martes, 12 de noviembre de 2024

13 de noviembre del 2024: miércoles de la trigésima segunda semana del tiempo ordinario- año II

 

Un simple “gracias”

(Tito 3, 1-7; Lucas 17, 11-19) ¡La gratitud es la puerta de entrada a la vida! 

El autor de la carta a Tito intenta estimularla en su lector, recordándole el estilo de vida del que proceden los bautizados. 

Asimismo, en Lucas, los diez leprosos fueron sanados, pero sólo uno parece salvarse hasta el final, porque tuvo el impulso (muy sencillo, pero no tan frecuente) de decir gracias. ¿A quién activaré hoy mi gratitud?

Jean-Marc Liautaud, Fondacio


Primera Lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito (3,1-7):

Recuérdales que se sometan al gobierno y a las autoridades, que los obedezcan, que estén dispuestos a toda forma de obra buena, sin insultar ni buscar riñas; sean condescendientes y amables con todo el mundo. Porque antes también nosotros, con nuestra insensatez y obstinación, íbamos fuera de camino; éramos esclavos de pasiones y placeres de todo género, nos pasábamos la vida fastidiando y comidos de envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Mas cuando ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna.

Palabra de Dios

 

Salmo

Sal 22,1-3a.3b-4.5.6

R/. El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (17,11-19):

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.»
Al verlos, les dijo: «ld a presentaros a los sacerdotes.»
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

Palabra del Señor


 

¡Gracias, mi Señor!

 

Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?»
Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.»

Lucas 17:17-19

 


Esta respuesta de nuestro Señor vino en respuesta al leproso que regresó a su lado para darle las gracias.

Diez leprosos se habían acercado a Jesús, se habían parado a cierta distancia y gritaron: “¡Jesús, Maestro! ¡Ten compasión de nosotros!”. Y con eso, Jesús los sanó a todos. Pero el centro o lo esencial de esta sanación no es tanto la sanación en sí como la gratitud expresada por solo uno de los diez.

Este Evangelio nos cuenta que aquel leproso hizo cinco cosas para expresar profundamente su gratitud:

regresó,

glorificó a Dios,

lo hizo en voz alta,

se postró a los pies de Jesús

y le dio gracias.

¡Qué maravilloso testimonio para todos nosotros!

Por analogía, los hijos a menudo dan por sentado el cuidado amoroso de sus padres. Por eso, muchos buenos padres les recuerdan a sus hijos con regularidad que les den las gracias.

En nuestra relación con Dios, también podemos dar por sentado fácilmente las acciones salvadoras de Dios. Podemos ver fácilmente toda la gracia que recibimos como algo que merecemos en lugar de como un regalo infinitamente misericordioso. Cuando eso sucede, nos volvemos más como los otros nueve que no supieron expresar adecuadamente su gratitud a Jesús.

En primer lugar, hay que señalar que no se expresa gratitud a Dios porque Él necesite estos elogios. Él no depende de nuestra gratitud para afirmar su autoestima. Esto es obvio. Dios es Dios y no necesita de ninguna manera nuestra alabanza. Sin embargo, es esencial alabar y glorificar profundamente a Dios.

Es esencial porque necesitamos esta virtud de la gratitud para recordar diariamente que todo lo que recibimos de Dios es un regalo inmerecido. No podemos ganarnos su amor y su gracia. No los merecemos. Pero Él elige otorgárnoslos de todos modos por misericordia. Y la única respuesta apropiada a la misericordia es la gratitud. La gratitud profunda.

La gratitud es esencial porque es la verdad. Siempre debemos volver a nuestro Señor después de que Él nos ha agraciado. Debemos glorificarlo con mucho fervor, clamando a Él con pasión. Debemos, literal e interiormente, caer sobre nuestro rostro ante Él, a Sus pies, y darle gracias, una y otra vez. Hacerlo siempre nos ayudará a recordar la verdad de que todo lo que tenemos y todo lo que somos es un regalo de Dios. Un regalo de gracia inmerecido.

Reflexiona hoy sobre la profundidad de la gratitud que hay en tu propio corazón.

¿A menudo actúas como un niño malcriado y egoísta, o percibes con regularidad la gracia de Dios?

Si te falta en algún sentido esta plenitud de gratitud, entonces piensa en este leproso. Su gratitud, expresada con la plenitud de la pasión, es la parte más importante de esta historia. Al final, él recibió mucha más gracia que los otros nueve porque su curación produjo fe; y fue esa fe la que salvó no sólo su cuerpo sino también su alma. Procura salvar tu alma imitando la fe de este leproso santo y sanado.

 

Mi misericordioso Señor, Tú me concedes Tu misericordia en superabundancia. Sin Ti, Jesús, no tengo nada; pero contigo, lo recibo todo. Haz que siempre sepa y comprenda mi necesidad de Tu gracia. Y, como me la has dado, que pueda responder con la más profunda gratitud, salvando así mi alma por la fe. Jesús, en Ti confío.

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