martes, 29 de julio de 2025

30 de julio del 2025: miércoles de la decimoséptima semana del tiempo ordinario-I- Memoria de San Pedro Crisólogo, Obispo y Doctor de la Iglesia


Santo del día:

San Pedro Crisólogo

Alrededor del 380–451. «Hombre, ¿por qué buscas cómo fuiste creado y no buscas de qué estás hecho?», preguntó este obispo de Rávena, apodado «Crisólogo» (palabra de oro) por su elocuencia. Doctor de la Iglesia.

 


El costo del Evangelio

(Mateo 13, 44-46) ¿Nos sorprende que vivir según el Evangelio tenga un costo? Sin embargo, Jesús ya nos lo advirtió: el Reino de los Cielos es como un tesoro o una perla preciosa, tiene un precio.

Acoger en nuestra vida las semillas del Reino implica siempre una forma de desprendimiento, de despojo.

Este empobrecimiento, por el don de nuestro tiempo y de nuestra energía, puede ser una verdadera fuente de alegría.

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin



 

Primera lectura

Éx 34,29-35

Vieron a Moisés la piel de la cara no se atrevieron a acercarse a él

Lectura del libro del Éxodo.

CUANDO Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor. Aarón y todos los hijos de Israel vieron a Moisés con la piel de la cara radiante y no se atrevieron a acercarse a él.
Pero Moisés los llamó. Aarón y los jefes de la comunidad se acercaron a él, y Moisés habló con ellos.
Después se acercaron todos los hijos de Israel, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en la montaña del Sinaí.
Cuando terminó de hablar con ellos, se cubrió la cara con un velo.
Siempre que Moisés entraba ante el Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Al salir, comunicaba a los hijos de Israel lo que se le había mandado. Ellos veían la piel de la cara de Moisés radiante, y Moisés se cubría de nuevo la cara con el velo, hasta que volvía a hablar con Dios.


Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 99(98),5.6.7.9 (R. cf. 9c)

R. ¡Santo eres, Señor, nuestro Dios!

V. Ensalcen al Señor, Dios nuestro,
póstrense ante el estrado de sus pies:
¡Él es santo! 
R.

V. Moisés y Aarón con sus sacerdotes,
Samuel con los que invocan su nombre,
invocaban al Señor, y él respondía. 
R.

V.  Dios les hablaba desde la columna de nube;
oyeron sus mandatos y la ley que les dio. 
R.

V.  Ensalcen al Señor, Dios nuestro,
póstrense ante su monte santo:
¡Santo es el Señor, nuestro Dios!
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V.  A ustedes los llamo amigos -dice el Señor-; porque todo lo que he oído a mi Padre se lo he dado a conocer.R.

 

Evangelio

Mt 13,44-46

Vende todo lo que tiene y compra el campo

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».


Palabra del Señor

 




1

El Reino vale más que todo: un encuentro que transforma y una búsqueda que enriquece

 

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Celebramos hoy la Eucaristía en este tiempo ordinario que, sin embargo, está lleno de extraordinarias enseñanzas. En el marco de este Año Jubilar, en el que el Papa nos invita a caminar como Peregrinos de la Esperanza, el Señor vuelve a hablarnos con fuerza sobre el poder transformador de su presencia y el valor incomparable de su Reino. Hoy la Palabra nos habla del encuentro personal con Dios que cambia el rostro y la vida —como le ocurrió a Moisés— y nos habla también del descubrimiento del Reino como ese tesoro o perla que lo transforma todo.

1. El rostro que resplandece: cuando Dios toca tu alma

La primera lectura del libro del Éxodo nos presenta a Moisés bajando del monte Sinaí con las tablas de la Ley. Pero algo ha cambiado en él: su rostro resplandece porque ha estado hablando con Dios. Tan fuerte es esa luz que los demás sienten temor al acercarse. Moisés debe cubrir su rostro con un velo, como si esa irradiación divina desbordara la capacidad humana de comprenderla.

Esta imagen, tan rica y simbólica, nos invita a preguntarnos: ¿qué huella deja en mí el encuentro con Dios? ¿Cómo salgo de la oración, de la Eucaristía, de la Palabra? ¿Se nota en mi rostro, en mis palabras, en mis actitudes? Moisés no es el mismo después de estar con Dios, y nosotros tampoco deberíamos serlo. Cuando la oración es verdadera, cuando la adoración es sincera, cuando el silencio se llena de la Presencia... algo cambia por dentro.

Un sacerdote anciano decía: “La prueba de una buena oración no es lo que sentiste, sino lo diferente que eres después”. ¡Qué verdad tan sencilla y tan profunda! Este Año Jubilar, en el que se nos invita a renovar nuestra fe, debe ser una oportunidad para cultivar encuentros que nos transformen: momentos de intimidad con el Señor que iluminen nuestros rostros, no con luz artificial, sino con la claridad de la fe y la paz del corazón.

2. El Reino de Dios: un tesoro que lo vale todo

Jesús, en el Evangelio de hoy, nos ofrece dos parábolas breves, pero profundamente iluminadoras: el Reino de los cielos es como un tesoro escondido, y como una perla preciosa. En ambos casos, el protagonista vende todo lo que tiene para quedarse con ese bien hallado. El mensaje es claro: cuando uno encuentra verdaderamente a Dios, ya nada le parece suficiente fuera de Él.

Notemos algo importante: el tesoro y la perla no se imponen, se descubren. El Reino no entra por la fuerza; se ofrece, se revela, se deja hallar por quienes buscan con corazón sincero. Y cuando se encuentra, no hay espacio para la tibieza. La decisión es radical: se deja todo. El Reino no es un accesorio para quienes quieren “un poco de Dios en su vida”; es el centro, es el todo, es la perla que hace que otras cosas pierdan valor.

Pero también notemos que, antes de poseerlo, hay un momento de alegría: “y lleno de alegría, fue, vendió todo lo que tenía...”. La renuncia no es amarga cuando se hace por amor. El Evangelio no nos invita al sacrificio estéril, sino al gozo que brota de haber encontrado lo que verdaderamente colma el alma.

¿Y qué es el Reino de Dios hoy para nosotros? Es Cristo mismo, su presencia salvadora, su Palabra, su Eucaristía, su proyecto de fraternidad. Es la Iglesia, comunidad del Reino, y es también cada rostro doliente que nos reclama justicia y ternura.

3. El Año Jubilar: tiempo para buscar, tiempo para encontrar

En este Año Jubilar, como peregrinos de la esperanza, estamos llamados a vivir estos dos movimientos: el de Moisés que sube al monte a encontrarse con Dios, y el del hombre que busca la perla preciosa. Ambos caminan, ambos buscan, ambos son transformados.

El Jubileo no es solo un año de celebraciones externas. Es un año de conversión interior, de renovación de nuestras motivaciones más profundas. Dios nos está diciendo: “Ven, deja que mi luz transforme tu rostro… deja que mi Reino te cautive… deja lo demás y sígueme”.

Un joven, al terminar un retiro espiritual, dijo: “Me di cuenta de que pasé años buscando mi felicidad en cosas que brillaban, pero que no iluminaban”. Y agregó: “Encontré a Cristo y ahora sé dónde está el verdadero tesoro”. Hermano, hermana, ¿no es eso lo que necesitamos en este mundo donde tantas cosas brillan pero no transforman?


Conclusión: buscar, hallar, transformar

El rostro de Moisés resplandece porque ha estado con Dios. El hombre de la parábola vende todo porque ha encontrado lo más valioso. Y tú, ¿cómo está tu rostro? ¿Qué estás dispuesto a dejar? ¿Has encontrado ya tu perla, tu tesoro, tu Reino?

Este es el tiempo propicio. Este es el momento. El Jubileo es una oportunidad para volver al monte, para volver al campo y descubrir allí la presencia transformadora de Dios.


Oremos juntos:

Señor, en este Año Jubilar queremos ser peregrinos de la esperanza.
Queremos subir al monte como Moisés y salir con el rostro resplandeciente de tu amor.
Queremos encontrar la perla preciosa que eres Tú, y dejar atrás todo lo que nos impida seguirte.
Transforma nuestra oración en encuentro verdadero.
Transforma nuestras búsquedas en hallazgos de tu Reino.
Y haz de nuestra vida un testimonio que ilumine a los demás.
Amén.


Frase para meditación final:
"El que ha encontrado a Dios, ha hallado un tesoro que no se agota, una luz que no se apaga y una paz que nada ni nadie puede quitar."

 

2

 

El precio del Reino: desprendimiento que ilumina, entrega que transforma

 

Queridos hermanos y hermanas:

En este Año Jubilar, donde se nos invita a caminar como Peregrinos de la Esperanza, la Palabra de Dios vuelve a sacudirnos con fuerza, recordándonos una verdad que muchas veces se nos escapa o nos incomoda: el Reino de Dios tiene un precio. Y no se trata de algo que se compra con dinero, sino con el desprendimiento del corazón, con el tiempo donado, con la vida ofrecida.

Hoy, en la primera lectura, el rostro de Moisés resplandece después de haber hablado con Dios. Y en el Evangelio, Jesús nos presenta dos imágenes para ayudarnos a comprender el valor incomparable del Reino: un tesoro escondido y una perla preciosa. En ambos casos, quienes los encuentran lo dejan todo con alegría para quedarse con aquello que da sentido definitivo a sus vidas.

1. El encuentro con Dios deja huellas visibles

Moisés baja del Sinaí con el rostro resplandeciente. No se ha hecho un tratamiento de belleza ni ha estado en un lugar de descanso. Ha estado cara a cara con Dios, escuchando su Palabra, recibiendo su ley, dejando que la Presencia divina lo atraviese. Y eso deja marcas.

Una de las grandes preguntas que podríamos hacernos hoy es: ¿qué rostro tengo cuando salgo de estar con el Señor? ¿Qué transmito cuando salgo de la Eucaristía, de un momento de oración, de un espacio de adoración? ¿Reflejo paz, claridad, serenidad… o sigo igual que antes?

Hermanos, cuando la oración es auténtica, transforma. No nos hace “angelicales”, pero sí más humanos, más cercanos, más comprensivos, más pacientes. El brillo en el rostro de Moisés es símbolo de una alma que ha sido tocada por Dios. También tú y yo podemos ser rostros iluminados en un mundo que camina entre sombras. Y más aún cuando nos unimos en la oración por quienes sufren: los enfermos de nuestra comunidad, las familias quebrantadas, los hogares en prueba. Que nuestra oración por ellos no sea de rutina, sino que nos lleve a iluminar con obras concretas su camino.

2. El Reino: precioso, pero exigente

El Evangelio de hoy, breve pero contundente, nos habla del costo del Reino. No es un reino superficial ni una emoción pasajera. Es un tesoro escondido que requiere búsqueda, vigilancia, y sobre todo, renuncia. Es una perla preciosa por la que vale la pena vender todo lo demás.

Jesús nos está diciendo claramente: el Reino tiene un precio. Y ese precio es el desprendimiento. No se trata de vivir en la pobreza material necesariamente, sino de una pobreza del corazón, de una libertad interior que no se ata a lo que pasa, a lo que brilla sin luz, a lo que nos promete plenitud, pero nos deja vacíos.

Esto es exigente, sí. El Evangelio cuesta. No es una religión del confort. Pero —y aquí está la clave— vale la pena. Porque quien deja algo por Cristo, encuentra una alegría que no se marchita: el empobrecimiento por el don de nuestro tiempo y nuestra energía puede ser fuente verdadera de alegría. Y ¡cuántos lo hemos visto en la vida de tantos santos, misioneros, madres, abuelos, catequistas, enfermos pacientes, servidores anónimos!

3. El Jubileo: tiempo de gracia, tiempo de elección

El Año Jubilar no es solo una celebración externa, es una oportunidad de renovación interior. Hoy el Señor nos está haciendo dos preguntas:

·        ¿Qué lugar ocupa Dios en tu vida?

·        ¿Qué estás dispuesto a dejar por Él?

Nos cuesta dar tiempo a Dios. Nos cuesta compartir con el prójimo. Nos cuesta perdonar, renunciar al ego, abandonar seguridades. Pero cuando lo hacemos, nos abrimos a una paz más profunda, a una alegría más plena, a un amor más verdadero. Ese es el Reino.

El Papa Francisco nos recordaba que la esperanza cristiana no es un optimismo barato. Es una certeza que se construye en medio de la lucha, el servicio, la entrega. Por eso, el sufrimiento de nuestros enfermos no es inútil, si se une a la cruz de Cristo. Por eso, la generosidad de las familias que viven la fe a pesar de tantas dificultades, es semilla de Reino. En ellos, en ustedes, hermanos, Dios sigue revelando su tesoro escondido.


Conclusión: ¿qué estás dispuesto a vender?

Hoy, a la luz del Evangelio, podemos preguntarnos sinceramente:

·        ¿Qué estoy dispuesto a dejar para seguir al Señor con más libertad?

·        ¿Qué me impide descubrir el tesoro del Reino?

·        ¿Estoy dispuesto a entregar mi tiempo, mis talentos, mis fuerzas, aunque me cueste, aunque duela?

No tengas miedo. Lo que dejes por Dios, Él te lo devolverá multiplicado en paz, en sentido, en plenitud.


Oración final:

Señor Jesús,
en este Año Jubilar queremos aprender el verdadero valor del Reino.
Enséñanos a buscarte como el tesoro escondido,
a dejar lo que no nos deja crecer,
a desprendernos de lo innecesario para quedarnos contigo.

Te pedimos por nuestros hermanos enfermos:
que su dolor se una a tu cruz redentora y encuentren consuelo.
Te pedimos por nuestras familias: que sean lugar de fe, esperanza y amor.

Que tu luz, como en el rostro de Moisés,
resplandezca también en nosotros,
para que otros puedan ver en nuestras vidas
que Tú eres la perla preciosa que da alegría verdadera.

Amén.

 

3

 

Tesoros que aparecen y perlas que se buscan: El Reino como don y tarea

 

Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de este día nos presenta una doble llamada del Señor: por un lado, a reconocer los tesoros que a menudo se nos presentan sin buscarlos; y por otro, a avivar el deseo del corazón para buscar lo que tiene valor eterno. Ambas actitudes están presentes en las dos parábolas que hoy escuchamos: el Reino como tesoro escondido y como perla preciosa. Dos imágenes que evocan alegría, sorpresa, desprendimiento y decisión.

Y en el fondo de ambas parábolas, una certeza: el Reino de Dios está al alcance, pero requiere ojos atentos y un corazón dispuesto.


1. Tesoros que aparecen sin buscarlos: la gracia inesperada

Jesús dice: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo, que un hombre encuentra y vuelve a esconder; lleno de alegría, va, vende todo lo que posee y compra aquel campo.”

Este hombre no estaba buscando. Estaba quizá arando, caminando, trabajando... y de repente ¡descubre un tesoro! Una imagen bellísima de lo que muchas veces sucede en nuestra vida espiritual: Dios se hace presente sin que lo esperemos. Aparece en un gesto de amor de alguien, en una palabra oportuna, en una visita inesperada, en un momento de silencio que se vuelve oración, en una enfermedad que nos hace volver a lo esencial, en un testimonio de fe que nos toca el alma.

A veces la gracia nos sorprende, y lo peor que podemos hacer es pasar de largo por indiferencia o pereza espiritual. ¡Cuántas veces hemos tenido frente a nosotros un tesoro y no nos dimos cuenta! No lo abrimos. No lo valoramos.

Por eso, este tiempo jubilar es una invitación a pedir ojos para ver y oídos para escuchar

¡Cuántas veces Dios ha sembrado sus dones en nuestro camino y no los reconocimos! Hoy, Él nos dice: “Despierta. Afina tus sentidos. El Reino ya está cerca, pero tienes que abrir los ojos del alma.”


2. La perla por la que se busca y se deja todo: el deseo activo del corazón

La segunda parábola presenta un matiz distinto: “También se parece el Reino de los cielos a un comerciante que anda en busca de perlas finas; y al encontrar una de gran valor, va, vende cuanto tiene y la compra.”

Aquí no hay sorpresa, sino búsqueda deliberada. El comerciante ya tenía perlas. Era conocedor. Pero sabía que había una perla que valía más. Y cuando la encuentra, deja todo lo demás, porque sabe que esa es la definitiva.

Este personaje representa a aquellos que, con corazón inquieto y sed de verdad, no se conforman con lo superficial. Son los buscadores de Dios: los que oran, los que preguntan, los que se abren al Espíritu, los que estudian, los que profundizan, los que dejan sus seguridades para dejarse sorprender por una nueva luz.

Y esto, hermanos, también nos interpela a nosotros. ¿Qué tanto estamos buscando a Dios con sinceridad? ¿Qué lugar tiene en nuestra vida diaria el anhelo del Reino? ¿Cuánto estamos dispuestos a dejar para que Cristo sea realmente el centro?

La búsqueda auténtica del Reino implica decisiones valientes: dejar el pecado, cortar con lo que nos ata, salir de nosotros mismos, entregar tiempo, talentos, proyectos. Y esto tiene un precio, pero también una recompensa de alegría que el mundo no puede dar.


3. Dos caminos, una sola meta: reconocer y decidir

Estas dos parábolas, aunque diferentes, se complementan: a veces el Reino llega como don inesperado; otras, se alcanza como fruto de una búsqueda perseverante. En ambos casos, hay un mismo denominador: quien lo descubre, lo reconoce como lo más valioso y actúa con decisión. No hay espacio para la tibieza. Se vende todo. Se apuesta todo.

Así también, en nuestra comunidad parroquial, Dios se revela constantemente:

  • En los enfermos que unen su dolor a la cruz de Cristo y nos enseñan a confiar.
  • En las familias que perseveran en medio de tantas pruebas, y siguen sembrando fe en sus hijos.
  • En los jóvenes que buscan su vocación con temor pero también con esperanza.
  • En los ancianos que nos enseñan con su sabiduría y fidelidad silenciosa.

El Reino está allí, escondido en esos campos humildes. ¿Lo descubrimos? ¿Lo valoramos? ¿Estamos dispuestos a dejarlo todo para poseerlo?


Conclusión: tiempo de redescubrir lo esencial

El Año Jubilar no es un paréntesis devocional. Es un kairos, un tiempo fuerte, un llamado del Espíritu a volver al tesoro, a buscar la perla, a recuperar el asombro por las cosas de Dios.

Pidamos hoy, con fe, tener los ojos abiertos para reconocer los tesoros de gracia que Dios ya ha sembrado en nuestra vida. Y al mismo tiempo, el corazón valiente para buscar sin descanso lo que realmente vale la pena.


Oración final:

Señor Jesús,
tú eres el Tesoro escondido, la Perla preciosa,
el único que puede llenar el corazón humano.

Te damos gracias por las sorpresas de tu gracia,
por los momentos inesperados en que te haces presente.

Abre nuestros ojos para reconocer tus dones,
abre nuestros oídos para escuchar tu voz,
abre nuestro corazón para responderte con generosidad.

Te encomendamos hoy a nuestros hermanos enfermos,
que en su debilidad descubran la fuerza de tu Reino.
A nuestras familias, para que sean lugar de fe y amor verdadero.

Que no nos dejemos llevar por la rutina ni la indiferencia,
sino que vivamos este Jubileo como una búsqueda apasionada de Ti.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

 

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30 de julio: San Pedro Crisólogo, Obispo y Doctor de la Iglesia — Memoria opcional
c. 380 o 406 – c. 450
Patrono de Imola, Italia
Invocado contra las fiebres y los perros rabiosos
Proclamado Doctor de la Iglesia por el Papa Benedicto XIII en 1729




Cita:

“Te exhortamos en todo, honorable hermano, a obedecer lo que ha sido escrito por el santísimo papa de la ciudad de Roma, porque el bienaventurado Pedro, que vive y preside en su propia sede, proporciona la verdad de la fe a quienes la buscan. Pues nosotros, por amor a la paz y la fe, no podemos juzgar cuestiones de fe sin el consentimiento del obispo de Roma.”
~San Pedro Crisólogo, Carta a Eutiques


Reflexión:

San Pedro Crisólogo nació en Imola, en la actual Italia, durante un período de gran agitación en la Iglesia y en el Imperio Romano. En el año 410, cuando Pedro tenía aproximadamente cuatro años, Roma fue saqueada por los visigodos, lo que dio paso a una época de corrupción política y dificultades económicas. También fue una era marcada por emperadores romanos de breve y débil mandato, lo que agudizó la inestabilidad general.

A nivel eclesial, el arrianismo y otras herejías provocaban divisiones profundas, especialmente entre Oriente y Occidente. Pedro fue testigo del surgimiento de nuevas herejías y se convirtió en un ardiente defensor de la fe de la Iglesia. No existen datos fiables sobre su juventud, ni siquiera sobre su fecha exacta de nacimiento, que varía entre los años 380 y 406.

En Imola, Pedro desarrolló una estrecha relación con el obispo local, Cornelio, quien se cree que lo bautizó, educó y ordenó como archidiácono para la diócesis de Imola. Pedro consideraba a Cornelio como su padre espiritual y elogiaba su virtud manifiesta.

Hacia el año 433, al fallecer el obispo de Rávena, el clero y el pueblo de esa diócesis buscaron un nuevo pastor. Solicitaron al obispo Cornelio que fuera a Roma para obtener el consentimiento del Papa Sixto III sobre el candidato elegido por ellos. Según la tradición, Cornelio llevó consigo al archidiácono Pedro. La noche antes de reunirse con el papa, este tuvo una visión en la que vio a san Pedro Apóstol y a san Apolinar, el primer obispo de Rávena, con el archidiácono Pedro de pie junto a Apolinar. Al día siguiente, al ver a Pedro junto a Cornelio, el papa lo eligió como nuevo obispo de Rávena.

Rávena, en ese entonces capital del Imperio Romano de Occidente, permitió al nuevo obispo entrar en contacto con el emperador. Tras su ordenación episcopal, Pedro fue admirado por su predicación y su estilo de vida santo y penitente. También se ganó el aprecio del emperador cristiano Valentiniano III y de su piadosa madre, Gala Placidia. Es posible que haya sido ella quien le otorgó el sobrenombre “Crisólogo”, que significa “boca de oro”, en referencia a su poderoso estilo de predicación.

Pedro Crisólogo pronunció sermones singulares, de los cuales se conservan aproximadamente 176. Eran breves, con fundamento en las Escrituras, y a menudo centrados en la Persona de Cristo y las consecuencias de su Encarnación. Su enfoque era eminentemente evangélico: buscaba tocar corazones y mover voluntades, más que elaborar tratados teológicos. Gala, activamente comprometida en obras de caridad y en la construcción de iglesias, colaboró con él en la edificación de varios templos en Rávena.

Durante ese período, la Iglesia enfrentaba nuevas controversias sobre la naturaleza de Cristo. Surgió la herejía conocida como monofisismo. Eutiques, un monje de Constantinopla, enseñaba que, tras la Encarnación, la naturaleza humana de Cristo fue absorbida por su naturaleza divina, resultando en una sola naturaleza divina. Aunque distinta del arrianismo —que negaba la divinidad de Cristo—, esta herejía igualmente contradecía la doctrina ortodoxa definida en el Concilio de Nicea (325), que afirmaba las dos naturalezas de Cristo, divina y humana, unidas perfectamente en una sola Persona.

Cuando Eutiques buscó apoyo para su postura herética, Pedro le escribió una carta firme pero compasiva, exhortándolo a someterse a la autoridad del papa. Aunque la carta se ha perdido, parte de su contenido fue conservado en las Actas del Concilio de Calcedonia.

San Pedro Crisólogo comprendía profundamente la importancia de la precisión doctrinal. Reconocía que Jesucristo era el Hijo de Dios, plenamente divino, consustancial con el Padre y el Espíritu Santo. Al mismo tiempo, afirmaba que el Hijo eterno asumió la naturaleza humana, uniendo en sí mismo la divinidad y la humanidad para redimir al hombre. Por tanto, Jesús era verdadero Dios y verdadero hombre, uniendo en su Persona ambas naturalezas para ofrecer la salvación.

Como obispo de Rávena, Pedro defendió con vigor la fe pura contra el monofisismo y presentó a Cristo Salvador a través de sus homilías breves, profundas y bien articuladas. Aunque murió antes de que la Iglesia condenara oficialmente el monofisismo en el Concilio de Calcedonia (451), sus cartas, sermones e influencia prepararon el camino para que otros siguieran la doctrina verdadera.

Durante sus aproximadamente 27 años como obispo, promovió intensamente las prácticas religiosas como la comunión diaria, el ayuno, la limosna, la penitencia cuaresmal y la piedad personal, con un constante enfoque en la salvación de las almas.

No fue sino hasta 1729 cuando el papa Benedicto XIII lo declaró Doctor de la Iglesia. Este reconocimiento subraya el valor duradero de sus enseñanzas. Aunque vivió hace más de 1500 años, su doctrina sobre Cristo sigue siendo relevante, clara y profunda. Sus palabras todavía resuenan en documentos oficiales de la Iglesia, en el Oficio de Lecturas y en la lectura espiritual.

Al honrar hoy a este obispo del siglo V, recordamos que la verdad es eterna. Ya venga del Antiguo Testamento, del Nuevo, de los Padres de la Iglesia o de un obispo del siglo V, cuando se proclama la verdad, es válida para todas las épocas. Reflexionemos sobre la clara comprensión de la naturaleza de Cristo que San Pedro Crisólogo defendió y enseñó con pasión. Demos gracias por los grandes santos que allanaron el camino de la fe, construyendo la base de verdad sobre la cual hoy nosotros caminamos.


Oración:

San Pedro Crisólogo, tú fuiste un firme defensor de la verdadera naturaleza de Cristo, un predicador elocuente y un pastor entregado a la salvación de las almas.
Ruega por mí, para que yo llegue a comprender más profundamente el misterio de Cristo y, con esa comprensión, pueda entregarme más plenamente a su servicio.

San Pedro Crisólogo, ruega por mí.
Jesús, en ti confío.

 

Referencias:


https://padregusqui.blogspot.com/2017/08/2-de-agosto-del-2017-miercoles-de-la.html


https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-07-30


https://catholic-daily-reflections.com/2025/07/29/discovering-the-riches-of-heaven-4/


https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/july-30---saint-peter-chrysologus-bishop-and-doctor/

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