domingo, 18 de diciembre de 2022

19 de diciembre 2022: lunes de la cuarta semana de Adviento

 

(Jueces 13, 2-7.24-25a) Un ángel se le aparece a la mujer de Manoj, y ahora la vida nacerá donde parecía imposible. ¿Y yo? ¿Qué "ángel" ha pasado por mi vida para levantarme, para hacerme vivir de nuevo y esperar de nuevo?

 


Primera lectura

Lectura del libro de los Jueces (13,2-7.24-25a):

EN aquellos días, había en Sorá un hombre de estirpe danita, llamado Manoj. Su esposa era estéril y no tenía hijos.
El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo:
«Eres estéril y no has engendrado. Pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora guárdate de beber vino o licor, y no comas nada impuro, pues concebirás y darás a luz un hijo. La navaja no pasará por su cabeza, porque el niño será un nazir de Dios desde el seno materno. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos».
La mujer dijo al esposo:
«Ha venido a verme un hombre de Dios. Su semblante era como el semblante de un ángel de Dios, muy terrible. No le pregunté de dónde era, ni me dio a conocer su nombre. Me dijo: “He aquí que concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino o licor, y no comas nada impuro; porque el niño será nazir de Dios desde el seno materno hasta el día de su muerte”».
La mujer dio a luz un hijo, al que puso de nombre Sansón. El niño creció, y el Señor lo bendijo. El espíritu del Señor comenzó a agitarlo.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 70,3-4a.5-6ab.16-17

R/. Que se llene mi boca de tu alabanza,
y así cantaré tu gloria.


V/. Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

V/. Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.

V/. Contaré tus proezas, Señor mío;
narraré tu justicia, tuya entera.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,5-25):

EN los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.
Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.
Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacía los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».
Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».
Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».
El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mi para quitar mi oprobio ante la gente».

Palabra del Señor

 

 

Fe o duda

 

«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».

 

Lucas 1:19–20

Imagínate si se te apareciera el Arcángel Gabriel. ¿Cómo hubiera sido eso? Este Arcángel en particular se encuentra ante la incomprensible belleza y esplendor de la Santísima Trinidad y trae mensajes de la mayor importancia. Gabriel es el mensajero más notable de Dios. Tómese un momento para reflexionar sobre cómo habría sido una aparición tan gloriosa.

En el pasaje anterior, este glorioso arcángel se le aparece a Zacarías mientras cumple con su deber sacerdotal de quemar incienso ante el Señor en el Lugar Santísimo. Cuando Zacarías entra al santuario mientras toda la gente permanece afuera orando, de repente tiene una visión del Arcángel diciéndole que su esposa Isabel tendrá un hijo, a pesar de que ella es de edad avanzada. Pero, aunque Zacarías escucha este mensaje de Gabriel, el Arcángel que está ante Dios, duda de lo que le está diciendo.

¿Hubieras creído al Arcángel Gabriel si fueras Zacarías? ¿O habrías dudado? Aunque puede que no haya una manera de saber la respuesta a esa pregunta, es útil reflexionar sobre la humilde verdad de la que muy bien puedes haber dudado. Se necesita verdadera humildad para admitir esa posibilidad. Como Zacarías, todos somos débiles y pecadores. Nos falta la fe perfecta que tuvo nuestra Santísima Madre. Y si puedes admitir esto con humildad, entonces estás en una excelente posición para superar la debilidad de la fe con la que luchas. Zacarías sufrió mucho por su falta de fe, pero ese sufrimiento condujo a una renovación de la fe cuando llamó a su hijo Juan en obediencia al Arcángel.

Reflexiona hoy sobre lo bien que escuchas todo lo que Dios te dice. ¿Escuchas, crees y obedeces? O cuestionas y dudas de la voz de Dios. Debes saber que Dios te habla todos los días. Admite las formas en que te falta la fe perfecta y permite que ese acto de reconocimiento humilde te fortalezca donde más necesitas ayuda.

 

Señor, sé que me falta la profundidad de la fe perfecta que tanto deseo tener. Sé que me hablas día y noche, y no escucho ni obedezco. Mientras me humillo ante Ti y confieso mi debilidad en la fe, fortaléceme para responder cada día más plenamente a todo lo que me dices. Jesús, en Ti confío.


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