La alegría de la fiesta
La primera lectura indica que
la relación del Señor con su pueblo es una alianza que toma la forma de una
boda: "Serás llamada 'Mi favorita'"; “Serás el gozo de tu
Dios.»
En el Evangelio de Juan,
durante la fiesta, los sirvientes son los primeros en probar el agua convertida
en vino.
María, la madre de Jesús,
investida del espíritu de sabiduría, ve que el vino se acaba, presenta la
situación a su hijo e intercede: “No tienen vino.» Está así íntimamente
asociada a la misión de Jesús.
Con el episodio de las bodas
de Caná, san Juan prefiere resaltar un comienzo que tiene sabor a realización.
Este acontecimiento del inicio
de la vida pública de Jesús manifiesta el significado oculto de su presencia.
Es enviado por el Padre para
actuar bajo el Espíritu y revelar el proyecto de Dios: la unión de Dios con la
humanidad, que se expresa en una celebración.
Se acerca un tiempo nuevo, el de las bodas anunciadas por el profeta Isaías, el
del cumplimiento de una promesa: “Seréis el gozo de vuestro Dios.»
Este comienzo de la vida
pública de Jesús apunta hacia su fin: la ofrenda de su cuerpo entregado, de su
sangre derramada por amor que sellará para siempre la unión de Dios con toda la
humanidad.
La transformación adquiere el
sabor del mejor vino ofrecido en abundancia a todos, para siempre.
¡La vida pública de Jesús
comienza con la alegría de la celebración!
¿Cómo puedo interceder ante María para que el mayor número posible de personas
puedan saborear el amor de Dios?
¿Cómo se expresa, en el día a día de mi vida, la promesa de Jesús: “Seréis
el gozo de vuestro Dios”?
Anne Da, Javiera
Primera lectura
Is 62,1-5
El hombre es feliz con su esposa.
Lectura del libro de Isaías
POR amor a ti, Sión, no callaré
por amor a ti, Jerusalén, no descansaré,
hasta que brille la luz de tu libertad
y tu salvación se encienda como antorcha.
Las naciones verán tu libertad,
todos los reyes contemplarán tu gloria.
Entonces tendrás un nombre nuevo
que el Señor mismo te dará.
Serás corona espléndida en manos del Señor,
diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «La abandonada»,
ni a tu tierra le dirán «La desolada»;
te llamarás «Preferida»,
y «Esposa» se llamará tu tierra,
porque eres la predilecta del Señor,
y él toma a tu tierra por esposa.
Como un joven que se casa con una doncella,
Dios, al reconstruirte, se desposará contigo.
El hombre es feliz con su esposa;
contigo será feliz tu Dios.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 96(95),1-2a.2b-3.7-8a.9-10ac (R. cf. 97[96],6)
R. Todos los pueblos
han contemplado tu gloria, Señor
V. Canten al Señor un cántico nuevo,
cante al Señor toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su nombre. R.
V. Proclamen día tras día su victoria.
Cuenten a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.
V. Familias de los pueblos, aclamen al Señor,
aclamen la gloria y el poder del Señor
aclamen la gloria del nombre del Señor. R.
V. Póstrense ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
digan a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente». R.
Segunda lectura
1Co 12,4-11
El mismo y único Espíritu distribuye sus dones a cada uno en particular como él quiere
Lectura de la Primera Carta del apóstol San Pablo a los Corintios
HERMANOS:
En la Iglesia hay diversidad de carismas,
pero un solo Espíritu.
Hay diversidad de ministerios,
pero un solo Señor.
Hay diversidad de actividades,
pero un solo Dios,
que lo realiza todo en todos.
Y las diversas manifestaciones
de la acción del Espíritu en cada uno
se dan para el bien de todos.
Así, por ejemplo, por medio del Espíritu,
Dios le da a uno sabiduría para hablar,;
a otro, por el mismo Espíritu,
le da conocimientos para enseñar;
a otro, con ese mismo Espíritu,
le da el poder de la fe;
otro recibe dones para curar enfermos,
pero siempre por ese único Espíritu;
otro recibe poderes milagrosos;
otro el don de profecía;
otro el don de distinguir el verdadero espíritu del falso;
a uno se le da el don de hablar en lenguas
y a otro la capacidad de interpretarlas.
Pero todo esto lo realiza el mismo y único Espíritu,
que distribuye sus dones
a cada uno en particular como él quiere.
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Dios nos llamó por medio del evangelio, para que poseamos la gloria de nuestro Señor Jesucristo. R.
"Hagan lo que Él les diga"
Después del tiempo de Adviento
y de las fiestas de Navidad, retomamos el camino del tiempo ordinario. Sabiendo
que “ordinario” no significa “aburrido”, sino más bien “acostumbrado”,
“habitual”. Las lecturas, para que entremos en este tiempo con fuerza, hablan
de los carismas en la comunidad y nos presentan el milagro de las bodas de Caná.
Porque con Jesús, cualquier situación se convierte en fiesta.
Ya la primera lectura nos
coloca en situación. “Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu
Dios contigo.” El profeta Isaías presenta la relación de Israel con su pueblo
como la de un matrimonio. Una relación de amor, en definitiva. Una promesa de
ese Amor que hemos celebrado en la pasada Navidad, el Amor de Dios para con la
humanidad.
Ese amor que se manifiesta en
los diversos dones que el Señor reparte entre todos. Los carismas, de los que
habla la segunda lectura. Carisma significa “don gratuito de Dios” y es, por
tanto, un regalo, una gracia de gran valor; sin embargo, en la comunidad de
Corinto reinaba una gran confusión justamente a causa de los carismas, cuyos
agraciados se servían de ellos para darse importancia y buscar los primeros
puestos en la comunidad, con el resultado de divisiones, envidias y celos.
Hay muchos carismas. Esta diversidad refleja la riqueza y la creatividad del Espíritu Santo. Cada creyente es único e irrepetible y tiene un papel específico que desempeñar en la comunidad, pero todos están unidos por el mismo Espíritu que los capacita y guía.
Los dones espirituales son capacidades sobrenaturales dadas por Dios para
el servicio y la construcción de la comunidad de fe. Porque los carismas son
concedidos para favorecer el amor mutuo, no la competencia. Que no se nos
olvide, para que contribuyamos a la unidad, y no a la división, porque todos
tenemos algún carisma. (ciudadredonda.org)
El
Evangelio de este segundo domingo del Tiempo Ordinario nos presenta el famoso
relato de las bodas de Caná, donde Jesús realiza su primer milagro. Este pasaje
está lleno de significados profundos y simbólicos que enriquecen nuestra
comprensión de la misión de Cristo.
En
este evento, Jesús y su madre, María, asisten a una boda en Caná, un pequeño
pueblo de Galilea. Durante la celebración, el vino se acaba, lo cual sería una
gran deshonra para los anfitriones. María, consciente de la situación y
confiando en su Hijo, le presenta la necesidad, y Jesús, aunque inicialmente
parece reacio, realiza el milagro: transforma el agua en vino. Este milagro no
solo salva la celebración de la boda, sino que también tiene un simbolismo
profundo relacionado con la abundancia de la gracia de Dios.
1. El vino como símbolo de la abundancia de la gracia: El vino en la
tradición bíblica es un símbolo de alegría y bendición. En este milagro, Jesús
transforma agua en vino, lo que señala la abundancia y la nueva alianza que Él
trae consigo. El viejo vino ha sido sustituido por un vino nuevo, simbolizando
que el tiempo del Antiguo Testamento está siendo cumplido y superado por la
llegada del Mesías.
2. La obediencia a las instrucciones de Jesús: A pesar de que María
le presenta a Jesús la necesidad, Él responde diciendo que “no ha llegado aún
su hora”. Sin embargo, María, con confianza en su Hijo, le indica a los
sirvientes que hagan todo lo que Él les diga. Este acto de obediencia es
fundamental, ya que demuestra la importancia de confiar y seguir las
indicaciones de Jesús para que sus milagros puedan manifestarse en nuestra
vida.
3. La intercesión de María: María juega un papel
central en este pasaje. Ella, como madre, se preocupa por las necesidades
humanas y se presenta ante su Hijo para interceder por los demás. Aunque Jesús
dice que aún no es su hora, su respuesta muestra la disposición de Dios para
actuar en respuesta a la fe y a la intercesión de su madre. Esto resalta la
importancia de la intercesión de María en nuestra vida de fe.
4. El milagro como revelación de la gloria de Jesús: Este milagro de Caná
es el primero de los signos realizados por Jesús, y, según el evangelista Juan,
tiene como objetivo revelar su gloria y ayudar a sus discípulos a creer en Él.
A través de este signo, Jesús muestra que tiene poder sobre la naturaleza y que
está inaugurando el tiempo de la salvación.
Homilía:
"El vino nuevo de Cristo"
Queridos
hermanos, el Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre la abundante
gracia que Jesús trae a nuestras vidas, como el vino nuevo que brota en las
bodas de Caná. Al igual que los novios de Caná, todos nosotros somos invitados
a una fiesta, a un banquete de vida en el que Jesús nos ofrece lo mejor de su
amor y misericordia.
La situación en las bodas de Caná es, en cierto modo, un reflejo de nuestras propias vidas. A menudo nos encontramos vacíos, desbordados por los problemas, las preocupaciones o los desafíos.
Al igual que el vino se agotó en la fiesta,
nuestras fuerzas, nuestras esperanzas y nuestra alegría pueden agotarse. Sin
embargo, en esos momentos de necesidad, Jesús nos ofrece lo mejor: Él
transforma nuestras dificultades y carencias en una abundancia de gracia. Y
todo esto, a través de la fe y la obediencia, como lo hicieron los sirvientes
que siguieron las indicaciones de Jesús.
María,
al ver que el vino faltaba, no se quedó indiferente. Ella sabía que su Hijo
podía hacer algo y, con una gran fe, intervino. También nosotros, como María,
estamos llamados a interceder por los demás y a poner nuestras preocupaciones
en las manos de Jesús. Él escucha nuestra súplica y responde, aunque a veces de
una manera que no esperamos, con la abundancia de su amor y poder.
Este
milagro nos muestra también que Jesús no solo vino para salvarnos, sino para
llenar nuestras vidas de la mejor alegría, una alegría que solo Él puede dar.
Así como en Caná el vino bueno fue el último, así también, en nuestras vidas,
lo mejor de Dios viene al final, cuando confiamos en Él y seguimos sus caminos.
Hoy,
queridos hermanos, se nos invita a abrir nuestras vidas a la abundancia de la
gracia de Dios. En los momentos de dificultad, en los momentos de cansancio,
podemos acudir a Jesús, confiando en que Él puede transformar nuestra realidad
y llenarnos de su amor. Sigamos el ejemplo de María, confiemos en Jesús y
hagamos todo lo que Él nos diga. Así, podremos disfrutar del vino nuevo de la
salvación que Él nos ofrece.
El
libro de los signos
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.
El Evangelio de Juan se divide comúnmente en cuatro secciones: el Prólogo, el Libro de los Signos, el Libro de la Gloria y el Epílogo (que contiene la aparición de la resurrección en Galilea). El Evangelio de hoy proviene del comienzo del Libro de los Signos, que comienza en el Capítulo 1:19 y continúa hasta el Capítulo 12. En esta sección, el Apóstol Juan nos presenta siete “señales”, que son siete milagros que Jesús realizó. Cada señal tiene un significado espiritual más profundo que revela la divinidad y la misión de Jesús.
En muchos sentidos, todo el Libro de
los Signos nos prepara para el Libro de la Gloria en el que la “hora” de gloria
de Jesús se identifica con Él tomando Su glorioso trono de la Cruz, cumpliendo
Su misión como el “Cordero de Dios” que ofrece Su vida por la salvación de
todos, y derramando Su gracia y misericordia desde Su costado herido.
El primero de los siete signos
que Jesús realiza en el Evangelio de Juan es la conversión del agua en vino en
las bodas de Caná, ¡que se hizo en superabundancia! Las seis tinajas de piedra,
llenas hasta el borde con agua, se transformaron en nada menos que 600 litros
del mejor vino. La conversión del agua en vino se hizo a petición de la madre
de Jesús, que dijo a los sirvientes que hicieran lo que Jesús les dijera.
Ciertamente, hay mucho que reflexionar sobre este increíble milagro.
Una cosa específica que debemos considerar al comenzar a leer la primera de estas señales es que Jesús usa sus milagros para preparar a sus discípulos para la “hora” de gracia y gloria que está por venir. Y aunque la hora de Jesús ya ha tenido lugar en el tiempo, es importante entender que cada uno de nosotros necesita pasar por el proceso de preparación para esa hora en nuestras propias vidas.
Debemos dejar que Cristo nos prepare continuamente para la hora de gloria en la que lo recibiremos a Él y toda la gracia que Él ganó para nosotros en la Cruz.
Esta preparación tendrá lugar en nuestras vidas, tal como se presenta en el Evangelio de Juan.
Las siete señales de Jesús, sus acciones milagrosas, se realizaron para preparar a sus discípulos para recibir todo lo que Él otorgó en la Cruz.
No solo debemos
reflexionar en oración sobre estas señales tal como las registró Juan a lo
largo del año, sino que también debemos buscar las muchas señales personales
que nuestro Señor nos da a cada uno de nosotros.
Así como los participantes de las bodas de Caná quedaron estupefactos ante el milagro de Jesús, así también nosotros debemos dejarnos continuamente maravillar por su acción en nuestra vida.
Los siete signos que se registran en la Escritura, así como el efecto de
nuestra reflexión espiritual sobre ellos, deben convertirse en faros de luz que
nos preparen para llegar a conocer más plenamente a nuestro Señor y a recibir
la gracia obtenida por su cruz de gloria.
Reflexiona hoy sobre este, el primero de los signos de Jesús. Intenta meditar sobre esta historia como una forma de prepararte para recibir Su gracia más plenamente en tu vida.
Piensa en la superabundancia del milagro y reflexiona sobre el hecho de que señala la superabundancia de gracia que Dios quiere darte.
Reflexiona también sobre el hecho de que tuvo lugar por intercesión de la querida madre de Jesús. Ella también se anticipará a tus necesidades y orará por ti con su corazón maternal. Reflexiona sobre el hermoso significado y simbolismo de este pasaje para que puedas participar más plenamente de la abundante gloria de Dios.
Mi glorioso Señor, toda tu
vida terrenal fue una preparación para la hora en la que entregaste tu vida
como sacrificio en la cruz para la remisión de los pecados. Por favor, prepárame
continuamente para recibirte más plenamente y abrir mi corazón a ti y a todo lo
que me has otorgado a través de tu sacrificio perfecto de amor. Jesús, confío
en ti.
“Había una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. También Jesús fue invitado, así como sus discípulos” … Ahora faltaba vino…”
esto no es de extrañar porque en el tiempo de Jesús, la boda duraba siete días. La fiesta casi quedó arruinada. No habían traído suficiente vino.
María se da cuenta de esto. Se dirige
directamente a Jesús; luego se dirige a los sirvientes; ella les dijo: “hagan
lo que él les diga”. Y esta es la señal extraordinaria: seiscientos litros de
vino es mucho más de lo que se necesita para una boda.
Entonces, Jesús comienza su
ministerio participando en un banquete de bodas. Algunas mentes malhumoradas
debieron pensar que ésta era una forma curiosa de proclamar la Palabra de Dios.
Además, lo culparemos por ello. El mismo Jesús se dio cuenta de esto: un día
dirá: “el Hijo del Hombre ha venido: come y bebe y dicen: es un glotón y un
borracho” (Mt 11-19).
Este Evangelio no debe leerse como una hermosa historia con final feliz. Al actuar de esta manera, Jesús actúa en la línea de los profetas. Todos proclamaron el Mensaje de Dios tanto con gestos simbólicos como con palabras.
La imagen de una boda expresa el amor
de Dios por su pueblo. Su gesto de hoy nos recuerda la nueva alianza. Una vez
comparó el Reino de Dios con un rey que celebra la boda de su hijo. Jesús
abrazó nuestra humanidad pecadora para elevarla a la divinidad. Invita a todos
a vivir una alianza de amor con él.
Pero se acabó el vino. En la Biblia, el vino es el símbolo de la alegría y la bendición divina. La falta de vino expresa la angustia de los hombres que están alejados de Dios. Jesús vio esta angustia y descendió entre nosotros para que tuviéramos la plenitud de su gozo.
Todo esto lo manifestó en Caná a través de estas bodas. Y no escatima en
recursos: ¡seis tinajas, unos seiscientos litros! ¡Y no un vino cualquiera sino
verdaderamente “superior” como nunca antes lo habíamos probado! Buen vino
conservado hasta ahora, el de su amor por nosotros.
La primera lectura nos invita
a entrar en el estallido de entusiasmo del profeta. Sin embargo, está dirigido
a una comunidad que se ve reducida a un puñado de supervivientes. No nos cuesta
reconocernos en esta descripción: está de moda preocuparse por la Iglesia; Es
cierto que la decadencia de la práctica religiosa, la falta de sacerdotes, las
divisiones entre cristianos tienen motivos para preocuparnos. Pero el profeta
interviene para recordarnos que Dios nunca ha dejado de amarnos. Se presenta
ante todos como el marido apasionado y enamorado de su esposa. Su poder y
gloria brillarán, hasta tal punto que los países vecinos quedarán asombrados.
En la segunda lectura, san Pablo nos recuerda precisamente que no estamos abandonados.
Si las comunidades cristianas progresan y avanzan es, ante todo, gracias al Espíritu Santo. Él está siempre presente y activo en el corazón de quienes lo ponen en el camino misionero.
Como el apóstol Pablo, nosotros también podemos hacer una lista
considerable de los dones del Espíritu Santo en la iglesia hoy. Cualquiera que
sea el carisma de cada persona, siempre es él quien actúa. Es principalmente
gracias a él que la obra de los misioneros puede dar frutos.
Al leer el Evangelio de hoy,
no debemos olvidar el papel de María, la madre de Jesús. Vio la falta de vino y
se lo contó a su hijo. También está presente en nuestra vida. Ella ve todas
nuestras carencias, faltas de amor y alegría, faltas de esperanza, faltas de
paz. Si no tenemos amor, no podemos entrar en esta alianza entre Dios y los
hombres. Pero debemos escuchar la invitación de María: “Haced lo que Él os
diga”.
Hoy como ayer, Jesús nos
invita a extraer, a hacer manar esta agua. Esta agua que debemos sacar es la de
la vida que está en Dios, es la de su amor; es el agua viva que Jesús ofreció a
la mujer samaritana. El Señor nunca deja de querer llenarnos de esta vida que
está en él. Simplemente accedamos a la fuente y él hará todo lo demás.
En conclusión, el Evangelio
nos dice que Jesús “manifestó su gloria” y que “sus discípulos creyeron en él”.
Esto es sólo el comienzo.
La manifestación suprema de su
gloria tendrá lugar en la “Hora de la Cruz”.
El signo de Caná nos anuncia la alegría desbordante de la Pascua.
Este vino servido en abundancia es signo
de la novedad y de la fuerza del Evangelio. En Caná, Jesús reemplazó el agua
por vino. Pero no olvidemos que él quiere cambiar nuestra vida insulsa como el
agua por una vida buena y sabrosa como un buen vino.
Un día será la gran sorpresa.
Pensamos que habría servido primero el buen vino. Una vez más, una última vez,
descubriremos que Jesús ha guardado lo mejor para después y por los siglos de
los siglos. Amén
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