9 de octubre del 2021: sábado de la vigésima séptima semana del tiempo ordinario - Memoria de San Luis Beltrán, patrono de Colombia
San Luis Beltrán o Bertrán
Nació en Valencia, España, en 1526. Desde muy niño se
caracterizó por su humildad y obediencia. A los 18 años ingresó a la Orden de
Santo Domingo y en 1547 fue ordenado sacerdote por Santo Tomás de Villanueva.
En 1562, San Luis Beltrán fue enviado a predicar el Evangelio
a los indígenas de América y llegó al puerto de Cartagena, Colombia. Sólo
hablaba español, pero Dios le concedió el don de lenguas, profecía y milagros.
Tras una dolorosa enfermedad San Luis Beltrán, patrono de
Colombia, murió el 9 de octubre de 1581, a los 55 y fue canonizado en 1671.
(Lucas
11, 27-28) Jesús le debe mucho a su madre María. Ella lo dio a luz, lo crio,
lo alimentó. Ella hizo posible la proclamación del reino de Dios. Jesús nos
enseña que la palabra divina se ha hecho ante todo para ser escuchada. Dios
necesita que le escuchemos, como hizo María.
Primera lectura
Lectura del libro del profeta Joel (4,12-21):
«Que se levanten las naciones y acudan al valle de Josafat; allí me sentaré
a juzgar a las naciones vecinas. Empuñen las hoces, porque ya la mies está
madura, vengan a pisar las uvas, porque ya está lleno el lagar, ya las cubas
están rebosantes de sus maldades. ¡Multitudes y multitudes se reúnen en el
valle del Juicio, porque está cerca el día del Señor! El sol y la luna se oscurecen,
las estrellas retiran su resplandor. El Señor ruge desde Sión, desde Jerusalén
levanta su voz; tiemblan los cielos y la tierra. Pero el Señor protege a su
pueblo, auxilia a los hijos de Israel. Entonces sabrán que yo soy el Señor, su
Dios, que habito en Sión, mi monte santo. Jerusalén será santa, y ya no pasarán
por ella los extranjeros. Aquel día los montes destilarán vino y de las colinas
manará leche. Los ríos de Judá irán llenos de agua y brotará un manantial del
templo del Señor que regará el valle de las Acacias. Egipto se volverá un
desierto y Edom una árida llanura, porque oprimieron a los hijos de Judá y
derramaron sangre inocente en su país. En cambio, Judá estará habitada para
siempre, y Jerusalén por todos los siglos. Vengaré su sangre, no quedarán
impunes los que la derramaron, y yo, el Señor, habitaré en Sión».
Palabra de Dios
Salmo
Sal 96
R/. Alegraos,
justos, con el Señor
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tinielba y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R/.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.
Amanece la luz para el justo
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.R/.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
(11,27-28):
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo
gritando, le dijo: «¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te
amamantaron!»
Pero Jesús le respondió: «Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de
Dios y la ponen en práctica».
Palabra del Señor
Mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo
gritando, le dijo: «¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te
amamantaron!»
Pero Jesús le respondió: «Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de
Dios y la ponen en práctica».
Esta breve lectura del Evangelio revela mucho
sobre aquello que lo hace a uno "bienaventurado" en la vida. Específicamente,
Jesús considera verdaderamente bendecidos aquellos que hacen dos cosas:
"escuchar la palabra de Dios" y luego "guardarla". Aunque
esto parece bastante obvio a primera vista, a menudo es más difícil de lo que
parece.
El primer paso para una vida bendecida es
escuchar la Palabra de Dios. “Escuchar” implica que hacemos mucho más que
familiarizarnos con los Evangelios. Escuchar significa que no solo somos
conscientes de todo lo que nuestro Señor ha revelado, también significa que lo
hemos interiorizado verdaderamente, entendiendo todo lo que nuestro Señor
requiere de nosotros.
¿Has escuchado a nuestro Señor? Es
importante entender que el Evangelio está vivo. En otras palabras,
familiarizarse con la Palabra de Dios no es lo mismo que leer un antiguo libro
de lecciones. Más bien, escuchar la Palabra de Dios significa que
escuchamos a una Persona: el Hijo de Dios, hablándonos y guiándonos en cada
paso de nuestra vida. La Palabra de Dios es algo que debe hablarnos en
cada momento de cada día, inspirándonos a hacer esto y evitar aquello. Se
logra a través de un hábito de por vida de comunión en oración con nuestro
Señor a través de la cual estamos siempre atentos a Su voz.
Escuchar a la misma Persona del Hijo de Dios,
el Verbo hecho carne, implica necesariamente que también observemos todo lo que
Él nos habla. De hecho, no seguir Su mandamiento continuo y gentil de amar
resultará en que no podamos escucharlo claramente en absoluto. Nos
confundiremos y fácilmente seremos dirigidos por muchas otras voces en nuestro
mundo, incapaces de discernir el glorioso camino elegido para nosotros por
nuestro Señor.
Reflexiona hoy sobre si luchas o no de alguna
manera para escuchar y observar la voz de Dios. Si esta es tu lucha,
vuelve a comprometerte con un momento de descubrimiento humilde y sincero. Dile
a nuestro Señor que te arrepientes de no estar atento a Él y ponte en una
misión para buscarlo y encontrarlo. Rechaza la confusión y la ansiedad de
la vida, rechaza las muchas otras voces de “sabiduría” dentro de nuestro mundo
y escucha Su voz suave pero clara. Siempre está hablando. Él siempre
te está llamando. Él está siempre presente. Abre los ojos de tu alma
y dale toda tu atención. Y cuando sientas que Él te habla, responde con la
mayor generosidad y obediencia. Si lo haces, descubrirás lo que significa
ser verdaderamente bendecido por nuestro Señor.
Mi bendito Señor, eres glorioso más allá de
todas las cosas, y me invitas a mí y a todas tus criaturas a compartir tu vida. Dame
la gracia que necesito para apartarme de la confusión y los engaños de la vida
para poder escucharte solo a ti y responder solo a tu voz. Me entrego a Tu
santa voluntad, querido Señor. Mientras lo hago, por favor concédeme todas
las bendiciones que desees dar.
Jesús, en Ti confío.
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