Poner en orden
(Lucas 21,20-28) Las
catástrofes evocadas en el Evangelio pertenecen al lenguaje tradicional para
hablar del fin de los tiempos, “cuando se hará justicia para que se cumpla
toda la Escritura”. Una justicia que es una puesta en su lugar del orden
instaurado por Dios para que los seres humanos vivan de su vida. Es decir,
estas catástrofes son la imagen de la purificación necesaria para que
finalmente estemos ajustados al proyecto de Dios, a los “pensamientos de paz
y no de desgracia” que Él “forma respecto de nosotros” (Jr
29,11)."
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Dan
6, 12-28
Dios
envió a su ángel a cerrar las fauces de los leones
Lectura de la profecía de Daniel.
EN aquellos días, los hombres espiaron a Daniel y lo sorprendieron orando y
suplicando a su Dios. Luego se acercaron al rey y le hablaron sobre la
prohibición:
«Majestad, ¿no has firmado tú un decreto que prohíbe durante treinta días hacer
oración a cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey, bajo pena de ser
arrojado al foso de los leones?».
El rey contestó:
«El decreto está en vigor, como ley irrevocable de medos y persas».
Ellos le replicaron:
«Pues Daniel, uno de los deportados de Judea, no te obedece a ti, majestad, ni
acata el edicto que has firmado, sino que hace su oración tres veces al día».
Al oírlo, el rey, todo sofocado, se puso a pensar cómo salvar a Daniel, y hasta
la puesta del sol estuvo intentando librarlo. Pero aquellos hombres le urgían, diciéndole:
«Majestad, sabes que, según la ley de medos y persas, todo decreto o edicto
real son válidos e irrevocables».
Entonces el rey mandó traer a Daniel y echarlo al foso de los leones.
Y dijo a Daniel:
«¡Que te salve tu Dios al que veneras fielmente!».
Trajeron una piedra, taparon con ella la boca del foso, y el rey la selló con
su sello y con el de sus nobles, de manera que nadie pudiese modificar la
sentencia dada contra Daniel.
Luego el rey volvió a su palacio, pasó la noche en ayunas, sin mujeres y sin
poder dormir.
Por la mañana, al rayar el alba, el rey se levantó y fue corriendo al foso de
los leones. Se acercó al foso y gritó a Daniel con voz angustiada. Le dijo a
Daniel:
«¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones tu Dios al
que veneras fielmente?».
Daniel le contestó:
«¡Viva el rey eternamente! Mi Dios envió a su ángel a cerrar las fauces de los
leones, y no me han hecho ningún daño, porque ante él soy inocente; tampoco he
hecho nada malo contra ti».
El rey se alegró mucho por eso y mandó que sacaran a Daniel del foso; al
sacarlo del foso, no tenía ni un rasguño, porque había confiado en su Dios.
Luego el rey mandó traer a los hombres que habían calumniado a Daniel, y ordenó
que los arrojasen al foso de los leones con sus hijos y esposas. No habían
llegado al suelo del foso y ya los leones los habían atrapado y despedazado.
Entonces el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que
pueblan la tierra:
«¡Paz y bienestar! De mi parte queda establecido el siguiente decreto: Que en
todos los dominios de mi reino se respete y se tema al Dios de Daniel. Él es el
Dios vivo, que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura
hasta el fin. Él salva y libra, hace prodigios y signos en el cielo y en la tierra.
Él salvó a Daniel de los leones».
Palabra de Dios.
Salmo
Dan
3, 68a. 69a. 70a. 71a. 72a. 73a. 74a (R.: 59b)
R. ¡Ensálcenlo
con himnos por los siglos!
V. Rocíos y nevadas,
bendigan al Señor. R.
V. Témpanos y
hielos, bendigan al Señor. R.
V. Escarchas y nieves,
bendigan al Señor. R.
V. Noche y día,
bendigan al Señor. R.
V. Luz y tinieblas,
bendigan al Señor. R.
V. Rayos y nubes,
bendigan al Señor. R.
V. Bendiga la
tierra al Señor. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Levántense, alcen la
cabeza; se acerca su liberación. R.
Evangelio
Lc
21, 20-28
Jerusalén
será pisoteada por gentiles, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los
gentiles
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando vean a Jerusalén sitiada por ejércitos, sepan que entonces está cerca
su destrucción.
Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio
de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en
ella; porque estos son “días de venganza” para que se cumpla todo lo que está
escrito.
¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días!
Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo.
“Caerán a filo de espada”, los llevarán cautivos “a todas las naciones”, y
“Jerusalén será pisoteada por gentiles”, hasta que alcancen su plenitud los
tiempos de los gentiles.
Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de
las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los
hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo,
pues las potencias del cielo serán sacudidas.
Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levántense, alcen la cabeza; se acerca su
liberación».
Palabra del Señor
1
“Dios pone en orden el corazón: esperanza en medio
del caos”
I.
Introducción: cuando el mundo parece desordenarse
Queridos
hermanos y hermanas,
El
Evangelio que hoy escuchamos no es sencillo. Lucas nos habla de ciudades
sitiadas, pueblos angustiados, señales en el cielo, temblor en la tierra.
Parece una ráfaga de imágenes que despiertan inquietud. Y sin embargo, Jesús no
busca asustarnos, sino despertarnos; no quiere que vivamos paralizados
por el miedo, sino fortalecidos por la esperanza.
En el
marco de este Año Jubilar, somos llamados a mirarlo todo con ojos de
peregrinos: atravesamos la historia, sus luces y sus sombras, llevando en el
corazón la certeza de que Dios camina con nosotros, que Cristo es Señor
del tiempo y de la historia.
Hoy
oramos también por la obra evangelizadora de la Iglesia y por todas las vocaciones.
Porque es justamente en medio de tiempos complejos cuando Dios suscita
profetas, misioneros, sacerdotes, consagrados, familias y laicos ardientes,
capaces de anunciar su Reino.
II. Daniel en el foso: la fe que no negocia
En la
primera lectura, contemplamos uno de los relatos más impresionantes del Antiguo
Testamento:
Daniel arrojado al foso de los leones por ser fiel a su oración, por ser
fiel a Dios.
- No conspiró contra nadie,
- no buscó prestigio,
- no luchó por poder.
Simplemente
mantuvo su fidelidad silenciosa, su oración cotidiana, su conciencia
recta.
Y fue precisamente eso lo que levantó sospechas entre los poderosos.
Daniel
nos recuerda que, aun en medio de sistemas injustos, Dios sigue actuando.
Cuando el mundo parece caer en desorden, Dios actúa restaurando su propio
orden desde la fidelidad humilde de sus hijos.
No fue
Daniel quien abrió la boca del león.
Fue Dios.
Ese mismo Dios que sigue sosteniendo la misión de la Iglesia y que no deja que
se extingan las vocaciones, aunque a veces parezca que el mundo “nos cierre la
boca”.
III. El Salmo: bendición en medio de la prueba
El
cántico de los tres jóvenes en el horno ardiente es una declaración de fe
conmovedora:
“Bendito
seas, Señor, Dios de nuestros padres”.
Lo
proclaman no después de haber sido liberados,
sino dentro del fuego.
Quien es
capaz de bendecir a Dios desde el horno ya ha descubierto una verdad esencial:
la presencia salvadora de Dios precede a cualquier milagro.
Y esto es
profundamente vocacional.
- Quien siente el llamado al
sacerdocio está llamado a bendecir a Dios aun cuando la Iglesia sea
criticada.
- Quien escucha la voz para la
vida consagrada debe aprender a cantar aun dentro de los hornos de la
historia.
- Quien descubre su misión
laical debe ser capaz de perseverar aunque arrecien vientos contrarios.
La
evangelización comienza cuando uno aprende a bendecir a Dios desde dentro
de la realidad, incluso cuando quema.
IV. Evangelio: Dios pone en orden lo que el pecado
ha desordenado
las imágenes de catástrofes no buscan describir un desastre literal, sino mostrar
la purificación necesaria para que todo vuelva al orden de Dios.
Jesús no
habla de un caos final, sino de una restauración.
- Dios pone en orden la
creación,
- pone en orden la historia,
- y pone en orden nuestro
corazón.
Por eso,
después de describir momentos angustiosos, Jesús nos dice una frase luminosa,
casi inaudita:
“Erguíos y levantad la cabeza; se acerca vuestra
liberación.”
El
cristiano no baja la cabeza ante la historia.
La levanta.
Porque el Señor viene.
En
tiempos de confusión cultural, moral o espiritual, esta frase se vuelve una
brújula:
- Cuando la fe parece
disminuir: “levantad la cabeza”.
- Cuando las vocaciones
parecen pocas: “levantad la cabeza”.
- Cuando la evangelización
parece difícil: “levantad la cabeza”.
- Cuando la Iglesia es
cuestionada: “levantad la cabeza”.
La
liberación está cerca, no porque la produzca la historia,
sino porque la trae Cristo.
V. Año Jubilar: Dios nos purifica para enviarnos
Un
Jubileo es tiempo de restauración, de purificación, de volver al
orden de Dios.
No se trata de castigos, sino de la acción misericordiosa de un Padre que
quiere devolvernos a la vida plena.
Hoy, en
el camino sinodal y misionero de la Iglesia, esta purificación es urgente:
- purificar motivaciones,
- purificar el corazón,
- purificar la misión,
- purificar nuestras
estructuras internas.
Dios no
destruye: ordena.
Dios no aplasta: libera.
Dios no apaga: enciende.
Y una
Iglesia purificada es una Iglesia misionera.
VI. Vocaciones: llamados a ser Daniel en nuestro
tiempo
En esta
jornada de oración por la obra evangelizadora y por las vocaciones, la Palabra
nos llama a tres actitudes:
1. Perseverancia en la oración (como Daniel).
Sin
oración, no hay vocación.
Sin oración, la evangelización se convierte en activismo.
Sin oración, la Iglesia pierde su frescura espiritual.
2. Testimonio en medio del horno (como los tres
jóvenes).
Un
testigo no se define por el éxito, sino por la fidelidad.
Por anunciar a Cristo incluso cuando no es conveniente.
3. Esperanza en medio de los signos confusos (como
pide Jesús).
Las
vocaciones nacen donde hay esperanza.
La misión florece donde alguien levanta la cabeza y dice:
“El Señor
viene. No tengamos miedo.”
VII. Conclusión: una Iglesia que evangeliza con la
cabeza en alto
Queridos
hermanos:
El mundo
puede temblar,
las culturas pueden cambiar,
las seguridades pueden caer.
Pero
Cristo no cambia.
Y su venida no es amenaza, sino consuelo.
Hoy
pidamos que este Año Jubilar renueve la misión de la Iglesia, fortalezca a los
evangelizadores, y despierte con fuerza las vocaciones que tanto necesitamos:
- sacerdotes santos,
- misioneros incansables,
- religiosas luminosas,
- familias evangelizadoras,
- laicos comprometidos.
Que en
medio de las tribulaciones que a veces sacuden nuestro mundo, podamos escuchar
su voz:
“Erguíos y levantad la cabeza, se acerca vuestra
liberación.”
Y que
María, Estrella del Mar,
Madre de la esperanza y de la misión,
nos enseñe a mantenernos fieles, confiados y disponibles para la obra de Dios.
2
I. Introducción: cuando el mundo
se sacude… ¿cómo está tu corazón?
Queridos
hermanos y hermanas:
El
Evangelio que escuchamos hoy (Lc 21,20-28) culmina una serie de enseñanzas de
Jesús sobre sufrimientos, persecuciones y signos desconcertantes. No son
palabras fáciles. Sin embargo, Jesús termina con una frase profundamente
consoladora que es como una luz en medio de la tormenta:
“Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra
liberación.”
Este
versículo es el puente entre todo lo que parece desordenarse en el mundo
y la certeza final de la victoria de Dios.
En este Año
Jubilar, al celebrar la misericordia del Padre que restaura todas las
cosas, también somos invitados a leer este pasaje como un llamado a la
conversión, a la vigilancia y a la esperanza activa.
Al mismo
tiempo, elevamos nuestra intención por la obra evangelizadora de la Iglesia
y por las vocaciones. Porque la misión y las vocaciones solo florecen en
corazones que viven preparados, vigilantes, en gracia y en fidelidad.
II. Daniel en el foso: imagen del justo que vive
listo siempre
La
primera lectura nos presenta a Daniel, arrojado al foso de los leones por
mantenerse fiel a su oración. Daniel no estaba improvisando espiritualidad:
su corazón ya estaba preparado, ya vivía en presencia de Dios, ya
respiraba fidelidad.
No tuvo
que “cambiar de vida de un día para otro” ante la amenaza.
Ya caminaba recto. Ya vivía listo.
Ese es el
secreto del justo:
no se prepara cuando llega la persecución,
sino vive preparado siempre.
En clave
escatológica, Daniel es la figura de quien está listo para encontrarse con el
Señor, para atravesar el juicio sin miedo.
Y aquí
surge la gran pregunta:
Si hoy fuera el día en que Cristo regresara, ¿cómo te encontraría?
III. El Salmo: bendecir incluso dentro del fuego
El
cántico de los tres jóvenes del libro de Daniel es impresionante:
alaban a Dios dentro del horno.
No
esperan a que todo mejore.
No esperan señales de bonanza.
La
vigilancia cristiana no consiste solo en “evitar el mal”, sino en vivir de
manera tan unida a Dios que incluso el fuego se vuelve lugar de bendición.
Y esto
toca directamente a nuestra intención orante:
- Quien bendice a Dios en el
horno es un evangelizador creíble.
- Quien canta al Señor en la
prueba inspira vocaciones.
- Quien mantiene el corazón
ardiendo en la fe, incluso en la noche, sostiene la misión de toda la
Iglesia.
IV. El Evangelio: la restauración final, no el
terror final
Jesús
anuncia signos que pueden causar miedo.
Y es normal:
todo ser humano experimenta inquietud ante la muerte, el juicio y el final de
los tiempos.
- algunos quedarán “sin
aliento por el miedo”,
- otros serán sorprendidos
desprevenidos,
- otros más vivirán ese día
como el amanecer más hermoso.
Cuando
imaginamos que Cristo vuelve —hoy, mañana, en nuestra muerte—, ¿qué sentimos?
¿Alegría?
¿Temor?
¿Confusión?
¿Esperanza?
¿Vergüenza?
Jesús no
nos pide que adivinemos el futuro,
sino que preparemos el corazón.
Como
quien organiza una cena solemne:
si los invitados llegan y no has puesto la mesa, el corazón se llena de
ansiedad.
Así ocurre espiritualmente cuando la vida no está a punto.
No se
trata de vivir angustiados, sino en orden, en gracia, en vigilancia, en
fidelidad.
Por eso
Jesús afirma:
“Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la
cabeza.”
No dice:
- “Escondéos”…
- “Huid”…
- “Avergonzaos”…
Dice:
“Levantad la cabeza.”
Eso solo
puede hacerlo quien vive listo.
Quien vive reconciliado.
Quien vive de la voluntad de Dios.
V. El fin como purificación: Dios pone orden donde
el pecado ha hecho desorden
las “catástrofes” son imágenes de la purificación
mediante la cual Dios devuelve el orden original de su proyecto.
No es
destrucción:
es restauración.
No es
castigo:
es justicia que hace brillar la misericordia.
No es
miedo:
es la esperanza del reencuentro final con Cristo.
El juicio
no será un espectáculo de terror,
sino la revelación de la verdad de cada corazón.
Es como
un amanecer en el que:
- todo pecado será puesto en
la luz,
- toda virtud brillará,
- toda vida mostrará su
hondura,
- toda fidelidad será
premiada,
- toda justicia será
finalmente plena.
Solo teme
la luz quien vive en las sombras.
VI. El Año Jubilar: prepararnos con alegría, no con
miedo
En un Año
Jubilar, Dios nos invita precisamente a eso:
preparar
el corazón,
ordenar la vida,
desatar lo que está atado,
sanar lo que está herido,
purificar lo que está confuso,
reconciliar lo que está roto.
Quien
vive en gracia aguarda el regreso del Señor con alegría, no con terror.
Por eso
este Jubileo es una oportunidad preciosa para hacer eso que Jesús nos pide hoy:
“levantar la cabeza”,
poner la vida en orden,
y vivir con confianza.
VII. Vocaciones: vivir listos para que Cristo
encuentre un corazón dispuesto
Las
vocaciones nacen en ambientes vigilantes, ordenados, alegres.
Donde hay tibieza no nace una vocación.
Donde hay vigilancia, sí.
Pidamos
hoy por:
- jóvenes valientes,
- laicos generosos,
- religiosos ardientes,
- sacerdotes santos,
- misioneros incansables,
- comunidades que oren y
sostengan.
La
evangelización no podrá avanzar si la Iglesia no está en actitud constante de
preparación, vigilancia y disponibilidad como la de Daniel, como la de los
jóvenes del horno ardiente, como la de los discípulos que esperan al Señor.
VIII. Conclusión: la postura del cristiano—de pie,
mirando hacia arriba
Queridos
hermanos:
Ante el
fin del mundo,
ante el fin de nuestra vida,
ante el juicio final,
la actitud del cristiano no es el miedo:
es la
esperanza, es estar de pie, es levantar la cabeza.
Solo se
postra quien vive en el caos.
Quien vive en Cristo, se levanta.
Y así
podrá escuchar sin miedo las palabras que hoy nos regala el Señor:
“Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra
liberación.”
Que
María, Estrella del Mar,
Madre de la esperanza,
nos tome de la mano y nos enseñe a vivir listos,
en gracia,
en misión,
en vigilancia,
hasta que un día —en el último día— podamos mirar a Cristo que viene y decirle
con gozo:
“Jesús,
en Ti confío.”
Amén.

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