lunes, 24 de noviembre de 2025

25 de noviembre del 2025: martes de la trigésima cuarta semana del tiempo ordinario- I


El refugio

(Lucas 21, 5-11) «¿Dónde encontrar apoyo cuando el mundo que nos rodea parece presa de la locura, cuando la precariedad de nuestras instituciones y de nuestras obras se hace dolorosamente evidente, cuando comprendemos que la realidad se nos escapa de las manos?

Jesús nos invita implícitamente a buscar en Dios nuestra estabilidad, a construir nuestra morada sobre la roca de su Palabra, a poner en Él nuestra esperanza.

¿Acaso no es Dios para nosotros “refugio y fuerza, un socorro siempre ofrecido en la angustia” (Sal 45 [46], 2)?

Emmanuelle Billoteau, ermite

 


Primera lectura

Dan 2, 31-45

Dios suscitará un reino que nunca será destruido, y acabará con todos los reinos

Lectura de la profecía de Daniel.

EN aquellos días, dijo Daniel a Nabucodonosor:
«Tú, oh rey, estabas mirando y apareció una gran estatua. Era una estatua enorme y su brillo extraordinario resplandecía ante ti, y su aspecto era terrible. Aquella estatua tenía la cabeza de oro fino, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro, y los pies de hierro mezclado con barro.
Mientras estabas mirando, una piedra se desprendió sin intervención humana, chocó con los pies de hierro y barro de la estatua, y los hizo pedazos. Se hicieron pedazos a la vez el hierro y el barro, el bronce, la plata y el oro, triturados como paja de una era en verano; el viento los arrebató y desaparecieron sin dejar rastro. Y la piedra que había deshecho la estatua creció hasta hacerse una montaña enorme que ocupaba toda la tierra».
«Este era el sueño; ahora explicaremos al rey su sentido:
Tú, ¡oh rey, rey de reyes!, a quien el Dios del cielo ha entregado el reino y el poder, y el dominio y la gloria, y a quien ha dado todos los territorios habitados por hombres, bestias del campo y aves del cielo, para que reines sobre todos ellos, tú eres la cabeza de oro.
Te sucederá otro reino menos poderoso; después, un tercer reino de bronce, que dominará a todo el orbe.
Vendrá después un cuarto reino, fuerte como el hierro; como el hierro destroza y machaca todo, así destrozará y triturará a todos.
Los pies y los dedos que viste, de hierro mezclado con barro de alfarero, representan un reino dividido, aunque conservará algo del vigor del hierro, porque viste hierro mezclado con arcilla. Los dedos de los pies, de hierro y barro, son un reino a la vez poderoso y débil. Como viste el hierro mezclado con la arcilla, así se mezclarán los linajes, pero no llegarán a fundirse uno con otro, lo mismo que no se puede fundir el hierro con el barro.
Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido, ni su dominio pasará a otro pueblo, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, y él durará por siempre.
En cuanto a la piedra que viste desprenderse del monte sin intervención humana, y que destrozó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro, esto significa lo que el Dios poderoso ha revelado al rey acerca del tiempo futuro.
El sueño tiene sentido y la interpretación es cierta».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Dan 3, 57a. 58a. 59a. 60a. 61a (R.: 59b)

R. ¡Ensálcenlo con himnos por los siglos!

V. Criaturas todas del Señor, bendigan al Señor. R.

V. Cielos, bendigan al Señor. R.

V. Ángeles del Señor, bendigan al Señor. R.

V. Aguas del espacio, bendigan al Señor. R.

V. Ejércitos del Señor, bendigan al Señor. R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Sé fiel hasta la muerte —dice el Señor— y te daré la corona de la vida. R.

 

Evangelio

Lc 21, 5-11

No quedará piedra sobre piedra

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contemplan, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Miren que nadie los engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayan tras ellos. Cuando oigan noticias de guerras y de revoluciones, no tengan pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.

Palabra del Señor.

 

1

 

I. Introducción: cuando el mundo se sacude y buscamos un refugio

 

Queridos hermanos:

Hay momentos en los que sentimos que el mundo se desordena, que lo que era estable comienza a crujir, que lo seguro deja de serlo. Las instituciones se vuelven frágiles, los proyectos humanos parecen tambalear, la vida personal se sacude… y experimentamos un cierto desamparo.

Las lecturas de hoy, en este final de año litúrgico, nos colocan precisamente allí: en la pregunta por el refugio verdadero, en la necesidad de encontrar un lugar firme cuando todo parece incierto.

Hoy se nos formula una pregunta profunda: ¿dónde encontrar apoyo cuando la realidad se nos escapa?
Y nos da la clave: Jesús nos invita a apoyarnos en Dios como refugio, fuerza y esperanza.

Ese es también el gran mensaje para un Tiempo Jubilar: volver a la Roca que no se quiebra, volver a Dios como refugio.


II. La Palabra de Dios: dos luces complementarias

Hoy la liturgia nos da dos textos que se iluminan mutuamente:

1. Daniel: la verdad sobre los “reinos de barro”

(Dn 2,31-45)

Daniel nos presenta un mundo que parece sólido y poderoso, representado en la gran estatua del sueño de Nabucodonosor:
– cabeza de oro,
– pecho de plata,
– vientre de bronce,
– piernas de hierro,
– pies de hierro y barro.

En apariencia todo es grandeza; en el fondo, todo es fragilidad.
Una sola piedra —no cortada por mano humana— basta para derribar lo que parecía eterno.

El mensaje es claro:
ningún imperio construido solo por manos humanas permanece; solo el Reino de Dios es indestructible.

Este texto nació para sostener la fe del pueblo perseguido. Y hoy sigue sosteniendo la nuestra:
cuando la realidad parece escapar de nuestras manos, la historia no escapa de las manos de Dios.


2. El Evangelio: Jesús revela lo que realmente permanece

(Lc 21,5-11)

Los discípulos están embelesados ante la belleza del templo. Era el orgullo nacional, el símbolo de la identidad del pueblo elegido.
Pero Jesús, con mirada profética, declara:

“Vendrán días en que no quedará piedra sobre piedra”.

¿Es mala noticia?
No.
Es la purificación de la esperanza.

Jesús invita a mirar más allá de las estructuras humanas —incluso de las religiosas— para descubrir que lo eterno no son las piedras, sino el Dios vivo.

Después enumera signos que podrían generar miedo: guerras, terremotos, hambres, persecuciones…
Pero la intención de Jesús no es atemorizar, sino enseñar dónde encontrar refugio.

Nada de eso debe paralizar al creyente; más bien, debe purificar su mirada para apoyarse solo en Dios.


III. Punto central del Evangelio: Dios es nuestro refugio y nuestra estabilidad

Todo esto  lo podemos resumir en una frase luminosa:
“Jesús nos invita a buscar en Dios nuestra estabilidad, a construir nuestra morada sobre la roca de su Palabra, a poner en Él nuestra esperanza.”

Cuando el mundo parece enloquecer…
cuando los medios hablan solo de crisis…
cuando la Iglesia misma vive purificaciones dolorosas…
cuando nuestras familias atraviesan pruebas…
cuando nuestros propios corazones están inquietos…

el Señor nos dice lo que decía el Salmo 45:

“Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza:
socorro siempre a mano en los peligros.”

El refugio no es un lugar donde huimos de la realidad, sino donde la realidad encuentra su sentido.
El refugio es Dios mismo.
Y en Él encontramos tres certezas:

1.    Refugio: nadie puede arrancarnos de su mano.

2.    Fuerza: su gracia sostiene donde lo humano no alcanza.

3.    Esperanza: su Reino avanza incluso cuando parece oculto.


IV. Aplicación jubilar: construir sobre la roca, no sobre los pies de barro

En el Año Jubilar somos llamados a ser Peregrinos de la Esperanza.
Pero nadie puede peregrinar si su corazón está construido sobre arenas movedizas.

Por eso, esta Palabra nos invita a revisar sobre qué estamos edificando:

– ¿nuestro corazón está apoyado en la seguridad económica?
– ¿en el éxito? ¿en la salud? ¿en el reconocimiento?
– ¿en estructuras eclesiales que, si cambian, nos desorientan?
– ¿en relaciones humanas que pueden fallar?
– ¿en afectos hermosos pero frágiles?

El Jubileo es tiempo para reconocer que todo eso es bueno, pero no es Dios.

La piedra angular es Cristo.
La roca firme es su Palabra.
La estabilidad nace de la oración, la Eucaristía, la fidelidad cotidiana.

El Jubileo nos invita a decir:
“Señor, si todo se mueve, Tú eres mi estabilidad.
Si todo cambia, Tú eres mi refugio.
Si todo pasa, Tú permaneces.”


V. Intención orante: por los benefactores

Hoy nuestra comunidad quiere poner ante el altar a todos sus benefactores:
– quienes sostienen silenciosamente la misión evangelizadora;
– quienes prestan ayuda material, espiritual o pastoral;
– quienes permiten que la Iglesia siga siendo signo de esperanza;
– quienes con su generosidad, pequeña o grande, participan en la construcción del Reino.

A ellos les toca vivir muchas veces en medio de las mismas fragilidades del mundo.
Pero su servicio, su compartir y su entrega se vuelven piedras vivas, signos del Reino que no pasa.

Hoy pedimos por ellos:
que el Señor sea su refugio, su fuerza, su consuelo, su salud, su paz.
Que quien construye en el Reino reciba del Reino la plenitud de los dones.


VI. Conclusión espiritual: Jesús, nuestro refugio

Queridos hermanos:

La liturgia de hoy nos enseña que el cristiano no teme al movimiento de la historia, porque sabe dónde está su casa.
Como dice alguien:

“Encontramos nuestra estabilidad en Dios; Él es nuestro refugio.”

Que este último tramo del año litúrgico sea para nosotros un tiempo para volver a la roca firme de Cristo.

Y que, como peregrinos jubilares, podamos repetir desde lo más hondo del corazón:

“Jesús, Tú eres mi refugio.
En Ti pongo mi vida.
En Ti pongo mi esperanza.”

Amén.

 

 

2

 

Queridos hermanos:

Nos acercamos al final del año litúrgico, y la Palabra de Dios nos introduce decididamente en un clima espiritual que podría llamarse “vigilante”, “prudente”, “esperanzado”. No un clima de miedo ni amenaza, sino un tiempo para volver a colocar los cimientos de nuestra vida donde deben estar: en Dios, el Señor de la historia.

Hoy Daniel y Jesús nos enseñan algo decisivo: todo imperio humano, por fuerte que parezca, termina desmoronándose; solo el Reino de Dios permanece para siempre.


1. Imperios: grandes, brillantes, pero frágiles

El libro de Daniel, escrito para sostener la fe en tiempos de persecución, nos presenta la imagen asombrosa de la estatua del sueño de Nabucodonosor:

– cabeza de oro,
– pecho y brazos de plata,
– vientre y muslos de bronce,
– piernas de hierro,
– pies mitad hierro, mitad barro.

Era una manera poética, simbólica, pero profundamente realista de describir la historia humana: imperios que parecen sólidos como el metal, pero que tarde o temprano quiebran por la fragilidad del barro.

Así sucedió en la Antigüedad con el imperio babilónico, el medo-persa, el griego y el romano. Todos tuvieron su gloria, su esplendor, sus conquistas… y todos cayeron.

Y entonces aparece “una piedra no cortada por mano humana”, que golpea la estatua y la pulveriza. Esa piedra —dirá Daniel— es el Reino eterno de Dios, que no pasa, que no depende de ejércitos, estrategias, finanzas o poder militar, sino que nace de la fidelidad del Señor.

Dios es el único Imperio indestructible.

La pregunta espiritual es evidente: ¿en qué estamos apoyando la vida? ¿Sobre el oro, la plata, el hierro… o sobre la Roca que es Cristo?

En este Año Jubilar, en que todos somos llamados a ser Peregrinos de la Esperanza, el Señor nos invita a revisar nuestras seguridades:
La salud, el dinero, los afectos, el trabajo, el prestigio, la comunidad…
Todo eso es hermoso y necesario.
Pero si convertimos esas realidades en cimientos absolutos, terminan rompiéndose como los pies de barro de la estatua.


2. Jesús señala la falsedad de lo “aparentemente eterno”

En el Evangelio, los discípulos están fascinados con la hermosura del templo de Jerusalén. Era el orgullo de la nación, la joya arquitectónica del pueblo santo. Para el corazón judío, ese edificio no podía desaparecer jamás.

Pero Jesús, con claridad profética, dice:

“Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra”.

Con esto no destruye la esperanza del pueblo, sino que la purifica.
Nos revela que la eternidad no está hecha de piedras, sino de fe.
Que la presencia de Dios no se reduce a estructuras, por muy sagradas que sean.
Que lo humano, incluso lo religioso, puede desgastarse, perder brillo, transformarse.

Jesús advierte a los suyos sobre guerras, terremotos, traiciones, persecuciones. Es el lenguaje apocalíptico que tanto desconcierta, pero que servía para decir:
No tengan miedo. Dios gobierna la historia. Lo que parece fin, es comienzo. Lo que parece pérdida, es purificación.

La clave del Evangelio es esta frase que permanece como un sello espiritual para el final del año litúrgico:
“No tengan miedo. Todo esto tiene que suceder… pero ni un cabello de su cabeza perecerá.”


3. El apocalipsis no da miedo: da esperanza

Hoy, en pleno siglo XXI, los textos apocalípticos pueden sonar extraños: catástrofes, reinos que caen, guerras, señales en el cielo. Sin embargo, para los primeros cristianos —que sí vivían persecuciones, encarcelamientos, rechazo y muerte— este lenguaje no era terrorífico, sino consolador.

Era la manera de decir:
No estamos solos. Dios tiene la historia entre sus manos. Nada escapa a su providencia.

Y esa palabra sigue vigente para nosotros, que también experimentamos incertidumbre, cambios culturales, crisis eclesiales, tensiones sociales y económicas. Dios no ha abandonado su obra: sigue siendo el Señor del tiempo y de la eternidad.

Este es un mensaje clave del Año Jubilar: la esperanza cristiana no es ingenuidad, sino un acto heroico de confianza en un Dios cuyos planes superan nuestros cálculos.


4. En quién apoyarse… y por qué perseverar

Jesús concluye el Evangelio con una invitación esencial que atraviesa toda la Escritura: perseveren.

Perseverar cuando la fe es probada.
Perseverar cuando las estructuras humanas fallan.
Perseverar cuando la Iglesia vive sacudidas.
Perseverar cuando la vida personal pasa por noches oscuras.
Perseverar aunque no veamos resultados inmediatos.
Perseverar incluso cuando otros abandonan.

Porque la fidelidad —enseña Jesús— no nace del optimismo, sino del apoyo seguro en Dios.
Quien se apoya en Él, aunque tiemble la tierra, no cae.


5. Intención orante por los benefactores

En este día, el Señor nos invita de modo especial a dar gracias y orar por nuestros benefactores:
– los que sostienen la vida parroquial en silencio;
– los que con generosidad material y espiritual hacen posible que la evangelización continúe;
– los que nos ayudan a celebrar este Año Jubilar con frutos de esperanza;
– los que colaboran para que sigamos formando, acompañando, sirviendo y anunciando.

Muchas veces su ayuda no aparece en ningún libro contable, pero sí en el libro vivo de la fe de nuestra comunidad. Ellos, que como la viuda del Evangelio dan lo que tienen y lo que son, participan del Reino que no tiene fin.

Que este día sea acción de gracias por ellos y oración confiada para que el Señor bendiga su vida, su familia, su trabajo y su salud.
Que ningún acto de generosidad quede sin recompensa.
Que el Señor, que ve en lo secreto, les regale aquello que nadie más puede dar: la paz del corazón y la alegría del Evangelio.


6. Conclusión jubilar: Jesús, en Ti confío

Al acercarnos al fin del año litúrgico y contemplar la fragilidad de los “imperios” de nuestra vida, digamos al Señor con fe renovada:

Señor, queremos apoyarnos solo en Ti.
Que nuestro corazón no esté cimentado en barro, sino en la solidez de tu amor.
Que en este Año Jubilar, peregrinos de esperanza, sepamos discernir cuáles estructuras deben caer y cuál es la única que permanece: tu Reino eterno.

Y que en los momentos de cansancio, incertidumbre o prueba podamos repetir con los cristianos de todos los tiempos:

“Jesús, en Ti confío.”

Amén.

 

  

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