Monición para el evangelio del
trigésimo domingo ordinario
(ciclo B)
Hoy nuestra asamblea se expande a las dimensiones del mundo, a las
dimensiones de la misión. El Evangelio nos volverá a decir que nadie está
excluido de la salvación y que nos corresponde llevar a todos la Buena Nueva
del amor de Dios. En comunión con todos los cristianos reunidos por el
Resucitado, estemos en paz y alegría.
Monición para la Misa por la Evangelización de los Pueblos
Celebramos en este día en
toda la Iglesia el Domingo Mundial de las Misiones, DOMUND, en el que se nos
recuerda que nosotros desde nuestra condición de bautizados, estamos llamados a
propagar el Reino de Dios, hasta los confines de la tierra, con nuestro
testimonio, palabra y también, con nuestra ayuda espiritual y económica a favor
de las misiones. El cristiano no descansa hasta que Dios llegue a ser Todo en
todos. Que, al renovar hoy nuestro encuentro con Jesús resucitado en la Eucaristía,
salgamos alegres a proclamar las admirables grandezas del Señor.
PRIMERA LECTURA
LECTURA DEL LIBRO DE JEREMÍAS 31, 7-9
Así dice el Señor:
-- Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos,
proclamad, alabad y decid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel.
Mirad que yo os traeré del país del Norte, os congregaré de los confines de la
tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud
retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a
torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para
Israel. Efraín será mi primogénito.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
SALMO 125
R.- EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS, Y ESTAMOS ALEGRES.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
La boca se llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.-
Hasta los gentiles decían:
“El Señor ha estado grande con ellos”.
El Señor ha estado grande con nosotros,
Y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Nagueb.
Los que sembraban con lágrimas,
cosechan entre cantares. R.-
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla.
Al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R.-
SEGUNDA LECTURA
LECTURA DE LA CARTA A LOS HEBREOS 5, 1-6
Hermanos:
Todo Sumo Sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para
representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios
por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él
mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas tiene que ofrecer
sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede
arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón.
Tampoco Cristo se confirió a si mismo la dignidad de Sumo Sacerdote: sino
Aquel que le dijo:
-- Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.
O como dice otro pasaje de la escritura:
-- Tú eres Sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Palabra de Dios
ALELUYA 2 Tim 1, 10b
Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte, y sacó a la luz la vida,
por medio del Evangelio.
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante
gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino
pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
--Hijo de David, ten compasión de mí.
Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
--Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
-- Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
-- Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:
-- ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
-- Maestro que pueda ver.
Jesús le dijo:
-- Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Palabra del Señor
A guisa de introducción:
La atrevida FE de Bartimeo
El cantante y predicador Martin Valverde dijo alguna vez a propósito del
ciego Bartimeo (personaje central con Jesús este domingo), palabras más,
palabras menos que aquel mendigo, “ciego de profesión”, sino tenia
buenos ojos si tenía por demás una buena voz (fuerte y decidida) para
gritarle a Jesús: “Hijo de David ten compasión de mí”.
Todos admiramos en Bartimeo, el hombre mendigo e invidente, sentado a la
orilla del camino, su audacia, su arrojo, su osadía…Sus ganas de salir
adelante…Su FE inmensa (con mayúscula) en Jesús y lo que Él podría hacer por
Él.
De algún modo, todos nosotros nos parecemos a Bartimeo…Sentados a la vera
del camino, podemos ver pasar la vida, sus luces, su oscuridad, su belleza, su
miseria…Pero seremos capaces de sobrepasar esta etapa y dejar brotar la Fe en
Dios, tener la convicción que solo Él en su Hijo Jesús puede brindarnos lo que
necesitamos para VIVIR, pan que sacie nuestra hambre de plenitud, el agua que
calme nuestra sed profunda y o darnos la Felicidad completa…?
Bartimeo nos invita a preguntarnos en el plano de la fe: tenemos
todo lo que nos hace falta para vivir la existencia plenamente?
La fe, nosotros buscamos conservarla de la mejor manera, nos cuidamos de no
hacerla caer en la usura de la rutina, a protegerla de las trampas de la
secularización…
Al ver a este ciego llamando a Jesús, en medio de una multitud que no lo
considera (o da importancia) y que no quiere ser molestada…no nos sentimos
atraídos por la audacia de su fe? Con su limitación, Bartimeo no podía ser un
participante activo en su ambiente. Él dependía de los otros, sometido a la
suerte de ser mendigo.
Su fe lo empuja a dejar las seguridades atrás, a salir de su posición y a
correr hacia Jesús. Jesús viene hacia él y los dos caminarán juntos.
Este testigo mendigo, este ciego Bartimeo no hará nacer en nosotros
el deseo de una vida más libre?
La confianza en Jesucristo ha puesto a Bartimeo de pie. Esa misma confianza
también puede ayudarnos a nosotros a salir de nuestras dependencias, de nuestra
pasividad, de una vida donde Dios no seria más que un accesorio útil.
Nos atreveremos a tener la fe de Bartimeo?
Aproximación psicológica al texto del evangelio:
Del ciego de Jericó (Bartimeo) a los cristianos de Roma
Este relato de un milagro, presenta varios signos o indicios de
autenticidad: antigüedad del texto que remonta al arameo, ausencia de trazos
típicos de la actividad literaria de un redactor, detalles tomados sobre la
vida real.
Pero de otro lado, además del sentido primero del milagro, que es liberar a
alguien de su ceguera, Marcos le ha conferido dos otros niveles de
significación que aparecen claramente, cuando se destacan algunos detalles.
Ante todo, Marcos sitúa este relato de milagro al final de una sección
donde los discípulos han sido sistemáticamente presentados como “ciegos” en
referencia al misterio de Jesús. En 9,32, los discípulos “no comprenden” a
Jesús; en 9,34, ellos “discuten por saber quien es el más grande”; en 9,38,
ellos se muestran intolerantes, y en 10,37, dos de entre ellos muestran una
ambición desalentadora.
Al insertar o poner el relato de la curación del ciego inmediatamente
después de este episodio. Marcos muestra que los ojos enceguecidos de los
discípulos, también se abrirán un día por la acción de Jesús, y que ellos
también podrán “seguir a Jesús en el camino” (v.52): “el cáliz que
yo beberé, ustedes lo beberán, y con el bautismo que yo seré bautizado,
ustedes serán bautizados” (v.39). (Esta aproximación entre el ciego Bartimeo
y los dos discípulos ciegos se haya confirmado por el hecho que para acrecentar
el paralelo con Santiago y Juan, Mateo presenta no uno sino dos ciegos sanados
por Jesús- Mt 20,30).
Segundo nivel de significación, más englobante, es éste: Marcos utiliza
palabras que han llegado a ser expresiones consagradas en la espiritualidad de
los primeros cristianos: la “fe” que “salva”, “seguir a Jesús”, el “camino” que
es “camino del Señor”, “camino de salvación” (cfr. Hechos 9,2; 18,25-26;
16,17). Marcos escribe su evangelio para cristianos afectados por la represión
romana, “Varias personas trataban de hacerlos callar” (cfr.
V.48). En el seno de estas duras pruebas, estos cristianos son llevados a dudar
del sentido de lo que viven, y quisieran “recuperar la vista” (v.51)
de la acción de Dios en sus vidas. A éstos, Marcos les dice: “confianza,
el Señor los llama” (v.49), “su fe les salvara” (cfr.
V.52) si ustedes perseveran a pesar de las dificultades.
Tenemos entonces otro ejemplo de la manera como un redactor del evangelio
utiliza un suceso conservando su sentido o la comprensión que quiere darle,
para proyectar una iluminación sobre experiencias cristianas vividas en niveles
diferentes. Este procedimiento es precioso, porque nos permite encontrarnos con
la vivencia o experiencia de personas en situación de crecimiento espiritual, a
partir de desafíos o retos concretos de su experiencia inmediata.
Reflexión Central:
Aprender a ver otra vez!
Nuestra vida espiritual no siempre sucede, pasa o corre como un
riachuelo tranquilo bajo un hermoso cielo de verano. Con frecuencia, debemos
atravesar mares muy agitados antes de acceder a la serenidad que nos permite
alegrarnos y reposarnos en Dios.
La alegría que procura la intimidad con el Señor, es evocada en las
lecturas de este domingo. Por ejemplo: “griten de alegría por
Jacob” (Jeremías 31,7) y “El Señor ha estado grande con
nosotros y estamos alegres” (Salmo 125,3). Ahora, la experiencia
nos enseña que para llegar a la alegría, debemos primero acoger nuestra miseria
y reconocer nuestras debilidades.
Habitualmente, la experiencia nos ha enseñado que es después de haber
atravesado las pruebas y pedido la ayuda del Señor que se accede a la paz. Es
lo que ilustra el evangelio de hoy. Al gritar su dificultad o limitación y al
expresar su deseo de ver, el ciego Bartimeo formula una verdadera oración.
El abre su vida, su corazón y su sufrimiento a la misericordia del
Señor: “Rabbi, que yo vea” (Marcos 10,51b).
La mirada que libera
Este evangelio ilustra bien el hecho que la clara visión no es posible que
al término de una travesía de nuestras zonas de oscuridad, es decir, cuando
hemos reconocido que estamos heridos y que somos pecadores.
Es el caso del Gran Sacerdote de la lectura del texto a los Hebreos,
Cristo, quien “ puede comprender a los ignorantes y extraviados,
ya que él mismo está envuelto en debilidades” (Hebreos 5,2).
Orar conlleva una exigencia radical de verdad y de despojo. Son numerosos
los textos bíblicos que nos recuerdan que el Señor responde al pobre, que Él
escucha la voz del miserable y que salva el espíritu abatido.
San Francisco de Asís- este hombre orante y cercano del Señor-insistía en
el hecho de que en Jesús Dios se hace pobre para venir hacia nosotros. Nosotros
debemos a nuestro turno hacernos pobres y pequeños para acoger su gracia!
Nuestro ego muy a menudo obstruye la acción del Espíritu. Para llegar
hasta Dios, el ser humano debe reconocer que él no es auto-suficiente
y que por si solo es incapaz de ver. En este sentido, nos parecemos a Bartimeo,
que mendiga la misericordia de Dios. Como Él nosotros buscamos acercarnos a
Jesús.
Aprender de nuevo a ver
Hace 22 años, estando en Medellín-Colombia, centro de mis
estudios para el sacerdocio, tuve la suerte de acompañar a personas drogadictas o
toxicómanas en proceso de rehabilitación y terapia. En este ambiente, yo escuché los relatos de
la vida de hombres y mujeres en búsqueda de felicidad, que habían superado las
etapas previstas por el programa de las personas que les acompañaban y que
buscaban su superación. Esta experiencia me permitió darme cuenta hasta qué
punto el ser humano tiene a veces necesidad de detenerse y de hacer una
evaluación para ver con más claridad lo que logra (o realiza) y hacia dónde
se dirige.
A lo largo de estos acompañamientos, yo comprendí que la experiencia de
despojo asociada a la drogodependencia puede servir como trampolín para
una renovación interior y la apertura a Dios. Simplemente porque ella nos lleva
a reconocer nuestra fragilidad y nuestra impotencia.
Al igual que para Bartimeo, no es raro que la persona drogadicta o
alcohólica que se deja mirar por Jesús, que Él ayuda a levantarse le
diga: “Ve, tu fe te ha salvado” (Marcos 10,52).
Quizás nosotros también hayamos (estemos tumbados y ) caído a
la vera del camino? Cristo puede venir ayudarnos a levantarnos, a abrirnos los
ojos y marchar con nosotros sobre el camino de la alegría!
REFLEXIÓN (2)
Qué quieres que haga por ti?
Llegamos al final de la sección del evangelio de San Marcos donde Cristo
propone a sus apóstoles las condiciones necesarias para ser su discípulo. Él ha
hablado de matrimonio, de dinero, de trabajo, del ejercicio de la autoridad, de
la apertura a los otros, del perdón, del compartir, del servicio. Al final de
todas estas reflexiones, a través de Bartimeo, el pobre ciego sentado a la
orilla del camino, Jesús nos propone una “nueva visión de la vida” “Mirar la
vida con los ojos nuevos”…
En el evangelio de San Marcos, asistimos a la sanación de dos ciegos: la
primera en el capítulo 8, 22-26 y, un poco más lejos, ésta el de hoy.
Entre estos dos milagros, en tres ocasiones, Jesús anuncia su pasión,
seguida cada vez de la incomprensión de los apóstoles que son ciegos y no
captan el sentido de sus palabras. Durante la subida a Jerusalén, Jesús hace un
último intento por abrirles los ojos sobre su verdadera identidad y sobre las
exigencias del llamado a seguirle.
Marcos hace de este encuentro con Bartimeo una verdadera catequesis
bautismal. Es así como lo han comprendido los primeros cristianos. En el
tiempo del evangelista, el bautismo era llamado “La iluminación”. Era el
sacramento que abría los ojos de los nuevos cristianos.
La curación de la ceguera hace parte de la experiencia cristiana. El Mesías
es la “Luz de las naciones que abre los ojos a los ciegos” (Isaías 42,6-7).
Jesús en la Sinagoga de Nazaret, había definido su misión, recordando el texto
de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mi; El me ha consagrado y
enviado para anunciar a los pobres la Buena Noticia, y así proclamar a los
prisioneros la liberación y dar vista a los ciegos” (Lucas 4,18).
El ciego Bartimeo es el icono (símbolo) de la desesperanza y la pobreza.
Este hombre, sentado al borde del camino, envuelto en su manto, es un hombre
que depende totalmente de los otros. La ruta es una invitación a caminar, al
desplazamiento, al descubrimiento, pero este pobre hombre está literalmente
clavado al suelo.
La situación de ceguera se aplica a cada uno de nosotros.
Nosotros somos como el pobre hombre que pide la ayuda del Señor:
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi”: Mi trabajo no tiene
sentido. Yo soy como un robot. Yo soy un numero en la fábrica, mi opinión no cuenta
para nada. Yo soy demasiado viejo para encontrar otro empleo y demasiado joven
para jubilarme. Todo lo que cuenta es el cheque al final de la semana…y parece
que nunca es suficiente. Yo soy tan ciego como el pobre hombre del evangelio.
Jesús, Hijo de David, apiádate de mí”: Yo paso la mayor
parte de mi tiempo solo (a) en la residencia para personas de la 3ª edad. Mis
hijos no vienen ya más a verme. Ellos jamás telefonean. Yo no soy capaz
de trabajar más, de producir, entonces no sirvo para nada. Yo me siento
completamente inútil. Yo soy como ese pobre ciego sentado a la vera del camino.
Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi”: Nuestro matrimonio está
en la ruina. Mi marido se niega a visitar un consejero matrimonial. Nosotros no
queremos divorciarnos porque los niños nos necesitan. Parece ser que estamos
condenados a soportarnos, a disputarnos, a aumentar cada vez más la distancia
entre nosotros, a morir en una soledad para dos. Yo no veo ninguna solución
posible. Yo soy como ese pobre ciego sentado a lo largo del camino.
“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi”: En este momento yo
dependo completamente de la droga, yo soy alcohólico, yo me muero de cáncer, yo
envejezco de mala manera, mi reducida pensión no me permite llegar nunca
al final de mes, yo estoy plenamente angustiado, lleno de odio, yo no sé
perdonar. Yo estoy como ese pobre hombre del bordo del camino.
Gracias a Cristo, nosotros podemos ver de nuevo, descubrir el sentido de la
vida, del trabajo, de la familia, de las responsabilidades cívicas, de la
enfermedad, del sufrimiento y de la muerte.
Bartimeo era pobre, dependiente de los demás, ciego, como lo somos nosotros
a menudo ante los tantos problemas de nuestra vida. El mundo está lleno
de ciegos que no saben de dónde vienen, ni a dónde van, que no saben lo
que la vida significa, ni cómo afrontar el sufrimiento y la muerte. Para los
cristianos de todos los tiempos, el ciego de Jericó permanece como el modelo de
creyente y de discípulo que recibe el don de la vida y que está presto a seguir
a Cristo.
La fe nos da ojos nuevos. Ella nos permite ver el mundo a través de los
ojos de Dios que ilumina y da un sentido a la existencia personal y comunitaria
de cada día.
Tenemos necesidad de ésta luz para nosotros mismos pero también para
transmitirla a los otros que nos rodean: “ustedes son la luz del mundo”,
nos dice Cristo…”Que su luz resplandezca ante los hombres
y así viendo sus buenas obras, ellos glorifiquen su Padre del Cielo” (Mateo
5,1-14). Si no lo hacemos, seremos como lámparas encendidas que se ponen debajo
de la cama y que no ilumina a nadie.
“Yo soy la luz del mundo, dice Jesús, aquel que sigue tendrá la luz de la
vida”- “Quien me sigue no camina entre las tinieblas” Cristo quiere
iluminar nuestra vida y volvernos a dar la alegría de vivir. “Que
quieres que yo haga por ti? Señor que yo
vea”
Una puntilla:
Veamos cuán importante es la fe en el cristiano. Si leímos la historia
completa aquí ocurrida, Bartimeo recibió una recompensa. Si Bartimeo no hubiera
tenido al fe suficiente para gritar lo suficientemente alto, y no detenerse en
el intento, su vida no hubiera tenido un cambio. Su fe debía ser lo
suficientemente grande para que su voz llegase a Cristo y se abriera paso en medio de la multitud,
lo suficientemente grande como para no desistir en el intento aunque otros le
decían que se callara.
Bartimeo nos enseña a cómo debe ser nuestra fe, capaz de cruzar multitudes que
pueden ser nuestros familiares, nuestro entorno social y hasta nuestro propio
pecado para poder encontrar a Jesús. Nuestra vida puede cambiar solamente si
tenemos una fe suficientemente grande como para llamar a Jesús.
La fe en el cristiano es algo imprescindible. Esta fe va mas allá de creer que
Dios existe; es creer que en Él podemos confiar - abandonar nuestra vida, confiarle tanto lo
bueno y lo malo, aunque para Dios no existen las cosas malas en la vida, ya que
todo es para servicio y para la gloria de Dios. Pero debemos observar que esta
gran fe que nos enseña Bartimeo nace de la necesidad angustiada de buscar al
Salvador. ¿Alguien ha buscado de manera angustiante y desesperada al Salvador?
Una vez iban caminando un discípulo con su maestro. El discípulo le pregunta:
"¿Cómo puedo encontrar a Dios"? Sin una respuesta inmediata, el
maestro lo llevo a un estanque de agua, tomo la cabeza de su discípulo, y la
metió en el pozo por unos segundos, suficientes como para que el discípulo se
desesperara y sintiera nerviosismo ante el acto. Luego de que el maestro le dejara sacar la cabeza del agua, le dijo "Cuando busques al Señor tanto
como deseabas el aire, lo encontraras" (Mateo 7:7)
Oración -meditación:
Señor, tu amor es una rivera,
Y tu Espíritu un fuego de alegría!
Es a la Fiesta que Tú me llamas,
Al banquete de bodas que Tú me invitas.
Mas Tu conoces cuan pesada está mi alma
Y las resistencias que me frenan.
Yo quiero habitar la paz de tu casa,
Y sentir la dulzura que Tu reservas para tus amigos.
Pero mi corazón está triste, y mis pies están fatigados.
Yo no veo ya más tu rostro ni tu rostro,
ni en los rostros de los otros, ni en las estaciones…
Mi camino, hasta acá, no ha sido fácil.
Él está cubierto de derrotas y de pesadas traiciones.
Como podré creer que Tu me amas sin reservas,
Después de tantos fracasos, rechazos y abandonos?
Cómo esperar que Tú seas sensible ante mi dolor,
Cuando mis ojos están tan secos de tanto llorar?
Yo no aspiro más a la ternura, tanto miedo tengo de sufrir.
No hay nadie más que Tú, Señor para enseñarme otra vez a amar.
Abre, yo te suplico, los canales de mi oración,
Que ella actúe en mí y me irrigue como un río después de la
tormenta.
Es en Ti, Señor que yo puedo saciar mi sed.
Tú eres la aurora de mi alegría y la esperanza de mis días.
Comentario a propósito del DOMUND 2021
"Anunciemos a Cristo que nos da Vida y Esperanza"
Durante todo el mes de octubre se nos propone orar por las misiones...
Para este año el lema del DOMUND es: ¡Anunciemos a Cristo, que nos da vida y esperanza! Evocando el mensaje del Santo Padre que nos recuerda que «ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento». Ponerse en estado de misión incluye nuestra cooperación misionera universal. “Tal cooperación se fundamenta y se vive, ante todo, mediante la unión personal con Cristo”.
El Director Nacional de las OMP de Colombia, el Pbro. Javier Alexis Gil Henao, nos anima a que, a pesar de estar en tiempo de pandemia, sigamos viviendo con una fe mayor en Cristo, aferrándonos a la esperanza cristiana, porque la esperanza no defrauda. Y nos afirma: “Nuestra Iglesia puede continuar su presencia evangelizadora y caritativa en muchos lugares del mundo, donde Cristo no es conocido, o donde la evangelización es muy difícil o está en fase inicial; estos se llaman “territorios de misión”, que en la actualidad son cerca de 1.100, entre los cuales están incluidos nuestros 10 Vicariatos Apostólicos. En Colombia los Vicariatos Apostólicos son: Mitú (Vaupés), Leticia (Amazonas), Puerto Leguízamo-Solano (parte del Caquetá, del Putumayo y del Amazonas), Inírida (Guanía), Puerto Carreño (Vichada), Puerto Gaitán (parte del Meta y del Vichada), Trinidad (Casanare), Tierradentro (Cauca), San Andrés y Providencia, y Guapi (Cauca)”.
Por ello, es necesaria tu oración y donación por las misiones en el mes de octubre. Para que los misioneros puedan continuar con su misión de evangelización en los territorios de misión.
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Hoy 24 de
octubre la Iglesia celebra el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), fiesta
misionera por excelencia, donde se promueve el espíritu universal de las
misiones en el mundo entero, tanto material como espiritualmente en todo el
Pueblo de Dios; por medio de oraciones sacrificios y ofrenda.
El Domund es el día en que, de un modo
especial, la Iglesia universal reza por los misioneros y colabora con las
misiones. La JORNADA MUNDIAL POR LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS –el Domund—
de este año 2021 –que celebramos este fin de semana— es una propuesta de volver
a la raíz de nuestro ser misionero: «No podemos dejar de hablar de lo que
hemos visto y oído». Esta expresión tomada del libro de los Hechos
de los Apóstoles habla del evangelizador, del cristiano, que
es la persona que se ha dejado tocar por el dedo amoroso de Dios, capaz de
reconstruir lo que en su vida estaba destruido. Ha vivido un encuentro
personal. Ha reconocido a su Señor al partir el Pan en la Eucaristía y no puede
ni quiere vivir ya sin gustarlo. El apóstol de Cristo es
quien ha descubierto que Jesús es ese tesoro escondido, esa perla preciosa, ese
amigo, compañero de viaje, por el que vale la pena dejarlo todo y entregarse.
Sí, ellos entienden que no pueden dejar de hablar de lo que el Señor ha sido
capaz de hacer en sus vidas.
Esta es “una invitación a cada uno de nosotros a
«hacernos cargo» y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón“,
nos dice el Papa Francisco en su Mensaje
del Domund. Esta es, en definitiva, la misión de la Iglesia. La
Buena Noticia que hemos experimentado y vivimos como cristianos no es para ser
guardada: la vida de Cristo provoca un agradecimiento y una alegría que no se
pueden contener. Tu testimonio de cómo el Señor ha tocado tu corazón es
importante también para otros. ¡Compártelo! Es lo que hacen, y nos enseñan a
hacer, nuestros misioneros y misioneras. Tu también puedes contar lo que el
Señor te ayuda para vivir, trabajar, tener esperanza. Además, puedes transmitir
a los demás la vida que conoces de la Iglesia, a tantos como buscan sentido a
sus vidas. No podemos refugiarnos en nuestra experiencia confortable sin dar testimonio
público del valor de Dios, porque somos misioneros y, “el anuncio tiene la prioridad permanente
en la misión” (Redemptoris missio,
44). Como recordaba a este propósito otro Papa santo, Pablo
VI: “La evangelización debe contener siempre una clara proclamación
de que en Jesucristo se ofrece la salvación a todos los hombres” (Evangelii
nuntiandi, 27). También él decía que hoy hacen falta más testigos.
No olvidemos que a quienes entregan la vida por Cristo, hasta derramar su
sangre, les llamamos “mártires”, es decir, “testigos”.
El amor siempre está en movimiento y nos
pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: “Hemos
encontrado al Mesías” (Jn 1,41). Con esa predilección amorosa del
Señor y el asombro que siempre nos sorprende puede florecer el milagro de la
gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse
como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en «estado
de misión» es un efecto del agradecimiento. Escuchemos los
testimonios formidables de los misioneros –tenemos más de sesenta de nuestra
diócesis repartidos por todo el mundo— su entrega sencilla pero valiosa y
valiente, su alegría en el compartir, dando amor y testimonio de Cristo, que ha
dado su vida por amor, por nosotros. Nos ayudará a renovar nuestro compromiso
bautismal, a vivir mejor la fe y transmitirla a los demás. No olvidemos
compartir nuestros bienes con generosidad con las misiones y los misioneros que
están en la vanguardia de la evangelización. Nuestro mundo necesita conocer a
Dios, y Dios ha querido necesitar de nosotros para que nuestro mundo le
conozca. Por eso, no debemos cansarnos nunca de contar lo que hemos visto y
oído.
Mensaje
del papa Francisco para el Domund 2021
Queridos
hermanos y hermanas: Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando
reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no
podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído. La relación de
Jesús con sus discípulos, su humanidad que se nos revela en el misterio de la
encarnación, en su Evangelio y en su Pascua nos hacen ver hasta qué punto Dios
ama nuestra humanidad y hace suyos nuestros gozos y sufrimientos, nuestros
deseos y nuestras angustias (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et
spes, 22). Todo en Cristo nos recuerda que el mundo en el que vivimos y su
necesidad de redención no le es ajena y nos convoca también a sentirnos parte
activa de esta misión: «Salgan al cruce de los caminos e inviten a todos los
que encuentren» (Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o
lejano a este amor de compasión.
La experiencia de los apóstoles
La historia
de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y
quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de
amistad (cf. Jn 15,12-17). Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de eso,
hasta recuerdan el día y la hora en que fueron encontrados: «Era alrededor de
las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). La amistad con el Señor, verlo curar a los
enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los
excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a
las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja
una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y
gratuita que no se puede contener. Como decía el profeta Jeremías, esta
experiencia es el fuego ardiente de su presencia activa en nuestro corazón que
nos impulsa a la misión, aunque a veces comporte sacrificios e incomprensiones
(cf. 20,7-9). El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para
compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: «Hemos encontrado al Mesías»
(Jn 1,41).
Con Jesús
hemos visto, oído y palpado que las cosas pueden ser diferentes. Él inauguró,
ya para hoy, los tiempos por venir recordándonos una característica esencial de
nuestro ser humanos, tantas veces olvidada: «Hemos sido hechos para la plenitud
que sólo se alcanza en el amor» (Carta enc. Fratelli tutti, 68). Tiempos nuevos
que suscitan una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunidades a partir
de hombres y mujeres que aprenden a hacerse cargo de la fragilidad propia y la
de los demás, promoviendo la fraternidad y la amistad social (cf. ibíd., 67).
La comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que recuerda con gratitud que
el Señor nos amó primero (cf. 1 Jn 4,19). Esa «predilección amorosa del Señor
nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos poseerlo por
nosotros mismos ni imponerlo. […] Sólo así puede florecer el milagro de la
gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse
como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de
misión” es un efecto del agradecimiento» (Mensaje a las Obras Misionales
Pontificias, 21 mayo 2020).
Sin
embargo, los tiempos no eran fáciles; los primeros cristianos comenzaron su
vida de fe en un ambiente hostil y complicado. Historias de postergaciones y
encierros se cruzaban con resistencias internas y externas que parecían
contradecir y hasta negar lo que habían visto y oído; pero eso, lejos de ser
una dificultad u obstáculo que los llevara a replegarse o ensimismarse, los
impulsó a transformar todos los inconvenientes, contradicciones y dificultades
en una oportunidad para la misión. Los límites e impedimentos se volvieron
también un lugar privilegiado para ungir todo y a todos con el Espíritu del
Señor. Nada ni nadie podía quedar ajeno a ese anuncio liberador.
Tenemos el
testimonio vivo de todo esto en los Hechos de los Apóstoles, libro de cabecera
de los discípulos misioneros. Es el libro que recoge cómo el perfume del
Evangelio fue calando a su paso y suscitando la alegría que sólo el Espíritu
nos puede regalar. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos enseña a vivir
las pruebas abrazándonos a Cristo, para madurar la «convicción de que Dios
puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes
fracasos» y la certeza de que «quien se ofrece y entrega a Dios por amor seguramente
será fecundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279).
Así también
nosotros: tampoco es fácil el momento actual de nuestra historia. La situación
de la pandemia evidenció y amplificó el dolor, la soledad, la pobreza y las
injusticias que ya tantos padecían y puso al descubierto nuestras falsas
seguridades y las fragmentaciones y polarizaciones que silenciosamente nos
laceran. Los más frágiles y vulnerables experimentaron aún más su
vulnerabilidad y fragilidad.
Hemos
experimentado el desánimo, el desencanto, el cansancio, y hasta la amargura
conformista y desesperanzadora pudo apoderarse de nuestras miradas. Pero
nosotros «no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Cristo y
Señor, pues no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús» (2 Co
4,5). Por eso sentimos resonar en nuestras comunidades y hogares la Palabra de
vida que se hace eco en nuestros corazones y nos dice: «No está aquí: ¡ha
resucitado!» (Lc 24,6); Palabra de esperanza que rompe todo determinismo y,
para aquellos que se dejan tocar, regala la libertad y la audacia necesarias
para ponerse de pie y buscar creativamente todas las maneras posibles de vivir
la compasión, ese “sacramental” de la cercanía de Dios con nosotros que no
abandona a nadie al borde del camino.
En este tiempo
de pandemia, ante la tentación de enmascarar y justificar la indiferencia y la
apatía en nombre del sano distanciamiento social, urge la misión de la
compasión capaz de hacer de la necesaria distancia un lugar de encuentro, de
cuidado y de promoción. «Lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), la misericordia
con la que hemos sido tratados, se transforma en el punto de referencia y de
credibilidad que nos permite recuperar la pasión compartida por crear «una
comunidad de pertenencia y solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y
bienes» (Carta enc. Fratelli tutti, 36).
Es su
Palabra la que cotidianamente nos redime y nos salva de las excusas que llevan
a encerrarnos en el más vil de los escepticismos: “todo da igual, nada va a
cambiar”. Y frente a la pregunta: “¿para qué me voy a privar de mis
seguridades, comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado
importante?”, la respuesta permanece siempre la misma: «Jesucristo ha triunfado
sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente
vive» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 275) y nos quiere también vivos,
fraternos y capaces de hospedar y compartir esta esperanza.
En el
contexto actual urgen misioneros de esperanza que, ungidos por el Señor, sean
capaces de recordar proféticamente que nadie se salva por sí solo.
Al igual
que los apóstoles y los primeros cristianos, también nosotros decimos con todas
nuestras fuerzas: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído»
(Hch 4,20). Todo lo que hemos recibido, todo lo que el Señor nos ha ido
concediendo, nos lo ha regalado para que lo pongamos en juego y se lo regalemos
gratuitamente a los demás. Como los apóstoles que han visto, oído y tocado la
salvación de Jesús (cf. 1 Jn 1,1-4), así nosotros hoy podemos palpar la carne
sufriente y gloriosa de Cristo en la historia de cada día y animarnos a
compartir con todos un destino de esperanza, esa nota indiscutible que nace de
sabernos acompañados por el Señor. Los cristianos no podemos reservar al Señor
para nosotros mismos: la misión evangelizadora de la Iglesia expresa su
implicación total y pública en la transformación del mundo y en la custodia de
la creación.
Una invitación a cada uno de nosotros
El lema de
la Jornada Mundial de las Misiones de este año, «No podemos dejar de hablar de
lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), es una invitación a cada uno de nosotros
a “hacernos cargo” y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón. Esta
misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia: «Ella existe para
evangelizar» (S. PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14).
Nuestra
vida de fe se debilita, pierde profecía y capacidad de asombro y gratitud en el
aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos; por su propia dinámica
exige una creciente apertura capaz de llegar y abrazar a todos. Los primeros
cristianos, lejos de ser seducidos para recluirse en una élite, fueron atraídos
por el Señor y por la vida nueva que ofrecía para ir entre las gentes y
testimoniar lo que habían visto y oído: el Reino de Dios está cerca. Lo
hicieron con la generosidad, la gratitud y la nobleza propias de aquellos que
siembran sabiendo que otros comerán el fruto de su entrega y sacrificio. Por
eso me gusta pensar que «aun los más débiles, limitados y heridos pueden ser
misioneros a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se
comunique, aunque conviva con muchas fragilidades» (Exhort. ap. postsin.
Christus vivit, 239).
En la
Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra cada año el tercer domingo de
octubre, recordamos agradecidamente a todas esas personas que, con su
testimonio de vida, nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser
apóstoles generosos y alegres del Evangelio. Recordamos especialmente a quienes
fueron capaces de ponerse en camino, dejar su tierra y sus hogares para que el
Evangelio pueda alcanzar sin demoras y sin miedos esos rincones de pueblos y
ciudades donde tantas vidas se encuentran sedientas de bendición.
Contemplar
su testimonio misionero nos anima a ser valientes y a pedir con insistencia «al
dueño que envíe trabajadores para su cosecha» (Lc 10,2), porque somos
conscientes de que la vocación a la misión no es algo del pasado o un recuerdo
romántico de otros tiempos. Hoy, Jesús necesita corazones que sean capaces de
vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las
periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión. Y
es un llamado que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera. Recordemos
que hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o
en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor
que no es geográfico sino existencial.
Siempre,
pero especialmente en estos tiempos de pandemia es importante ampliar la
capacidad cotidiana de ensanchar nuestros círculos, de llegar a aquellos que
espontáneamente no los sentiríamos parte de “mi mundo de intereses”, aunque
estén cerca nuestro (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 97). Vivir la misión es
aventurarse a desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con
Él que quien está a mi lado es también mi hermano y mi hermana. Que su amor de
compasión despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos
misioneros.
Que María,
la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el deseo de
ser sal y luz en nuestras tierras (cf. Mt 5,13-14).
Roma, San
Juan de Letrán, 6 de enero de 2021, Solemnidad de la Epifanía del Señor.
FRANCISCO
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
http://betania.es
PEQUEÑO MISAL" PRIONS EN ÉGLISE", VERSIÓN QUEBEQUENSE,
NOVALIS, 2012
HÉTU. Jean-Luc. Les Options de Jésus.
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