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19 de noviembre del 2024: martes de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario- año II


Abrir las puertas

(Lucas 19, 1-10) A pesar de sus riquezas, Zaqueo supo reconocer que era “pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17).

Esto le permitió abrir la puerta de su corazón y de su casa a este Jesús del que había oído hablar y que polarizaba su esperanza en “algo más”. Supo “descender” a las palabras de Cristo, reconocer que nada podía hacer solo. Y fue como hombre de pie como respondió al amor del Salvador, entrando en una nueva relación con Dios, consigo mismo y con los demás.

Emmanuelle Billoteau, ermitaña 


(Lucas 19, 1-10) Zaqueo se subió a un árbol para ver a Jesús pasar por la ciudad de Jericó. Este último lo ve y lo desafía: quiere ir a quedarse con él. Zaqueo era pequeño de estatura: Jesús sugiere que se vuelva grande de corazón.


Primera lectura

Lectura del libro del Apocalipsis (3,1-6.14-22):

Yo, Juan, escuché al Señor que me decía:
«Escribe al ángel de la Iglesia en Sardes:
“Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Sé vigilante y reanima lo que te queda y que estaba a punto de morir, pues no he encontrado tus obras perfectas delante de mi Dios. Acuérdate de cómo has recibido y escuchado mi palabra, y guárdala y conviértete. Si no vigilas, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Pero tienes en Sardes unas cuantas personas que no han manchado sus vestiduras, y pasearán conmigo en blancas vestiduras, porque son dignos.
El vencedor será vestido de blancas vestiduras, no borraré su nombre del libro de la vida y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”.
Escribe al ángel de la Iglesia en Laodicea:
“Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: ‘Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada’; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y colirio para untarte los ojos a fin de que veas. Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.
Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono.
El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 14,2-3ab.3cd-4ab.5

R/. 
Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono.

V/. El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.

V/. El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino.
El que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.

V/. El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (19,1-10):

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Palabra del Señor

 

 

El amor al pecador

 

«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».

 

Lucas 19:5b

Qué gran alegría sintió Zaqueo al recibir esta invitación de nuestro Señor. Hay tres cosas a tener en cuenta en este encuentro.

Primero, Zaqueo fue visto por muchos como un pecador. Era recaudador de impuestos y, por lo tanto, no era respetado por la gente. No hay duda de que esto habría afectado a Zaqueo y habría sido una tentación para él de verse a sí mismo como indigno de la compasión de Jesús. Pero Jesús vino precisamente por el pecador. Por lo tanto, la verdad sea dicha, Zaqueo era el “candidato” perfecto para la misericordia y compasión de Jesús.

En segundo lugar, cuando Zaqueo fue testigo de que Jesús vino a él y lo eligió entre todos los presentes para pasar el tiempo con él, ¡se llenó de alegría! Lo mismo debe ser cierto con nosotros. Jesús nos elige y quiere estar con nosotros. Si nos permitimos ver esto, el resultado natural será la alegría. ¿Tienes alegría por este conocimiento?

Tercero, como resultado de la compasión de Jesús, Zaqueo cambió su vida. Se comprometió a dar la mitad de sus posesiones a los pobres y a pagar cuatro veces más a cualquiera que hubiera engañado anteriormente. Esta es una señal de que Zaqueo comenzó a descubrir las verdaderas riquezas. Comenzó a devolver inmediatamente a los demás la bondad y la compasión que Jesús le mostró.

Reflexiona hoy sobre Zaqueo y mírate a ti mismo en su persona. Tú también eres un pecador. Pero la compasión de Dios es mucho más poderosa que cualquier pecado. Deja que su amoroso perdón y su aceptación eclipsen cualquier culpa que puedas sentir. Y permite que el don de Su misericordia produzca misericordia y compasión en tu propia vida por los demás.

 

Señor amantísimo, me dirijo a Ti en mi pecado y suplico por Tu misericordia y compasión. Gracias de antemano por derramar Tu misericordia sobre mí. Que reciba esa misericordia con gran alegría y, a su vez, que derrame Tu misericordia sobre los demás. Jesús, en Ti confío.

 

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