viernes, 21 de abril de 2023

23 de abril del 2023: Tercer Domingo de Pascua (A)


 El camino de los discípulos


El camino entre Jerusalén y Emaús no es solamente físico; es también espiritual. Es el camino de nuestra vida cristiana. Para ser discípulo de Jesús es fundamental estar en el camino. La vida entera es una peregrinación con Él.

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Es Pascua. Nos hemos reunido de nuevo para celebrar a Jesús Resucitado que continúa caminando a nuestro lado renovando nuestra fe. Él es Aquel que está en medio de nuestra rutina y de las decepciones diarias, y nos estimula a vivir como personas nuevas y resucitadas, que llevan en sus manos la Luz del Evangelio.



 A guisa de introducción:

Una presencia que no se toca

Vivimos en un mundo donde las comunicaciones ocupan una plaza preponderante. El internet y la telefonía con alambres o inalámbrica nos permiten tener contactos fáciles y rápidos.

Mismo si las personas están lejos, podemos contactarlas de manera casi instantánea. Aunque estén ausentes, llegan a ser presentes por la voz y lo mismo por la imagen.

Sin embargo a pesar de los grandes avances tecnológicos que nos permiten acercarnos los unos a los otros, parece que el desaliento por la vida, la soledad, el desespero y la pérdida de sentido son la realidad de un gran número de personas.

Es decir, nuestros medios de comunicación conocen al menos una limitación, aquella de no poder calentar y sanar un corazón frío, vacío, traumatizado, desalentado o herido. Gracias a los medios, la ausencia llega a ser presencia, mismo si esta se presenta finalmente impotente para llenar completamente el corazón.

En el orden espiritual, es lo contrario que se produce.

En el relato de los discípulos de Emaús, la presencia de Jesús llega a ser ausencia, pero sin antes haber calentado el corazón de los discípulos y de haberlo llenado de alegría y esperanza.

No lo reconocemos siempre, pero el Resucitado camina con nosotros en nuestra ruta cotidiana, Él se interesa por lo que vivimos, Él nos habla al corazón y nos comparte el pan.

Cuando llegamos a reconocer su presencia “intocable e inmaterial” "misteriosa", "discreta", pero real, tomamos conciencia que nuestro corazón arde y esta pleno de vida.



Aproximación psicológica al texto del evangelio:

No ardían nuestro corazones…?


El jueves santo hacía hincapié en como San Juan a diferencia de los otros  evangelistas (Lucas, Mateo y Marcos) no hace ninguna alusión a la Eucaristía y más bien habla del lavatorio de los pies, que a su turno no mencionan los otros tres…Y concluíamos que para Juan tanto el lavatorio de los pies como la Eucaristía tenían el mismo sentido, desembocaban en el mismo objetivo: el servicio, la acogida, el amor…

Pero también es porque Juan escribe su evangelio más tardíamente, hacia el año 80 cuando la Eucaristía ya era cotidiana y estaba en la raíz de las comunidades cristianas, era oficial…quizás se había vuelto rutinaria, a veces simple, indolora… 

Uno de los grandes riesgos o el máximo peligro de la Eucaristía es que esta pase de ser un rito a “ritualismo”. De un rito que debería vivirse con intensidad pasara a ser algo monótono, sin sentido, indiferente…

Es lo primero que nos dicen nuestros amigos y familiares que se han pasado a sectas, y hacen hoy por hoy parte de otros grupos de oración extraños a la catolicidad, en familias, en garajes, en grandes salones de nuestros pueblos y ciudades.

Ellos dicen “yo ahora siento algo especial, me siento contento, muy bien, de verdad en la reunión, en la asamblea en aquella x o y iglesia (adventista, testigos de Jehová, pentecostal, mormona…)”.
“Allá uno se siente acogido, en familia, uno puede compartir la Palabra de Dios, nos escuchamos, visitamos y ayudamos unos a otros…es una bacanería!”

Y lastimosamente uno tiene que darles la razón…Nuestra Misa o Celebración de la Cena debería evidenciar que vive todo eso que allá se ha sentido…Era o más bien es el  objetivo, el gran sueño de Jesús aquel jueves santo cuando instituyo la Eucaristía.

En pequeños grupos como en los seminarios, conventos, en las casas de retiros especiales es  posible acercarse a ese ideal eucarístico…porque decimos no hay tanta masa, no hay tanta despersonalización, puede haber mejor ambiente, hay más  intimidad y posibilidad de llegar más a los corazones, a las mentes, a los espíritus…

Pero es indudable que hay Eucaristías de Eucaristías…No las habrá muchas donde el sacerdote acoge los feligreses a la entrada de la iglesia y los despide igualmente al final de la celebración.  

Habrá seguramente Eucaristías donde el presidente y los ministros, el coro, posibilitan los momentos de silencio interior para digerir y poderse alimentar más efectivamente del mensaje de la Palabra y los gestos que allí se presentan.

Yo he estado en Eucaristías donde es una pasión compartir la Palabra, es ameno escuchar al presidente y a las personas que intervienen en un espíritu de inteligencia, serenidad y mucho amor.

Eucaristías donde no hay “sermón” sino “homilía” (o sea enseñanza o conversación familiar).

 El padre Calixto (Gustavo Velez.mxy, fallecido en 2009), hermano de comunidad,  nos decía: “cuando sean sacerdotes muchachos , no regañen los poquitos que van a misa…”. Cuantas homilías se desaprovechan hablando de moralismos, de hacer denuncias locales sin fundamentos, corrigiendo sin caridad y prudencia…

El evangelio de este domingo, el de los discípulos o peregrinos de Emaús nos hace recordar que:

la asamblea dominical es:

-para reencontrarnos con los hermanos, sobre todo con quienes tenemos diferencias o dificultades,
-para aceptar, reconocer a Jesús en nuestra historia remota y presente y
 -para compartir el pan eucarístico, 
porque al final sumergidos o inmersos en la eucaristía nuestro corazón debería arder, sentir calor y salir a ofrecer ese calor de la fraternidad, del perdón, de la compasión, la misericordia y la solidaridad a todos los demás con quienes nos encontramos en nuestros diversos ambientes de vida. 
Jesús está en medio de nosotros:
-cada vez que superamos la tristeza y la depresión...
-Cada que confiamos nuestros problemas sea a un amigo o a un simple desconocido...
-Cada vez que salimos de nuestros encierros de nuestro egoísmo,
ahí está Cristo.

El amor de Dios se manifiesta en el mero hecho de tener algo que comer, en el regocijo del encuentro con el otro, en la amistad fundada en Él. Por eso los discípulos de Emaús reconocieron al Señor Resucitado al partir el pan...Eso es la Eucaristía: ir donde el rey de nuestras vidas, acogerle, pedirle perdón y dejar que su Palabra ilumine nuestra existencia...Dejar que su Cuerpo y Sangre fortalezcan nuestra alma, alimenten nuestra vida para seguir adelante a pesar de nuestros pecados, nuestras decepciones, las dificultades para creer que nos propone el mundo... Y del templo salimos en paz para compartir su alegría. Digámosle hoy al Señor "Quédate con nosotros que la tarde está cayendo ( pues nuestra vida va avanzando), y pues sin Ti a nuestro lado, nada es justo, nada es bueno". 



Reflexión Central:

Los discípulos de Emaús

Los  textos de este domingo nos aportan testimonios sobre la resurrección de Jesús. 

Tenemos en primer lugar la experiencia de Pedro (1a lectura) quien ha tenido un cambio radical en su vida. Nosotros recordamos su respuesta cuando Jesús había anunciado su Pasión, su muerte y su Resurrección. A Él le resultaba difícil admitir todo eso porque no correspondía con la idea que tenía del Mesías. Y cuando Jesús fue arrestado, ha temido tanto por su vida que ha llegado hasta la cobardía de negar que hacía parte del grupo que acompañaba a Jesús. Pero el día de Pentecostés, todo cambia: los apóstoles reciben el Espíritu Santo. Desde aquel día, Pedro pudo testimoniar con fuerza y valentía: "Este Jesús que ustedes hicieron morir en la Cruz, Dios lo ha resucitado". Su muerte no es un fracaso, Él vive para siempre; todo esto ha sido anunciado en las Santas Escrituras, Moisés, los Salmos, los profetas. En adelante será necesario leer todo el Antiguo Testamento ala luz de la Resurrección de Jesús. Esta Buena Noticia ha sido anunciada primero al pueblo judío, después muy temprano a los paganos. Hace falta que todo el mundo lo sepa: con Jesús, la muerte no tiene la última Palabra; el proyecto de Dios desemboca en la Vida.

Este llamado o invitación de Pedro, lo encontramos de nuevo en la segunda lectura: Este Jesús muerto y resucitado es el salvador de los hombres. No es el oro ni la plata que nos han pagado el rescate por la conducta superficial de nuestros padres; es por la sangre preciosa de Jesucristo que nosotros somos purificados; es por nosotros y por la multitud que Él ha ofrecido su vida y derramado su sangre. Su amor supera todo lo que podemos imaginar. Estamos invitados a recibir esta carta como un llamado a una verdadera conversión.

Con el Evangelio, somos llevados al tercer día después de la muerte de Jesús: dos discípulos volvían de Jerusalén. Ellos habían sido testigos de la Pasión y de la muerte de su Maestro. Todo había terminado. Era el final de una gran esperanza. San Lucas precisa que uno de los dos se llamaba Cleofás; y no dice el nombre del segundo discípulo. Pero si releemos este evangelio en nuestro contexto, podemos decir que este segundo discípulo es cada uno de nosotros.

En efecto, con frecuencia nosotros somos ese discípulo marcado por la tristeza y el desaliento. Es lo que ocurre cuando vemos nuestra vida cotidiana como una derrota; la derrota del Evangelio por los cristianos perseguidos, por los pobres, los excluidos, las víctimas de la violencia, de las guerras, de la soledad, del abandono. 

Esta derrota o frustración llega también cuando al contemplar lo mal que van las cosas, decimos que ya no hay esperanza posible. Pero he aquí que en el camino de Emaús, Jesús se acerca a los suyos y se les une. Ellos no lo reconocen: sus ojos están enceguecidos por la tristeza y la decepción. 

El mismo Cristo se nos une en nuestros caminos. Cuando todo va mal, Él está ahí. Pero nos ocurre con demasiada frecuencia que no lo reconocemos, porque estamos distraídos, nuestros corazones y nuestras mentes y espíritus se encuentran en otra parte. Y por tanto, Él está siempre ahí, dispuesto a escucharnos. Nosotros podemos gritarle nuestro sufrimiento, nuestra decepción, nuestra tristeza. Es entonces cuando Él interviene para explicarnos las Escrituras, Moisés, los profetas…Es a esto que todos estamos llamados: Acoger a Cristo, dejarnos transformar por su Evangelio.

 San Lucas precisa que el corazón de los discípulos ardía , se calentaba como fuego mientras Jesús les hablaba. Esto lo había anunciado el profeta Isaías: "…mi palabra, que sale de mi boca, no volverá a mí sin haber obtenido frutos, sin haber obtenido lo que me place, sin haber cumplido su misión". Es así como nosotros podemos pedirle al Señor que llene nuestro corazón del amor que brota de su corazón. 

En este Evangelio, descubrimos otra etapa: es la petición de los discípulos: "Quédate con nosotros!" Un tal encuentro no puede acabar así por que sí, sin más. Entonces sus ojos se abren y ellos reconocen al Señor. Para reconocer a Cristo Resucitado presente en nuestra vida, nos hace falta la mirada de la FE, una Fe calentada con la Palabra de Dios y la Eucaristía. Es así como Cristo Resucitado se nos une en la cotidianidad de nuestros días para reavivar nuestra Fe  y fortalecer nuestra esperanza.

Y cuando uno reconoce y acoge a Cristo vivo, uno no puede guardárselo  para uno solito; uno siente ganas de compartirlo y anunciarlo al mundo.

Al final de esta misa, seremos enviados para testimoniar, a los ojos de todos, la fe que nos anima. Nosotros no podemos contentarnos con ser cristianos al interior de la Iglesia. Nuestro testimonio debe llegar a todos los hombres, en particular a aquellos que están en las "periferias", o sea en las afueras, en las fronteras de nuestros barrios, ciudades, pueblos…A los indiferentes, a los negligentes, a quienes han descuidado la fe y la comunicación con Dios.

Que María Santísima Nuestra Señora de la Pascua nos inspire en nuestro testimonio de vida. Que ella nos acompañe e interceda por nosotros mientras la evocamos y le oramos de manera especial durante el mes de mayo que en una semana comenzará. Amén.



2

Comprender y sentirse respaldado (apoyado)



Cuántas veces en nuestra vida nos hemos sentido decepcionados? Las pequeñas decepciones, primero. 

Decepción por el resultado de un examen. 

Decepción por no habérsenos reconocido todo el esfuerzo que invertimos en un proyecto. 

Decepción ante una promoción o un ascenso que nunca llegó. 

Decepción por la situación financiera, o por un negocio que no funcionó. 

Decepción por un hijo que no llena nuestras expectativas. 

Decepción a nivel político y aquella causada por los gobernantes…

Pero también están las grandes decepciones: 

Decepción ante un matrimonio abocado al fracaso. 

Decepción por no encontrar la pareja soñada o ideal. 

Decepción ante una opción de vida tomada pero que no nos hace felices. 

Decepción por un cuerpo que nos exige demasiados cuidados. 

Decepción ante una época o parte  de nuestra vida que quisiéramos no hubiera existido jamás. 

Es eso lo que dicen personas que sufrieron en su ambiente familiar, en sus años de formación escolar y de colegio…que sufren por los errores cometidos.

Cualquiera que sea la decepción, ella tiene múltiples caras y hace parte de nuestra vida. 

Por lo tanto, si dependiera solamente de nosotros, seguro construiríamos un mundo donde nunca habría decepciones.

Entonces, por qué Dios ha construido un mundo donde la decepción hace parte de nuestro pan cotidiano?

Sin conocer la respuesta a esta pregunta, yo pienso que ese es el contexto en el cual es necesario escuchar el relato de los discípulos de Emaús que se nos ofrece en la celebración de este domingo. Puesto que estos dos hombres de quienes nos habla Lucas son personas decepcionadas. Y no se trata acá sólo de una pequeña decepción, como aquella que se siente por haber perdido el autobús, o haberse perdido una fiesta. 

Cuando uno ha puesto sus esperanzas en un liberador político, toda la vida está comprometida. Lucas menciona que ellos miran a Jesús con un aire “sombrío” cuando este último les interroga: la palabra “depresión” seria más adecuada para describir lo que ellos viven. Puesto que es preciso preguntarse qué le queda a la gente después de quitárseles aquello que se constituye como el motor o impulso de su vida? (su esperanza). Nosotros podemos identificarnos de diversas maneras con estos dos hombres. Entonces, en un tal contexto, qué tiene para decirles Jesús?

La primera cosa que me parece fundamental, es el hecho que Jesús SE presente cuando ellos discuten juntos y tratan de comprender lo que ha sucedido en Jerusalén, Uno de los términos del texto original griego para describir lo que ellos hacen es “homilein”, que ha dado origen a  nuestra palabra “HOMILIA”: ellos se dan el uno al otro, una homilía. El hecho mismo que personas se encuentren o se junten para tratar de comprender, para iluminar su existencia, para descubrir la verdad, es el signo claro de su PRESENCIA (de Jesús). Qué hay para decir? Tu vives una gran decepción? No huyas! No la entierres (o no le eches tierra) con el alcohol, el juego, la pornografía, una pasión o fanatismo baladí,  o con la droga. No niegues tu decepción. Llora, grita y cuestiónate. Con otros, si, sobre todo en compañía de otros, deja aflorar tus incomprensiones, continua en la búsqueda de la LUZ .

Me parece que creer en la presencia del mismo Jesús en persona en el centro de mis cuestionamientos, le da una dimensión mística a aquello que me parece triste y penoso. 

En el relato de Lucas, Jesús les reprocha a los dos hombres su falta de inteligencia y su falta de FE, concluyendo: acaso no era necesario que el Mesías sufriera todas estas cosas para que se revelara la cualidad extraordinaria de su persona? Tenemos acá una explicación del sufrimiento, de su sufrimiento, de nuestro sufrimiento? De ninguna manera! Pero la afirmación de la conclusión feliz y alegre de este recorrido doloroso, permite darle un sentido, una dirección. Así también,  creer que al final de mis diversas heridas se encuentra una primavera que yo no puedo imaginar, no responde a todas mis preguntas, pero si me permite continuar caminando y de una cierta manera, de comprender.

El relato se termina con una comida alrededor de una fogata, cuando cae la noche.
Por qué es en este momento preciso que los dos discípulos reconocen a Jesús? No me digan que es porque ellos hacen el vinculo con las palabras de la “consagración”, El gesto mismo del compartir del pan es el símbolo de la fraternidad. No es suficiente con darle un sentido a todas nuestras decepciones, es necesario también sentirse respaldado. “Los “yo comprendo” deben estar acompañados del “Yo te amo”. Sin embargo todo “yo te amo”, toda comunión, sonarán falsos si no ha habido con antelación una confrontación de nuestras preguntas y diálogo.

Si ustedes son perspicaces, ustedes habrán notado que el relato de Lucas se parece a la misa o celebración comunitaria del fin de semana (cena), comenzando primero con la Liturgia de la Palabra y la Homilía, seguidas de la Eucaristía propiamente dicha. Pero, de hecho, debería ser a la inversa: la misa del domingo es el espejo de lo que vivimos verdaderamente, nuestros esfuerzos constantes por comprender la vida y la amistad que nos hacen solidarios.



PARA LA REVISIÓN DE VIDA:



1. Hay días, llegan momentos en que nos parece que la vida no es fácil. Las malas noticias pueden influir en nosotros, nuestras dificultades y retos a sortear diariamente parecen superarnos. Es que yo le confío al Señor las cosas que me deprimen, me decepcionan en estos días?

2. Qué lugar ocupa la Palabra de Dios en mi vida, de verdad encuentro en ella,  la respuesta a ciertas situaciones que me superan?

3. En qué situaciones personales o de la sociedad o del mundo puedo discernir la presencia de Jesús?

4. Agradeceré al Señor durante la Eucaristía de este domingo por su cercanía e intimidad conmigo.



ORACIÓN-MEDITACIÓN

Señor, Tú eres nuestra alegría .
En la oscuridad, Tú nos aportas la Luz;
en la duda, Tú nos abres a la verdad;
en la violencia Tú eres nuestra paz.

Señor, Tú eres nuestra alegría,
cuando llegue la muerte,
Tú serás la Vida;
Cuando llegue el final, Tú serás el debut,
cuando se apaguen las luces del mundo,
Tú alumbrarás otras luces,
eternas en el cielo.

Señor, Tú eres nuestra alegría.
Tú apareces cuando necesitamos de Ti;
cuando los otros nos dejan caer.
Por tu palabra y haciéndote pan,
Tú nos alimentas.

Señor, Tú eres nuestra alegría.
Tú nos defiendes y proteges a pesar de nuestros errores;
Tú nos amas a pesar de nuestros olvidos u omisiones;
Tú has resucitado para que un día,
nosotros también, resucitemos.
Tú eres nuestra alegría, Señor.
Amén!


Anexo para los amantes del cine, 
el arte y los evangelios

¿Y si el discípulo de Emaús 
del que Lucas no nos da el nombre fuera él mismo?




San Lucas es de los cuatro evangelistas el único que no concede el honor de la primera aparición de Jesús una vez resucitado a María Magdalena. En su lugar hace un extraño relato que sólo él realiza en el que nos presenta a Jesús apareciéndose por primera vez a dos desconocidos personajes a los que sólo se hace una referencia muy tangencial en el Evangelio de Marcos (Mc. 16, 9-12 “Después de esto, [Jesús] se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea”) pero en ninguno otro. El relato de Lucas es un relato minucioso, probablemente el más minucioso de todos los realizados en los evangelios sobre las apariciones de Jesús, y es el que leemos este tercer domingo de Pascua.

 Como ve el lector, San Lucas nos dice quién era uno de ellos, al que llama Cleofás: en el Evangelio de Juan (ver Jn. 19, 25) se habla de un Clopás del que sería esposa la María que acompaña a Jesús en su camino al Calvario, aunque no parece probable que se trate del mismo personaje y ello por dos razones. Primera, porque de hecho, el nombre no es el mismo: el personaje joanesco es Clopás, el personaje lucano es Cleofás. Segunda, porque de haber sido el mismo personaje, parece lo lógico que Lucas lo hubiera presentado de manera algo más cercana a los hechos, y no camuflado bajo un genérico y lejano “dos de ellos” (Lc. 24, 13) como de hecho hace.

 Del otro personaje, en cambio, en un extraño giro, inesperado para el lector, no dice el nombre, siendo así que Lucas parece conocer muy bien el episodio que narra con tanto detalle y que lo que está esperando el lector después de que uno de los protagonistas del relato ya ha sido presentado es, precisamente, que también lo sea el otro. La pregunta es: ¿por qué no lo hace entonces? La respuesta que propongo a tal interrogante es la siguiente: ¿y si el personaje al que San Lucas no presenta fuera el propio Lucas?

 Firmar la propia obra de una manera que por lo menos formalmente tienda hacia la humildad es un recurso utilizado por los tres evangelistas que no son Lucas, cada uno de los cuales deja su firma en algún episodio de su obra.

 Así lo hace por ejemplo Mateo, que apenas dedica dos renglones, un único versículo, a relatar la llamada que Jesús le realiza a él mismo:

 “Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Leví (llamado después Mateo), sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme.» Él se levantó y le siguió” (Mt. 9, 9).

  Así lo hace Marcos cuando, según muchos creen, se retrata a sí mismo en un episodio que sólo él relata en los cuatro evangelios cual es el del muchacho que seguía a Jesús en su camino hacia el sanedrín y que sorprendido por el populacho, ha de salir huyendo y la carrera es tan precipitada que hasta pierde la túnica que le cubría, con este   desdibujado resultado:

   “Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo” (Mc. 14, 51-52)

 Así lo hace finalmente, el gran maestro del recurso en cuestión que no es otro que Juan, quien de una manera mucho menos disimulada, se esconde tras “el discípulo que Jesús amaba”, expresión que utiliza para referirse vanidosamente a sí mismo en nada menos que cinco ocasiones (Jn. 13, 23; Jn. 19, 26; Jn. 20, 2; Jn. 21, 7; Jn. 21, 20), amén de otras tantas en que se refiere a sí mismo simplemente como “el discípulo” u “otro discípulo” (Jn. 18, 15; Jn. 19, 27; Jn. 20, 4; Jn. 21, 23; Jn. 21, 24).

 Pero es que además, Juan utiliza exactamente el mismo recurso que le queremos atribuir a Lucas, es decir, el de presentar a uno de los dos protagonistas de la escena y no al otro, en por lo menos tres ocasiones en su Evangelio. La primera cuando relata quienes son los primeros elegidos por el Señor:

  “Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí -que quiere decir `Maestro´- ¿dónde vives?» Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús [el otro no es presentado]” (Jn. 1, 35-40).

La segunda cuando relata que consigue entrar en casa de Anás para presenciar el interrogatorio de Jesús y no sólo eso, sino que consigue también que dejen entrar a Pedro:
  “Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro” (Jn. 18, 15-16)
Y la tercera cuando refiere quienes son los primeros discípulos que descubren el sepulcro vacío de Jesús:
 “Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro” (Jn. 20, 3-4).
 Siendo así que en las tres está muy claro quién es el protagonista de la escena, es decir, el presumido Juan.

 El recurso no es sólo evangelista, sino que lo han utilizado los creadores artísticos o literarios de todos los siglos. 

 Por hablar de un caso bien alejado de los hechos que nos ocupan, así lo hace El Greco cuando en su obra más importante,  “El entierro del Conde Orgaz”, se autorretrata como uno más de los espectadores del mismo. De igual manera parece que lo hizo Rembrandt en “La ronda nocturna”.

 Así lo hacía también Alfred Hitchcock en todas y cada una de sus películas, apareciendo en alguna escena insignificante de la misma. Hasta  Ford Coppola y Quentin Tarantino hicieron cameos en sus propias películas pero de manera más prolongada.

Así lo hacen la gran mayoría de los nobles y adinerados burgueses que se hacen retratar en pequeñito escondidos en una figura que hasta nombre tiene en el género, el oferente, al lado de las figuras que centran la obra, una Virgen, un Jesucristo, al lado del cual se hacen retratar en chiquitito.

 Existen muchos otras razones que permiten sostener que Lucas puede ser ese discípulo de Emaús que no tiene nombre...





Referencias Bibliográficas:


http://vieliturgique.ca

http://prionseneglise.ca

http://ciudadredonda.org (para los textos de las lecturas)

Pequeño misal dominical "Prions en Église", Novalis, Quebec, 2011-2014.

HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.

http://dimancheprochain.org

BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole. Homelies pour l anné A. Novalis, 
Québec.

http://versdimanche.org

 http://www.religionenlibertad.com/y-si-el-discipulo-de-emaus-del-que-lucas-no-nos-21940.htm


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