lunes, 30 de junio de 2025

1 de julio del 2025: martes de la decimotercera semana del tiempo ordinario- año I

 Insumergibles

(Mateo 8, 23-27)Tormenta en el lago, tormenta en el mundo y en nuestras vidas, a veces.
“Él, sin embargo, dormía.” ¡Estamos pereciendo y Jesús duerme!
Pero Él está ahí, en la barca, y su presencia no pretende evitarnos la precariedad de nuestras vidas.
Está allí para decirle a nuestro miedo: “Cállate, deja a la fe apenas el espacio de un murmullo para anclarse.”
Él es quien sabe que nada puede tragarnos.

Colette Hamza, xavière



Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (19,15-29):

En aquellos días, los ángeles urgieron a Lot: «Anda, toma a tu mujer y a esas dos hijas tuyas, para que no perezcan por culpa de Sodoma.»
Y, como no se decidía, los agarraron de la mano, a él, a su mujer y a las dos hijas, a quienes el Señor perdonaba; los sacaron y los guiaron fuera de la ciudad.
Una vez fuera, le dijeron: «Ponte a salvo; no mires atrás. No te detengas en la vega; ponte a salvo en los montes, para no perecer.»
Lot les respondió: «No. Vuestro siervo goza de vuestro favor, pues me habéis salvado la vida, tratándome con gran misericordia; yo no puedo ponerme a salvo en los montes, el desastre me alcanzará y moriré. Mira, ahí cerca hay una ciudad pequeña donde puedo refugiarme y escapar del peligro. Como la ciudad es pequeña, salvaré allí la vida.»
Le contestó: «Accedo a lo que pides: no arrasaré esa ciudad que dices. Aprisa, ponte a salvo allí, pues no puedo hacer nada hasta que llegues.»
Por eso la ciudad se llama La Pequeña. Cuando Lot llegó a La Pequeña, salía el sol. El Señor, desde el cielo, hizo llover azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra. Arrasó aquellas ciudades y toda la vega con los habitantes de las ciudades y la hierba del campo. La mujer de Lot miró atrás y se convirtió en estatua de sal. Abrahán madrugó y se dirigió al sitio donde había estado con el Señor. Miró en dirección de Sodoma y Gomorra, toda la extensión de la vega, y vio humo que subía del suelo, como el humo de un horno. Así, cuando Dios destruyó las ciudades de la vega, arrasando las ciudades donde había vivido Lot, se acordó de Abrahán y libró a Lot de la catástrofe.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 25,2-3.9-10.11-12

R/. Tengo ante los ojos, Señor, tu bondad

Escrútame, Señor, ponme a prueba,
sondea mis entrañas y mi corazón,
porque tengo ante los ojos tu bondad,
y camino en tu verdad. R/.

No arrebates mi alma con los pecadores,
ni mi vida con los sanguinarios,
que en su izquierda llevan infamias,
y su derecha está llena de sobornos. R/.

Yo, en cambio, camino en la integridad;
sálvame, ten misericordia de mí.
Mi pie se mantiene en el camino llano;
en la asamblea bendeciré al Señor. R/.


Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,23-27):

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo: «¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»

Palabra del Señor
                            

“No mires atrás… camina con fe”

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Palabra de Dios nos confronta con dos escenas impactantes: por un lado, la dramática huida de Lot y su familia de Sodoma, una ciudad condenada por su maldad; por otro, la tempestad en el mar, donde Jesús revela su poder divino ante el asombro de sus discípulos. Ambas escenas, tan distintas en contexto, tienen una raíz común: la llamada urgente a confiar plenamente en Dios y no en nuestras seguridades humanas.

“¿Qué vio la mujer de Lot?”

Hace unos años, un autor español, Marius Lleget, escribió un libro titulado “¿Qué vio la mujer de Lot?”, en el que, desde una perspectiva especulativa y ufológica, proponía que Sodoma y Gomorra habrían sido destruidas por una explosión nuclear. Más allá de la teoría —que fascinó a muchos lectores no creyentes—, lo cierto es que la Biblia es parca en detalles. Lo que sí nos dice con claridad es que la mujer de Lot desobedeció una orden clara del Señor: “¡No mires hacia atrás!”.

La tradición judía le dio un nombre a esta mujer: Edith. Su historia es breve, pero su desenlace ha quedado como símbolo del apego al pasado, la desobediencia, la falta de fe. Dios, a través de sus mensajeros, había dado tres instrucciones muy precisas a Lot y su familia: salir con urgencia, no detenerse en ninguna parte del valle y no mirar hacia atrás.

¿Por qué Edith miró? ¿Fue nostalgia? ¿Fue duda? ¿Fue una especie de duelo interior al dejar atrás todo lo que conocía? Puede que todo eso junto. Pero lo que queda claro es que su mirada reveló una resistencia interior a dejar atrás lo que Dios ya había sentenciado. Como bien dicen algunos predicadores: “Edith salió de Sodoma, pero Sodoma no salió de ella”.

Y así pereció. No por castigo arbitrario, sino por su incapacidad de confiar y obedecer. El apego al pasado puede ser mortal para la vida espiritual.

El apego que paraliza

Queridos hermanos: ¿cuántas veces nosotros también quedamos como paralizados en el camino de la fe por mirar hacia atrás?

  • Miramos hacia atrás con nostalgia: “cuando todo era más fácil”, “cuando éramos más jóvenes”, “cuando teníamos más salud o más estabilidad económica”.
  • Miramos hacia atrás con resentimiento: “si no me hubieran hecho esto...”, “si yo hubiera tomado otra decisión...”.
  • Miramos hacia atrás por miedo al futuro: “prefiero lo malo conocido que lo incierto que viene”.

Y en todas esas miradas hay una tentación: la tentación de quedarnos donde Dios ya no está.

La fe se vive hacia adelante

El Evangelio de hoy (Mt 8,23-27) nos presenta otra escena de movimiento y crisis. Los discípulos están en la barca, y Jesús duerme. Una gran tormenta amenaza con hundirlos. Ellos, como Edith, sienten miedo. Gritan, dudan, se desesperan. Y Jesús, con una sola palabra, calma el viento y el mar.

Y les dice: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”

Es el mismo reproche que, en cierto modo, recibe la esposa de Lot. En medio del caos, Dios pide fe. No que miremos el desastre, sino que sigamos caminando.

Jesús no prometió que no habría tempestades. Prometió que Él estaría con nosotros en medio de ellas. El verdadero problema no es la tormenta, sino la falta de fe. Y la fe no es mirar atrás, sino mirar al frente, avanzar, confiar.

Santa María, modelo de fe sin retroceso

En contraste con Edith, tenemos a la Virgen María, modelo de quien no mira atrás. Cuando el ángel le anunció algo que rompía todos sus esquemas, ella no pidió garantías ni quiso mirar hacia la tranquilidad de su antigua vida. Dijo sí. Y caminó.

María también conoció la oscuridad, el dolor, la incertidumbre… pero nunca se detuvo. Guardaba todo en su corazón, como dice el Evangelio, y seguía caminando. Por eso, le pedimos hoy: “Santa María, madre de los que creen, ruega por nosotros para que nunca miremos hacia atrás con desconfianza, sino siempre hacia adelante con esperanza.”

Conclusión: El camino de la confianza

Las dos lecturas de hoy, unidas por el salmo que proclama: “Tu misericordia está delante de mis ojos, Señor”, nos llaman a una espiritualidad del presente y de la esperanza. Dios actúa en el hoy. En lo que viene. No en lo que dejamos atrás.

No seas como Edith. No te quedes congelado por lo que fue. No mires atrás con tristeza, miedo o culpa. Dios ya no está allí.

Mira adelante. Camina. Aunque no entiendas. Aunque no veas con claridad. Aunque la tormenta arrecie. Porque si caminas con fe, Jesús calmará la tempestad, y te conducirá a puerto seguro.


Pidamos al Señor en esta Eucaristía la gracia de tener un corazón libre como el de Abraham, obediente como el de Lot, confiado como el de los discípulos cuando al fin reconocen la presencia del Maestro en la barca, y firme como el de María, que nunca retrocedió, sino que avanzó con fe hasta el pie de la Cruz.

Amén.


domingo, 29 de junio de 2025

30 de junio del 2025: lunes de la decimotercera semana del tiempo ordinario-año I- Memoria de los Primeros mártires de Roma

Santos del día:

Primeros mártires de la Iglesia de Roma

Siglo I.Acusados ​​erróneamente por Nerón de ser responsables del incendio que asoló Roma en el año 64, un gran número de cristianos fueron ejecutados en los jardines imperiales.


 (Génesis 18, 16-33) Abraham es un buen hombre. Una y otra vez, ora a Dios para que no destruya al justo con el culpable. Cada vez, se escucha su oración. Como él, atrevámonos a expresarle a Dios lo que nos dicta nuestro corazón.


“La urgencia del seguimiento”

(Mateo 8, 18-22) Jesús, el hombre que camina —según Christian Bobin— camina sobre la muerte, tenso hacia la otra orilla, la de la vida. Es lo que dice a quienes desean seguirlo: no hay descanso tras él, sino en él; no se permite mirar atrás; caminar, porque detenerse sería morir. Como él, ir con prisa hacia adelante, hacia el Reino. Hay como una urgencia, la de servir al Viviente en el hoy. Eso es seguirlo.

Colette Hamza, xavière




Primera lectura

Lectura del libro del Génesis (18,16-33):

Cuando los hombres se levantaron de junto a la encina de Mambré, miraron hacia Sodoma; Abrahán los acompañaba para despedirlos.
El Señor pensó: «¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso, con su nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra; lo he escogido para que instruya a sus hijos, su casa y sucesores, a mantenerse en el camino del Señor, haciendo justicia y derecho; y así cumplirá el Señor a Abrahán lo que le ha prometido.»
El Señor dijo: «La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.»
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.
Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios: «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?»
El Señor contestó: «Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.»
Abrahán respondió: «Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?»
Respondió el Señor: «No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.»
Abrahán insistió: «Quizá no se encuentren más que cuarenta.»
Le respondió: «En atención a los cuarenta, no lo haré.»
Abrahán siguió: «Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?»
Él respondió: «No lo haré, si encuentro allí treinta.»
Insistió Abrahán: «Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?»
Respondió el Señor: «En atención a los veinte, no la destruiré.»
Abrahán continuó: «Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?»
Contestó el Señor: «En atención a los diez, no la destruiré.»
Cuando terminó de hablar con Abrahán, el Señor se fue; y Abrahán volvió a su puesto.


Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 102

R/.
 El Señor es compasivo y misericordioso

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. R/.

No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,18-22):

En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla.
Se le acercó un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.»
Otro, que era discípulo, le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.»
Jesús le replicó: «Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos.»


Palabra del Señor

 


“Seguir al Señor: la urgencia del Reino”

 

1. Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Nos reúne hoy la Palabra viva de Dios, en una liturgia marcada por la memoria de los santos protomártires de la Iglesia romana, aquellos hombres y mujeres que, en los primeros siglos, dieron su vida por Cristo en tiempos de Nerón. Su sangre fue semilla de cristianos, su testimonio sigue siendo luz para una Iglesia que no se detiene. En este contexto del Año Jubilar, como “Peregrinos de la Esperanza”, la liturgia de este día nos invita a meditar sobre la urgencia de seguir a Cristo con radicalidad, sin mirar atrás, sin excusas, sin condiciones.


2. Jesús, el caminante del Reino

El evangelio de Mateo (8,18-22) nos presenta a Jesús como un hombre que no se detiene. Él no busca la comodidad, ni el refugio en estructuras seguras: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. No hay lugar para la mediocridad en su seguimiento. Jesús está en camino, y no en cualquier camino: camina hacia el Reino, atraviesa la muerte, busca salvar al hombre, y lo hace urgentemente.

El poeta francés Christian Bobin describe a Jesús como “el hombre que camina sobre la muerte”. Es una imagen poderosa: Cristo no evade el dolor ni el sinsentido, lo enfrenta caminando, avanzando, con la mirada puesta más allá, en la vida eterna, en la otra orilla, donde reina el Dios vivo. Caminar con Él es aceptar que la fe no es una estación, sino una marcha constante, incluso cuando las fuerzas fallan.


3. La respuesta aplazada y la fidelidad inmediata

El evangelio también pone frente a nosotros dos figuras: un escriba entusiasmado que dice “Te seguiré adonde vayas”, y otro discípulo que pide “Deja que primero vaya a enterrar a mi padre”. A ambos, Jesús les responde con firmeza: el seguimiento no se posterga. Jesús no está despreciando el amor filial ni los deberes humanos, sino mostrando que el Reino de Dios exige prioridad absoluta.

¿Cuántas veces nosotros decimos: “Señor, te seguiré, pero después…”? Después de resolver mis cosas, después de que pasen las pruebas, después de que me sienta mejor, después de que la vida me dé más tranquilidad. Y sin darnos cuenta, esa postergación va apagando en nosotros el fuego de la vocación, de la fe, del primer amor.


4. Intercesión y misericordia: Abraham como modelo

La primera lectura del Génesis (18,16-33) nos muestra a Abraham intercediendo por Sodoma. Él no camina físicamente como Jesús, pero se mueve espiritualmente, con compasión. Abraham representa al creyente que no es indiferente, que ora por los otros, que aboga por los justos, que cree en la misericordia. En él vemos que la fe no es sólo seguir a Dios hacia delante, sino también llevar con nosotros a los demás, especialmente a los que corren peligro de perderse.

Y en el Salmo 102 proclamamos: “El Señor es compasivo y misericordioso”. Esa es la base de nuestra urgencia: no seguimos a un Dios que castiga, sino a un Dios que salva, y que quiere que todos se salven.


5. Año Jubilar: caminar con esperanza

Estamos celebrando este Año Jubilar como peregrinos de la esperanza. ¿Y qué significa eso sino vivir en marcha? Una Iglesia en camino, una comunidad en salida, un cristiano que no se queda paralizado por el miedo ni dormido en las seguridades. Jesús no llama a “afiliados”, sino a seguidores, y seguir es siempre un verbo en movimiento.

Sigamos al Señor con la prontitud de los mártires, con la fe intercesora de Abraham, con la mirada fija en la otra orilla, donde la muerte ha sido vencida por la Pascua.


6. Memoria de los protomártires y oración por los difuntos

Hoy recordamos a los protomártires de Roma, quienes siguieron a Cristo hasta el final, sin mirar atrás, sin temor a la muerte. Ellos nos enseñan que el seguimiento de Cristo exige entrega total. También encomendamos a nuestros fieles difuntos —especialmente a quienes, como tantos mártires silenciosos, vivieron la fe con firmeza en la enfermedad, en la soledad, en la prueba—. Que el Dios de la vida, que no abandona a sus hijos, los reciba en su paz.


7. Aplicación pastoral final

Queridos hermanos, ¿cuál es nuestro ritmo de seguimiento? ¿Nos detenemos por miedos o por apegos? ¿Ponemos excusas para no entregarnos más profundamente al Señor? Hoy, el Evangelio nos llama con urgencia a no demorar. El Reino nos necesita: nuestras familias, nuestra parroquia, los jóvenes, los pobres, los enfermos, nos están esperando.

Jesús camina. Y nos dice: “Sígueme”. Hoy. No mañana. Con todo. Sin reservas.


Oración final:

Señor Jesús, caminante incansable del Reino,
Tú que no tuviste dónde reclinar la cabeza,
haznos peregrinos de tu esperanza,
capaces de dejar atrás lo que nos paraliza
y de servirte con alegría aquí y ahora.

En tu corazón descansamos,
en tu cruz encontramos sentido,
y en tu resurrección, la certeza de que caminar contigo
es vencer la muerte y abrazar la Vida.

Amén.

 


sábado, 28 de junio de 2025

29 de junio del 2025: Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles

 

Una, santa, católica y apostólica

La fiesta de los santos Pedro y Pablo es una proclamación de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
«Apostólica» quiere decir que la Iglesia está fundada, sin interrupción, sobre la fe transmitida por los apóstoles. Pedro y Pablo son testigos eminentes de esta fe. Desde la profesión espontánea de Pedro (Mt 16,16) hasta la esperanza inquebrantable de Pablo (2 Tim 4,17), sus mensajes sostienen la adhesión y la unidad de los cristianos de toda cultura y de todo tiempo.

Porque la misión de la Iglesia es llevar a Cristo al mundo. Eso es la catolicidad: anunciar el Evangelio a todos, sean quienes sean. La Iglesia se dirige a todos los pueblos. Pedro y Pablo nos enseñan que no se trata de una multinacional ni de una ONG, porque el reunirnos en una misma fe es un impulso hacia Dios, una apertura a Él.
Cristo y su Espíritu reúnen a la Iglesia, como lo revelan Pedro y Pablo y las comunidades que ellos formaron, y no el carisma de un dirigente. En este sentido, la Iglesia es santa. No porque sus miembros estén libres de pecado, sino porque es santificada por el Espíritu Santo.

Pedro y Pablo se dejaron transformar por la gracia de Dios. Su martirio es el testimonio supremo de ello.
¿Y la unidad? Quizá sea el rasgo más sobrenatural de la Iglesia, porque creemos que es a través de ella que Dios hace de todos los pueblos una sola y misma familia.

¿Qué me inspira la fiesta de los santos Pedro y Pablo? ¿A cuál me siento más cercano? ¿Por qué? En este día en que la Iglesia celebra a Pedro y Pablo, ¿cuál es mi profesión de fe?

Karem Bustica, rédactrice en chef de Prions en Église

 


Primera lectura

Hch 12, 1-11
Ahora sé realmente que el Señor me ha librado de las manos de Herodes

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

EN aquellos días, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener también a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Después de prenderlo, lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro patrullas de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.
Cuando Herodes iba a conducirlo al tribunal, aquella misma noche, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel.
De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocando a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo:
«Date prisa, levántate».
Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió:
«Ponte el cinturón y las sandalias».
Así lo hizo, y el ángel le dijo:
«Envuélvete en el manto y sígueme».
Salió y lo seguía, sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se figuraba que estaba viendo una visión. Después de atravesar la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la ciudad, que se abrió solo ante ellos. Salieron y anduvieron una calle y de pronto se marchó el ángel.
Pedro volvió en sí y dijo:
«Ahora sé realmente que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos».


Palabra de Dios.

 

Salmo

Salmo responsorial Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 5b)

R. El Señor me libró de todas mis ansias.

V. Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. 
R.

V. Proclamen conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. 
R.

V. Contémplenlo, y quedarán radiantes,
su rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. 
R.

V. El ángel del Señor acampa en torno a quienes le temen
y los protege.
Gusten y vean qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. 
R.

 

Segunda lectura

2 Tim 4, 6-8. 17-18

Me está reservada la corona de la justicia

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo
a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y
lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. R.

 

Evangelio

Mt 16, 13-19

Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.


EN aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».


Palabra del Señor

 

1

 “Una Iglesia que nace del testimonio, se edifica en la fe y vive de la esperanza”

Solemnidad de San Pedro y San Pablo – Ciclo C

Lecturas:

  • Hch 12, 1-11
  • Sal 33 (34), 2-9
  • 2 Tim 4, 6-8.17-18
  • Mt 16, 13-19

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy con toda la Iglesia universal a dos columnas fundamentales de nuestra fe: los santos apóstoles Pedro y Pablo. Dos hombres diferentes, con caminos singulares, temperamentos distintos, historias personales complejas… pero unidos por una misma gracia: el encuentro transformador con Jesucristo. Esta solemnidad no es sólo un homenaje a sus figuras históricas; es ante todo una proclamación de la identidad más profunda de la Iglesia, una Iglesia una, santa, católica y apostólica.


1. Pedro y Pablo: el encuentro que transforma

Pedro es el impulsivo, el pescador del lago, el que niega, pero también ama con sinceridad. Pablo, el intelectual, fariseo celoso, perseguidor de la Iglesia que se convierte en su apóstol más incansable. Ambos experimentan una conversión interior. Pedro, desde la fragilidad de su negación, es restaurado por Cristo resucitado en el lago de Tiberíades: “¿Me amas?” (cf. Jn 21,15). Pablo cae al suelo camino a Damasco y escucha: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (cf. Hch 9,5).

Ambos, de manera distinta, reconocen que no hay misión sin gracia, ni santidad sin quebranto. Se dejan transformar. Y eso los convierte en testigos. La Iglesia no está hecha de superhombres, sino de corazones rendidos a la misericordia de Dios.


2. Una Iglesia edificada en la fe apostólica

En el evangelio de hoy (Mt 16,13-19), Pedro confiesa: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Y Jesús le responde con palabras que han resonado a lo largo de los siglos: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. No se trata de la piedra por sus méritos, sino por su fe. La Iglesia se edifica sobre la fe de los apóstoles, y es por eso que la llamamos “apostólica”.

Por eso la primera lectura (Hch 12) nos muestra a Pedro siendo liberado milagrosamente de la cárcel. No es Pedro el poderoso, sino Pedro el frágil a quien el Señor sostiene. Porque es Cristo quien edifica la Iglesia, y nosotros solo colaboramos.

La segunda lectura (2 Tim 4) nos muestra a Pablo al final de su carrera, escribiendo: “He combatido el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe”. Pablo ha vivido por la fe y por la esperanza, y sabe que le espera la “corona de justicia”. Su testimonio es luz para nosotros: una fe que lucha, una esperanza que no se rinde.


3. Una Iglesia para todos los pueblos

Pedro es el apóstol de los judíos; Pablo, el apóstol de los gentiles. Sus caminos muestran que la Iglesia es católica, es decir, universal. No hay frontera, cultura o idioma que le sea ajeno. La Iglesia no es una ONG ni una multinacional, sino el cuerpo vivo de Cristo que camina en la historia con una misión: anunciar el Evangelio a todos.

Y lo hace no por su organización o estrategias humanas, sino porque el Espíritu Santo la santifica. Es santa, no porque sus miembros no pequen, sino porque es obra del Espíritu. Pedro y Pablo fueron pecadores perdonados, transformados en apóstoles, testigos y mártires. Su muerte en Roma es semilla de unidad y fe para la Iglesia universal.


4. Nuestra profesión de fe en tiempos de prueba

Hoy, en este Año Jubilar de la Esperanza, se nos invita a renovar nuestra propia profesión de fe. ¿Qué decimos nosotros de Jesús? ¿A cuál de los dos santos nos sentimos más cercanos? ¿Al Pedro que duda, cae y se levanta? ¿O al Pablo que razona, combate, proclama con ardor?

Tal vez —y esto es lo más bello— nos sentimos un poco como ambos. Somos peregrinos de esperanza, como ellos. Quebrados por la vida, fortalecidos por la gracia. No somos perfectos, pero Dios hace maravillas con quienes se dejan amar y enviar.


🙏 Conclusión: “¿Cuál es hoy mi profesión de fe?”

Hoy la Iglesia nos invita a confesar con Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”, y a proclamar con Pablo: “El Señor me dio fuerzas y su Palabra fue anunciada por mí”.

Que Pedro nos enseñe a ser roca firme en la fe, y que Pablo nos inspire a ser testigos apasionados del Evangelio.

Que, en este día, cada uno de nosotros pueda repetir con el corazón:
“Señor, hazme apóstol de tu amor, mártir de tu esperanza y constructor de tu Iglesia”. Amén.

 

 

2

“La carrera de la fe y la esperanza que no defrauda”

Lecturas sugeridas: Hch 12,1-11 / Sal 33(34) / 2 Tm 4,6-8.17-18 / Mt 16,13-19
Marco: Año Jubilar 2025 – Peregrinos de la Esperanza

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En este Año Jubilar que nos invita a ser Peregrinos de la Esperanza, la Palabra proclamada hoy nos coloca en una encrucijada vital: la de la fidelidad, la de la oración perseverante, y la del discernimiento de lo que realmente significa ser Iglesia en tiempos de prueba.

La figura del apóstol Pedro ocupa el centro del relato de los Hechos: un hombre encarcelado, humillado, vigilado... y sin embargo, liberado milagrosamente por Dios. No por capricho ni para su comodidad, sino para que siguiera anunciando “todas las palabras de vida”. Esa es la clave de todo: Dios libera, pero no por espectáculo, sino por misión.

I. Una Iglesia que nace entre cadenas y persecuciones

La Iglesia no comenzó en tiempos de gloria, sino bajo amenaza constante. Los primeros cristianos no se veían a sí mismos como héroes o mártires en potencia, sino como testigos de una verdad más grande que sus temores. En medio de los muros de una celda, mientras dormía, Pedro fue liberado por un ángel que le dijo: “Levántate rápido, ciñe tu cinturón, calza tus sandalias…”. Es un eco deliberado del Éxodo. Lucas quiere recordarnos que Dios sigue actuando como el Liberador de su pueblo.

Y esa misma promesa se mantiene hoy. Muchos de nosotros cargamos cadenas invisibles: miedos, enfermedades, dudas, culpas pasadas. En este año jubilar, Dios nos recuerda: “Levántate, ciñe tus sandalias, sal al camino”. La Iglesia está llamada a salir de sí misma, a caminar, a evangelizar, a levantar a los que han caído.

II. La oración que sostiene al cuerpo de Cristo

Mientras Pedro estaba en prisión, la comunidad oraba insistentemente. No para controlar a Dios, sino para estar en sintonía con su voluntad. Muchas veces nos preguntamos: “¿Sirve de algo orar si no cambia lo que pasa?”. Pero la oración no es una fórmula mágica, sino un acto de comunión.

La respuesta de Dios no siempre es la liberación física inmediata, como nos recuerda el mismo Pedro, quien más tarde sería ejecutado en Roma. Pero Dios responde siempre con su Espíritu, con su fuerza, con la presencia de hermanos y hermanas que son ángeles visibles en nuestras vidas.

III. San Pablo: correr hasta el final con fe y fidelidad

En su carta a Timoteo, Pablo se despide como un atleta que ha corrido hasta la meta. No con resignación, sino con certeza de victoria: “He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he conservado la fe”. En su prisión, ya sin aliados visibles, experimenta el abandono humano... pero también la fidelidad divina. “El Señor me asistió y me dio fuerzas”, escribe.

¿Cuántos cristianos hoy viven esta misma experiencia? Tal vez tú mismo, hermano o hermana, te sientas solo en tu camino de fe, incomprendido o cansado. Pero esta homilía quiere recordarte: no estás solo. La Iglesia ora contigo, y el Señor te dará fuerzas para cruzar la meta. No es cuestión de velocidad, sino de perseverancia.

IV. Sobre esta piedra construiré mi Iglesia…

Jesús pregunta: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?” y Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Y Jesús le responde: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. No sobre una perfección humana, sino sobre la fe revelada por el Padre.

En este Año Jubilar, volvamos a poner a Cristo como fundamento de nuestra vida personal y eclesial. No nos salvamos por estructuras, sino por la fe viva, por la confesión sincera, por la obediencia humilde.


🔹 Conclusión: Una Iglesia en camino, testigo de esperanza

La verdadera libertad no es sólo salir de la cárcel, sino salir del miedo, del pecado, de la resignación. Pedro fue liberado para anunciar. Pablo fue fortalecido para entregar su vida. La Iglesia vive cuando reza, cuando camina, cuando proclama.

En este Año Santo, seamos una Iglesia de la Pascua, en salida, que confía en la fuerza de Dios, que no teme la noche, porque sabe que el Señor está con nosotros.

“A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.”

 

 

 

3

“Fundamento de fe, testigos de esperanza”

 

Solemnidad de San Pedro y San Pablo – Ciclo C – Año Jubilar 2025
Lecturas: Hechos 12,1-11 / Salmo 33 / 2 Timoteo 4,6-8.17-18 / Mateo 16,13-19

1.    Introducción:

Dos columnas vivas de la Iglesia
Hoy celebramos una de las fiestas más significativas del calendario litúrgico: la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles y mártires, columnas de la Iglesia, testigos de la fe y modelos de misión. No celebramos hoy solo a dos grandes hombres, sino al Dios que los llamó, transformó y envió. Sus vidas tan distintas convergen  en una misma entrega, en un mismo martirio, en un mismo amor a Jesucristo y a su Iglesia.

Ambos nos enseñan que ser discípulos no significa no equivocarse, sino perseverar con fe, acoger la gracia, y dejarse moldear por el Maestro.


2. Pedro: La fragilidad transformada en roca
Pedro, el pescador de Galilea, fue llamado a dejar sus redes para convertirse en pescador de hombres. Era impulsivo, generoso, pero también frágil. Negó al Señor tres veces, pero lloró amargamente. No fue elegido por su perfección, sino por su disponibilidad a amar y servir.

El Evangelio de hoy (Mt 16,13-19) nos sitúa en Cesarea de Filipo. Jesús pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” y luego: “¿Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro, inspirado por el Padre, responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo.” Esta confesión es el cimiento sobre el cual Jesús construye su Iglesia. A Pedro le entrega las llaves del Reino. A él le confía la misión de confirmar a los hermanos.

Pero este mismo Pedro que confiesa la fe, más adelante será reprendido por Jesús: “¡Apártate de mí, Satanás!” ¿Por qué? Porque no comprendía aún el misterio de la cruz. Sin embargo, Pedro aprenderá. Y cuando llegue la persecución en Roma, recordará a su Maestro y, como en la escena del Quo Vadis, sabrá volver para dar su vida como testimonio.


3. Pablo: De perseguidor a apóstol incansable
Pablo, ciudadano romano, formado en la Ley de Moisés, fariseo ardiente y perseguidor de los cristianos, fue derribado del caballo en su camino a Damasco. Su encuentro con Cristo resucitado lo transformó radicalmente. A partir de entonces, dedicó su vida a anunciar el Evangelio, convirtiéndose en el "apóstol de los gentiles".

En la segunda lectura, Pablo escribe desde la cárcel, al final de su vida: “He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe.” (2 Tim 4,7). Sabe que su vida ha sido derramada como libación. Pero también sabe que no ha sido en vano: “El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas.” La certeza de que Dios ha sido fiel lo llena de esperanza.

Pablo no tuvo miedo de sufrir. No se avergonzó del Evangelio. Lo predicó con pasión, con inteligencia, con audacia. Sus cartas siguen siendo hoy fuente de doctrina y fuego para nuestra misión.


4. Una Iglesia con rostro misionero y martirial
La Iglesia no es un edificio ni una organización: es una comunidad de testigos. Pedro y Pablo nos muestran los dos pulmones con los que la Iglesia respira: la fidelidad a la confesión de fe y la apertura al mundo. Pedro representa la estabilidad, la unidad, la tradición; Pablo, el dinamismo, el anuncio, el diálogo con las culturas.

En este Año Jubilar, bajo el lema “Peregrinos de la Esperanza”, estamos llamados a reavivar esa doble dimensión: fidelidad y misión. San Pedro nos recuerda la necesidad de construir sobre la roca firme de Cristo. San Pablo nos empuja a salir de nuestras seguridades para anunciar con pasión a Cristo vivo.


5. Aplicación a nuestra realidad

·        ¿Quién es Jesús para mí hoy? ¿Lo confieso solo con los labios o también con mi vida?

·        ¿Estoy dispuesto a servir a la Iglesia, aunque no sea perfecto, como Pedro?

·        ¿Me dejo transformar por la gracia, como Pablo, o sigo persiguiendo a Cristo en los hermanos que no comprendo o rechazo?

Desde nuestro Vicariato Apostólico, desde nuestra parroquia, desde nuestras familias y medios de comunicación como Gusqui Stereo, estamos llamados a ser Iglesia en salida, como decía el Papa Francisco. Una Iglesia que no teme ensuciarse las sandalias, que se deja llevar por el Espíritu, como Pedro el día de Pentecostés, como Pablo en cada viaje misionero.


6. Conclusión: Un llamado a todos
Queridos hermanos, hoy celebramos no solo a dos hombres que murieron mártires en Roma, sino a dos faros que aún iluminan el camino de la Iglesia. Que el testimonio de San Pedro y San Pablo nos anime a confesar con valentía que Jesús es el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Que no temamos ser piedras vivas de su Iglesia, apóstoles en nuestros barrios, testigos en nuestras redes sociales, discípulos con fuego en el corazón.

Que su intercesión nos alcance el celo apostólico que ellos vivieron, y nos prepare para dar la vida –si es necesario– por el Evangelio.

Amén.

 

4

HOMILÍA PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

Lecturas: Hch 12,1-11; Sal 33(34); 2Tm 4,6-8.17-18; Mt 16,13-19
Año Jubilar 2025 – Peregrinos de la Esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia, testigos del Evangelio y mártires por Cristo. En ellos, Dios edificó la Iglesia y nos enseñó que la misión evangelizadora no nace del poder humano, sino de una fe profundamente arraigada en Jesucristo. Hoy, en el marco del Año Jubilar, contemplamos a estos santos no como monumentos de piedra, sino como peregrinos, como nosotros, hombres de carne y hueso que aprendieron a esperar contra toda esperanza.

1. Pedro: de la fragilidad a la roca firme

El libro de los Hechos nos narra la liberación milagrosa de Pedro de la cárcel, y el salmista canta: «El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los libra». Es una imagen poderosa: la comunidad ora con insistencia mientras Pedro duerme encadenado entre soldados. Dios actúa. Pero este episodio no debe llevarnos a pensar que la oración siempre tiene un efecto inmediato o visible. Sabemos que Pedro moriría años más tarde, ejecutado en Roma. ¿Dios no lo escuchó entonces?

La verdadera liberación que Dios nos ofrece no es la de evitar el sufrimiento, sino la de liberarnos del miedo, de la angustia, del pecado, del abandono. La Iglesia de los orígenes no rezaba solo para que Pedro saliera de la cárcel, sino para que no faltara el coraje del Evangelio, para que la fe no decayera. Pedro duerme, pero el Ángel lo despierta, lo ceñe, lo calza, lo pone en pie... como en una nueva Pascua. Es Dios quien actúa y libera, como en Egipto. Pedro sale fortalecido, no solo de los muros de piedra, sino de su antigua fragilidad.

2. Pablo: la carrera de la fe

En la segunda carta a Timoteo, Pablo escribe desde la cárcel de Roma. No suplica por su vida, no se lamenta. Ha llegado su hora. Dice con serenidad: «He combatido el buen combate, he terminado la carrera, he conservado la fe». Es su testamento espiritual.

Pablo no se jacta. Reconoce que toda fuerza viene de Dios: «El Señor me dio fuerza para que, por medio de mí, se cumpliera plenamente la proclamación del Evangelio». La carrera no era una competencia para él, sino una fidelidad a su vocación, paso a paso. La corona de justicia no se da al que llega primero, sino al que no abandona el camino, al que espera con amor la manifestación del Señor.

En un mundo que muchas veces abandona a los que luchan por el bien, Pablo experimenta la soledad humana, pero también la presencia fiel del Señor: «Todos me abandonaron... pero el Señor estuvo a mi lado». Es el eco del mismo Jesús que, en Getsemaní, quedó solo... pero en comunión plena con el Padre.

3. La confesión de Pedro: una Iglesia edificada sobre la fe

En el Evangelio de Mateo, Jesús pregunta: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Y Pedro responde: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Esta confesión no se basa en un milagro, ni en una emoción pasajera, sino en una revelación del Padre al corazón de Pedro. Jesús le responde: «Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás».

Lo nuevo no es el título de “Hijo de Dios” —ya lo habían dicho otros— sino la convicción que nace sin pruebas visibles. Pedro no ve el poder, sino la verdad profunda del corazón de Jesús. Y Jesús une ese reconocimiento a la misión: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia no se construye sobre títulos ni cargos, sino sobre la fe de quienes escuchan la voz del Padre.

Jesús dice también: «Yo edificaré mi Iglesia». No nosotros. No es el fruto de estrategias pastorales, de popularidad o de estructuras. Es obra del Cristo resucitado, que construye con piedras vivas: tú, yo, cada creyente que confiesa su nombre con amor.

4. Para el Año Jubilar: peregrinos con Pedro y Pablo

Queridos hermanos: en este Año Jubilar, donde el Papa León XIV nos ha convocado como Peregrinos de la Esperanza, Pedro y Pablo nos enseñan qué significa verdaderamente caminar con fe:

  • Pedro, el impulsivo, el que negó y fue perdonado, nos enseña que Dios confía en nosotros incluso con nuestras fragilidades.
  • Pablo, el perseguidor convertido, nos muestra que el pasado no es obstáculo cuando el amor de Cristo nos alcanza.
  • Ambos son testigos de que la fe no es refugio de poder, sino camino de servicio, de entrega, de anuncio del Evangelio hasta el martirio.

Hoy también nosotros, como Iglesia en Colombia, como Iglesia del Vicariato de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, estamos llamados a proclamar con valentía a Cristo, a orar con esperanza, a esperar la corona no como premio, sino como gracia para quien ha vivido en fidelidad.


Conclusión

Pedro y Pablo ya corrieron su carrera. Ahora nos toca a nosotros.
“Dichoso tú, Simón…” nos dice también Jesús a nosotros, cuando, a pesar de las tormentas, seguimos confesando su nombre, sirviendo a su Iglesia, confiando en su promesa:
“El poder de la muerte no prevalecerá”.

Que la Virgen María, Reina de los Apóstoles, interceda por nosotros.
Y que Pedro y Pablo, testigos valientes, nos ayuden a caminar como verdaderos peregrinos de la esperanza. Amén.

26 de julio del 2025: sábado de la decimosexta semana del tiempo ordinario-I- Memoria de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Bienaventurada Virgen María

  Santo del día: Santos Ana y Joaquín Siglo I. Sin hijos desde hacía mucho tiempo, estos piadosos judíos lograron, tras veinte años de o...