Consentimiento para el despojo
(Lucas 14, 25-33) Ante el entusiasmo de las multitudes seducidas por este hacedor de milagros capaz de multiplicar los panes, Jesús se muestra exigente con quienes desean seguir sus huellas. ¿Resistirá el fervor de los comienzos el despojo inherente a la condición de discípulo? “ellos no preferirán absolutamente más que a Cristo”, escribió San Benito sobre sus hermanos monjes. Una invitación a encarnar la diversidad de nuestras vocaciones.
Benedicta de la Cruz, cisterciense
Primera Lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los
Filipenses (2,12-18):
Ya que siempre habéis obedecido, no sólo cuando
yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, seguid actuando
vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en vosotros
el querer y la actividad para realizar su designio de amor. Cualquier cosa que
hagáis, sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y límpidos,
hijos de Dios sin tacha, en medio de una gente torcida y depravada, entre la
cual brilláis como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir. El día
de Cristo, eso será una honra para mí, que no he corrido ni me he fatigado en
vano. Y, aun en el caso de que mi sangre haya de derramarse, rociando el
sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra
alegría; por vuestra parte, estad alegres y asociaos a la mía.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 26,1.4.13-14
R/. El Señor es mi luz y mi salvación
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? R/.
Una cosa pido al Señor, eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. R/.
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(14,25-33):
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a
Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su
padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus
hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su
cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, sí
quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver
si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede
acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: «Este hombre
empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.» ¿O qué rey, si va a dar la
batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres
podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro
está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Lo mismo
vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.»
Palabra del Señor
Amar a
través del “odio sagrado”
Mucha
gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo
y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus
hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Después de esta sorprendente
frase inicial de nuestro Señor, Jesús concluye el Evangelio de hoy diciendo:” Lo
mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo
mío.»
Así, a primera vista parece
que estamos llamados no sólo a renunciar a todo lo que poseemos, sino también a
odiar a los miembros de nuestra propia familia. Pero ¿es esto realmente lo que
nuestro Señor quiere decir? Comencemos con la idea de “odiar” a los miembros de
nuestra familia e incluso a nuestra propia vida.
Obviamente, la palabra “odio”
en este pasaje del Evangelio no es lo mismo que el pecado del odio y la ira. Al
comentar este pasaje, un Padre de la Iglesia explica que hay algunos casos en
los que la mejor manera de amar a otro es a través de una forma de odio. Es
decir, si otro actuara como un obstáculo para Dios, trabajando para disuadirnos
de la voluntad de nuestro Señor, entonces nuestro “odio” por las acciones que
realiza debe expresarse firmemente. Pero esto es amor. El rechazo para alejarse
de Dios, al rechazar las acciones desordenadas de otro, es una manera de
compartir el Evangelio con él. Tomemos un ejemplo extremo.
Imagina que vivieras en una
época y circunstancias en las que ser cristiano era un delito. Te arrestaron y
te ordenaron renunciar públicamente a tu fe. En cambio, renunciaste a ese
mandato con todas las fuerzas de tu alma. En este caso, ejerces una forma de
“odio” santo por la persecución que esa persona te está imponiendo. Pero eso
también es un acto de amor hacia ella, ya que rechazas por completo su acción
al renunciar a su mandato.
O pensemos también en cómo
odiamos incluso nuestra “propia vida”. Digamos que caemos en un pecado grave
una y otra vez. La respuesta apropiada no es sólo arrepentirnos, sino también
tener una forma de odio santo hacia el hábito en el que hemos caído. Se trata
de un verdadero odio hacia nosotros mismos en el sentido de que es un odio
hacia aquello en lo que nos hemos convertido por nuestro pecado. Pero este odio
santo tiene como objetivo último superar apasionadamente nuestro pecado y es,
por tanto, un verdadero acto de amor hacia nosotros mismos.
La última frase del Evangelio
de hoy, mencionada anteriormente, nos llama a renunciar a todas nuestras
posesiones. En otras palabras, debemos renunciar a todo aquello a lo que
estemos apegados de una manera contraria a la voluntad de Dios. Por supuesto, en
la providencia de Dios, la mayoría de las personas (excepto aquellas que hacen
voto de pobreza) son invitadas por Dios a tener diversas posesiones para
satisfacer las necesidades materiales de la vida. Pero incluso en este caso,
debemos “renunciar” a todo lo que poseemos, es decir, no debemos permitirnos
apegarnos a nada que no sea Dios. Pero esto es libertad en el sentido más
verdadero. Incluso si tienes muchas cosas, debes entender que esas cosas no te
hacen feliz. Solo Dios y su voluntad pueden llenarte. Nada más. Por lo tanto,
debemos aprender a vivir como si Dios y solo Dios fuera suficiente. Y si es la
voluntad de Dios que obtengas una casa, un automóvil, una computadora, un
televisor y otras comodidades modernas, que así sea. Pero la verdadera “renuncia”
a todas estas posesiones simplemente significa que, si en algún momento las
perdieras, no habría problema. En eso consiste el desapego perfecto. La pérdida
de algo material no te impediría en modo alguno amar y servir a Dios y a Su
santa voluntad.
Reflexiona hoy sobre estas
palabras radicales de Jesús. Intenta escucharlas tal como las quiso nuestro
Señor. Esfuérzate por desapegarte de todo lo que sea contrario a la voluntad de
Dios y de todo lo que se convierta en un obstáculo para Dios en tu vida. Al
final, poseer sólo a Dios es más de lo que jamás podrías esperar. Y sólo si
posees plenamente a nuestro Dios misericordioso podrás amarte a ti mismo y a
los demás con el corazón puro y el amor de Jesús nuestro Señor.
Señor exigente, Tú nos llamas a todos a una
vida de santidad radical. Deseas que yo llegue a amarte, sobre todo, con todo
mi corazón. Por favor, dame la gracia y la sabiduría que necesito para
renunciar a todo lo que sea un obstáculo para mi amor y servicio a Ti. Que Tú y
sólo Tú seas glorificado en mi vida. Jesús, en Ti confío.
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