6 de marzo del 2023: lunes de la segunda semana de Cuaresma
(Lucas 6, 36-38) Si perdono a la persona que me ha hecho daño, la libraré y me libraré de los tormentos del resentimiento y la venganza. El perdón es el camino cristiano por excelencia.
Primera lectura
¡AY, mi
Señor, Dios grande y terrible, que guarda la alianza y es leal con los que lo
aman y cumplen sus mandamientos!
Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado
apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos los
profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a
nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
Tú, mi Señor, tienes razón y a nosotros nos abruma la vergüenza, tal como
sucede hoy a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo
Israel, a los de cerca y a los de lejos, en todos los países por donde los
dispersaste a causa de los delitos que cometieron contra ti.
Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque
hemos pecado contra ti.
Pero, mi Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona, aunque nos hemos rebelado
contra él. No obedecimos la voz del Señor, nuestro Dios, siguiendo las normas
que nos daba por medio de sus siervos, los profetas.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Señor,
no nos trates
como merecen nuestros pecados
V/. No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados. R/.
V/. Socórrenos, Dios, Salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa de tu nombre. R/.
V/. Llegue a tu presencia el gemido del cautivo:
con tu brazo poderoso, salva a los condenados a muerte. R/.
V/. Nosotros, pueblo, ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias siempre,
cantaremos tus alabanzas de generación en generación. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(6,36-38):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no
seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada,
remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a
vosotros».
Palabra del Señor
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dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no
seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados…”
San Ignacio de Loyola, en su guía para un
retiro de treinta días, hace que el participante pase la primera semana del
retiro enfocándose en el pecado, el juicio, la muerte y el infierno. Al
principio, esto puede parecer muy poco inspirador. Pero la sabiduría de
este enfoque es que después de una semana de estas meditaciones, los
participantes del retiro llegan a una profunda comprensión de cuánto necesitan
la misericordia y el perdón de Dios. Ven su necesidad más claramente, y se
fomenta una profunda humildad dentro de su alma cuando ven su culpa y se
vuelven a Dios en busca de Su misericordia.
Pero la misericordia va en ambos sentidos. Es
parte de la esencia misma de la misericordia que solo se puede recibir si
también se da. En el pasaje del Evangelio anterior, Jesús nos da un
mandato muy claro sobre el juicio, la condenación, la misericordia y el perdón. Esencialmente,
si queremos misericordia y perdón, entonces debemos ofrecer misericordia y
perdón. Si juzgamos y condenamos, también seremos juzgados y condenados. Estas
palabras son muy claras.
Quizás una de las razones por las que muchas
personas luchan por juzgar y condenar a los demás es porque carecen de una
verdadera conciencia de su propio pecado y de su propia necesidad de perdón. Vivimos
en un mundo que a menudo racionaliza el pecado y minimiza su gravedad. Por
eso la enseñanza de San Ignacio es tan importante para nosotros hoy. Necesitamos
reavivar el sentido de la seriedad de nuestro pecado. Esto no se hace
simplemente para generar culpa y vergüenza. Se hace para fomentar el deseo
de misericordia y perdón.
Si puede crecer en una conciencia más profunda
de su propio pecado ante Dios, uno de los efectos es que será más fácil
juzgar y condenar menos a los demás. Una persona que ve su pecado es más
propensa a ser misericordiosa con otros pecadores. Pero una persona que
lucha con la justicia propia seguramente también luchará con juzgar y condenar.
Reflexione hoy sobre su propio pecado. Dedique
tiempo a tratar de comprender lo feo que es el pecado y trate de desarrollar un
sano desdén por él. Mientras lo hace, y mientras le ruega a nuestro Señor
por Su misericordia, ore también para que pueda ofrecer la misma misericordia
que recibe de Dios a los demás. Como la misericordia fluye del cielo a su
propia alma, también debe ser compartida.
Comparta la misericordia de Dios con quienes le rodean y
descubrirá el verdadero valor y el poder de esta enseñanza evangélica de
nuestro Señor.
Mi misericordioso Jesús, te agradezco tu
infinita misericordia. Ayúdame a ver claramente mi pecado para que yo, a
su vez, pueda ver mi necesidad de Tu misericordia. Al hacerlo, querido
Señor, oro para que mi corazón esté abierto a esa misericordia para que pueda
recibirla y compartirla con los demás. Hazme un verdadero instrumento de
tu divina gracia. Jesús, en Ti confío.
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