23 de diciembre de 2022: viernes de la cuarta semana de Adviento
(Lc 1,
57-66) Dos días antes de Navidad, la liturgia recuerda el nacimiento de Juan
Bautista, el mayor profeta antes de la venida de Jesús. Como un nuevo
Elías, nos llama a la conversión para prepararnos para el día del Señor.
Primera lectura
Lectura de la
profecía de Malaquías (3,1-4.23-24):
ESTO dice el Señor Dios:
«Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y
el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando,
dice el Señor del universo.
¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su
mirada? Pues es como el fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará
como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como
oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos
pasados, como antaño.
Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día
grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el
corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y
destruir la tierra».
Palabra de Dios
Salmo
Sal
24,4-5ab.8-9.10.14
R/. Levantaos, alzad la cabeza;
se acerca vuestra liberación.
V/. Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.
V/. El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.
V/. Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía a los que lo temen,
y les da a conocer su alianza. R/.
Lectura del santo
evangelio según san Lucas (1,57-66):
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron
sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y
se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías,
como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una
tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a
Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda
la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?»
Porque la mano del Señor estaba con él.
Palabra del Señor
La
victoria de Zacarías
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y
empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Este versículo revela la feliz
conclusión del fracaso inicial de Zacarías de creer en lo que Dios le
reveló. Recuerde que nueve meses antes, cuando Zacarías estaba cumpliendo
con su deber sacerdotal de ofrecer sacrificios dentro del Lugar Santísimo en el
Templo, recibió la visita del glorioso Arcángel Gabriel, quien está ante
Dios. Gabriel le reveló a Zacarías la buena noticia de que su esposa
concebiría en su vejez y que este niño sería el que prepararía al pueblo de
Israel para el Mesías venidero.
¡Qué increíble
privilegio era aquel! Pero Zacarías no creyó. Y como resultado, el
Arcángel lo dejó mudo durante los nueve meses del embarazo de su esposa.
Los castigos del Señor son
siempre dones de Su gracia. Zacarías no fue castigado por despecho o por
razones punitivas. En cambio, este castigo era más como una
penitencia. Se le dio la humillante penitencia de perder la capacidad de
hablar durante nueve meses por una buena razón. Parece como si Dios
supiera que Zacarías necesitaba nueve meses para reflexionar en silencio sobre
lo que había dicho el Arcángel. Necesitó nueve meses para reflexionar
sobre el milagroso embarazo de su esposa. Y necesitó nueve meses para
reflexionar sobre quién sería este niño. Y esos nueve meses produjeron el
efecto deseado de una conversión total del corazón.
Después de que naciera el
niño, se esperaba que este hijo primogénito llevaría el nombre del padre,
Zacarías. Pero el Arcángel le había dicho a Zacarías que el niño se
llamaría Juan. Por eso, al octavo día, el día de la circuncisión de su
hijo cuando fue presentado al Señor, Zacarías escribió en una tablilla que el
nombre del niño era Juan. Este fue un acto de fe y una señal de que había
pasado completamente de la incredulidad a la creencia. Y fue este acto de
fe lo que deshizo su duda previa.
Cada una de nuestras vidas
estará marcada por fallas en creer en el nivel más profundo de la fe. Por
esa razón, Zacarías es un modelo para nosotros de cómo debemos enfrentar
nuestros fracasos. Los tratamos permitiendo que las consecuencias de los
fracasos pasados nos cambien para bien. Aprendemos de nuestros errores y
avanzamos con nuevas resoluciones. Esto es lo que hizo Zacarías, y esto es
lo que debemos hacer nosotros si queremos aprender de su buen ejemplo.
Reflexiona hoy sobre cualquier
pecado que hayas cometido y que haya tenido consecuencias dolorosas en tu
vida. Mientras reflexionas sobre ese pecado, la verdadera pregunta es a
dónde vas desde ahí. ¿Permites que ese pecado pasado, o falta de fe,
domine y controle tu vida? ¿O usas tus fracasos pasados para tomar
nuevas resoluciones y decisiones para el futuro a fin de aprender de tus errores? Se
necesita coraje, humildad y fuerza para imitar el ejemplo de
Zacarías. Busca traer estas virtudes a tu vida este día.
Señor, sé que me falta fe en
mi vida. No puedo creer todo lo que me hablas. Como resultado, a
menudo fallo en poner Tus palabras en acción. Amado Señor, cuando sufro a
causa de mi debilidad, ayúdame a saber que este y todos los sufrimientos pueden
resultar en darte gloria si renuevo mi fe. Ayúdame, como Zacarías, a
volver a Ti siempre, y utilízame como instrumento de Tu gloria manifiesta. Jesús,
en Ti confío.
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