jueves, 11 de diciembre de 2025

12 de diciembre del 2025: Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, Patrona de América Latina

 

Santo del día:

Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, Patrona de América Latina

La Virgen mestiza se apareció a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin los días 9 y 12 de diciembre de 1531 en el cerro del Tepeyac, cerca de la Ciudad de México. Nuestra Señora de Guadalupe es la patrona de las Américas y de la Diócesis de Basse-Terre (Guadalupe). 

 


Un signo de salvación

(Lucas 1, 39-48)) Los modos de actuar de Dios suelen desconcertarnos.

¿Quién habría podido imaginar que ama al ser humano hasta el punto de querer hacerse carne, de pasar por todo el proceso físico que conduce al nacimiento?

Nuestro canto no puede ser sino un grito de acción de gracias en honor de María, que fue la primera en entrar en el plan de Dios para la salvación del mundo.

 Lise Lachance


Primera lectura

Is 7, 10-14; 8, 10b

Miren: la virgen está encinta

Lectura del libro de Isaías.

EN aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».
Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿no les basta cansar a los hombres, que cansan incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, les dará un signo.
Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, porque con nosotros está Dios».

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 66, 2-3. 5. 7-8 (R.: 4)

R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.


V. Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. 
R.

V. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. 
R.

V. La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. R.

 

Evangelio

Lc 1, 39-47

Bienaventurada la que ha creído

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».

Palabra del Señor

 

1

 

Hermanos y hermanas, hoy celebramos a Santa María de Guadalupe, Madre cercana, discípula misionera, y patrona de nuestra América Latina. Venimos con nuestras luces y sombras, con nuestras heridas personales y colectivas, con nuestros cansancios, nuestras luchas, nuestros pueblos marcados por la fe, pero también por la desigualdad, la violencia, la soledad, las enfermedades del cuerpo y las del corazón. Y en el marco del Jubileo, nos reconocemos peregrinos de esperanza: caminantes que no niegan el dolor, pero que se niegan a vivir sin horizonte.

1) “El Señor mismo les dará una señal” (Isaías 7,10-14; 8,10)

La primera lectura nos habla de una señal: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”, que significa “Dios-con-nosotros”.
Dios no se limita a enviar ideas, normas o mensajes desde lejos. Dios se acerca. Dios entra en nuestra historia. Dios toma un rostro, una carne, un idioma, una cultura, una familia. Y esto, puede resultarnos desconcertante: ¿cómo puede el Infinito hacerse pequeño? ¿Cómo puede la Santidad entrar en lo frágil?

Pero esa es la lógica del amor: el amor verdadero se compromete, se encarna, se acerca, se deja tocar. Y para nosotros, que tantas veces vivimos la fe como obligación o miedo, hoy la Palabra nos devuelve lo esencial: la fe es encuentro con un Dios que se hizo cercano.

Guadalupe, en el corazón creyente de América, es precisamente eso: una señal de que Dios no ha abandonado a sus hijos. No es una “decoración piadosa” de nuestra religiosidad; es un recordatorio maternal: Dios está con nosotros, especialmente cuando estamos heridos, confundidos o a punto de rendirnos.

2) “Que Dios tenga piedad y nos bendiga” (Salmo 67)

El salmo es una oración luminosa: “Que Dios tenga piedad y nos bendiga… que canten de alegría las naciones.”
Hoy pedimos bendición, sí… pero no como quien pide “suerte”, sino como quien suplica vida nueva, caminos abiertos, y sobre todo sanación: sanación de la memoria, sanación de la culpa, sanación de la tristeza, sanación de los resentimientos, sanación de la violencia que se nos mete hasta en el lenguaje.

Y aquí entra la intención penitencial de esta celebración: para que la bendición sea fecunda, el corazón necesita verdad. La gracia no es maquillaje; es medicina. Y la medicina de Dios comienza cuando decimos con humildad: “Señor, me duele esto… Señor, me equivoqué… Señor, me he endurecido… Señor, he perdido la alegría… Señor, ya no puedo solo”.

La bendición del salmo no es para “los perfectos”. Es para el pueblo que vuelve a Dios.

3) María se pone en camino: la santidad tiene prisa de amar (Lucas 1,39-48)

El Evangelio nos presenta una escena preciosa: María, recién visitada por el ángel, no se encierra en sí misma. María no se queda contemplando su “privilegio”. María se levanta y se pone en camino hacia la casa de Isabel.

Aquí hay una clave pastoral para nuestro tiempo: cuando uno lleva a Cristo por dentro, se vuelve capaz de salir de sí. La fe auténtica no nos deja instalados; nos vuelve servidores. María no va a “lucirse” ni a “recibir aplausos”. Va a ayudar. Va a acompañar. Va a estar.

Y cuando María llega, sucede algo hermoso: Isabel se llena del Espíritu Santo, el niño salta de alegría en su vientre, y aparece la gran bienaventuranza: “¡Feliz tú que has creído!”
No dice: “Feliz tú que lo entiendes todo”. Dice: “Feliz tú que has creído”.

Hermanos, ¡cuánta gente hoy sufre porque cree que no vale si no controla, si no entiende, si no tiene todo resuelto! Y el Evangelio nos libera: Dios no nos pide control absoluto; nos pide confianza.

María es feliz porque confía. Y confía incluso cuando no ve el final del camino.

4) Guadalupe: la ternura de Dios para los que sufren en el alma y en el cuerpo

Hoy queremos poner en el corazón de la Virgen —con nombre latinoamericano— a los que sufren:

·        Los que sufren en el cuerpo: enfermos, ancianos, personas con tratamientos largos, quienes viven dolor crónico, quienes no pueden dormir, quienes cargan limitaciones que cansan la paciencia.

·        Los que sufren en el alma: personas con ansiedad, depresión, duelo no resuelto, culpa, adicciones, heridas afectivas, traumas, pensamientos oscuros, soledad.

Hay dolores del alma que no se ven, pero pesan más que una fiebre. Y por eso hoy nuestra oración es también penitencial: porque a veces, sin querer, hemos sido duros con el dolor ajeno; hemos dicho frases rápidas como si la vida fuera simple; hemos juzgado al que no puede levantarse; hemos llamado “falta de fe” a lo que era un grito de ayuda.

María, en la Visitación, nos enseña a hacer lo contrario: ir, acompañar, escuchar, servir.

Y Guadalupe, Madre de los pueblos, nos recuerda que el Evangelio no aplasta culturas: las ilumina y las eleva. Dios entra en nuestra historia concreta.

5) En clave jubilar: peregrinos de esperanza con María

En el Año Jubilar, la Iglesia nos invita a caminar como peregrinos de esperanza. ¿Cómo se ve esa esperanza hoy, aquí, con Guadalupe?

·        Esperanza que se confiesa: volver a Dios en el sacramento de la Reconciliación. La penitencia no es tristeza; es volver a casa.

·        Esperanza que visita: como María, ir hacia alguna “Isabel” concreta: un enfermo, un anciano solo, un familiar con quien estamos distanciados.

·        Esperanza que bendice: cambiar el lenguaje: menos queja, menos agresión, menos condena… y más palabras que levanten.

·        Esperanza que sirve: una obra de misericordia concreta esta semana: alimento, escucha, perdón, ayuda material, una llamada, una presencia.

·        Esperanza que ora: rezar el Rosario con el corazón, no como rutina, sino como quien se toma de la mano de su Madre para no soltarse de Cristo.

6) Tres frases para llevar en el corazón hoy

1.    Dios no te ama desde lejos: se hizo Emmanuel, Dios contigo.

2.    La fe no es entenderlo todo: es confiar y ponerse en camino.

3.    María no reemplaza a Cristo: nos lo lleva, y nos enseña a servir.


Oración final (para cerrar la homilía)

Santa María de Guadalupe,
Madre tierna de América Latina,
toma en tus manos nuestras culpas y nuestras heridas.
Llévanos a Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros.

Consuela a los que sufren en el alma y en el cuerpo;
haznos humildes para pedir perdón
y valientes para comenzar de nuevo.

En este Año Jubilar,
haz de nosotros peregrinos de esperanza:
que visitemos, que acompañemos, que sirvamos,
y que cantemos con nuestra vida
las maravillas del Señor.
Amén.

 

2

 

Hermanos y hermanas, hoy la Iglesia nos pone ante una verdad consoladora: María es la gran evangelizadora, no por discursos, sino porque lleva a Jesús. En Guadalupe, esa misión se vuelve historia concreta: una Madre que sale al encuentro de un pueblo herido para decirle, con ternura y firmeza, que Dios está cerca.

1) “No temas… concebirás y darás a luz”

El anuncio del ángel —“No temas, María… concebirás y darás a luz”— nos revela el estilo de Dios: no conquista por fuerza; entra por la puerta humilde de la vida. Dios nos desconcierta: se hace niño, se hace dependiente, se hace cercano.
Y María, con su sí, se convierte en el primer “Evangelio vivo”: la mujer que cree y deja que Dios actúe.

Hoy muchos tienen miedo: miedo al futuro, a la enfermedad, a la crisis económica, a la soledad, a no ser suficientes. Y a todos, el cielo repite: “No temas”. No como consigna fácil, sino como promesa: Emmanuel, Dios con nosotros.

2) La señal: Emmanuel y la bendición para los pueblos

Isaías anuncia la señal: “La Virgen concebirá… y le pondrá por nombre Emmanuel”. Y el salmo responde con el deseo misionero: “Que te alaben los pueblos, oh Dios, que todos los pueblos te alaben”.
Guadalupe es justamente esa síntesis: una señal para los pueblos. María no viene a entretener la fe; viene a confirmar el Evangelio y a encender esperanza donde parecía apagada.

Y aquí entra nuestro marco jubilar: si somos peregrinos de esperanza, no caminamos solo para “cumplir”, sino para dejar que Dios vuelva a bendecir la tierra con su misericordia, empezando por nuestro corazón.

3) María evangeliza visitando: lleva a Cristo y nace la alegría (Lc 1,39-48)

El Evangelio no muestra a María “instalada”, sino en salida: “se puso en camino y fue aprisa”. La evangelización empieza así: con una visita, con una presencia, con una caridad concreta.
Cuando María llega, sucede lo imposible: el niño salta de alegría, Isabel se llena del Espíritu, y brota la alabanza. Esto es precioso: cuando llega Cristo, algo revive por dentro.

Por eso, si hoy nos sentimos con el alma cansada, la fe no nos pide teatro ni máscaras: nos invita a dejarnos visitar por Dios… y luego a visitar nosotros. Hay personas que no necesitan sermones; necesitan que alguien llegue y diga: “Aquí estoy contigo”.

4) Guadalupe: la Madre que evangeliza en la lengua del pueblo y sana sus heridas

Hay un detalle clave: María habla al corazón del pueblo, se hace comprensible, se hace cercana, y pide un lugar de encuentro: una casita, un santuario, un espacio para que el pueblo diga: “Aquí está mi Madre; aquí puedo volver a empezar”.

Hoy también hay “pueblos conquistados” por otras fuerzas: la desesperanza, la droga, la violencia intrafamiliar, la pornografía, la corrupción, el cinismo, la depresión, la ansiedad. Y María sigue haciendo lo mismo: no humilla, no aplasta, no acusa; evangeliza con compasión y conduce a Jesús.

5) Intención penitencial y por los que sufren: la evangelización empieza por el corazón herido

En esta fiesta queremos pedir perdón:

·        Por las veces que hemos anunciado a Cristo con dureza y no con misericordia.

·        Por las veces que hemos juzgado el dolor ajeno, especialmente el dolor del alma, que no se ve.

·        Por las veces que hemos callado cuando debimos defender la dignidad del otro.

Y suplicamos por quienes sufren en el cuerpo y en el alma: enfermos, personas con tratamientos largos, ancianos solos; y también quienes cargan duelos, ansiedad, ataques de pánico, tristeza profunda, heridas afectivas, pensamientos oscuros.
Guadalupe nos enseña que el Evangelio no se predica desde una tarima: se predica tocando llagas con ternura, como una Madre.

6) En clave jubilar: peregrinos de esperanza con María, “la gran evangelista”

¿Qué nos pide hoy la Virgen de Guadalupe, en este Jubileo?

·        Volver a Jesús: no a una idea, sino a una relación viva (Eucaristía, Palabra, oración real).

·        Reconciliarnos: confesar con humildad. La misericordia no es premio; es medicina.

·        Evangelizar como María: con visita, escucha, servicio, presencia.

·        Ser Iglesia que protege la dignidad: especialmente la de los pobres, los heridos, los migrantes, los niños, los descartados.

·        Sostener la esperanza: en casa, en el trabajo, en la comunidad, con obras concretas de misericordia.

7) Tres frases para llevar hoy

1.    María evangeliza llevando a Jesús: donde llega Ella, Cristo se hace cercano.

2.    La fe se vuelve misión cuando se vuelve visita: “se puso en camino y fue aprisa”.

3.    Guadalupe es señal de que Dios no abandona a los heridos: su amor se encarna y consuela.


Oración final

Virgen Santísima de Guadalupe, Madre y evangelizadora de los pueblos,
mira nuestras heridas y nuestros miedos.
Alcanza para nosotros un corazón penitente y nuevo.

Intercede por los que sufren en el alma y en el cuerpo:
consuela, fortalece, acompaña y sana.

En este Año Jubilar, haznos peregrinos de esperanza,
y misioneros como tú: humildes, cercanos, valientes,
para que muchos vuelvan a tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador.
Amén.

 

 

12 de diciembre:

Nuestra Señora de Guadalupe
Patrona de las Américas

 


Cita:


“No se turbe tu corazón. No temas esa enfermedad, ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi protección? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás felizmente dentro de mi amparo? ¿Qué más deseas? No te aflijas ni te inquietes por nada.”


~Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego


Reflexión

Entre 1428 y 1521, el Imperio azteca prosperó en lo que hoy es el centro de México. Este imperio comenzó con una alianza entre tres ciudades-estado: Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, lo que les permitió dominar la región. En 1521, el conquistador español Hernán Cortés encabezó a su ejército de españoles y a miembros de la tribu indígena tlaxcalteca en una batalla contra los aztecas, derrotándolos y capturando su ciudad capital. Los conquistadores establecieron entonces la Nueva España en el territorio y reconstruyeron la capital, que llegaría a ser la Ciudad de México.

Durante los diez años siguientes, misioneros franciscanos llegaron en barcos españoles para atender las necesidades espirituales de los nuevos colonos y para compartir el Evangelio con los nativos. Comprensiblemente, muchos de los nativos se mostraban escépticos ante esta nueva fe, ya que los franciscanos también eran españoles. Muchos colonos españoles oprimieron a los nativos, a pesar de los continuos intentos de los misioneros por convencer a los colonos de que trataran a los nativos con respeto y caridad. A pesar de las dificultades, algunos nativos comenzaron a convertirse, recibir el Bautismo y buscar una catequesis continua. Entre los primeros convertidos a la fe católica estuvieron un campesino llamado Cuauhtlatoatzin y su esposa. Al recibir el bautismo hacia el año 1524, se les dieron los nombres cristianos de Juan Diego y María Lucía.

En 1527, Juan de Zumárraga, un franciscano de España, fue nombrado primer obispo de la Nueva España y llegó a la Ciudad de México un año después. De inmediato comenzó a fortalecer los esfuerzos para atender a los colonos españoles, compartir el Evangelio con los nativos y asegurar que los colonos y soldados trataran a los nativos con respeto.

Después de sus bautismos, Juan Diego y María Lucía comenzaron a practicar su fe mientras continuaban su formación. La mayoría de los registros indican que María murió hacia el año 1529. Juan creció en la fe, y algunos miembros de su familia extendida también se convirtieron. El 9 de diciembre de 1531, la vida de Juan Diego cambió para siempre, y la Madre de Dios fortaleció de inmediato los esfuerzos de los misioneros. Juan caminaba de madrugada cierta distancia hasta la ciudad cercana de Tlatelolco para asistir a la Misa diaria y a la clase de catecismo. Al pasar por el cerro del Tepeyac, se le apareció una mujer celestial. Se manifestó como una mujer mestiza, mezcla de herencia española e indígena, de piel morena y largo cabello negro suelto. Detrás de ella había un óvalo de rayos resplandecientes que semejaban el sol. Vestía una túnica color rosa y un manto verde azulado, adornado con estrellas de oro y un borde dorado. Sobre su vientre abultado había un lazo con un diseño floral de cuatro pétalos que representaba abundante vida nueva. Llevaba una borla negra sobre el vientre, señal azteca de embarazo. Estaba de pie sobre una luna creciente sostenida por un ángel. Su apariencia general era de gran santidad, paz, mansedumbre y alta nobleza.

Apenas se apareció, habló a Juan en su lengua náhuatl, refiriéndose a él con cariño como “Juanito, Juan Dieguito…” (mi pequeño Juan, mi querido Juan Diego), y presentándose amorosamente como la Siempre Virgen María, Madre de Dios. Le dijo a Juan que quería que se construyera una iglesia en ese mismo lugar en su honor, y le indicó que informara al obispo Zumárraga de su petición. Juan lo hizo ese mismo día, pero el obispo necesitaba tiempo para pensar sobre su solicitud. Juan regresó entonces a su casa por el mismo camino y volvió a encontrarse con la Madre de Dios en el mismo lugar. Con pesar le informó que el obispo no había aceptado su petición y, humildemente, le sugirió que eligiera a alguien más importante para la tarea, para que el obispo accediera con mayor facilidad. Sonriendo, la Santísima Virgen María le comunicó a Juan que él era su elegido y que debía volver para renovar su petición ante el obispo.

A la mañana siguiente, 10 de diciembre, Juan hizo lo que la Madre de Dios le había pedido. Regresó a la residencia del obispo y le informó que la Virgen María se le había aparecido por segunda vez, reiterando su solicitud. Esta vez, el obispo pareció más dispuesto y le dijo a Juan que, si la Madre de Dios se le aparecía una tercera vez, le pidiera una señal para que el obispo pudiera estar seguro de que la petición venía de ella. Mientras regresaba a casa, la Virgen María se le apareció por tercera vez en el mismo lugar, y Juan le comunicó la petición del obispo. La Madre de Dios aceptó y le indicó que regresara a su lugar de encuentro al día siguiente.

Al día siguiente, el tío de Juan, Juan Bernardino, enfermó repentinamente con gravedad, por lo que Juan permaneció con él todo el día y no pudo ir a encontrarse con su Madre del cielo. Muy temprano a la mañana siguiente, el estado de Juan Bernardino empeoró, así que Juan Diego se dirigió a la ciudad para pedir a un sacerdote que fuera a ungirlo. Como tenía prisa y temía ser retrasado por la Madre de Dios, Juan tomó una ruta alternativa hacia la ciudad, pero la Madre de Dios se le apareció también en esa ruta. Cuando Juan le informó de la enfermedad de su tío, la Madre de Dios exclamó con amor: “¿No estoy yo aquí, yo que soy tu madre?” Le aseguró que ya había curado a su tío, lo cual se confirmó cuando Juan llegó a casa y su tío le contó que él también había tenido una aparición de la Madre de Dios, quien lo sanó. Mientras tanto, la Madre de Dios pidió a Juan que subiera a un cerro donde encontraría rosas que no florecían en esa época del año. Así lo hizo, las cortó y regresó con ellas. Ella acomodó las rosas en su tilma (manto) y le dijo que fuera a ver al obispo y le mostrara las rosas como prueba. Entonces Juan partió hacia la residencia del obispo.

Al llegar, Juan esperó durante mucho tiempo. Cuando por fin lo anunciaron y entró a la residencia del obispo, abrió su tilma y dejó caer las rosas al suelo, diciendo al obispo que esa era la señal que había pedido. Al hacerlo, la Madre de Dios imprimió su imagen en la tilma de Juan, tal como se le había aparecido. El obispo cayó de rodillas y la veneró. El obispo conservó la tilma en su capilla hasta que construyó una capilla conforme a los deseos de la Madre de Dios. El obispo Zumárraga encabezó una solemne procesión hacia la nueva capilla del cerro del Tepeyac, donde entronizó la tilma el 26 de diciembre de 1531. Juan quedó tan transformado por la experiencia que pidió con éxito al obispo permiso para construir una choza cercana y vivir como ermitaño y guardián de la imagen. Desde entonces, su vida de oración se hizo más profunda y sus virtudes se volvieron cada vez más evidentes. La historia se difundió rápidamente entre los pueblos aztecas de todas las tribus; muchos acudieron a venerar la santa imagen, mientras Juan Diego ofrecía hospitalidad y más detalles que inspiraron numerosas conversiones.

Se cree que la tilma en sí es milagrosa por muchas razones. La tela en la que está impresa la imagen está hecha de fibra de cactus y normalmente se desintegra después de unos quince años. Sin embargo, la tilma tiene ahora casi 500 años y está en perfecto estado. La imagen no parece haber sido pintada por manos humanas. No hay marcas de pincel y se ha mantenido viva a lo largo de los años sin desvanecerse. Con técnicas científicas modernas no se ha encontrado ningún boceto subyacente. Los ojos de la Virgen han sido examinados con aumento y, según se informa, revelan el reflejo del obispo arrodillado junto con otras personas cercanas. En 1921, una bomba explotó junto a la imagen en un intento de destruirla, doblando una gruesa cruz-medalla del mismo altar, pero dejando la imagen intacta.

Quizás la mayor señal del carácter milagroso de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe sea el impacto espiritual que ha tenido sobre los pueblos nativos de México y en todo el mundo. El hecho de que Nuestra Señora apareciera como una mezcla de nativos y españoles fue su manera de comunicar a los nativos que Dios quería que estuvieran abiertos al mensaje del Evangelio predicado por los misioneros españoles. El obispo que construyó la capilla, los sacerdotes que sirvieron allí y, especialmente, el propio nativo Juan Diego podían ser dignos de confianza, y el mensaje que tenían para compartir venía del cielo. Siguieron milagros y las conversiones se produjeron a un ritmo nunca antes visto por los misioneros. Nuestra Señora se mostró como la más grande de las evangelizadoras. Su aparición como mezcla de español e indígena también envió un mensaje a los españoles: debían tratar a sus nuevos vecinos como familia.

Hoy, la Basílica donde se custodia la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe sigue siendo uno de los lugares más sagrados de inspiración y peregrinación en las Américas. Ella es Patrona de las Américas y es especialmente venerada en México. Al honrar esta aparición sagrada de la Madre de Dios, contempla el milagro permanente de la tilma de casi 500 años de san Juan Diego. A este hombre sencillo y humilde, Dios le envió a su Madre como misionera; por medio de él, el mensaje de la Santísima Virgen María resuena hoy.


Oración

Queridísima Madre, Reina del Cielo y de la Tierra, Siempre Virgen y Señora de Guadalupe: tu amor por los pueblos de Centroamérica te llevó a aparecerte a un humilde cristiano y a confiarle una tarea sagrada. Su disponibilidad para cumplir tu voluntad condujo a la conversión de innumerables personas que ahora pasarán su eternidad contigo en el Cielo. Te ruego que intercedas por mí y por las Américas, para que nunca nos apartemos de tu divino Hijo y dependamos siempre de tu intercesión maternal. Nuestra Señora de Guadalupe, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

 

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