24 de octubre del 2021: 30o Domingo del Tiempo Ordinario (B)


Monición para el evangelio del  trigésimo domingo ordinario

(ciclo B)

 

Hoy nuestra asamblea se expande a las dimensiones del mundo, a las dimensiones de la misión. El Evangelio nos volverá a decir que nadie está excluido de la salvación y que nos corresponde llevar a todos la Buena Nueva del amor de Dios. En comunión con todos los cristianos reunidos por el Resucitado, estemos en paz y alegría.

 

Monición para la Misa por la Evangelización de los Pueblos


Celebramos en este día en toda la Iglesia el Domingo Mundial de las Misiones, DOMUND, en el que se nos recuerda que nosotros desde nuestra condición de bautizados, estamos llamados a propagar el Reino de Dios, hasta los confines de la tierra, con nuestro testimonio, palabra y también, con nuestra ayuda espiritual y económica a favor de las misiones. El cristiano no descansa hasta que Dios llegue a ser Todo en todos. Que, al renovar hoy nuestro encuentro con Jesús resucitado en la Eucaristía, salgamos alegres a proclamar las admirables grandezas del Señor.






PRIMERA LECTURA

LECTURA DEL LIBRO DE JEREMÍAS 31, 7-9

Así dice el Señor:
-- Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos, proclamad, alabad y decid: el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del Norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel. Efraín será mi primogénito.
Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL
SALMO 125
R.- EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS, Y ESTAMOS ALEGRES.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
La boca se llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.-

Hasta los gentiles decían:
“El Señor ha estado grande con ellos”.
El Señor ha estado grande con nosotros,
Y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Nagueb.
Los que sembraban con lágrimas,
cosechan entre cantares. R.-

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla.
Al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R.-




SEGUNDA LECTURA
LECTURA DE LA CARTA A LOS HEBREOS 5, 1-6

Hermanos:
Todo Sumo Sacerdote, escogido entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. A causa de ellas tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo. Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama, como en el caso de Aarón.
Tampoco Cristo se confirió a si mismo la dignidad de Sumo Sacerdote: sino Aquel que le dijo:
-- Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy.
O como dice otro pasaje de la escritura:
-- Tú eres Sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Palabra de Dios



ALELUYA 2 Tim 1, 10b

Nuestro Salvador Jesucristo destruyó la muerte, y sacó a la luz la vida, por medio del Evangelio.





EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 10, 46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
--Hijo de David, ten compasión de mí.
Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
--Hijo de David, ten compasión de mí.
Jesús se detuvo y dijo:
-- Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
-- Ánimo, levántate, que te llama.
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:
-- ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
-- Maestro que pueda ver.
Jesús le dijo:
-- Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Palabra del Señor




A guisa de introducción:


La atrevida FE de Bartimeo

El cantante y predicador Martin Valverde dijo alguna vez a propósito del ciego Bartimeo (personaje central con Jesús este domingo), palabras más, palabras menos  que  aquel mendigo, “ciego de profesión”, sino tenia buenos ojos si tenía por demás una buena  voz (fuerte y decidida) para gritarle a Jesús: “Hijo de David ten compasión de mí”.

Todos admiramos en Bartimeo, el hombre mendigo e invidente, sentado a la orilla del camino, su audacia, su arrojo, su osadía…Sus ganas de salir adelante…Su FE inmensa (con mayúscula) en Jesús y lo que Él podría hacer por Él.

De algún modo, todos nosotros nos parecemos a Bartimeo…Sentados a la vera del camino, podemos ver pasar la vida, sus luces, su oscuridad, su belleza, su miseria…Pero seremos capaces de sobrepasar esta etapa y dejar brotar la Fe en Dios, tener la convicción que solo Él en su Hijo Jesús puede brindarnos lo que necesitamos para VIVIR, pan que sacie nuestra hambre de plenitud, el agua que calme nuestra sed profunda y o darnos la Felicidad completa…?

Bartimeo nos invita a preguntarnos en el plano de la fe:  tenemos todo lo que nos hace falta para vivir la existencia plenamente?

La fe, nosotros buscamos conservarla de la mejor manera, nos cuidamos de no hacerla caer en la usura de la rutina, a protegerla de las trampas de la secularización…

Al ver a este ciego llamando a Jesús, en medio de una multitud que no lo considera (o da importancia) y que no quiere ser molestada…no nos sentimos atraídos por la audacia de su fe? Con su limitación, Bartimeo no podía ser un participante activo en su ambiente. Él dependía de los otros, sometido a la suerte de ser mendigo.

Su fe lo empuja a dejar las seguridades atrás, a salir de su posición y a correr hacia Jesús. Jesús viene hacia él y los dos caminarán juntos.

Este testigo mendigo, este  ciego Bartimeo no hará nacer en nosotros el deseo de una vida más libre?

La confianza en Jesucristo ha puesto a Bartimeo de pie. Esa misma confianza también puede ayudarnos a nosotros a salir de nuestras dependencias, de nuestra pasividad, de una vida donde Dios no seria más que un accesorio útil.

Nos atreveremos a tener la fe de Bartimeo?





Aproximación psicológica al texto del evangelio:


Del ciego de Jericó (Bartimeo) a los cristianos de Roma

Este relato de un milagro, presenta varios signos o indicios de autenticidad: antigüedad del texto que remonta al arameo, ausencia de trazos típicos de la actividad literaria de un redactor, detalles tomados sobre la vida real.

Pero de otro lado, además del sentido primero del milagro, que es liberar a alguien de su ceguera, Marcos le ha conferido dos otros niveles de significación que aparecen claramente, cuando se destacan algunos detalles.

Ante todo, Marcos sitúa este relato de milagro al final de una sección donde los discípulos han sido sistemáticamente presentados como “ciegos” en referencia al misterio de Jesús. En 9,32, los discípulos “no comprenden” a Jesús; en 9,34, ellos “discuten por saber quien es el más grande”; en 9,38, ellos se muestran intolerantes, y en 10,37, dos de entre ellos muestran una ambición desalentadora.

Al insertar o poner el relato de la curación del ciego inmediatamente después de este episodio. Marcos muestra que los ojos enceguecidos de los discípulos, también se abrirán un día por la acción de Jesús, y que ellos también podrán “seguir a Jesús en el camino” (v.52): “el cáliz que yo beberé, ustedes lo beberán,  y con el bautismo que yo seré bautizado, ustedes serán bautizados” (v.39). (Esta aproximación entre el ciego Bartimeo y los dos discípulos ciegos se haya confirmado por el hecho que para acrecentar el paralelo con Santiago y Juan, Mateo presenta no uno sino dos ciegos sanados por Jesús- Mt 20,30).

Segundo nivel de significación, más englobante, es éste: Marcos utiliza palabras que han llegado a ser expresiones consagradas en la espiritualidad de los primeros cristianos: la “fe” que “salva”, “seguir a Jesús”, el “camino” que es “camino del Señor”, “camino de salvación” (cfr. Hechos 9,2; 18,25-26; 16,17). Marcos escribe su evangelio para cristianos afectados por la represión romana, “Varias personas trataban de hacerlos callar” (cfr. V.48). En el seno de estas duras pruebas, estos cristianos son llevados a dudar del sentido de lo que viven, y quisieran “recuperar la vista” (v.51) de la acción de Dios en sus vidas. A éstos, Marcos les dice: “confianza, el Señor los llama” (v.49), “su fe les salvara” (cfr. V.52) si ustedes perseveran a pesar de las dificultades.

Tenemos entonces otro ejemplo de la manera como un redactor del evangelio utiliza un suceso conservando su sentido o la comprensión que quiere darle, para proyectar una iluminación sobre experiencias cristianas vividas en niveles diferentes. Este procedimiento es precioso, porque nos permite encontrarnos con la vivencia o experiencia de personas en situación de crecimiento espiritual, a partir de desafíos o retos concretos de su experiencia inmediata.



Reflexión Central:

Aprender a ver otra vez!


Nuestra vida espiritual no  siempre sucede, pasa o corre como un riachuelo tranquilo bajo un hermoso cielo de verano. Con frecuencia, debemos atravesar mares muy agitados antes de acceder a la serenidad que nos permite alegrarnos y reposarnos en Dios.

La alegría que procura la intimidad con el Señor, es evocada en las lecturas de este domingo. Por ejemplo: “griten de alegría por Jacob” (Jeremías 31,7)  y “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”  (Salmo 125,3). Ahora, la experiencia nos enseña que para llegar a la alegría, debemos primero acoger nuestra miseria y reconocer nuestras debilidades.

Habitualmente, la experiencia nos ha enseñado que es después de haber atravesado las pruebas y pedido la ayuda del Señor que se accede a la paz. Es lo que ilustra el evangelio de hoy. Al gritar su dificultad o limitación y al expresar su deseo de ver, el ciego Bartimeo formula una verdadera oración.

El abre su vida, su corazón y su sufrimiento a la misericordia del Señor: “Rabbi, que yo vea”  (Marcos 10,51b).

La mirada que libera

Este evangelio ilustra bien el hecho que la clara visión no es posible que al término de una travesía de nuestras zonas de oscuridad, es decir, cuando hemos reconocido que estamos heridos y que somos pecadores.

Es el caso del Gran Sacerdote de la lectura del texto a los Hebreos, Cristo, quien  “ puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades”  (Hebreos 5,2).

Orar conlleva una exigencia radical de verdad y de despojo. Son numerosos los textos bíblicos que nos recuerdan que el Señor responde al pobre, que Él escucha la voz del miserable y que salva el espíritu abatido.

San Francisco de Asís- este hombre orante y cercano del Señor-insistía en el hecho de que en Jesús Dios se hace pobre para venir hacia nosotros. Nosotros debemos a nuestro turno hacernos pobres y pequeños para acoger su gracia!

Nuestro ego muy a menudo  obstruye la acción del Espíritu. Para llegar hasta Dios, el ser humano debe reconocer que él no es auto-suficiente  y que por si solo es incapaz de ver. En este sentido, nos parecemos a Bartimeo, que mendiga la misericordia de Dios. Como Él nosotros buscamos acercarnos a Jesús.


Aprender de nuevo a ver

 Hace 22 años, estando en Medellín-Colombia,  centro de mis estudios para el sacerdocio, tuve la suerte de acompañar a personas drogadictas o toxicómanas en proceso de rehabilitación y terapia. En este ambiente, yo escuché los relatos de la vida de hombres y mujeres en búsqueda de felicidad, que habían superado las etapas previstas por el programa de las personas que les acompañaban y que buscaban su superación. Esta experiencia me permitió darme cuenta hasta qué punto el ser humano tiene a veces necesidad de detenerse y de hacer una evaluación para ver con más claridad lo que logra (o realiza)  y hacia dónde se dirige.

A lo largo de estos acompañamientos, yo comprendí que la experiencia de despojo asociada a la drogodependencia puede servir como trampolín  para una renovación interior y la apertura a Dios. Simplemente porque ella nos lleva a reconocer nuestra fragilidad y nuestra impotencia.

Al igual que para Bartimeo, no es raro que la persona drogadicta o alcohólica que se deja mirar por Jesús, que Él ayuda a levantarse le diga: “Ve, tu fe te ha salvado” (Marcos 10,52).

Quizás nosotros también  hayamos (estemos tumbados y )  caído a la vera del camino? Cristo puede venir ayudarnos a levantarnos, a abrirnos los ojos y marchar con nosotros sobre el camino de la alegría!




REFLEXIÓN (2)



Qué quieres que haga por ti?

Llegamos al final de la sección del evangelio de San Marcos donde Cristo propone a sus apóstoles las condiciones necesarias para ser su discípulo. Él ha hablado de matrimonio, de dinero, de trabajo, del ejercicio de la autoridad, de la apertura a los otros, del perdón, del compartir, del servicio. Al final de todas estas reflexiones, a través de Bartimeo, el pobre ciego sentado a la orilla del camino, Jesús nos propone una “nueva visión de la vida” “Mirar la vida con los ojos nuevos”…

En el evangelio de San Marcos, asistimos a la sanación de dos ciegos: la primera en el capítulo 8, 22-26 y, un poco más lejos, ésta el de hoy.

Entre estos dos milagros, en tres ocasiones, Jesús anuncia su pasión, seguida cada vez de la incomprensión de los apóstoles que son ciegos y no captan el sentido de sus palabras. Durante la subida a Jerusalén, Jesús hace un último intento por abrirles los ojos sobre su verdadera identidad y sobre las exigencias del llamado a seguirle.

Marcos hace de este encuentro con Bartimeo una verdadera catequesis bautismal.  Es así como lo han comprendido los primeros cristianos. En el tiempo del evangelista, el bautismo era llamado “La iluminación”. Era el sacramento que abría los ojos de los nuevos cristianos.

La curación de la ceguera hace parte de la experiencia cristiana. El Mesías es la “Luz de las naciones que abre los ojos a los ciegos” (Isaías 42,6-7). Jesús en la Sinagoga de Nazaret, había definido su misión, recordando el texto de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mi; El me ha consagrado  y enviado para anunciar a los pobres la Buena Noticia, y así proclamar a los prisioneros la liberación y dar vista a los ciegos” (Lucas 4,18).

El ciego Bartimeo es el icono (símbolo) de la desesperanza y la pobreza. Este hombre, sentado al borde del camino, envuelto en su manto, es un hombre que depende totalmente de los otros. La ruta es una invitación a caminar, al desplazamiento, al descubrimiento, pero este pobre hombre está literalmente clavado al suelo.

La situación de ceguera se aplica a cada uno de nosotros. Nosotros somos como el pobre hombre que pide la ayuda del Señor:

“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi”: Mi trabajo no tiene sentido. Yo soy como un robot. Yo soy un numero en la fábrica, mi opinión no cuenta para nada. Yo soy demasiado viejo para encontrar otro empleo y demasiado joven para jubilarme. Todo lo que cuenta es el cheque al final de la semana…y parece que nunca es suficiente. Yo soy tan ciego como el pobre hombre del evangelio.

Jesús, Hijo de David, apiádate de mí”:  Yo paso la mayor parte de mi tiempo solo (a) en la residencia para personas de la 3ª edad. Mis hijos no vienen ya más a verme. Ellos  jamás telefonean. Yo no soy capaz de trabajar más, de producir, entonces no sirvo para nada. Yo me siento completamente inútil. Yo soy como ese pobre ciego sentado a la vera del camino.

Jesús, Hijo de David, ten piedad de mi”:  Nuestro matrimonio está en la ruina. Mi marido se niega a visitar un consejero matrimonial. Nosotros no queremos divorciarnos porque los niños nos necesitan. Parece ser que estamos condenados a soportarnos, a disputarnos, a aumentar cada vez más la distancia entre nosotros, a morir en una soledad para dos. Yo no veo ninguna solución posible. Yo soy como ese pobre ciego sentado a lo largo del camino.

“Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi”: En este momento yo dependo completamente de la droga, yo soy alcohólico, yo me muero de cáncer, yo envejezco de mala manera, mi reducida pensión no me permite llegar nunca  al final de mes, yo estoy plenamente angustiado, lleno de odio, yo no sé perdonar. Yo estoy como ese pobre hombre del bordo del camino.

Gracias a Cristo, nosotros podemos ver de nuevo, descubrir el sentido de la vida, del trabajo, de la familia, de las responsabilidades cívicas, de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte.

Bartimeo era pobre, dependiente de los demás, ciego, como lo somos nosotros a menudo ante los tantos problemas de nuestra vida.  El mundo está lleno de ciegos que no saben de dónde vienen, ni  a dónde van, que no saben lo que la vida significa, ni cómo afrontar el sufrimiento y la muerte. Para los cristianos de todos los tiempos, el ciego de Jericó permanece como el modelo de creyente y de discípulo que recibe el don de la vida y que está presto a seguir a Cristo.

La fe nos da ojos nuevos. Ella nos permite ver el mundo a través de los ojos de Dios que ilumina y da un sentido a la existencia personal y comunitaria de cada día.

Tenemos necesidad de ésta luz para nosotros mismos pero también para transmitirla a los otros que nos rodean: “ustedes son la luz del mundo”, nos dice Cristo…”Que su luz resplandezca ante los hombres y así viendo sus buenas obras, ellos glorifiquen su Padre del Cielo” (Mateo 5,1-14). Si no lo hacemos, seremos como lámparas encendidas que se ponen debajo de la cama y que no ilumina a nadie.

“Yo soy la luz del mundo, dice Jesús, aquel que sigue tendrá la luz de la vida”- “Quien me sigue no camina entre las tinieblas”  Cristo quiere iluminar nuestra vida y volvernos a dar la alegría de vivir. “Que quieres que yo haga por ti?   Señor que yo vea”



Una puntilla:


Veamos cuán importante es la fe en el cristiano. Si leímos la historia completa aquí ocurrida, Bartimeo recibió una recompensa. Si Bartimeo no hubiera tenido al fe suficiente para gritar lo suficientemente alto, y no detenerse en el intento, su vida no hubiera tenido un cambio. Su fe debía ser lo suficientemente grande para que su voz llegase a Cristo y se abriera paso en medio de la multitud, lo suficientemente grande como para no desistir en el intento aunque otros le decían que se callara.

Bartimeo nos enseña a cómo debe ser nuestra fe, capaz de cruzar multitudes que pueden ser nuestros familiares, nuestro entorno social y hasta nuestro propio pecado para poder encontrar a Jesús. Nuestra vida puede cambiar solamente si tenemos una fe suficientemente grande como para llamar a Jesús.

La fe en el cristiano es algo imprescindible. Esta fe va mas allá de creer que Dios  existe; es creer que en Él podemos confiar - abandonar nuestra vida, confiarle tanto lo bueno y lo malo, aunque para Dios no existen las cosas malas en la vida, ya que todo es para servicio y para la gloria de Dios. Pero debemos observar que esta gran fe que nos enseña Bartimeo nace de la necesidad angustiada de buscar al Salvador. ¿Alguien ha buscado de manera angustiante y desesperada al Salvador?

Una vez iban caminando un discípulo con su maestro. El discípulo le pregunta: "¿Cómo puedo encontrar a Dios"? Sin una respuesta inmediata, el maestro lo llevo a un estanque de agua, tomo la cabeza de su discípulo, y la metió en el pozo por unos segundos, suficientes como para que el discípulo se desesperara y sintiera nerviosismo ante el acto. Luego de que el maestro le dejara sacar la cabeza del agua, le dijo "Cuando busques al Señor tanto como deseabas el aire, lo encontraras" (Mateo 7:7)





Oración -meditación:

Señor, tu amor es una rivera,
Y tu Espíritu un fuego de alegría!
Es a la Fiesta que Tú me llamas,
Al banquete de bodas que Tú me invitas.

Mas Tu conoces cuan pesada está mi alma
Y las resistencias que me frenan.
Yo quiero habitar la paz de tu casa,
Y sentir la dulzura que Tu reservas para tus amigos.

Pero mi corazón está triste, y mis pies están fatigados.
Yo no veo ya más tu rostro ni tu rostro,
ni en los rostros de los otros, ni en las estaciones…
Mi camino, hasta acá, no ha sido fácil.
Él está cubierto de derrotas y de pesadas traiciones.

Como podré creer que Tu me amas sin reservas,
Después de tantos fracasos,  rechazos y abandonos?
Cómo esperar  que Tú seas sensible ante mi dolor,
Cuando mis ojos están tan secos de tanto llorar?

Yo no aspiro más a la ternura, tanto miedo tengo de sufrir.
No hay nadie más que Tú, Señor para enseñarme otra vez a amar.
Abre, yo te suplico, los canales de mi oración,
Que ella actúe en mí y me irrigue como un río después de la tormenta.

Es en Ti, Señor que yo puedo saciar mi sed.
Tú eres la aurora de mi alegría y la esperanza de mis días.




Comentario a propósito del DOMUND 2021


"Anunciemos a Cristo que nos da Vida y Esperanza"



Durante todo el mes de octubre se nos propone orar por las misiones...

Para este año el lema del DOMUND es: ¡Anunciemos a Cristo, que nos da vida y esperanza! Evocando el mensaje del Santo Padre que nos recuerda que «ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento». Ponerse en estado de misión incluye nuestra cooperación misionera universal. “Tal cooperación se fundamenta y se vive, ante todo, mediante la unión personal con Cristo”.

El Director Nacional de las OMP de Colombia, el Pbro. Javier Alexis Gil Henao, nos anima a que, a pesar de estar en tiempo de pandemia, sigamos viviendo con una fe mayor en Cristo, aferrándonos a la esperanza cristiana, porque la esperanza no defrauda. Y nos afirma: “Nuestra Iglesia puede continuar su presencia evangelizadora y caritativa en muchos lugares del mundo, donde Cristo no es conocido, o donde la evangelización es muy difícil o está en fase inicial; estos se llaman “territorios de misión”, que en la actualidad son cerca de 1.100, entre los cuales están incluidos nuestros 10 Vicariatos Apostólicos. En Colombia los Vicariatos Apostólicos son: Mitú (Vaupés), Leticia (Amazonas), Puerto Leguízamo-Solano (parte del Caquetá, del Putumayo y del Amazonas), Inírida (Guanía), Puerto Carreño (Vichada), Puerto Gaitán (parte del Meta y del Vichada), Trinidad (Casanare), Tierradentro (Cauca), San Andrés y Providencia, y Guapi (Cauca)”. 

Por ello, es necesaria tu oración y donación por las misiones en el mes de octubre. Para que los misioneros puedan continuar con su misión de evangelización en los territorios de misión.


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Hoy   24 de octubre la Iglesia celebra el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), fiesta misionera por excelencia, donde se promueve el espíritu universal de las misiones en el mundo entero, tanto material como espiritualmente en todo el Pueblo de Dios; por medio de oraciones sacrificios y ofrenda.

El Domund es el día en que, de un modo especial, la Iglesia universal reza por los misioneros y colabora con las misiones. La JORNADA MUNDIAL POR LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS –el Domund— de este año 2021 –que celebramos este fin de semana— es una propuesta de volver a la raíz de nuestro ser misionero: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído». Esta expresión tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles habla del evangelizador, del cristiano, que es la persona que se ha dejado tocar por el dedo amoroso de Dios, capaz de reconstruir lo que en su vida estaba destruido. Ha vivido un encuentro personal. Ha reconocido a su Señor al partir el Pan en la Eucaristía y no puede ni quiere vivir ya sin gustarlo. El apóstol de Cristo es quien ha descubierto que Jesús es ese tesoro escondido, esa perla preciosa, ese amigo, compañero de viaje, por el que vale la pena dejarlo todo y entregarse. Sí, ellos entienden que no pueden dejar de hablar de lo que el Señor ha sido capaz de hacer en sus vidas.

Esta es “una invitación a cada uno de nosotros a «hacernos cargo» y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón“, nos dice el Papa Francisco en su Mensaje del Domund. Esta es, en definitiva, la misión de la Iglesia. La Buena Noticia que hemos experimentado y vivimos como cristianos no es para ser guardada: la vida de Cristo provoca un agradecimiento y una alegría que no se pueden contener. Tu testimonio de cómo el Señor ha tocado tu corazón es importante también para otros. ¡Compártelo! Es lo que hacen, y nos enseñan a hacer, nuestros misioneros y misioneras. Tu también puedes contar lo que el Señor te ayuda para vivir, trabajar, tener esperanza. Además, puedes transmitir a los demás la vida que conoces de la Iglesia, a tantos como buscan sentido a sus vidas. No podemos refugiarnos en nuestra experiencia confortable sin dar testimonio público del valor de Dios, porque somos misioneros y, “el anuncio tiene la prioridad permanente en la misión” (Redemptoris missio, 44). Como recordaba a este propósito otro Papa santo, Pablo VI: “La evangelización debe contener siempre una clara proclamación de que en Jesucristo se ofrece la salvación a todos los hombres” (Evangelii nuntiandi, 27). También él decía que hoy hacen falta más testigos. No olvidemos que a quienes entregan la vida por Cristo, hasta derramar su sangre, les llamamos “mártires”, es decir, “testigos”.

El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: “Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41). Con esa predilección amorosa del Señor y el asombro que siempre nos sorprende puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en «estado de misión» es un efecto del agradecimiento. Escuchemos los testimonios formidables de los misioneros –tenemos más de sesenta de nuestra diócesis repartidos por todo el mundo— su entrega sencilla pero valiosa y valiente, su alegría en el compartir, dando amor y testimonio de Cristo, que ha dado su vida por amor, por nosotros. Nos ayudará a renovar nuestro compromiso bautismal, a vivir mejor la fe y transmitirla a los demás. No olvidemos compartir nuestros bienes con generosidad con las misiones y los misioneros que están en la vanguardia de la evangelización. Nuestro mundo necesita conocer a Dios, y Dios ha querido necesitar de nosotros para que nuestro mundo le conozca. Por eso, no debemos cansarnos nunca de contar lo que hemos visto y oído.


         Mensaje del papa Francisco para el Domund 2021

 


Queridos hermanos y hermanas: Cuando experimentamos la fuerza del amor de Dios, cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído. La relación de Jesús con sus discípulos, su humanidad que se nos revela en el misterio de la encarnación, en su Evangelio y en su Pascua nos hacen ver hasta qué punto Dios ama nuestra humanidad y hace suyos nuestros gozos y sufrimientos, nuestros deseos y nuestras angustias (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 22). Todo en Cristo nos recuerda que el mundo en el que vivimos y su necesidad de redención no le es ajena y nos convoca también a sentirnos parte activa de esta misión: «Salgan al cruce de los caminos e inviten a todos los que encuentren» (Mt 22,9). Nadie es ajeno, nadie puede sentirse extraño o lejano a este amor de compasión.

 

La experiencia de los apóstoles

 

La historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad (cf. Jn 15,12-17). Los apóstoles son los primeros en dar cuenta de eso, hasta recuerdan el día y la hora en que fueron encontrados: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). La amistad con el Señor, verlo curar a los enfermos, comer con los pecadores, alimentar a los hambrientos, acercarse a los excluidos, tocar a los impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas, enseñar de una manera nueva y llena de autoridad, deja una huella imborrable, capaz de suscitar el asombro, y una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener. Como decía el profeta Jeremías, esta experiencia es el fuego ardiente de su presencia activa en nuestro corazón que nos impulsa a la misión, aunque a veces comporte sacrificios e incomprensiones (cf. 20,7-9). El amor siempre está en movimiento y nos pone en movimiento para compartir el anuncio más hermoso y esperanzador: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41). 

 

Con Jesús hemos visto, oído y palpado que las cosas pueden ser diferentes. Él inauguró, ya para hoy, los tiempos por venir recordándonos una característica esencial de nuestro ser humanos, tantas veces olvidada: «Hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor» (Carta enc. Fratelli tutti, 68). Tiempos nuevos que suscitan una fe capaz de impulsar iniciativas y forjar comunidades a partir de hombres y mujeres que aprenden a hacerse cargo de la fragilidad propia y la de los demás, promoviendo la fraternidad y la amistad social (cf. ibíd., 67). La comunidad eclesial muestra su belleza cada vez que recuerda con gratitud que el Señor nos amó primero (cf. 1 Jn 4,19). Esa «predilección amorosa del Señor nos sorprende, y el asombro —por su propia naturaleza— no podemos poseerlo por nosotros mismos ni imponerlo. […] Sólo así puede florecer el milagro de la gratuidad, el don gratuito de sí. Tampoco el fervor misionero puede obtenerse como consecuencia de un razonamiento o de un cálculo. Ponerse en “estado de misión” es un efecto del agradecimiento» (Mensaje a las Obras Misionales Pontificias, 21 mayo 2020).

 

Sin embargo, los tiempos no eran fáciles; los primeros cristianos comenzaron su vida de fe en un ambiente hostil y complicado. Historias de postergaciones y encierros se cruzaban con resistencias internas y externas que parecían contradecir y hasta negar lo que habían visto y oído; pero eso, lejos de ser una dificultad u obstáculo que los llevara a replegarse o ensimismarse, los impulsó a transformar todos los inconvenientes, contradicciones y dificultades en una oportunidad para la misión. Los límites e impedimentos se volvieron también un lugar privilegiado para ungir todo y a todos con el Espíritu del Señor. Nada ni nadie podía quedar ajeno a ese anuncio liberador.

 

Tenemos el testimonio vivo de todo esto en los Hechos de los Apóstoles, libro de cabecera de los discípulos misioneros. Es el libro que recoge cómo el perfume del Evangelio fue calando a su paso y suscitando la alegría que sólo el Espíritu nos puede regalar. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos enseña a vivir las pruebas abrazándonos a Cristo, para madurar la «convicción de que Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos» y la certeza de que «quien se ofrece y entrega a Dios por amor seguramente será fecundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279).

 

Así también nosotros: tampoco es fácil el momento actual de nuestra historia. La situación de la pandemia evidenció y amplificó el dolor, la soledad, la pobreza y las injusticias que ya tantos padecían y puso al descubierto nuestras falsas seguridades y las fragmentaciones y polarizaciones que silenciosamente nos laceran. Los más frágiles y vulnerables experimentaron aún más su vulnerabilidad y fragilidad.

 

Hemos experimentado el desánimo, el desencanto, el cansancio, y hasta la amargura conformista y desesperanzadora pudo apoderarse de nuestras miradas. Pero nosotros «no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Jesús como Cristo y Señor, pues no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús» (2 Co 4,5). Por eso sentimos resonar en nuestras comunidades y hogares la Palabra de vida que se hace eco en nuestros corazones y nos dice: «No está aquí: ¡ha resucitado!» (Lc 24,6); Palabra de esperanza que rompe todo determinismo y, para aquellos que se dejan tocar, regala la libertad y la audacia necesarias para ponerse de pie y buscar creativamente todas las maneras posibles de vivir la compasión, ese “sacramental” de la cercanía de Dios con nosotros que no abandona a nadie al borde del camino.

 

En este tiempo de pandemia, ante la tentación de enmascarar y justificar la indiferencia y la apatía en nombre del sano distanciamiento social, urge la misión de la compasión capaz de hacer de la necesaria distancia un lugar de encuentro, de cuidado y de promoción. «Lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), la misericordia con la que hemos sido tratados, se transforma en el punto de referencia y de credibilidad que nos permite recuperar la pasión compartida por crear «una comunidad de pertenencia y solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes» (Carta enc. Fratelli tutti, 36).

 

Es su Palabra la que cotidianamente nos redime y nos salva de las excusas que llevan a encerrarnos en el más vil de los escepticismos: “todo da igual, nada va a cambiar”. Y frente a la pregunta: “¿para qué me voy a privar de mis seguridades, comodidades y placeres si no voy a ver ningún resultado importante?”, la respuesta permanece siempre la misma: «Jesucristo ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo verdaderamente vive» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 275) y nos quiere también vivos, fraternos y capaces de hospedar y compartir esta esperanza.

 

En el contexto actual urgen misioneros de esperanza que, ungidos por el Señor, sean capaces de recordar proféticamente que nadie se salva por sí solo. 

 

Al igual que los apóstoles y los primeros cristianos, también nosotros decimos con todas nuestras fuerzas: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20). Todo lo que hemos recibido, todo lo que el Señor nos ha ido concediendo, nos lo ha regalado para que lo pongamos en juego y se lo regalemos gratuitamente a los demás. Como los apóstoles que han visto, oído y tocado la salvación de Jesús (cf. 1 Jn 1,1-4), así nosotros hoy podemos palpar la carne sufriente y gloriosa de Cristo en la historia de cada día y animarnos a compartir con todos un destino de esperanza, esa nota indiscutible que nace de sabernos acompañados por el Señor. Los cristianos no podemos reservar al Señor para nosotros mismos: la misión evangelizadora de la Iglesia expresa su implicación total y pública en la transformación del mundo y en la custodia de la creación.

 

Una invitación a cada uno de nosotros

 

El lema de la Jornada Mundial de las Misiones de este año, «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), es una invitación a cada uno de nosotros a “hacernos cargo” y dar a conocer aquello que tenemos en el corazón. Esta misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia: «Ella existe para evangelizar» (S. PABLO VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14).

 

Nuestra vida de fe se debilita, pierde profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o encerrándose en pequeños grupos; por su propia dinámica exige una creciente apertura capaz de llegar y abrazar a todos. Los primeros cristianos, lejos de ser seducidos para recluirse en una élite, fueron atraídos por el Señor y por la vida nueva que ofrecía para ir entre las gentes y testimoniar lo que habían visto y oído: el Reino de Dios está cerca. Lo hicieron con la generosidad, la gratitud y la nobleza propias de aquellos que siembran sabiendo que otros comerán el fruto de su entrega y sacrificio. Por eso me gusta pensar que «aun los más débiles, limitados y heridos pueden ser misioneros a su manera, porque siempre hay que permitir que el bien se comunique, aunque conviva con muchas fragilidades» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 239).

En la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra cada año el tercer domingo de octubre, recordamos agradecidamente a todas esas personas que, con su testimonio de vida, nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles generosos y alegres del Evangelio. Recordamos especialmente a quienes fueron capaces de ponerse en camino, dejar su tierra y sus hogares para que el Evangelio pueda alcanzar sin demoras y sin miedos esos rincones de pueblos y ciudades donde tantas vidas se encuentran sedientas de bendición.

 

Contemplar su testimonio misionero nos anima a ser valientes y a pedir con insistencia «al dueño que envíe trabajadores para su cosecha» (Lc 10,2), porque somos conscientes de que la vocación a la misión no es algo del pasado o un recuerdo romántico de otros tiempos. Hoy, Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión. Y es un llamado que Él nos hace a todos, aunque no de la misma manera. Recordemos que hay periferias que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es geográfico sino existencial.

 

Siempre, pero especialmente en estos tiempos de pandemia es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestros círculos, de llegar a aquellos que espontáneamente no los sentiríamos parte de “mi mundo de intereses”, aunque estén cerca nuestro (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 97). Vivir la misión es aventurarse a desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con Él que quien está a mi lado es también mi hermano y mi hermana. Que su amor de compasión despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos misioneros.

 

Que María, la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el deseo de ser sal y luz en nuestras tierras (cf. Mt 5,13-14).

 

Roma, San Juan de Letrán, 6 de enero de 2021, Solemnidad de la Epifanía del Señor.

 

FRANCISCO 



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:


http://betania.es 


PEQUEÑO MISAL" PRIONS EN ÉGLISE", VERSIÓN QUEBEQUENSE, NOVALIS, 2012

HÉTU. Jean-Luc. Les Options de Jésus.



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