucitado, es porque le hemos creído, le tenemos confianza  al testimonio de los apóstoles y de las comunidades cristianas que nos ha sido transmitido de generación en generación.

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos presenta un discurso de Pedro después de la resurrección. Recordemos que él habia negado a su maestro delante de unas mujeres sencillas. Hoy, en la ciudad de Cesarea, residencia de Pilato y de sus legiones, él se atreve a proclamar la Buena Noticia de la resurrección de Jesús. Las palabras de Pedro son muy audaces: "Lo mataron colgándolo de un madero…pero Dios lo  resucitó al tercer día". Todo esto pasa en la casa del centurión (porque tenía a su cargo o mando 100 soldados)  del ejército romano. Es una manera de decir que la salvación se ofrece a todos, incluyendo a los paganos. Dios no excluye a nadie.Cualquiera sea la nación o lengua, toda persona puede recibir la salvación en la medida que ésta acoja el Evangelio. Esta buena noticia debe ser proclamada a todos los pueblos del mundo entero. Es por todos que Jesús ha dado su vida en la cruz.

Es el mismo testimonio de la fe en Jesús resucitado que encontramos en la segunda lectura de la Carta de San Pablo a los Colosenses (habitantes de Colosas). Esta resurrección no es una simple vuelta atrás como fue el caso de Lázaro. Pablo nos dice que Él está sentado a la derecha de Dios. Él ha subido al Cielo; ÉL ha recibido la autoridad de su Padre. Es un llamado para nosotros a que levantemos los ojos hacia el cielo y busquemos las cosas de arriba (las realidades de arriba). Si creemos en Jesús resucitado y si lo seguimos, nada puede volver a ser como antes. Esta resurrección de Cristo nos incita a renovar nuestra vida, a renovar la oración, a experimentar la alegría de descubrir y vivir el Evangelio.

Todo esto pasa por decisiones concretas:
salir del "sepulcro" de nuestro egoísmo para vivir un amor verdadero,
remover la piedra del desaliento, del desanimo que nos aprisiona y nos impide avanzar,
no dejarnos llevar por el rencor y la venganza, sino hacer que triunfen el perdón y la misericordia.
Es por nuestra manera de vivir que podremos mostrar que Cristo está vivo y que ÉL transfigura aquellos que acogen su fuerza vital.

Viviendo así es como podremos ser mensajeros de vida y esperanza. Cristo resucitado quiere asociarnos a todos a su victoria sobre las fuerzas del mal que buscan destruir al hombre.

Todos estamos llamados a optar por la vida, a elegir la vida, a defenderla y a dejarnos invadir por el amor de Dios.

Vivimos en un mundo donde muchos sufren por causa de la guerra, de la violencia, del odio, la discriminación, del desprecio de los otros. Pero el Señor Resucitado no nos exige sino que removamos de nuestros corazones esta piedra que nos encierra en las tinieblas. Él quiere que la luz de la Pascua brille en el mundo entero.

En comunión con toda la Iglesia, seamos todos testigos de esta Buena Noticia ante todos aquellos que nos encontremos en nuestra casa, en nuestro vecindario, nuestro trabajo, en nuestro estudio…en la vida de todos los días.
Amén!



2
El compromiso es ya!


Pascua es la fiesta cristiana más grande del año. Es la fiesta de la vida, de la primavera, de la renovación, de la alegría.

Lo que distingue los cristianos de los no creyentes es la resurrección, es la fe y la confianza en un Dios que rechaza la idea de poner fin a la vida y que no acepta que todo se termine en el cementerio. De otro lado, la palabra que los cristianos utilizaban para indicar el lugar donde ellos enterraban sus difuntos era la palabra griega “koimiterion”, que ha llegado a ser nuestra palabra “cementerio” y que quería decir “hotel para visitantes extranjeros”, “refugio de pasaje”.

La liturgia del domingo de Pascuas está impregnada de paz y serenidad.

“El Señor ha resucitado!”; “El sol se ha puesto: no busquen más entre los muertos a Aquel que vive. EL ha roto las cadenas de la muerte!”. Jesús le había dicho a María la hermana de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida. Si alguien cree en mí, mismo si él muere vivirá”.

La resurrección, es la respuesta de Dios Padre a la violencia, a la injusticia de la tortura y de la cruz. Aquellos que han condenado a Jesús creían que podían hacerle callar y deshacerse definitivamente de Él. Pero el padre lo ha resucitado, aprobando los valores que Él ha querido promover durante su vida.

Nuestra fe cristiana no se limita a recordarnos que Cristo ha resucitado y que nuestra vida no se termina con la muerte. La Pascua y la resurrección conducen a una nueva primavera después del  invierno frío y despiadado.

La pascua y la resurrección nos incitan a comprometernos ahora, a tomar la vida en serio. Cristo nos invita a vivir plenamente desde ahora, a salir de nuestros sepulcros, de nuestras decepciones o desalientos, de nuestros miedos, de nuestros temores.

“Salgan de sus tumbas”, de sus vidas sin esperanza. Recomiencen a respirar a pleno pulmón…”Yo he venido para que tengan vida y la vida en abundancia” (Juan 10,10).

Después de la ultima cena, yendo al Monte de los Olivos, Jesús había dicho a sus discípulos: “Una vez que haya resucitado, yo iré delante de ustedes en Galilea”. Es esta misma invitación que Jesús transmite a las mujeres después de la resurrección: “Vayan a anunciar a mis hermanos que deben estar presentes en Galilea: es ahí que ellos me verán”. Ellos son convidados a retornar a su Galilea natal, a su lugar de origen, a sus familias, a sus barcas y a sus redes.

Nuestra religión es una religión pascual. Y por lo tanto no ignoramos el mal presente en el mundo, pero eso sí,   nos negamos a creer que este mal tendrá la última palabra, y nos proponemos hacer  todo lo posible para que él sea vencido.

Es verdad que vivimos en un mundo de muerte. Cien millones de personas han perdido la vida a causa de la guerra durante el último siglo, 60% de la población mundial sufre de pobreza crónica y de malnutrición. Vivimos en un mundo de discriminación, de violencia, de terrorismo, de suicidio, de drogas, del abuso de alcohol, de malos hábitos alimentarios, de falta de respeto hacia la naturaleza. Y sin embargo nosotros queremos luchar contra todos esos fenómenos y esos abusos mortales.

Es por eso , que al recordar la Pascua, cada “primer día de la semana”, nos reunimos alrededor del Señor. El Sabbat (sábado) era el último día de la semana : “el séptimo día”…Para los cristianos, “el primer día de la semana” es un día de fiesta y de adoración antes del trabajo que va continuar. El domingo cristiano inaugura e impregna los días que seguirán.

Cristo resucitado está presente entre nosotros: “cada vez que dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. Él nos invita a escuchar su palabra, a compartir su vida, a retomar fuerzas antes de volver a “nuestra Galilea”, donde Él nos acompaña día a día: “He aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28,28).

Hoy, festejamos la más grande fiesta cristiana del año, la fiesta de Pascua. Cristo resucitado nos da el coraje para volver al interior de nuestras familias, a nuestro trabajo, para vivir la primavera de Dios.

En este primer día de la semana, en este día de la Resurrección del Señor,

Felices Pascuas para todos. “El Señor resucito, aleluya, aleluya!”




3.

La resurrección del cuerpo

El primer día después del sábado, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra que cerraba la entrada del sepulcro había sido removida.

Fue corriendo en busca de Simón Pedro y del otro discípulo a quien Jesús amaba y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

 

Juan 20:1–3



 

¡Felices Pascuas! Nuestro Señor ha resucitado, ha vencido a la muerte y ha abierto las puertas del Cielo a todos los que creen y reciben el don de la salvación. ¡Aleluya! ¡Qué glorioso día celebramos!

 

El Evangelio de hoy concluye diciendo: Pues no habían entendido todavía la Escritura: ¡él "debía" resucitar de entre los muertos!

Esto es evidente por la reacción inicial de María Magdalena, Simón Pedro y el Apóstol Juan. María primero pensó que alguien había tomado el cuerpo de Jesús y lo había sacado de la tumba. Pedro estaba confundido y corrió a ver por sí mismo. Juan también fue y cuando vio el sepulcro vacío, creyó. Eventualmente, todos los Apóstoles llegarían a entender y creer.

 

La reacción inicial ante la tumba vacía nos enseña una lección importante. Aunque la Resurrección de Cristo nos es claramente conocida hoy en día, nuestro conocimiento de este glorioso evento debe profundizarse continuamente. Esto se evidencia por el hecho de que los discípulos de Jesús llegaron a comprender la Resurrección con el tiempo. No comprendieron Su Resurrección cuando Jesús les enseñó por primera vez. No lo entendieron completamente cuando vieron la tumba vacía. Ni siquiera lo comprendieron completamente cuando vieron al Señor resucitado. Fue solo después de que recibieron el don del Espíritu Santo en Pentecostés que sus mentes se abrieron a este increíble misterio de la fe para que pudieran comenzar a penetrar y comprender este misterio más claramente.

 

La Resurrección de Cristo fue un acontecimiento histórico real. Pero también es un acontecimiento que trasciende el tiempo. Es un acontecimiento que debe impregnar todos los tiempos y transformar cada momento de nuestras vidas. Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, fue muy diferente a un simple regreso a la vida. No volvió simplemente a la vida que vivía antes de morir. En cambio, Su estado resucitado fue un nuevo comienzo. Ahora era diferente. Él fue transformado. Su cuerpo ahora nunca envejecería. No podía morir. Podría pasar a través de puertas cerradas. Este cuerpo resucitado de nuestro Señor, que está perfectamente unido a su alma divina, permanecerá con Él para siempre.

 

El cuerpo resucitado de nuestro Señor también hizo posible que nosotros participáramos de Su estado resucitado. Ahora tenemos la esperanza de que, si compartimos Su sufrimiento y muerte, también compartiremos Su Resurrección. Pero ¿qué significa eso? Santo Tomás de Aquino creía que nuestros cuerpos resucitados serán gloriosos más allá de la imaginación. Nunca envejeceremos, no necesitaremos alimentos, nunca experimentaremos enfermedades, estaremos libres de todos los trastornos y viviremos de esta manera para siempre. 

 

De alguna manera, a través de nuestros cuerpos, también seremos capaces de compartirnos con los demás de una manera pura y santa, comunicando a los demás el amor de Dios vivo dentro de nuestras almas. Tendremos el don de la agilidad, pudiendo movernos de un lugar a otro con inmediatez simplemente con pensarlo. Nuestros nuevos cuerpos glorificados manifestarán las formas en que amamos y servimos a Dios en este mundo. Por ejemplo, El cuerpo resucitado de Jesús tenía heridas en las manos, los pies y el costado. Pero ahora esas heridas irradian Su gloria y dan testimonio para siempre de Su acto de amor perfecto.

 

Reflexione, hoy, sobre la Resurrección del Salvador del Mundo. Mientras lo hace, reflexione también sobre Su invitación a compartir esta nueva vida. Aunque gran parte de nuestra comprensión de la Resurrección de Jesús, así como nuestra esperanza de compartir en este estado resucitado, solo se entenderá cuando lo compartamos, es importante colocar estas ideas en nuestras mentes para que tengamos algo que anticipar. Como mínimo, debemos saber y entender que nuestra participación en el estado resucitado de Jesús es gloriosa más allá de lo que podemos imaginar. Esto es lo que celebramos hoy. Y esta celebración debe llenarnos con esperanzada anticipación de nuestra participación en esta gloriosa nueva vida por venir.

Mi Señor resucitado, Tu cuerpo y alma sagrados están unidos para siempre como uno en un estado nuevo y glorificado. Ahora nos invitas a todos a compartir Tu sufrimiento y muerte en esta vida para que podamos compartir Tu Resurrección. Por favor, llena mi mente con la comprensión de este don para llenarme de esperanza para que trabaje incansablemente por ese día en el que espero compartir Tu Resurrección. Jesús, en Ti confío.

 

Para la revisión de vida:



1. Una vez que descubre el sepulcro vacío, María Magdalena da media vuelta y en medio de la urgencia , el narrador no toma tiempo para explicar lo que ella ha visto e  inmediatamente María corre en otra dirección. Va a reunirse con los discípulos. Ella necesita de los otros para enfrentar esta nueva prueba: es que yo soy como ella plena del reflejo, del deseo de buscar el apoyo de los demás, o más bien me veo tentado a vivir mis pruebas solo?  Ante las dificultades es que pienso en buscar mi comunidad, mi grupo que tiene la misma fe, la Iglesia? Señor en mis dificultades o pruebas, permíteme contar con los otros, concédeme estar presente para ellos, manifestarme, solidarizarme cuando ellos también me requieran.

2. El domingo de Pascua nos invita a regocijarnos al escuchar estas dos palabras  referentes a San Juan, el discípulo amado por Jesús: "Él creyó". Él ve y cree. Hoy, nosotros sabemos lo que debemos creer:
la vida es más fuerte que la muerte,
la historia no se termina aquí…Ella continúa todavía con las apariciones, localizadas y poco numerosas.
Ella continúa todavía con Jesús Resucitado que nos dice: "Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo".
La historia en fin, continúa con la Iglesia alegre de su Pascua, que celebra la Vida y debe anunciarla… En el trabajo de todos esos hombres y mujeres comprometidos con la justicia y con la paz en el mundo entero…En la Eucaristía, en los Sacramentos…
No retengamos nuestro aliento para cantar hoy  "Aleluya" y dejémonos proyectar al mundo como testigos de esta pequeña frase: "Él creyó".



ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN


Fuimos hechos como criaturas de la tierra,
pero fuimos hechos para el cielo, nada menos.
Fuimos hechos en el tiempo, como Adán y Eva,
pero no para permanecer en un paraíso terrenal,
sino para ser llevados a la vida eterna de Dios mismo.
Ahora, el cielo ha sido descubierto para nosotros
con la muerte y resurrección de Jesucristo.
Ahora se da la Comunión para la que Dios nos ha creado.
Ahora, el cielo toca tierra y te espera.
Jesucristo mismo te dice:
«mira, estoy a la puerta y llamo;
si alguno escucha mi voz y abre la puerta,
entraré a él y comeré con él y él conmigo» (Ap, 3, 20).
 La puerta se abre ahora a la cena nupcial del Cordero.


(“LA CENA DEL CORDERO”, La Misa, el cielo en la tierra de SCOTT HAHN)



Referencias:


http://vieliturgique.ca

http://prionseneglise.ca

Biblia Latinoamericana 

http://paroissesaintefamilledevalcourt.org

http://mystereetvie.com

http://dimancheprochain.org

http://cursillos.ca

http://versdimanche.com

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