Santo del día
San Juan bautista
Siglo I. «Hijo
mío, serás llamado profeta del Altísimo; irás delante del Señor y prepararás
sus caminos» (Lucas 1:76). Estas fueron las palabras de Zacarías con motivo del
nacimiento de su hijo Juan, que se celebra hoy.
Dos caminos singulares, un único designio de salvación
Qué contraste nos ofrece el Evangelio de Lucas entre la infancia de Juan, cuya nacimiento milagroso se celebra públicamente, y la de Jesús, ignorada de todos. El hijo del prodigio, hijo de un sacerdote, escoge muy joven retirarse al desierto para madurar su misión singular. Jesús, por su parte, crece en lo escondido, en una región marginal. Destinos singulares, unidos sin embargo en el único designio de Dios.
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
Primera lectura
Is
49, 1-6
Te
hago luz de las naciones
Lectura del libro de Isaías.
ESCÚCHENME, islas; atiendan, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno,
de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada,
me escondió en la sombra de su mano;
me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba
y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel,
por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado,
en viento y en nada he gastado mis fuerzas».
En realidad el Señor defendía mi causa,
mi recompensa la custodiaba Dios.
Y ahora dice el Señor,
el que me formó desde el vientre como siervo suyo,
para que le devolviese a Jacob,
para que le reuniera a Israel;
he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo
para restablecer las tribus de Jacob
y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
138, 1b-3. 13-14ab. 14c-15 (R.: cf. 14a)
R. Te doy gracias porque
me has escogido portentosamente.
V. Señor, tú me
sondeas y me conoces.
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R.
V. Tú has creado
mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente,
porque son admirables tus obras. R.
V. Mi alma lo
reconoce agradecida,
no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R.
Segunda lectura
Hch
13, 22-26
Juan
predicó antes de que llegara Cristo
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
EN aquellos días, dijo Pablo:
«Dios suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo:
“Encontré a David”, hijo de Jesé, “hombre conforme a mi corazón, que cumplirá
todos mis preceptos”.
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel:
Jesús. Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que
llegara Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía:
“Yo no soy quien ustedes piensan, pero, miren, viene uno detrás de mí a quien
no merezco desatarle las sandalias de los pies”.
Hermanos, hijos del linaje de Abrahán y todos ustedes los que temen a Dios: a
nosotros se nos ha enviado esta palabra de salvación».
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. A ti, niño, te
llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus
caminos. R.
Evangelio
Lc
1, 57-66. 80
Juan
es su nombre
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron
sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y
se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías,
como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió
una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a
Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda
la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».
Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos
hasta los días de su manifestación a Israel.
Palabra del Señor.
1
“Él debe crecer, y yo disminuir” (Jn 3,30)
Queridos hermanos en Cristo:
Hoy la liturgia nos convoca a celebrar una de las
fiestas más singulares del calendario cristiano: la Natividad de San Juan
Bautista. Es notable que, fuera del nacimiento de Jesucristo y de la Virgen
María, ningún otro santo tiene el privilegio de que celebremos su nacimiento.
Esto ya nos habla del papel único que Juan el Bautista ocupa en la historia de
la salvación.
La primera lectura, del profeta Isaías, nos
presenta la voz de un siervo escogido desde antes de nacer para ser luz de las
naciones. ¿No es acaso este el retrato espiritual de Juan? Desde el vientre de
su madre, fue colmado del Espíritu Santo. Así nos lo recuerda también el salmo:
“Tú has creado mis entrañas… me tejiste en el seno materno”. Juan, al igual que
el profeta Isaías, no fue un improvisado. Su vocación fue esculpida por Dios
desde el origen, y su existencia tuvo una única misión: preparar el camino
del Señor.
La liturgia de hoy nos invita a redescubrir a San
Juan Bautista, y más aún, a dejarnos evangelizar por su vida. Porque
Juan no es solo una figura decorativa del Adviento; es un maestro de
espiritualidad y un testigo valiente del Reino. Su mensaje no caduca,
porque nos enseña a vivir en permanente espera, en vigilancia, en humildad, y
en alegría por la presencia de Dios que viene a nosotros cada día.
1. Juan, el profeta del Adviento
permanente
Juan es el hombre del desierto, el que clama en la
soledad, el que invita a preparar el camino al Señor. Pero el Adviento no se
reduce a las cuatro semanas antes de Navidad. La vida cristiana entera es un
gran adviento, una espera activa del regreso del Señor.
Y Juan nos enseña cómo se vive ese adviento:
- Con esperanza
viva, una esperanza que abraza las pequeñas y grandes necesidades de
nuestra vida: reconciliaciones pendientes, salud esperada, vocaciones aún
no descubiertas, conversiones necesarias…
- Con oración
sincera, que se nutre del silencio del desierto, del retiro interior,
de la escucha de Dios.
- Con sobriedad
y vigilancia, recordándonos que el exceso, el ruido y el confort
desmedido adormecen el alma.
Hermanos, ¿cuánto desierto necesitamos hoy para
encontrar el centro de nuestra existencia? ¿Cuánto silencio hace falta para oír
la voz del que viene? Juan nos invita a vivir menos conectados al ruido del
mundo y más atentos al susurro de Dios en el corazón.
2. Juan, testigo de la alegría
Uno podría pensar que un profeta austero como Juan
no habla de alegría. Y sin embargo, su vida está atravesada por la alegría
de la presencia de Jesús. Ya desde el vientre de su madre, Isabel proclama:
“la criatura ha saltado de gozo en mi seno” (Lc 1,44). Es la primera
danza de alabanza al Salvador.
Más tarde, cuando sus discípulos lo ven “perdiendo
protagonismo” frente a Jesús, él responde con una libertad impresionante:
“Él debe crecer, y yo disminuir” (Jn 3,30).
Y agrega: “Mi alegría es completa”. Qué hermoso testimonio para nuestro
mundo competitivo, donde parece que hay que sobresalir, tener visibilidad,
acumular méritos. Juan nos enseña que la verdadera alegría no es brillar,
sino ver a Cristo brillar en los demás.
3. Juan, el humilde servidor
En Juan descubrimos una humildad sólida, madura,
profundamente enraizada en su identidad. Sabe quién es: “no soy el Mesías,
no soy Elías, no soy el Profeta”. Su única definición es esta: “Soy la
voz que clama en el desierto”.
Juan no se adueña de la misión, no busca hacer carrera espiritual. Él señala,
él desaparece, él se hace pequeño para que Cristo sea grande.
Y esa humildad lo hace libre. Libre para decir la
verdad, incluso cuando esa verdad le cuesta la cabeza. Libre para anunciar el
Reino sin miedo, sin diplomacia ni cálculo político. Libre para vivir en
coherencia, sin doblez.
¿Dónde estamos nosotros en ese camino de humildad?
¿Sabemos ceder protagonismo, reconocer que no somos el centro, alegrarnos del
bien que hacen otros? La humildad es la cuna donde Dios puede nacer.
4. Juan, el mártir del amor
fuerte
El estilo de vida de Juan es testimonio. Su dieta,
su vestimenta, su palabra directa, todo él es un grito viviente: “¡Vuelvan
su corazón a Dios!”.
Pero ese testimonio no fue sin consecuencia. Su denuncia del pecado le valió la
prisión y la muerte. Fue mártir por la verdad.
Hoy, en una cultura donde la verdad se relativiza,
donde se teme ofender, donde se calla por conveniencia, la figura de Juan
nos interpela. ¿Estamos dispuestos a pagar el precio de la coherencia? ¿A
amar con ese amor fuerte que no es sentimentalismo sino entrega concreta?
5. Un llamado a donarnos
Finalmente, San Juan Bautista nos invita a dar
la vida, no en abstracto, sino en gestos concretos:
- En
el tiempo compartido con quienes nos necesitan,
- en
la escucha atenta al que sufre,
- en
la presencia solidaria con los pobres,
- en
la fraternidad cotidiana con quienes conviven a nuestro lado.
Porque dar la vida, como lo hizo Juan, es también
dar nuestro tiempo, nuestro interés, nuestro amor. El tiempo no es oro; el
tiempo es amor, como decía un autor. Y el amor solo se manifiesta en obras.
Conclusión: una vida que señala a
Cristo
Queridos hermanos, que al celebrar la Natividad de
San Juan Bautista, abramos el corazón para aprender de él a:
- esperar
con esperanza y vigilancia,
- vivir
en humildad y alegría,
- orar
en silencio y coherencia,
- amar
con un amor fuerte y generoso,
- y
sobre todo, a señalar siempre a Cristo y no a nosotros mismos.
Pidamos hoy al Señor por intercesión del Bautista:
Señor, haznos como Juan:
voces que claman,
corazones que esperan,
vidas que se donan,
discípulos que disminuyen,
para que tú crezcas en medio del mundo.
Amén.
2
"Dos caminos singulares, un
único designio de salvación"
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos una de las fiestas más notables y
significativas del calendario litúrgico: la Natividad de San Juan Bautista.
La Iglesia, en su sabiduría, nos invita a detenernos en este nacimiento prodigioso
que marca un momento clave en la historia de la salvación. Porque la figura del
Bautista —el “precursor”, el “amigo del Esposo”— no se puede reducir a un
personaje de transición entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: él es parte
esencial del misterio de Cristo.
Un hermoso comentario francés dice:
“Qué contraste nos ofrece el Evangelio de Lucas
entre la infancia de Juan, cuya nacimiento milagroso se celebra públicamente, y
la de Jesús, ignorada de todos. El hijo del prodigio, hijo de un sacerdote,
escoge muy joven retirarse al desierto para madurar su misión singular. Jesús,
por su parte, crece en lo escondido, en una región marginal. Destinos
singulares, unidos sin embargo en el único designio de Dios.”
Este contraste es intencionado. Lucas no quiere que
confundamos el protagonismo humano con la centralidad de la salvación. Nos
recuerda que Dios, en su pedagogía, trae la luz a través de caminos
sorprendentes, diferentes y complementarios.
1. Juan: el elegido que señala al
Otro
La primera lectura del profeta Isaías describe al
Siervo de Dios como alguien llamado desde el vientre materno, formado por Dios
para ser luz y testigo. Estas palabras encuentran eco literal en la vida de
Juan el Bautista:
“Desde el seno materno me llamó... hizo de mi boca
una espada afilada...” (Is 49,1-2)
Juan no es un improvisado. Como dirá el salmista:
“Tú me has tejido en el seno de mi madre… tus ojos
veían mi ser aún informe.”
Su vocación es anterior a su nacimiento. No la elige: la acoge con
humildad y radicalidad, consagrándose por entero al anuncio de Aquel que ha
de venir.
Pero su misión no es centrarse en sí mismo. Su
grandeza radica en esto: él señala a Otro. Su identidad está en función
de Cristo:
“Yo no soy el Mesías, sino el que viene delante de
él” (cf. Jn
1,20).
2. Jesús: el que crece en lo
escondido
A diferencia de Juan, Jesús nace en lo oculto,
en una gruta, y crece lejos de la mirada pública. No hay ángeles cantando a
las multitudes ni multitudes congregadas en su nombre desde la cuna. Su vida
transcurre en el silencio de Nazaret.
Y sin embargo, como nos recuerda la segunda lectura
del libro de los Hechos, todo estaba ya previsto en el plan de Dios:
“Dios suscitó a David… y de su descendencia,
conforme a la promesa, trajo a Jesús como Salvador para Israel.” (Hch 13,23)
Dos caminos diferentes, pero un único plan
salvífico. Juan
prepara, Jesús cumple. Juan grita, Jesús se entrega. Juan señala, Jesús actúa.
Y en ambos, el Espíritu de Dios los guía, como a Isaías, como a nosotros.
3. La vocación de Juan, la
nuestra
El Evangelio de hoy (Lc 1,57-66.80) nos narra cómo la
mano del Señor estaba con el niño. Su nacimiento es celebrado, su nombre
causa asombro, su destino queda envuelto en misterio: “¿Qué llegará a ser
este niño?”
Pero el versículo final es el que más resuena para
nuestra vida:
“El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y
vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.”
Ese desierto no fue castigo, fue escuela del
Espíritu. En el silencio, Juan se dejó modelar por Dios para poder hablar
con verdad y libertad cuando llegara su hora.
Y aquí, queridos hermanos, el Evangelio nos habla
también a nosotros. Cada uno de nosotros tiene un destino singular dentro
del único designio de Dios. No todos tendremos una vocación profética como
la de Juan, ni una vida escondida como la de Jesús en Nazaret, pero sí una
misión personal, intransferible e irrepetible.
Dios nos llama por nuestro nombre. No somos piezas
anónimas de un sistema. Somos hijos pensados, conocidos y amados desde antes de
nacer. La fiesta de Juan Bautista nos lo recuerda con fuerza: “Antes que
nacieras, te consagré.”
4. La humildad del Precursor: una
lección para hoy
En una sociedad marcada por la necesidad de
reconocimiento, visibilidad y protagonismo, Juan el Bautista es una bofetada
profética. Su frase:
“Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30)
es un programa de vida.
¿Estamos dispuestos a vivir así? ¿A desaparecer
para que Cristo aparezca? ¿A ceder el centro a Dios y servir desde la
discreción? La verdadera madurez espiritual se mide por cuánto dejamos a
Dios obrar en nosotros y a través de nosotros, sin querer controlar, figurar o
dominar.
Conclusión: Una fiesta para
reencontrar nuestra misión
Hoy, la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista
no es solo la conmemoración de un gran profeta. Es una invitación personal a
descubrir nuestro lugar en el designio de Dios.
Pidamos a San Juan Bautista:
- Que
nos enseñe a escuchar la voz de Dios desde lo profundo, como él lo
hizo en el desierto.
- Que
nos enseñe a vivir con alegría la vocación propia, sin
comparaciones estériles.
- Que
nos enseñe a desaparecer con humildad, para que Cristo brille.
Y pidamos al Espíritu Santo, que llenó a Juan desde
el vientre materno, que nos renueve con su fuerza, para vivir nuestra
misión con fidelidad, sencillez y pasión.
Amén.
24 de junio: Nacimiento de San
Juan Bautista — Solemnidad
Siglo I
Patrono de: los bautismos, los comerciantes de aves, los conversos, la vida
monástica, las autopistas, los impresores, los sastres, los corderos y los
prisioneros.
Invocado contra: la epilepsia, las convulsiones, las tormentas de granizo y los
espasmos.
Cuando le llegó a Isabel el tiempo del parto, dio a
luz un hijo. Sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había
mostrado gran misericordia, y se alegraron con ella. Al octavo día fueron a
circuncidar al niño y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su
madre dijo: “No. Se llamará Juan.” Le respondieron: “No hay nadie en tu familia
que lleve ese nombre.” Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que
se llamara. Él pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre.” Y todos
quedaron admirados. En ese instante se le soltó la lengua y comenzó a hablar
bendiciendo a Dios.
~Lucas 1,57–64
Reflexión:
En la época del nacimiento de San Juan Bautista,
era común pensar que la infertilidad de una mujer era señal del desagrado de
Dios o castigo por el pecado. Aunque hoy sabemos que esto no es cierto, es
importante comprender que, a menudo, Dios ha suscitado grandes líderes
precisamente de aquellos que habían suplicado durante años el don de un hijo.
Sara fue estéril antes de concebir a Isaac. Rebeca no tuvo hijos antes de dar a
luz a Esaú y Jacob. Raquel fue estéril antes de tener a José. La esposa de
Manoa fue estéril hasta dar a luz a Sansón. Ana fue estéril hasta que nació
Samuel.
La solemnidad de hoy celebra uno de los
nacimientos más grandes de la historia. Recordemos que el mismo Jesús dijo:
“En verdad os digo: entre los nacidos de mujer no
se ha levantado uno mayor que Juan el Bautista.”
~Mateo 11,11
Cuando Isabel concibió a Juan el Bautista, ella y
su esposo Zacarías “eran de edad avanzada” (Lucas 1,7). El anuncio del
nacimiento de su hijo se dio mientras Zacarías ejercía uno de los más altos
honores del sacerdocio del Antiguo Testamento: ofrecer incienso al Señor dentro
del santuario del Templo, habiendo sido elegido por sorteo entre su grupo
sacerdotal.
Allí, en el santuario, se le apareció el
Arcángel Gabriel, el que está ante Dios, para anunciarle la buena noticia:
su esposa concebiría y daría a luz un hijo que:
- sería
grande ante el Señor,
- estaría
lleno del Espíritu Santo desde el seno materno,
- haría
volver muchos corazones de Israel al Señor,
- vendría
con el espíritu y el poder de Elías,
- dispondría
al pueblo para el Señor
(cf. Lucas 1,15–17).
Este anuncio no fue sólo una buena noticia: fue
casi increíble. Zacarías, sin duda, habría sufrido mucho por no tener
hijos, y ahora un arcángel le dice que su futuro hijo será inmensamente grande.
Y, como sabemos, al principio no creyó… y por ello quedó mudo hasta que Juan
nació.
El siguiente capítulo glorioso de esta historia
llegó cuando ese mismo arcángel, Gabriel, se apareció a María, la
Inmaculada Concepción, para anunciarle que concebiría al Salvador del mundo por
obra del Espíritu Santo. Y le dijo:
“Mira, tu pariente Isabel, en su vejez, ha
concebido un hijo; y este es el sexto mes para ella, la que era llamada
estéril, porque nada hay imposible para Dios.”
~Lucas 1,36–37
Este detalle revela que, en el plan del Padre,
la misión de Juan está íntimamente ligada a la de Jesús. Esto se confirma
cuando María, llena de gozo, va apresuradamente a ayudar a Isabel en los
últimos meses de embarazo. Al oír el saludo de María, el niño Juan saltó de
gozo en el vientre de su madre.
San Tomás de Aquino enseña que, en ese
momento, Juan fue santificado en el seno materno, es decir, fue liberado del
pecado y preparado para su misión sagrada. Tomás incluso especula sobre este
momento diciendo:
“Quizá también en este niño el uso de la razón y de
la voluntad fue tan acelerado que, mientras estaba aún en el vientre, pudo
reconocer, creer y asentir, mientras que en otros niños debemos esperar a que
crezcan. Esto, nuevamente, lo considero un resultado milagroso del poder
divino.”
~Suma Teológica III, 27, 6
El nacimiento de Juan, que celebramos hoy, estuvo
rodeado de misterio, asombro, admiración e intriga. San Lucas lo resume
así:
“El temor se apoderó de todos los vecinos, y en
toda la región montañosa de Judea se comentaban estas cosas. Todos los que las
oían las guardaban en su corazón diciendo: ‘¿Qué llegará a ser este niño?’
Porque la mano del Señor estaba con él.”
~Lucas 1,65–66
Aparte de la Solemnidad del Nacimiento de Cristo
(Navidad), Juan Bautista es la única persona cuyo nacimiento se celebra
con el rango de solemnidad. La Natividad de la Virgen María se celebra como
fiesta, aunque su Inmaculada Concepción sí recibe la dignidad de solemnidad.
Esto nos indica el gran honor que representa para la Iglesia conmemorar el
nacimiento de este hombre singular con el más alto rango litúrgico.
Al celebrar el nacimiento de San Juan Bautista, consideremos
esta fecha desde dos perspectivas:
1. Desde una mirada celestial y
eterna: los
ángeles y santos glorifican a Dios eternamente por este gran acontecimiento y
por el rol decisivo de Juan en la historia de la salvación.
2. Desde una mirada humana: pensemos en el asombro y la
alegría de Isabel y Zacarías. Eran personas reales, que se convirtieron en
padres reales, y recibieron promesas divinas sobre su hijo. A pesar de eso,
Juan seguía siendo su hijo, así como Jesús fue el Hijo de María.
Cada acontecimiento de la historia de la salvación
debe vivirse uniendo lo humano y lo divino, lo trascendente y lo
cotidiano, lo personal y lo sobrenatural, para así comprender mejor,
participar más plenamente y creer con mayor profundidad en estos hechos
gloriosos que han abierto para todos nosotros las puertas del cielo.
Oración:
San Juan Bautista,
tú fuiste concebido por gracia especial de Dios
y dado como hijo a unos padres ancianos y estériles.
A través de tu concepción y nacimiento,
Dios habló al mundo diciendo que Él puede hacer cualquier cosa que quiera,
y puede derramar su gracia salvadora simplemente porque así lo desea.
Te ruego que intercedas por mí,
para que comprenda más profundamente el papel que desempeñaste en la historia
de la salvación
y esté más abierto a todo lo que Dios quiere revelar al mundo a través de tu
santa vida.
San Juan Bautista, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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